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Recuperando los años perdidos.

en Hetero: General

Conocí a Amalia en la universidad. Era la mejor amiga de mi entonces novia.  Ella y Rosa eran compañeras de piso y durante toda la carrera se vio abocada a oír en la soledad de la noche los gritos y gemidos de placer de la más intima de sus amigas.

Amalia era virgen y conociéndola era más que probable que siguiese siéndolo por muchos años.

Rosa y yo salimos durante unos años más pasados los años universitarios, el trato con Amalia fue decayendo, algún que otro fin de semana que pasábamos con ella en alguna casa de turismo rural, y en el que Amalia debía recordar los gemidos de mi entonces novia mientras yo me la follaba en la habitación contigua.

La verdad es que nunca ni me planteé si a Amalia le podía molestar o no oir a su a migas correrse una y otra vez.

A pesar de nuestra muy buena amistad, Amalia y yo no nos volvimos a ver desde que Rosa y yo lo dejamos.  No fue lago buscado, simplemente sucedió.

Pasaron 20 años en los que yo viví la vida.  Me bebí todo lo bebible, viaje todo lo viajable y me follé todo lo folláble.

Nos encontramos a la vuelta de uno de mis viajes.  Cosas que pasan, había llegado a casa desde la India y no quería meterme en la cama por eso de jetlag.  Aproveche el tiempo para llevar mi mochila a arreglar pues se estaba rajando.  Me la encontré esperando un taxi en una esquina cerca de la tienda a la que iba.  Amalia seguía igual, un poco más arrugada, igual de poco mona, igual de cariñosa que siempre e igual inocente que siempre.

No nos vimos más que un momento, pero creo que los dos nos fuimos de allí con una sonrisa en la cara.

Casualmente la encontré de nuevo semanas después una tarde-noche cuando me dirigía a un restaurante donde había quedado con unos amigos.

Me dirigió una sonrisa cuando me vio.

-       jo Antonio que ilusión volver a verte.

-       Ja ja, parece que me sigues.

-       Ni que lo digas no te veo en 20 años y dos veces en nada.

-       Pues si.  ¿Qué haces?

-       Nada me acabo de enterar que las niñas han suspendido la cena y quedamos a tomar unas copas.

-       ¿Las niñas?, sigues igual de cursi.  De tus amigas me imagino que tienen todas más canas en el coño que del color orginal.  Bueno ¿Y?

-       Pues nada, que me voy a casa.

-       ¿Y eso?

-       Pues ¿qué voy a hacer?

-       Vente conmigo he quedado con unos amigos – Amalia duró un rato pero finalmente se decidió.

-       Claro que si, si a tus amigos no les importa.  Yo encantada.

-       Pues no se hablé más.

Cogimos un taxi, cruzamos Madrid y nos presentamos en el restaurante a la hora pactada.

Nos reímos, cenamos, bebimos y después de un par de rondas salimos del restaurante ya dando algunos tumbos para reunirnos con las amigas de Amalia. 

Mi ex compañera me cogió del brazo cuando salimos del restaurante y no me soltó ni siquiera en el taxi.  Amalia siempre fue supercariñosa conmigo, en la universidad éramos como hermanos  y teníamos una gran confianza.  20 años antes esos achuches por su parte eran normales, por lo visto la chica no había cambiado.  No lo hacía con ninguna doble intención.

Nos entramos con sus amigas, a muchas no las había visto en años, seguían siendo las mismas, curiosamente de las “nuevas” (que por cierto llevaban más de 15 en el grupo) me había folládo a dos.  A una, una noche de juerga, a la otra me la estuve follándo una temporada.  Ni idea que fuesen amigas de Amalia.

Seguimos bebiendo como tigres.  Amalia y yo empezamos a contarnos cosas más y más sensibles.  A cada copa nos abríamos un poco más.  Me contó que su madre estaba convencida que se había pasado toda la carrera follándo. Me partí de risa cuando me contó la cara que puso cuando le contó que no fue hasta los 26 que se entrenó.  Me contó que había tenido una mala racha.  La mala racha era que durante unos meses había acabado en la cama de tíos que había conocido en la noche.  Me dijo que un día su hermana Patxi le dijo que estaba perdiendo los papeles y le hizo replanteárselo todo.  No se había vuelto a acostar con un desconocido desde entonces.  Me contó que solo follába a lo misionero y con luz tenue.   Me burlé de ella por eso.  Le gustaba comer pollas pero no permitía que se lo comiesen a ella.  Me contó que había tenido un novio durante seis años del que se acababa de separar con el que realmente no hacía gran cosa desde una noche que en medio del éxtasis empezó a tocarse las tetas y este se lo recriminó.  Desde entonces nada fuera de lo convencional.

Me contó mil y una anécdotas.  Amalia siempre fue muy cursi, ella y las amigas.  Me contó que en aquella época siempre llevaba un kit – sexo.  Ósea toallitas, cremitas y de todo para prepararse antes de llevarse a uno al catre.

Yo le conté detalles de mi vida sexual, ella me confesó que todo lo realizado con Rosa se lo sabía al dedillo pues cada cierto tiempo mi  exnovía le contaba con pelos y señales lo que hacíamos.  Y hacíamos de todo.

-       ¿y te gustaba que te lo contase? – me miró fijamente.

-       Me encantaba

-       ¿te masturbaste alguna vez pensando en ello? – volvió  a mirarme y tragó saliva.

-       Muy a menudo, incluso oyéndoos.

-       ¿Y que pasaba por tu mente la escena de cómo follábamos o que era a ti a quien me follaba? – ella me miró de nuevo, volvió a tragar saliva, me dio un golpe en el hombro.

-       No seas tonto – y pidió otra copa.

Le seguí contando mis aventuras sexuales.  A cada cual más salvaje, ninguna mentira.  Amalia se relamía, preguntaba alguna cosa y seguía oyendo.

Acabamos en Snobbisimo.  Un antro de ultimísima hora, lleno de pijos y que seguía igual que hacía 20 años cuando fui por ultima vez.  Una discoteca llena de calaveras, lo mejor de cada casa a 20 euros la copa y donde la gente no va a ver si folla, sino a ver con quien folla.

-       oye, ni decir tiene que si encuentras a una y te quieres ir con ella, sin problemas – me dijo Amalia intentando vocalizar bien, el alcohol no le ponían las cosas faciles.

-       Lo mismo te digo.

-       No seas tonto y me miró y sonrió.

Pedimos otras copa.  Por un momento miré a María, la amiga de Amalia, a la que me follé durante meses. Pasó por mi cabeza como casi se desmallaba cuando llegaba a un orgasmo.  Estaba claro que si a esas horas seguía de marcha es que solo tenía que mover una ceja para ver en un rato como esas grandes tetas moverse ante mis envestidas.  Me quité de la cabeza esa idea.

Después de tres rondas y 120 euros menos en mi cartera y cuando la luz de garito se encendió empezamos a andar escaleras arriba rumbo a la salida.  Llegamos a la calle.

-       ¿Qué haces mañana? – le dije

-       Qué, ¿quieres quedar a comer? – me dijo de nuevo intentando pronunciar bien.

-       No, quiero que te vengas a follár.

-       ¿Cómo?

-       Que quiero que te vengas a follár a casa esta noche.

-       No seas tonto, anda que estas borracho.

-       Si, estoy completamente borracho, pero me apetece follárte esta noche

-       Anda no seas tontorrón, llama a María que aun la pillas y se va contigo seguro.

-       No me quiero follár a María, quiero que vivas en vivo lo que hasta ahora has oído y te has imaginado.  Además me parece increíble que nadie te haya follado duro.

-       Uffff quita, que mañana se me caerá la cara de vergüenza.

-       Tu ven y si cuando lleguemos cambias de opinión duermes en la habitación de invitados y ya esta.

Paré un taxi y cogiéndola del brazo me subí con ella en el asiento de detras.  Amelia miraba por la ventana y yo le iba subiendo mi mano por su pierna.  A pesar de la cantidad de alcohol en su cuerpo esta me quitaba la mano cada vez que pasaba de la línea de su falda.  La verdad es que pensaba tocarle el coño allí mismo, pero esta me ponía caritas cada vez que mi mano subía un poco.

Subimos a mi casa y se sentó en el salón.  Lo miraba todo, veía fotos, tocaba cosas, sacaba libros de la estantería, sonreía.  Yo fui a la cocina y volví con dos copas.  Para mi sorpresa y antes de coger la suya me besó agarrando mi cara.  Me quedé alucinando pues la tía besaba realmente bien.  Lo hacía húmedo, apasionado y moviendo la lengua con gracia.

-       ¿eso es que te quedas a follár?

-       Eso es que mañana me arrepentiré seguro, si lo se yo.

-       Bueno.  Te vas a quedar tan acojonada que lo que vas a querer es repetir.

-       Miedo me das.

-       No te preocupes.  Te vas a correr de gusto.

-       Ya me extraña, solo me he corrido en mi vida con mi dedo.  A base de pene nunca he logrado irme.

-       Hoy las cosas cambiaran, ya veras.

-       Ja ja, iguale de optimista que siempre.

Me fui a la habitación y volví con un antifaz en el bolsillo, le dejé tomarse su copa mientras le metía un dedo en la boca y jugaba con él y con su lengua.

Estaban las copas a punto de acabar cuando hábilmente con una mano le solté el sujetador.

-       espera, espera que tengo que pasar antes al baño

Y se fue y no volvió hasta media hora después.  Yo me había puesto una segunda copa y esperaba pacientemente, si no llega a ser Amalia a la que me iba a follár me hubiese ido a dormir.

La puerta del baño se abrió.  Me acerqué y la puse contra la pared le besé uno de sus lobulos.

-       Apaga la luz – me dijo, yo le di una patada al interruptor y la luz se apagó.

-       Tu ultima oportunidad.  Te voy a follar como en tu vida, pero como empecemos, acabamos.

-       Vale, vale. No me lo recuerdes.

Le puse el antifaz.  La desnudé mientras le besaba el cogote.

Le saqué su camisa y le pase las tetas por encima del sujetador. Le cogí sus grandes pezones y con ellos empecé a pasarlos por la pared de gotelet.  Amalia no se atrevió a protestar.  Subí su falda y pose mi mano por su culo.  La verdad es que lo tenía más grande al tacto que a simple vista.  Le baje las bragas de encaje que llevaba y le di la vuelta.  Amelia intentó taparse con las manos pero se lo impedí. 

La tumbé en la cama desnuda.  Cogí una de sus muñecas, le puse una abrazadera plástica y la amarré a una argolla que salía de una de las patas del cabecero de mi cama.  Repetí la operación con la otra muñeca.  Amalia quedó como Jesucrito en la cruz.

-       ¿qué haces?

-       Cállate.

Cogí uno de sus tobillos y puse otra abrazadera, enganche su pierna a otra argolla que salía de los pies de la cama.  Amelia cruzando su otra pierna libre,  intentaba cubrir un depilado coño.  Cogí la pierna que faltaba y la até de igual manera.  Ante mí Amelia descansaba abierta de piernas y brazos.  La observé con curiosidad.  Tetas grandes, bastante caídas, pezones tipo huevos fritos, celulitis, estrías y un poco de barriga.  Un chocho carnoso que brillaba fruto de la excitación, sin un pelo.  Amalia aun no jadeaba pero respiraba fuerte.

Abrí el armario y cogí una fusta. 

-       ¿Qué es eso?

No era cuestión de liarme a golpes con la moza, iba a probar con ella algo que había probado con una fija discontinua meses atrás y que le había vuelto loca.  Estaba seguro que a esta se le iba a quitar la tontería en un par de minutos.

Me puse a un lado de la cama y empecé a golpear con la fusta el clítoris de Amalia, nada fuerte pero muy rápido.  La verdad es que desde mi posición la cosa resultaba muy cómoda de hacer. 

Intentó protestar, pero al tercer golpe se dio cuenta que aquello no le disgustaba.  En pocos minutos jadeaba como una posesa y gemía pidiendo que no parase, evidentemente le estaba gustando.  

Su clítoris se había puesto del tamaño de la polla de un bebe y sus oscuros pezones se habían puesto como piedras.  Le retorcí uno de esos pezones.

Me puse de rodillas en la cama sin variar el ritmo y sacando la polla de mi pantalón se la puse en la cara.  No hubo que decir nada, Amelia giró la cabeza y se metió mi minga en su boca y empezó a mamar.  Desde luego la tía sabía chupar una polla, no es que fuese una fuera de seria pero le daba unas chupadas profundas y húmedas la mar de excitantes.  A ratos se la sacaba de la boca y pasada su puntiaguda lengua por mis cojones

Después de más de media hora de continuo martilleo, Amalia puso todos los músculos de su cuerpo en tensión, contrajo sus dedos, estiro los dedos de sus pies, arqueó la espalda y sacó mi polla de su boca dejándola abierta y solo acertando a articular

-       nooooo paressss – y se corrió como una bestia, pero una bestia silenciosa.  Solo emitió un seco sonido gutural.

La dejé descansar durante unos minutos, a mi me dolía la mano.  Me desnudé y fui a los pies de la cama.  Amalia aún gemía victima del pedazo de orgasmo.

-       ¿qué haces? métemela

-       Ufffff señorita Leal, me imagino que cuando nos conocimos a nadie le hubiese usted dicho eso.

-       Ni cuando nos conocimos ni ayer, pero es que nadie me había provocado lo que me has provocado tu.

-       Muy bonito, buena excusa.

-       Metemela por fa.

-       Calla.

Y cogí mi vara extensible, ajusté sus partes.  Ensamblé el vibrador y encendí el masajea-clítoris. Lo dirigí a su abierto e indefenso coño.  Entro como cuchillo caliente en mantequilla.  Desde los pies de la cama como si una lanza se tratase empecé a meter y sacar la poderosísima polla de goma.  No hicieron falta más de 10 minutos para que Amalia cambiase su cara de aluciné al de placer máximo.

La polla le reventaba el coño y el vibrador le masajeaba su muy sensible clítoris.  Se corrió una y mil veces arqueando la espalda y dejándose marca de los amarres en sus muñecas y tonillos de tanto tirar.

Cuando la desaté y la hice ponerse a cuatro patas.  La sabana bajera estaba calada y allí donde había estado su coño, una gran mancha de flujo dejaba constancia.

Me aparté un poco para ver aquello.  La verdad es que le sobraban unos cuantos kilos.  Sus grandes tetas le colgaban y se balanceaban al menor movimiento.  Seguía con el antifaz puesto sabiéndose observada.  Instintivamente abría las piernas esperando mi intervención.

Metí mi polla de golpe, le cogí las tetas y empecé a cabalgar.  Amalia gemía como una loca, estaba disfrutando y me lo dejaba saber.

Le di la vuelta, le quité el antifaz y poniendo sus piernas sobre mis hombros la penetré hasta el fondo de nuevo.

Amalia arañaba mi espalda y gemía con la boca abierta y dejando que la baba cayese sobre su pecho.

-       en ti.  Me masturbaba pensando en ti – confesó sin que yo se lo preguntase. Me confesó su secreto de juventud.

Y se corrió.

Aguanté un poco más dándole caña hasta que la saqué de su coño y meneándomela delante de su cara, me corrí sobre sus pechos.  Creo que ya que estábamos Amalia esperaba mi corrida en su boca, paso sus manos por sus pechos extendiendo mi lefa por sus pechos.  Amalia me dio un besito en la punta y cayó reventada en la cama.

Ya era de día por lo que caímos rendidos presas del sueño. 

Por la mañana nos levantamos ambos con una tremenda resaca.  En situaciones normales me la hubiese vuelto a follar, pero, ni uno ni otro podíamos ni hablar, lo de follár no era una opción que manejábamos en esos momentos.

Después de desayunar a la hora de comer y ver un poco la tele, Amalia se despidió con la promesa de llamarme pronto. 

Han pasado otros diez años y aun espero encontrármela de nuevo en algún momento en las calles de Madrid, porque lo es llamar, nunca llamó.

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