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Eva al desnudo

en No Consentido

Interesante relato propiedad de Esther Le Chat aparecido en la web BDSM Library y que espero que disfruteis tanto leyéndolo como yo traduciéndolo.

Stephanie permanecía de pie en un rincón aislado de la enorme celda y, discretamente, tomó el pequeño teléfono de su bolsillo. Había sido idea de Eve que entrase encubierta como reclusa en el área de espera para que pudiese hablar con las mujeres que esperaban para ser internadas, pero se suponía que su asistenta tendría que haberla sacado de allí hacía una hora.

Stephanie, impaciente, escuchaba el tono de llamada: ocho… nueve… ¿Por qué no descolgaba Eve?

- ¿Hola? – finalmente escuchó la voz de Eve.

- ¿Dónde demonios estás? – susurró furiosamente Stephanie, tratando de ocultar su conversación a las otras reclusas. - ¡Se suponía que el alcaide y tú me ibais a soltar ya! ¡Algunas de estas reclusas dan verdadero miedo!

- Cálmate, Stephanie. – dijo Eve. – Ha habido un cambio de planes. ¿Cómo van las cosas en el “tanque”?

- Maravillosamente. – contestó sarcásticamente Stephanie. – Estoy encerrada en una celda con tres asesinas, cuatro yonkis y una mujer que violó a otra con una botella. Una maravilla. ¡Ahora sácame de aquí!

- ¿Recopilaste la información que necesitabas? – preguntó maliciosamente Eve.

- Sí, así que sácame de aquí. – repitió Stephanie. – Han sacado ya a la mitad de las mujeres que esperaban ser internadas. No tenemos mucho tiempo.

- No, no lo tenemos. – observó casualmente Eve. – El alcaide me ha enseñado las grabaciones de las mujeres sentenciadas esta tarde. Registro corporal, ducha, desinfección y colocación del uniforme se hace en cuestión de minutos. Los guardias son muy eficientes, aunque los muchachos parecen disfrutar realmente de su trabajo, sobre todo cuando se trata de una cosita bonita como tú en el otro extremo de sus guantes. ¡Pueden procesar cien mujeres en una hora!

Es difícil gritar y susurrar al mismo tiempo, pero, de alguna forma, Stephanie lo logró.

- ¡Eve, tienes que sacarme de aquí! ¡AHORA!

A los oídos de Stephanie llegó el sonido de una risa masculina.

- No, Steve. – rió Eva. – He tomado ya demasiado champán. ¡Definitivamente mi cabeza da vueltas! Hace tanto calor… ¿te importa si me quito la chaqueta?

- ¿Steve? – preguntó Stephanie. - ¿Quién demonios es Steve? ¿Dónde estás?

- Steve es el alcaide, tonta. – respondió Eve. – Sugirió que viniésemos a su casa de la playa, así yo podría conseguir algo de información adicional para mi entrevista con él mañana.

- La entrevista la hago yo, Eve, no tú. – espetó Stephanie. – El equipo de cámara llegará mañana al mediodía y entrevistaré al alcaide en su despacho.

- Como ya te he dicho, ha habido un cambio de planes. – respondió Eve. – Le he sugerido a Steve que te permita seguir actuando encubierta durante unos pocos días mientras yo realizo el trabajo delante de las cámaras. Me hiciste la promesa de que, si trabajaba duro, algún día tendría mi oportunidad.

- Me refería a dentro de algunos años. – gruño Stephanie. – Estas realizando tus prácticas universitarias aun, ¡y sólo llevas dos semanas trabajando para mí!

- Pero sabes que aprendo rápido. – respondió alegremente Eve. – Y tú misma me has dicho que los noticiarios de la televisión siempre andan buscando nuevas caras jóvenes.

Stephanie apretó los dientes. A sus veintinueve años, la bella locutora rubia apenas podía considerarse una mujer del montón, pero cualquier mujer daría lo que fuese por poseer las curvas de su bien formada asistenta de veintiún años, Eve.

Stephanie siempre había recelado de la buena apariencia y de la descarada ambición de la muchacha, relegando rápidamente a la pequeña coqueta advenediza a serviles tareas de oficina y personales. Pero tras dos semanas recogiendo la ropa de Stephanie, paseando al perro de Stephanie y lavado el Corvette de Stephanie, la tarde anterior se había quejado a su tío y Stephanie se vio obligada a llevarla consigo en su reportaje de investigación en la prisión de mujeres.

- Te juro que como no me saques de aquí, estarás despedida.

- Calma, calma, Stephanie. – dijo condescendientemente Eve. – No puedes despedirme, me han contratado, principalmente, porque mi tío es el propietario del canal de televisión. Y en el momento en que salgas de la cárcel, el reportaje ya habrá sido emitido. Pero no te preocupes. Aunque yo haré la voz en off y las entrevistas, tú todavía obtendrás bastante tiempo ante la cámara. Todos los registros corporales, duchas y todas esas cosas son grabados en video, aunque mi tío dice que tendremos que pixelar las imágenes para ocultar tus partes íntimas cuando separes tus piernas. Pero me dijo que puedo enseñar tu desnudo trasero en antena si leo uno de esos avisos de advertencia a los padres antes de que aparezca. Por eso le pregunté a Steve si era posible que se te administrase una sesión disciplinaria.

- ¿Sesión disciplinaria? –Stephanie se quedó sin aliento.

- Sip, ya sabes, con las correas que se usan para afilar navajas. Las aplican en el patio. Te atan sobre un potro y luego se dedican a calentar tu culito con esa gran correa negra y vieja de afilar navajas que usan para disciplinar a todas las chicas. La mayor parte de las veces dejan que las chicas lleven puestas las bragas, pero he convencido a Steve de que, en tu caso, un bajado de bragas sería lo mejor. Atrae audiencia, ya sabes. – Eve se rió.

- ¡No puedes estar hablando en serio, Eve! ¡Soy una mujer adulta! ¡No pueden azotar mi trasero desnudo…! ¡Y menos ante la televisión! No puedes humillarme de esa forma.

- No te avergüences por ello, Stephanie. – dijo Eve con simpatía. – En lo que tienes que pensar es que incluso las presas más duras se vienen abajo, mueven sus pequeños traseros y acaban prometiendo ser buenas niñas una vez que la correa comienza a caer sobre ellas. Mientras te azotan, mi voz en off tratará de explicar cómo la correa de afilar puede hacer que incluso una bien educada y sofisticada profesional como tú mueva su culo como una adolescente traviesa castigada en el cuarto oscuro.

- Pero lo mejor es que el alcaide dice que te dará un correazo desde abajo, estando tu a horcajadas sobre el potro. – dijo Eve sin aliento. – ¡Eso significa que, al levantar tu culo hacia arriba, la cámara podrá ver directamente entre tus piernas! Por supuesto que, como dice mi tío, nos disculparemos por no haber pixelado la imagen y afirmaremos que lo habíamos advertido anteriormente. Pero lo importante es que eso disparará la audiencia.

- ¡No me importa la audiencia! ¡Sólo quiero salir de aquí!

- Pero piensa en ello, Stephanie. ¡Semanas de noticieros abriendo con imágenes tuyas siendo registrada y azotada! ¡Semanas con imágenes tuyas en diminutos pantalones cortos y con una camiseta ajustada, sudorosa, encadenada a las otras presas y fregando los aseos! Y yo estaré allí con mi fresca chaqueta azul, narrándolo paso a paso. Seremos el equipo perfecto, Stephanie. Con mi cerebro y tu lindo cuerpecito, nos haremos de oro. ¡Joder con la televisión! Con este trabajo seguro que conseguiré una oferta de uno de los grandes de los medios de comunicación.

- ¿Y qué pasará con mi imagen? – se lamentó Stephanie. – Después de que salga desnuda en televisión seré el hazmerreír de la profesión. ¡No voy a volver a trabajar jamás!

- No seas tonta. – dijo Eve condescendiente. – Las revistas masculinas siempre andan en busca de presentadoras famosas para hacer reportajes fotográficos. Y no debes olvidarte de la industria de videos para adultos. Naturalmente me quedaré con toda la pasta de la versión del video doméstico, ya que para eso soy el cerebro. – explicó con pedantería. –Pero ten en cuenta de que el video no estará estúpidamente pixelado y será un enorme éxito de ventas, con lo que conseguirás así tu primer éxito en el mundo del video para adultos.

Stephanie estaba horrorizada, pero sabía que no podía demostrarlo.

- Eve, ponme con el alcaide, ¡ya! – ordenó a su asistente.

- Lo siento, el pobre está tratando de encontrar otra botella de champán. – dijo Eve. – Pero me dejó un mensaje para ti. Dice que las otras reclusas pueden ser muy duras con una joven cosita linda como tú y que no debes avergonzarte de lo que tengas que hacer ahí para sobrevivir. Las pequeñas rubias lindas suelen ser presa de alguna reclusa bollera o de algún guardián caliente, y si tienes que convertirte en la perrita juguetona de alguien para sobrevivir, nadie va a echártelo en cara.

- ¿Realmente te dijo eso? – preguntó, sin aliento, Stephanie.

- Bueno, sus palabras exactas fueron: “mamar una fila de badajos o masticar algunos felpudos es un pequeño precio a pagar para salir de ese nido de víboras”. ¡Stevie puede ser a veces un poco melodramático! – contestó riendo.

- Dime, ¿eres rubia natural, Stephanie? – continuó hablando Eve. – Yo creo que sí, pero Steve no está seguro. De todas formas, Steve dice que un coñito rubio en prisión vale más que el tabaco, y que estarás bien si te conviertes en la zorrita de alguien.

La mano de Stephanie instintivamente voló a tapar su entrepierna. La idea de que el color de su suave pelusa se utilizase para fijar su precio de mercado era demasiado humillante para soportarla.

Oyó una confusión de voces al otro lado de la línea, seguida de más risas.

- ¡Oh, Stevie, has derramado champán por toda mi blusa! – rió Eve entre dientes. - ¡Ahora voy a tener que quitármela! Espero que este no fuese tu plan desde el principio. Eres un chico muy travieso.

Entonces una mano agarró a Stephanie y la hizo girarse bruscamente para encontrarse con la mirada fija de Bertha, una enorme negra de casi 150 kilos y unos quince centímetros más alta que la pequeña reportera rubia, clavada en ella.

Stephanie se estremeció cuando la mano de Bertha se cerró alrededor de su cuello.

- ¿Has estado escondiéndome este teléfono, blanquita? – gruñó Bertha. -  A Bertha no le gusta que sus perras blancas le escondan algo. Pagarás esta noche por eso, mejillas dulces.

La gigante negra arrebató con facilidad el teléfono de la mano de Stephanie, pero esta pudo aun oí la cantarina voz de Eve al otro lado de la línea.

- Tengo que colgar, Stephanie… Stevie se está poniendo juguetón. Pero me parece que pronto conseguirás nuevas compañeras de juego que te hagan compañía. Sé buena. Y recuerda, llegaré a tiempo de para ver mañana el video de tu primera noche en la cárcel. ¡Chaíto!

La reclusa negra colgó de golpe el teléfono y se lo guardó en un bolsillo mientras, casi sin esfuerzo, levantaba a la jadeante Stephanie por el cuello hasta dejarla de puntillas.

- ¿Qué más le estás escondiendo a Bertha, blanquita?

Los regordetes dedos de Bertha empezaron a toquetear el hombro de Stephanie y se deslizaron poco a poco hasta dar un apretón juguetón al pecho derecho de la periodista.

- Me gusta que todas mis tetitas sean suaves y blanquitas. ¿Tienes algo de rica, cremosa y blanca lechecita para Bertha, perra? – dijo riendo la convicta. – Déjame oírte como dices “muuuu”.

Stephanie no dijo nada y le apretón de Bertha en su cuello se tensó haciéndola jadear.

- Te he dicho que digas “muuu” para mí, vaca blanca. Muge para mí, así sabré si ya es hora de ordeñar tus pequeñas y lindas ubres.

- ¡Muuuuu…! –jadeó sin aliento Stephanie, tratando de contener las lágrimas causadas por la humillación. - ¡Muuuuu…!

- ¡Más fuerte, vaquita! – dijo Bertha riendo entre dientes. – Muge para Bertha y pídele que te ordeñe.

- ¡Muuuuuuuu…! - gritó Stephanie. - ¡Muuuuu! ¡Muuuuu…!

- Eso es, vaquita lechera. – se burló Bertha. – Tus mugidos son realmente lindos, chica blanca. Estoy segura que cuando chupe esas pequeñas ubres blancas me darás todo tipo de deliciosa y cremosa lechecita blanca.

La mano de Bertha abandonó el pecho de Stephanie y juguetonamente manoseó la parte baja de su nalga izquierda.

- Tal vez debería marcarte para que todo el mundo sepa que me perteneces, vaca blanca. – dijo Bertha. – Cuando lleves mi marca toda la peña sabrá que soy la dueña de tu lindo culito.

- Ya vale, señoras… a la sala de al lado para revisar y entrar. – ladró la voz de un guardia.

Stephanie jadeó mientras Bertha soltaba su tráquea. Nunca imagino que iba a estar agradecida de escuchar a un enorme hombre hispano llamarla para la revisión e internamiento, pero había llegado el momento.

¡FLASH! ¡FLASH! ¡FLASH!

Se sintió marear cuando los guardias tomaron fotos para su ficha policial y sus impresiones dactilares. Como le había predicho Eve, el proceso fue rápido, eficiente y rutinario.

Pero no había nada rutinario en el proceso que se llevaba a cabo en la sala siguiente.

- Quítate la ropa, toda, y colócala en la caja de cartón que tienes delante de ti. Reloj, joyas, pendientes, ropa interior… todo. – ladraba una matrona. – A pelo.

Stephanie miró con incredulidad a la matrona que le había ordenado desnudarse. ¿No se daba cuenta de los cuatro agentes de sexo masculino que permanecían en pie detrás de ella?

- ¿Delante de ellos? – rechinó Stephanie.

- No seas tímida, Ricitos de Oro. – se rió la matrona. – Los chicos van a estar mirando como te desnudas, te duchas y meas durante el resto de tu condena. ¡No vas a tener secretos para los chicos!

Stephanie se sonrojó al sentir como los sonrientes hombres detrás de ella la desnudaban con los ojos. Sus elegantes ropas, su moldeada figura, su aspecto de estrella de cine rubia y sus inocentes ojos claramente la convertían en el primer plato del menú de esta noche.

Stephanie miró a su izquierda. Su némesis, Bertha, solo llevaba puestas ya sus holgadas bragas. Con una mueca, empezó a quitarse su chaqueta.

Zapatos… blusa… falda… medias… sujetador y, finalmente bragas.

El resto de las mujeres acabó desnudándose mucho antes que Stephanie, pero a nadie parecía importarle. Incluso la guardia marimacho se divertía contemplando a la aterrorizada belleza despojarse lentamente de sus inmencionables encajes bajo las brillantes luces fluorescentes y la atenta mirada de los cachondos guardias varones… y de Bertha.

Stephanie colocó sus dedos en la cinturilla de sus bragas y liró hacia arriba, a la cámara montada en el techo. Apretó los dientes imaginando como Eve veía con aire satisfecho el video de su rendición final, de su conversión en una tenue prenda al control del estado.

Trató de ignorar los silbidos lobunos y las risas mientras se terminaba de quitar su ropa interior de encaje y la depositaba en la caja delante de ella. Eve había tenido razón. Las rubias naturales eran populares en la prisión.

Procuró también no pensar en el indiscreto objetivo de la cámara cuando obedientemente se dio la vuelta, se inclinó y colocó las palmas de sus manos en el cemento del piso. Había asumido que sería la matrona la que llevaría a cabo el registro de sus orificios, pero fue el joven guardia hispano el que le ordenó separar las piernas.

Ella hizo una mueca cuando aquellos grasientos dedos enguantados examinaron primero su expuesto sexo y luego su ano. A través de sus piernas, ampliamente separadas, pudo ver que el hombre estaba arrodillado a su izquierda, por lo que la cámara habría podido grabar cada momento del vergonzoso examen. Apretó los dientes con rabia imaginándose a su alegre rival riendo en la cabina de edición como si fuese un hombre de diecinueve años examinando a una puta barata.

La imagen estaría pixelada para la televisión, pero Stephanie sabía que la edición podía ser poco precisa… Y la versión de video doméstico no dejaría nada a la imaginación.

Tras el humillante registro de sus cavidades, el agua helada de la gran ducha común fue casi un alivio. Cerró los ojos y trató de no pensar en las omnipresentes cámaras, dejando que el agua fría recorriese su cuerpo desnudo.

- Déjame lavarte la espalda, mejillas dulces.

Stephanie se tensó al sentir los carnosos dedos de Bertha. Ella intentó apartarse y alejarse de Bertha, pero ésta, sin esfuerzo, la atrajo de nuevo hacia sí y empezó a enjabonar el cuerpo de la temblorosa reportera.

- Deja de retorcerte, muchacha blanca. – se burló Bertha. – Recuerda que Bertha todavía debe probar esta noche el sabor de tu dulce leche blanca… ¡Y espero que uses esa descarada boquita y tu dulce lengua también conmigo!

Stephanie se estremeció asustada y Bertha la sujetó con más fuerza.

- Sí te resistes, podría marcar esos dos dulces bollitos tuyos para que toda la peña sepa que eres mía, chica blanca. – le dijo Bertha a Stephanie propinándole un agudo pellizco de advertencia en una nalga. – Pero si te portas bien, yo también lo haré…

Stephanie miró a los guardias en busca de ayuda, pero estos simplemente le sonrieron. Cerró los ojos y apretó los dientes mientras Bertha comenzaba a recorrer con sus gruesos dedos entre las piernas de la ruborizada rubia.

La reportera se sonrojó aún más profundamente cuando un sonriente guardia masculino procedió a desparasitarla con una manguera, prestando especial atención a su entrepierna. El penetrante olor del desinfectante la hacía llorar y el ardiente y picante aerosol hacia contraerse su coño.

A Bertha se le permitió vestirse con unos vaqueros azules, ropa interior de la prisión y una camiseta, pero a Stephanie y al resto de la “carne fresca”, se les proporcionó una bata naranja corta sin mangas y unas chanclas antes de enviarlas a sus celdas.

*****

Stephanie yacía en su litera y miró con tristeza hacia las cámaras de TV del techo. Bertha plantó un suave beso detrás su oreja y mesó con sus dedos gruesos el rubio y largo cabello de la humillada reportera. Bertha la trataría con dulzura… si ella hacía todo lo que le pidiese.

Incluso mientras se retorcía bajo los toques de la negra, Stephanie se imaginaba a su suplente en la casa de la playa del alcaide, soñando con su camino a los premios Emmy. La lujosa cama del alcaide era, sin duda, mucho más cómoda que la tabla que Stephanie poseía ahora.

Se sonrojó mientras imaginaba a Eve viendo la grabación de su primer encuentro lésbico. La imagen de la orgullosa y rubia presentadora arrodillada entre las piernas de la enorme mujer negra era humillante, pero, a decir verdad, sabía que Eve tenía razón. Quedaría genial en televisión.

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