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El caso de la joven detective desaparecida y III

en No Consentido

Esta obra es una traducción del original “The casebook of the Captive Teen Detective”, escrita por Razor7826 y publicada en la web “BDSM library”. Todos los personajes de la obra son mayores de edad, cosa que no debería importar ya que esta es sólo una obra de ficción. Los sucesos presentados en esta historia no reflejan las opiniones del autor o del personal de cualquier página en la que sea publicado.

 

 

III.- El último caso de Laura Morton

 

 

 

Me deslicé por el inclinado techo del almacén, clavando mi garra izquierda en el metal para aminorar mi velocidad de descenso. Me detuve justo ante la claraboya y eché un vistazo hacia la reunión de delincuentes que tenía debajo de mi, en el centro del edificio.

A algunos de ellos los reconocí de inmediato. Peces gordos del submundo de la ciudad. Sus innumerables guardaespaldas indudablemente me impedían interrumpir la reunión tal y como deseaba. Me consolaba, sin embargo, saber que no había desperdiciado la noche. Aún me dolían las costillas de la pelea que había librado un rato antes contra una banda de aspirantes a violadores. Los pobres, en realidad, no tuvieron ninguna oportunidad contra mí y, antes de dejarlos bien atados para que los recogiese la policía, les pateé bien los huevos para que no se les ocurriese volver a las andadas en el futuro.

La verdad es que esas pequeñas bandas son solo pequeños entretenimientos en comparación con mis verdaderos enemigos. Podría identificar y ayudar a detener a todos los matones y lacayos de la ciudad y, sin duda, muchos más tomarían su lugar. Mis verdaderos enemigos, los verdaderos culpables, son los pocos jefes de las diversas facciones del crimen organizado de la ciudad.

De entre todos ellos, los peores sin duda eran la familia Corelli y The Corp. Un clan de mafiosos italianos los primeros y una coalición de empresarios corruptos los segundos a los que unía el interés en crear un verdadero mercado negro en la ciudad. Los cabecillas de ambos grupos se sentaron ante una mesa en el centro de la nave flanqueados por sus asesores y guardaespaldas. No podía perderme detalle de lo que allí sucedía.

Llevé mi mano derecha hacia mi bolsa y saqué una ventosa. La apreté contra el cristal extrayendo el aire para que quedase bien sujeta. Con mi garra rodeé la base de goma cortando así un círculo de cristal. Saqué el trozo de cristal pegado a la goma. Acerqué mi oído al agujero practicado en la claraboya y aproveché que el eco de la sala me permitía oírlo todo.

El presidente Chalmers estaba levantando la voz a medida que se incorporaba lentamente de su silla.

- Y una mierda, Pietro. No estás manteniendo tu parte del trato.

El líder mafioso hizo un gesto con la mano pidiendo calma.

- Tranquilo, Roy. Estamos haciendo más de lo que parece.

- ¿Cómo qué? La semana pasada mis hombres tuvieron que deshacerse de tres policías. Es el tipo de cosas que llaman la atención sobre nosotros y, lo que menos necesitamos, es llamar la atención.

- Lo sé. Soy consciente de ello.

El presidente dio un puñetazo en la mesa, haciendo que, durante un breve momento, rebotó en el suelo.

- ¡No estás haciendo nada en absoluto! ¡La policía está atando cabos, puedo sentirlo!

- La policía de la ciudad no es ningún problema. La tenemos lo suficientemente untada para que no interfiera en nuestros intereses.

El repentino giro de la conversación consiguió despertar mi interés preocupada por la posibilidad de que el cuerpo estuviese involucrado en esto. Pietro siguió hablando.

- También hemos hecho un buen trabajo deshaciéndonos de algunos detectives privados que se han cruzado en nuestro camino.

- Perfecto entonces. Hemos terminado por hoy. – Roy se levantó de la mesa. – Me has convencido, me gustaría darte las gracias por tu trabajo. Me mantendré en contacto personalmente contigo. ¡Nuestro negocio progresa!

- Gracias. – Pietro se levantó estrechando la mano de Roy antes de volver a sentarse.  

 

Roy se volvió y salió de la reunión, flanqueado por sus guardaespaldas. Decidí mantener mi posición y seguir vigilando a los Corelli puesto que los violadores a los que había detenido unas horas antes probablemente eran vástagos de los Corelli.

Pietro se ajustó su corbata.

- Espero que Chalmers no vaya contando por ahí lo de los polis a los que se ha cargado. ¡Quién sabe quien podría estar escuchando!

Una voz masculina detrás de él se echó a reír.

- Sí, no es más que un idiota.

Un coro de risas aduladoras surgió de entre los matones.

Pietro los acompañó brevemente antes de detenerse ante una mujer de pelo negro.

- Sobrina, ¿cómo van los pequeños proyectos que tu hermano y tú os lleváis entre manos?

- Ah… ummm… - ella empezó a tartamudear. – Lo estamos haciendo bastante bien, creo. Todos están bastante avanzados, sobre todo los más nuevos. Los más viejos avanzan tanto como pueden, creo.

- Bien, bien. Voy a tener que visitaros a tu hermano y a ti algún día.

- Por supuesto que sí, tío Pietro. Usted siempre es bienvenido en nuestra casa. – dijo haciéndole una reverencia a su superior.

Pietro se volvió hacia el hombre que permanecía a su derecha en la sombra.

- Vamos, Francesca me dijo que tendría una lasaña preparada para nosotros a las once. Estoy jodidamente hambriento. – dijo saliendo de la sala dejando de pie y sola a la mujer de pelo negro.

Me pareció raro ver a una mujer en una reunión de la mafia ya que, generalmente, suelen trabajar desde las sombras. Esta mujer era alta y delgada, aspectos que acentuaba el negro vestido sin mangas que vestía.

La mujer esperó a que todos se fueran antes de comenzar a plegar las mesas y las sillas y meterlas en su furgoneta verde lima.

Sentí curiosidad por conocer cuáles eran sus “pequeños proyectos” y decidí seguirla. Mientras la mujer metía las llaves en el contacto, con gracia salté desde el techo del almacén al suelo y sigilosamente planté un pequeño dispositivo de rastreo debajo de su parachoques trasero. Retirándome de nuevo entre las sombras vi a la camioneta alejarse. Después me metí entre los callejones en busca de mi motocicleta, discretamente aparcada detrás de un contenedor vacío.

Me despojé de la garra de mi mano izquierda y la guardé con el resto de mi equipo en el compartimento central de mi vehículo. Arranqué y comencé a seguir la señal de mi presa.

*****

Bajo el alias de Shadow Peregrine, llevaba años acechando a los elementos criminales de la ciudad noche tras noche. Si me preguntasen por qué lo hago, no sería capaz de dar una respuesta. Mi padre es el jefe de policía de la ciudad y, desde muy joven, me ha inculcado un fuerte sentido de lo que es correcto y de lo que no, haciendo que siempre me posicione del lado de la justicia. Sin embargo, no puedo recordar lo que me empujó a ser una vigilante enmascarada. Sólo que un día sentí que era lo que debía hacer.

Llevaba ya tres años y medio dedicada a la lucha contra el crimen, desde que cumplí los dieciséis. Con apenas un metro setenta de estatura, era inusualmente baja para una justiciera, pero trataba de compensar mi baja estatura con mi agilidad. He alcanzado también innumerables golpes, pero nunca lo suficientemente graves como para necesitar hospitalización. Los golpes, cortes y heridas eran atendidos de forma encubierta por muchos de mis contactos que apoyaban mi lucha contra el crimen. Hay mucha gente como yo dispuesta a saltarse la ley para mantener la ciudad segura.

Analizándolo ahora, no debería haber continuado aquella noche con mi misión. Mis costillas aun me dolían y, casi seguro, inicié mi cacería con una fractura sin tratar. Hoy estoy pagando mi osadía de aquella noche.  

 

*****

Tres horas más tarde, la camioneta verde abandonó la carretera para internarse en un camino de tierra. Conduje a través de campos de maíz con las luces apagadas y orientándome sólo aprovechando la luz de la luna y mi equipo de visión nocturna. Mi moto se movía silenciosa, ajustándose perfectamente a su propósito de moverse sigilosa y permanecer oculta.

Otro coche estaba estacionado fuera de la casa, a oscuras. Desde mi puesto de observación en el maizal vi como la mujer encendía las luces, subía las escaleras y se iba a la cama. Esperé una media hora, tiempo que estimé suficientemente para que se durmiese, y me arrastré hacia la puerta principal.

Como suele hacer la gente que vive en lugares aislados, no había cerrado la puerta con llave. Entré y mis ojos se adaptaron rápidamente a la oscuridad.

No vi nada de interés en el primer piso y dirigí mi atención al sótano. Por lo que parecía había sido recientemente renovado. Una bonita alfombra cubría el suelo. Las paredes estaban recubiertas por paneles de yeso que se interrumpían con frecuencia por gruesas puertas metálicas a ambos lados del sótano. Cada una de las puertas tenían numerosos pernos y cerraduras. Todas estaban cerradas salvo una que se hallaba entreabierta. Del otro lado pude escuchar la voz de una mujer. Presté atención pero sólo era una retahíla de palabras sin sentido, palabras aleatorias en la oscuridad sin ninguna correlación.

Me acerqué aun más, alejándome de la escasa luz de la luna y saqué una linterna de mi bolsillo. En el momento en que la encendí, un aullido perforó mis tímpanos al tiempo que una sombra se abalanzaba sobre mí. En la oscuridad, la muchacha gritó.

Instintivamente lancé una patada hacia delante con la pierna derecha y sentí como golpeaba, indiscutiblemente, la entrepierna de un hombre.

- ¡Joder! – le oí decir en voz baja mientras se revolcaba en el suelo.

El reflejo de la linterna reveló otra sombra. A ciegas lancé mi brazo derecho tratando, a ciegas, de golpearle. Mi puño rebotó en el pecho del hombre y este aprovechó para agarrarme el brazo debajo de su axila y golpearme con la mano derecha las costillas, justo donde una barra de hierro me había golpeado en la pelea con los violadores.

- ¡Ahhh…! Grité cayendo de rodillas al suelo, con el dolor rasgándome el pecho mientras el matón me sujetaba por el hombro.

- ¡La tengo! – gritó. Las luces se encendieron y la conductora de la furgoneta entró en la habitación.

Solo cuando las luces se encendieron pude percatarme de lo que era la habitación. Un calabozo, con cadenas colgando de las paredes y del techo. En las esquinas habían dos pequeñas celdas. Cada una de ellas ocupada por una mujer. En la de la izquierda, una chica rubia sentada en una posición forzada sobre un inodoro, con los brazos y piernas atadas al techo. En la otra, una mujer joven y delgada de pelo castaño y sucio, meciéndose adelante y hacia atrás murmurando entre dientes.

- ¿Es realmente ella? ¿Hemos capturado al fin a Shadow Peregrine? – dijo la conductora del la camioneta todavía con el negro vestido que llevaba en la reunión. Me había equivocado al suponer que se había ido a dormir. Me esperaba.

- Suéltame. – le respondí.

- Ohhhh… esto duele… - murmuró el hombre tendido en suelo con las manos aun sobre sus testículos.

La mujer se movió colocándose frente a mí y se inclinó, dejando al descubierto sus senos bajo su suelto vestido negro.

- No eres tan sigilosa como crees. Te vi subir a la azotea del almacén durante la reunión así como cuando pusiste el dispositivo de rastreo en mi furgoneta.

Maldecí entre dientes mi torpeza, sabiéndome al fin capturada. Ella continuó hablando.

- Vas a proporcionarnos una buena pasta cuando te vendamos, ¿no?

- ¿Qué…? ¿Qué quieres decir? – dije empezando a asustarme.

Ella se puso a reír.

- ¡Todos los elementos del hampa de la ciudad quieren un trocito tuyo! ¡Probablemente eres el artículo más deseado de la ciudad! – dijo volviéndose hacia sus lacayos. – Sujetadla, quiero divertirme un rato.

Me di cuenta de que los dos hombres eran gemelos. El que había recibido la patada se puso en pie y, junto con su hermano, cada uno me sujeto de un brazo y una pierna, inmovilizándome en el suelo.

Ella se colocó, de pie, entre mis piernas y apretó la suela de uno de sus zapatos con fuerza contra mi sexo. La presión hizo que me marease.

- ¿Por qué no averiguamos que esconde esa máscara tuya?

Se agachó y me quitó la máscara de la cabeza, liberando mis rizos de color rojo.

- No eres más que otra niña idiota con la cabeza llena de pájaros. Lo siento por ti. De todas formas tarde o temprano ibas a acabar allí como Stacy. ¡Qué potencial terriblemente desperdiciado! – dijo sarcásticamente.

Volví mi cabeza hacia la chica del inodoro. Una venda cubría sus ojos y una mordaza llenaba su boca. El despeinado cabello rubio se derramaba sobre sus hombros.

La mujer de pelo negro agarró el cuello de mi traje de spandex y tirando de él lo desgarró dejando libres mis senos. Siguió desgarrando mi traje hasta dejarme en ropa interior. Rápidamente también me arrancó las bragas, quedando toda mi ropa hecha jirones en el suelo. Deslizó una mano hacia mi entrepierna y exploró mi sexo.

- Hmmm… Interesante, eres virgen aun. Esto aumentará considerablemente tu valor. Ahora bien, si solo… - de pronto sus ojos se abrieron como platos y retiró con rapidez su mano de mi entrepierna.

- ¡Eres…! – hizo una pausa. - ¡Joder! ¡Eres la hija del Jefe de Policía!

- ¿Qué? – preguntó uno de los lacayos.

- ¡Es la hija del Jefe Morton! ¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! ¡No le podemos hacer esto!

- ¿Por qué no?

- Hay un pacto. ¡Joder! Enciérrala en la celda con Stacy. Tenemos que solucionar esto.

Uno de los matones me sujetó con un doloroso abrazo de oso y me llevó a la celda mientras que el otro continuaba hablando con la mujer.

- ¿Por qué no podemos retenerla? El Jefe nunca lo sabría.

- ¡Déjame un segundo! – gritó. – Tengo que pensar que hacer.

El hombre que me llevaba abrió brevemente la puerta de la celda y me tiró al suelo. Grité de dolor, casi seguro me había roto una costilla.

La mujer empezó a pasear frenéticamente por todo el calabozo, con una expresión de miedo en sus ojos. Por fin se detuvo.

- Dejémosla. Tengo que llamar a mi tío. Asegúrense que permanece bien encerrada y suban a la planta superior y comprueben que no haya ninguno de sus amigos por los alrededores.

Salieron de la mazmorra y cerraron la puerta, dejándome sola con las dos prisioneras.

La chica desnuda de la otra celda se arrastró hacia los barrotes y los asió con sus manos acercándose todo lo que pudo. Empezó a hablar atropelladamente.

- ¿Quién eres…? Te recuerdo… Yo lo recuerdo todo… Shadow Peregrine… Chica estúpida… Luchando contra aquellos más fuertes que tú… Yo antes hacía lo mismo… lo recuerdo… Una vez fui detective… Intenté ayudar a la perra del inodoro… ¡Acabé como ella! ¡Oh, Dios! – dijo soltando los barrotes y, acurrucándose en el suelo hecha una bola, se echó a llorar. Sus fuertes gemidos llenaban la habitación y herían mis oídos. Era una muchacha delgada, pero no parecía que padeciese hambre, su cabello castaño, bastante sucio, le llegaba hasta media espalda. Sus pechos eran demasiado grandes para un cuerpo tan delgado. Extrañas marcas subían y bajaban por sus brazos y piernas, como mordeduras de ataduras que hubiesen estado apretadas mucho tiempo. Sus muslos estaban cubiertos de moretones.

Sentí lástima por ella. En ese momento aun no sabía quién era, pero fuese quien fuese, esos monstruos la habían destruido.

Mi atención volvió a la chica del inodoro. No era tan delgada como la otra y, por lo que se veía, tenía brazos y piernas un poco musculados. Su posición sobre el inodoro era evidentemente temporal, ya que no había secuelas físicas que indicasen lo contrario. Debían bajarla para que hiciese ejercicio, aunque desconocía de qué tipo de actividad se trataba.

Me incliné sobre ella y accidentalmente rocé su piel, lo que hizo que se despertase. Empezó a mover frenéticamente la cabeza y a gemir tras la mordaza que llenaba su boca. Alargué la mano y tiré hacia debajo de la venda y la mordaza, dejando ambas colgando de su cuello.

Di un salto hacia atrás cuando descubrí la identidad de la prisionera.

Era Stacy Blue, una de las pocas amigas con las que crecí. Su padre y el mío eran buenos amigos y, con frecuencia, compañeros también de trabajo, por lo que siempre acabábamos viéndonos. Ella había sido como una hermana para mí. Hace dos años, cuando yo aun tenía diecisiete y era una justiciera novata, desapareció sin dejar rastro. Todos pensamos que había muerto, asesinada, mientras trabajaba en uno de esos casos en los que tanto disfrutaba trabajando.

- ¡Stacy! – grité. - ¡Oh, Dios mío, estás viva!

Ella me miró y sonrió, con sus azules ojos fijos en los míos.

- Deja que te ayude.

Me puse de pie ignorando el dolor punzante en mis costillas y solté las correas que la mantenían sujeta a la pared. Liberada de sus ataduras, se revelaron ante mi las muchas marcas que cubrían su, por lo demás perfectamente pálida piel. Pocas veces había visto antes una piel que no hubiese estado contaminada por las marcas de la luz del sol.

Poco a poco bajó del inodoro al suelo y se puso a cuatro patas, arrastrándose hacia mí. En su rostro apareció una maliciosa sonrisa, pero sus ojos parecían vacíos y desenfocados, como si mirase a través de mí y en vez de a mirarme a mí.

Me arrodillé en el suelo y me apoyé en mi mano derecha para aliviar la presión de mi costado izquierdo.

- Stacy, ¿estás bien? ¿Qué han hecho contigo?

Ella se acercó a mi sin hablar y me lamió la cara.

- ¿Stacy?

Sin previo aviso, me empujó en el hombro izquierdo haciéndome caer de espaldas. Se abalanzó sobre mí y me inmovilizó en el suelo. Traté de liberarme de su presa, pero mis costillas me dolían más que nunca.

Stacy Blue se inclinó aun más sobre mi rostro y cerró sus labios contra los míos. Su lengua pugnaba por entrar en mi boca. Aparté la cabeza.

- Stacy, ¿qué te pasa?

Como mi boca no estaba disponible, comenzó a lamer mis mejillas.

- ¡Stacy! – dije aun sabiendo que era inútil. Fuese lo que fuese lo que esos monstruos le hubiesen hecho, necesitaría más que mis sencillas palabras para deshacerlo. Me di por vencida y la dejé salirse con la suya, o a los que le habían lavado el cerebro para que lo hiciese. Me quedé allí, quieta, tendida de espaldas, con los brazos a los costados. Giré mi cabeza hacia ella y acepté su lengua en mi boca.

Su avidez me sorprendió y, aunque mi lengua no correspondió a la suya, algo se apoderó de mí. Mi cuerpo se puso cada vez más y más caliente mientras ella me besaba y me acariciaba. Cuando estuve húmeda, ella levantó la cabeza olfateando el aire, se dio la vuelta colocando su culo sobre mi cara y empezó a lamer mi sexo. Cerré los ojos y la dejé hacer.

Ella exploraba profundamente con su lengua mi sexo, acariciando mis muslos con sus manos mientras lo hacía. Trabajaba con rapidez y eficacia, llevándome rápidamente a un orgasmo que sacudió mi cuerpo y que ella pareció ignorar continuando con sus lametones durante lo que me parecieron horas.

Cuando, finalmente, los Corelli la apartaron de mí, mi mente y mi cuerpo estaban exhaustos por el placer obtenido. Aun así, me compadecí de su terrible estado y temí que yo pudiese llegar algún día a convertirme en ella, un pedazo de carne sin cerebro que no podía hacer nada más que dar placer.

Mi última visión de la mazmorra fue de Stacy Blue, acurrucada en el suelo, con una beatífica sonrisa de felicidad en su rostro.

*****

Me dejaron desnuda, amordazada y atada dentro de una caja de cartón frente a la puerta de la casa de mi padre. Entre mis pechos se hallaba una carta escrita a mano por Pietro Corelli. Embalado a mi lado, descansaban los restos de mi traje.

La criada de mi padre, Leonor, me arrastró dentro de la casa maldiciendo todo el tiempo por el peso del paquete. Grité tras la mordaza, pero ella no podía oírme.

Mi padre descubrió el paquete en el centro del salón cuando llegó a casa para el almuerzo. Su rostro se transfiguró en una expresión de terror al ver mi cuerpo desnudo y atado. Se agachó para quitarme la mordaza pero se detuvo al ver la nota de Pietro Corelli. Mi propio padre me mantuvo en ese vergonzoso estado para leer la carta, dando prioridad al trabajo antes que a su hija.

- ¿Qué demonios te crees que estabas haciendo? – dijo momentos después tras quitarme la mordaza.

- Luchando contra el crimen, igual que tú.

Él alzó la mano y me asestó una terrible bofetada antes de agarrarme de los brazos y sacarme de dentro de la caja y sacudirme los restos de material de espuma de poliestireno del embalaje. Nunca antes me había pegado.

- Tienes suerte de que no te hayan matado.

- Te temen. – dije recordando la cara de pánico que pusieron cuando descubrieron mi identidad.

Cortó las cuerdas con unas tijeras antes de castigarme con sus palabras en un tono de voz lleno de inusitada ira.

- Vístete y vuelve aquí. Tenemos mucho de lo que hablar. – dijo empujándome hacia la puerta. Corrí a través de la sala de estar haciendo todo lo posible por cubrir mi desnudez con las manos. Leonor dejó caer los platos que llevaba cuando me la encontré saliendo de la cocina.

Me coloqué una buena cantidad de vendajes alrededor de mi caja torácica y volví a bajar minutos más tarde, vestida con una camiseta, pantalones vaqueros y unas gafas sin graduar, agradecida de estar finalmente vestida después de mis casi doce horas de calvario a manos de los Corelli.

Mi padre estaba sentado en su silla tras el escritorio, encorvado, el sudor perlaba su frente. No recordaba haberlo visto nunca antes con un aspecto tan demacrado. Se volvió hacia mi.

- No tienes ni idea de lo que has hecho, Laura. – dijo con voz temblorosa.

- Lo siento, papá. No esperaba que me atrapasen.

- Laura, no sé qué motivos te han llevado a una mascarada como esta, pero se acabó. No lucharás más contra el crimen o lo que demonios creas que haces.

- No puedo dejar de ayudar a la gente.

- ¡Ellos saben quién eres!

- No se atreverán a tocarme. – dije desafiante, creyendo que el nombre de mi padre me seguiría protegiendo.

- Sí, Laura, lo harán. Yo tenía un pacto con ellos, pero por tu culpa se ha roto. Les has dado ventaja.

Me quedé paralizada por un momento, sorprendida por la confesión de corrupción de mi padre. Nunca antes me había sentido tan traicionada. ¿Mi padre trabajaba con los Corelli? Era impensable.

- ¡Eres el Jefe de Policía! ¿Cómo puedes aliarte con esos matones?

- Me amenazaron con haceros cosas indecibles a ti, a tu madre y a tu hermana. Por vuestra seguridad, tuve que aceptar sus condiciones.

- ¿Qué vas a hacer? ¿Cómo has podido traicionar a la ciudad?

- Era la ciudad o mi familia. Elegí a mi familia.

- ¡Podemos acabar con ellos! ¡Sé donde tienen a Stacy Blue!

Él simplemente me miró por un segundo antes de bajar la cabeza hacia el suelo.

- Laura, ahora saben quién eres. ¿No entiendes lo que eso significa? No puedes continuar y si lo haces, los Corelli pueden revelar tu identidad. Hay cientos de personas que desean ver sufrir a Shadow Peregrine y, aunque tú estés dispuesta a asumir el riesgo, ellos sin duda también dirigirán sus ataques sobre tu madre y tu hermana.

Mi corazón se quebró y caí de rodillas al suelo. Imágenes de mi madre y mi hermana sometidas a los mismos horrores que destruyeron a Stacy inundaron mi mente, y yo no podía hacer otra cosa que permanecer allí en estado de shock. Lo jodí todo. Las cosas no tenían que terminar así. Ya no había ninguna solución. Ya no solo tenían que amenazar a mi padre. Ahora que conocían mi identidad tenían a mi familia en sus manos.

- Tenemos que escondernos, pasar a la clandestinidad. – dije.

- Nos encontrarían, Laura.

Me eché a llorar desconsolada cuando me di cuenta de que todo había terminado. Lo había fastidiado todo y tendría que pagar el precio. Tendría que hacer lo que los Corelli me habían pedido.

*****

Por favor, si alguien alguna vez descubre la verdad de todo lo sucedido, le ruego que me perdone. Hice lo que tenía que hacer para sobrevivir.

Ahora ayudo a esa gente. La corrupción de mi padre se me ha contagiado. No sé por qué mi padre se convirtió en el poli corrupto que es, pero ahora yo soy como él, cometiendo indescriptibles actos para sobrevivir. Los Corelli son unos auténticos monstruos y yo les permito cumplir sus fechorías.

Para el público en general sigo siendo Shadow Peregrine, la campeona de los indefensos, pero para aquellos que detentan el poder real, solo soy un peón.

Así que aquí sigo, como la amoral perrita faldera de la familia Corelli. Rara vez pasa un día sin que me recuerden que les pertenezco, que si quisieran podrían revelar mi nombre a las otras familias exponiéndome a la peor de las retribuciones.

Incluso cuando tengo que actuar como su juguete, sé que podría ser peor. Podría ser como Stacy Blue, la mejor detective que el mundo haya visto, caída y destruida. Mi mayor miedo es ser violada y torturada durante años como le ha sucedido a ella, y para evitarlo, no voy a hacer nada en contra de ellos.

Me da igual el número de mujeres que deba traicionar para conservar mi libertad, pero la conservaré.

FIN

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