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Sexo en la Política (5) Sexo para subir.

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El sol caía. El hotel donde me encontraba era el más lujoso de la ciudad y el más caro, aunque para mí no era problema pagar y menos por coger ahí.

Estaba empinada en la cama, y la verga entraba y salía muy rápido de mí. Mis tetas saltaban y rebotaban al ritmo de mis movimientos. Mi tío me tenía agarrada de la cintura. Me soltó y agarró mi largo cabello y me dio un estirón muy fuerte. Y sin soltarme, empezó a darme nalgadas con la otra mano.

-Así tío, deme más. –Mi tío no decía nada, solo se escuchaban sus gemidos.

Esa tarde de viernes, mi tío había estado muy irreconocible en el sexo. Muy complaciente.

Estábamos tocando los 50 minutos cuando sentí a mi tío duro y luego llenó mi panocha de semen. Un empujón, otro, y dos más y se detuvo.

Nos quedamos un rato en esa posición. Luego su verga se puso flácida y nos acostamos en la cama. Tomé un cigarro, lo encendí y empecé a fumar. Ya estaba más acostumbrada al humo.

-Dame uno, hija. –Me dijo. Le pasé y empezamos a fumar los dos.

-Oiga tío, que fuerte estuvo hoy. –Le dije poniéndome boca abajo y viéndolo. Sentí el semen entre mis piernas. – ¿Mi tía ya no lo complace? –Y sonreí. No dijo nada, siguió con el cigarro.

Luego de la orgia que tuve con los tres muchachos, arreglé algunos asuntos que tenía pendientes de mis negocios y luego me vine a darle una visitada a mi tío que lo tenía abandonado.

-Estas muy cambiada. –Dijo viendo al techo. Tiró humo hacia arriba. –Hace días estaba recordando aquella vez que tuvimos nuestro primer encuentro en las parcelas…

-Y ¿Se calentó? ¿Se la jaló? –Dije divertida.

-Si bien me sorprendiste con todo lo que hicimos y me dijiste esa noche, aun tenías valores, y se te notaban. –Dijo sin hacer caso a lo que le dije. –Todavía cuando llegaste aquí a la ciudad y nos vimos, eras muy diferente

-¿No le gustó el sexo? –Pregunté. Me acosté encima de él. Apreté mis tetas en su pecho y nos besamos.

-Al contrario, hoy fue el mejor de la vida. –Dijo. –Pero por lo mismo, ya no eres la niña hermosa de papá, ahora eres una…

-¿Puta? –Interrumpí.

-No. Una mujer tan…

-¿Deseable?

-Y peligrosa. –Silencio. –Siento que ya no debería tener contacto contigo y eso hace que todo esto sea tan interesante. Hace que no deje de quererte. Que te necesite.

-¿Me quiere?

-Mija, ya deja eso. Pon atención a lo que te digo. –Dijo molesto. Sonreí.

Me levanté y mi panochita se acomodó en su verga flácida. Lo miré y me sostuvo la mirada. Empecé a mover mi cuerpo atrás, adelante. Sentía rico como rosaba su verga en mi rajita.

-¿A poco se enojaría conmigo? –Le dije en tono coqueto. Agarré sus manos y las puse en mis tetas. –Estas son suyas…

-Y ¿De cuántos más? –Dijo en tono excitante. Me asustó y me sorprendió.

-De cientos, muchísimos. Estas tetas y estas nalgas que usted se está comiendo, han estado con las personas correctas y ahorita estoy en lo más alto.

-Y de mí, ¿Qué sacas? –Me preguntó.

-Un rico sexo. –Le dije. Silencio. Nos detuvimos, agitados. Me hice a un lado y me volví acostar en la cama. -¿Cómo están?

-Mucho mejor. –Dijo levantándose. –El dolor siempre existirá pero tenemos que hacer nuestra vida normal. –Se empezó a vestir. –Yo estoy mucho mejor.

-Me alegra. –Le dije. –Tío, he hecho mucho dinero, tengo demasiado. Me gustaría que se tomaran unas vacaciones, usted, mi tía, mi prima. Que salgan a divertirse, a disfrutar, a olvidar. Yo pago todo; a donde quieran ir y todo lo que quiera comprar corre por mi cuenta.

-Hija, te veo y te escucho. –Me dijo. -¿Te acuerdas del trío que tuvimos? –Asentí. –Ese día aun tenías miedo. –Puse cara de desconcierto. –Ahora, todo ese miedo se ha esfumado. ¿En qué andas metida? Porque está claro que prostituta no eres.

Me puse de rodillas en la cama y lo miré “Soy narcotraficante, soy la jefa de la ciudad y pronto seré alguien más”, pensé. Me miró esperando una respuesta, que no llegó. Me volví acostar.

-Me saluda a mi comadre. –Le dije refiriéndome a mi tía. Encendí otro cigarro. Miré a mi tío y salió del cuarto de hotel.

Me quedé sola, fumando y pensando. Pero no en mi tío, sino en el trabajo que estaba a punto de hacer.

FIN DE SEMANA

Salí del baño envuelta en una toalla. Caminé por el cuarto y llegué hasta la ventana. Miré la ciudad. “A partir de esta noche, la ciudad será mía”, pensé.

Manuel había regresado del viaje que había hecho con su familia y apenas llegó, nos pusimos de acuerdo para vernos. Yo había llego un día antes para preparar mi plan.

Días antes, había tenido un encuentro con los militares y me dieron un ultimátum. Ya no tenía tiempo, necesitaba al gobernador en mis garras.

Mi plan inicial era seducirlo, grabarlo mientras cogíamos y luego chantajearlo. Era un plan muy débil pero sin duda funcionaría. Luego, haríamos negocios y los militares lo agarrarían.

Pero los militares ya no tenían tiempo y yo ya no tenía tiempo para seducirlo y menos estando con su hijo. Y peor aún, mis sentimientos me habían jugado una mala, me había enamorado de la vida que me ofrecieron y me andaba arrepintiendo.

Ahorita mi plan era un poco más fácil pero cometería un crimen peor que la muerte, “¿Hay algo peor que la muerte?”, pensaba. Iba a secuestrar al hijo de gobernador, y a cambio de regresarlo, entraría al negocio. Y esa noche, con unas mamadas, me lo iba a llevar.

Me puse un vestido muy ajustado, mis hombros quedaban destapados y mis tetas casi se salían. Tapaban solamente la mitad de mis piernas y eso si no me agachaba porque cuando lo hacía, se me miraba la tanga. Me puse unos tacones marca puta. Me maquillé y me miré en el espejo, sin duda me miraba perfecta.

Ya no era una niña o una adolescente. Ya era totalmente una mujer; la figura de mi cuerpo se marcaba, aún tenía un poco de panza pero despacio bajaría. Mis caderas se marcaban y atrás mis nalgas estaban levantadas. Me gustaba lo que veía “Y pensar que esta mujer quería ser de un niño”. Sonreí.

Salí de cuarto, bajé por el elevador y luego caminé hacia fuera del hotel con total seguridad, irradiando amor, deseo, lujuria, sexo. Caminaba moviendo mis caderas de un lado a otro. Sabía que mis nalgas hipnotizaban a los hombres que las miraban moverse de un lado a otro y sin duda más de uno me imagino empinada en su cama.

-¿Puede pedir un taxi? Por favor. –Le pedí al de seguridad con el tono más coqueto que podía hacer.

-Claro. –Dijo y se acercó a la calle.

Agarré mi teléfono y mientras esperaba el taxi, le mandé un mensaje a Manuel.

-Ya voy para allá. ¿Me puedes mandar la dirección exacta del restaurante? –Le dije.

Al instante me llegó la respuesta.

Guardé mi teléfono y caminé al taxi que había llegado. El guardia me abrió la puerta.

-Gracias mi amor. –Le dije. Subí.

-¿A dónde la llevo? Señorita. –Me preguntó.

-A tal dirección. –Le dije. Avanzó. El camino fue total silencio. En mi cabeza solo pensaba en llevar a cabo mi plan, en no desviarme, en el objetivo. Empecé a sentir nervios. “Con la cocaína se me pasarán”, pero no podía llegar drogada al lugar. Deseché la idea. Me tuve que aguantar y agarrar valor propio.

Luego de varias vueltas, llegamos. Como siempre, en la calle estaba la seguridad del gobernador. Pagué y bajé. Crucé la calle y noté como todos los de seguridad me comían con la mirada.

-Buenas noches, chiquita. –Me dijo uno. – ¿A qué hora abren esas piernas? –Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.

Me detuve y volteé a verlo. “A la hora que quieras, papi”, pensé.

-Disculpa, soy la novia de Manuel. Vine a acompañarlos en la cena. –Al terminar la última palabra, escuché que varios de seguridad se rieron. Otros tantos se acomodaron en su posición y la persona que me había dicho “el piropo”, se pone rojo como un tomate.

-Disculpe señorita Julia. Yo… -Noté que empezó a sudar.

-¿Tu…? ¿No me reconociste? –Pregunté. No dijo nada. – ¿Eres casado?

-Sí, señorita. –Dijo.

-Yo nunca te he faltado al respeto ni te he dado motivos para que tú lo hagas. ¿O sí?

-Por favor, una disculpa. Nunca fue mi intención. –Me dijo.

Tardé en dame cuenta de la oportunidad que se me había presentado.

-¿Qué pasaría si yo digo esto que acabas de decirme? –No dijo nada. Me le acerqué con una sonrisa coqueta y bajando mi voz le dije. –Necesito un enorme favor. –Nuevamente no habló. –Más tarde quiero salir con Manuel, estar a solas con él. Tú me entiendes. –Me puso total atención. –Tú necesitas el trabajo y yo, esto. Tú sé nuestro guardaespaldas esta noche y luego nos dejas solos. –No lo vi muy convencido. –Y si todo sale bien, ¿Por qué no darte algo de agradecimiento? –Me volteé y mostrándole una sonrisa coqueta por última vez, caminé al restaurante.

Uno de seguridad me abrió la puerta y me acompañó hasta la mesa. Manuel me vio, y se levantó. Nos dimos un beso.

-¡Wow! Estás irreconocible. –Me dijo Manuel comiéndome con la mirada.

-Esta noche quiero que sea especial. –Le dije al oído. Noté que se le ruborizaron las mejillas. Había caído en mis garras. –Buenas noches. –Saludé a todos los de la mesa.

Me senté en medio a un lado de Manuel. A mi otro lado estaba Nohemí, la novia de Andrés. Noté que en la mesa no estaba solo la familia sino también había otra familia.

-¿Quiénes son? –Le susurré a Manuel.

-Son unos inversionistas que acaban de llegar a la ciudad. A ellos son los que fuimos a ver. –Me dijo. Tomó agua. –Traen un negocio grande. Ya se cerró el trato y ahorita estamos festejando. –Dijo.

-Tú papá sin duda es un gran dirigente. –Le dije.

-Toda su vida ha trabajado honestamente, se ha relacionado con gente muy buena y de dinero.

-Imagino que este negocio les dejará mucho dinero.

-Muchísimo. –Y cambió de tema. -¿Cómo estás? ¿Qué hiciste el fin de semana?

Y luego de un par de palabras, empecé a platicar con Nohemí. Nos sirvieron la cena y todo transcurrió entre pláticas y risas. “Es un ambiente muy hermoso. Es perfecto”. En todo momento, Manuel me tenía tomada de la mano. Me daba de comer en la boca. Nos dábamos besos. “No te desvíes del objetivo”. Guie su mano a mi pierna y distraídamente, la dejé encima.

-Oye Nohemí, que hermosos zapatos tienes. –Le dije.

-Gracias, fue un regalo de Andrés para esta ocasión. –Sentí como las yemas de los dedos de Manuel acariciaban mis piernas. Temblaba.

-Bebé. –Volteé a ver a Manuel. Este rápido quitó su mano. -¿Por qué tu no me regalaste nada? –Le dije haciendo un puchero.

-Yo… yo… -Tragó saliva. –Tenía pensado que saliéramos en la noche. Es mejor que escojas lo que a ti te guste.

-Tienes razón. –Le dije y le di un pico. Nuevamente agarré su mano. Estaba sudada.

-A mí, Nohemí me regaló un reloj. –Dijo Andrés, mostrándomelo. Otra vez solté la mano de Manuel y la puse en mis piernas. Esta vez, mi novio no le despistó nada y con su mano, me acarició completamente.

-Está muy bonito. –Le dije viéndolo, pero no le puse atención al reloj. Manuel estaba encantado con mi actitud y ahí estaba mi atención.

-Y ¿Tu que le regalaste a Manuel? –Me preguntó Andrés.

-Sí, ¿Que le compraste? –Dijo Nohemí divertida. Volteé a ver a Manuel y me vio con una sonrisa nerviosa.

-Nada. –Dije en tono triste. Me le acerqué y le di un pico. –Pero espero la noche para darle un hermoso regalo. -Miré sus ojos que brillaban como dos diamantes. Sus hormonas ya lo controlaban. –Acompáñame al baño. –Le pedí a Nohemí. Nos levantamos y fuimos.

Entramos. Empezamos a arreglarnos un poco frente al espejo.

-¿Qué te traes entre manos? –Me preguntó Nohemí.

-¿Por qué? –Le dije mientras me pasaba el labial.

-Andas muy juguetona con Manuel. –Me dijo. Solo sonreí. -¿Pasará esta noche?

-Lo he estado pensando. Viajan mucho y pasamos poco tiempo juntos. –Le dije. –Me ama y lo amo. Hay que disfrutar del poco tiempo.

-Sí, eso mismo pensé yo.

-¿A poco tú y Andrés ya…? –No me dejó terminar la frase.

-Sí, desde que iniciamos la relación. –Silencio. Habló. –Es el hijo del gobernador, son gente de dinero. No lo dejaré escapar tan fácil. –Me sorprendieron sus palabras. “Esta niña es una oportunista”, pensé. -¿Qué? ¿Por qué me ves así? ¿A poco tú no lo pensaste de esa manera?

-La verdad es que sí. Ese es mi plan. –Le dije.

-Te confesaré algo, pero no le digas a nadie.

-Dime.

-Tengo tres meses de retraso. Creo que estoy embarazada de Andrés. –Dijo.

-Que bien. ¡Felicidades! –Le dije.

-Gracias. Aun no le he dicho a Andrés y no quiero que se entere nadie.

-De mi boca nada sale.

-Manuel está muy enamorado de ti. Aprovéchalo. Embarázate de él. –Dijo.

-Eso haré. –Le dije y le pedí consejos sobre lugares donde podría estar con él sin interrupciones.

Salimos del baño y caminamos a la mesa. Estuvimos cerca de 30 minutos más cuando nos fuimos. El gobernador y la familia que lo acompañaba quedaron en seguirle en la casa.

Todos subimos a los autos y arrancamos directos a la casa. Llegamos y bajamos. Las personas se dividieron: el gobernador y su esposa se quedaron con la pareja. Ellos tenían un niño y una niña chiquitos, de 5 y 7 años respectivamente. Andrés, Nohemí, Manuel y yo fuimos a un cuarto, tipo sala que estaba en la azotea.

Ese era el cuarto de Andrés y Manuel que usaban para sus fiestas. Tenían de todo. Entramos y nos acomodamos las mujeres en un sillón. Andrés encendió la música y Manuel preparó bebidas.

Vi como hablaban entre ellos.

-Aquí fue nuestra primera vez. –Me dijo Nohemí. –En este sillón. Y si este sillón hablara…

-Espero que no hable mucho mañana porque lo que pasará esta noche, será para recordar. –Le dije. Manuel nos dio las bebidas y se puso a mi lado mientras me abrazaba.

-¿De qué hablan?

-Cosas de mujeres, amor. –Le dije y le di un pico.

-Se ve que se extrañaban. –Dijo Nohemí. Yo sonreí y Manuel me abrazó. Manuel se levantó y fue a donde estaba Andrés, que se miraba muy concentrado en la laptop. –Si quieres, podemos dejarlos solos. Le digo a Andrés que salgamos y ustedes se quedan aquí toda la noche.

-¿Es seguro este lugar? –Pregunté.

-Si claro, nadie viene aquí salvo ellos. –Tomamos. –Aquí lo hemos hecho cientos de veces sin ningún problema.

-Bueno, yo te aviso cuando esté lista. –Otro trago. –Mientras vamos a disfrutar un rato.

-Sí. –Nos levantamos y fuimos con nuestros hombres.

Empezamos a platicar los cuatro, mientras tomábamos y fumábamos. Reíamos con las anécdotas que platicaba Andrés. Luego Manuel contó algunas de él. Tocó mi turno y no tenía historias más que de sexo y ahí no quedaban. Inventé una que me habían platicado mis amigas. Las hice propias y quedaron satisfechos. Me sentí muy patética y triste por no tener algo propio. Al final Nohemí platicó su historia.

El alcohol empezó hacer efecto. Cada quien agarró a su pareja y empezamos a bailar. Primero fue música movida, luego fue lento, tranquilo. Era música que se prestaba para acariciarse. Y así fue, Andrés y Nohemí se comían a besos, me calenté. Me empecé a imaginar una orgía entre nosotros cuatro y me mojé. Nos empezamos a comer los labios Manuel y yo.

Distraídamente agarraba mis nalgas y mis tetas. Yo necesitaba sexo pero aún no se prestaba para dar el paso que necesitaba.

-Cambio de parejas. –Dije echándome aire en la cara.

Andrés me abrazo muy normal y bailamos. Sentí el deseo profundo de besarlo. De acariciarlo, de coger con él. “Cálmate, Julia”.

-¿Qué te pasa? –Me preguntó Andrés.

-El alcohol ya me hizo efecto. –Dije.

-Mimí. –Gritó a su novia. –Vamos por un café para Julia.

-De acuerdo. –Corrió y salieron del cuarto. Salieron de prisa. Querían dejarnos solos.

Nos quedamos sin hacer nada. Sabía lo que él pensaba pero no iba a pasar ahí.

-No van a regresar, ¿Verdad? –Pregunté siguiendo en mi papel.

-No creo. –Hizo una mueca de descontento.

-¿Estás pensando lo mismo que yo?

-Eso creo.

-Pero no quiero hacerlo aquí, quiero que me lleves a otro lugar. –Dije.

-Aquí nadie nos va a ver. –Dijo.

-Lo sé. Pero sabrán como quiera o se imaginarán. Y me pone incomoda.

-¿A dónde quieres ir? –Preguntó.

-Llévame a un motel. –Dije.

-Pero debo ir a pedir permiso.

-Vámonos a escondidas. Vámonos ya, esto será inolvidable. –Le dije agarrándole las dos manos y dándole un pico. –Quiero chupártela toda la noche y me llenes la boca de lechita, quiero abrir mis piernas y ponerlas en tus hombros, quiero que me metas la verga por todos lados, pero sucederá únicamente si nos vamos y salimos por detrás de la casa. Regresamos en la mañana.

Esas palabras hacían efecto en hombres con experiencia. Sin duda en un niño calenturiento hacían más efecto.

-Vámonos. –Dijo.

Salimos de cuarto agarrados de una mano. Caminamos, bajamos escaleras. Pasamos por un pasillo.

-Hola. –Saludó Nohemí. -¿A dónde van?

-Espérame. –Le dije a mi novio. Caminé directo a Nohemí. –Quiero estar a solas con él, lo que pasa es que quiero… ¿Cómo decirlo? Quiero tener o mejor dicho, quiero que tengamos un trío. Que esta noche para él sea inolvidable.

-¿Tanto así? Para amarrar a estos niños con un sexo normal basta. –Dijo.

-Sí, pero ahorita que aun somos jóvenes y atrevidos quiero cumplir algunas fantasías.

-Entiendo. Yo no sería capaz de hacer algo así.

-Aún pueden. –Dije. –Si quieres después te enseño como iniciar.

-¿Convencerías a mi novio de que lo hagamos con dos hombres? –Dijo. Puse cara de sorprendida. –Es la fantasía de las mujeres. ¿A poco no?

-Sin duda. Luego les doy consejos. –Nos despedimos y salimos del pasillo.

La salida quedaba por la sala, donde estaban los papás de Manuel. Si o si, teníamos que verlos y ellos iban a preguntar. Quizá eso me arruinara los planes pero era un riesgo. Era la última parada.

Caminamos, nerviosos los dos.

-Papá, ahorita regresamos. Vamos a salir a comprar algunas cosas.

-¿A dónde van? –Preguntó.

-Al centro comercial. –Dijo en tono seguro.

-Le diré a alguien que los lleve. –Dijo el gobernador.

-Yo puedo manejar, papá. Solo vamos y venimos.

-¿Tu hermano irá? –Preguntó. Fue silencio total. En ese momento, los ojos del gobernador se llenaron de fuego y me vio. Pude sentir su lujuria y como por dentro me comía con la mirada. Por su mente pasaba yo desnuda, sin duda. Levantó el pecho en señal de orgullo.

-De acuerdo, no se tarden mucho. –Dijo y sentí como me comía con la mirada.

-No, papá. –Salimos de la casa y me sentí más tranquila.

Subimos a un auto y agarramos carretera.

-Hay una plaza con tales características. –Le dije. –Llévame ahí.

-Pero, ¿No vamos a ir a…?

-Tenemos toda la noche, seré tuya completamente. –Le dije.

-Mi papá dijo que regresáramos rápido. –Me dijo en tono de niño bueno. No le dije nada. Avanzó a la plaza.

Llegamos y había mucha gente.

-Ponte donde haya menos gente. –Le dije. Dimos un par de vueltas viendo lugares hasta que se detuvo donde la gente menos pasaba.

Sin pensarlo me le aventé y nos empezamos a comer a besos con desesperación. El alcohol me había prendido mucho. Rápido llevé mis manos a su espalda y él hizo lo mismo. “Puta madre, tendré que enseñarle a este cabrón”, pensé. Agarré sus manos y las puse en mi cintura, la acarició con torpeza.

Luego las bajó a mis piernas y entre caricias, levantó mi falda. Dejé de besarlo y levanté mi cabeza para darle mi cuello. Lo empezó a lamer, besar, morder. “Esto lo hace muy bien”, pensé.

Bajé mis manos a tu entrepierna y le agarré el paquete que se le marcó. Sentí algo grande y solté un chorro por mi panocha. Se la empecé a acariciar y Manuel, recargando su cabeza en mi hombro, empezó a gemir. “Se va a venir con esta simple caricia”.

Lo solté. Se quedó disfrutando de lo que le hice. Soltó mis piernas.

-Amor.

-Dime. –Dijo entre gemidos.

-Quiero chupártela. –Le dije.

-¿Cómo?

-Sí, quiero que te la saques y quiero metérmela a la boca. –Y empecé hacer mi juego, el que me excitaba, el que me prendía, el juego de las preguntas. –Si te lo han hecho, ¿No? –Pregunté.

-N… n… no. Nunca. –Dijo apenado. –Nunca.

-¿En serio? –Negó con la cabeza. Me acerqué a su mejilla y lo besé, luego bajé a su cuello y otros besitos. -¿Nunca te la han mamado? ¿Nunca has cogido? –Pregunté divertida y caliente.

-No.

-Sí has tenido novias, supongo. –Asintió. – ¿Y nunca quisieron coger? –Besos en sus labios, bajé a su barbilla y cuello.

-No, solo hacíamos esto. –Dijo y su tono cambió a caliente.

-Las novias deben mamarle la verga a los novios, es parte fundamental de la relación. –Le dije perdiéndome totalmente. Estaba ardiendo y necesitaba mamar y coger. –Si no te lo hacen, es que no te aman.

-¿Tú lo has hecho? –Me preguntó. “Cayó en mi juego”, y solté otro chorro.

-En mi vida he amado a muchos hombres. –Le dije. Bajé mi mirada a su bulto, y noté que había crecido y se movía con mucha rapidez.

-Y ¿Cogiste con todos ellos?

-Con todos y cada uno. –Le dije. –Y ahorita te amo a ti. –Lo vi y nuevamente nuestros labios se unieron. Las lenguas se golpearon y nuestra saliva se compartía en las dos bocas. -¿Quieres que te la chupe?

-¿Aquí? –Dudó.

-Claro. Aquí deseo hacerlo. –Mi voz ya era una persona lujuriosa. No podía controlarme.

-Nos van a ver.

-Tengo mis métodos para que no nos vean. –Le dije.

-La has chupado ¿En la plaza?

-He cogido en la plaza. –Silencio. –Vamos a bajarnos.

-¿A dónde vamos?

-Deberías dejar de hacer tantas preguntas y seguirme a donde te diga. Esta será la mejor noche de tu vida pero si sigues preguntando, se arruinará. –No dijo nada.

Bajamos del auto, caminamos gran parte de la plaza hasta que llegar a una camioneta. Alta, color azul, vidrios polarizados, no se miraba nada. Saqué las llaves de mi bolso y la abrí.

-¿De quién es…? –Dudó al final. Sonreí.

-Es de mi tío, me la prestó solo para mamártela. –Abrí la puerta del piloto y se subió. Yo me subí del lado del copiloto. –Ponme aire. –Le dije. Encendió la camioneta. –Bájate el pantalón.

Apenas iba hablar y le puse una mano en sus labios. Empezó a bajárselos. Mientras lo hacía, agarré una liga y me amarré mi cabello largo, hermoso. Cuando volteé mi mirada no podía creer lo que miraba, era una verga enorme, gruesa, preciosa. Al instante mi cuevita se llenó totalmente de agua y como si alguien me estirara del cabello, bajé, la agarré y me la metí a la boca.

Me metí a la boca solo la cabecita que de por si era grande, la saboreé con mis labios, jugué con mi lengua, la golpee. Rápido soltó líquidos ricos. Con mi mano empecé a masturbarlo.

Mamar una verga enorme siempre había sido un placer porque con ella podías hacer lo que quisieras cuando la mamaras. No te aburrías y podías jugar de muchas maneras. Estaba encantada.

Perdí la noción del tiempo pero no pasó más de un minuto cuando mi boca, sin previo aviso, se llenó de leche que empezó a escurrir por mis labios. Casi me ahogo de tanto semen que inundó mi boca. Tragué lo poco que pude y luego, me salí para limpiar todo rastro de semen que había en la verga de Manuel. Se la dejé llena de saliva, brillando hermoso.

Seguí mamando un poco más de tiempo. Los gemidos de Manuel se hicieron más intensos. Su verga, lejos de bajarse y ponerse aguada después de la venida, seguía tan dura como un palo. Me la metí lo más profundo que pude, pero llegaba a la mitad, quizá menos y de ahí me salía. Traté nuevamente pero no me entraba más. Pensé en mi hermana Olga, “La envidio, ella si se puede comer una verga de este tamaño sin hacer gestos”.

-Llévame a un motel, para que me la metas. –Le dije mientras lo masturbaba con la mano.

Me hizo a un lado, se subió un poco el pantalón y sin decir nada, arrancó la camioneta. En el camino, no me separé de su lado. Todo el tiempo se la fui jalando y besando. Mi sorpresa no cabía en mí, su verga no dejaba de estar dura. Estaba potente. “Lástima que voy a perder un perfecto palo”, pensé.

-Vamos al otro lado de la ciudad, hay un motel muy bonito. –Le dije.

-Pero está muy lejos y yo ya te deseo. –Me dijo.

-¿Quién dijo que me la meterías hasta llegar allá? –Le dije. Me separé de él, y me quité la tanga. Se la lancé. Me recargué en la puerta del copiloto, levanté y abrí mis piernas y le mostré mi panochita que estaba libre de bello. Manuel, estaba vuelto loco ante tal espectáculo. Miraba la calle, miraba mi entrepierna.

Bajó su mano y llevó sus dedos a mi panocha que estaba húmeda totalmente. Empezó un mete y saca, lento, despacio. Rico. Cada que entraba y salía, mi panocha hacía un sonido que le avisaba que quería verga. Empecé a gemir. Le agarré su mano y la apreté contra mí. Sentía un orgasmo cerca y me llegó.

Me acosté boca arriba en el sillón de la camioneta.

-Si te estacionas, podrás metérmela aquí mismo. –Le dije estirándole la mano. Sentí como la camioneta se detuvo y rápido se puso encima de mí.

De un golpe me la metió. Su verga gruesa abrió muy rico las paredes de mi panocha. Sentí, como despacio se movía pero no para penetrarme sino en señal de que se había venido y llenaba mi cuevita de semen.

Lo abracé y nos besamos. Estábamos agitados, disfrutando, en silencio y sin movernos. Sentía como su verga se movía dentro de mí.

-¿Te gustó tu primera vez? –Le dije mientras le acariciaba su cabello.

-Esto es riquísimo. –Me dijo.

-La noche apenas va iniciando. -Lo besé.

-Pero mi papá…

-Olvídate de tu papá. –Le dije interrumpiéndolo. -Ahorita necesito un hombre que me coja y lo necesito conmigo. ¿Lo tengo?

-Sí. –Dijo.

-¿LO TENGO? –Le grité.

-Aquí lo tienes para ti. –Dijo con seguridad.

-Llévame al motel. –Nos separamos. Vi que su verga seguía dura después de dos venidas.

Llegamos en 20 minutos, entramos al motel. Pagamos y fuimos al cuarto. Apenas al entrar, nos abrazamos y nos besamos. Rápido le bajé y le quité su pantalón. Su verga enorme apareció y estaba llena de bello. Le quité su playera y quedó totalmente desnudo. Tenía un cuerpo muy normal para un niño de 17 años. A excepción de su verga que no era normal en los hombres.

Nos besamos y lo masturbé.

Me puse de perrito en la cama y levanté la falda. Voltee a verlo y me miraba con cara de incredulidad, de deseo, de amor. Caminó hacia mí con su verga apuntando al techo, puso sus manos en mis nalgas y las empezó a acariciar. Con la cabeza de la verga sobaba toda mi rajita, de arriba, abajo, sin metérmela. No tardé en mojarme nada más al pensar en que pronto esa verga estaría nuevamente dentro de mí.

Me agarró con fuerza de las caderas y despacio, la verga de Manuel entró en mí.

-¡AGH! –Solté un grito, gemido, de placer y dolor. Era increíble lo rico que me abría esa verga.

-¡UF! –Gimió de placer, se quedó un rato sin mover. Yo estaba encantada con esa cosa dentro de mí.

Y moví mis caderas como mejor sabía hacerlo, pero ahora estando en 4. Arriba, abajo, rápido. Manuel me apretó con fuerza de donde me tenía sujetada.

-Papi, que rica verga tienes. Me llena, me encanta, me fascina. Eres el mejor. –Manuel no decía nada, solo gemía como loco.

Sentí como se puso duro y en instantes, el semen de mi novio escurría por mis piernas. Yo no me detuve para nada y en un minuto, tuve un orgasmo. Los dos caímos rendidos en la cama, agotados, faltándonos el aire. Nos vimos y sonreímos. Nuestras bocas se unieron en un beso.

Me levanté de un brinco y me quité la ropa. Corrí a ponerme encima de mi novio y le mostré mis tetas que colgaron frente a su cara. Las agarró con sus manos y las masajeó. Luego, abrió su boca y se metió primero un pezón a la boca que chupó y mordió despacio y luego el otro.

-Te amo, mi amor. –Le dije inconscientemente.

-Y yo te amo a ti, bebé. –Me dijo. De pronto me sentí mal. Me bajé de encima de él, me puse a su lado y me recargué en su pecho. –No creí que esto fuera tan rico. –Dijo.

-Y lo que nos falta por experimentar. –Dije en tono triste.

-Sí, lo sé. Y más cuando todo esto lo haces con la persona que amas. –Silencio. Escuché su respiración profunda. –Oye…

-¡Sh! –Interrumpí. –No hables. –Solté una lágrima. –Por favor, solo quiero disfrutar de este momento tan perfecto en silencio.

-¿Te pasa algo? –Me preguntó cuándo notó que mi voz cambió.

-Solo estoy feliz. –Le dije y se hizo el silencio.

Pasaron 10 minutos y yo tenía una batalla en mi cabeza “Hazlo, no tienes opción”, me decía una parte. ”No lo hagas, siempre hay solución”, me decía la otra.

Manuel respiraba profundamente. Me moví despacio para no despertarlo y me levanté. Lo vi, quizá no era el hombre más atractivo del mundo pero estaba enamorada de él, de todo lo que me ofrecía, esa vida de mis sueños.

Pasaron los minutos y seguía con mi lucha interna. Pensé en que, aunque hiciera lo que me pedían los militares, mi vida igual no estaría segura. Cualquier cosa que hiciera, saldría de ese cuarto con miedos, con los peores miedos. Puse en la balanza las dos vidas mientras esnifaba cocaína.

Miré la verga enorme de Manuel. “Eso es lo que me gusta y si me ato a Manuel, no podré disfrutar de otras vergas pero esta quizá sea mi última oportunidad de tener lo que siempre deseé, ser una princesa”.

Me senté en un sillón y llevé mis manos a la cabeza. “Te has esforzado tanto en llegar hasta arriba, conocer gente, como para que lo pierdas todo por un niño”, “¿No quieres volver a ser una niña?”. Miré la droga que tenía en la mano y por un momento sentí el deseo de tirarla. Algo me detuvo.

Me levanté y caminé al baño, me miré en el espejo. “Tengo mucho dinero, dinero que he hecho sola. Tengo gente que haría lo que sea por mí. Tengo mi negocio de prostitución, no lo voy a perder”, “Manuel…”

Mi corazón le estaba ganando a mi deseo, caminé nuevamente a la cama. “Rafa, Victor, Andrea, incluso Olga… todos”, amor, sexo, no le faltaban a mi vida. Otros 10 minutos y me estaba volviendo loca. “Si sigo así, no aguantaré la presión” y sin pensarlo, agarré mi teléfono y mandé un mensaje.

-“Estoy en posición, hagan su trabajo”.

Agarré el teléfono de Manuel y lo puse en silencio. Había dado el paso. “Lo siento mucho Manuel, pero mi vida es otra, no es contigo”.

Esnifé cocaína y nerviosa, esperé. Manuel no daba señales de quererse despertar.

Una hora, dos horas… 5am. Me mataban los nervios, la espera. La cocaína se me había acabado y no podía estar tranquila. No dormí para nada.

6am… 7am… 8am…

Caminé desnuda por todo el cuarto. Miré a Manuel y su palo apuntaba al techo. Fui directo a él, me puse encima, le puse saliva a mi panocha y me dejé caer despacio. Gemí. Manuel se movió un poco. Empecé a moverme, arriba, abajo, despacio, disfrutando de cada parte de aquella verga enorme. Y me olvidé de todo, coger me funcionaba igual que la droga.

Manuel abrió sus ojos, aún seguía adormilado. Yo seguía moviéndome. Mi entrepierna soltó líquidos y entró con mayor facilidad la verga en mí. Me moví más rápido.

-Que rico es despertar así. –Dijo Manuel. Gemimos.

Nuevamente, rápido, sentí el semen escurrir por mis piernas. Moví mis caderas al sentir eso, y pronto alcancé mi orgasmo. Me dejé caer encima de él.

-¿Qué hora es? –Preguntó rápido.

-¿Por qué la pregunta? –Dije. Rápido hablé al darme cuenta que Manuel se estaba poniendo incómodo. –La noche fue perfecta y no quiero que termine el día.

-Pero debo avisar en la casa que estoy bien. –Dijo.

-Por favor. –Le dije. –Ya tendrás tiempo para hablar con ellos y darles todas las excusas, pero aun no quiero que termine.

-De acuerdo. –Dijo sin mucha convicción.

-Voy al baño. –Le dije y me levanté. Al llegar rápido vi mi teléfono y tenía un mensaje.

-Listo.

Solté un grito.

-¿Qué pasa? –Dijo Manuel.

-Nada amor, me habló mi tío y dijo que quería que me fuera porque me llevará a un lugar que le pedí. –Mentí.

-¿Por qué no me lo pediste?

-Es muy personal, cosas de familia. –Salí del baño. –Debemos irnos. –Y rápido nos arreglamos.

Para las 10am estábamos llegando a donde Manuel había dejado su auto. Antes de dividirnos, nos comimos a besos.

-Amor, fue la mejor noche de mi vida. Espero se repita.

-Primero déjame enfrentar a mi papá.

-Dile todo lo que hicimos esta noche y te perdonará. –Nos despedimos de un pico.

Vi cómo se subió a su auto y se fue. Me llegaron unos nervios terribles, estaba ansiosa por saber que pasó, anhelaba tomar mi puesto de jefa. Avanzó mi camioneta y llegué a donde me miraría con mi mano derecha. Lo vi y me detuve.

-Maneja. –Le dije. Avanzamos. –Platícame, ¿Qué pasó?

-Lo tenemos. En cuanto desapareciste al muchacho, nos comunicamos con él. Como esperábamos, le habló a su gente. Sus guardaespaldas empezaron a moverse y los militares nos hablaron para decirnos que también se habían comunicado con ellos. –Dijo.

-Y, ¿Qué pasó después?

-Nosotros le dijimos que lo habíamos secuestrado y que únicamente se lo regresaríamos si firmaba un documento. –Me lo mostró. Lo leí, no entendí mucho pero al parecer era como una confesión. –Nos la dieron los militares. Que ellos necesitaban ese documento. –Salimos de la ciudad y nos dirigimos a la nuestra.

La plática siguió en el camino.

-Y ¿Tu? ¿Cómo le hiciste para desaparecerlo? ¿Qué hiciste?

-¿Crees que hay alguien en el mundo que pueda resistirse a mí? –Dije y se hizo el silencio.

Se había cerrado la puerta que tanto soñé y se abrió la puerta que tanto luché por abrir.

Casi al llegar a la ciudad, me hablaron a mi teléfono.

-Señorita, nos dieron un golpe. –Dijo rápido una voz que tardé en reconocer pero era la de mi guardia que cuidaba mi dinero.

-No entiendo. –Dije.

-Los militares llegaron a la casa y se llevaron todo el dinero.

-¿QUE? –Grité. –Esos malditos, pero si teníamos un trato.

-Me dijeron que la esperaba en tal dirección. –Me la dio.

-Muchas gracias. –Le dije y colgué.

-Nos robaron, los militares. –Le dije a mi mano derecha. –Vámonos.

Llegamos a la ciudad, y fuimos a la dirección que nos dieron. Llegamos a una casa de más o menos buen ver. Pero fuera no había nada más que una persona.

-¿Es aquí? –Me preguntó mi mano derecha.

-Esta es la dirección. –Dije. –Disculpa. –Le grité a la persona que estaba fuera. Me hizo una seña de que me bajara. –Este trabaja para ellos, vamos. –Bajamos los dos. Llegamos a la puerta, me revisaron y pasé pero no dejaron pasar a mi mano derecha.

Una persona me esperaba apenas al entrar. Me llevó a empujones. La casa estaba amueblada y muy bonita por dentro. Llegué a donde estaba la cocina, sentado me esperaba el comandante. Bebía whisky.

-Este whisky es de tu parte. –Me dijo.

-Maldito. –Dije. –Teníamos un trato.

-Claro que lo teníamos, hasta que secuestraste al hijo del gobernador.

-Fue un trato, tú querías al gobernador. Ya lo tienes. –Le dije. Me invadía la rabia.

-Que no se te olvide que nosotros somos los buenos y tú eres la mala. –Me dijo tranquilamente. Seguía disfrutando del whisky.

-Eso, ¿Qué significa? –Pregunté asustada.

-El gobernador quiere a los responsables y nosotros se los daremos. –Me levanté de golpe, asustada, temblando de miedo.

-No me puedes hacer esto. –Le dije y lloré. –No puedes, no puedo creer que seas tan poco hombre. –Se levantó y me dio un golpe en la cara que me hizo caer de espaldas al suelo.

-Levántenla. –Les dijo a su gente. Entró una persona y le dio un papel. –Aquí está lo que necesitamos. –Hasta ese momento me di cuenta que todos los militares andaban vestidos de civiles. –Me caes bien. –Me dijo. –En México se habla de tantas mujeres que tienen tanto poder y hablando con compañeros, me doy cuenta que son muy tontas. Pero tú, eres demasiado lista, inteligente. Lástima que fueras por el lado equivocado. –Adopté esa posición orgullosa.

-Hice el trabajo por ti. Y así me pegas, traicionándome.

-Tú has traicionado a mucha gente. –Dijo. Silencio. –Pero no soy mala persona, con tu dinero has comprado 24 horas. Te vas a ir de mi ciudad y de mi estado.

-¿A dónde iré? –Y me di cuenta que mi pregunta había sido muy tonta.

-Ese es tu problema pero no te quiero cerca de aquí. –Y dicho esto, me invitó a salir. Salí.

-Vámonos. –Le dije a mi mano derecha.

-¿Qué pasó? –Y le expliqué lo que había pasado. –Nos tienen.

-Llévame a mi casa para recoger mis cosas. Mientras lo hago, pasa a la tuya y recoge las tuyas. –Le dije. –En tres horas nos vemos.

Llegamos a mi casa, me bajó. Rápido junté mis cosas en bolsas. En dos horas tenía todo listo. Llegó mi mano derecha y sin voltear atrás, dejé la casa y la vida que había hecho en esa ciudad.

-¿Vas avisar a la gente que te vas?

-No. Ellos ya son adultos, encontrarán la manera de arreglárselas. –Dije.

-¿A dónde vamos? –Pensé por un momento.

-Estoy lista para tomar mi lugar. Es hora de regresar a nuestro hogar. –Y dicho esto, arrancó la camioneta.

Continuará.

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