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La abogada (Boss Lady) III

en Dominación

Este relato es una traducción del original "Boss Lady" escrito por Euryleia Rider y aparecido en las páginas de BDSM library.

III

 

 

 

Amy llegó a la mañana siguiente al trabajo muy pálida. Había sido incapaz de calmarse tras el incidente en su oficina y había pasado la noche dando vueltas y más vueltas en la cama. El hormigueo de su sexo y el caos de su mente le impidieron conciliar el sueño.

El riesgo que para su vida profesional suponían las fotos que su jefa había tomado casi palidecía ante la amenaza que su permanente sumisión representaba para ella. Jamás se había imaginado a si misma en ese papel. ¿Cómo era posible que se hubiese convertido en el juguete sexual de otras mujeres? Nunca había sido una persona necesitada de sexo, y ahora se consumía en pensamientos de lujuria. Se sentía turbada al saber que estaba obedeciendo la orden de no llegar al orgasmo sin permiso. Entregar el control de un aspecto tan personal de su vida le parecía, a la vez, extraño y natural al mismo tiempo.

Sentada detrás de su escritorio, Amy comprobó rápidamente su correo electrónico y luego apagó el ordenador. Con ritmo lento, empezó a caminar hacia la oficina de su jefa. Solo una puerta, una pieza de madera, la separaba de su jefa, sólo una pieza de madera separaba su vieja vida de una nueva. No había nadie en la antesala, así que tímidamente llamó en la pesada puerta de roble.

- Adelante.

Amy obedeció y se dirigió a través de la gran alfombra Bereber a la gran mesa de su jefa.

- Muy bien, eres puntual. – dijo Rachel señalando un punto frente a su mesa. – Colócate ahí y pon los brazos detrás de ti.

Esperó a que Amy tomase la postura señalada.

- Así es como debes presentarte siempre en mi despacho. Habrá otras posiciones que espero puedas aprender rápidamente. Vas a descubrir que no soy una tirana fácil de contentar. Si bien físicamente puede ser difícil para ti, profesionalmente puede suponer grandes beneficios. No haré nada que entorpezca o sabotee tu trabajo. De hecho de ahora en adelante seré tu mentora y voy a supervisar personalmente tu trabajo.

Amy tragó saliva. Las exigentes normas de la socia gerente eran bien conocidas por el resto de sus socios. Era uno de los mejores abogados en protección de activos del país, de hecho había conseguido ayudar a un importante directivo a ocultar varios millones de dólares a sus accionistas. Después de haberse hecho enemigos como el fiscal del estado y el servicio de recaudación de impuestos, no tendría reparos en tratar con una abogada con dos años de experiencia.

- A partir de este momento eres de mi propiedad. La forma en que te has comportado con tu asistenta muestra que necesitas mano dura. Voy a ofrecerte la disciplina que necesitas. Responderás sólo ante mí. Yo te diré en que emplearás el tiempo y te asignaré los casos que crea oportunos. Si hubiese algún problema… bueno, digamos que será mejor que no haya problemas.

Rachel se reclinó hacia delante en su silla.

- Cuando esta tarde acabes el trabajo irás a tu casa. Te asearás y te pondrás la ropa que tenías pensado ponerte el lunes. Empaqueta en una bolsa la ropa que sueles ponerte el fin de semana, nada más. – Rachel hizo una pausa para estudiar a la joven abogada. - Entiendes lo que te estoy diciendo, ¿verdad?

- Sí, Señora.

- Un coche pasará a recogerte a las siete y media y te llevará al restaurante donde vamos a cenar. – Volvió a mirar a su nueva adquisición. - ¿Entendido?

- Sí, Señora.

- Bien, ahora a trabajar.

Amy se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida cuando un grito la detuvo en seco.

- ¡ALTO! Nunca me des la espalda. En mi oficina caminarás hacia atrás.

Esta humillación adicional acrecentó el sentimiento de sumisión de Amy. Siempre había sido una mujer de carácter fuerte y decidido, le costaba entender lo rápido que se estaba adaptando a que le dijeran lo que tenía que hacer. Y lo peor no era lo rápido que se adaptaba, sino el placer que obtenía de ello. Mientras caminaba podía sentir la humedad que manchaba su ropa interior.

*****

 

 

 

Regresó a su oficina desorientada. Le costó un gran esfuerzo de voluntad concentrarse en su trabajo. Ahora, con su nueva mentora, tenía que esforzarse de verdad. Su trabajo debía ser irreprochable. Estaba segura que las consecuencias de decepcionar a Rachel serían realmente graves.

Acabó cerca de las seis y veinte de la tarde, con el tiempo justo para correr a casa y prepararse para el fin de semana. No estaba segura de lo que le esperaba, pero lo acelerado de su pulso ante la idea de cenar con Rachel daba idea de su entusiasmo.

El coche llegó a la hora señalada. La conductora tomo la bolsa de la mano de Amy y la acompañó hasta el sedán oscuro. Sin intercambiar una palabra, condujo a la abogada hasta un conocido restaurante de lujo. Sentadas ambas a la mesa, Rachel detuvo al camarero cuando le ofrecía la carta a Amy.

- Ella no va a necesitarla. – dijo.

Rachel examinaba el menú mientras Amy trataba de pasar desapercibida en su silla.

- Deja de hacer eso. Debes sentirte orgullosa de estar en mi presencia. No voy a tolerar malas posturas. – Rachel tomo un sorbo de su martini. – Hombros hacia atrás, manos a la espalda, sujeta la muñeca izquierda con la mano derecha. Por lo general quiero que tú misma te contengas. Por supuesto que también tendrás que afrontar las consecuencias de no mantener la posición.

Cuando el camarero regresó, Rachel pidió, en francés, una comida para las dos. Cuando se hubo marchado, estudió por un instante a Amy.

- Esta noche hemos salido a cenar como mentora y aprendiz. Puedes hablar libremente siempre y cuando lo hagas con respeto.

- Gracias, Señora.

- Háblame de ti. Sé que te graduaste en Stanford. Háblame de ello.

Tartamudeando, Amy habló de su paso por la escuela y de su educación universitaria. Habló de su trabajo revisando leyes y de su trabajo de verano con un juez y con un bufete especializado en medioambiente.

- ¿Y por qué has vuelto a Washington?

- Porque estoy enamorada de esta ciudad, de su ritmo, de todo en general.

- Hay poder, niña. Has vuelto porque aquí es donde está el poder y lo anhelas.

Amy guardó silencio mientras el camarero traía un pequeño plato de paté. Miró como su jefa cortaba un pequeño pedazo y lo colocaba en el pan. Siguiendo su ejemplo, Amy tomó su primer bocado del salado aperitivo.

- Ah, me gusta mucho que pruebes cosas nuevas. - dijo Rachel observando como Amy disfrutaba del nuevo sabor. – No espero que te guste todo lo que te haga hacer. Francamente tampoco es que me importe el que disfrutes o no. Sin embargo, el tiempo me ha enseñado que las recompensas logran una formación más eficaz. Te voy a permitir “liberarte”, pero sólo con mi permiso y a mi antojo.

- Sí, Señora.

- Vas a darte cuenta de que el tiempo que pases a mi lado, en gran medida, ampliará tus horizontes profesionales, además de que descubrirás cosas de ti misma de las que no tenías conocimiento.

- Sí, Señora.

- Toma un poco de queso. Dime, ¿cómo te involucraste en esta rama legal?

Hablaron y comieron durante varias horas. Amy no conocía los nombres de muchos de los artículos que comió, pero la comida fue una de las experiencias con más sobrecarga sensorial de su vida. Se encontró a si misma confesando muchas de sus fantasías y la forma en que intentaba cumplirlas a su todopoderosa jefa.

La conductora las estaba esperando a la salida del restaurante. Abrió la puerta para que subieran las dos mujeres. Rachel le indicó a Amy.

- Siempre entrarás la primera y saldrás la última.

El coche las llevó hasta la propiedad suburbana de Rachel.

- De ahora en adelante pasarás los fines de semana aquí. Yo trabajo los domingos, por lo que te marcharás cuando yo lo haga. El resto del tiempo trabajaremos en tu educación.

La conductora bajó la bolsa de Amy y la colocó en un armario a la entrada de la casa. Amy comprobó que había una serie de perchas vacías en aquel pequeño espacio.

- Desnúdate. Mientras estés en mi casa sólo te pondrás lo qe yo te de. Y hasta que te tome las medidas, no te pondrás nada en absoluto. – Rachel se apoyó en la pared. – Vamos, quítate la ropa y colócala en las perchas. No queremos que el lunes esté arrugada.

Rachel miraba con avidez a Amy mientras se desvestía. La rubia de hielo estaba interesada en valorar de forma adecuada su más reciente adquisición. La ropa de trabajo y la posición arrodillada en la que la había contemplado no hacían justicia al infantil cuerpo que se revelaba.

- ¡Dios santo! Seguro que perdiste la cita el día que repartían los senos, ¿verdad?

Amy tenía la tez pálida y el pelo negro oscuro de los irlandeses. Cuando se ruborizaba, como ahora, el color se extendía por su pecho. Siempre había pensado que sus tetas estaban bien para su altura, pero el comentario de Rachel la hizo dolorosamente consciente de su copa A frente al espléndido pecho de su jefa.

- Sin embargo, no me importa. Aun puedes ser mi niña-juguete – Rachel giró un dedo y Amy giró sobre si misma. Sus formas eran compactas, musculadas, pero no en exceso. Tenía un vientre pequeño, lindo y sobresaliente, y sus nalgas eran firmes y respingonas.

- Mete la mano en aquella caja. Saca cuatro restricciones y colócatelas en los tobillos y muñecas. – dijo sonriendo Rachel. – No puedo usarlos regularmente, pero me gusta como lucen.

Rachel esperó mientras Amy se liaba con las acciones que aun no conocía. El grueso cuero de las restricciones hizo que Amy fuese enormemente consciente de lo completamente desnudo que estaba el resto de su cuerpo. El hormigueo entre sus piernas era muy pronunciado. Amy tragó saliva y trató de dominar su ansiedad.

- Sígueme. – ordenó Rachel volviéndose y avanzando por el pasillo. – Nunca abrirás ninguna puerta que permanezca cerrada. Llamarás y esperarás a que se te invite a pasar.

Rachel abrió una puerta y entraron en un despacho equipado con la más alta tecnología.

- Si no escuchas la orden para entrar, te arrodillarás y esperaras a que se abra la puerta. – Señaló una otómana tapizada al lado de la mesa. – Arrodíllate ahí. La mano derecha sosteniendo la muñeca izquierda.

Rachel ni siquiera miró para ver si sus órdenes eran cumplidas. Se sentó en la mesa y abrió el cajón del medio. Sacó un collar de cuero.

Se puso de pie delante de Amy. Colocando los dedos bajo la barbilla, levantó la cabeza de Amy hasta que pudo ver sus marrones ojos.

- Me tomo mis responsabilidades muy en serio. Tendrás que ganarte el privilegio de llevar mi collar. Hasta ese momento, siempre que estés fuera del trabajo, en tu casa o en la mía, usarás este como símbolo de que me perteneces.

Le tendió a Amy un collar negro de cuero crudo, sin ningún adorno salvo la hebilla cromada.

- Si me demuestras que eres valiosa, te reclamaré.

Amy estaba atónita. Casi se sentía avergonzada de estar usando un pobre collar en presencia de su dueña. Por otro lado, una parte de ella se burlaba de la idea de que en algún momento lucharía por ganarse un collar.

- Puedes tratar de convencerte de que solo hago esto porque tengo las fotos que podrían condenarte. – Rachel aseguraba el collar en el cuello de Amy mientras hablaba. – Yo se que no es así, al igual que lo sabe tu cuerpo.

 Diciendo esto se agachó pasando los dedos por la hendidura que cubría la densa mata de vello del sexo de Amy. Sus dedos comprobaron lo copiosamente húmedo que estaba el sexo de Amy.

- No vamos a intercambiar fluidos hasta que no te haya hecho una revisión médica completa. – Rachel volvió a su escritorio y se sentó en su silla. No hizo más caso de la mujer desnuda mientras revisaba su contestador y su correo electrónico. Como a Amy, se le estaban empezando a dormir las piernas y se levantó.

- Ven conmigo. – dijo guiando a Amy por las escaleras hacia el dormitorio principal profusamente decorado.

– Esta noche haremos una excepción y la pasarás atada. – Rachel encendió la luz del dormitorio. – No espero que tu subsconciente sea aun obediente. Utiliza el cuarto de baño que está al final del pasillo, la segunda puerta a la derecha, y regresa.

Mientras esperaba a que Amy regresase, Rachel abrió una de las cajas que había en el dormitorio. Cuando llegó, le tendió a Amy un par de bragas de goma.

- Póntelas. No quiero que tus fluidos arruinen mi alfombra.

Amy se colocó como pudo la ajustada prenda.

- Bien, arrodíllate y traba tus muñecas en los tobillos.

Rachel dejó a Amy arrodillada en el suelo. Entró en el cuarto de baño y se dio una larga ducha, se cepilló los dientes y orinó. Cuando regresó al dormitorio, se enfundó unas finas bragas de latex.

- Una vez tenga el certificado médico que me asegure que estás en perfecto estado de salud, dejaré de hacer esto con protección.

Agarrando a Amy por la parte posterior de la cabeza, acercó la cara de la joven abogada a su entrepierna.

- Compláceme.

La arrodillada mujer no dudó un instante. Se aplicó afanosamente sobre el látex hasta sentir como el sexo de Rachel empezaba a responder. La nariz, labios y lengua de Amy se centraron en la dura protuberancia que se marcaba en la prenda. A excepción de un ligero temblor en los muslos, Rachel no daba ninguna otra señal de excitación hasta que alcanzó el orgasmo con rapidez.

 - No está mal. – dijo Rachel empujando a Amy hacia atrás y mirándola fijamente a los ojos. Sólo sus largos años de Dómina le permitían mantener impasible la expresión de su rostro. Jamás nadie la había hecho excitarse y alcanzar un orgasmo tan rápidamente.

- Descansa sobre tu espalda.

Rachel observaba como Amy obedecía de manera torpe su orden. Al apoyarse en su espalda sus piernas se separaron y, naturalmente, su sexo se abrió.

- Que tengas dulces sueños. – Rachel levantó sorprendida una ceja ante la falta de respuesta de su nueva pupila. - ¿Y bien?

- Gracias, Señora.

Amy permaneció despierta hasta que escuchó la profunda respiración de Rachel al quedarse dormida. Entonces se acomodó lo mejor que pudo y se quedó ella también dormida soñando que sus fantasías se cumplían al fin.

*****

 

 

 

Rachel se levantó a las nueve de la mañana siguiente. Haciendo caso omiso de la mujer que se retorcía en el suelo, se estiró tranquilamente y se dirigió a la ducha. Tras darse un reparador baño, aún húmeda, se colocó en pié ante su propiedad. No pudo evitar que un escalofrío le recorriese la espalda viendo como los oscuros ojos de Amy la devoraban con deseo. Agachándose, la liberó de sus ataduras.

- Vete al servicio de anoche. Allí tienes una ducha que puedes usar. Sólo agua fría para ti y para las bragas. Cuando hayas terminado vuelve aquí.

Amy, con los músculos doloridos a casusa de la postura en la que durmió, obedeció prontamente. El dolor casi la paraliza cuando el agua fría entró en contacto con su cuerpo. Jadeando y casi a punto de llorar, terminó de lavarse. Con una toalla gruesa, se frotó tratando de devolver el calor a su piel.

Se miró al espejo y se sorprendió la rojez que el deseo daba a sus mejillas. Se percató de que ese rubor era una señal que llevaba pintada en la cara mostrándole al mundo sus necesidades más ocultas. Tras doblar la toalla y dejarla bien colocada en el toallero, volvió junto a Rachel.

Cuando llegó a la habitación Amy volvió a sentir un escalofrío, pero esta vez no fue a causa del agua helada. Rachel se estaba enfundando un par de medias. Sensualmente, Rachel deslizaba la seda a lo largo de sus interminables piernas. Con la boca seca, Amy no percibió la sonrisa que se dibujaba en los labios de su jefa. Sus ojos estaban clavados en la parte superior de la liga de las medias.

- ¿Lista para el desayuno?

Amy asintió con la cabeza y en silencio. Siguió a Rachel hasta la planta baja. Obedeciendo el chasquido de los dedos de Rachel, se arrodilló junto a la silla de esta. El desayuno consistió en una selección de frutas que Amy comió directamente de los dedos de su jefa. Anhelante, vió como su jefa tomaba una taza de café, pero Rachel o no se dio cuenta o no quiso ofrecerle.

Limpiándose los dedos, Rachel sonrió a su nueva mascota.

- Bueno, hoy iremos a visitar a una amiga mía. No olvides que tu comportamiento es un reflejo de mí. Aunque aún no has recibido entrenamiento, espero que me obedezcas en todo momento. ¿Está claro?

- Sí, Señora.

- Excelente. – Dijo Rachel dirijiéndose hacia la puerta principal al tiempo que le tiraba un paquete a Amy. – Ponte esto.

La joven se puso una camiseta larga de color blanco. Jugando con las muñequeras que llevaba desde la noche anterior se atrevió a preguntar:

- Ummm… ¿qué hago con esto?

- Déjatelas. – Rachel cogió el bolso y salió de casa. Ante el coche, carraspeó ante la dejadez de Amy.

- ¿No recuerdas las normas sobre los vehículos que te enseñé anoche?

- Sí, Señora. Lo siento, Señora.

- Vamos, no pierdas el tiempo. No me gusta esperar y mucho menos que me haga esperar una esclava. – Rachel se recostó sobre el asiento de cuero del vehículo. - ¿Quieres saber hacia donde vamos?

- ¡Claro! – dijo, pero al ver como se enarcaba la ceja de su jefa, corrigió. – Quiero decir, si a usted le place decírmelo.

- Muy bien. Vamos a que te examinen. Quiero estar segura de que estás lo suficientemente sana para mi y para lo que quiero hacer contigo.

El pulso de Amy se aceleró. Le preocupaba que necesitase un chequeo médico para llevar a cabo los planes de su jefa.

Cuando llegaron al centro médico, Rachel entró rápidamente. Amy la seguía sin atreverse a levantar la cabeza, completamente avergonzada de mostrarse en público con restricciones en muñecas y tobillos, descalza y completamente desnuda bajo la fina camiseta.

Rachel se dirigió a la consulta y se sentó en una de las sillas de la sala de espera. Cuando Amy fue a sentarse junto a ella, la detuvo con un gesto de su mano.

- No. De pie o arrodillada a mi lado.

Amy decidió quedarse de pie, intentando permanecer inmóvil. Echó una rápida ojeada a la sala de espera pudiendo apreciar las miradas de desaprobación del resto de los pacientes. Suspiró aliviada cuando se abrió una puerta y llamaron a la Sra. Lankford.

La enfermera dirigió una mirada a Amy e hizo un grosero ruido con la nariz. Haciendo caso omiso de ella, llevó a Rachel a una de las salas de examen más grandes.

- ¿Le apetece algo para leer o de beber?

- Un café estaría bien.

- ¿Cómo le gusta?

- Con crema y dos terrones de azúcar.

- Se los traeré enseguida. – luego la enfermera, dirigiéndose a Amy, dijo. – Desnúdate.

Amy miró a Rachel. Cuando ésta levantó elegantemente las cejas, Amy bajó los ojos y se quitó la camiseta, doblándola y dejándola sobre un mostrador.

Rachel se sentó en la única silla de la habitación y sonrió cuando la enfermera le trajo su bebida.

- Gracias.

- De nada. – respondió la enfermera y luego dijo señalando a Amy. –Vamos, sígueme rápido.

La enfermera la acompañó por el pasillo y se detuvo ante uno de esas modernas máquinas de pesar y medir. Tras anotar el peso y altura de Amy, la acompañó hasta un cuarto de baño.

- A ver, llena el frasco.

Amy vaciló ante el envase que la enfermera le acercaba.

- ¿Algún problema?

- Ummm… ¿puede dejarme a solas un momento?

- ¿No tienes la intimidad que te gustaría? ¡Vamos!

Amy se sonrojó mientras se sentaba en el inodoro. Desde siempre había tenido problemas para orinar en los servicios públicos y más si alguien la observaba. Trató de relajar los músculos pero no pasaba nada.

- Tienes una vejiga tímida, ¿no es cierto? – preguntó sarcásticamente la enfermera. Suspirando de forma exagerada, abrió el grifo del lavabo. – Tal vez esto te ayude.

Finalmente Amy fue capaz de liberar un pequeño chorro. Cuando se puso en pie, la enfermera tomó el frasco y miró como Amy se lavaba las manos.

                - Me alegro de que al menos sepas hacer algo bien.

Amy se sonrojó de nuevo mientras seguía a la enfermera por el pasillo. No podía creer lo pequeña e indefensa que se sentía en presencia de estas mujeres tan fuertes. Esperó mientras la enfermera etiquetaba la muestra de orina y después se sentó en un taburete mientras la enfermera le sacaba sangre de una vena del brazo.

Colocándole un apósito en la herida, la enfermera volvió a dirigirse a ella.

- Volvamos a la sala cuatro de nuevo.

Amy volvió a la sala de examen y se detuvo ante la puerta. La enfermera abrió la puerta y le indicó que se sentase en la camilla. Tras tomarle la presión arterial y el pulso, la enfermera la hizo acostar.

Cruzó las manos de la paciente por encima de su cabeza y las fijó al borde superior de la camilla. Después sujetó las piernas de Amy a los estribos. Antes de que la joven abogada se diese cuenta, la enfermera introdujo un frio termómetro en su recto.

- Eek – gritó. Amy se movió sobre la camilla cubierta de papel, pero fue incapaz de cerrar las piernas o de protegerse a si misma debido al buen trabajo que había hecho la enfermera inmovilizándola. Algo en la mirada que intercambiaron Rachel y la enfermera le dio la certeza de que lo peor estaba aún por llegar.

Mientras esperaban a que el mercurio del termómetro subiese, entró la doctora. La bata blanca que vestía resaltaba el color caramelo de su saludable piel.

- Rachel, querida. Te ves fabulosa. – exclamó la doctora.

- Te agradezco que hayas tenido tiempo para atenderme hoy.

- No es ningún problema. Siempre tengo tiempo para ti. – La doctora Torres se inclinó sobre Rachel. – Sólo debes decirme donde y cuando.

Rachel sonrió.

- Serás la primera en saberlo. – Arqueó una ceja señalando a la mujer desnuda que yacía en la camilla. – Ahora, ¿qué tal mi niña?.

- Sí. Un reconocimiento, ¿verdad?

- Eso es. Quiero asegurarme de que esta lo suficientemente sana como para poder jugar con ella.

La doctora se lavó las manos y se puso un par de guantes de látex. A continuación procedió a realizarle a Amy un completo examen que incluía sus antecedentes familiares y su vida sexual. Si Amy no hubiese estado atada a la mesa, hubiese tratado de huir ante la intromisión en su intimidad que estas preguntas suponían. Tartamudeando por la vergüenza, contestó lo mejor que pudo. Mientras intentaba contestar, la doctora continuaba con el examen físico. Primero los ganglios linfáticos. Luego el pecho, que apretó y acarició. Su vientre palpitaba con los toques a los que se veía sometida. Con mirada lasciva, la doctora se sentó en un taburete y se colocó entre las piernas de Amy. Tomó un espéculo y trató de insertarlo en el sexo de la abogada. Frunció el ceño y exclamó:

- ¡Madre de Dios! (en español, en el original)

- ¿Hay algún problema? – preguntó Rachel preocupada.

- ¡Eres la zorra más afortunada del planeta!

- ¿Cómo?

- Está entera. – dijo la doctora con una sonrisa.

- ¿Estás bromeando? – Rachel se puso en pie y se dirigió hacia la camilla de examen. Mirando directamente a los ojos de Amy preguntó:

- ¿Eres virgen?

Amy deseaba que se la tragase la tierra. El rubor le quemaba la piel mientras asentía con la cabeza.

- Vamos, quiero oírtelo decir.

- Sí, Señora. No he estado con nadie.

- ¿Ni siquiera con Vivian?

- Ni siquiera. Ella nunca me tocó.

- ¡Excelente! – Rachel miró a la doctora. – No rompas el himen. Es mío.

- No hay ningún problema. – La doctora colocó el espéculo de nuevo sobre la mesa y tomó un hisopo que le tendió la enfermera. Pasó la punta por el interior de la vagina de Amy recogiendo células para un frotis. Luego se puso de pie, se lubricó dos dedos y los metió en la entrada trasera de Amy. Cuando finalmente la doctora Torres acabó y se quitó los guantes, Amy era un guiñapo tembloroso. La habían sometido al examen médico más completo que jamás había experimentado. No creía que pudiese estar más expuesta aunque le hubiesen quitado la piel.

- Si los análisis de sangre no dicen otra cosa, está en un excelente estado físico. Teniendo en cuenta su falta de “experiencias” y que no toma drogas, no creo que nos encontremos con ninguna sorpresa.

- Gracias. ¿Alguna cosa más?

- Ya sabes que recomiendo a todas las mujeres que trabajen su musculatura pubococcygea. Haz que haga regularmente los ejercicios Kegel.

- ¿Está lo suficientemente sana para su doma?

- Sin duda. Su presión arterial y su pulso están un poco por debajo de la media, pero eso no será ningún problema. Es apta. Creo que le vendría bien tu versión del “campo de entrenamiento”.

- Gracias. Me alegra saber que no voy a tener que retrasarme para que ella alcance mi nivel – Rachel cerró la revista que leía y miró como la enfermera liberaba a Amy de sus ataduras.

- ¿Quieres una muestra de su trabajo oral? – preguntó Rachel a la doctora.

- Eso sería estupendo. – la doctora se quitó las bragas y se sentó en el taburete. – Ven aquí.

Amy se puso de rodillas. Se sorprendió un poco cuando la enfermera se colocó tras de ella. Colocando su entrepierna sobre la parte posterior de la cabeza de Amy, la enfermera se inclinó hacia delante para sostener un protector dental ante el expuesto coño de la doctora.

- ¿A qué esperas?

Obediente, Amy acercó la boca y comenzó a lamer. La hembra tenía un extraño sabor, pero no era para nada desagradable. Trató de ignorar la presión de la enfermera en su cabeza y se concentró en localizar rápidamente la protuberancia del clítoris de su médico. Sacudiendo la punta de su lengua, se permitió una pequeña sonrisa cuando los muslos de la doctora se tensaron y su respiración se volvió entrecortada.

La lengua de Amy llevó a la doctora Torres a un más que satisfactorio orgasmo. Cuando se recuperó, miró sonriendo a los ojos de su enfermera. Esta seguía apretando su entrepierna contra la cabeza de Amy.

- Es una lástima que aún te queden dos días de castigo sin correrte. – le dijo. – Su lengua es muy buena. De hecho, diría que incluso es mejor que la tuya cuando empezaste.

La enfermera bajó los ojos y se separó de Amy.

- Gracias por recordarme cual es mi lugar, Señora.

- De nada (en español, en el original). – la doctora se puso de pie y se alisó la falda.

- Gracias Rachel. Tienes un verdadero tesoro.

- No tienes por qué darlas. ¿Cuándo recibiré los resultados de sus análisis de sangre?.

- Le hice la prueba rápida del VIH por vía oral y está limpia. A mediados de semana tendremos listos el resto de los resultados.

- Entonces nada de intercambio de fluidos hasta el próximo fin de semana.

- Para estar seguras, eso sería lo mejor.

Durante el viaje de regreso a la mansión, Rachel le ordenó a Amy despojarse de la fina camiseta que vestía.

- ¿Sabes lo que son los ejercicios Kegel? – preguntó mientras Amy se desvestía.

- No, Señora.

- Es una manera de reforzar tu suelo pélvico. Ahora, separa las piernas. – Rachel deslizó un dedo en el coño de la abogada tocando suavemente la delgada barrera de su virginidad. – Quiero que aprietes y relajes los músculos de tu vagina.

A Amy le costó varios minutos de pensamiento y tensión lograr aislar los músculos de su sexo y contraerlos alrededor del dedo de Rachel.

- Bien. Continua hasta lograrlo cincuenta veces. Trabajaremos en ello cada vez que viajemos juntas en el coche. Es necesario que te esfuerces para estar en condiciones de lograr doscientas contracciones al día.

Otra cosa más que espera de mí, pensó Amy para sí. Este pensamiento la abandonó cuando, haciendo sus ejercicios, comenzó a humedecerse. Mordiéndose el labio, miró a los ojos de su jefa.

- Sí, otro de los beneficios de estos ejercicios es que incrementan el placer sexual. Me alegro de ver que estás empezando a disfrutar. Sí sigues así, conseguirás enseguida completar tu entrenamiento.

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