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Secretos (2) Enamorada de la Vida FINAL

en Confesiones

Casi llegaba la hora de reunirme con las personas. Yo, seguía acostada en mí cama, en silencio. Rebecca a lado mío, dormía.

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Volteé y la miré durmiendo sin ninguna preocupación. Se miraba preciosa. En cambio, yo no dejaba de pensar en la reunión, no sabía qué hacer.

Por un lado estaba Cesar y Rebecca; Hace unas horas, había estado cogiendo con Cesar y sin duda, mi corazón me decía que estaba enamorada de él. Y en Rebecca tenía a la mejor amiga del mundo. No me juzgaba para nada.

Por otro lado, estaba a mi alcance el mundo; Conocer gente, tener el control de personas. Una vida que deseaba.

Abracé a Rebecca y se movió. Cerré mis ojos pero no podía dormir.

Si no hubiera conocido a estas dos personas, ahorita estuviera arreglándome para la reunión. Pero aparecieron estos dos ángeles a cuidarme, a guiarme.

Pensé en mi tía. Si me viera, ya me estuviera regañando. “Tú no eres así”, me decía. “Sal y cómete el mundo”.

Edith ya me hubiera golpeado. Pero mis papás querían la otra vida, esa que me ofrecían Cesar y Rebecca.

Me di la vuelta y le di la espalda a mi amiga. Era difícil. Tenía todo a mi alcance, incluso en esos días me di cuenta que tenía la capacidad para hablar. Pensé en la cantidad de hombres y mujeres que tendría a mi disposición. Y del sexo ni se diga. Todo complementado con dinero.

Nuevamente me di la vuelta y puse mi cabeza en el pecho de Rebecca. Con estas personas, tendría esa vida que una sueña de niña; estudios, un esposo, hijos, trabajo honrado, y muy bien pagado porque era muy inteligente y dedicada a lo mío.

Solté una lágrima. Era increíble que estando tan cerca, empezara a dudar.

“Te necesito Rafa”.

Agarré mi teléfono y le marqué a Cesar. Le dije que lo esperaba en mi casa a las 8pm.

… a las 8:15pm Cesar me mamaba la panocha. Mi mente trabajaba a millón tratando de pensar en la lengua de Cesar y no en la reunión. Hicimos un 69 para luego terminar yo mamándole la verga y él llenando mi boca de leche.

Lo abracé un rato y no quería separarme de él.

-Te amo. –Le dije. No me respondió.

Para las 9pm Cesar estaba encima de mí. Mis piernas estaban en sus hombros. Nuestras bocas se besaban mientras se movía.

-Dame más. –Le dije. No le dije su nombre porque temía confundirlo con Carlos o cualquier otro socio con el que podría estar cogiendo en ese momento y de los cuales, me imaginaba su nombre. O ¿Por qué no? Con los 4 al mismo tiempo.

Hasta que sentí que su verga se hinchaba dentro de mi panocha. Se salió y vi cómo se quitó el condón y lo tiró.

Nuevamente nos tiramos. Cuando descansó, se levantó y empezó a vestirse.

-No te vayas, aún no. –Le dije en tono muy triste.

-Tengo que irme, ya es tarde. –Me dijo.

Lo jalé del pantalón.

-Dame tu verga una vez más. Quiero chupártela y quiero montarte hasta sacarte esa lechita tan rica. Pero antes quiero que pongas tu verga entre mis tetas para que sientas el calor que hay entre ellas. –Le dije.

Me vio y sin decir nada, bajó su pantalón. Su verga seguía flácida.

Mamé durante 10 minutos, más los minutos de descanso y la verga tomó tamaño.

Me acosté boca arriba y metió su verga entre mis tetas y empecé a masturbarlo. Luego se acostó boca arriba y empecé a cabalgarlo moviendo mis caderas como mejor sabía hacerlo.

-Papi, que rico me coges, eres el mejor. Papi, tu verga me llena. –Le dije entre gemidos hasta que me indicó que terminó. –Quédate conmigo esta noche. Me lo merezco después de esto.

Asintió y les habló a sus papás. Se acostó y me puse en su pecho pensando en lo que le dije. Pensando en los socios, en que los pude haber convencido con mis palabras o con mis nalgas.

Dormí. Abrí mis ojos y estaba clareando el día. Cesar estaba en un lado boca arriba y yo estaba al otro lado de la cama. Me levanté y fui al baño. De pronto sentí una angustia tremenda porque había faltado a la reunión. Y no solo eso, no había salido y quien sabe que estarían pensando el guardia y el taxista de mí.

Desnuda, caminé por el cuarto y fui hacia la ventana. El sol salía a lo lejos. Volteé y vi a Cesar que no se había movido para nada. Traía su ropa interior y se le notaba su verga erecta. Olvidándome de todo y caminando como si estuviera poseída, fui y me puse encima de él. Le bajé su ropa interior y se movió un poco. Abrí mi boca y empecé a mamar.

Lo hice despacio, arriba, abajo, llenándola de saliva. Sentí que Cesar se movió un poco más. Sentir su verga llena de saliva me calentaba mucho.

-Jul… Julia. –Dijo. -¿Qué haces?

-No te muevas. –Le dije. –Yo hago todo el trabajo. –Lo masturbé con la mano. Lo vi y tenía los ojos cerrados apuntando al techo. Nuevamente abrí mi boca y despareció su verga entre mis labios.

No se escuchaba nada en aquel mundo, salvo mis labios subir y bajar. Subí mis manos al pecho de Cesar y noté que su respiración iba en aumento. Le di mi mejor mamada.

-Te amo. –Le dije saliéndome y masturbándolo. No me respondió y de pronto me llegó un arrepentimiento total.

La persona que estaba ahí no era Rafa, era Cesar. Y yo estaba enamorada de él. Y él no me amaba. Mis sentimientos me jugaban una mala. No amaba a Cesar pero se parecía mucho a Rafa y lo miraba como Rafa.

Abrí mi boca y de nuevo mamé. Mientras lo hacía, solté una lágrima. El sexo me gustaba y podía coger con todos, y disfrutar mucho. Recordé las palabras de mi tía cuando dudé sobre mi forma de ser. Y en ese momento necesitaba a mi tía, necesitaba a Rafa y necesitaba sentirme protegida para poder lograr lo que quería.

Estaba confundiendo esos sentimientos con amor. “Yo solo amo a Rafa y nadie es como él”, pensé cuando sentí el primer chorro de leche golpear mi paladar. Soltó poca leche que tragué con gusto. Casi al instante me levanté.

-Ya vete. –Le dije secamente. Me encerré en el baño. Al cabo de 5 minutos escuché la puerta abrirse y luego cerrarse. Se había ido.

Luego me solté a llorar.

-Rafa. –Dije. –Déjame en paz. Tú no estás aquí, aquí estoy sola y quiero seguir sola. Espérame allá, regresaré siendo la mujer de tus sueños pero ahorita déjame sola.

Me acosté en el piso haciéndome bolita.

Perdí la noción del tiempo. Escuché que tocaron la puerta.

-VOY. –Grité. Me puse un pantalón y una blusa y salí. -¿Qué pasó?

-¿Qué pasó contigo? Preguntó. –Me dijo el guardia. –Y ¿La reunión de ayer?

-Lo siento… -Sentí una cachetada.

-¿Lo sientes? –Me dijo. Me llevé una mano a mi mejilla. –Esto no es un juego niña. –Me dijo furioso. -¿Sabes lo que se está jugando la señora Edith al tenerte aquí? ¿Sabes la inversión que está haciendo? Y tú dices “Lo siento”.

-Yo… no sé… -Otra cachetada.

-Ahorita le hablaré a Edith para decirle que no sirves para nada. –Me dijo.

-No, por favor.

-¿Qué? Esto no es un juego, niña. Día a día ponemos nuestras vidas en peligro. –Se le notaba muy enojado. –Tienes todas las facilidades, dinero de sobra, protección, la que pidas, y sobre todo deseo por sobre salir y nada de miedo a ensuciarte.

-Necesito a alguien que me escuche. –Y sentí un golpe directo en mi nariz que me hizo caer de espaldas al piso. Lloré como nunca, quizá de dolor, quizá de desesperación, quizá por sentirme sola.

-A mí no me vengas a contar tus cosas, me vale madre tus sentimientos. –Dijo. –Si tanto quieres eso consíguete a alguien a quien contarle tus cosas, pero no pongas tus sentimientos encima del negocio porque vamos a perder todos.

-ENTONCES, ¿QUE HAGO? –Le grité. –AMO A ESTE PENDEJO PERO SE METIÓ EN MEDIO Y NO ME DEJA AVANZAR PORQUE NO ES EL HOMBRE QUE ME AYUDARA EN EL NEGOCIO.

-¿Se metió o lo metiste? –Dijo más calmado. –Entiende, tú no eres una mujer para un solo hombre, tú eres una mujer con un hombre que te acompañe en el negocio y miles de hombres con lo que harás negocios. –Silencio. El dolor de mi nariz era inmenso. Sentí como escurría sangre por mi boca y barbilla. Me pasó una camisa con la que me limpié la sangre. –Me preguntas que hacer con ese muchacho. –Asentí. –Sabes que hacer.

Y lo sabía, quizá ese era mi temor, tomar la decisión. Al cabo de una hora, más tranquila, salí a ver a Cesar. Habíamos quedado en ir a comer.

Cuando lo vi, mi corazón latió de prisa. De amor, de miedo, de tristeza. Se subió a la camioneta y avancé. Salimos de la ciudad y me metí entre el monte.

Cesar me hablaba y yo, le respondía en automático sin saber que le decía. Luego de 10 minutos de avanzar, me detuve.

-Vamos abajo. –Le dije. No dijo nada y bajó. No pegamos a un árbol y nos besamos. Quedé de espaldas al tronco y me juntaba su paquete. Yo le apretaba las nalgas hacia mí.

“Ya hazlo, no le des más vueltas”, pensé. Llevé mis manos a mi blusa y la quité junto con mi brassier. Se lanzó sobre mis tetas. Me volteé y besó mi espalda como sabía hacerlo.

-Me encanta tu tatuaje. –Me dijo haciendo a un lado mi cabello. Lo pasé para en frente.

-¿Sabes qué significa? –Le pregunté.

-No. –Dijo separándose de mí. Me volteé y quedamos de frente.

-Es un ángel, pero es el de la muerte. –Le dije. –Yo soy el ángel de la muerte y tengo el poder para decidir quien vive o quien muere.

-¡Wow! Me gusta el significado que le diste. –Dijo emocionado.

-Espérame. –Le dije mientras caminaba a mi camioneta con mi cuerpo desnudo de arriba. Iba con mucho valor y tratando de quitarme el miedo que invadía mi cuerpo.

Abrí la puerta de atrás y tomé un arma que el guardia me había dado. Luego caminé directo a Cesar que me daba la espalda.

-Mira, aquel cerro. –Dijo.

-Sí Cesar, yo decido quien vive o quien muere, literalmente. -Levanté el arma y le apunté. Saqué todo sentimiento que sentía por él. Con fuerza agarré el arma, no me temblaba la mano. Y de pronto, sentí como el arma me golpeó la mano…

Iba de regreso. Pensaba en Rebecca, que también tenía que ponerle un alto. Pero ella no me interrumpía en los negocios, no se metía para nada conmigo, ella, todo lo contrario, me hacía sentir bien en momentos de angustia y desesperación, sin cuestionarme ni preguntarme nada. Me entendía.

-Por lo pronto, así estaremos ella y yo. Si se mete más, lo haré. –Dije.

Llegué a mi casa, caminé con firme decisión y entré. Vi al guardia recién bañado. Traía su pantalón pero no tenía puesto nada encima. Y con una toalla secaba su cabello.

-¿Listo? –Preguntó.

No respondí. Fui directo a él y poniéndome de puntas, lo besé. No respondió el beso pero eso no me importó. Lo llevé de la mano al sillón, me quité mi pantalón y ropa interior y me empiné.

-Dame por el culo. –Le dije. Lo vi y me vio. Luego se quitó su pantalón y empezó a mamar mi culo y a meterme dedos.

Cuando sentí que lo llenó de saliva y lo abrió, se levantó y empezó a clavarme su verga. Lo hacía con mucha fuerza y despacio, mientras abría mis nalgas. Sentía un dolor físico terrible, y el dolor sentimental iba desapareciendo. Empujaba y salía, intentando abrirse paso. Apretaba fuerte el sillón con las manos.

Era malo para meterla pero en ese momento lo necesitaba. Al cabo de unos minutos, mi culo se acostumbró y el guardia empezó a moverse con facilidad. Los golpes de sus piernas con mis nalgas se escuchaban y yo soltaba gritos disfrazados de gemidos.

Luego de un rato, que me pareció eterno, su verga se hinchaba dentro de mí y llenaba mi culo de leche que escurrió por mis piernas. Estuvimos así un rato hasta que se salió.

Me dio una nalgada.

-Listo. –Dijo.

-Ni creas que se volverá a repetir. –Le dije.

-Volverás por más.

-Quisieras. –Y sonreímos.

Subí a mi recamara y me bañé.

Para la noche, salimos a cenar. Me puse un short de mezclilla y una camisa. Llegamos a una taquería.

Ordenamos. Comí más tranquila tratando de borrar el recuerdo de Cesar. La plática del guardia me hacía olvidar todo. Era un buen acompañante.

Llegamos a mi casa. Encendí la tele y me puse hacer cosas del hogar. De pronto, en la tele escuché el nombre del Lic. Eduardo. Decían que su familia lo reportaba desaparecido y que la policía estaba haciendo investigaciones. Entrevistaron a su esposa y al que fue mi jefe un tiempo. También a la secretaria.

-Oye. –Le hablé al guardia.

-Dime. –Me dijo.

-Están investigando la desaparición del Lic. –Le dije. -¿Qué hacemos en estos casos? ¿Pueden llegar a nosotros?

-Sí, claro. Quizá alguien lo vio subiendo a nuestra camioneta, o te vieron o me vieron. –Me dijo y me imaginé en la cárcel.

-No quiero ir a la cárcel. –Le dije con miedo.

-Hay que hacer algo, ¿No? –Dijo.

-¿Cómo qué? –Pregunté.

-Tienes buen cuerpo, te gusta coger y tienes dinero. ¿Qué se te ocurre?

-Pues… -Y pensé un rato. No se me vino nada la primera. Luego me cayeron algunas ideas. –Coger con el jefe de la policía de la ciudad. –Le dije.

-Así es. –Me dijo. –Es una opción. El sexo es una cosa que abre algunas puertas y posibilidades, pero también necesitas buscar ganar respeto. Tener a gente a tu disposición.

-Con el sexo, ¿No puedo conseguir tener a toda la policía a mi disposición? –Le pregunté.

-Esa gente tiene hambre, no puedes darle a todos sexo.

-Claro que puedo…

-Escucha. –Me interrumpió. –No toda la gente va a querer acostarse contigo. Hay gente que quiere llevar comida a su casa… -Ya no lo escuché y entendí lo que quería decirme.

-Darles dinero, comprarlos.

-Otra manera de llamarlo, ¿Cómo sería? –Me preguntó.

-Sobornar a la policía de la ciudad. –Y se hizo el silencio total.

Ahora no había nada que me detuviera. Me iba a enfocar 100% en esto.

Continuará.

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