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Adiós Inocencia (1)

en Orgías

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DESDE LOS OJOS DE EDITH

En mi vida pocas veces me había excedido tanto en mis vicios, pero la noche anterior lo ameritaba. Logramos cerrar un negocio de los grandes con unos extranjeros que vinieron a invertir su dinero, nuestro abogado se había portado a la altura y logró convencerlos.

Me levanté y me acomodé en la orilla de la cama. En mi buró vi el montón de cocaína que había sobrado de la fiesta. Esnifé por los dos orificios de mi nariz. Tenía media vida haciendo esto, que el placer que sentía era muy poco. Esnifé un poco más.

Me levanté y caminé hasta otro buró. Ahí había un par de botellas de whisky, tequila, vodka. Agarré hielos que aún había dentro del agua y me serví un par de vasos que bebí rápido. Miré por el espejo la cama, vi una enorme barriga que miraba el techo. Era la barriga de mi esposo, el director de la prepa. A su lado, dos cabezas estaban acomodadas en su pecho. Eran dos niñas preciosas, que trabajaban para nosotros.

Mis recuerdos empezaron a llegar despacio.

Durante los negocios le había estado coqueteando a uno de los extranjeros. Cuando cerramos el trato, me fui y en la salida me alcanzó esa persona. Nos fuimos rápido al hotel a coger.

Los recuerdos fueron borrosos e incompletos, pero lo que se veía era claro. Después me vi llegando a mi casa y… y… ya no apareció nada, solo este momento.

Me vi en el espejo y para mi edad, era demasiado atractiva. Con cirugías y todo, pero mis tetas y culo me hacían una de las mujeres más atractivas del mundo, sino la más atractiva.

Me invadió una rabia terrible, me volteé y caminé entre botellas, ropa, juguetes sexuales hasta llegar a la cama.

-LEVÁNTENSE HIJAS DE SU PINCHE MADRE. –Grité mientras agarraba del pelo a una y la quitaba de encima de mi marido. Me puse encima de ella, mientras seguía aturdida y le di un par de cachetadas. Mi marido abrió los ojos y la otra mujer hizo lo mismo. –ESTE HOMBRE ES MIO Y USTEDES SON UNAS PUTAS BARATAS. –Me puse encima de mi esposo y agarré del cabello a la otra. Las dos chicas ya estaban en el suelo recogiendo su ropa con una rapidez impresionante. –SALGAN RAPIDO DE AQUÍ Y DESNUDAS COMO LAS PUTAS BARATAS QUE SON, PENDEJAS. –Le di el empujón a una que cayó cerca de la salida del cuarto. Vi que alcanzó a agarrar un micro short y salió corriendo. Traté de ir por la otra pero también corrió y salió. Llevaba solo una blusa. Me acerqué a la puerta. –QUE NO SE LES OLVIDE QUE SOY EDITH, LA DUEÑA DE SUS MISERABLES Y PERRAS VIDAS. –Cerré la puerta de golpe.

Escuché una carcajada.

-Déjalas que se ilusionen un poco. –Dijo el director.

-Sí, sí, sí, sí, bla bla bla… -Dije, molesta. Se echó otra carcajada. La verdad es que no celaba para nada a mi esposo. Feo, gordo, nada atractivo. O mucho. Era el hombre más rico de la ciudad y las putas lo buscaban para quitármelo y ganárselo. –Deben saber su lugar. –Dije.

Había trabajado mucho como para que en una noche me lo quitara una niña. Eso nunca lo iba a permitir.

Mi esposo se levantó de la cama, también esnifó cocaína. Esta droga ya era parte de nuestras vidas. Cargábamos con ella para todos lados.

Le di la espalda a mi marido y fui a mi closet a buscar la ropa que usaría durante la mañana. Saqué algo casual. Caminé nuevamente a la recámara y escuché la regadera. Mi marido se estaba bañando. Entré al baño y vi a mi esposo, con su verga parada. Me miró con una sonrisa. Fui directo a él, el chorro de agua me golpeó la cabeza.

Nos besamos. Rápido mi mano bajó a masturbarlo, y él llevó sus manos a mi espalda, que despacio bajaron a mis nalgas. Mi mano se movía rápido y con ritmo. Nuestras lenguas chocaban y se golpeaban, nuestros labios no se despegaban ni un segundo. El agua caía por nuestras caras.

Luego de un rato, me separé y acomodé mi cabello atrás de mis orejas. Me acomodé de rodillas y apareció frente a mi cara la verga de mi marido. Abrí mi boca y empecé a mamársela. Atrás, adelante, mi boca se movía en toda la verga de mi esposo. Mi mano, se movía al ritmo de la mamada. Con mi otra mano, me masturbaba. Con mis dedos me sobaba muy rico mi rajita.

Mi marido agarró mi cabeza y me empezó a mover a su ritmo. Solté su verga y dejé que me guiara. Mis dedos ya entraban y salían de mi cuevita, al ritmo de la mamada. Me soltó y me salí para agarrar aire.

Me tomó de las manos y me levantó. Nuevamente nos besamos. Su verga sobaba mi vientre, yo acaricié su espalda. Él jugaba con mis tetas.

Me volteó y quedé de espaldas a él. Puse mis manos en la pared y me empiné, levantando mis nalgas. Mi esposo me tomó de las caderas y con su verga golpeó mis nalgas, luego la pasó entre ellas y simuló que me cogía. Y mientras lo hacía, me besó la espalda. Gemí.

Guio su verga a mi panochita, instintivamente me acomodé mejor para que la metida fuera más fácil, y de un golpe, me la metió toda. Se movió lento, despacio, rico. Me puse dura. Despacio, empezó a moverse, atrás adelante. Me movió a su ritmo, sin apretar mis caderas. Luego se movió más rápido.

-¡Hay!, Así papi, dame más, mas, mas. –Le dije.

El agua caía entre nuestros cuerpos. Sus piernas pegaban en mis nalgas. Volteé mi cabeza y nos besamos. No dejaba de moverse. Pasó un rato en la misma posición.

Nos separamos y mi marido caminó hasta la taza del baño y se sentó. Lo seguí, excitada. Miré como con desesperación se masturbaba. Me puse encima de él, mis tetas quedaron a la altura de su cabeza. Empezó a morderlas y chuparlas. Agarré su verga y la puse en la entrada de mi panocha, despacio me dejé caer hasta que me entró toda. Empecé a darle brincos, arriba, abajo, mis tetas golpeaban su cara. Él me tenía tomada de la cintura pero en ningún momento llevó el ritmo de mis brincos.

Los dos empezamos a gemir.

A los minutos, me volteé y dándole mis nalgas, me clavé. Mis caderas se movieron solas, y entraban y salían a un ritmo increíble. En mi cabeza puse música, y a ese ritmo bailaron.

Perdí la noción del tiempo. Y de pronto, sentí que estaba cerca de alcanzar el orgasmo. Mi marido estaba en las mismas porque me tomó las nalgas con desesperación. No aflojé el ritmo, me venía algo rico.

-No te muevas, gordo. Tampoco quiero que termines. –Le dije entre gemidos.

-Sigue moviéndote así de rico. –Me dijo.

No tardé mucho en alcanzar el orgasmo. Le llené su verga de mis líquidos. Me quedé un rato sin moverme. Cuando disfruté totalmente de mi orgasmo, me levanté y me acerqué a mi marido.

Le agarré la verga y lo masturbé. Nos besamos. Luego me agaché a mamársela y casi al minuto, mi boca estaba llena de leche que tragué. Se la limpié.

Me levanté y me metí a bañar. Cuando salí, mi marido estaba arreglado, listo para irse a la prepa. Pasando a su lado, sin decirle ni una palabra, fui a mi tocador y encendí un cigarro. Empecé a beber whisky.

Agarré mi celular y empecé a mandar mensajes a mi gente, a mi negocio. Esa noche tendría un evento importante: “Voy para allá.”, escribí. Dejé mi celular y bebí de golpe el whisky. Me serví más.

Escuché el golpe de la puerta cuando se cerró, volteé y mi marido ya no estaba. Se había ido.

Teníamos muchos años casados. “¿Cuántos? No recuerdo.”, pensé. Luego de tantos años, nuestra relación como pareja ya no derrochaba miel como al inicio pero seguíamos juntos, por todo lo que habíamos vivido. Para él, yo era su mujer y ante todo el mundo me daba mi lugar y para mí, era mi esposo y tenía su lugar.

Me arreglé. Me vi y era una modelo. Cuando salía con mi esposo, siempre iba orgullosa a su lado y nadie podía entender como una mujer como yo, que podía tener a cualquier hombre, estaba con un gordo feo. Lo que nadie sabía era que ese gordo feo era mejor partido que cualquier hombre que había conocido en mi vida.

Aunque tonta no era y tenía a mi amante, un joven, atlético, hermoso, con mucha fuerza. Héctor (NOTA DEL ESCRITOR: SE MENCIONÓ EN RELATOS ANTERIORES). Me alegré cuando dejó su vida y se vino a vivir a mi ciudad. El hombre no trabajaba, yo mantenía todos sus gustos. No me molestaba en lo más mínimo, yo tenía dinero de sobra, para varias vidas. Él solo se dedicaba a ponerse más hermoso para mí y estar para cuando yo le hablara.

Salí de mi casa cargando solo las cosas importantes.

Lo primero que hice fue llegar a un restaurante. Al llegar, rápido me atendieron. Almorcé mientras por llamadas, organizaba todo lo de esa noche.

-Espero que las luces no fallen. –Dije. –La vez pasada fallaron y con razón, mis clientes se molestaron. Este evento lo esperan muchos hombres, pagan lo que sea y por eso les debo dar lo mejor.

Terminé y salí rumbo a mi casa de citas.

Llegué y había mucha gente trabajando; limpiando, acomodando muebles, haciendo pruebas de sonido, entre otras cosas.

Me acerqué a todos los puntos donde debía estar. Hablé con cada una de las personas encargadas y me explicaron el trabajo que hacían.

-Hasta el más mínimo detalle lo quiero perfecto. –Dije.

Pasé a mi oficina donde me esperaba la muchacha que se encargaba de llevar el registro de gente que asistiría al evento. Me habló de todo. Para este momento, yo andaba más estresada que otra cosa. Quería que cada hombre tuviera la mejor noche de su vida.

-Y ¿Las muchachas? –Pregunté. -¿Están listas? –Y antes de que me respondiera, sonó mi teléfono.

-¿Sí? –Dije.

-Señora, el punto “X” no responde desde hace unos minutos. –Me dijo una voz por el teléfono.

-¿Qué pasó? –Me levanté asustada.

-No sabemos aún, primero quisimos avisarle.

-Sí, muy bien. Yo me hago cargo. –Y colgué.

Marqué un número. Me contestaron rápido.

-Ana. –Dije. –La entrada sur está fuera de línea.

-Voy enseguida. –Colgamos.

Ana, era la muchacha que ahora entrenaba para que fuera la encargada de la ciudad. Tenía 6 meses conmigo y había demostrado ser muy capaz. Aunque para lo que yo la necesitaba, le hacía falta mucha malicia. “Aun no puedo dejar esto”, pensé.

Me quedé un rato pensando en mi futuro. A lo lejos escuchaba la voz de la muchacha que tenía frente a mí. No le ponía atención. Me levanté de golpe.

-Vamos a ver las chicas que trabajarán hoy. –Dije. La muchacha no dijo nada más.

Pasé por su lado y salí de la oficina. Antes de salir de la casa de citas, di un par de órdenes. Luego salimos y subimos a mi camioneta.

En el camino platicamos de la ropa que usarían esa noche las muchachas.

-Necesito algo que caliente a estos hombres. –Le dije. –Son hombres de mucho dinero y si esto sale bien, hasta tú sales ganando.

Llegamos a una de mis casas, se abrió el portón y entramos. En eso sonó mi teléfono.

-Entra, ahorita te alcanzo. –Le dije a mi acompañante. -¿Qué pasó? –Respondí el teléfono.

-Edith, todo está en orden. –Dijo Ana. –La persona encargada de este punto, resulta que se estaba cogiendo a una puta entre los mezquites.

-Córtale la verga a ese pendejo. –Dije furiosa.

-Con unas cachetadas va a entender. –Me dijo.

-Y ¿Quién es la muchacha? ¿Trabaja para nosotros? –Pregunté.

-No es nadie, no es una puta, es solo una mujer del pendejo este. –Me dijo.

-De acuerdo, de acuerdo.

-¿Qué hago con ella?

-Recuerda que a la gente no se le toca. –Dije para recordarle la regla principal de nosotros. –Mándala a su casa.

-Muy bien. –Dijo.

-Excelente trabajo, Ana. –Colgamos.

Me quité una preocupación, una preocupación que no necesitaba en ese día.

Desde que estábamos a este negocio, muy pocas veces habíamos tenido visita de enemigos. Y cuando llegamos a tenerla, era un estrés total. Nada más de recordar esos momentos, se me puso la piel chinita.

Entré a la casa y vi mujeres por todos lados. Algunas iban vestidas, otras en ropa interior y muchas otras desnudas. Las había de todas las edades, desde los 15 años, hasta los 50. De todos los colores, altas, chaparras. Era un buffet para hombres y mujeres.

-Pase por aquí, señora. –Me dijo mi acompañante. Pasamos entre las mujeres y llegamos a un cuarto. Dentro estaban cerca de 10 mujeres. Frente a ellas estaba una mujer alta, 42 años, iba con un vestido hermoso, que le llegaba a la mitad de las piernas. No tenía muchas tetas pero sus caderas y nalgas estaban de infarto. Era toda una MILF.

-¿Cómo estás? –Llegué a saludarla.

-Muy bien. –Me dijo sin ponerme mucha atención. –Tú, ven. –Le dijo a una de las muchachas que tenía en la fila. Esa mujer, era la encargada de organizarme a las muchachas y el trabajo que hacía era excelente, justo lo que buscaba. -¿Qué te parece?

Le dio un par de vueltas frente a mí. La niña iba totalmente en ropa interior, preciosa por cierto. La vi de espaldas, sus nalgas chiquitas. Luego de frente y agarré sus tetas. Levanté su rostro, vi su maquillaje.

-Me gusta. –Dije. –No ha perdido su inocencia así como la pusiste.

-Ya sé lo que te gusta. –Me dijo.

-¿Qué edad tienes? Preciosa. –Le pregunté a la niña.

-16 años. –Me respondió con una voz tan dulce.

-Si te lo propones, conseguirás todo lo que desees en esta vida. –Asintió. Le sonreí.

Me presentó a todas las muchachas que estaban ahí, la más grande tenía 22 años. Todas eran unas princesas.

-¿Qué te parecen? –Me preguntó. Las muchachas iban saliendo del cuarto.

-Te confieso que venía muy nerviosa. –Me sirvió una copa de vino y nos sentamos en una mesita que tenía.

-Tranquila, todo saldrá bien. –Me dijo. Bebimos vino. El silencio se hizo por un rato mientras veíamos salir a las últimas chicas. Luego salió mi acompañante y cerró la puerta. –Lo que a ti te falta es distraerte. –Me dijo y se bajó su vestido hasta el abdomen. Dejó al descubierto sus tetas chiquitas. Caminó y se puso detrás de mí. Empezó a darme un masaje en los hombros.

Apretaba despacio, lento, rico. Me dejé llevar. Luego de un rato, subí una mano y con mis dedos, toqué los suyos. Quité mi mano y al instante supo lo que quería. Bajó sus manos y las llevó directo a mis tetas. Las apretó por encima de mi blusa, jugaba con ellas.

-Que rico. –Dije gimiendo. Subió sus manos nuevamente a mis hombros. Hizo a un lado mi cabeza, y mi cabello y besó mi cuello. Pasó su lengua, me dio besos chiquitos, mordió rico.

Dejó de hacerlo, se puso frente a mí y me dio la mano. Con gusto se la di y nos levantamos. Fuimos hasta donde tenía una cama. Se tiró encima de ella. Yo me desnudé y ella hizo lo mismo.

Subí a la cama gateando. Abrió sus piernas para darme entrada y me metí entre ellas. Me puse encima de la mujer, nuestros sexos quedaban a la altura, las tetas chocaban entre sí y nuestras lenguas se amarraron al instante que nuestros labios se tocaron. Una de mis manos bajó a su sexo, y mis dedos empezaron a entrar y salir de la cuevita de la señora.

Empezó a gemir dentro de mi boca.

Mis dedos se movieron rápido, para dentro, para fuera. Primero era un dedo, luego fueron dos, y terminé metiendo tres dedos. La mujer gemía como loca.

Mi boca bajó a su cuello, a sus tetas, me detuve un rato ahí a jugar. Golpeaba el pezón con mi lengua, luego lo mordía. Bajé a su vientre. La mujer agarró mi cabeza y me acarició. Me empujó un poco en señal de que bajara a su entrepierna. No me lo pidió dos veces y bajé directo hasta ella.

Si había una panocha que me gustaba, era esa. Estéticamente, estaba hermosa, libre de todo bello. Pero su olor, su aroma era perfecto y su sabor era una delicia. La mujer me presumía que se cuidaba siempre para tenerla lista para mí. Que esa panocha era solo mía, que ni a su esposo le permitía cogérsela.

Y ese día, al igual que muchos otros, me lo volvió a recordar.

-Esta panocha es solo tuya, Edith. –Dijo gimiendo.

Abrí mi boca y saqué mi lengua. Pasé toda mi lengua de arriba, abajo. Luego la metí a su cuevita, dentro la moví. Rápido. Encima de su rajita, la empecé a sobar con mis dedos. Mordí sus labios, los succioné. Besé sus piernas, me encantaba esa mujer. Y ella estaba loca. Se puso dura y soltó sus líquidos en mi boca. La limpié toda.

Me levanté y puse mis nalgas encima de su cara. Me acomodó para que mi panocha quedara a la altura de sus labios. Me puse sobre mis piernas y sentí su lengua en mi rajita.

-¡Ah! –Gemí al sentir su lengua húmeda. Moví un poco mis nalgas atrás adelante sobre su lengua. –Así, rico, rico. –Dije. En eso sonó mi teléfono. No le puse atención. Seguía disfrutando de la mamada que me daba aquella mujer. Dejó de sonar y casi al instante sonó de nuevo. Nuevamente lo ignoré. Una tercera vez sonó. –Con una chingada. –Dije quitándome de encima de la mujer.

-¿Quién es? –Me preguntó. Llegué a donde estaba mi teléfono.

Lo agarré y vi que era Ana.

-¿Qué pasó? –Pregunté enojada.

-Disculpa, Edith. No te molestaría si no fuera algo importante.

-Dime. –Se notaba molestia en mi voz. Y como no iba a estar enojada, si me interrumpieron mientras cogía. Sentí las manos de la mujer en mi cintura y besó mi cuello.

-La muchacha que estaba con el guardia me comentó que había llegado a la ciudad junto con más muchachas y que buscaban personas que estuvieran interesadas en su dinero. –Me dijo.

-¿Cómo? ¿Qué pasó? –Pregunté y me separé de la mujer.

-La llevé a su casa, o a donde me dijo que se quedaría, y en el camino me comentó eso. –Me dijo. –Pensé que te podría interesar.

-¿Te dijo su nombre?

-No le pregunté.

-¡Ay Ana!, Anita, Anita. –Le dije.

-Pero tenemos una cita con ella en tal restaurante, a las 3pm. –Dijo Ana. –Le hablé sobre dos personas y ella se interesó en usted y su esposo. Quedé en que irían los dos.

-De acuerdo. Gracias por avisarme. –Y colgué.

-¿Qué pasó? –Me preguntó la mujer.

-Ha sido un día muy raro. –Dije viendo a la nada. –Me tengo que ir. -Y caminé hasta donde estaba mi ropa.

La mujer se puso frente a mí y me empezó a dar besos que no le respondí.

-No te vayas, apenas vamos iniciando. –Me dijo.

-Lo sé. –Le dije. –Que pinche día tan raro, tengo un mal presentimiento.

-Son los nervios. –Me dijo. Me arreglé rápido.

-Sí, quizá eso sea. –Tocaron la puerta. –Adelante. –Entró la muchacha que me acompañaba. -¿Qué necesitas?

-Habló su esposo. –Silencio. Noté que se había puesto un poco incomoda al ver a la mujer desnuda. Aunque no era la primera vez que la miraba, siempre se ponía incomoda.

-Y ¿Bien?

-A si, si, si, si… Dijo que… -Tragó saliva. –Que si podía pasar a la oficina. Le urge hablar con usted.

-Vámonos. –Le dije y salimos sin despedirme de la mujer.

En el camino hablé con Ana para que me repitiera lo de la mujer. Me puse nerviosa por alguna extraña razón.

Llegué a la prepa y pasé a la oficina.

-Su esposo no se encuentra, salió a algo urgente. –Me dijo la secretaria nada más al verme.

-¿Cómo? Si él me habló para que viniera.

-Sí, me comentó eso pero recibió una llamada de una mujer y se fue. Me dijo que era sobre algo de negocios. –No le puse atención. Agarré mi teléfono y le marqué. Timbró y timbró y no contestó.

Durante los siguientes 20 minutos me cansé de marcarle y no respondió al teléfono.

-Si habla o regresa, le dices que me hablé. –Le dije a la secretaria. Y salí de la oficina rumbo a mi casa furiosa.

Apenas llegué, subí a mi cuarto. Esnifé cocaína y me serví whisky. Me desnudé y estuve un rato así dando vueltas por todo mi cuarto. “Son los nervios por el evento que tengo en la noche, son los nervios por el evento que tengo en la noche, son los nervios por el evento que tengo…”, sonó mi teléfono y di un brinco del susto que me dio al escucharlo.

-Hola. –Dije sin ver quien había hablado.

-Edith, ¿Estás lista para la cita? –Escuché la voz que no reconocí.

-¿Quién habla? –Pregunté asustada.

-Soy Ana.

-Pendeja, me asustaste. –Dije más tranquila. – ¿Qué hora es?

-En un rato es la cita. Ahí voy a estar esperándolos. –Me dijo.

-¿Has hablado con mi esposo?

-Hace rato, le dije sobre la cita y quedó en que ahí estaría.

-¿A qué hora fue eso?

-Luego de hablar con usted.

-Pero, ¿Ahorita no has hablado con él?

-No.

-Está perdido. Le he estado marcando y no me contesta.

-Deja le intento también.

-Te encargo, también mándalo buscar. Y colgamos.

Otra vez me llegaron los nervios.

Me arreglé. Me puse un vestido que me llegaba a la mitad de las piernas. Unos tacones que le hacían juego. Esnifé cocaína un par de veces más y salí rumbo a la cita.

No sé si fue la droga, fueron los nervios del evento en la noche o si fue la cita con la muchacha, pero algo me estaba haciendo temblar mientras manejaba. “Tranquila, has ido a muchas citas con muchas personas en tu vida. Esta cita es una más”, pensé para tranquilizarme pero no ayudó en nada.

Me detuve en un semáforo y escuché el claxon del auto de atrás.

-ESPERATE WEY, ¿NO ESTAS VIENDO QUE ESTÁ EN ROJO? –Le grité. Miré el semáforo y estaba en verde. No dije más y avancé. Iba muy distraída. El auto pasó a un lado mío, y el señor me hizo señas, enojado. -¿QUE QUIERES? PENDEJO. –Le grité con todo mi orgullo por delante.

El auto del señor avanzó sin hacerme caso. La sangre me hirvió y, sin voltear atrás, esquivé el auto de enfrente para ponerme en el carril del señor con el que había discutido. Escuché otro sonido de claxon pero más fuerte, desesperado y sentí un golpe. Mi camioneta giró una vez para ponerse al revés. El auto de atrás, me golpeó de frente, me dio un empujón y pegué contra el auto que momentos antes había esquivado.

Todo pasó muy rápido y de pronto no se escuchó nada más. Todo era silencio. Tardé en darme cuenta de lo que había hecho y cuando lo hice, golpeé el volante con mis dos puños. Lloré de coraje.

Vi como rápido, la mujer que me había golpeado bajó y corrió a mi camioneta.

-No te vayas a ir. –Me dijo y no se movió de mi puerta.

La verdad es que no tenía intención de irme. Y no estaba asustada, no me preocupaba el choque que acaba de provocar. Lo único que quería era que terminara el día, mi evento, la cita, todo.

Bajé de mi camioneta y se juntó alrededor un montón de gente. Las dos partes afectadas se juntaron conmigo y empezaron a decirme que yo tenía la culpa y que yo pagaría.

Sin ninguna preocupación, le hablé al seguro. En 20 minutos estaba el tránsito, seguro, las familias de los afectados y yo sola.

-Ana, ¿Estas en la cita? –Pregunté.

-Sí, aquí estoy con la muchacha. ¿Dónde estás? –Me preguntó.

-Insisto, este día está muy raro. –Le dije. –Atiéndela, no iré a la cita.

-Muy bien. –Dijo.

-Ya sabes los datos que debes pedirle, todo lo que me gusta saber. –Le dije. –Mañana quiero toda la información bien detallada.

-No te preocupes. –Colgamos.

Una hora después, todo el asunto estaba arreglado. Quedé en que pagaría todos los daños.

Todo mundo se empezó a ir. Llegó gente mía y se llevó mi camioneta y luego me subí a otra camioneta que me habían llevado.

Di un par de vueltas en la ciudad, más tranquila. Hacía esto para evitar que me siguieran y cuando me aseguré, llegué a una casa.

Metí la camioneta a la cochera. Ahí dentro marqué un número.

-Te hablo como siempre para que corras a cualquier puta que tengas en la casa, te doy 5 minutos y ya van 4. –Dije y colgué.

Dejé que pasara un minuto. Luego, bajé de la camioneta y entré a la casa. Me recibió Héctor, desnudo completamente.

Tenía un cuerpazo, de un joven que se pasaba horas en el gimnasio. Estaba guapo, hermoso, joven y era mío.

Lo llevé a empujones hasta el sillón y se sentó. Me puse de rodillas frente a su verga.

-Primero la prueba, y espero por tu bien que esta verga no sepa a otra mujer. –Le dije.

-Adelante, solo entra en ti. –Me dijo Héctor.

Lo vi fijamente a los ojos. Él me sostuvo la mirada. Ninguno de los dos parpadeamos.

-Está bien. –Le dije levantándome y sentándome a un lado de él. –La verdad es que no tengo humor para coger.

-¿Qué pasa? –Me dijo mientras me abrazaba.

-Me siento rara. Algo no está bien.

-En esta ciudad, todo está bien. –Me dijo.

-Lo dices porque no trabajas y solo te dedicas a vivir la vida. –Le dije casi gritándole. Me separé y me levanté del sillón.

-¿Crees que aguantarte no es trabajo? –Me dijo. Volteé a verlo y estaba sonriendo. Su cara de ángel me bajó los calzones. Era el hombre más hermoso de este mundo.

-Digo que… -Me solté a llorar. Héctor se levantó y me abrazó.

-¿Es el trabajo? Deberías ya dejarlo e irnos lejos de aquí. –Asentí con la cabeza mientras lloraba.

-Sirve whisky. –Le dije. Héctor se alejó y yo me senté en el sillón. Saqué mi bolsa de cocaína y esnifé. La dejé a un lado. Mi hermoso joven llegó con un vaso de whisky y me lo dio. De un trago lo bebí todo. –Déjame sola un rato. –Le dije recargándome en el sillón y cerrando los ojos.

De golpe me desperté.

-Tranquila. –Me dijo Héctor, sonriendo.

-¿Qué hora es? –Dije asustada, levantándome.

-Son las 9:00pm. –Me dijo con mucha tranquilidad.

-¿LAS 9? –Grité. –Es muy tarde. –Pendejo, me hubieras despertado.

-Tú teléfono estuvo timbrando mucho rato, pero andabas demasiada estresada, no quise despertarte.

-Si timbró, es porque pasó algo. –Le dije y le di un empujón. Saqué mi teléfono y corriendo, salí de la casa. Me subí a la camioneta y antes de encenderla, miré las llamadas perdidas y mensajes que tenía.

La mayoría eran de Ana, me decía que era urgente comunicarse conmigo.

-Ana, ¿Dónde estás? ¿Qué pasó? –Dije con mucho estrés.

-Edith, necesito verte. Estoy en tu casa. –Me dijo y noté cierta angustia en su voz.

-Dime que pasó.

-Solo quiero que no te vayas asustar. –Me dijo. –Lo que te quiero decir no te lo puedo decir por aquí, necesito que lo veas.

Tiré el celular a un lado y arranqué la camioneta rumbo a mi casa. 20 minutos después, iba llegando. Bajé corriendo y entré. Me dirigí al comedor. Ana estaba sentada. Se levantó a saludarme.

-Ahora sí, dime. –Le dije.

Ana, era una muchacha hermosa, delgada. Su piel era blanca y tenía sus ojos verdes. Su cabello corto y rubio, la hacían ver como una muñeca. Era la hija de uno de mis socios en crímenes, y eso la hacía la persona perfecta para que tomara mi puesto.

-Llegué a la cita, ahí me estaba esperando una muchacha. –Empezó a hablar Ana. –Me comentó que es una persona de dinero y que quiere invertir en la ciudad. Pero que quiere invertir en los negocios que hacen dinero, no en cualquier negocio. Es obvio que se refería a nuestros negocios. –Me dio unos papeles.

-¿Qué es esto? –Dije y hojeé los papeles.

-Son proyectos de negocios. –Dijo a secas Ana.

-¿Ya los vio nuestro abogado? –Pregunté.

-Sí, dice que son excelentes negocios.

-Entonces, ¿Cuál es la alarma? Todo esto está bien, solo me falta conocer a la persona. –Me miró con cara de preocupación.

-Comentó que trabajaba antes contigo, que eran socias… -No escuché lo demás, al instante se me vino un nombre de tal persona, la cual hacía mucho que no pensaba.

-¿Cómo dijiste que se llamaba?

-No te dije. –Me miró fijamente. –Tampoco me lo dijo, solo me dijo que tú sabrías quien era.

Mi corazón casi se sale de mi pecho, pero no supe si era de alegría o de miedo. Quizá nervios. Me levanté de golpe y salí, subí a mi camioneta y arranqué a ningún lado. Marqué el número de mi esposo.

-¿Por qué chingados no contestas? –Le dije casi gritándole. Escuché que rio. -¿De qué te ríes? Pendejo.

-Hay una enorme sorpresa esperándote en tu negocio. –Me dijo sonriendo.

-¿PORQUE NADIE ME DICE NADA? –Grité y tiré el teléfono a un lado.

Sin importarme el poco tráfico que había a las 10pm, giré la camioneta y aceleré rumbo a mi negocio. En 20 minutos, llegué. Noté que varias de mis chicas estaban fuera del lugar, también un par de trabajadoras. Bajé.

-Señora Edith, hay un problema. –Me dijo una de las encargadas.

-¿Qué pasa? –Pregunté asustada.

-Llegó una muchacha, nos sacó a todos y se encerró con todos los clientes.

-¿Qué?

-Sí…

-Entraré a ver a esa perra. –Dije.

-La puerta está cuidada por un hombre, está armado. Dice que solo entrará la dueña del negocio.

Caminé y toqué la puerta.

-Señora, ¿Edith? –Me respondió una voz de hombre.

-¿Quiénes son? –Dije. La puerta se abrió y miré a uno de mis guardias, un guardia que tenía mucho tiempo que no miraba. Mi corazón que hasta ese momento estaba muy acelerado, se relajó. -¡Hey! Hola, hace tanto tiempo.

-Sí, demasiado tiempo, señora.

-Espera… -Dije. –Sí tú estás aquí, entonces la muchacha que me trae loca desde la mañana ¿Es…? –Me sonrió. Me indicó la habitación donde se encontraba esa persona. Con cada paso que daba, mi cuerpo se relajaba un poco más, y me sentía más tranquila…

DESDE LOS OJOS DE JULIA, UN DÍA DESPUES.

Me encontraba en un restaurante, eran las 11am. Estaba con Edith almorzando y escuchando la historia de todo lo que pasó el día anterior.

-Y créeme, cuando te vi en esa habitación, cogiendo con todos mis clientes de esa noche…

-No todos. –Interrumpí. –Eran 10.

-… Te vi diferente, cambiada. –Siguió hablando. –Te veo ahorita, y te has convertido en la mujer que quiero que se quedé con mis negocios.

-Pero tú ya tienes a Ana.

-Con lo que pasó ayer, me di cuenta que Ana está muy lejos de lo que busco.

-En mi otra ciudad, están mis negocios y gente, puedo hablar con ellos. La mandamos para allá. –Dije.

-Es buena idea. –Dijo Edith.

-Solo que ya sabes cómo me manejo yo, todo es sexo y mis clientes están felices con eso.

-Sí, tendré que hablar con ella. -Dijo y se quedó pensando un rato. –Platícame, ¿Cómo estuvo tu orgía? 10 hombres para ti solita.

-No me digas que tú no lo has hecho. –Le dije.

-Claro, un poco más grande que tú. –Me dijo. –Lo que me sorprende es que los 10 dijeron que ha sido el mejor sexo de su vida.

-Una que aprendió técnicas… -Dije en tono de orgullo. –Eso mismo escuché de tú esposo, el director cuando terminamos.

Y el día se nos fue platicando.

CONTINUARÁ.

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