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Una noche con Graciela

en Dominación

UNA NOCHE CON GRACIELA

Me encontraba en aquel pub de lujo, solo y sin saber cómo. Había estado en una fiesta de boda y luego de tomar unas cuantas copas, cosa de la que no estaba acostumbrado, marché de allí mareado y con un poco del tino ido.

En el pub me encontraba tomando aún más, pero el caso es que no estaba del todo borracho. Son de esas veces en que el cuerpo aguanta tanto que por mucho que le eches es capaz de absorberlo todo. Tenía conciencia plena de lo que estaba haciendo en esos momentos y que había estado en aquella boda, pero no sabía cómo había parado allí.

El local estaba animado, en penumbra y el público charlaba bajito y sin molestar al de al lado. Era una gozada estar en él. La cabeza estaba a reventar. No sé de qué forma sentí algo que se posaba en mi nuca persistentemente. Miré a un lado y a otro, no encontré nada. Al rato volví a sentir aquella sensación extraña de ser mirado entonces giré la cabeza hacia atrás y la vi. Era una mujer elegante, casi bella desde la penumbra que la rodeaba y espectacular que tenía la mirada fija en mí. Recordaba haberla visto en la fiesta de boda acompañada por alguien enorme. Con un movimiento de cabeza la salude y ella me correspondió con una sonrisa y con un mismo movimiento de su cabeza también. La seguí mirando y ella me invitó a sentarme en su mesa. Estaba sola y, con mi vaso en la mano derecha me levanté del sitio en el mostrador en que me encontraba y dirigí mis pasos hacia la mesa de la mujer.

A un metro de ella me di cuenta que era más guapa de lo que a primera vista me pareció. No era bella realmente, pero por lo que se veía sentada tenía un cuerpo del número 10.

-¡Hola!, soy Ricardo ¿Puedo sentarme?

-Te invité, ¿no? Yo soy Graciela, encantada.

-¿Qué haces tan sola en un lugar como este? ¿No ibas acompañada en aquella boda?

-He venido a un congreso sobre Economía Global y, como por la noche no tenemos reunión me he dicho que bien valía una copa la pesada jornada ¿No te parece?

Contestando a tu pregunta, sí, estaba acompañada pero ahora no.

Desde luego, aquella mujer se la veía con plante, donaire y un saber estar impresionante. Además, su sonrisa daba total seguridad y por eso me senté de inmediato. Sus manos sobriamente cuidadas sostenía una copa de champaña y, debajo de su copa, tenia un pequeño plato con aceitunas.

¿Participas en el congreso como ponente? O sólo concurre a él.

-Si, concurro a él y participo con mi granito de arena en la Economía globalizada. Trabajo en una gran empresa dedicada a la Alta Electrónica y con negocios en muchas partes, hay que estar al día y compartir conocimiento.

-A mí, esas grandes empresas que emplean el método de la globalización me parecen explotadoras. Se nutren usurera mente del sudor de los habitantes del Tercer Mundo. No quiero ofenderte al decir esto, pero lo pienso, es lo que quiero decir.

-No me ofendes. Eres un hombre correcto cuando dices eso y te respeto, otra cosa es que te dé la razón. No estamos aquí para hablar del tema, para eso ya tengo suficiente con el Congreso. ¿Qué haces ahora? –Y su mirada era brillante, penetrante, subyugadora.

-¿A lo que me dedico o a lo que hago aquí?

-Como tú quieras.

-Vengo de la boda, como sabes, de un compañero de trabajo y me aburría en ella por eso estoy aquí. En cuanto a mi trabajo, soy ingeniero técnico en electrónica, al igual que la pareja que se ha casado, y trabajo para una empresa privada, La Filiar de Ámsterdam, que trabaja para el Gobierno. ¿Quieres otra copa de champán? –Dije señalando la casi vacía copa de Graciela.

- Sí, por supuesto. Gracias. La Filiar de Ámsterdam, la conozco de oídas. Tuve a un ingeniero que trabajó para mí. Se fue a otra empresa. Creo recordar se llama Orlando Dago o Drago, algo así. Buen profesional.

Una oleada de calor y odio invadió mi cara. La boca se trincó sin poderlo contener. Aquel nombre me perseguía allí a donde fuera.

-Lo conozco. No me gusta hablar de ese tipo. Trabajo a sus órdenes y deseo olvidarlo hasta mañana, que tengo que incorporarme al laboratorio.

Pedimos más copas y seguimos hablando de nimiedades durante media hora. En un momento determinado le dije.

-Graciela, ¿qué te parece si nos vamos a donde tú quieras?

Ella, con su preciosa sonrisa en los labios miró por detrás de mí. Noté que hizo un movimiento con la mano izquierda y luego un leve movimiento de asentimiento con la cabeza.

-Por supuesto, a mi hotel ¿té parece? Podemos beber la última copa y luego, Dios dirá.

Quedé asombrado ante tal decisión. Había visto la seña de ella y me llevó la curiosidad de saber a quién se la había hecho. Llamé al camarero, me levanté con la excusa de buscar algo en mi bolsillo trasero del pantalón y miré hacia el mostrador. En él estaba el hombre vestido de negro que acompañó a la mujer en el evento. De una estatura extraordinaria y corpulencia de gran respeto. Miraba hacia nosotros, No apartó los ojos al ver que yo lo reconocí y me había dado cuenta de la señal de la bella mujer. Aparté la mirada rápidamente, mejor no pensar nada y aceptar la invitación sin saber donde iba a meterme. Estaba medio bebido y envalentonado y la aventura me divertía.

Graciela se puso en pie. Santo cielos, aquella mujer era más extraordinaria de lo que a simple vista observé estando sentada. Alta, no era delgada pero tampoco gruesa, entallada y escultural, cintura estrecha y caderas anchas, redondas y muy bien formadas y los pechos, esos, señores, eran preciosos, grandes, rectos, redondos, los pezones se traslucía puntiagudos y gruesos y debajo de ellos dos bultos indefinidos que no supe identificar. Salió delante de mí y yo me recree mirándola toda. Se movía de forma sensual, sin provocación, con elegancia y donaire.

Vestía un traje de buena lana con mangas largas y cuello ruso muy alto que le llegaba a la barbilla. Todo el traje estaba ajustado a su extraordinaria figura de mujer bandera. Se notaba que llevaba un tanga de hilo dental muy ceñido, en la cintura se le notaba los surcos del elástico de la prenda.

Fuimos en mi coche y nos acercamos a su hotel que no estaba muy lejos. Durante el camino hablamos de cosas varias.

-¿De donde eres, Graciela? Por tu nombre, parece que procedes de Argentina o Chile ¿No?

-No, soy española, como tú. Madrileña y castiza. Vengo con frecuencia a Cataluña porque los negocios de mi empresa así lo requiere, además, soy la que lleva los asuntos de Mercado nacionales y extranjeros de la compañía y por esa razón viajo mucho.

-¿Casada?

-No

-¿Te puedo hacer una pregunta?

-Depende

-¿Quién es aquel gigante fortachón vestido de negro?

-Alguien muy especial relacionado con mi vida ¿Satisfecho?

-No, esa respuesta es ambigua, pero no necesito saber más. Ahí está tu hotel.

Graciela me invitó a tomar otra copa al bar de aquella residencia. Hotel de cinco estrellas y un lujazo de vértigo quedé fascinado con la decoración de aquel bar. No cabían dudas, era una mujer de gran importancia, su postura, su educación y su saber estar así lo decía.

Graciela volvió a comentarme una información sobre Orlando Drago. La verdad, en aquel momento, con aquella mujer bandera, lo menos que me importaba era recordar al infame de mi jefe inmediato, pero ella prosiguió.

-Este ingeniero ganó un premio empresarial por una labor de expansión de telecomunicación hace dos años. El Presidente del Gobierno y el de mi empresa fueron los encargados de dárselo. Si, lo recuerdo muy…

-Graciela, por favor, me da asco hablar de un traidor que pasa información importante de sus anteriores trabajos. Que se vale de proyectos ajenos para darlos a conocer como propios y beneficiarse de ellos. Un hombre así no tiene nombre.

-¡Ah! ¿Es la impresión que te da ese ingeniero?

Cambié de tercio.

-¿Cómo una mujer tan bella como tú está soltera?

Ella soltó una sonora y cristalina carcajada. Los allí presentes nos miraron con curiosidad. Graciela seguía riéndose mientras intentaba tomar sorbos de su copa de champán.

-¿Las mujeres bellas tenemos que estar casadas obligatoriamente por el hecho de ser agraciadas por la Naturaleza? –Y volvía a reírse.

Quedé corrido ante aquella respuesta contundente y bastante socarrona de la mujer.

-Tuché, Graciela. No era lo que quería decir, tan sólo que me pareces muy bella y una espectacular hembra como para no tener pareja fija. En fin, quiero…

-Tengo pareja en firme, te lo aseguro. Mi modo de vida actual difiere de la generalidad y la libertad que gozo es pactada. Gracias por el cumplido.

-No se, yo creo que no compartiría con nadie una mujer como tú. Sería celoso de tu persona y te controlaría a todas horas. Puede ser machismo, lo que tu quieras pero es que, Graciela, no eres del montón y tu posesión es muy preciada para compartirla con otros hombres. Pienso así.

-Tú eres un hombre con una vida Standard y unos principios preconcebidos por tradición, que te hace tener una visión de la sociedad y sus condicionamientos con etiquetas liberales para el hombre y otras, muy especiales, para la mujer. Por ejemplo, no concibes que yo, hembra, goce de la libertad de llevarme a un hombre conmigo teniendo mi vida compartida. Tú, como hombre, casado o con pareja, no eres discutible porque la sociedad te concedes unas prebendas que nosotras, pobres mujeres, no gozamos y por lo tanto debemos de estar al amparo y custodia de vosotros. Falso. Actualmente somos educadas y adiestradas para defendernos solas y sin necesidad de que un varón nos indique qué pensar, hacer o decir en todo momento. Pertenecemos a la Universidad, al mundo laboral, participamos, en menor escala, en la política y hasta gobernamos sin que cometamos más o menos errores que cualquier ser humano macho que pueble el planeta Tierra. Yo, Ricardo, tengo una responsabilidad de más de tres mil personas a mi mando ¿Crees que es un error tener semejante poder por ser mujer?

-Esos valores humanos en una mujer, Graciela, es lo que nos hace pensar que no podemos compartiros con nadie, máxime teniendo en cuenta tus conocimientos culturales y profesionales que son, sin duda, envidiables. Compréndelo, una mujer, cuando está emparejada con un hombre está, por así decirlo, condicionada por éste por muy activa que ella sea y esa forma de ser natural hace, por sí sola, que se apoye en nosotros que, naturalmente, tenemos condiciones física más desarrolladas por naturaleza. No me explico bien, pero es así.

Lo que decía no me convencía ni a mí, tenía unas copas de más. Hablaba por hablar y de forma incoherente, ella imponía. Me miraba con normalidad, escuchaba lo que decía sin pestañear y permitía que expresara mis pensamientos sin exaltarse. No la ponía fuera de sí mis posiciones machistas. Nunca había estado en un te a te con una mujer como aquella. Graciela estaba calando hondamente en mí.

-Ricardo ¿Tú serías capaz de aguantar toda una noche de amor conmigo? Te reto. Terminemos las copas, subamos y demuéstrame la hombría que hay en ti. Porque esa teoría tuya ha de extenderse a todos los terrenos del hombre dominante. Si llegas a las siete de mañana casi activo sexualmente, te prometo que replantearé mis convicciones y haré un análisis sobre mis ideas de mujer mundana y liberal. Entre tanto, vamos a mi habitación.

Pidió la llave que era una tarjeta y llamó al ascensor. Dentro de él y, haciendo uso de mi machismo natura, la tomé por el talle y la abracé. Cuerpo duro y de carnes prietas. Mis labios se posaron en las suaves almohadillas de los de ella y nos fundimos en un delicioso beso sin lengua. Mis manos pasaron automáticamente a sus exuberantes pechos. Los amasé y, primera impresión. Al tomar sus pezones grandes, hinchados y erectos encontré algo duro por debajo de ellos. Toqué y al tacto comprobé que eran como dos piedrecillas que pendían de aquellos hermosos pezones. La miré pero Graciela no se inmutó. Sus grandes y bellos ojos, medio cerrados estaba gozando de las caricias en sus senos.

El ascensor subía lento y me dio tiempo a pasar a sus anchas y redondas nalgas. Duras también y con el minúsculo tanga que aprecié al tacto, muy apretado en sus glúteos. Los apreté con fuerza y rabia por lo caliente que iba. Creí que iba a amonestarme por mi torpeza pero ¡oh, sorpresa! ella se estiró y quedó engarrotada y cogida a mi brazo izquierdo. Un gemido salio de su boca, no de dolor sino de puro placer.

No dio tiempo a más. Se abrió la puerta y Graciela y yo salimos del habitáculo en silencio. No se veía a nadie y mi mano derecha seguía prendida en su nalga derecha y ella no hizo gesto alguno de desalojarla de ahí así que, en esa posición seguimos por el pasillo adelante hasta llegar como a ocho puertas más al fondo, apretando constantemente aquellas carnes cálidas, turgentes, jóvenes y de hembra buenísima.

Llegamos a la puerta de su habitación y abrió con la tarjeta magnética. Menudo recinto. Aquella suite era un apartamento de lujo: sala de estar, dormitorio amplísimo y un baño de ensueño.

Graciela seguía sujeta por mi mano-tenaza y no hizo nada por safarse. Quedó quieta en mitad de aquel salón a la espera de mis próximos movimientos. Solté aquella maravilla y la giré hacia mí. Mi boca abierta se posó con violencia en la de ella y mi lengua taladró sus labios y dientes hasta colocarse en las profundidades de aquella cavidad. Nuestras lenguas se rozaron suavemente y con rapidez, produciendo saliva que ella tragaba con gusto. Mis manos subieron por la espalda de la mujer y llegaron a la cremallera de su traje. Arrastré hacia abajo el largo cierre que llegó hasta casi cerca de sus nalgas. Graciela tenía los brazos caídos a lo largo de su cuerpo por lo que aproveché y le bajé el vestido hasta dejarlo caer al suelo. Quedó desnuda en aquel tanga apretado y de color negro de licra y un sujetador también ajustado y del mismo color y tejido.

Me retiré y miré con deleite aquel cuerpo precioso que se presentaba desnudo ante mí. Quedé estupefacto cuando fijé la vista en su cuello. Este estaba decorado con un collar de cuero negro acharolado no muy ancho y una cadena de color oro que salía desde la mitad de este collar y, delante, colgado una argolla rectangular del mismo color. El sujetador delataba algo debajo de los pezones, grandes, hinchados y salientes. Su tanga ajustado y que parecía una segunda piel también delataba otro bulto que se percibía en la base de unos labios vaginales gruesos y grandes. Sus muñecas también estaban sujetas a unas abrazaderas de cuero del mismo color acharolado y con otras argollas rectangulares algo más pequeñas. Mi asombro era patente y no me salían las palabras para pedir explicación ante aquel espectáculo que, a mi entender era muy grotesco en una persona como ella. Acercándome toqué con toda mi mano derecha aquel sexo femenino tan apetecible. Efectivamente, algo sólido había debajo de la vulva grande y no tardaría mucho en saberlo. Mi curiosidad era extremada.

Graciela seguía erguida, recta y con sus torneados brazos caídos, mirándome y sin decir nada, observándome. Me coloqué a su espalda y desabroche el sujetador con facilidad, luego lo desprendí de sus grandes senos. Desde mi posición tras su espalda miré hacia los pezones y quedé con los pelos de la cabeza erizados. De aquellos botones pendían dos gemas rojas que estaban sujetas a éstos por un fino cordón de oro. Quedaban a unos tres centímetros de ellos y en una de aquellas gemas había una chapa dorada, de superficie muy plana en la que se veía una inscripción. Tomé aquella joya con la plaquita y leí "Esta Esclava es propiedad de Eduardo Sotomayor". Me puse delante de la chica y la miré. Graciela seguía mirando y esta vez sonrió. Seguía silenciosa, sólo se dejaba hacer. Con la misma inquietud, extrañeza y curiosidad que me había dejado el descubrimiento del cuello, las muñecas y los pechos me dejó también la vagina cuando le quité aquel apretadísimo tanga. Dos argollas rectangulares pequeñas de titanio y una chapita redonda, en platino engarzados en los labios exteriores de aquel hermoso sexo, rasurado casi total, tan sólo con una línea fina de vellos pequeños que partía de la parte superior de los labios grandes hasta unos ocho o diez centímetros más arriba y, con la curiosidad demostrada leí la misma inscripción: "Esta Esclava es propiedad de Eduardo Sotomayor".

Me levanté y quedé retirado de ella como dos metros. El asombro era patente. La miraba toda y no podía creer lo que veía. Aquella real hembra, con un cuerpo de ensueño, maciza, de pechos exuberantes, curvilíneos y sexo goloso estaba marcada con cueros, joyas y placas que pertenecía a los fetiches sadomasoquistas.

-¿Qué es esto, Graciela?

-Te dije en el pub de este hotel que tengo una forma de ser diferente a la convencional. No te he mentido.

-Esas cosas que llevas puestas y colgando de tu cuerpo son fetiches que caracterizan a mujeres que practican el sadomaso ¿Cómo es posible que tú lo seas?

-Efectivamente, Ricardo. También te dije que tengo pareja. El hombre que está conmigo es mi Dueño y Señor o, si lo prefieres, es mi Amo. Soy Esclava y Sumisa y le pertenezco totalmente.

-¿Por eso te entrega a los demás?

-Es su prerrogativa de Amo. Mi señor permite, previa autorización, que yo goce con otras personas. Si él desea que me entregue a otros hombres no seré yo quién discuta su decisión, las cumplo y punto. Sus deseos son mis deseos y mis obligaciones constantes para con él.

-¿Me va cobrar por estar con su puta de lujo?

-Ricardo, no seas grosero. Te he invitado a venir aquí por voluntad propia de mi Señor. Es un privilegio que él te concede el estar con su Esclava y gozarla. No te he perdido el respeto ni pedido dinero en ningún momento. Además, te diré algo. Con tu sueldo de Ingeniero en Electrónica no tendrías lo suficiente para pagar tan siquiera un simple capricho mío, menos, claro está, de pagar a esta puta de lujo como me has llamado. Si quieres estar conmigo, respétame como mujer y no te fijes en mi atuendo y placas identificativas de pertenencia ajena. No soy una puta de lujo. ¿No cumples estos requisitos?, ahí tienes la puerta. Te aseguro que mi Dueño no va a interrumpir nuestra noche de sexo ni te hará daño. Él es todo un hombre y caballero ¿Té queda claro esto o no?

-Pero ¿Eres quien dices ser?

-Por supuesto. Vete al Palacio de Congresos a las 11:30 de mañana y me verás dar una conferencia ante un auditorio lleno de personalidades internacionales y altos ejecutivos de empresas multinacionales. No tengo más que decir al respecto.

-Si te quitas todo eso me quedo. No creo que pudiera tocarte teniendo esos fetiches encima. Con semejante cuerpo, todos esos arneses anulan la voluntad sexual de un hombre.

-No puedo sin el permiso del Señor. Te diré que dentro de mi empresa soy alguien importante y vital, fuera de ella no soy nadie ni nada, no tengo personalidad propia, ni nombre, ni apellidos, sólo algo que mi Amo se digne darle nombre, por ejemplo, Graciela.

Te lo repito, Ricardo, si deseas marchar hazlo libremente. Nadie te va a coaccionar ni yo te lo voy a impedir, pero si te quedas, te prometo que será una noche inolvidable. Ven, déjame hacer –Y se acercaba lentamente a mí.

Tomó el bolso que llevaba como complemento de su atuendo y sacó un pequeño sobrecito. Era un condón y me lo ofreció.

-Permíteme que lo ponga –Dijo mientras rompía el paquetito

Siempre con la mirada fija en mis ojos, Graciela puso sus manos en mis hombros y luego las dejó resbalar por mi torso. Suavemente acarició mi estómago y llegó a mi pelvis donde, con gran dulzura tomó mi sexo entero. Sin dejar de tener sus preciosos ojos azules prendidos en mí, sus manos bajaron la cremallera de mi bragueta y se introdujeron en ella. Su perfume personal invadía todo el ambiente y a mí. Aquel cuerpo, al alcance de mis manos, aún con toda aquella parafernalia encima, era tentador. Sus senos tocaban mis tetillas, su boca brillante con una suave película de cera en ellos y color natural me tentaba a comerla sin remisión

Aquellas manos, de uñas lacadas de color carne, cuadradas, limpias, suaves, insinuantes, se adentraron en el interior de mi slip y ya jugaba con el endurecido pene. Lo masajeaba con aquella cálida sensualidad, sin apretar, tan solo acariciar. Lo tocaba todo: el pene, el vello púbico, los escrotos una y otra vez, con sus hechiceros ojos en mí, con su permanente sonrisa a flor de sus carnosos labios. Yo tenía los pelos erizados y, de pronto sentí que mis manos estaban acariciando la cintura de ella de la misma forma. Que bajaban y se apoderaban de aquellos glúteos con suavidad, con apretones pausados y constantes. Que mis dedos se introducían en la unión de aquellas prietas nalgas y buscaba su esfínter y hacía incursiones de penetración en él sin ningún problema por parte de la mujer. Lo noté lubricado, aceitoso. Sentí también que las llevaba hacia delante y tomaba aquella vulva totalmente. Que mis dedos se metían en los pliegues hasta encontrar el clítoris y masajearlo con devoción largo rato. Ella se dejó hacer mientras mantenía mi pene en erección. Cuando mis manos subieron poco a poco en busca de sus preciosos pechos, Graciela fue bajándose hasta ponerse de rodillas delante de mi pene totalmente hinchado, erecto y húmedo por aquellas caricias tan bien hechas. Con la misma naturalidad con que me prodigó las caricias y, sin dejar ni un momento de fijarse en mi rostro, Graciela colocó el condón y fue besando la corona de mi capullo y lamiéndola. Con lentitud su boca iba tragándose mi pene forrado centímetro a centímetro, girando la cabeza para paladearlo todo, sacándolo y volviéndolo a introducir hasta llevarlo más alla de su laringe sin que éste le produjera arcadas. Volvía a sacarlo e introducirlo de la misma manera con una maestría que hacía me fijara en aquella acción que estaba realizando sin poderlo creer.

Aquella chupada la alargó todo lo que quiso sin apartar los ojos. Era extraordinaria. Se penetraba el falo en aquella preciosa boca y realizaba un exquisito trabajo sin dejar de mirar, sin dejar de darme satisfacción infinita, permitiéndome tocarla en los hombros, la cara y el pelo. Tan frenético me estaba poniendo que le cogí la cabeza y la mantuve apretada contra mi verga y comencé a bombearla con gran frenesí. Graciela se dejaba. Sentí que me iba a venir y quería correrme en su boca, pero también quería mantenerme lo más posible para aguantar y disfrutar de aquella belda que tenía esa noche. No pude, y un torrente de flujos seminales inundó la gomilla dentro de aquella boca rica que se tragaba un pene grande como el mío con una facilidad inaudita. Y seguía mirando la muy bruja.

Quedé relajado después de haberme ido en ella que seguía manteniendo el pene en su boca hasta que sintió que perdía fuerza. Lo sacó de la boca y lo acarició antes de dejarlo. Con naturalidad quitó el condón, miró y olio el contenido, dando pequeñas cabezaditas de asombrosa perplejidad por la cantidad. El profiláctico usado fue anudado y tirado a la papelera. Aquel sentimiento me conmovió y, cuando se puso de pie, la tomé por la cintura, la atraje hacia mí y la besé con gran pasión. No la acaricié, tan solo la besé. Y aquel agradecimiento mío hacia su persona fue debidamente recompensado con un Güisqui para mí y una copa de champán para ella.

-¿Qué tal, te gustó? –Preguntó Graciela sentándose en el borde del sofá del salón e invitándome a hacerlo a su lado- Verás que dentro de un rato nuestro goce será mucho mayor y nos encontraremos mejor mañana.

Su desnudez era todo un recreo para la vista de cualquier hombre, no digamos para mí, hombre del montón, que tenía el privilegio de estar con una mujer como aquella, tan hermosa y tan exquisita. Por lo que Graciela dijo, no era honor que me concedía ella, sino el favor y la confianza de su Señor hacia mí. Parecía que, después de ese preámbulo, aquel vestuario de chapas, argollas, joyas y correajes no era ya tan incómodo. Las gemas prendidas de sus pezones daban multicolores reflejos que hacían llamar la atención hacia los grandes pechos, erectos, firmes, redondos y prietos que sufrían la presión en aquellos bototes morados del cordón dorado que pendía en cada uno de ellos. Me senté a su lado y la miré larga y cálidamente. Mi mano izquierda pasó a su cintura y allí acarició con amor la piel blanca, dura y aterciopelada de la muchacha.

-Eres joven, Graciela ¿Te puedo preguntar la edad? Creo que todavía…

-Treinta y cinco años. Ya debo pensar en quedarme ahí, pero, entre tanto son los que tengo desde hace tres meses. Para mí, Ricardo, la edad no me merece el miedo que otras mujeres le tienen. Todas nos volveremos viejas alguna vez. Si te cuidas, si mides tus pequeños vicios en algo que no dañe tu salud, si piensas que hay que vivir la vida desde un prisma ordenado y honesto para contigo y los demás, la vejez vendrá algo más tarde pero recibida con alegría porque es ley de vida. El peso de la gravedad terrestre, los años, los pequeños o grandes sufrimientos, las traiciones en el campo laboral, los hijos, tu vida profesional y un largo etcétera no te permitirá escapar de la realidad del envejecimiento. Si lo reconoces y aceptas, creo yo, no te importará ver huellas de patas de gallos en tu cara y piel arrugada en todo el cuerpo, es más, seguro que te agradará verlas porque entonces pensarás que tienes una vida llega de grandes experiencias, de goces y de tristezas que llenan el baúl de tus conocimientos ¿No crees?

-No tengo capacidad para pensar dentro de esa gran filosofía literaria tuya. Mi profesión está basada en las matemáticas y la lógica. No tengo miedo a la vejez, no dejar de decir mis años. Soy hombre práctico y sé que llegará el día en que empiece a sentirme cansado y envejecido. Entonces pensaré que me voy a morir porque está llegando mi hora. Todo lo demás me parece relleno para pasar el rato. Eres joven ahora y mañana serás viejo. No hay que darle vuelta a la hoja.

-¿No te parece bonito dilucidar sobre ello? Buscar la raíz de la lógica del porqué pasa el hecho de juventud-vejez es apasionante. Leer a Brus Keewing, a Kasfka, a Fernando Sabater y muchos más cuando se refieren a esta transición es emocionante. Yo lo paso muy bien con mi Señor al hablar de esto temas. Él tampoco le preocupa el paso de los años y menos pensar en esto. Es Ingeniero de Comunicaciones y de Tecnologías y su razonamiento no varía mucho del tuyo.

-Amas mucho a ese hombre ¿Verdad, Graciela?

-Es mi vida, mi ilusión, toda yo. Un hombre que ha sabido respetarme y quererme siendo su esclava. Seguramente sabrás que una mujer en mi condicione y en manos de otro amo sería una cosa sin derechos a la persona, a la profesión y al goce, si no es que lo permite. Nunca me ha obligado a dejar mi profesión sino todo lo contrario, me anima a seguir. Cuando viajo no tengo problemas con él porque es parte de mi trabajo.

-¿Tienes aventuras en tus viajes como la nuestra ahora? Se que estás con tu amo aquí, en Barcelona. Lo vi ¿Recuerdas?

-Mis aventuras, como dices tú, sólo me las proporcionan él con su autoridad. Mi Señor dice no y yo acataré respetuosamente todo lo que disponga para mi, su humilde Esclava. ¿Sabes que no me ofendes cuando te diriges en términos despectivo hacia mi persona?

-No lo pretendo, Graciela. Tampoco te extrañe que no conciba que una mujer bella, inteligente y educada como tú tenga esa condición tan…, digamos, humillante. Por ejemplo, antes te dije que siento animadversión hacia un ingeniero, es un traidor que roba información de su anterior trabajo, la cede al mío y trabaja en un proyecto que es de otro sitio como si fuera propio. Yo me veo involucrado en ese proyecto y siento que voy a perder el estómago siguiendo las directrices de ese cerdo. Estoy envilecido por no poder hacer nada, perdería mi trabajo si me opusiera a ello, no soy más que un simple ingeniero técnico de los tantos que trabajan en ese proyecto malversado.

Graciela no contestó. Cambió la conversación, con su habilidad característica hacia otros temas de más interés social. Pronto me encontraba a tono de seguir disfrutando de aquel cuerpo escultural, desnudo que tenía al lado. La tomé por los hombros y besé sus labios carnosos. Mis manos acariciaron su vagina enjoyada. Sus muslos se abrieron para dar paso a mis caricias y permitir la pequeña maldad de tocar las argollas con aquella gema. Con morbo tiré de la joya hacia delante y luego metía toda la mano en aquellos gruesos labios. Los dedos se introdujeron en el sexo y se pasearon por todo el interior. Siguiendo el protocolo del amor mis cuatro dedos se metieron en su agujero y comencé un mete y saca de forma paulatina. Se mojaban del flujo de ella y humedecía los labios y la rayita de vello púbico. Sobaba una y otra vez todo la vulva y mi boca había llegado a los pechos y comenzaba a chupar los pezones grandes, hinchados y salientes con gran deleite. Iba de uno a otro con rapidez, mordiéndolo con los labios, apretando el pecho entero a la vez. Entre tanto, Graciela había cogido de su bolso otro preservativo. Aquel acto me excitó más.

Seguí acariciando aquel cuerpo en toda su magnitud. Tomándola por debajo de las axilas y apoyándome en los lados de aquel soberbio pecho la levanté en brazos y la llevé a la cama. La acosté con mucha suavidad y, poniéndome recto, fui quitándome ropa. Graciela se incorporó y me ayudaba desabrochando el botón del pantalón, porque la bragueta estaba abierta, por la felación que ella le dio a mi agradecido pene, y lo dejó caer al suelo. Con las piernas lo aparté y, nuevamente, la bella mujer estaba entretenida con el falo y los escrotos. Colocó nuevamente el condón casi sin enterarme.

Tengo que decir que mi pene no es grande, del montón, unos 18 ó 19 centímetros, pero eso sí, muy grueso para su tamaño. Mi ex mujer, cuando tuvimos el primer encuentro, sexual siendo novios, se asustó y no quiso nada con mi pito. Más tarde, seguramente instruida por alguna de sus liberadísimas hermanas, accedió resultando no ser tan traumático para la ex.

Graciela seguía ocupada con mi pene y yo terminaba de quedar desnudo total. De inmediato me metí en la cama con ella. Estaba maravillosa allí acostada, semi desnuda, porque no del todo con aquellas cosas fijas en su cuerpo, pero deseable a más no poder.

La muchacha se situó bien, abrió las piernas y dejó los brazos extendidos a lo largo de su cuerpo. Me invitaba a acariciarla a todo placer. Me coloqué encima de ella y, sentí como Graciela colocaba mi enfundado pene recto ya por la pasión en la entrada de su vulva. No lo metía dentro, tan sólo esperaba mi decisión. Yo, entre tanto, me dediqué a sus orejas. Las mordía con los labios y las besaba por detrás alternativamente. Seguí con los labios y percibí el sabor a mi semen y a la bebida que había tomado. Estando sobre ella, mis manos acariciaban sus caderas y las introducía por debajo de ellas. Graciela, con gran destreza, levantó la pelvis y permitió que pudiera tomar a conciencia sus glúteos y apretarlos con deleite. Bajo mi tórax sentía aquellas almohadas grandiosas que eran sus senos y me daba cuenta de las blanduras de ellos, estaba poniéndome fuera de mí. Introduje mi falo dentro de la vagina a lo bestia, de una sola vez, como queriendo hacerla ver que la castigaba por el hecho de ser esclava. Un beso en la mejilla de la mujer y un susurro hizo que tomara conciencia de mi acto.

-Ricardo, por favor, gózame toda, es tu privilegio, pero despacio, disfrutando del momento, de la penetración. Procura follarme a conciencia, sin precipitaciones, tenemos toda la noche para nosotros y cuanto más tarde en correrte más gozarás de mí.

Tenía razón. Sin dejar de moverme arriba y abajo sobre su sexo, en un mete y saca delicioso, mis manos continuaron pasando por aquella piel suave y buscando las curvas una y otra vez

-Antes de correrte –Dijo Graciela al oído- ¿Quieres hacerme una penetración en el ano? Soy tuya por entero esta noche.

Me encontraba a gusto dentro de su vagina pero no me desagradó la oferta. Poco a poco fui parando y calmándome antes de sacarla. Ella dejaba hacer, me daba toda la potestad del momento, el que mandaba allí era yo y el que hacía lo que le daba la gana era yo también. Graciela actuaba de pasiva sólo para placer del macho que estaba encima de ella. Ejercía su condición de sumisa perfectamente.

-Gírate y ponte de cuatro patas –Dije en un plan de macho dominante- Vamos a probar ese ano tuyo.

Graciela esperó que me saliera de ella y la dejara cambiar de postura. Se giró y cumplió el mandato. Ya de cuatro patas, abrió los muslos para darme facilidades de penetración anal. Con mis dedos abrí aquel ano lubricado con vaselina que resultó flexible y me mostró un agujero limpio, sin olores y de fácil acceso.

-Graciela, coloca mi polla en tu agujero ¡Venga! –Estaba que me salía.

Nunca había ejercido de amo y ella me animaba con su cordial amabilidad. Su mano izquierda tomó mi pene y lo llevó a la entrada del esfínter.

-Despacio, sin apuros, gozando del momento. Si deseas pegarme, hazlo, pero no en la cara, el cuello ni en las pantorrillas. Date el gustazo de ser un amo dominante. Si quieres, Ricardo, llámame como te plazca: puta, perra, zorra, guarra, lo que quieras. Es tu noche.

Empujé despacio, poco a poco, viendo como mi falo iba entrando con facilidad y con ayuda de aquel gel que permitía la penetración con naturalidad. La elasticidad estaba patente. Aquella mujer practicaba la sodomización con mucha asiduidad. En un momento lo sentí dentro de las entrañas de ella y, después de un rato con todo el escroto pegado a sus nalgas, comencé a sacarlo y meterlo lentamente y luego con más rapidez.

Me agarré a su cintura estrecha, carnosa, suave como el terciopelo y quedé clavado mientras bombeaba aquel turgente culo de mujer. Sentía, a través del preservativo, las paredes interiores del esfínter que oprimía mi pene continuamente. Yo sacaba y metía, desde el principio al fin el falo de forma eufórica. Estaba llegando al final y no quería. Aquel ano era excitante e invitaba a dejarlo complacido como merecía. Graciela debió darse cuenta que iba a correrme sin quererlo. Debido a su experiencia con los hombres, ella echó su espalda hacia atrás con una destreza digna de una gimnasta de ballet y besó mi mejilla.

-No te corras, si no quieres. Lleva tus instintos sexuales a otro lugar y contenlo con otros asuntos que no sea la penetración anal. No tenemos prisa y ambos estamos disfrutando del momento.

Mis instintos no me dejaban y veía imposible el consejo. Pero Graciela se salió de improviso parándome en seco. Sentí un tremendo dolor de huevos, pero rápidamente se puso boca arriba y, tomando mi pene lo ensartó dentro de su vagina de un golpe seco ¡Dios Santo! Qué mujer aquella. Enseguida continué el coito y el dolor fue disminuyendo y lo alargué como unos cinco o siete minutos más. Enseguida tuve unas convulsiones tan grande que me sentí gritando el nombre de ella. Toda la lefa contenida en los escrotos salía disparada en grandes chorros que llenó el espacio que había dejado la preciosa hembra en el condón. Me pareció una eternidad aquella corrida y, desde luego, no salí de ella hasta que mi falo quedó flácido y apareció por sí mismo de aquella vulva divina.

Me recosté sobre su cuerpo, vencido, lleno de extrañas sensaciones, con calambres en los muslos y percibiendo aquel exquisito perfume que emanaba de su persona. Permanecí un buen rato en esa posición. Graciela estaba impávida. En todos los momentos de sexo que tuvimos, ella no había experimentado orgasmos algunos ni había gemido como era de esperar. Sabía contenerse y aquello, sinceramente no me había agradado. Se comportó conmigo magníficamente, pero no compartió orgasmos conmigo. Ya no podía más. Había sacado todo de mí con una maestría de la cual yo siempre le estaría reconocido por haber sido la mejor mujer que había pasado por mi vida hasta ese momento, y creo que más allá.

Algo reanimado me acosté a su lado boca arriba. Graciela sacó el profiláctico y tomó mi pene. Lo limpió con su mano izquierda. Se la secaba en sus pechos y estómago y volvía a limpiarlo con gran esmero, así hasta que mi falo quedó seco. Entonces se volvió hacia mí, toda pegada a mi costado, dejándome sus senos aplastado contra mi brazo y una pierna la pasó por encima de mi pelvis.

¿Sabes, Ricardo? Eres extraordinario. Estas horas contigo me ha dejado satisfecha.

-No mientas, preciosa. En ningún momento te has corrido no has compartido satisfacciones conmigo. Déjalo estar y no rompas este momento hasta que nos despidamos.

-Estoy mojada de mis propios orgasmos, Ricardo, lo siento, pero no puedo expresar mis satisfacciones con nadie. Es una orden que jamás desobedezco. Fui muy bien adiestrada por mi Señor para dejar que los demás disfrute de mí sin que yo pueda hacerlo. El disfrute sexual es privilegio de Uds. y no de una esclava, que sólo lo puede obtener si su dueño lo permite de él. Yo no soy una excepción. Te juro que he disfrutado, pero a mi manera.

-No te conozco y tampoco te entiendo. Pero si así lo quieres, sea. Tu misma.

-De manera que Orlando Drago es un traidor a la profesión. Nunca me lo pareció. Hombre ejemplar, trabajador,…

-Si, trabajador sí, honrado, no sabes tú hasta que punto estás equivocada. De su última empresa extrajo unos planos y unas fórmulas de un ingeniero científico, creo, y lo ha hecho cosa suya. Lo sabemos por ejecutivos importantes de la empresa que lo han comentado en la cafetería de los técnicos en baja voz. Nadie lo traga, ni siquiera la Dirección. No se fían de él y lo están atando corto. En fin, déjalo estar. Preguntas mucho ¿no?

-Disculpa, no volveré a molestarte con ese nombre. Lo conocí y ahora me entero de esto. Pero ya lo podemos dejar.

Para que ella siguiera aplastando sus preciosos pechos sobre mí, puse mi brazo por encima de sus hombros y continuamos hablando de otros asuntos. Un lejano reloj de péndulo dio las seis de la mañana. Era de noche todavía y no me había dado cuenta que tenía sólo tres horas para incorporarme en los laboratorios. La besé en los labios y dije.

-Graciela, disculpa, tengo que marchar. Trabajo dentro de tres horas y ya estoy retrasándome.

Quince minutos después estaba bañado y vestido, listo para salir. La mujer continuaba allí, desnuda para mi deleite, boca arriba, dejándome ver toda su belleza inmensa y con una amplia sonrisa en su preciosa boca. Se incorporó, nos abrazamos y besamos profundamente, con lenguas incluidas y, dejando correr mi mano por los brazos de ella la fui dejando con todo mi pesar.

-Te juro, Graciela, que ha sido una noche de ensueño. Gracias –Y salí de aquella suite sin cerrar totalmente la puerta.

Ya esperando el ascensor me di cuenta que la puerta estaba abierta y me dirigí a cerrarla. Al llegar a la suite sentí voces apagadas. Me picó la curiosidad y, silenciosamente, pasé al salón que precedía a la habitación.

-Mi señor ¿Ha sido de su entera satisfacción los resultados?

Una voz de tenor, clara y potente confirmó.

-Como siempre, Graciela, como siempre. Ya lo tenemos. Ese Orlando Drago será denunciado por espía, ladrón y traidor a nuestra empresa.

Has dejado fascinado a ese hombre con tu belleza y buen hacer. Tendrás tu premio ahora mismo.

Me acerqué quedamente a la habitación y vi cómo el gigante estaba quitándose la chaqueta negra y luego la camisa y la mujer le desabrochaba los pantalones. Como una posesa se aferró a un enorme pene y lo engulló sin condón.

Estaba atónito. Me di cuenta que había caído en una trampa urdida por ellos y habían descubierto por mí los malévolos planes que mi empresa estaba realizando con aquel ingeniero ingrato. Estaba perdido, el sexo dio su resultado

-Mi Señor, solicito permiso para pedir una cosa.

-Si, habla.

-Por favor, Señor, no haga daño a ese hombre. Es inocente como Ud, sabe y nos ha ayudado mucho.

-Tranquila, Graciela. No procederemos contra él ni daremos su nombre. Esta grabación es de un confidente anónimo, válido ante un juez.

No quise escuchar más. En silencio salí y corrí descalzo pasillo adelante hacia el ascensor que me estaba esperando. Mi terror estaba patente. La debilidad de estar con una bella mujer como Graciela valió la pena de haberme jugado mi porvenir.