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Escuela para Jóvenes Precoces II: Inspección

en Control Mental

Nueva historia de The Sympathetic Devil aparecida bajo el título “Inspection” en la Web “Erotic Mind Control”. Como siempre, deciros que el autor agradece comentarios y sugerencias en su correo thesympatheticdevil@hotmail.com, y pediros disculpas por los errores de traducción y por los problemas surgidos en las versiones anteriores eliminadas. Gracias por vuestra paciencia.

- ¡Bienvenida, alcaldesa Hilbert! – dijo el hombre de traje claro levantándose de su asiento. - ¡Vamos, pase! ¿Y quienes son sus encantadores acompañantes?

- Esta es Teagan Driver, del distrito escolar, - presentó distraídamente Lois – y la concejal Janelle Nguyen.

- ¡Bienvenidas! ¡Bienvenidas a nuestra pequeña escuela! – dijo el director. – Gracias por acompañar a nuestras visitantes, Sheena.

- De nada, Dr. Torrent. – dijo la pelirroja pechugona vestida con un jumper púrpura que se esforzaba por contener su increíblemente curviliíneo trasero. – ¡Ya sabe que me encanta ayudar!

Y dijo esto último lanzando una risita tonta.

- Y me has sido muy útil. – elogió el hombre con un tono condescendiente que a la mujer pareció ser completamente ajena y que, sin embargo, logró que su sonrisa se hiciese aun más amplia. – Vuelve a la recepción por si acaso se presentase más gente que necesitase de tu ayuda.

- ¡Cómo ordene, jefe! – contestó la muchacha lanzando un pequeño saludo antes de lanzarse dando saltitos al pasillo.

- Lamento mucho que hayan tenido que llegar conduciendo hasta aquí, - dijo el director. – Me hubiese gustado haber sido yo el que se desplazara hasta el ayuntamiento durante las próximas vacaciones de primavera. Realmente no puedo abandonar la escuela durante el periodo lectivo. Tal vez si encontrase un subdirector en el que confiar… Quizás algún día… Pero en estos momentos mi lugar está en la escuela.

- Sí, bueno, puedo ver el por qué usted no quiere dejar a Sheena a cargo de la escuela. – dijo Lois con un tono cargado de desprecio.

El director rió encogiéndose tímidamente de hombros.

- Ella es muy buena en su trabajo, pero el conjunto de sus habilidades es… digamos… limitada. – admitió.

- ¿Y cree usted que es realmente sensato dejar que una mujer de sus… proporciones… esté así vestida en una escuela de chicos, Dr. Torrent? – preguntó la alcaldesa.

- ¡Esto no puede tolerarse en una escuela de este distrito! – exclamó voluntariosa Teagan Driver, con el ceño fruncido en su regordete rostro.

- Bueno, oficialmente no pertenecemos al distrito. – señaló el Dr. Torrent. – Y lo que es válido en otras cuelas no necesariamente debe serlo en la “Escuela para Jóvenes Precoces”. Esto me lleva a plantearme un tema delicado. ¿Por qué, exactamente, desea usted está reunión? Somos una escuela privada y no estamos bajo su juridiscción.

- Todos los menores en los límites de la ciudad están bajo nuestra juridiscción. – señaló Janelle, su formación jurídica había sido la principal razón por la que Lois le había pedido que la acompañase. – Y todas las empresas privadas con licencia municipal están sujetas a revisiones periódicas para determinar si violan o no las normas comunitarias.

- Pero esa norma fue, sin duda, establecida para los bares y clubes de caballeros, no para las escuelas. – dijo el Dr. Torrent.

- La norma no especifica su marco de actuación. – replicó Janelle. – Cualquier empresa puede violar potencialmente las normas municipales y cualquier tipo de negocio está sujeto a revisión.

- Y si éste potencialmente pone en peligro a menores de edad, tenemos que estar aun más atentos. – afirmó Teagan.

- ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! – admitió el director. – En ningún momento les estoy diciendo que no puedan inspeccionar la escuela. Realmente no tenemos nada aquí que ocultar. Por el contrario, ¡estoy orgulloso del trabajo que estamos haciendo! Estos chicos necesitan una atención especial que sólo aquellos de nosotros que entienden sus talentos únicos podemos ofrecerle. Sin embargo, ustedes no están aun en condiciones de comprender todo lo que pasa aquí, así que me gustaría asignarles a cada una de ustedes un acompañante para que pueda resolverles cualquier duda que les pueda surgir.

- Y que nos mantengan alejadas de cualquier cosa que usted prefiriese no ver. – apostilló Teagan.

- En absoluto. – corrigió el Dr. Torrent. – En realidad es más por el bien de los acompañantes que por otra cosa. Esto se debe a nuestra falta de subdirector. He comenzado un programa de prácticas con algunos de nuestros nuevos graduados. Estos jóvenes son los estudiantes con más talento que hemos tenido matriculados en el centro y espero que, algún día, puedan ser capaces de ayudarme aquí o, incluso, abrir y dirigir otros centros en otros lugares del país y del mundo. Pasando el iempo con ellos, no sólo serán ustedes capaces de ver el producto final de nuestro sistema educativo, sino que tendrán además la compañía de alguien que conoce la escuela por dentro y por fuera y que les ayudará a entender nuestros métodos educativos.

Lois miró a Janelle y Teagan. Lo que el director decía parecía razonable.

- Muy bien. – dijo la alcaldesa.

- Voy a llamarlos. – dijo el director al tiempo que presionaba un botón de su mesa. – Carlos, Dyson, William… Por favor, preséntense en la oficina del director.

Las mujeres pudieron oír el eco del llamamiento recorriendo los pasillos.

- Esperemos unos minstantes. – dijo el director.

- Ha mencionado usted que sus estudiantes poseían características únicas. – dijo Teagan. - ¿A qué se refería con eso? ¿Tienen necesidades especiales?

- Bueno, supongo que tienen las mismas necesidades que otros jóvenes de su edad. – dijo el Dr. Torrent encogiéndose de hombros. – Sólo que tienen algunas formas especiales de satisfacer esas necesidades.

Sin embargo, antes de que la representante del distrito escolar pudiese pedir una explicación a las palabras del director, tres jóvenes Adonis entraron en el pequeño despacho. Los muchachos eran un ejemplo de diversidad racial, con sus pieles del color de la canela, el ébano y el cremoso melocotón, pero todos eran altos, de ojos brillantes y espalda ancha.

A Lois se le aceleró la respiración. Jamás había contemplado tanta masculina perfección. Pero, ¿por qué estaba sintiendo esa extraña sensación física? No se había sentido así desde sus tiempos en la escuela secundaria. El joven latino le sonrió directamente, atrapándola con su ardiente mirada antes de volver la vista hacia el director. Lois se estremeció. ¡Dios, era hermoso!

- ¿Nos llamaba, Dr. Torrent? – preguntó el muchacho.

Sin duda, de los tres, él era el líder. Lois lo supo al momento. Tenía cualidades de liderazgo, como ella. ¿Consideraría el muchacho la posibilidad de realizar una pasantía en la alcaldía? ¡Ella podía enseñarle tanto! Siempre evitaba emitir juicios acerca de nadie hasta que llegaba a conocer bien a esa persona. Nunca tomaba decisiones a la ligera. Se enorgullecía de su forma de ser metódica y reflexiva. Pero había algo en ese chico tan… ¡convincente! Sentía mariposas en su estómago.

- Estas bellas damas están aquí para realizar una inspección, Carlos. – dijo el Dr. Torrent. – Les presento a la alcaldesa Lois Hilbert, a la concejal Janelle Nguyen y a Teagan Driver, del distrito escolar. Me gustará que las acompañaseis a cualquier lugar de la escuela que deseen visitar y contestaseis a cualquiera de sus preguntas y, por supuesto, les proporcionéis todo aquello que las señoras necesiten. Sois los mejores graduados que nunca hemos tenido y estoy seguro de que haréis todo lo posible para demostrar lo orgullosos que estamos de nuestra escuela.

- Definitivamente, Dr. Torrent. – contestó el chico pálido y pelirrojo apartando la mirada del director para clavar sus ojos verdes brillantes en Teagan. - ¿Iremos todos juntos o escoltaremos individualmente a cada una de ellas?

- Bien, eso depende de las señoras, supongo – contestó el director. – Os llamé a los tres para que así pudiésemos ser flexibles con estas invitadas tan importantes.

- Es bueno ser flexible. – dijo el chico de piel de ébano volviéndose para mirar a Janelle con ojos de chocolate líquido.

- Oh sí… - susurró en voz baja la concejala.

- Tengo una idea. – dijo el latino… Carlos… que nombre más bonito… - ¿Por qué no acompaño a la alcaldesa Hilbert al aula de arte? Dyson puede acompañar a la concejala Nguyen a la biblioteca y William puede llevar a la señorita Driver a ver el gimnasio. Así podemos responder de forma individual a cualquier pregunta que nos hagan y luego pueden ellas reunirse en un aula para comparar sus notas.

- ¡Esa es una idea brillante! – exclamó Lois asumiendo la idea como suya. - ¡Es rigurosa y eficaz a la vez!

- Gracias, Sra. Alcaldesa. – contestó el joven enarbolando una devastadora sonrisa. – Siempre me esfuerzo en ser cuidadoso en todo lo que hago.

Toda clase de pensamientos inadecuados cruzaron en rápida sucesión la cabeza de Lois haciendo que se sonrojase mientras trataba de reprimirlos. ¿Realmente era tan buena idea quedarse a solas con aquel joven?

Una ola de calor la recorrió de arriba abajo. ¡Sí! ¡Sí! ¡Era una gran idea!

*****

- Por aquí, alcaldesa Hilbert. – dijo Carlos mientras los otros muchachos se encargaban de las otras dos mujeres y seguían caminos distintos. – Creo que va a disfrutar de nuestra aula de arte. La pintura era mi materia favorita cuando estudiaba aquí.

- ¿De verdad? – preguntó Lois, encantada con el melodioso tono de voz del hermoso muchacho adornado con el justo acento español. - ¿Qué te gusta pintar?

- Retratos, sobre todo. – respondió el joven. – Se establece una intimidad entre el artista y su modelo que simplemente es imposible de conseguir pintando bodegones o paisajes. Ese momento transcendente en que el pintor se convierte en Da Vinci y su modelo en la Mona Lisa. Al retratar a una persona se mira en su alma, realmente llegas a conocer a alguien cuando lo retratas y a mi me encanta conocer a la gente.

- ¡Oh! – exclamó Lois. – Lo describes maravillosamente. Tal vez podrías considerar la posibilidad, algún día, de hacerme un retrato.

Mientras decía esto, se imaginó a si misma posando majestuosa e impresionante, la imagen de una política segura de si misma. Pero a medida que se imaginaba el cuadro colgando en su despacho, en la oficina del alcalde, la imagen cambió y se vio a si misma tendida, envuelta en transparente seda y con una insinuante mirada asomando a sus ojos. La imagen consiguió que se sonrojase furiosamente.

- Me gustaría mucho, alcaldesa Hilbert. – dijo el joven artista. – Disfrutaría mucho haciéndolo. Aunque no sé si aun estoy listo para atender encargos de manera profesional. Pero podríamos hacerlo para nuestra propia diversión. Algún día, cuando tenga más práctica, quizás pueda hacerle un retrato profesional. Es muy importante conocer tus propias limitaciones. Eso es algo que he aprendido en la escuela del Dr. Torrent. Todos tenemos nuestras limitaciones, pero nos esforzamos por hacerlas retroceder poco a poco.

Lois agradecía quel joven hubiese cambiado de tema mientras continuaba tratando de erradicar de su mente la imagen de si misma posando desnuda.

- Entonces, ¿cómo acabaste en esta escuela, Carlos? – preguntó Lois.

- Nací en la Ciudad de México. – respondió Carlos. – Fue allí donde me encontró el Dr. Torrent. Si no lo hubiese hecho, no sé que hubiese sido de mi vida. Sólo comía dulces, me gustaba pasar días sin dormir. Carecía de autocontrol. No sé lo que hubiera pasado si no me hubiese encontrado cuando lo hizo. Pero el Dr. Torrent me trajo aquí y me enseñó disciplina. Me enseñó autocontrol. Me enseñó que hay mucha dulzura en la vida, pero es más dulce cuando se toma en el momento apropiado. Debes dejar que la fresa madure antes de recogerla, ¿no es cierto?

- Yo… esto… sí. Sí. Es un principio importante que debemos aprender. – coincidió Lois. – No hay muchos chicos de su edad que entiendan eso.

- Pero los que poseen un poder que controlar deben entender eso. – añadió el joven. – Para que el esfuerzo sea verdaderamente satisfactorio se requiere paciencia y dedicación. Sé que usted me entiende, alcaldesa Gilbert. Fíjate, no hay más que ver tu pelo. Tu pelo demuestra que entiendes el valor de la paciencia y el trabajo duro. No se tiene un cabello tan increíble sin horas y horas de meticulosa atención.

Lois se detuvo en medio del pasillo. ¿Qué había querido decir el muchacho con eso? Ella siempre mantenía su pelo corto y descuidado. No tenía tiempo de preocuparse de cosas como esa… ¿verdad?

Una oleada de mareo hizo que sus rodillas se doblasen ligeramente. Un ligero mechón de pelo castaño le hizo cosquillas en su mejilla izquierda y ella lo empujó hacia atrás ágilmente con la mano. Pasó los dedos por su larga y brillante melena. Era tan agradable que aquel joven se percatase de todo el trabajo duro que ponía en mantenerlo increíblemente hermoso, cepillándolo durante horas cada día.

Ella estaba muy orgullosa de ello y el hecho de que el joven se diese cuenta la hacía retorcerse por dentro.

Tal vez, cuando posase para él, podría cubrirse los pechos con su largo y suelto pelo y así no estaría tan mal posar desnuda. Su cabello haría que el desnudo fuese discreto. Un desnudo de buen gusto. Y tal y como Carlos le había dicho, no sería un retrato oficial. Solo para disfrute de ambos.

Negó con la cabeza. Tenía la intención de no seguir pensando más en eso.

- ¡Oh! Echa un vistazo a esto alcaldesa Hilbert. – dijo Carlos. – Aquí tenemos la vitrina de trofeos de la escuela. Como puedes ver, estamos muy orgullosos de nuestra disciplina y autocontrol. Ya sea a nivel intelectual o a nivel físico, la precisión y el autocontrol van siempre a la cabeza de nuestros objetivos como estudiantes aquí, en la “Escuela para Jóvenes Precoces”.

Lois miró la vitrina de trofeos. Muchos de ellos estaban rematados en su parte superior con curvilíneas figurillas femeninas. Trató de leer a que correspondía cada uno de ellos, pero se distrajo observando su reflejo en el cristal de la vitrina. Su pelo era tan largo y hermoso. Trabajaba muy duro para mantenerlo así y ver en el cristal la recompensa a sus esfuerzos hizo que la embargase una gran emoción.

¿No era así?

¡Por supuesto que sí! El pelo no crecía tanto de repente. Debía haberlo tenido siempre así. Era ridículo hacer caso de esa sensación que le decía que había cambiado de pronto.

Acarició su melena asegurándose de que cada pelo estuviese en su lugar. Si solo pudiese hacer algo con su cara. Palpó las arrugas que ya empezaban a surcar su rostro. Deseó parecer algo más joven, como cuando estaba en el ecuador de la treintena.

Pero en realidad ya lo parecía. Se veía como una mujer mucho más joven de lo que erea… Madura pero aun sexy. Muy, muy sexy. Se había aprovechado de su rostro aun joven y atractivo en todas sus fotos de campaña. Esa era la razón de que hubiese ganado las elecciones, estaba segura de ello.

Hizo un mohín con los labios a su reflejo. Estaban tan turgentes y exquisitos. Si tan solo los efectos de la gravedad no hubiesen hecho mella en su figura.

Aunque, en verdad, sus pechos aun eran resultones. Si tan solo fuesen un poco más grandes.

No la copa C que llevaba…

No la copa D que llevaba…

Por primera vez notó lo apretada que quedaba su blusa sobre su busto triple D… Esperaba que eso no distrajese demasiado a Carlos. Con un estremecimiento, se desabrochó un botón.

“No debo mostrar demasiado escote”, se reprendió a si misma. Pero cuando una mujer tenía una delantera como la suya, era complicado no lucirla. Además, Carlos era un hombre joven, no un niño. Un hermoso hombre joven. ¿Pero, qué era lo qué él le decía?

- Dada su importante posición, no me cabe duda, alcaldesa Hilbert, que entiendes la importancia de mantenerse firme. Es muy, muy importante mantenerse firme. No es descortesía ni crueldad. Al final, manteniéndote firme alcanzas una mayor satisfacción, ¿no te parece?

Lois pensó en ello. Firmeza. Era importante mantenerse firme. Firme como su culo. Su firme, apretado y redondo culo… ¡y sus pantalones eran tan ceñidos!

Seguramente Carlos se habría dado cuenta de cuan firme era. ¿Le habría inspirado su culo aquel discurso sobre la firmeza? Se estremeció y parpadeó al sufrir una oleada de vértigo.

- Pero a pesar de toda nuestra disciplina, aun sabemos como pasar un buen rato. – siguió diciendo Carlos. – Puede comprobarlo viendo todos los trofeos obtenidos en los juegos en los que participamos. Nos divertimos, pero aun así aprendemos mucho. Sin nuestras profesoras, nunca hubiésemos sido capaces de crecer y convertirnos en los jóvenes disciplinados que ha dado la “Escuela para Jóvenes Precoces”.

- Eso es… eso es fascinante. – dijo Lois. – Tengo un poco de sed. ¿Hay por aquí alguna fuente de agua potable?

- Por supuesto. – contestó el joven. – Justo al final de este pasillo. No tenemos que alejarnos mucho de nuestro camino al aula de arte. Después de todo no estamos en una contrareloj.

El joven se echó a reír. Como él, su risa también era hermosa. Después la condujo a través del pasillo.

- ¡Oh, ya la veo! – exclamó ella apretando el paso y colocándose por delante de él, moviendo exageradamente sus caderas tratando de atraer la atención del muchacho sobre su firme trasero. Era mala. Se sentía muy traviesa… El joven la tenía muy caliente y mojada, así que le pagaría con la misma moneda.

Al agacharse para beber, sus pechos se apollaron sobre el borde de la fuente. Ella se sonrojó. Beber de una fuente no debería ser tan difícil. Metiendo pecho, se inclinó de nuevo hacia delante. Ahora fue su largo cabello el que cayó hacia delante. Echándoselo por encima del hombro, bebió. ¿Por qué esto la hacía sentir tan incómoda?

Una vez se hubo saciado, se percató de que al beber había empapado toda la blusa. ¡Se sentía tan avergonzada!

Tenía esas tetas como desde su pubertad. ¿Cómo era posible entonces que no fuese capaz de realizar una tarea tan sencilla sin hacer un desastre de sí misma? Avergonzada, se dio la vuelta para mirar a Carlos. Éste también parecía avergonzado. ¡Maldición!

- Veo el baño de los chicos, pero ¿dónde está el de las chicas? Me temo que tengo que adecentarme un poco. – dijo Lois ruborizándose.

- Bueno, me temo que al ser esta una escuela para chicos, la mayoría de los servicios son para chicos. El único baño para mujeres está en la sala de profesores, al otro lado de la escuela. Pero todos los chicos están en este momento en clase, así que puede usar el baño. Yo me quedaré en la puerta y me aseguraré de que nadie entra mientras estás en él.

Lois sonrió agradecida mientras Carlos abría la puerta para que ella pudiese acceder al baño de los chicos. Ella meneó su culo para apartar la atención del muchacho de su húmeda blusa. Él la siguió y cerró la puerta tras ellos. Lois se sorprendió. Eso no era… ¡Oh!, sí. Había dicho que se pondría detrás de la puerta y no dejaría entrar a nadie. La puerta se abría hacia adentro, así que tras ella era el mejor sitio en el que Carlos se podía situar.

Lois se dirigió hacia el dispensador de toallitas de papel, situado junto a los lavabos. Tomó un par de toallitas y comenzó a acariciar sus pechos con ellas. Sus pechos se veían tan grandes en el espejo transparentándose a través de la tela mojada.

- ¡Dios! ¡Qué tetas más grandes tengo! – murmuró en voz baja para luego ruborizarse al lanzar una mirada a Carlos. ¿La habría oído el chico? Por su expresión parecía que no.

No debería haber llamado tetas a su pecho. Era una expresión irrespetuosa. Pero su busto era tan grande, firme y sexy que ¿de qué otra manera podría llamarlo?

Secar la blusa con las toallitas de papel era una pérdida de tiempo. Su sujetador estaba también empapado. La blusa no se secaría si el sujetador seguía mojado. Sin dudarlo, tomó una decisión.

- Sólo dame un segundo más, por favor. – le dijo al chico antes de meterse en uno de los cubículos del baño.

En la intimidad del cubículo, se desabotonó la blusa y la colgó del dispensador de papel higiénico. Luego se quitó el sujetador y lo colocó sobre la parte posterior del inodoro. Ahora su blusa se secaría sin que se lo impidiese el sostén húmedo.

Expuestos, sus pezones se endurecieron. ¿Podría Carlos adivinar lo que estaba haciendo ella en ese instante? ¿Podría imaginarse que, detrás de la puerta del cubículo, se encontraba de pie, en topless, con sus grandes tetas mojadas secándose al frío aire del baño? ¿Sería tan malo si la puerta se abriese accidentalmente?

Lois volvió a sonrojarse y se reprendió a si misma. ¡Por Dios! ¡El muchacho era casi treinta años menor que ella!, incluso aunque aparentase menos edad de la que realmente Lois tenía. Tenía que hacer algo para mantenerlo alejado de lo que ella hacía.

Obviamente, solo había una manera. Se bajó sus ceñidos pantalones hasta los tobillos y se sentó en el inodoro. Hasta ese instante no se había dado cuenta de las ganas de orinar que tenía, pero al verse en esa posición, se puso a orinar.

Orinó largo rato. Fue una meada intensa, larga y satisfactoria. Eso serviría para distraer la atención del deseable joven, pensó Lois con satisfacción. Así nunca podría sospechar que ella estaba en topless.

A menos, por supuesto, que la puerta se abriese accidentalmente. Lois miró el pestillo. Una pieza sencilla de aluminio, muy poco fiable. Al lado del pestillo algún joven estudiante había garabateado algo en la pintura. Lois entrecerró los ojos para tratar de leer lo que ponía.

“Tu madre me la va a chupar el día de la graduación”

Lois volvió a ponerse colorada. Los chicos eran así, lo sabía. Siempre con sus pollas duras, siempre queriéndolas meter dentro de las madres de los otros chicos aunque ellas no pudiesen ayudarlos. Y eso que ellas deseaban que lo hicieran. Una mujer tenía sus necesidades y esas necesidades se hacen más intensas a medida que la mujer se va haciendo mayor.  Una cuestión sencilla de biología.

Lois no fue consciente del momento en que empezó a masturbarse. Cuando se dio cuenta, dos dedos estaban ya en el interior de su vagina al tiempo que su pulgar presionaba suavemente su clítoris. Ella sabía que no estaba bien, que era algo totalmente inadecuado. Seguro que Carlos debía de estar preguntándose por qué tardaba tanto. ¡Pero estaba tan cerca…! ¡No podía parar ahora…! Carlos sería paciente. Él le había dicho que había aprendido a ser paciente. Seguro que debe ser muy paciente, muy persistente y muy atento cuando… cuando…

Se mordió el labio haciendo todo lo posible para ahogar el gemido que se le escapó cuando su cuerpo fue sacudido por un intenso orgasmo.

Se puso en pie, las piernas aun le temblaban. Le iba a ser difícil moverse sobre sus tacones de aguja después del dedo que se había hecho. Se subió la diminuta falda que permanecía enrollada alrededor de sus tobillos. No se había puesto braguitas con la esperanza de poder exhibirse ante algunos de los jóvenes. Sabía que eso no estaba bien, pero ser un poco viciosilla de vez en cuando la ayudaba a liberar el estrés acumulado en la oficina.

Su sujetador aun seguía empapado. No podía ponérselo ahora. Había accedido a llevarlo antes en consideración a Teagan (la mojigata), pero eso fue antes de conocer a Carlos. Lois sonrió traviesa mientras se abotonaba la blusa. El joven iba a alucinar cuando viese esa delantera con los pezones marcándose a través de la blanca tela. ¡No iba a ser la única que necesitase ir hoy al baño!

El joven mexicano parcía embargado por un sentimiento de culpa, o al menos eso le pareció a ella, cuando Lois salió del cubículo.

- ¿Va todo bien? – preguntó él.

- ¡Oh, sí! ¡Todo está todo muy bien! – contestó Lois devorándolo con los ojos. El joven estaba tan bien. ¿Cómo iba poder resistirse a sus encantos?

Se acercó a él, como un puma acechando a su presa. El muchacho miró de arriba a abjo el cuerpo de la mujer, para luego desviar la mirada hacia los lavabos. Lois dirigió también la mirada hacia donde miraba el chico y se sonrojó. Acababa de salir del aseo y había introducido sus dedos profundamente en su coño. Riéndo nerviosamente, fue a lavarse las manos.

Se miró al espejo. Parecía una bomba sexual a punto de explotar. Realmente no había sido una buena idea ir vestida de esa forma a la escuela. Y ahora, sin su sostén, se veía francamente obscena. Pero pensar en el joven la ponía muy caliente, comprometiendo seriamente su sensatez.

Giró el grifo para hacer salir el agua y este se rompió en su mano. El agua, desde el grifo roto, manaba en todas direcciones, empapándola de nuevo. Lois gritó y Carlos corrió hacia ella. El muchacho trató de detener con las manos el flujo de agua, pero sólo logró rociar aun más la habitación. Lois se estremeció y gritó más fuerte. Al final, el joven se dejó caer al suelo y manipuló la llave de paso del lavabo, cesando así el flujo de agua. Lois estaba encogida, empapada, con su larga y meticulosamente cuidada melena goteando y su blusa de algodón blanco pegada a sus enormes pechos libres del sujetador.

- ¡Oh, Dios mío, alcaldesa Hilbert! – exclamó Carlos. - ¡Lo siento tanto! Déjame ayudarte.

El joven tomó un puñado de toallitas de papel y empezó a secar a la mujer. El chico se centró, sobre todo, en el pecho. A medida que Lois abandonaba el estado de shock en el que se hallaba, se fue percatando de lo absurdo de la situación en la que se hallaba y empezó a reír como una tonta sin apartar la mirada de los grandes y marrones ojos de Carlos que, a su vez, se contagió de su risa sin dejar de secar el pecho de la mujer.

- No sé que ha podido pasar. – dijo el joven. – Le juro que la escuela está, por lo general, siempre en perfecto estado.

- Está… está bien… yo… yo necesitaba una ducha. – respondió Lois volviendo a reír. Carlos rió también con ella, sin dejar de mirarse mutuamente a los ojos, hasta que, de pronto, Lois se encontró besándolo apasionadamente, profundamente, ansiosamente…

Las manos del joven se abrieron camino hacia las caderas de la mujer y las sujetó con fuerza mientras las atraía hacia él, presionando contra su pecho la increíble delantera de Lois, introduciendo su lengua tan profundamente en la boca de Lois como nunca antes lo había echo. Las manos de él siguieron explorando el cuerpo de la mujer hasta llegar bajo su falda.

Apretó con fuerza, posesivamente, las nalgas de Lois mientras ella levantaba una pierna y frotaba su muslo contra la cadera del chico, apretando su pelvis contra él.

Ambos gemían y gruñían hasta que, por fin, se separaron jadeando, el pecho de Lois agitándose al sentir contra ella la hinchazón del muchacho.

- Nosotros… Debemos… debemos irnos de la escuela ahora. – dijo Lois. – Ve a por mi coche. Podemos ir a algún lugar más privado. Te necesito. Te necesito ahora.

- Yo… yo… me encantaría, alcaldesa Hilbert, pero… pero el Dr. Torrent cuenta conmigo. Cuenta conmigo para que le enseñe la escuela. – replicó el joven.

- ¡Lois, llámame Lois! – exigió ella. - ¡Lámame Lois, mi caliente semental!

- No puedo, alcaldesa Hilbert. – dijo el joven soltándola. – Tengo que ser responsable. Tengo que ser paciente. Es lo que el Dr. Torrent me ha enseñado.

- ¡No tiene porqué saberlo! – declaró Lois. – Le contaré que has hecho un gran trabajo, que me has convencido de que esta es una gran escuela. ¡Estoy totalmente convencida de ello! ¡Cualquier escuela capaz de producir un macho como tú tiene que ser realmente buena! ¡Y yo estoy tan jodidamente caliente!

- No, alcaldesa Hilbert. – dijo Carlos irguiéndose. – Debo llevarla al aula de arte. Ese es el plan.

El ardor de Lois se apagó. Su libido había tomado abrumadoramente el control sobre ella, pero ahora se daba cuenta de que el chico tenía razón. Tenía que terminar el trabajo que había venido a hacer. ¿Qué era lo que le había pasado?

- Sí, Carlos. Tienes razón. No estoy segura de lo que me ha pasado. Normalmente tengo más autocontrol…

- Sí, alcaldesa Hilbert. Pero creo que es culpa mía. – confesó él. – Debería haber sido yo el que mantuviese el control. Es el deber de un hombre el saberse controlar. No es culpa tuya. Venga, vayamos al aula de arte.

Lois reflexionaba sobre lo que Carlos le había dicho mientras él la llevaba por el pasillo reanudando su viaja hacia el aula de arte. Lo que había dicho sonaba un poco sexista. Pero, ahora que lo pensaba bien, sería muy, pero que muy agradable ser capaz de perder el control. Gran parte de su trabajo como alcalde consistía en tener el control, asumir responsabilidades y tomar decisiones. Tener un hombre que tomase las decisiones por ella le permitiría ser simplemente salvaje, incontrolada, no tener responsabilidades… ¿No sería agradable el cambio?

Seguro que Carlos podría hacerse cargo de ella. Una vez más se encontró fantaseando en que posaba para él mientras él le indicaba como colocar sus brazos, como cubrir su cabello, como sonreír. La haría adoptar un montón de posiciones lascivas y obscenas, estaba segura de ello. Pero él mantendría el control. No habría nada de lo que avergonzarse. Estaba dispuesta a hacer cualquier perversión que él le pidiese.

¡Demonios! Con un poco de esfuerzo, incluso podría ser capaz de convencerse de que era culpa de Carlos el que estuviese caminando por el pasillo de la escuela sobre tacones de aguja y minifalda, sin ropa interior y con su blanca y empapada blusa de algodón ceñida a su masivo busto. Y si ella estaba empezando a disfrutar de ello, bueno, quizás fuese también culpa suya. No tenía porqué preocuparse.

Para cuando llegaron al aula de arte, Lois había aceptado ya por completo la idea de que Carlos había tomado el control sobre ella. Probablemente era mejor así, porque si fuese ella la que tuviese el control sobre si misma seguramente estaría ahora preocupada por lo que allí encontró.

Había un montón de obras de arte en el aula de arte, como era de esperar. Había cuadros y esbozos, esculturas y collages. Obras hechas con verdadero talento, otras vergonzosas obras amateur y muchas otras más, también, entre ellas. Pero todas tenían algo en común, un tema definido, único. Mujeres. Mujeres sexys. Mujeres lascivas, atractivas, sensuales, cachondas, zorras…

Era un tema recurrente en las mentes de los adolescentes, sin duda, pero estaba claro que la profesora había permitido que los chicos abordaran ese tema hasta un grado excesivo.

La profesora de arte claramente no tenía ningún problema con esas hipersexualizadas representaciones femeninas. Eso era obvio tan solo con observar su aspecto. La mujer llevaba una bata de plástico transparente sin absolutamente nada debajo de ella. Una boina de color negro brillante coronaba un pelo rosa brillante sujeto en unas trenzas dispuestas de tal forma que la hacían parecer una conejita de orejas caídas.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Carlos! – exclamó la maestra. – No sabía que ibas a venir a visitarme.

Carlos se acercó a la mujer extrañamente vestida que le permitió darle un beso en las mejillas mientras la abrazaba. Lois sintió una punzada de celos al tiempo que se le humedecía levemente su sexo.

- Hoy estoy haciendo de guía turístico para una visitante muy especial en nuentra pequeña escuela. – dijo Carlos. – Esta es nuestra alcaldesa, la alcaldesa Lois Hilbert.

- ¡Oh! Es un placer conocerte. – dijo la profesora de arte. – Mi nombre es Sta. Isilet. Monika Isilet.

- ¿Easy Lay? (N. del T.: Juego de palabras intraducible entre Isilet y Easy Lay (algo así como Follafácil))

- Isilet. – confirmó la profesora. – Es francés.

- La alcaldesa Hilbert quería conocer a fondo nuestra pequeña escuela, así que le estoy enseñando como funciona todo. – agregó Carlos.

- ¡Oh, qué afortunada eres, alcaldesa Hilbert! ¡Carlos es un magnífico ejemplo de la clase de hombres jóvenes que producimos en la “Escuela para Jóvenes Precoces”!

- La Sta. Isilet era mi profesora preferida cuando yo era estudiante. – comentó Carlos al tiempo que deslizaba una mano bajo la bata de plástico para pellizcar el trasero de la maestra haciendo que esta soltase un gritito.

- Y Carlos es mi exalumno favorito. – añadió ella. - Te juro que me volvería loca si no viniese aquí y me diese una buena jodienda varias veces en semana.

- Pero… pero usted es una profesora. Y él es un estudiante. – dijo tartamudeando la alcaldesa Hilbert.

- ¡Exalumno! – insistió la señorita Isilet. – Una profesora no puede follar con sus estudiantes. ¡Pero es totalmente apropiado hacerlo con exalumnos! ¡Y te aseguro que es muy, muy excitante también!

Realmente Lois no sabía que pensar. Su mirada iba, alternativamente, de la desnuda profesora de arte al magnífico Carlos. ¿Acaso no acababa de besarlo en los aseos de los chicos tan solo unos minutos antes? ¿Realmente estaba en posición de poder juzgar la moralidad de otra mujer cuando Carlos era tan jodidamente deseable?

- Ya ves, alcaldesa Hilbert, que todos los estudiantes que tenemos en la “Escuela para Jóvenes Precoces” poseen habilidades extraordinarias. Habilidades para cambiar las mentes, para modelar los cuerpos, para transformar la estructura misma de la realidad. Por tanto, realmente es esencial que aprendamos a autocontrolarnos. Y no hay nada que motive más a un muchacho para aprender a autocontrolarse que saber que va a poder joder a sus excitantes profesoras cuando acabe sus estudios. Es por ello que aquí estudiamos duramente no solo como controlar nuestros poderes sino también como dominar nuestras materias académicas. El mejor estudiante de cada clase obtiene el derecho de ser el primero en tomar a su profesora el día de su graduación.

Lois, pasmada, miraba a Carlos con la boca abierta.

- No habrás usado esos poderes sobre mi, ¿verdad? – preguntó ella sujetándose su masiva delantera y preguntándose si ya era así de grande cuando llegó a la escuela.

- Bien, alcaldesa Hilbert. Si hubiese usado mis poderes para transformarte, ¿te gustaría saberlo? – preguntó el joven.

- Yo… no lo sé. – admitió Lois.

- Entonces tal vez deberíamos dejarte con la duda durante un tiempo. – dijo Carlos con una sonrisa juguetona.

- Es difícil saber cuando un exalumno te está controlando. – intervino la profesora de arte. – No pasa lo mismo con los estudiantes más jóvenes. A ellos les falta finura, práctica. Cuando llegué aquí, el Dr. Torrent siempre tenía que estar corrigiendo los problemas que estos habían creado. Estoy muy contenta de que ahora tengamos a Carlos y a los otros chicos, y no solo por la cuestión de la jodienda. Eso me recuerda… Carlos, querido, ¿puedes ayudarme con la Sta. Wigglebum? Me temo que está algo indispuesta.

La profesora os llevó hasta el fondo del aula. Lois observaba como el culo de la mujer se contoneaba bajo la bata de plástico. Se preguntó si a Carlos le gustaba más el culo de la Sta. Isilet que el suyo.

En un estrado, con la mirada perdida, les esperaba una rubia desnuda cubierta de un arcoíris de pintura.

- La Sta. Wigglebum quiso quedarse a ver nuestra clase de arte y decidimos que hoy sería nuestro lienzo. – explicó la profesora de arte. – En el aula solo usamos pinturas no tóxicas, te lo juro, pero ya sabes como es Billy con su fetiche de intoxicación. Estoy segura de que fue él el que nos convenció de que las pinturas nos colocarían. Tuve la oportunidad de sacudirme de su influencia cuando los chicos se fueron a almorzar, pero la Sta. Wigglebum… bueno, ya sabes como es.

- La Sta. Wigglebum es una de nuestras nuevas profesoras. – le explicó Carlos a Lois. – Aun no se ha adaptado a como son las cosas por aquí.

- ¡Ah, hola Carlos! – dijo la mujer pintada con un tono de voz algo idiota. - ¡Me pinté el cuerpo y me siento rara!

Y diciendo esto cayó al suelo estallando en carcajadas.

- ¿Los estudiantes la han pintado? ¿Pintaron a su profesora? ¿A su profesora desnuda? – preguntó Lois.

No. No podía ser eso, pero había marcas de dedos por todo el cuerpo de la rubia profesora desnuda. Muchas de ellas sobre sus tetas, sus muslos, su vientre y sus caderas.

- ¡Claro que no! – exclamó la profesora de arte. – Eso no es correcto. A los estudiantes no se les permite tocar. Solo miran mientras yo pintaba a la Sta. Wigglebum.

Carlos le lanzó una sonrisa a Lois que sirvió para que ella sintiese como la recorría un intenso hormigueo.

- ¡Oh, bueno! Eso está mejor. – contestó Lois. Aunque realmente tampoco había necesidad de dejar que los adolescentes viesen eso. Sin embargo, pensó, tampoco pasaba nada cuando era una artista talentosa, como la Sta. Isilet, la que convertía a una profesora en una obra de arte viviente. Se preguntó si Carlos alguna vez habría hecho una obra similar.

- Creo que tengo algo que hará que la Sta. Wigglebum vuelva a estar sobria. – dijo Carlos bajándo la cremallera de su pantalón. La rubia profesora se incorporó rápidamente, mirando ansiosa a su alrededor hasta que, finalmente, centró su atención en el joven y sus caidos pantalones. Riéndose, se puso a cuatro patas y gateó hacia la polla de Carlos.

- Pero… Pero en el baño… ¡Me dijiste que no podías! – protestó Lois.

- Sí, alcaldesa Hilbert, porque aún no has acabado tu visita al colegio. – le explicó Carlos. – El director Torent dice que no puedes follar hasta que comprendas bien el funcionamiento de la escuela. Por mucho que me gustase tomarte ahora mismo, debo ser paciente y seguir las instrucciones del Dr. Torrent. Pero la Srta. Wigglebum ya conoce quien posee el control. Ella sabe como funciona la escule, y si ella va a impartir sus clases esta tarde, antes necesita de una polla para despejar su mente. ¿No es así, Srta. Wigglebum?

La rubia simplemente se limitó a reir y se irguió para plantar un beso en la punta del miembro del joven antes de engullirlo.

- No es para mí. Es por el bien de la escuela. Y si el Dr. Torrent ve la dedicación que empleo en el bien de la escuela, entonces la vicedirección quizás caiga sobre mis hombros. Igual le pasa a la Srta. Wigglebum. – explicó Carlos.

Mientras Lois miraba con anhelo, la rubia movía su cabeza de atrás a adelante a lo largo de la verga del joven.

- Cuanto más conozcas la escuela, alcaldesa Hilbert, más probabilidades hay de que el Dr. Torrent me de el visto bueno para que seas tú quien me lo haga. – siguió diciendo Carlos. - ¿Por qué no dejas que la señorita Isilet le de una lección de arte mientras que yo ayudo a la señorita Wigglebum? Así conocerás mejor la escuela.

- ¡Es una idea genial! – exclamó la profesora de arte. – Ven, querida, déjame que te desnude.

Pronto, la profesora de arte despojó completamente de sus ropas a Lois, dejándole solamente sus tacones de aguja. Aún tenía el pelo mojado por el incidente del baño pegado a su piel húmeda, pero la profesora de arte lo recogió en un precioso moño rosa brillante con cintas azules que parecía brotar como una fuente de la parte superior de su cabeza.

- Los estudiantes de la “Escuela para Jóvenes Precoces” aprenden que cada mujer es una obra de arte. – explicaba la Srta. Isilet mientras Carlos las observaba, pareciendo casi más interesado en lo que le estaba sucediendo a Lois que a lo que le sucedía a su verga. – Los estudiantes del primer curso a menudo no entienden eso. Sólo quieren conseguir una bimbo rápida y fácilmente. No son originales, simplemente se limitan repetir las fantasías que han alimentado a través de la televisión, el cine o los cómics. Aquí les enseñamos a dar rienda suelta a su creatividad. Les enseñamos que cada día una mujer puede llegar a ser especial, única, diferente. Que todas las tetas son preciosas y que pueden presentarse en muchas formas y tamaños diferentes. Las tuyas son preciosas. Caen de forma natural y declaran con su caída y volumen “Esta mujer es toda una MILF”.

Al tiempo que la profesora de arte alababa la belleza de los senos de Lois, ésta comenzó a pintar sobre ellos con sus dedos, sin pinceles, usando colores cálidos para trazar remolinos y espirales en toda la superficie de los pechos de la alcaldesa. Lois se sentía tan hermosa…

Era tan hermosa… Deseaba más que nada en este mundo ser esculpida, pintada, modelada… Era tan hermoso ser el objeto de la creatividad de alguien…  A su lado, la rubia se volvía cada vez más y más lúcida mientras chupaba la polla de Carlos.  Eso era lo que Lois podía deducir a través de los gemidos cada vez más vigorosos que la rubia profesora emitía sobre aquella verga.

- Eso es todo, Srta. Wigglebum. Ya no estás en absoluto embotada, ¿no es cierto? No, solo estás muy caliente. Una caliente y sexy profesora que necesita prepararse para las clases de esta tarde.

La profesora gimió para mostrar que estaba de acuerdo.

Carlos gimió también entonces y Lois se reconcomió de celos sabiendo, o al menos intuyendo, lo que estaba llenando ahora la boca de la Srta. Wigglebum. Cuando la profesora, por fin, se separó de la entrepierna de Carlos, un gran chorro de babas formó un puente entre sus carnosos labios y la cabeza del miembro del joven. Lois se estremeció de envidia. Poniéndose en pie, la rubia se acerco a Lois y a la ocupada profesora de arte.

- ¡Hola, soy la Srta. Wigglebum! – dijo en un alegre, pero completamente sobrio, tono de voz. – Soy una de las profesoras de la “Escuela para Jóvenes Precoces”. La Srta. Isilet te está dejando preciosa. Veo que eres una MILF.

- ¿Qué? – preguntó Lois. Carlos, tomando un espejo de mano, se lo acercó a la alcaldesa que pudo comprobar como la profesora de arte le había escrito con los dedos “MILF” en la frente.

- La Srta. Isilet está dejando claro que eres una alcaldesa a la que nos gustaría follar (N. del T.: También aquí encontramos un juego de palabras difícil de traducir al español. Éste se da en el término MILF, Mother I Like Fuck, al que Carlos le da el significado Mayor (alcalde, alcaldesa en este caso) I Like Fuck .) – puntualizó Carlos.

- ¡Oh! ¡Oh, entonces eso es genial! – exclamó Lois.

La Srta. Wigglebum comentó entonces que aún faltaban veinte minutos para el comienzo de su próxima clase por lo que la Srta. Isilet sugirió que todos pintasen a la alcaldesa. Lois se estremeció de alegría al darse cuenta de que ese todos incluía también a Carlos.

Mientras que las dos profesoras rediseñaban una y otra vez la pintura de sus senos, Carlos se dedicó a trabajar su parte inferior. Lois no podía ver como Carlos trabajaba, pero podía sentir como los dedos de él extendían con destreza la pintura. Se sentía casi como si estuviese modelando su sexo además de decorarlo. Y eso fue hermoso. Era hermoso sentir como él tomaba el control convirtiéndola a ella en algo precioso. Deseaba eso más que nada en el mundo.

Pronto, la clase de arte terminó. La Srta. Isilet explicó que la mayoría de las aulas tenían duchas, pero la sala de arte disponía de una muy grande porque, por lo general, era en su clase donde acababan ensuciándose más. Había espacio de sobra para los cuatro y todos se metieron en ella enjabonándose unos a otros, aunque Carlos, de vez en cuando, tuvo que señalarles a las tres mujeres que él era el más limpio estaba de los cuatro y que no necesitaba tantas atenciones como las que las tres mujeres estaban inclinadas a darle.

A Lois le desagradaba la idea de perder la obra de arte que Carlos había hecho de su entrepierna, pero el joven le aseguró que había tomado un montón de fotos. Y cuando la Srta. Wigglebum decidió limpiarla usando la lengua Lois no pudo realmente oponerse a ello. Había estado tan exitada durante tanto tiempo que dejarse llevar por aquella traviesa lengua fue fácil. Y cuando la Srta. Isilet deslizó juguetonamente un dedo en su culo, se encontró, de repente, gritando, sacudida por el orgasmo más potente de su vida.

- ¡OH!, ¡JODER, SÍ!  ¡OH!, ¡JODER, SÍ! ¡¡¡OH!!!, ¡JODER!, ¡JODER!, ¡¡¡JODER!!!

La ducha por fin terminó y se secaron con las toallas acompañando el proceso con suaves caricias, gratuitos pellizcos y toqueteos mientras Lois sonreía y reía estúpidamente, más intoxicada por el sexo que lo que podía haber estado la Srta. Isilet por los vapores de la pintura.

- Bien, alcaldesa Hilbert, ¿lista para reunirse con las Sras. Driver y Nguyen para comparar notas? – preguntó Carlos.

Lois parpadeó sorprendida ante la extraña pregunta y luego volvió a parpadear tratando de recordar quien era ella. Luego se estremeció deseando no haberlo hecho.

- Por favor. Por favor, Carlos. Llámame Lois. – rogó la alcaldesa. – Después de lo sucedido creo que puedes llamarme por mi nombre de pila.

- No sé si eso sería apropiado, alcaldesa Hilbert. – respondió Carlos. – Quiero decir que usted es la alcaldesa y yo tan solo soy un becario. Solo llamo por su nombre de pila a los estudiantes.

- ¿Y qué pasaría si yo finjo ser una estudiante? – preguntó Lois en un destello de lucidez. – Si me considerases una estudiante del centro podrías llamarme Lois, ¿verdad?

- Bueno, supongo que eso sí que será correcto. – dijo Carlos acariciándose la barbilla. – Pero entonces tú me tendrías que referirte a mi como Sr. Hernández.

- ¡Oh, eso puedo hacerlo! ¡Estoy segura de que puedo hacer eso, Sr. Hernández!

- Pero todos nuestros estudiantes son varones. – se opuso la Srta. Wigglebum

- ¡Sí! Lois es magnífica y todo eso, pero no creo que yo pueda enseñar a una mujer. Especialmente a una que no tiene poderes. – expresó la Srta. Isilet.

- Bueno, ciertamente tendremos que consultarlo con el Dr. Torrent, pero creo que podría estar abierto a la idea -  dijo Carlos. – Y poseemos uniformes femeninos, así que no está fuera de las posibilidades de la escuela.

Carlos hizo una seña y las tres mujeres se volvieron para ver como de una percha colgaba un uniforme escolar femenino.

- ¿Es para mí, Sr. Hernández? – preguntó Lois.

- Tendrás que probártelo y ver si te queda bien, Lois. – dijo Mr. Hernández.

Realmente el uniforme se ajustaba a ella. Bueno, casi. Los botones superiores de su blusa no podían realmente cerrar su generoso escote, por lo que su blusa blanca se cerraba tan solo un poquito por encima de sus pezones, pero la pequeña faldita a cuadros era perfecta. Mostraba la curva inferior de su culo y cuando ella giró sobre sí misma, la faldita se levantó mostrándolo todo.

Se completaba el uniforme con un par de zapatitos con tacones altos y gruesos, lo suficientemente brillantes como para que su sexo se reflejase en ellos.

Completaron el atuendo las Srtas. Wigglebum e Isilet que recogieron su cabello castaño brillante en gruesas trenzas con cintas de tela escocesa a juego con su falda.

- Muy bonito, Lois. – dijo Carlos, el Sr. Hernández. – Realmente ese uniforme te sienta muy bien. Vallamos a buscar a tus amigas.

Lois se rio y no paró de parlotear mientras el Sr, Hernández la conducía a través de los pasillos de la escuela. Estaba tan emocionada por poder estar allí en su primer día de clases… Por fín, llegaron a la biblioteca.

La bibliotecaria se presentó como Srta. Stacked (N. del T.: Puede traducirse como Srta. Apretujada o Amontonada. Stacked es un adjetivo que, vulgarmente, se aplica a mujeres muy bien hechas y de curvas generosas). Su brillante pelo rojo estaba recogido en una cola de caballo y llevaba unas gafas de media luna y el más sexy minitraje que Lois hubiese visto nunca. La mujer les comunicó que Dyson y Janelle estaban en una de las salas después de piropear lo deliciosas que parecían las tetas de Lois en su nuevo uniforme.

Cuando los encontraron, Janelle estaba subida en una escalera vistiendo su propio uniforme de bibliotecaria. Al levantar la vista, Lois comprobó que su compañera vestía una muy breve falda y que, en algún momento de la visita, había perdido su ropa interior.

Además, Janelle lucía un enorme par de tetas que Lois jamás hubiese esperado en una mujer tan delgada. Su cabello también había crecido un poco y estaba recogido en una cola de caballo similar a la de la Srta. Stocked.

Dyson, en la parte baja de la escalera, sostenía ésta firmemente y disfrutaba de las vistas. Janelle, claramente, deseaba que el joven viese lo que quisiera y movía sus caderas adelante y atrás una y otra vez. A lois le impresionó lo arreglado que la mujer tenía su “matojo”.

- ¿Le ha impresionado lo que ha visto hasta el momento, Srta. Nguyen? – preguntó el Sr. Hernández.

Janelle bajó la vista y se percató de que su público había aumentado.

- ¡Ah, hola! – exclamó la concejala convertida en bibliotecaria. – Dyson me está enseñando que todos los libros guarros están en los estantes superiores. Así, si los estudiantes quieren leerlos, tienen que conseguir que una de las bibliotecarias suba a buscarlos. ¿No es una idea inteligente y responsable? Dyson incluso me ha dejado leerle alguno de ellos para que yo pudiese dar mi opinión sobre qué títulos deben ir arriba.

- Te ves diferente, Janelle. – dijo Lois. Además de sus enormes tetas, también sus ojos parecían mucho mayores. Quizás como consecuencia de las grandes gafas de montura redonda que ahora llevaba. Su maquillaje era ahora, también, mucho más llamativo de lo que Lois recordaba.

- Creo que tú eres la que tienes un aspecto diferente, Lois. – dijo la concejala. Tus tetas son incluso mayores que las mías. ¡Y pareces veinte años más joven!

Lois frunció el ceño. Siempre había tenido unas tetas grandes, ¿o no?

- ¿Ha visto la Srta. Nguyen todo lo que necesita de la biblioteca, Dyson? – preguntó el Sr. Hernández al becario de piel de ébano.

- Creo que sí. La Srta. Stacked le ha enseñado como funciona su sistema de clasificación a dedo y ella ha subido y bajado sobre él varias veces, aunque creo que no le importaría hacerlo algunas veces más. – contestó Dyson.

La concejala Nguyen rió y tiró de su minúscula falda hacia arriba para hacer la vista auún más fácil.

- Bien, Lois. Tenía la esperanza de que aquí pudiésemos acelerar un poco la visita y llegar a algunas conclusiones. – dijo Mr. Hernández.

- ¡Oh! – exclamó la Srta. Nguyen desde lo alto de la escalera. - ¿Cómo es que te llama Lois? ¡Yo he estado tratando de que Dyson me llame Janelle, mira, todo el rato!

Lois se rió y tiró de una de sus coletas.

- Todo lo que tienes que hacer es decirle que quieres convertirte en una estudiante del centro. – explicó Lois. – Los becarios llaman a los estudiantes por su nombre de pila. Pero a cambio debes dirigirte a Carlos como Sr. Hernández. ¿Cómo debo llamarle, señor? – preguntó ahora Lois a Dyson.

- Puedes llamarme Sr. Miller. – contestó el becario de piel oscura.

Riendo, Lois hizo una reverencia.

- ¡Sí señor, Señor Miller, señor!

- ¡Guau, guau, guau! – exclamó Janelle ansiosamente. - ¡Yo también quiero ser una estudiante!

- Pues entonces baja de ahí, Janelle, y veamos si entre los estantes encontramos algún uniforme para ti. – dijo el Sr. Miller.

Janelle bajó con cuidado de la escalera, deteniéndose en cada peldaño para ajustarse la faldita, y luego siguió a la bibliotecaria que, efectivamente, disponía de un uniforme adecuado para Janelle.

Lois, con satisfacción, tomó nota de que sus tetas eran sin duda mayores que las de su compañera. Incluso después de que se hubiese colocado el uniforme y hecho las coletas, el Sr. Hernández segía prestando más atención al par de tetas de Lois que al de la estudiante asiática. Lois no iba a ser codiciosa si el Sr. Miller se encaprichaba de Janelle. Ser la alumna favorita del Sr. Hernández era suficiente para ella.

- Bien, vallamos a buscar a la tercera. – dijo el Sr. Hernández y todos salieron de la biblioteca.

Era todo un líder natural, pensó Lois. Los eguiría acualquier parte.

Sin embargo, él no deseaba que Lois lo siguiera y, pasándole un brazo sobre los honbros, la atrajo hacia su lado, sin dejar de mirar con frecuencia hacia el escote de la mujer. Lois no podía estar más orgullosa.

Teagan Drivers se encontraba en el gimnasio, ejercitándose con una curvilínea mujer negra de largas piernas mientras el becario pelirrojo las observaba desde la grada. Teagan ciertamente había estado haciendo ejercicio muy duramente. Había perdido sus buenos treinta y cinco kilos, aunque ni un gramo de ellos de sus tetas.

Lois no podía negar que aquellas tetas eran mucho más grandes que las suyas y las de Janelle juntas, sobresaliendo de la parte superior, inferior y por los lados de una ajustada camiseta blanca con el rojo logotipo de la escuela estampado en ella. La camiseta se hallaba empapada en sudor, al igual que los rojos pantaloncitos cortos que realzaban su curvilíneo trasero ciñéndose a la parte alta de sus caderas.

La mujer negra era la entrenadora. Lois podía deducirlo por el silbato que rebotaba arriba y abajo sobre unas masivas tetas y también por como la mujer vigorosamente se acercó a Teagan haciendo palmas sobre su cabeza y azuzando a la administradora del distrito escolar para que hiciese lo mismo con gritos de “¡Levanta esas rodillas! ¡Qué boten esas tetas! ¡Las tetas son para que boten!”. A excepción del silbato, el uniforme de la entrenadora era idéntico al de Teagan.

- ¡Teagan! ¡Teagan! – exclamó Lois. - ¡Vamos a ser estudiantes de este centro!

- Yo… Yo ya… Yo ya soy una estudiante… - jadeó Teagan sin perder ni por un momento el ritmo. – Es por eso… que la entrenadora Harbody (N. del T.: Algo así como entrenadora Cuerpoduro o entrenadora Maciza)… me está dándome… trabajo… ¡para conseguir créditos extra…! - dijo finalmente exalando un suspiro.

Lois y Janelle se miraron horrorizadas. ¡Teagan ya era estudiante y estaba consiguiendo créditos extra! ¡Estaba más adelantada que ellas!

- ¡Nosotras también queremos conseguir créditos extra! – dijeron al unísono Lois y Janelle a sus acompañantes. - ¡No es justo!

- Entonces ponte la ropa de gimnasia, tonta. – dijo el Sr. Hernández entregándole a Lois un conjunto de top y pantaloncito de deporte y unos tenis color rosa.

- ¡Oh! Gracias - dijo Lois. El Sr. Hernández estaba muy pendiente de ella.

El Sr. Miller también le dio ropa deportiva a Janelle y los dos becarios acompañaron a las aspirantes a estudiante a los vestuarios.

- Es el vestuario masculino. – dijo el Sr. Hernández. – Así que tendremos que estar con ustedes, señoritas, mientras se cambian para asegurarnos de que ninguno de los estudiantes varones entre en los vestuarios.

Pero Lois no necesitaba de explicaciones. Estaba feliz de que el Sr. Hernández se interesase por ella. Pronto, Lois y Janelle estuvieron de vuelta el gimnasio y junto con Teagan y la entrenadora Hardbody, se pusieron a hacer saltos de tijera (N. del T.: Conocidos también por “Jumping Jacks”), mientras que los tres becarios las observaban desde la primera fila de las gradas. Con un escote como el de Teagan con el que competir, Lois supo que tendría que hacer que sus tetas rebotasen lo máximo posible y, pronto, chorreba de sudor por el esfuerzo.

¡Pero valió la pena! El Sr. Hernández la observaba muy de cerca.

- ¡Qué boten esas tetas, chicas! ¡Qué boten como debe ser! – gritó la entrenadora Harbody. - ¡Haced que esos corazones se aceleren! ¡Empapad esos tops de sudor!

¡Lois estaba eufórica! Jamás en su vida se había sentido más sana que ahora. Era más feliz de lo que jamás había sido. El Sr. Hernández miraba como rebotaban sus tetas… Su coño se humedeció manchando visiblemente la entrepierna de sus rojos pantaloncitos de gimnasia. ¡Se sentía genial!

- ¡Hora de las sentadillas! – dijo la entrenadora Hardbody. - ¡Cambio!

Las tres mujeres se giraron y se acuclillaron mostrandos sus traseros a los becarios. Lois no podía ver al Sr. Hernández, pero intuía que él debía de estar disfrutando de la vista.

- ¡Ahora, niñas, un poco de “twerking”! – ordenó la entrenadora Harbody después de docenas de sentadillas y Lois, instintivamente, sacudió violentamente su trasero.

- ¿A eso le llamas “twerking”? – le reprendió la entrenadora comenzando a azotar el culo de Lois. - ¡Vamos, bimbo, trabaja ese culo!

Lois trató de menear más fuerte su culo, pero nunca antes había hecho nada como eso.

- Caballeros, ¿pueden ayudar a estas bimbos a hacer bien el ejercicio? – preguntó a los becarios la entrenadora Hardbody.

- ¡Por supuesto! – contestó el Sr. Hernández. – Siempre es un placer para nosotros ayudarle.

Pronto, el Sr. Hernández azotaba el trasero de Lois, ayudándola a mantener un ritmo constante. Lois estaba muy agradecida… ¡y muy caliente!

- ¡Está bien! ¡Abdominales con las tetas! – dijo la entrenadora Hardbody una vez que las tres estudiantes demostraron que sabían mover bien el culo.

Lois se incorporó y el Sr. Hernández se colocó detrás de ella, colocando sus manos debajo de sus senos y cuando la entrenadora comenzó la cuenta con su “¡Un, dos, un, dos, un dos…!” Lois bajó la cabeza mientras que el Sr. Hernández subía sus pechos, aplastando su rostro contra su propio escote. ¡Amaba sus tetas! ¡Amaba las manos del Sr. Hernández! ¡Amaba sentir aquella hinchada polla presionando su apretado y sudoroso trasero”!

- ¡Está bien, hora de sentadillas de cara! – anunció la entrenadora. – ¡Montad a horcajadas sobre vuestros observadores, chicas!

Lois no había oído hablar nunca de este ejercicio, pero instintivamente supo que tenía que hacer. Cuando el Sr. Hernández se tumbó en el suelo del gimnasio, Lois se colocó a cuatro patas sobre él, con su cara frente a la entrepierna del muchacho. Al ritmo que marcaba la entrenadora, la mujer frotaba su cara contra la entrepierna del muchacho.

El Sr. Hernández, durante el ejercicio, acarició el coño de Lois a través del pantaloncito y ésta, con un estremecimiento, se humedeció aún más.

- ¡Lap dance! – ordenó la entrenadora y los becarios se levantaron dirigiéndose de nuevo a la primera fila de las gradas, pero lo suficientemente cerca de las nuevas estudiantes como para trabajar con ellas. Y trabajaron. ¡Debajo de su trasero Lois podía sentir lo grande y dura que estaba la verga del Sr. Hernández! ¡Se moría porque se la follase de una vez!

- ¡Hundirse dos dedos! – exigió la entrenadora.

De mala gana, Lois se separó del regazo del Sr. Hernández y volvió a ocupar su lugar en la fila. La entrenadora, levantando dos dedos, les enseñó como deslizarlos dentro de sus ajustados pantaloncitos cortos. Lois notó su coño caliente y húmedo. Nunca había estado tan húmedo y anhelante y los dedos se hundieron con bastante facilidad en su caliente agujero.

- ¡Así se hace, putas estúpidas! – animó la entrenadora. - ¡Meted los dedos bien adentro de esos chochitos!

Lois, diligentemente, introdujo sus dedos aún más profundamente en su sexo. ¡Era el mejor entrenamiento que había practicado nunca! Miró hacia las gradas y empujó con más fuerza los dedos cuando se percató de que el Sr. Hernández estaba disfrutando claramente de su magnífico trabajo. Sin embargo, fue Janelle la primera en alcanzar el orgasmo. Su agudísimo chillido descentró a Lois que, sin embargo, momentos después ella se encontró gritando con todas sus fuerzas “¡Oh, joder!” y Teagan comenzó a gemir y gruñir como una rinoceronte en celo.

Lois no supo cuánto tiempo estuvo corriéndose. Le pareció que fueron días. Se sentía como si nunca jamás hubiese estado haciendo ninguna otra cosa. El techo del gimnasio parecía girar a su alrededor para luego salir volando. Y Lois voló tras de él, con visiones de duras y oscuras pollas girando alrededor de su cabeza.

Cuando por fin pareció regresar a la tierra, El Sr. Hernández la estaba ayudando a levantarse del piso del gimnasio.

- ¡A las duchas, perras calientes! – dijo la entrenadora Hardbody. - ¡Y voy a disfrutar de ella!

Y de hecho lo hizo, acompañando a las chicas a las duchas y enseñándoles donde estaba el jabón, el champú y el lubricante. A continuación, se despojó de su ropa deportiva, dejándola en el mismo montón donde la habían dejado Lois, Teagan y Janelle.

Los becarios observaban, por supuesto. ¡Eran tan responsables! Lois se aseguró de que el Sr. Hernández tuviese una buena vista de sus teatas mientras las enjabonaba enérgicamente y luego repitió la operación con su trasero.

La entrenadora Hardbody, por otro lado, empezó a enjabonar a Janelle, que claramente disfrutaba de ello. Tanto fue así que rápidamente atrajeron la atención del Sr. Hernández y los otros becarios. Eso no le gustó a Lois, pero dos podían jugar a ese juego. Se volvió hacia Teagan y sus enormes tetas. De ninguna manera podría la inspectora del distrito escolar enjabonar esos melones por sí misma. Lois comenzó a ayudarla y atrajo inmediatamente la atención del Sr. Hernández y del becario pelirrojo.

Teagan lanzó un chillido cuando Lois comenzó a amasar y apretar sus masivos melones. Lois no había creido nunca que fuese bisexual, pero por lo mucho que estaba disfrutando de esto y tras lo que había gozado con las Srtas. Wiggelbum e Isilet, estaba comenzando a planteárselo. Hundiendo su cara entre las tetas de Teagan, comenzó a hacer la “lancha motora” (N. del T.: “Motorboat” en el original. Esta palabra se usa para llamar vulgarmente al acto de enterrar la cara de uno de entre dos pechos amplios, y mover la cabeza de lado a lado muy rápidamente, mientras que se hace un sonido vigoroso, vibrando los labios "brrr").

Lois estuvo un largo rato haciendo la lancha motora hasta que se le ocurrió, de pronto, una nueva idea. Sacó lacabeza de entre las tetas de Teagan, pero antes de que pudiese decirle a su compañera lo que se le había ocurrido, la mujer de masivos pechos le propuso a Lois exactamente lo mismo que a ella se le había ocurrido.

- ¡Voy a meterte mi pulgar en tu culo! – dijo Teagan.

Lois comenzó a reírse dándose la vuelta e inclinándose.

Teagan lubricó su pulgar y lo introdujo entre las nalgas de Lois, buscando su esfínter, y, como una pequeña oruga comiéndose una manzana, finalmente se deslizó dentro de él. Lois nunca había considerado hacer algo como aquello, pero ahora que estaba sucediendo, se encontró con que le gustaba. De hecho, le gustaba mucho y dejó que Teagan lo supiese por sus gemidos y gruñidos de placer.

Teagan entendió la indirecta y comenzó a mover rápidamente el pulgar dentro del culo de Lois. Esto a su vez inspiró a Lois a anunciar a todos los presentes en el vestuario que ella era una perra en celo. Y continuó y continuó explicando que no era más que una puta zorra, una golfa pervertida que deseaba que se la metiesen hasta las entrañas, una zorra que deseaba ser follada por algo bien caliente y duro.

A petición de Lois, Teagan comenzó a azotarla con la otra mano y eso sólo hizo que se sintiese aún mejor. ¡Se sentía como una guarrilla caliente! ¡Y le encantaba! ¡Y al Sr, Hernández le encantaba también! Podía asegurarlo.

Finalmente, el Sr. Hernández anunció que era hora de ir a clase y Teagan sacó su pulgar y se lavó las manos a fondo con jabón.

Lois se enjuagó bien su trasero y se desprendió de los fluidos que resbalaban por sus piernas. Mientras lo hacía, se percató de que Janelle se lavaba los jugos del coño de la entrenadora que impregnaban su cara. Había oído a la entrenadora Harbody rugir mientras Janelle soltaba ahogados gemidos, pero había estado demasiado concentrada en su propia degradación para darse cuenta siquiera de lo que ocurría a su alrededor.

Una vez que todas estuvieron limpias y secas, con sus cabellos recogidos en coletas, con sus falditas cortas puestas, con sus brillantes zapatos y con las escasas blusas colocadas en su lugar, dieron las gracias a la entrenadora Hardbody por el entrenamiento y los cráditos extra y abandonaron junto a los becarios el gimnasio.

Lois flotaba por los pasillos, sin ningún pensamiento en su cabeza, riendo junto a sus compañeras de estudio.

Una vez en el aula, encontraron que las sillas eran adecuadas para mujeres adultas, pero las mesas eran muy pequeñas, apenas lo suficientemente grandes como para poner en ellas una hoja de papel. Además, los asientos estaban escalonados, de tal forma que, como descubrió Lois, si separaba un poco las rodillas, cualquiera que levantase la vista podría ver lo que había bajo su falda. Sin embargo, Lois pensó que eso no era suficiente y separó sus piernas todo lo que pudo.

- Muy bien, señoritas. – dijo el Sr. Hernández. – El Dr. Torrent nos ha pedido que les demos una pequeña clase.

El Sr. Miller comenzó con la clase de historia. Iba acerca de las presidentas de los Estados Unidos de América. A Lois eso la confundió un poco. No recordaba que hubiese existido ninguna presidenta de los Estados Unidos. Sin embargo, el Sr. Miller les dijo que la primera mujer en ocupar el cargo fue Millie Filledmore (N. del T.: Filledmore podría traducirse por Llenamemás) y la última presidenta en usar peluca.

En la pizarra electrónica, el becario negro mostró varias fotos de una mujer de generoso pecho que mostraba mucho más escote del que Lois hubiese esperado a principios de 1800. En cada imagen la mujer llevaba una peluca de color diferente: rosa, verde, lavanda, plata… en todo tipo de estilos.

También explicó el Sr. Miller que al marido de la presidenta Filledmore no podía aplicársele el título de “primer caballero”. Más bien ese término se aplicaba al primero de los hombres que cada noche llevaba la presidenta a sus aposentos. A partir de entonces, llamar a alguien “el quinto caballero” se convirtió en algo común en determinados círculos de Washinton DC.

Lois trató de ser una buena estudiante y aprender lo que fuera el Sr. Miller decía, pero todo parecía muy raro. Miró a sus compañeras de clase. Teagan también parecía confundida, pero Janelle estaba completamente embelesada. Sus ojos permanecían muy abiertos fijos en el Sr. Miller. Desde luego Lois no podía culparla por ello. El Sr. Miller era muy guapo, aunque no tan atractivo como el Sr. Hernández, por supuesto. Pero, ¡maldita sea! ¡qué brazos!

El Sr. Miller pasó luego a hablar de Theodora “Teddy” Roosevelt. Fue famosa, al parecer, por andar por la Casa Blanca en ropa interior de encaje. Esto marcó tendencia y la ropa interior de encaje se hizo muy popular en el país. Hubo un estilo al que la presidenta favoreció principalmente y al que apodaron “Teddy” (N. del T.: Se conoce por “Teddy” a lo que nosotros llamamos “picardías”) en su honor.

Una vez más Lois miró a Janelle, que asentía entusiasmada. Bueno, el fin y al cabo era abogada, pensó Lois. Tal vez Janelle supiese más de esto que ella. Lois tuvo que admitir que era un poco cabeza hueca y comenzó a hacer girar una de sus coletas marrón alrededor de su dedo.

El Sr. Miller continuó explicando cómo las hermanas Bush fueron el primer equipo de hermanas que ocupó la presidencia del país. Se aprobó la edmienda 69 de tal forma que las dos mujeres pudieron dirigir el país al mismo tiempo. A menudo se las conocía como Boopsie Bush y Baby Bush para distinguirlas y ambas eran conocidas por el saludable crecimiento de su vello púbico.

Lois estaba segura de que tendría que haber oído algo como eso anteriormente, pero el Sr. Miller era el maestro y ella no se sentía especialmente inteligente en esos momentos.

Después llegó el turno de que les enseñase el Sr. Hernández. Lois se derritió cuando él se puso en pie. ¡Era tan guapo! Estaba completamente abrumada. Apretó fuertemente sus desnudos muslos para volver a separarlos de nuevo.

- La clase de hoy se centra sobre la historia de la mujer madura en el arte erótico. – dijo él. – Los antiguos griegos estaban obsesionados con muchachos jóvenes en su arte. Fue Leonardo da Vinci el primero en explorar el tema de las mujeres maduras en su famosa pintura la “Moaning Lisa” (N. del T.: Juego de palabras que toma a la Monalisa y la transforma en Moaning Lisa, algo así como Lisa gimiendo)

La imagen que el Sr. Hernández mostró en la pizarra electrónica inicialmente fue desconcertante, pero luego Lois se dio cuenta de que la pintura, en efecto, la había visto muchas veces ya. La “Moanig Lisa” era una de las obras de arte más famosas del mundo. Una mujer italiana madura te miraba con los ojos entrecerrados y sacando pecho, con sus labios haciendo una “O”.

- Aunque só podemos observarla de pechos hacia arriba, es evidente que está excitada. Sin embargo, los historiadores del arte no se ponen de acuerdo en cuanto al significado de su expresión. ¿Ha llegado ya al clímax o está tratando de alcanzarlo? Es un tema de controversia que parece no tener fin.

Lois miró la famosa pintura y decidió que la mujer estaba ya corriéndose.

- El pintor holandés Johan Vermeer es también famoso por su cuadro “MILF con un collar de perlas”. Observad como las gotitas de semen brillan en el cuello de esta deliciosa mujer madura. Ella sonríe de forma pícara y salta a la vista de que ella no tiene intención de borrar esos restos.

- James Whistler desató la polémica cuando eligió hacer una serie de pinturas eróticas sobre su madre. Conocida como “Madres de Whistler”, esos cuadros demuestran la utilidad del vestido de coctel negro corto. Por esta razón, las pinturas se denominan de forma más formal, “Arreglos de MILF en negro”. – explicó el Sr. Hernández. – La popularidad de estas pinturas se debió, en gran parte, a que la madre de Whistler era una zorra fría como una piedra. Pero esto no debería restar valor a su habilidad como pintor. Las posturas en las que hizo posar a su madre son tan importantes para la grandeza de su obra como el morbo que provoca la modelo.

- Aquí vemos a la Sra. Whistler en una silla. – continuó diciendo el Sr. Hernández. – En esta serie de tres pinturas hace uso de la silla como algo más que un apoyo. Es un amante ansioso para la caliente Sra. Whistler. Ved como extiende a ambos lados de ella sus fuertes muslos y aplasta sus firmes pechos contra el respaldo de la silla mientras se frota las manos por la parte posterior de la misma. Ved como en este otro cuadro regala a la silla un erótico baile, frotando su culo contra el borde del asiento, con las manos sobre sus rodillas, agitando sus tetas en el interior del ceñido vestido negro. Y, por último, el más famoso de la serie, tendida sobre la silla, boca abajo, con sus rodillas colgando del respaldo de la silla, el pelo desplegado sobre el suelo y sus tetas, casi por completo, fuera del pequeño vestido negro. La visión del coño de la Sra. Whistler en este cuadro hizo que éste se convirtiese en el más famoso y el que menos se senseña de la serie “Las Madres de Whistler”.

Los deseaba locamente que el Sr. Hernández la pintase en esa posición y poder colgarlo en su despacho. ¡Así todo el mundo creería que ella era la zorra más caliente de los alrededores!

- El pintor francés Henri Matisse usa el estilo conocido como Fauvismo para pintar su famosa obra “Cougar con sombrero”. El sombrero de brillantes colores de esta encantadora mujer madura contrasta sobremanera con su desnudo cuerpo. Ved como los trazos de pintura transmiten todavía la deliciosa curvilinealidad de la Cougar en cuestión. La mirada en sus ojos transmite al espectador que tiene la intención de montarlo con rudeza, pero sin perder el sombrero mientras lo hace.

Lois se sentía muchísimo más lista tras escuchar la clase de su profesor favorito, el Sr. Hernández. Lo había entendido todo. ¡Todo tenía sentido! ¡Y el tema era tan estimulante! Apretó sus muslos uno contra otro de nuevo y luego los volvió a separar, pasándose un dedito en honor a su profesor favorito.

Él le lanzó una sonrisa y ella se estremeció. ¡Quería aprender mucho más de él! Quería que recrease todos aquellos cuadros con ella como modelo.

Lois miró a sus compañeras, tratando de ver si estaban de acuerdo con ella en que ésta había sido la mejor clase, pero Teagan y Janelle miraban confundidas al profesor. Incluso Janelle sacudía ligeramente la cabeza. ¡Qué estúpidas eran! Así que Lois les enseñó a ambas la lengua.

Llegó el turno de la clase del Sr. Duncan, el becario pelirrojo, que iba de literatura inglesa. Lois vio como Teagan se sentaba más erguida en su silla, sacando pecho, prestando mucha más atención de la que le había prestado al Sr. Hernández. ¡Perra estúpida!

El título de la clase fue “MILFs en la literatura americana: de la Letra Escarlata a Cincuenta Sombras de Grey”. El Sr. Duncan era también atractivo, pero, a opinión de Lois, no lo suficiente como para justificar los ruiditos que Teagan comenzó a hacer cuando él se puso en pie. A Lois se le hacía difícil creer las cosas que decía. Francamente, daba la impresión de lo único que quería era enseñar su culo. Era un hermoso trasero, pero no tanto como el del Sr. Hernández.

Lois trató de tomar notas sobre lo que decía el Sr. Duncan mientras, discretamente, lanzaba miraditas al Sr. Hernández. Para cuando acabó la clase, sus apuntes no eran demasiado buenos, pero su corta faldita tenía, donde se unían sus muslos, una mancha de humedad apreciable y ésta bajaba hasta el canalillo de sus nalgas.

- ¡Muy bien, señoritas! ¡Apuntes fuera de la mesa! Es hora de un examen sorpresa.

Lois saltó sobre su asiento emitiendo un grito. Lo mismo hicieron Teagan y Janelle. Ninguna de ellas se había dado cuenta de que el director se hallaba en la clase.

- ¡Nadie nos dijo que iba a haber un examen! – se quejó Teagan al Dr. Torrent.

- ¿Cómo puedo evaluar a sus profesores si no puedo evaluar a sus estudiantes? – señaló el director.

- Pero… pero… - balbuceó la tetona administradora del distrito escolar.

Janelle miró al Sr. Miller y, como si se quedase sin aliento, se llevó las manos a la boca.

- ¡Oh, no! – articuló Lois mirando en tono de disculpas al Sr. Hernández. Ella podía enfrentarse a que la evaluasen solo a ella, pero si tenía preguntas incorrectas en el examen éstas se reflejarían negativamente en la evaluación del Sr. Hernández. ¡Y eso no podría perdonárselo a si misma nunca!

- Vamos, señoritas. – dijo el Dr. Torrent. – Si sois estudiantes de este centro, y vuestros uniformes dicen que lo sois, entonces vais a tener que hacer los exámenes.

Lois hizo un puchero, Teagan lanzó un gemido y Janelle suspiró. Pero las tres apartaron de su lado los apuntes.

El Dr. Torrent entregó a cada una la hoja de examen y un lápiz del número dos. Todas miraron a sus profesores, pero el Dr. Torrent, con un gesto, señaló la puerta a los tres becarios. En ese momento Lois comenzó a quebrarse y Teagan sollozó. No les quedó más remedio que hacer el exámen, ¡y qué difícil era! O al menos algunas partes del mismo. La parte de historia estaba confusa, daba la impresión de que no hubiese ninguna respuesta correcta en la mayor parte de las preguntas y, si las había, parecían contradictorias. Pero cuando llegó a la parte de historia del arte, Lois lanzó un suspiro de alivio.

¡Aquellas preguntas sí que tenían sentido! Recordaba cada una de las palabras que el Sr. Hernández le había enseñado. Se sentía como toda una experta en arte sobre MILF. ¡El Sr. Hernández era tan buen maestro!

Pero la euforia no podía durar para siempre y, finalmente, llegó a literatura inglesa. ¡La mayoría de las preguntas carecían de sentido! ¿Acaso no había escuchado al Sr. Duncan? Tras mirar perpleja a las preguntas durante un buen rato, finalmente se decidió a marcar la opción “c” de todas ellas y volvió a las preguntas de historia del arte. No es que quisiera cambiar sus respuestas, solo que le gustaba releer las preguntas. Se preguntó si habrían sido escritas por el Sr. Hernández. Seguramente. Eran muy buenas.

- ¡Lápices fuera! – dijo el director consiguiendo que de nuevo las mujeres gritasen sorprendidas. Luego, recogió los exámenes y los lápices y, sonriendo tranquilizadoramente, les dijo:

- Esperen aquí, señoritas. Esto no llevará mucho tiempo.

¡Pero tardaban muchísimo! Y no ayudaba el que Teagan se acercase y comentase lo fácil que había sido la última parte del examen. Sin duda, el Sr. Hernández no se vería perjudicado por lo mal que ella lo hubiese hecho en las pruebas de los otros maestros, ¿verdad? Pero Janelle y Teagan dijeron que ni siquiera se acordaron de la mitad de los nombres de los famosos pintores, ¡bimbos!

Pero el tiempo pasaba y las mujeres dejaron de hablar del examen y empezaron a comentar lo calientes que estaban. Eso era algo en lo que las tres podían estar de acuerdo. Lois se dio cuenta de que la mano de Janelle había desaparecido debajo de su falda y se preguntó el por qué no se le habría ocurrido a ella hacer lo mismo antes. Pronto, las tres mujeres estaban acariciándose a si mismas gimiendo al pronunciar los nombres de sus maestros favoritos.

Todas volvieron a gritar cuando regresó el Dr. Torrent. Se habían olvidado de los exámenes, pero la mirada severa que lucía el rostro del director y el aspecto avergonzado de los becarios trajeron de nuevo los exámenes a sus mentes.

- Bueno, no puedo decir que esté muy impresionado, señoritas. – dijo el Dr. Torrent. – En general, todas han obtenido una “D”, lo cual está muy bien para una copa de sujetador, pero no parala nota de un examen.

Lois enrojeció de vergüenza y lanzó una mirada de disculpa al Sr. Hernández.

- Pero teniendo en cuenta el hecho de que en algún momento de vuestra visita al colegio todas parecen haberse convertido en una bimbo obsesionadas con el sexo, supongo que el hecho de que cada una de vosotras haya conseguido superar, al menos, una parte del examen es algo para estar impresionado.

Al oír esto, la actitud de Lois cambió notablemente y levantó sustencialmente un poco más alto su copa D. Estaba segura de que había aprobado Historia del Arte. Y eso era lo que realmente le importaba a ella. Sintiéndose redimida, sonrió al Sr. Hernández.

- Así que, aunque no pueda aprobarlas. – continuó diciendo el director. – Creo que todas merecen algún tipo de recompensa. Así que díganme señoritas, ¿qué les gustaría?

Lois se incorporó empujando la mesa detrás de ella, oyendo a Janelle y a Teagan haciendo lo mismo. Sin embargo, sus ojos estaban fijos en el Sr. Hernández.

- ¡Queremos follar! – dijeron las tres al unísono.

El Sr. Hernández sonrió y Lois se derritió.

- Bueno, señores, sin duda se lo han ganado. – dijo el Dr. Torrent y el Sr. Hernández dio un paso adelante desabrochándose los pantalones, alineándose con los otros dos becarios.

Con un chillido, Lois se abalanzó sobre el Sr. Hernández, besándolo con pasión mientras sus manos buscaban con ansia su polla. Una vez que aquel caliente trozo de carne estuvo en sus manos, dejó de besarlo y se dejó caer sobre sus rpdillas, vagamente consciente de que sus compañeras de clase hacían lo mismo con los otros dos becarios. Sin embargo, toda su atención estaba puesta en la tibia hinchazón que reposaba en sus manos. Con cuidado, levantó la cabeza de aquella polla circuncidada y, acercándosela a la boca, la besó. Agradecida, la polla del Sr. Hernández se estremeció hinchándose un poco más.

- ¡Soy una putita caliente! – exclamó Lois antes de llevarse la polla del Sr. Hernández a su boquita perfecta.  

El Sr. Hernández, agarrándola de la base de sus coletas, la animó a profundizar. Sin embargo, ella no necesitaba de ningún estímulo. Quería chuparle la verga más que cualquier otra cosa en toda su vida. ¡Ella era una toda una máquina tragapollas y el Sr. Hernández la tenía bien sujeta por el manillar!

Lois balanceaba su cabeza, gimiendo y gorgoteando, deslizando aquella verga dentro y fuera de su boca una y otra vez, cada vez introduciéndola más profundamente en su garganta con cada golpe. No sentía arcadas en absoluto. Su garganta, todo su cuerpo, sabía para lo que estaba hecho.

- ¡Eso es, Lois! – la animó el Sr. Hernández. - ¡Así se hace, mi pequeña chupapollas! ¡Oh, en que gran guarra puta chupapollas te has convertido! ¡Una colegiala MILFy, nacida para chupar pollas!

Lois se estremeció al oir esos piropos y avanzó un poco más en su acometida, consiguiendo llegar hasta la base de la polla del muchacho y empezando a remolinear con su lengua sobre la verga al tiempo que balanceaba su acbeza acariciando suavemente las bolas del joven con los dedos. Mientras lo hacía, cada vez más caliente, comenzó a gemir cada vez más fuerte. A su lado, en un tono más bajo, Teagan también gemía y sorbía, y lo mismo hacía Janelle en un tono más agudo.  Entre las tres parecían orquestar un armónico trío de lasciva felididad.

- ¿Quieres tomártelo ya, Lois? – preguntó el Sr. Hernández.

- ¡MLMMM! – asintió Lois.

- Aquí tienes, pequeñá zorra. – dijo el Sr. Hernández bombeando a continuación el caliente semen en la boca de la mujer, que no dejaba de mover su cabeza de adelanta a atrás sobre la verga del hombre mientras éste continuaba sujetándola de las coletas, follándose su cara.

Lois se estremeció de placer. ¡El gusto era tan delicioso!

El único inconveniente de su placer era que ella sabía que se acabaría, al menos por un rato, mientras el Sr. Hernández se recuperaba. Sin embargo, el hombre no desfalleció y siguió follándose con fuerza la cara de Lois.

Lois se estremeció. ¡Era algo asombroso! Aún se descargó dos veces más en su garganta antes de, finalmente, haciendo uso del control que ejercía sobre sus coletas, la apartase de su polla. ¡Y ésta aun seguía dura como una roca!, se percató con asombro la mujer, inacapz de fijarse en nada más de lo que la rodeaba.

Un hilillo de semen trató de escapar por la comisura de sus labios, pero por suerte, en ese momento, su lengua trabajaba mucho más rápido que su cerebro y logró atraparlo llevándolo de nuevo a su boca.

- Inclínate sobre la mesa del profesor, Lois. – ordenó el Sr. Hernández. – Por fin voy a darle a ese ardiente conejito tuyo lo que ha estado pidiendo desde que llegaste.

- ¡Eeee! – respondió Lois, con sus ojos abiertos de par en par, sin atreverse siquiera a creer que eso fuera a ser verdad.

Sin embargo, el Sr. Hernández la ayudó a incorporarse y la inclinó sobre la mesa del profesor, en la parte delantera del aula. En el extremo opuesto de la mesa, la curvilínea asiática con coletas era montada por el hermoso negro.

Lois esgrimió una amable sonrisa cuando se unió la otra mujer en la parte frontal de la mesa, descansando sus enormes tetas entre ella y la asiática mientras un hombre pelirrojo le levantaba su falda.

Finalmente, el Sr. Hernández deslizó su polla desde atrás en su conejito y Lois dejó, incluso, de reconocer a las otras mujeres abandonándose en espasmos de placer. ¡Estaba follándosela! ¡Al fin el Sr. Hernández se la estaba tirando! ¡No había en el mundo nada más importante que aquello!

El becario bombeaba una y otra vez y ella gritaba de placer, al igual que sus compañeras, gimiendo, gritando y jurando. En algún momento, las tres mujeres se cogieron de las manos, permaneciendo unidas sobre el escritorio. Lois no sabía quienes eran, pero sintió un profundo sentimiento de hermandad con ellas. ¡¿Quién más en el mundo entero podría saber lo que increíble que era ser follada de esa manera?!

Decir que alcanzó el clímax sería un absurdo eufemismo. Sería más acertado decir que el cerebro de Lois estalló, se reconstruyó a partir de las piezas resultantes y volvió a estallar, una vez tras otra. Cuando por fin su amante se retiró, ella sólo pudo permanecer tendida sobre la mesa, chorreando por todos sus poros y gimiendo débilmente. No sabía quién se la había tirado, ni sabía quiénes eran las mujeres cuyos charcos de baba rezumaban lentamente hacia ella misma. Ni siquiera sabía cuál era su propio nombre. Y, realmente, le importaba una mierda. Todo era perfecto.

De pronto sonó un timbre electrónico y, desde algún lugar en lo alto, resonó una voz femenina.

- Lois Hilbert, Janelle Nguyen y Teagan Drivers. Por favor, acudan al despacho del director.

Lois parpadeó. Ese era su nombre. Lois Hilbert. Se incorporó con las piernas temblorosas y parpadeó a las dos mujeres que habían compartido el escritorio con ella, Janelle y Teagan, sus dos compañeras de clase. Sus mejores amigas.

- Lois Hilbert, Janelle Nguyen y Teagan Drivers. Por favor, acudan al despacho del director de inmediato. – repitió la voz femenina a través de la megafonía.

Alarmada, Lois miró a su alrededor. El Sr. Hernández se había marchado. Estaban solas en el aula.

- ¿Estamos metidas en algún lío? – preguntó Janelle señalando el altavoz.

Teagan rió antes de contestar.

- Probablemente. Hemos estado follando en la escuela. – les recordó a sus compañeras.

- Ha merecido la pena. – declaró Lois.

Janelle y Teagan rieron y asintieron ante las palabras de Lois. Las tres se encogieron de hombros y se dirigieron a la oficina del director.

- Si estamos en problemas, voy a conseguir que salgamos de esta. – aseguró Lois a sus compañeras de clase. - ¡El Dr. Torrent me pone totalmente caliente!

- ¡Pensé que te gustaba el Sr. Hernández! – comentó Teagan.

- ¡El Sr. Hernández es follabilísimo! – respondió Lois. – Pero me puede gustar más de un hombre. – dijo soltando una risita. - ¡Soy un putón total!

- ¡Todas somos unas putas! – dijo Janelle. - ¡Tal vez por eso el Dr. Torrent nos necesita en su despacho!

Todas rieron ante el comentario.

El Dr. Torrent les dio la bienvenida a su despacho y por la forma en que sonrió y, también, por la forma en que admiraba sus tetas, estuvieron seguras de que no estaban en problemas.

Las tres mujeres tomaron asiento separando sus rodillas por si el Dr. Quería curiosear bajo sus falditas.

- Entonces, - comezó a decir el director - ¿cómo ha sido su primer día en la “Escuela para Jóvenes Precoces”?

Lois parpadeó confundida. Miró a sus compañeras de clase que también parecían desconcertadas.

- ¡Pero Dr. Torrent, siempre hemos estado aquí! – le recordó Lois. - ¡Una eternidad! ¡Somos las tres golfas más grandes que hay en la escuela!

- Por supuesto. – respondió el hombre. – Pero me temo que tengo que volver a poner las cosas tal y como estaban al principio.

Lois parpadeó. Volvía a tener cincuenta años, era la alcaldesa de la pequeña ciudad y vestía un discreto pero elegante traje sastre. Miró hacia atrás y hacia adelante, a las dos mujeres de mediana edad que estaban a su lado. Teagan estaba empezando a gritar y gruesas lágrimas rodaban por sus prominentes mejillas. La boca de Janelle colgaba abierta, estupefacta, temblorosa.

- Creo, señoras, que ahora comprenden mejor los particulares desafíos a los que nos enfrentamos en la escuela y han podido conocer el centro. – dijo el director. – Ya ven que nuestros graduados no tienen un perfecto control sobre sí mismos, y en el caso de los estudiantes es mucho, mucho peor. Mi principal reto con Carlos, Dyson y William es que, mientras que pueden manejar a una persona con bastante facilidad, cuando tienen que centrarse en grupos, particularmente en grupos de personas a las que acaban de conocer, les cuesta mucho más manejarlos.

- Nosotras… yo… ellas… - balbuceó Lois con los recuerdos de las últimas horas bombardeando nuevas implicaciones a persona que ella era de nuevo.

De nuevo miró a sus compañeras. Eran verdaderos naufragios emocionales.

- Realmente aprecio mucho su esfuerzo en ayudarles en sus prácticas. – continuó el director. – Y creo que la visita a la escuela les ha hecho entender mejor el funcionamiento de nuestro centro. Si lo desea, podríamos convertir esto en una inspección anual. Puede al salir programar con Sheena su próxima visita.

El tono ligero y desdeñoso con el que el hombre habló fue demasiado para Lois, que cerró los puños con fuerza tragándose su orgullo.

- ¡No puede hacer esto! – exclamó. - ¡No puede… no debe… ¡alejarnos del centro!

- ¡No! ¡Por favor! – rogó Janelle en voz baja. - ¡Quiero ser una estudiante del centro!

- ¡No puedo volver a ser lo que era antes! – sollozó Teagan. – Por favor, Dr. Torrent, ¡deje que nos quedemos, señor! ¡Deje que seamos unas zorras calientes! ¡Permítanos seguir siendo hermosas y follables!

El director las miró y lanzó un suspiro.

- Bueno. – dijo al fin. – En realidad no podeis convertiros en estudiantes permanentes del centro. Sois destacados miembros de la sociedad y vuestra desaparición causaría demasiados problemas.

- Yo… ¡yo ni siquiera creo que sea reelegida! – replicó Lois.

- ¡No he termidado! – dijo con severidad el director y las tres mujeres se callaron inmediatamente. Sin embargo, Lois creyó oír a Teagan lloriquear suavemente.

- Bien. Ahora, como iba diciendo, no podeis ser alumnas a tiempo completo. Teneis que volver a vuestros puestos de trabajo y a vuestras vidas. Sin embargo, se me está ocurriendo que mis jóvenes becarios realmente podrían beneficiarse de más trabajo en grupo. Así que, con ese propósito, tal vez podamos inaugurar una escuela nocturna para mujeres adultas en este centro.

- ¿Todas las noches? – preguntó esperanzada Janelle.

- Todas las noches de los días lectivos. – respondió el director. – Si vosotras podeis. Pero si esto va a ser en beneficio de mis becarios, no pueden ser las clases sólo para vosotras tres. El objetivo de estas clases es que necesito que ellos aprendan a manejar grupos. Así que, en lugar de cobraros una matrícula, deberéis traer una nueva estudiante por cada semana de escolarización que recibáis. Eso significaría que los chicos trabajarían con seis mujeres la próxima semana y nueve en la siguiente. Para la siguiente, podríamos tener ya un aula llena de colegialas maduritas y,si pueden manejar eso, podrán manejar cualquier cosa.

- ¡Oh, guau, Dr. Torrent! – exclamó Lois. - ¡Eso suena jodidamente asombroso!

Lois miró a sus compañeras que asentían también entusiasmadas a la solución propuesta por el director.

- Deberás cuidar ese lenguaje cuando vuelvas a la ciudad, Lois. – la reprendió el Dr. Torrent. – Pero si vosotras, señoritas, hacéis un trabajo tan bueno como el que creo que haréis y, además, estudiáis muy, muy duro, creo que podréis desarrollar más y más de vuestra personalidad de colegiala cachonda en nuestra pequeña escuela.

- ¡Oh, Dios, sí! – exclamó Teagan!

Cerrando los ojos, Lois comenzó a hacer planes. Sin dificultad, podría conseguir que su secretaria la acompañase a la escuela la próxima semana. Y su hermana la siguiente. Necesitaba que la escuela funcionase bien lo más rápido posible ya que así Carlos Hernández podría obtener permiso para abrir su propia escuela. Una nueva escuela en cualquier lugar lejos de esta ciudad de mierda, un lugar en el que no tendría que ser la alcaldesa y podría pasar todo el día siendo cualquier tipo de zorra que él quisiese que fuera.

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