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BimboTech: Una amiga en apuros I

en Control Mental

Continuamos con una nueva entrega de la versión española de BimboTech. Les recuerdo que el autor, John Blade (The Sympathetic Devil), agradece cualquier comentario que le querais hacer llegar a su correo (thesympatheticdevil@hotmail.com). Su trabajo original lo podréis encontrar, entre otros, en la web "Erotic Mind Control".

Quiero dar también las gracias a todos los lectores que han valorado y comentado mi trabajo de traducción y que con su apoyo me animan a seguir traduciendo. Sin más, os dejo con este nuevo capítulo de la serie esperando que tenga tan buena acogida como los anteriores.

Una amiga en apuros I

 

Catherine regresó preocupada a su dormitorio tras acabar sus clases. Marissa, su compañera de cuarto y su mejor amiga desde que tenía uso de razón, no había acudido a su cita con ella para almorzar.  Extrañamente, tampoco había acudido a clase. Nadie la había visto desde el desayuno. Catherine rezó para que su amiga estuviese a salvo en el dormitorio y lanzó un suspiro de alivio al oír ruidos provenientes del interior del mismo.

La sensación de alivio duro poco. Algo no encajaba. Los ruidos sonaban como si Marissa estuviese lanzando gemidos.

- ¿Marissa? ¿Marissa, estás bien? – gritó mientras luchaba frenéticamente con la cerradura de la puerta tratando de abrirla. - ¿Marissa, te pasa algo?

De nuevo Marissa volvió a gemir, esta vez más fuerte, pero el gemido sonó como si de alguna manera hubiese sido amortiguado. Catherine no sabía que pensar. Lo único que le preocupaba en ese momento era lograr abrir la puerta.

Y, al fin, la puerta se abrió y Catherine deseó que no lo hubiese hecho. Sin embargo, estaba conmocionada por lo que veía que fue incapaz de cerrar de nuevo la puerta. En la habitación, su amiga se encontraba vestida tan solo con unos calcetinitos de color rosa, doblada en ángulo recto entre dos chicos, con su rubia cabellera colgando libre. Los chicos, a los que Catherine había visto por el campus, pero de los que desconocía sus nombres, tenían sus pantalones alrededor de los tobillos y sus erectas pollas en Marissa. Ésta chupaba golosa la polla de uno de ellos mientras el otro vigorosamente la follaba por detrás. Cuando la muchacha, por el rabillo del ojo, se percató de la presencia de su estupefacta compañera de habitación, se sacó la polla de la boca para sonreír estúpidamente y hablarle a su amiga.

- ¡Catherine! ¡Mira, oh, Dios mío! ¡Ven a jugar! ¡Es divertidísimo!

El sonido de su nombre sacó a Catherine de su estupor y su rostro, antes pálido, se volvió rojo intenso de ira.

- ¡Marissa! ¿Qué crees que estás haciendo?

- Jugando a un juego que se llama “esconder la salchicha” – contestó Marissa. - ¡Derek y Chet me están enseñando a jugar! Tienes que probarlo, ¡es divertidísimo!

Los dos chicos miraban a Catherine de arriba abajo, esperanzados de que se uniera al juego. Pero Catherine estaba enfadada. Muy, muy enfadada. Algo raro sucedía con su mejor amiga. Actuaba como si estuviese drogada o algo por el estilo y esos dos desalmados se estaban aprovechando de ella. Sí, sin duda la habían drogado. Era la única explicación racional, pensó Catherine.

- ¡Fuera! – gritó mientras metía la mano en su bolso y sacaba su porra.

- ¡Hey! – protestó el chico al que Marissa le chupaba la polla. - ¡Cálmate! La zorra está de acuerdo. Si no quieres unirte es tu problema. Si quieres puedes quedarte a mirar, pero ella fue la que nos invitó a venir para que nos lo montáramos y… ¡OH, MIERDA PUTA! ¡OH, DIOS! ¡OH, DIOS! ¡JODIDA PUTA!

- ¡Mierda, Chet! ¡Esta jodida puta te está pegando! – exclamó el otro hombre con la polla aún entre las nalgas de Marissa, el que, por lógica, debía ser Derek.

Chet se lanzó contra Catherine en un intento de defenderse de los golpes que esta le asestaba, golpeando ciegamente con los pantalones aun enredados en sus tobillos, pero Catherine le lanzó un golpe con su porra entre sus desnudos muslos. Inmediatamente el hombre se desplomó.

- ¡Mierda! ¡Mierda! – exclamaba Derek que luchaba por salir del estrecho coño de Marissa, tarea que ésta dificultaba, loca por sexo, empujando su coño contra él cada vez que el muchacho trataba de zafarse.

- ¡Weeeee! – se quejaba Marissa moviendo su culo.

- ¡Para ya, puta loca! – gritó Derek. - ¿No ves que tu amiga está como una cabra?

- ¡Pero yo quiero seguir jugando a “esconder la salchicha”! – dijo la muchacha con una risita tonta, aun empalada en la polla del muchacho. - ¡Fucky, fucky, fuck…!

- ¡Fuera! – volvió a gritar Catherine, blandiendo su porra y avanzando hacia Derek.

El chico retrocedió, con el ansioso culo de Marissa siguiéndolo en su retirada. Logró retroceder hasta la pared de la pequeña habitación y, aprovechándola para tomar impulso, apoyó ambas manos sobre el firme culo de Marissa y la empujó fuera de su polla y la envió contra su furiosa compañera de cuarto. Las dos chicas cayeron al suelo convertidas en un amasijo de brazos y piernas. En ese momento Derek cogió sus pantalones y corrió hacia la puerta y, después, hacia el pasillo, hasta donde ya se había arrastrado Chet.

- ¡Será mejor que corras! – gritó Catherine debajo de una desnuda y carcajeante Marissa.

- ¡Estás loca, zorra! ¡Las dos estáis locas! – gritó Derek desde la puerta.

Catherine se desprendió de su alocada amiga y se incorporó. Los dos chicos huyeron entonces aterrorizados. Por un momento pensó en seguirlos, pero Marissa la necesitaba. Cerró la puerta y pasó la llave.

- Toma, Marissa. – dijo Catherine tendiéndole a su desnuda amiga un gastado albornoz rosa acuclillándose junto a ella. Su enfado se disipaba mientras se fijaba en su maltratada amiga. Gentilmente la ayudó a sentarse y trató de colocarle el albornoz sobre los hombros.

- ¡Pero estoy desnuda! – objeto Marissa. - ¡Los chicos me lo pidieron!

- Marissa, cariño, esos chicos te han hecho algo. – Catherine trató de explicar a su amiga.

- ¡Ya lo sé! – Dijo animándose - ¡Fue divertidísimo! ¿Por qué les has echado? ¡Estaba ganando el juego!

La chica desnuda puso mala cara durante unos instantes, pero luego volvió a estallar en carcajadas. Catherine suspiró. ¿Qué demonios pasaba? Tenía que averiguarlo. Llevaría a Marissa a Urgencias, pero antes era necesario saber que sustancia le habían administrado los chicos. El médico no podría ayudarla si no sabía que sustancia había ingerido y no podían esperar a los resultados de un análisis de sangre.

- Marissa. – dijo de nuevo colocándole otra vez el albornoz sobre los hombros, esta vez con éxito. – Creo que los chicos te han drogado. Necesito que pienses. ¿Te dieron algo de comer o de beber?

Marissa lanzó una risita tonta.

- ¡Salchichas! Aunque no eran salchichas de verdad. – dijo negando con la cabeza mientras seguía riéndose. - ¡Eran sus cositas! Jijijiji…

Catherine se estremeció.

- No, Marissa. Antes de eso. ¿Dónde los conociste?

- Fuera… por fuera de un sitio todo lleno de libros…

- ¿La biblioteca?

- ¡Oh, sí! ¡Así se llama ese sitio! – Marissa volvió a reírse tontamente. - ¡Eres tan lista, Catherine!

“Así que allí estabas esta mañana”, pensó Catherine antes de seguir con el interrogatorio.

- ¿Y qué hacías fuera de la biblioteca?

- Hablando y esas cosas, así que les pregunté que si querían ver mis tetas y me dijeron que sí, así que se las enseñé y ¡les gustaron mucho!

Catherine nunca había visto a Marissa presumir con orgullo de algo como lo hacía ahora de sus tetas.

- Espera, ¿acababas de verlos y le enseñaste los senos? ¿Y era hoy la primera vez que los veías?

- Ajá. – asintió Marissa para después echarse de nuevo a reír.

- ¿Y qué estabas haciendo antes?

- Les estaba enseñando mis tetas a otros chicos. ¡Se las he enseñado a más de cien chicos hoy! – dijo orgullosa Marissa.

- ¡Oh, Dios mío! – exclamó asombrada Catherine.

- ¡Eso es lo que ellos también dijeron! – exclamó alegre Marissa.

- ¿Pero por qué demonios has estado enseñándole las tetas a los chicos?

- ¡Porque les gusta, tonta! ¡Me lo dijo el profesor!

- Espera, ¿qué tipo de profesor? – preguntó Catherine.

- ¡El de la polla enorme! – aclaró Marissa.

¿Podría ser todo esto obra de un profesor? Eso era algo demasiado horrible de imaginar. Sin embargo presionar a Marissa para lograr más información en el estado en que se encontraba la muchacha era una tarea casi imposible. “Tal vez encuentre algo en su agenda”, pensó Catherine. Quizás allí pudiese encontrar una pista sobre los últimos pasos de Marissa y averiguar quién le había hecho esto a su amiga.

Catherine se puso a rebuscar en el escritorio de su amiga. En condiciones normales, eso hubiese conseguido que su compañera de cuarto la hubiese mandado a la mierda, pero en el estado actual, lo único que Marissa hacía era canturrear en voz baja emitiendo, de vez en cuando, una risita tonta. El escritorio se encontraba totalmente desordenado, como era habitual. Catherine no lograba encontrar la agenda de Marissa y, de pronto, cayó en la cuenta de que probablemente la muchacha se la hubiese llevado con ella al salir de la residencia esta mañana y que, seguramente, no se preocupó de traerla de nuevo con ella mientras se encontraba ocupada mostrando sus pechos a los chicos del campus.

Pero estaba de suerte. Allí, bajo un ejemplar de Cosmo, encontró un folleto en el que se pedían voluntarios para un experimento de Psicología. En él, Marissa había garabateado “Jueves, a las once”. Hoy. El experimento lo llevaba a cabo el Dr. Douglas Jones. Valía la pena seguir la pista.

- Marissa, ¿fue el Dr. Jones quien te dijo que le mostrases tus pechos a los chicos? – preguntó volviéndose hacia su amiga.

Marissa tenía en ese momento el albornoz completamente abierto, al igual que sus piernas y se introducía el mango del cepillo de pelo favorito de Catherine en lo más profundo de su sexo. Su lengua asomaba lasciva por su entreabierta boca y sus ojos estaban muy abiertos, se masturbaba de forma frenética, casi delirante.

- ¡Por Dios, Marissa! ¿Qué estás haciendo? – exclamó Catherine como si no fuese obvio lo que su amiga hacía. De un salto, se abalanzó sobre su amiga tratando de cerrarle la bata y recuperar su cepillo, pero Marissa malinterpretó sus intenciones.

- ¡Sí! ¡Sí! – exclamó. - ¡Ayuda a Rissa a follarse! ¡Estoy tan caliente! ¡Tan caliente!

- ¡No, Marissa, no! – gritó Catherine, luchando con su amiga con el fin de arrebatarle el cepillo, pero solo lograba bombear con él el sexo de su amiga.

- ¡Sí, Cat, sí! – gritaba Marissa. - ¡A Rissa le gusta! ¡A Rissa le gusta!

Marissa dejó una mano en el mango del cepillo y lanzó la otra sobre la teta derecha de Catherine, manchando la blusa de esta con el fluido que manaba de su coño. Catherine quedó tan sorprendida que no fue capaz de aprovechar la situación para arrancar el cepillo del coño de su amiga, tan solo pudo quedarse inmóvil mirando como la mano de Marissa se deslizaba por su pecho, sorprendida por como se le habían erizado los pezones.

Marissa lanzó de nuevo una de sus risitas tontas.

- Cat también tiene buenas tetas. – dijo mientras su amiga la miraba aun anonadada. – Si Cat le lame el coño a Rissa, Rissa le comerá el coño a Cat.

Catherine se ruborizó.

- ¡Oh, Dios mío! – fue todo lo que pudo decir.

Pero, de pronto, toda la ira que sentía contra el que le había hecho esto a su amiga acudió de golpe a su mente. Su ira era su salvación. Podía hacer cualquier cosa si estaba lo suficientemente enfadada. Sacó el cepillo del sexo de Marissa y lo arrojó al otro extremo de la habitación. Luego, de un golpe, se libró de la mano que aun acariciaba su pecho.

- ¡Mira, Marissa, tienes que calmarte! Alguien te ha hecho algo horrible y tenemos que averiguar quién ha sido y qué te ha hecho. No puedo llevarte ni a un hospital ni a la policía tal y como estás, pero tampoco puedo dejarte sola. Así que vístete y ven conmigo. ¿Has entendido?

- ¡Pero Ca… at…, estoy taaaaan calieeeente! – se quejó Marissa.

- ¡No me importa! ¡Vístete! – ordenó Catherine señalando la pila de ropa que se hallaba en el suelo.

Acobardada, Marissa puso un mohín de disgusto pero empezó a vestirse. El labio inferior le temblaba. Catherine suspiró resignada y fijó su mirada en su blusa manchada. No podía salir así a la calle, pero, después de lo que acababa de pasar en el dormitorio, no se sentía cómoda con la idea de quitarse la blusa delante de Marissa. Aunque, si se cambiase lo suficientemente rápido, tal vez a Marissa no le diese tiempo de mirar. Ella parecía estar ahora absorta en encontrar la forma de colocarse su ropa.

Catherine encontró una camiseta limpia que conjuntaba con sus pantalones y, mientras Marissa luchaba por abrocharse unos botones, aprovechó para cambiarse. Cuando asomaba su cabeza por el cuello de la camiseta limpia, Marissa estaba sonriendo con la mirada puesta en sus tetas. Catherine se estremeció.

*****

Tras un viaje bastante accidentado, las dos muchachas llegaron al edificio de Psicología y Sociología. Durante el trayecto, Catherine tuvo que luchar constantemente con Marissa para que esta no le enseñase el pecho a la gente. Finalmente, tuvo que cogerla de la mano, lo que hizo que Catherine fuese consciente de lo que la gente pensaba de ellas. Aun sujeta, Marissa no parecía contenerse e intentaba a cada momento enseñar sus tetas con la ayuda de su mano libre.

 A medida que se acercaban al edificio, las personas las miraban menos, incluso aunque Marissa se levantase la camisa. Al menos otras cinco chicas más hacían lo mismo, sosteniendo sus pechos desnudos con sus manos. Los ocasionales conatos de Marissa por bajar su cremallera, rápidamente censurados por Catherine, no eran nada comparado con lo que veían.

¿Qué demonios estaba pasando? Sin duda tenía que ser resultado del experimento en el que Marissa había participado esa misma mañana. Catherine había tratado de sonsacar algo de información del cerebro de su amiga, sobre si le habían suministrado algún tipo de droga o algo similar, pero, aunque admitía que había ido al edificio, lo único que Marissa podía recordar era colores bonitos y una polla realmente grande. Catherine dedujo que todo eso fue después de ingerir las drogas.

El folleto que llevaba Catherine consigo las dirigió a unas dependencias prefabricadas que estaban detrás del edificio principal de ladrillo, contenedores traídos en la última década como consecuencia del aumento de alumnado y del poco espacio disponible en las aulas. En la actualidad, la mayor parte de esos bloques prefabricados estaban vacios y eran alquilados por la Universidad a cualquiera que pudiese pagarlos. El experimento en el que participó Marissa estaba copatrocinado por BTI y algunas otras compañías. Catherine asumió que tendría que encontrar la sede central de la compañía. Cuando a su amiga se le pasasen los efectos de la droga, sin duda querría demandarles.

Suponiendo, claro está, que los efectos no fuesen permanentes. ¡Eso sería horrible! El enfado de Catherine la empujó a seguir adelante.

Encontraron el bloque anexo a la derecha del edificio central y Catherine irrumpió en él sin molestarse en llamar, con Marissa a su espalda.

Detrás de un escritorio se encontraba una mujer negra con un pelo voluminoso y unos ridículamente enormes pechos embutida en un mini vestido de lycra de un color rosa chillón a juego con unos aretes, uñas postizas y botas de tacón alto, del mismo color, que apoyaba sobre la mesa mientras su propietaria se limaba las uñas y dejaba ver que no llevaba ropa interior.

- ¡Hola! ¿Tienes cita? – preguntó la mujer con voz chillona.

Catherine quedó aturdida por un momento.

- No sé. – reconoció Marissa.

El aturdimiento de Catherine fue rápidamente sustituido por la ira que sentía.

- ¡Ya la tuvo esta mañana! Exijo saber que fue lo que le hicieron y qué tipo de “enfermos experimentos” se están llevando a cabo aquí. ¿Dónde está el Dr. Jones?

- El Dr. Jones está ahora con otra voluntaria, pero si tomas asiento pronto estará contigo. – dijo amablemente la recepcionista, haciendo gala de toda su profesionalidad a pesar que cada centímetro de ella la hacía parecer más a una prostituta.

- ¡Oh, no! ¡Yo no voy a esperar! Quiero ver exactamente qué es lo que hace con esa voluntaria. Está dentro, ¿verdad?

- Bueno, sí, pero… - la mujer parecía buscar algo en el escritorio. - ¿Dónde está el botón? – preguntó sin dirigirse a nadie en particular.

Catherine, haciendo caso omiso de la recepcionista se abalanzó hacia dentro de la estancia con Marissa a sus espaldas. De un golpe abrió la puerta que separaba la recepción de la sala de experimentación. Frente a ella se encontraba un hombre de unos cuarenta y tantos años, de pie, con las piernas abiertas y los pantalones por los tobillos, y, desnuda delante de él y arrodillada, una mujer asiática moviendo la cabeza sobre la polla del hombre. Catherine reconoció enseguida a la mujer. Habían cursado juntas la asignatura de Estudios sobre la Mujer el semestre pasado, siendo una de las alumnas más inteligentes de la clase. Ahora, la mujer reía tontamente mientras le hacía una felación al hombre que, supuso Catherine, era el Dr. Jones.

- ¡¿Qué demonios le estás haciendo a esa mujer?! – gritó Catherine exaltada.

El hombre se giró y la miró asustado. La estudiante la miró por el rabillo del ojo y saludó alegremente, pero sin dejar de chupar la polla del hombre.

- ¡Tittiefuck! – gritó el Dr. Jones. – Se suponía que tenías que evitar que nadie entrase aquí.

- Lo siento, Dr. Jones. – se excusó la recepcionista que ahora se hallaba detrás de Catherine y Marissa. – Me olvidé de donde estaba el mando. Como en la oficina tengo el botón en el escritorio, el botón que pulso. Además, como en la oficina todas las puertas están bloqueadas.

- Bueno, pero aquí tenemos el mando, ¿te acuerdas? El man-do.

- Sí, ya me acuerdo. – dijo la recepcionista. - ¡Mire, aquí está!

Catherine se volvió para ver a la recepcionista que sostenía lo que parecía un cruce entre un mando a distancia de TV y un vibrador.

- Neutralízala de una vez, bimbo estúpida. – ordenó el Dr. Jones.

- ¡Oh, sí, claro!

- ¿Qué? – exclamó Catherine.

La recepcionista la apuntaba con aquella cosa, apretando uno de los botones. El lado derecho de la cara de Catherine comenzó a temblar. Aparte de eso, no sucedió nada más.

- Sácalas de aquí. Ya casi acabo con esta. – le dijo el doctor a la recepcionista.

- ¡No, ya has terminado con ella, maldito hijo de puta! – gritó Catherine volviéndose hacia el hombre que aun permanecía con los pantalones en los tobillos. - ¿Vas a decirme de  una jodida vez que le has hecho a mi amiga y a esa chica y a las otras? ¡Y deja de decir bimbo! ¡Me está provocando jaqueca!

- ¡¿Pero qué coño…?! – exclamó el Dr. Jones con una mueca en la cara. – Tittiefuck, ¿estás segura de que estás usando bien el mando?

- Estoy apretando el botón rojo, Dr. Jones. – le contestó la recepcionista. – No sé porqué no hace que la mujer se ponga feliz ahora. Tal vez no tiene pilas.

La negra apuntó el aparato hacia su propia cara y pulsó el botón. Una gran sonrisa se dibujó en su cara y comenzó a reír tontamente.

- Funciona bien… heep… jejejeje… jejejejeje… glglglglgll…

La lengua de la recepcionista colgaba ahora de su boca comenzando a babear y farfullar.

- ¡Mierda! – exclamó el Dr. Jones mientras una mirada de pánico asomaba a su rostro empujando a la muchacha arrodillada lejos de sus genitales. – Espera… umm… puedo explicarlo… Si quisieras ver esta película…

El hombre apretó un botón y un remolino de vibrantes colores se proyectó en una pantalla situada en el otro extremo de la sala.

- ¡Ohhhh! ¡Los colores bonitos! – exclamó Marissa avanzando por la habitación para ver mejor la pantalla. La mujer asiática se arrastró también hacia la pantalla con la misma sonrisa vacía que Marissa tenía en la cara.

- Caliente… tan caliente… - decían las dos mujeres al unísono.

Catherine también miró hacia la pantalla, con el rostro crispado. Le dolía la cabeza y eso la cabreó aun más.

- ¿Es así como lo hace con ellas? ¡¿Cómo te atreves?! ¡Vas a ir a la cárcel!

- No… ummm… ¿no te sientes…? Umm… ¡Mierda! – gritó el profesor subiéndose apresuradamente los pantalones y abalanzándose sobre la muchacha, trató de escapar.

Catherine trató de coger su porra, pero demasiado tarde. El hombre ya la había esquivado.

- ¡No te saldrás con la tuya! – gritó Catherine. - ¡La policía dará contigo! ¡Testificaré! ¡Te pudrirás en la cárcel!

- ¡Y una mierda, perra! – dijo el hombre a garrando el mando a distancia que la babeante recepcionista había dejado caer al suelo y apuntando de nuevo a Catherine con él.

El Dr. Jones comenzó entonces a apretar botones. Varias partes del cuerpo de Catherine se crisparon, pero ella con un esfuerzo agarró su porra y se dispuso a descargar un fuerte golpe sobre aquel pervertido. Pero de repente, se sintió mal. Muy, muy mal. La invadieron nauseas, mareos… trató de luchar. “Ahora no”, pensó, ¡¡Ahora no!”

- ¡Marissa! – gritó. - ¡Ayúdame!

Pero Marissa tenía la cabeza hundida entre los muslos de la muchacha asiática y esta le devolvía el favor. Lo único que fue al encuentro de Catherine era el suelo, y se acercaba rápidamente.

Después, todo se volvió negro para Catherine.

*****

A Catherine le dolía la cabeza cuando al fin despertó, como si esta estuviese a punto de implosionar o, posiblemente, como si ya lo hubiese hecho. También fue consciente de que estaba sentada. Algo no iba bien.

Abrió los ojos. Realmente se hallaba sentada en una extraña especie de silla. No, eso no era del todo cierto. No estaba sentada en la silla, estaba atada a ella… ¡desnuda!

El corazón de Catherine se aceleró. Trató de liberarse sin éxito de sus ataduras y, al hacerlo, descubrió que no solo le habían pasado correas alrededor de tobillos, rodillas, muñecas, codos y cabeza. Algo duro y largo, que sobresalía del asiento, estaba insertado en su culo. Con el forcejeo el objeto le hizo sentir como si necesitase defecar.

Tragó saliva. ¿En qué infiernos se había metido?

- ¡Buenos días Caty-Cat-Catherine! – oyó decir a una voz familiar. - ¿Ya te despertaste?

- ¡Marissa! – gritó incapaz de girar la cabeza en la dirección desde la que procedía la voz. – Marissa, ¿estás bien? ¿Puedes ayudarme a liberarme de esto?

- ¡Marissa está de maraviiiiiiiiiilla! – exclamó su amiga. - ¡Este sitio mola tanto! ¡Me han dado ropa sexy y unas tetas grandes y todo!

Catherine parpadeó una vez, luego otra, momentáneamente distraída de la situación angustiosa en que se encontraba, al ver la monstruosa aparición que se mostró ante ella. Era Marissa y, sin embargo, no era ella.

Marissa siempre había sido rubia, pero ahora era más rubia que cualquier otra rubia que Catherine hubiese visto antes, con unos suaves y brillantes rizos color platino formando un enorme halo alrededor de su exageradamente maquillado rostro y cayendo libre por su espalda. Todavía conservaba la misma insípida y caliente mirada que había tenido desde que la encontrara en el dormitorio reforzada por el brillante color rosa de su maquillaje. En cuanto a sus labios, era imposible que solo con maquillaje se hubiese logrado aquel efecto. Sus labios, antes tan bien delineados, se veían ahora extremadamente gruesos, carnosos y sensuales, aspecto que solo podía ser el resultado de inyecciones de colágeno. El tono rosa con el que se los había pintado se veía sensualmente brillante y húmedo, pues Marissa no dejaba de relamerse continuamente los labios. Catherine, viéndola así, la comparó con una muñeca hinchable que había visto una vez en un escaparate del centro de la ciudad un día que hizo en su trayecto un giro equivocado.

Catherine sólo se detuvo un instante en la contemplación de los labios de su amiga antes de que sus ojos fuesen atraídos irremediablemente hacia los senos de Marissa. Eran de esa clase de tetas que exigían ser contempladas. Enormes, sobresalientes, amenazando constantemente con romper la barrera de delgada lycra rosa del vestidito que las contenía y volar como cohetes por la habitación.

- ¡Dios mío, Marissa! ¿Qué te han hecho?

- Me han puesto bonita. – dijo lanzando una risita tonta. - ¡Y hemos follado mucho! ¡Este sitio es… es… mola! ¡Mola más que Disney World! Lo único que me hacía sentir triste era que tú te lo estuvieses perdiendo, ¡eres mi mejor amiga! ¡Pero ahora ya estás despierta para que puedan ponerte unas tetas grandes y estés también bonita!

Marissa se abrazó a si misma pasando sus brazos por debajo de sus inflados pechos y se puso a dar, con entusiasmo, saltitos y cabriolas sobre unos ridículos zapatos abiertos, color rosa y púrpura, con unos gruesos tacones de casi veinte centímetros de alto. Si no hubiese sido por la sonrisa de satisfacción que se dibujaba en su cara, Catherine hubiese creído que se estaba haciendo pis.

Ese pensamiento trajo de vuelta a Catherine a su incómoda sensación. No parecía que Marissa estuviese en condiciones de rescatarla, pero era la mejor opción que tenía en esos momentos.

- Marissa, cielo. – dijo como si hablase con una niña. – Necesito que me ayudes a salir de esta silla. ¿Puedes ver si consigues soltar las correas que me sujetan los brazos?

- ¡Dios mío! ¡No sé! – dijo Marissa mirando las correas. – Se ve muy difícil. ¿Por qué no se lo pides al Sr. Fink? El es muy listo y taaaaaaaan guapo.

Marissa volvió a reír tontamente.

- ¿A quién? – preguntó Catherine.

- ¡Al Sr. Fink, tonta! ¡Está ahí! – exclamó Marissa. – Sr. Fink, ¿puede ayudar a Caty-cat a salir de la silla? Ya está despierta y así puede también ponerse ropa bonita y unas tetas grandes.

- Aun no, Marissa. – contestó divertida una voz masculina a espaldas de Catherine. – No estoy seguro de que en estos momentos tu amiga desee ropas bonitas o grandes tetas.

- ¡Hey! ¿Quién eres? ¡Deja que me vaya ahora mismo! – gritó Catherine tratando de averiguar de dónde procedía la voz.

- Paciencia, Catherine, paciencia. No quiero que estés en esa silla más tiempo del necesario. De hecho, no quiero tenerte aquí. ¿Sabes? Eres todo un problema para mí. Eres, como ya habrás visto, una de esas raras mujeres que son inmunes a nuestra tecnología BimboTech estándar. Aproximadamente una de cada diez mil mujeres se muestra resistente, lo que es una suerte para ti y una desgracia para el Dr. Jones. Si me hubiese consultado antes de emprender esta desafortunada operación no autorizada fuera de nuestras instalaciones, le hubiese informado de esa posibilidad. Te aseguro, Catherine, que está siendo seriamente apercibido mientras hablamos.

El hombre se rió entre dientes como si hubiese hecho una broma que solo el conociese.

- Sin embargo, es a mí a quien corresponde enmendar sus actos. Como director ejecutivo de BimboTech Incorporated, no puedo permitir el tipo de publicidad negativa que, seguramente, darás a nuestra empresa. Simplemente, dejarte hablar no entra en nuestro actual plan de negocios.

- ¿Y el secuestro y el asalto sí? – preguntó Catherine.

- Tienes agallas, muchacha. Estás totalmente indefensa y, sin embargo, tomas la ofensiva. Te diré que admiro eso, así que, a mi pesar, te propongo un trato. Tengo un poco de jugador compulsivo, como ves, así que aquí va mi apuesta.

De pronto, ante Catherine, un gran podio se levantó desde una trampilla del suelo.

- Este es el panel de control de la silla en la que estás sentada. Es la última generación de equipos BimboTech y aun no la hemos probado. Trabaja bajo principios diferentes a nuestra tecnología estándar, así que espero que sea efectiva contigo. Bien, uno de los botones te liberará de la silla. El resto de diales e interruptores hacen otras cosas. Si puedes conseguir que tu bimboficada amiga te ponga en libertad sin que te conviertas en un vegetal, te doy mi palabra de que las dejaré ir a ambas. ¿Aceptas el trato?

- ¡Eres un psicópata! – gritó Catherine. - ¡No voy a jugar a ninguno de tus perversos juegos! ¡Tendrás que matarme!

- Sí, bueno, eso es lo que me han sugerido mis colegas, pero matar es un asunto tan desagradable. – dijo la voz masculina. – No, matar no entra en consonancia con el espíritu feliz de nuestra empresa. Te voy a decir una cosa. Voy a dejaros a tu amiga y a ti solas un rato para que lo pienses. No hay prisa. Volveré en un rato.

Se oyó un clic tras Catherine y luego el silencio, interrumpido por Marissa.

- ¡A… adiós! – dijo esta en voz alta. Luego lanzó un suspiro. - ¡Ca… therine, me a-bu-rro!

- ¡Maldita sea, Marissa, no me importa si te aburres o no! ¡Me metiste en esto y ahora voy a morir!

Marissa lanzó una risita tonta. ¡Una risita tonta!

- ¡No seas tonta, Catherine! ¡No te vas a morir! Este sitio es jodidamente feliz. ¡Nada malo pasa aquí!

- Mira, solo… solo cállate, ¿vale? No puedes ayudarme. Supongo que al menos me queda el consuelo de no haberme convertido en algo como tú.

De nuevo la risa tonta.

- Eres tonta, Caty-Cath. Respondió Marissa.

- ¡CÁLLATE! – gritó Catherine.

- Bueno, caramba, si no quieres ser como yo no diré nada. – dijo Marissa haciendo un mohín.

Fue la primera emoción, que no fuera de éxtasis sensual, que había visto en su cara desde que expulsase a golpes a los dos chicos de la habitación de la residencia. Le llenó de satisfacción saber que, de algún modo, aun podía llegar de alguna forma a la mente de su amiga. El mohín de niña era infinitamente preferible a la vacía y estúpida sonrisa que lucía siempre.

Sin embargo, Marissa no duró mucho así. Después de vagar hosca por la habitación durante unos minutos, empezó a tatarear en voz baja y a pellizcarse su pezón izquierdo. Pronto estuvo riendo de nuevo. Catherine pensó si no la habían dejado allí solo para que Marissa la volviese loca. Finalmente, Catherine se rompió. ¡Cualquier cosa era mejor que esto!

- ¡Marissa! – llamó.

- ¿Quieres jugar ahora, Caty-Cath? – preguntó Marissa esperanzada corriendo hacia ella como un cachorrito.

- ¡Dios, no me llames así! Mira, escúchame con atención. Quiero que vayas hacia esa consola y la mires. ¡Pero no toques nada! Solo mira y dime lo que ves.

- No parece un juego divertido. – dijo Marissa dubitativa.

Catherine se mordió el labio antes de hablar.

- Mira, hazlo por mí y, luego, cuando esté fuera de esta silla, te dejo elegir a ti el juego. ¿Vale?

- Vale, ¡pero harás todo lo que yo te diga!

- Claro que sí, pero antes, vamos, ve al panel de control.

Marissa se fue dando saltitos hasta el panel de control.

- ¡Oh, wow…! ¡Cuántos colores más bonitos! – exclamó Marissa alargando sus manos hacia delante.

- ¡No toques nada! – ordenó frenética Catherine.

Marissa retiró la mano hacia atrás con brusquedad enviando una onda de choque que hizo temblar toda su inflada delantera.

 - ¡Pero Ca-thrine! – se quejó. - ¡Son muchos! ¡Quiero ver lo que hacen!

- ¿Cuántos hay? – preguntó Catherine.

- ¡Dios, como unos tropecientos!

Catherine entornó los ojos, consciente de la inutilidad de lo que estaba haciendo.

- ¿Están etiquetados? ¿En alguno pone “off” o “liberación” o, ¡Dios mío!, no sé, “abortar”?

- ¡Y tanto… Oh, Dios mío, Caty-Cath’rine, hay un montón de letras por todos lados! ¿Quieres que apriete un botón con letras? ¡Quiero apretar el rojo grande!

- ¡No, Marissa, no lo hagas! – gritó demasiado tarde Catherine. Algo similar a una corriente eléctrica pasó a través de ella y la hizo estremecer. Sus pezones zumbaban y le dolían. Se esforzó en mirar hacia abajo y pudo ver como sus pechos desnudos, con una burbujeante ondulación, empezaban a crecer. Hasta ahora los había tenido del tamaño de granadas, pero ahora tenían el tamaño de dos grandes melones.

Catherine jadeaba, parpadeando incrédula. Marissa chillaba.

- ¡Catherine! ¡Tus tetas se están haciendo más grandes! ¡Encontré el botón de las tetas grandes!

Catherine hizo un esfuerzo por hablar con Marissa, por ordenarle que volviese a la consola de mando.

- ¡Nnnnngggggg! – gritó Catherine cuando sintió una nueva descarga y notó como sus senos volvían a expandirse.

Marissa rió y aplaudió el resultado.

- ¡Tus tetas son tan grandes como las mías! – exclamó.

Marissa tenía razón. Sus senos lucían ahora como dos enormes melones maduros. Ya no podía verse el regazo.

- ¡Maldita sea, Marissa! – exclamó Catherine entre jadeos. - ¡No… eh… eh… pulses de nuevo ese botón!

- ¿Por qué? ¡Oh, ya sé! Quieres que nuestras tetas sean iguales. ¡Dios, Catherine, eres una amiga estupenda! – dijo Marissa soltando de nuevo la risita tonta. - ¿Quieres también tener un trasero redondo como el mío? Apuesto que uno de estos botones lo hace.

- ¡Pa… AWWWWWW… aw…aw… aaaaaahhhh! – Gritó Catherine al sentir de nuevo una descarga recorriendo su cuerpo. Sin embargo, no fueron sus pechos los afectados esta vez. En cambio, su clítoris comenzó a palpitar y a estremecerse. Sus enormes pechos le impedían ver lo que le estaba sucediendo a su sexo, pero se sentía muy excitada, caliente y húmeda. La caliente humedad corría sobre sus muslos goteando sobre sus tobillos entrelazados. Se encontraba más excitada, más caliente, de lo que jamás en la vida había estado.

- ¡Mira, oh Dios mío, Cat! ¡Tu clítoris es enorme! ¡Quiero uno igual! ¿Puedo probar la silla después?

- ¡T… tú… huh…, bimbo estúpida! ¿Qué estás haciendo?

- ¡Estoy haciendo bastante! – exclamó Marissa. – ¡Es sólo un cambio de imagen!

El mundo de Catherine se desmoronaba a su alrededor. Su mejor amiga la estaba convirtiendo en una especie de monstruo y, para colmo, ahora estaba tan excitada que apenas podía pensar. Lo único que sabía era que tenía que detener a Marissa. ¡Marissa, ese estúpido coño! Catherine se sorprendió de sus pensamientos. Antes, jamás hubiese usado ese tipo de palabra para referirse a su amiga, pero en ese momento, un extraño zumbido en la parte de atrás de su cabeza le susurraba esa y muchas otras cosas malas acerca de su mejor amiga. Catherine estaba muy enojada, muy frustrada, demasiado caliente siquiera para discernir qué era lo que le susurraban, pero pronto, en contra de su voluntad, se encontró gritando obscenidades a su amiga.

- ¡Maldita sea, Marissa, estúpida zorra chupapollas! ¡Deja de joder la marrana y haz lo que te digo de una puta vez o te voy a reventar ese culo gordo tuyo!

- ¡Oh, Dios Cat! ¡No tienes que ponerte como una perra todo el rato! ¡Solo intento ponerte tan bonita como yo! No culpa mía que no encuentre el botón bum-bum. A lo mejor es éste.

- ¡No, no to… ahhggggg!

Ahora fue el cuero cabelludo de Catherine el que se estremeció y, pronto, su pelo comenzó a crecer a un ritmo exagerado, alargándose y clareándose, aunque conservando oscuras las raíces.

- ¡Maldita seas, Marissa! ¡Puta estúpida! ¡Deja de tocar esos botones! ¡No sabes una mierda de nada! ¡Hasta para follar eres tonta! ¡Si no puedes sacarme de esta cosa, estate quieta de una vez! ¡Es para lo único que vales!

El labio inferior de Marissa comenzó a temblar.

- ¿Ahora te vas a poner a llorar, niña idiota?

- Yo… yo… yo solo quería ponerte guapa, Catherine. Puedo sacarte de ahí, ¡sé que puedo! Éste, éste es casi seguro el botón.

Marissa dirigió su mano hacia un botón situado en la parte superior del panel de mando. Catherine protestó de forma grosera haciendo que su amiga perdiese el equilibrio sobre sus ridículos zapatos y cayese sobre el teclado presionando media docena de botones a la vez. Catherine gritó, esta vez aun más fuerte, una jerigonza sin sentido.

Catherine farfullaba entre sacudidas, con sus ya enormes pechos creciendo aun más. Pronto, éstos eran ya más grandes que su cabeza y continuaban aumentando de tamaño. Al mismo tiempo, unos brazos robóticos, que salieron de los laterales de la silla, comenzaron a perforar las orejas, las cejas, los pezones y el monstruoso clítoris de la indefensa mujer. Mientras tanto, Marissa tratando de incorporarse, seguía apretando botones de la consola. El culo de Catherine comenzó a volverse más redondo y firme, sus labios se hincharon hasta cinco veces su tamaño original, una docena de agujas de tatuaje surgieron de la silla y atacaron su convulso rostro arreglándoselas para dar precisión a su maquillaje ahora permanente. Labios rojo oscuro, párpados verde y violeta y un exagerado colorete que la hacía lucir como a una puta. Otro botón equivocado presionado por Marissa y sus pestañas se hicieron largas y gruesas.

- ¡OH, Dios mío! – gritó Marissa cuando finalmente logró incorporarse y vio lo que su torpeza había conseguido. - ¡Tus tetas son taaaaan grandes!

Marissa subestimaba lo que había hecho. Catherine parpadeaba entre jadeos, sin lograr siquiera verse las rodillas. Dos tetas del tamaño de grandes sandías impedían su visión.

- ¡Tú… huh… huh… jodida… huh… jodida puta…! ¡Cuando salga de esta te voy a… huh… dar tu merecido!

- Uy, lo siento. – se disculpó Marissa. - ¡Oh, espera un segundo!

Marissa tiró ahora de una palanca y, de inmediato, Catherine quedó libre de sus ataduras y el objeto que le penetraba el culo salió de él de una manera que a Catherine no le resultó para nada desagradable. Sin embargo, Catherine centró toda su atención en Marissa, esa estúpida puta bimbo.

- ¡Coño estúpido! – rugió Catherine mientras Marissa se chupaba con petulancia el labio inferior. - ¡Mira lo que me has hecho!

La mujer trataba de sopesar cada una de sus gigantescas glándulas mamarias.

- ¡Me has convertido en un monstruo! ¡Un monstruo follable y caliente de tetas enormes!

La rabia mezclada con la excitación le daba a Catherine una extraña sensación de poder. Poder que deseaba usar sobre Marissa, para colocar a esa bimbo en su lugar. Su compañera de cuarto estaba allí, mirándola tontamente inmóvil como un poste de luz, enrollando uno de sus rubios rizos alrededor de un dedo y mordiéndose el labio inferior. Marissa intuía que estaba en problemas, pero no estaba segura de por qué.

- Bueno, yo solo… - dijo bajando la mirada hacia su propio pecho inflado.

- ¡Mírame! – exigió Catherine agarrándola de su rizado pelo y empujando su cara sobre el enorme valle de su escote. - ¡Mira mis tetas! ¡Mira mis deliciosas, gigantescas y follables tetas! ¿Sabes a qué follable tipo de bicho raro me parezco? ¿Te das cuenta en el tipo de perra caliente en la que me has convertido?

- ¡Mmmmmnnnnggggg…! – exclamó asfixiada Marissa.

- ¡No tienes ni puta idea! ¡Lo único que quiero hacer es follar, follar y follar! ¡Es en la única mierda en la que puedo pensar! ¿Y sabes de quien es la culpa?

Catherine tiro de la cabeza de Marissa hacia atrás, levantando el aturdido y confundido rostro de la muchacha permitiéndole tomar aire.

- ¡Es todo culpa tuya, bimbo estúpida! – continuó Catherine. – Así que, ¿sabes a quien me voy a follar primero y más veces? ¡A ti, Marissa, a ti! ¡A partir de hoy serás mi puta personal!

- ¿Marissa es una puta? – preguntó la muchacha con una sonrisa tonta asomando de nuevo a su cara.

- ¡No hables, puta! ¡Cómeme! ¡Chúpame el coño! ¡Ahora! ¡Ya! ¡Solo vives para servir a mi coño!

Catherine empujó con fuerza hacia abajo la cabeza de su amiga agarrada, aun, de los pelos. Marissa se arrodilló obedientemente, con su rubia cabeza desapareciendo debajo del monstruoso mostrador en el que se había convertido el pecho de Catherine mientras ésta presionaba la cara de la muchacha sobre su hambriento coño.

- ¡Mmmmm! – gimió Marissa sobre el coño de su amiga, confundida pero encantada de ser usada sexualmente.  Alargó las manos y agarró con fuerza las firmes y redondas nalgas de Catherine, clavándole las uñas, pintadas de rosa, cuando apretó su cara sobre el sexo de Catherine y comenzó a lamer con vigor.

A Catherine no le importó el dolor que las uñas clavadas en su enorme culo le provocaban. Le gustaba y le gustaba la forma en que la lengua de su amiga se enterraba en su sexo tratando desesperadamente de complacerla. Se sentía poderosa, sexual, triunfante. Soltó el pelo de Marissa para llevar sus manos hacia sus monstruosos pezones, tirando de ellos hacia afuera girando sus codos hacia afuera y formando, con este movimiento, profundos hoyuelos a ambos lados de sus montículos.

Catherine estaba a punto de correrse, como debía ser. ¡Ese era su destino! ¡Follar en toda su gloria! Tener a una tonta puta al servicio de su coño, atendiendo a cada una de sus necesidades. Sin poder evitarlo, soltó una carcajada maniática y triunfal.

- ¡Jajajajajajajajajaja…! ¡Sí! ¡Sí! ¡Cómeme puta estúpida! ¡Lámeme hija de puta! ¡Eres una esclava de mi coño! ¡Tú y todas esas jodidas bimbos! ¡Soy tu reina! ¡Soy tu amante! ¡Soy tu puta Diosa! ¡Adórame!

Catherine aumentó el ritmo de sus movimientos, su pelvis encharcando la cara de la pobre Marissa. La pobre bimbo no podía respirar ante los embates de su nueva propietaria y cayó hacia atrás, mareada,  arrastrando a Catherine con ella.  Las enormes tetas de Catherine fueron las primeras en chocar contra el suelo amortiguando la caída. Sus manos abandonaron la cabeza de Marissa para apoyarse en el piso. Con la caída, Marissa había abandonado su trabajo oral.

- ¡No te he dado permiso para parar! – gritó Catherine. - ¡Vas a seguir lamiendo hasta que yo te diga que pares, bimbo!

Y diciendo esto se colocó a horcajadas sobre el rostro de Marissa para luego empezar a restregar su sexo sobre la cara de la pobre muchacha, desde la barbilla a la frente y vuelta a empezar. Marissa sólo podía emitir ahogados gemidos mientras Catherine se follaba su cara. Finalmente, Catherine alcanzó un intenso orgasmo. Con el orgasmo lanzó un grito de triunfo para luego liberar la cara de su amiga y tenderse en el suelo, de espaldas, con sus enormes tetas temblando.

Marissa, jadeando, se acurrucó a su lado tomándola de la mano. Su rostro se encontraba totalmente empapado con los jugos de Catherine, que resbalaban por su barbilla y por sus sonrientes e hinchados labios.

- El coño de Cat esta riquísimo. – dijo la rubia tonta pera luego echarse a reír.

- ¡Catherine! – exclamó la mujer. - ¡Vas a llamarme Mistress Catherine! ¡Y no creas que vas a librarte de ser castigada, coño estúpido!

Con un tremendo esfuerzo, a causa del peso de sus enormes melones, Catherine logró sentarse.

- ¡De rodillas, bimbo! ¡Con la cara pegada al suelo!

Marissa, confundida, se mordió el labio, pero obedeció la orden y quedó exponiendo su regordete y redondeado trasero a su Señora.

- Es hora de que recibas unos azotes. – dijo Catherine golpeando con la mano abierta las espléndidas nalgas de Marissa.

- ¡Oooww! – se quejó Marissa. - ¡Eso duele, Catherine!

- ¡Mistress CATHERINE! – exclamó la mujer lanzando un nuevo azote. - ¡Me llamarás Mistress!

- Cath… - un nuevo azote cae sobre el culo de Marissa. – ¡Mistress, eso duele!

- ¡Sí, puta! ¡Te duele porque eres mala!¡Tienes que ser castigada! ¡Y, maldita sea, te va a gustar! ¡Pídeme otro azote!

- ¿Qué?

Un nuevo azote cayó sobre el trasero de Marissa.

- ¡Pídeme que te azote!

- Uh… puede… uh… ¿puede usted darme otro azote?

A la petición siguió una sonora nalgada en el trasero de la bimbo.

- Pídemelo por favor.

- Por favor, ¿puede darme otro azote?

Otro azote cayó sobre el ya dolorido culo de Marissa.

- Di “por favor, Mistress”.

- Por favor, Mistress, ¿puede darme otro azote?

Mientras propinaba un nuevo azote con la mano abierta, Catherine empezó a reír como una posesa.

- ¡Y dicen ellos que no puede adiestrarse a una bimbo! ¡Vamos, puta, pídeme otro!

- Por favor, Mistress, ¿puede darme otro azote?

Y Catherine se lo dio. La azotaina continuó durante algún tiempo más. El culo de Marissa temblaba con cada golpe mientras Catherine, a cada golpe, reía y disfrutaba de su poder. Las nalgas de Marissa se encontraban ya bastante rojas cuando Catherine se percató de que alguien se encontraba detrás de ella. Era un hombre calvo, menudo y con bigote.

- Discúlpame, estaba admirando tu técnica y creí que esto podría serte de utilidad. – dijo el hombre tendiéndole a Catherine un arnés con un impresionante dildo doble de plástico negro de más de treinta centímetros de largo. Cualquier pregunta que Catherine se hubiese podido plantear acerca de la identidad del hombre rápidamente se desvaneció ante el tesoro que se le ofrecía.

- Síííí… ¡Claro que puedo usarlo!

Agarrando el objeto se lo aseguró con rapidez a su pelvis, introduciendo la parte más corta del dildo dentro de su hambriento coño y con el largo falo apuntando al frente. Con una sonrisa malvada, fijó su mirada en el culo de Marissa.

- ¿No más azotes? – preguntó Marissa.

- No más nalgadas. – contestó Catherine. - ¡Voy a follarte el culo! ¡Separa las nalgas!

La bimbo hizo lo que la mujer le ordenó. El objetivo de Catherine quedó a la vista y esta lanzó su ataque con aquella negra monstruosidad. Marissa baló como si de una oveja se tratase cuando aquel aparato se abrió camino a través de su esfínter. Catherine, riendo, sujetó a Marissa por las caderas y comenzó a bombear con furia, con un mete-saca cada vez más frenético hasta lograr que Marissa gritase, a partes iguales, de dolor y placer, arrastrando su cara, aun manchada con los flujos de Catherine, por el suelo.

Tras un rato, al fin, Catherine dejó a una desmadejada Marissa temblando en el suelo. Su maquillaje estaba desecho y le manchaba la cara, su vestido arrugado y roto, y el pelo enmarañado y revuelto. En su cara se dibujaba una delirante expresión de encanto y sumisa adoración mientras miraba a su amante.

El hombre que le había traído el dildo a Catherine estaba de vuelta otra vez en la sala, ahora acompañado de una espectacular bimbo negra, de tetas casi tan grandes como las de Catherine, embutida en un ceñido vestido púrpura.

- Debo admitir, señorita, que has manejado la situación con maestría. ¡Sin duda sabes cómo poner a una bimbo en su sitio! Me pregunto, suponiendo que no te encuentres muy cansada, si me podrías ayudar un poco. Aquí tengo a Tittiefuck, que se ha tomado algunas libertades que no le correspondían, haciendo un trabajo por su cuenta sin autorización. Ya que tienes talento para ello, esperaba que pudieras domarla un poco, si no te importa.

Catherine respiraba aun con dificultad tras el trabajo que había realizado con Marissa, pero el fuego del deseo ardía aun intenso en sus ojos. La zorra negra le resultaba familiar, un aire familiar que le producía cierto despecho. Por supuesto que podría follarse a esa puta también. Sonriendo maliciosamente, agarró con fuerza un mechón del pelo de la voluminosa bimbo negra.

- No hay ningún problema. – le contestó al hombre. – Será un placer. ¡DE RODILLAS, coño!

La bimbo obedeció de inmediato abriendo desmesuradamente los ojos, volviéndose confundida hacia el hombre, pero Catherine volvió a girarle la cabeza clavando su ardiente mirada en los ojos de la mujer.

- Olvídate de él. ¡Ahora me perteneces! ¡Soy tu amante! ¡Soy tu Reina! ¡Y tu Reina quiere darte por culo!

Y tras decir esas palabras, empujó a Tittiefuck hacia abajo de forma que sus enormes tetas y su rostro quedaron pegados al suelo. El vestido púrpura de la mujer, en esta posición, quedó colocado alrededor de sus caderas dejando a la vista sus nalgas separadas por el fino hilo dental de su tanga. Catherine no se molestó siquiera en apartarlo. Con la punta del dildo lo hizo a un lado y embistió bruscamente a su objetivo. Tittiefuck tenía más experiencia en el sexo anal que Marissa, pero jamás había experimentado la brutal e insaciable lujuria que se había apoderado de Catherine. Pronto, la negra comenzó a gritar presa del delirio de aquella hiperactiva follada.

*****

Catherine se había despojado ya del arnés y se dedicaba a acariciar lentamente sus enormes tetas con el dildo. Se encontraba de pie, con Marissa arrodillada frente a ella comiéndole el coño y Tittiefuck arrodillada tras ella lamiéndole el culo. Dejó el consolador sujeto entre sus pechos y con sus manos presionó las cabezas de las dos bimbos para que profundizasen aun más en sus orificios. Las putas gemían y se aplicaban a su tarea. Era bueno ser una Reina.

Catherine se percató de que el hombre que le había traído a Tittiefuck estaba de pie, sonriendo expectante, frente a ella.

- Sin duda tienes una especial habilidad con las bimbos. – dijo el hombre una vez hubo atraído la atención de Catherine.

- Oh, soy la mejor, baby. – se jactó la mujer tirando del pelo de las muchachas haciéndolas gritar. - ¿Tienes algo más que tengas que poner en su sitio? ¡Podría follarme sus caras todo el día!

- Bueno, de eso precisamente quería hablarte. Obviamente ganaste nuestra pequeña apuesta y eres libre de tomar a tu bimbo y marcharte.

Catherine frunció el ceño.

- ¿Qué apuesta? – preguntó.

- Pues la apuesta que hicimos sobre si serías capaz de hacer que la bimbo te liberase, por supuesto. No solo lo conseguiste sino que además la castigaste por el tiempo que tardó en hacerlo. Fue un espectáculo increíble. ¡Nunca había visto a nadie hacerlo de una manera tan experta!

Catherine se concentró en recordar todo lo que había sucedido antes de que se hubiese follado a las dos bimbos. Parecía que había transcurrido una eternidad.

- ¡Eh! ¡Tú eres el hijo de puta que me ató a la silla! – exclamó recordándolo todo de pronto.

Sin duda tenía que estar loca, pero tras horas de sexo salvaje y con una bimbo tonta delante de ella y otra detrás, se sentía en la gloria. Aquel hombre no debería haberla atado, pero al menos, algo es algo, le había cedido a su bimbo negra.

- Sí, bueno, te pido disculpas por ello, claro. No sabía qué hacer al respecto con vosotras dos, pero ahora veo que eres muy capaz de manejarte a ti misma y a tu amiguita bimbo. Esto me lleva a lo que deseo proponerte. El Dr. Jones, con su irresponsabilidad, ha dejado el campus lleno de bimbos que necesitan desesperadamente un guía. Te estaría muy agradecido si usases tu talento para encarrilarlas y evitar que se conviertan en un problema. Si estás dispuesta a hacerlo, creo que podríamos llegar a un acuerdo en el que tú tendrías libre acceso a nuestros servicios.

Intrigada, Catherine arqueó una de sus perforadas cejas.

- ¿Y qué servicios serían esos? – preguntó.

- ¿Cuáles? ¡La modificación ilimitada de cualquier mujer que tu desees traer aquí, por supuesto! Estoy dispuesto a apostar cualquier cosa a que tienes un talento especial para reconocer a esas mujeres que llevan una bimbo en su interior y que necesitan de ayuda para que éste se manifieste. Ti señalas a la mujer, nos das las especificaciones que desees y en poco tiempo la tenemos lista para ti.

Catherine, pensativa, esbozó una media sonrisa. Separó sus pechos y observó la rubia cabeza de Marissa, arrodillada frente a ella, a través de su escote. Luego, volvió a mirar al Sr. Fink.

- ¿Podría conseguir que toda mi hermandad fuera como ella? – preguntó.

El Sr. Fink sonrió.

- ¡Me gusta tu forma de pensar! – exclamó. - ¿Por qué no vais las bimbos y tú a asearos y discutimos luego los detalles?

 

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