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Marta (2)

en Dominación

MARTA, UN MUNDO NUEVO

Segunda parte

V

Sentado en el sofá de la sala, uno frente al otro, las manos cogidas, ella sólo con un tanga que apene si tapaba algo yo desnudo total, le expliqué el proyecto que tenía en mente y lo que pretendía de ella. Me escuchaba en silencio, interesada unas veces, frunciendo el ceño otras, siempre con una sonrisa en su bonita boca y, cuando terminé preguntó

-¿Vas a marcarme para complacer a otros? Bien que quieras que sea sumisa y ama a la vez, que me vista según quiera cada cliente, como dices ¡Eso debe ser extraordinario! ¡Es nuevo para mí, te lo prometo! Pero marcarme… ¡Hombre! No se yo si… –Y su mirada se tornaba triste, seria, con gran desilusión.

-No, Marta, no voy a marcarte ¡Ni se me ocurriría! Tan solo llevarás en los pezones unos pequeños aros de donde colgarán, con unos engarces, dos argollas, el ombligo una joya, en el cuello llevarás un collarín y brazaletes en las muñecas y tobillos, los cinco con aros, todo de quita y pon, que se vean, que denoten propiedad del hombre al que se supone perteneces. O sea, estando con el cliente vas a mostrar una imagen de mujer dedicada a la sumisión o la esclavitud, o bien, te quitas el collar y las muñequeras y vas de ama, de madam dominadora, o solo señorita de lujo, sugestiva, para una tarde o noche en la cama. Esa diversidad en tu trabajo gusta, junto con el vestuario. Eso, claro, siempre que quieras. ¿Qué dices?

Marta quedó un buen rato pensando, sopesando, seguramente, los pros y los contras. Me miró directamente a los ojos y dijo.

-¡Bien, de acuerdo, acepto! Pero nada de abrirme los pezones ni los labios del coño o agujerear el clítoris. El ombligo no te digo, está de moda y me gusta. Más adelante, cuando me acostumbre a ese modo de trabajar que propones, es posible que me convierta en tu esclava y te permita destrozar mi cuerpo con todos los fetiches que desees, inclusive tatuarme tu nombre en la piel.

Se arrimó a mí y se enroscó como una gatita pasándome la pierna izquierda por los muslos y su mano comenzó pellizcando y estirando con saña el pezoncillo. bajó el rostro y con la mejilla acariciaba mi pecho casi lampiño.

-¿Cuánto voy a percibir yo de todo esto, Agus? ¿El veinte, el treinta o treinta y cinco por cien? –Preguntó Marta, mientras mordía la tetilla más cercana a su boca y acariciaba el bajo de mi estómago- Yo cobraba el treinta y, cuando íbamos a fiestas, el treinta y cinco por cien por cada cliente, y tenía unos cuantos.

-¿Treinta y cinto por cien? ¡Eso es un abuso! Lo recaudado será al cincuenta por ciento ¡Qué menos, Marta! Yo trato con los potenciales clientes y tú los complaces en sus gustos. Fisty fisty, como dicen los ingleses. Los gastos serán compartidos ¿Está bien, no?

Marta fijó sus claros ojos en los míos con profundidad durante un largo rato, enseñando como mordía el torso. Su mano bajó a mis entrepiernas y tomó todo mi paquete de una sola vez, se arrodilló delante de mí y acercándose fue pasando su gran seno derecho por el torso, bajando con suavidad al estómago y con el pezón buscaba el hueco del ombligo y lo metía y apretaba sacándolo y metiéndolo una y otra vez. Siguió con la misma lentitud y llegó al sexo y fue ahí donde lo trabajó introduciéndolo entre sus dos mamas; ora pasa la teta izquierda acariciando toda la polla ora pasaba la derecha con suavidad, con destreza, sin apartar los ojos de los míos, abriendo la boca y pasando su lengua por sus gordezuelos labios sin pintar, mordiéndoselos otras. No sé con que pezón estimulaba la cabeza del prepucio y luego lo pasaba a lo largo de éste. Entre tanto, cuando se acercaba a mí, mordía la piel y la estiraba con los dientes y la soltaba cuando no daba más de sí y yo sentía dolor. Era un ejercicio metódico, tranquilo, sensual que me puso a cien.

Marta miró hacia abajo y percibió mi erecto e inflado pene y comenzó a bajar el rostro hasta pegar la barbilla a la cabeza. Con los dedos tomó el pene y con el bajo de su barbilla lo comenzó a acariciar de un lado a otro varias veces hasta sentir cómo comenzaba a mojarse el saliente de prepucio y la barbilla femenina. Entonces ella fue acercando su boca y con sus labios cerrados lo comenzó a besar casi imperceptiblemente, haciendo círculos, bajando hacia el fondo y volviendo a subir y bajando por el otro lado. Tomaba con esos dedos los escrotos y se los ponía delate, los besaba y mordía en toda su extensión. Ya ahí, Marta había puesto rodilla en tierra y su rostro levantado hacia el mío, con mi sexo siendo devorado por su boca grande no dejaba de ver mis expresiones y actuaba según éstas.

Estaba que me salía a borbotones y no quería que mi leche se desparramara en el aire y, tomando su rostro, lo llevé hacia la punta de la polla y ella, sin necesidad de que se lo indicara, abrió su boca e introdujo todo el pene en la cavidad. Sentí que la longitud llegaba a su laringe y que la traspasaba y la miré con asombro. Marta ni se inmutó. Comenzó los movimientos de coito lentamente con la boca cerrada para ir aumentando de forma gradual. Marta estaba totalmente entregada a la felación y apretaba el glande con la lengua y el paladar haciendo que éste corriera de arriba abajo aparte de que los chupetones que producía absorbía parte de la energía que estaba empleando en el deleite de ser mamado y comencé a sentir que me estremecía, que mi pelvis se engarrotaba y que desde mi interior comenzaba a brotar con una intensidad que, cuando me di cuenta de ello, ya llenaba la boca de la mujer que no dejaba salir nada tragando todo los borbotones que expulsaba.

La tenía cogida por la cabeza y aplastada literalmente contra mi polla y ella parecía estar totalmente de acuerdo de que empezara a bombearla despiadadamente su boca metiendo el pene más allá de no normal. Gritaba, gritaba como un descocido hasta que salió la última gota. Entonces sí, ahí Marta miró hacia arriba y comprobó el estado de satisfacción que me había producido y, después de un buen rato de tenerla dentro y dejarla normal, se salió de de ella, echó el rostro hacia atrás, aspiró sonoramente abriendo la boca y pasando su lengua por los labios, con los ojos cerrado y una sonrisa suave de satisfacción. húmeda, oliendo a semen y se quedó así el tiempo que quiso. Yo la miraba embobado, admirando de lo que había visto y gozado. De esa guisa me sorprendió.

-¿Te ha gustado lo que ha hecho tu puta? Pues esto no es nada comparado con lo que te espera en adelante y, si es verdad que te portas bien conmigo y compartimos gastos a medias, está puta que vas a explotar te partirá en dos cada vez que te coja a solas, que será, lo más probable, en mi alcoba, esa alcoba que vamos a compartir los dos solamente a partir de esta noche. Mis trabajos de puta los quiero hacer en ese gran desván de ahí –Y señalaba una habitación grande que teníamos para los trastos- La acondicionaremos a partir de hoy y ese será mi gabinete de trabajo, siempre que no digas otra cosa, jefe

-¿Yo…, yo…? –Y debí haber puesto una cara de sumo imbécil que Marta tornó en una sonora y alegre carcajada

VI

Parece ser que el buen trabajo de ama, sumisa y ramera de Marta y mis conocimientos como agente eran efectivos de día en día. Dimos con un filón que producía bastante dinero a diario. En principio, las ganancias iban a parar a completar el ropero de ella con las prendas especiales de sado o servicios normales: correajes de distintos colores, botas altas y tacón de aguja, guantes largos, collares y brazaletes que adquiríamos. Los látigos y fustas especiales para no dejar huellas, distintas caretas para el cliente o la cliente, mordazas, productos farmacéuticos para la higiene de ella, lubricaciones y otros menesteres de farmacopea. Compras de una barra con trípodes y arneses, potro, grilletes, fundas protectoras de sexos masculinos, cinturón de castidad para las señoras. Los aros con engarces y argollas para sus pezones de Marta, una gema con placa de oro en su ombligo donde estaba grabado mi nombre, Otra placa, también con mi nombre, que se hizo engarzar en la parte inferior del labio derecho vaginal y que colgaba suelta por una cadenita. Camisones de seda y transparencias, tangas muy especiales etc. Unos arreglos en la habitación de trabajo que consistía en poner una ventana con espejo hacia adentro pero visible por fuera, espejos sobre la cama de dos cuerpos y otros lugares y muebles finos para un dormitorio selecto de auténtico placer y bienestar caro para el o la visitante. Pero superado este bache, con el negocio bien montado y en marcha, empezamos a ver resultados y eso nos llenó de tal alegría que empezamos a ver con buenos ojos la presencia de una compañera que le diera algunas horas de relax.

Marta fue y es una señora de compañía cara, una prostituta elegante, vistosa y un cuerpo moderno y bien cuidado. Buena profesional, un poco zafia y grosera, eso sí pero combatía su ignorancia con un trabajo impecable. Los servicios prestados eran de cuatro a cinco diarios. Por las mañanas solía hacer uno lo más, siempre, claro está, fuera un cliente habitual y encantador con ella. Las mañanas las cogía para el gimnasio. Las tarde eran más intensas aunque cómodas. En cada servicio, y después de despedir al cliente, ya aseada se dirigía al despacho y entregaba el dinero pactado por mí con el cliente de turno. Solía terminar sobre las nueve y, a partir de ahí yo le mostraba los resultados contables. Las noches, en nuestra alcoba, eran normales, como cualquier pareja. Marta cumplía y actuaba como cualquier mujer emparejada sin emplear los métodos propios de su trabajo. Siempre me ha hecho feliz y no ha reparado en cansancio ni ha puesto impedimentos a unas relaciones de sexo entre dos personas consanguínea, por el contrario, en todo momento me animó a esas relaciones y me hacía y hace olvidad quienes somos en la vida real. Pienso que ambos lo tenemos muy asumido. Jamás lo recuerda ni quiere yo, naturalmente, como la negué cuando me enteré de lo ha hacía casi lo había olvidado.

Solamente si lo pedían y yo consentía, siempre doblando la tarifa, Marta trabajaba la noche: cenaba, bailaba y dormía en un hotel con el cliente. Tengo que decir que Marta es una mujer muy fogosa, deseosa siempre de sexo. Por lo que he podido gozar en la alcoba y ver a través de la "pecera". Ella tiene orgasmos permanentes y placenteros y de ahí el éxito de su profesionalidad. Creo que nació ninfómana, ella lo sabe y da rienda suelta a su pasión a través de su trabajo cotidiano del que disfruta.

Por curiosidad y también, porque no, aprender lo que era el sado duro, observé a través de la "pecera" un trabajo de Marta. La mañana anterior, aquel cliente, médico de la Seguridad Social, contrató un servicio para ese día. Le dije que si deseaba algún trabajo especial de la profesional y dijo que sí, no me explicó qué pero que tuviera preparado un látigo, una máscara de dormir y que ella se vistiera de ama y toda de rojo. Lo dejé por escrito y, cuando llegó el momento y ella pidió las características del siguiente trabajo, le entregué lo del médico, lo leyó, se dirigió a su gabinete y, cuando éste tocó a la puerta, Marta lo recibió de esa guisa y con un látigo en la mano derecha. El médico, por lo que observé desde el despacho, quedó absorto, encantado y, en dirección hacia la habitación sus manos recorrían el cuerpo de la mujer. Pero Marta se dobla, le asesta un sonoro fustazo certero en la mano y le grita

-¡Perro sarnoso! ¿Cómo te atreves a poner tus sucias zarpas en el cuerpo sagrado de tu ama? ¡De rodillas, perro, de rodilla! ¡Ya! ¡Ahora, lámame el culo ladrando como lo que eres, un perro! –Y el látigo tralló contra las costillas del sumiso unas tres veces.

¡Dios mío! Aquel hombre suelta el maletín de mano y se postra de rodillas y comienza a pasarle la lengua, al estilo perro, por las redondas y bien formadas nalgas de Marta. Ella iba caminando hacia las barras de suelo casi deprisa y el otro detrás, a su paso, lamiendo con desesperación la unión de éstas y ladrando como un auténtico canino. Como pude me tapé la boca para contener la risa y que no descubrieran que yo estaba allí. También he de decir que sentí vértigo y un escalofrío de terror me inundó la columna vertebral. No me atreví a mirar por la "pecera" pero la curiosidad no es prerrogativa de la mujer, del hombre también, y me acerqué a ella.

Hacía poco, Marta había pedido una barras con anclaje que las coloqué en el suelo y tal como ella me indicó. Aquel gabinete de trabajo se iba convirtiendo, poco a poco, en una auténtica sala dedicada al placer y veneración del Sado por lo que pude observar desde mi plataforma. Hasta ese momento yo no había sentido interés en saber la forma de trabajar de mi puta. Oía gritos y fustigazos, la voz de la mujer gritar, ordenar y luego un silencio que al final trascendía en gemidos de gozos y placer por las dos partes. El espectáculo que me presentó aquel cristal de doble cometido fue para mí, en muchas ocasiones, foro de aprendizaje de primera fila y con mi prostituta aprendí métodos que luego emplee en ella.

Como dije, picado por la curiosidad, me acerqué como un ladrón a la ventana y miré a hurtadillas, sin darme cuenta que nadie iba a sorprenderme. Marta estaba atando los pies al doctor con las correas. Las manos ya estaban atadas, el pene y los escrotos habían sido cubiertos con el protector y en el rostro tenía una mascarilla de dormir. Ella exhibía una preciosa silueta de mujer en cuclillas, vestida con las botas altas, un tanga que no le tapaba nada, tan solo pasaba por la raja de su vulva y se perdía en el interior de sus nalgas. Los pechos ensortijados eran surcados por unos correajes y sus hermosos brazos los cubría con unos guantes largos hasta los sobacos. Se había puesto una máscara gatuna y toda la indumentaria era de color rojo.

Se levantó y dijo algo que no entendí. La cámara estaba insonorizada pero no todos los paneles, de ahí que se oyeran voces de vez en cuando. También había un interruptor que permitía hablar directamente desde el lado donde me encontraba. El hombre dijo si con la cabeza y un fuerte latigazo cayó de pleno sobre su polla

-¡Aaaaa! –Grité yo y me tapé los huevos al tiempo que me retiraba del observatorio- ¡Dios, qué salvaje es esta hembra!

Marta miró hacia la "pecera" y su rostro enmascarado se contrajo en una sonrisa suave, casi imperceptible. Otro latigazo volvió a caer sobre el pene del hombre. Ella miró directamente a la ventana y dijo despectivamente.

-¡Te gusta, cabrón, te gusta! ¿Verdad mi perrito lanudo? –Y su mano se movió tan rápidamente que cuando me di cuenta un ¡trasssssch! largo, seco acompañado de un sonido silbante se dejó oír y ver sobre la pelvis del hombre tendido y atado en el suelo.

-¡Puta! ¡Hija de la gran puta, suéltame, ramera asquerosa! –El médico, al recibir aquel golpe grandioso en sus partes y lados de las caderas, levantó la pelvis de tal forma que hizo un arco con su cuerpo y cayó desmembrado al suelo a la vez que bramaba más que decía.

-¡A tu dueña y señora la llamas puta, la ofendes, la maltratas de palabras! ¡Ahora verás, perro inmundo!

Me tapé la boca horrorizado a la vez que salía del campo visual de la ventana aplastando mi espalda contra la pared y recorriéndome el cuerpo un sudor frío de auténtico terror que inmovilizó las piernas. Marta, mientras hablaba, mirando hacia donde yo estaba, sonriendo siempre y con una seguridad pasmosa le había clavado el tacón de aguja en los genitales de su cliente y los retorcía con saña.

-¡¡¡AAAAAAAAAA!!! -Solo pude oír ese grito de dolor del médico. Sin poderlo evitar salí corriendo despavorido, lleno de dolores en mis partes hacia el inodoro y devolví allí lo que no estaba escrito.

Me repuse poco después y los colores me volvieron permitiéndome ponerme de pie, lavarme, asear el recinto y, cuando salí no me atreví volver a la "pecera" Una hora después, Marta salía del gabinete, abrazada, manoseada, con su boca desaparecida en la del hombre. El cliente la aplastó contra la pared y ella, con muchos esfuerzos lo iba conduciendo hacia la puerta de salida.

-¡Volveré, volveré dentro de quince días! Tengo que salir a un Simposium de medicina y me pondré en contacto con tu agente ¡Quiero volver a ser tuyo! –Y la besaba con desesperación. Poco después sentí cerrarse la puerta.

Marta apareció vestida de ama roja. Por sus piernas, procedente de la vulva, se veía un hilillo transparente correr hacia abajo y meterse en sus altas botas. Venía blandiendo el dinero en el aire, más del que había contratado, caminando de una forma que movía toda su cadera y los pechos, despacio, con recochineo, sabiendo lo que yo la había visto hacer. Se paró justo entre mis piernas y me entregó el fajo de billetes. Se quedó mirándome desde su altura, con los brazos caído a lo largo de su bien formado cuerpo, sonriendo abiertamente y su rostro tapado hasta los orificios de su nariz. Me encontraba totalmente empalmado.

-Mi señor debe estar muy salido por lo que vio ¡Ummmm, ya lo observo! Esta sierva ha de remediar el desastre que le ha ocasionado en su organismo al amo.

Se puso de cuclillas, abrió mis piernas, desabrochó la bragueta del pantalón y sacó mi pene que estaba a tope y húmedo. Siempre prendida de mis ojos, Marta dirigió su boca hacia mi polla lentamente, sin prisa. La abrió justo en el momento que mi prepucio tocaba sus gordezuelos labios y la introdujo totalmente más allá de su laringe. Cerró su boca y esperó que yo iniciara los movimientos de follarla. Sus manos subían por el estómago hacia mis tetillas y se apoderaban de los pezoncillos, los retorcía y los martirizaba horriblemente estirándolo y soltándolo una y otra y otra vez. Los ojos enmascarados no se apartaban nunca de los míos.

-¡Diooooos, Martaaaaaa!

 

VII

Todo iba sobre ruedas, el negocio estaba dando muy buenos resultados y Marta trabajaba muy profesionalmente. Parecía que había vivido el mundo de la dominación toda la vida y los clientes salían satisfechos y muchos volvían a repetir.

Había hablado con Marta de admitir a una compañera para que no se viera apurada y estuvo de acuerdo. Y en esas estábamos cuando, unos días después, noto una aptitud rara en ella. Ya, en varias ocasiones, observé algo extraño pero no hice caso porque me dio la sensación que era aprensiones mías. Pero Marta dejó de atender a un cliente esa tarde. Había acabado de estar con el primero cuando, sin decir nada, hizo su aseo higiénico, se vistió de calle y marchó corriendo sin decir adiós. Y fue entonces cuando caí en la cuenta de verdad de la anomalía. Hasta las diez de la noche no apareció, alterada, con el sofoco de haber corrido todo el tiempo, desde donde había estado hasta casa. Dijo que había tenido que salir de compras. Yo, echo un energúmeno la increpé

-¡Cómo es posible que hallas dejado tu trabajo para ir de compras! ¿Y hasta ahora, Marta? ¿Tú crees que me lo creo?

-¡Te juro, Agus, que es verdad! Además, he recogido el traje de CatWoman que pediste pare ese cliente tan especial ¡Míralo! –Y mostraba una gran bolsa de ropa compuesta nada más que de correajes, 2 fustas, 1 látigo y unos guantes largor todo de color negro acharolado.

-¿Y todo este tiempo para esto, Marta? –Seguía enfadado, con los brazos en jarra, pensando que tenía que tomar una decisión ante la falta de profesionalidad de ella.

-Encontré, cuando venía para acá, a una amiga con la que cené y estuvimos charlando animadamente. No me di cuenta del tiempo, amor.

Por esa época no conocía la vena mentirosa y compulsiva de Marta para poder dar rienda suelta a una anomalía de la que iba a tener dolorosas consecuencias para ella en un futuro casi a la vuelta de la esquina.

-Bien, Marta. Por hoy lo paso, vale lo que has dicho. Pero te pongo en conocimiento algo que no has de olvidar. La próxima vez tomaré medidas contigo y no te va a gustar. Las medidas serán las mismas que les das a tus clientes. Estás advertida, mujer.

Una semana duró la advertencia. Nuevamente la volví a ver salir con prisa de calle y a escondidas, esta vez yo detrás de ella. Seguí un periplo muy instructivo que dejó patente cual era la afición que hacía que Marta dejara su trabajo, del que disfrutaba, para atender este otro que la atormentaba: los bingos y las maquinas tragaperras. Toda la tarde la vi derrochando el dinero ganado ese día, una ganancia de la cual el 33,333% era mío y el otro .33,333% de la empresa establecida. Terminaba de jugar los últimos cartones, donde había perdido una considerable cantidad, cuando se levantó de la mesa, sin esperar el ¡Bingo! y se dirigió hacia la salida. Allí estaba yo, bloqueando la puerta, mirándola de frente, osco, con cara de "marido" desagraviado. Marta quedó de piedra cuando me vio. Supo, de inmediato, que la había seguido y descubierto.

-¿Así es que estos son los lugares que prefieres a tu trabajo, Martita? –Y mi acritud era mordiente, mascando las palabras aunque hablara flemáticamente, con una permanente sonrisa en la boca –Bien, jovencita, nos vamos a casa de inmediato.

Marta, recuperándose del momento, me hizo frente con la mirada, defendiendo su derecho a la libertad de acción y, rodeándome, quiso salir sin decir nada. La tomé del brazo, la pare en seco, sin importarme la gente que nos rodeaba, y medí mi fuerza con la de ella. Nuestros rostros estaban a un centímetro el uno del otro. La miré tan fijamente que ella debió sentir miedo.

-¡A casa, he dicho, Marta! –Y la empujé como si fuera una pluma, sin miramientos, sin el respeto que toda persona merece ante un público.

No la solté ni hablé con ella un solo momento, siempre tirando de ella, dominándola, dando el espectáculo gratuito en todo momento hasta que llegamos a la entrada de nuestro edificio. De un empellón la metí en el ascensor y, dentro de la caja, subiendo, iracundo, la acorralé contra un ángulo del elevador y le incrusté la rodilla en su estómago brutalmente. Marta se tiró hacia delante con la boca abierta y casi faltándole el aire, momento que aproveché tomando su torneado brazo y lo retorcí subiéndolo hacia su cuello hasta que ella, dando golpes con la mano libre en la pared de madera gritaba que parara, aterrorizada y mirándome desde su posición, con odio y rencor. La mantuve en esa postura hasta salir del elevador y, entrando en la casa, la llevé casi a rastras por los pelos a su lugar de trabajo y até sus muñecas a la barra. Por supuesto, Marta, sabedora de lo que iba a pasar, gritó más, forcejeó más, pataleó más, dio más manotazos, se resistía a ser engrilletada e hizo todo lo que pudo, que fue poco, porque yo era superior en corpulencia y más alto que ella. Tengo que confesar que me costó trabajo poderla dejar sujeta a la barra aérea, los sudores corrían por mi cara y ella, desmadejada, con el pelo revuelto y la ropa a medio camino de su bien formado cuerpo. Pero ahí estaba Marta, con los brazos extendidos hacia arriba y en diagonal, las piernas algo separadas y tocando el suelo con los dedos de los pies. Un rostro congestionado, horrorizado, escupiéndome a la cara, soltando por su boca palabras soeces, como acordándose de mi madre y toda su parentela, pero sabedora que estaba siendo vencida y sometida.

De los látigos expuestos escogí una vara largar, fina y de paleta ancha y alargada. La batí en el aire y sonó con silbido metálico y terrorífico y la pasé por sus ojos y, antes de que pudiera responder, un fustazo tralló contra su pecho y en lo que ella asimilaba el primero de una serie un segundo zumbó y fue a paras a su sexo. No paraba y las piernas, descubiertas por la pequeña falda de tela vaquera, fueron las siguientes en recibir los potentes golpes. Me ensañé en esa parte y aticé por dentro, el frente y los lados. Marta, ni que decir tiene, que sus gritos se oían fuera de la casa y se revolvía poniendo las piernas de diferentes poses para que el dolor se esparciera, pero no podía hacer nada porque los pies apenas si rozaban el suelo. Dejé caer como diez o doce latigazos sobre ellas. Paré, con tranquilidad, regodeándome, callado. Me puse a su espalda, desabrocho la faldita y la dejo caer al suelo. Con una fría calma, desabotono la blusa de seda blanca semitransparente y descubro su abultado pecho cubierto por un pequeño sujetador. Con un tirón hacia arriba lo dejo al aire y Marta aparecía ante mí desnuda, tan solo con un tanga minúsculo. Dos golpes al aire hizo que la vara pitara metálicamente y acto seguido la descargué contra la vulva repetidas veces. La mujer resoplaba y sus grandes ojos aparecían más inmensos y desesperados. Quería proteger su sexo y se movía continuamente y no podía cubrirlo. El dolor recibido en la vagina tenía que ser tan intenso que le quitaron las palabras y los gritos de la boca y yo seguía fustigando sin parar… seis…, siete…, ocho…, nueve… Marta estaba roja, demacrada. Sus ojos pegados a mi rostro, ya no hacía aspavientos tan solo a cada golpe de la fusta su pelvis retrocedía para volver nuevamente a su sitio y otra vez yo descargaba mis certero golpes. Diez…, once y… doce. Dejé caer mi brazo cansado a lo largo del cuerpo mientras la contemplaba.

Sus piernas comenzaron a flaquear y a temblar, su cuerpo quedaba suspendido de los brazos y Marta hacia equilibrios por mantenerlas firmes, temblando. Retiré la blusa a los lados del orondo pecho y descargué la vara en la teta izquierda, muy cerca del pezón, y enseguida en la derecha. Catorce azotes descargué sin piedad sobre aquellas mamas anilladas que tanto gusto me habían dado al poseerlas. Me ponían caliente verlas agitarse, vibrantes cada vez que el látigo caía sobre ellas y Marta se dejó vencer y cayó desmallada mantenida a la barra por sus brazos atados. La miré y comprobé que la vara no dejaba huellas pero las rojeces eran totalmente evidentes, rojas como un amanecer.

Me coloqué a su espalda y levanté la blusa y la dejé mantenida en sus hombros. Las nalgas estaban al aire porque el hilo dental casi no se veía. La vara descargó varios trallazos en la espalda a medida que bajaba hacia los glúteos donde me demoré mucho y con un cierto rigor, los dejé tan colorados como el resto de su cuerpo. Tan descompuesta estaba ella por el castigo que un mal olor con sonido característico salio del colon grueso y se dejó percibir por toda la habitación. Marta, ante el castigo recibido y estando desmayada se orinó y por sus piernas resbaló el abundante líquido casi amarillo dejando un pequeño charco en el suelo y el correspondiente tufo por todo el recinto.

Le sequé el intenso sudor de su atribulado rostro con gran pesar. No me alejé mucho y, cuando Marta volvió en sí, su rostro no tenía expresión, estaba exhausto, demacrado, mirando al frente sin saber que ocurría. Hacía esfuerzos para ponerse en pie y movía las manos sin darse cuenta que estaban atadas. La miraba y sentía remordimientos por el castigo que creí, en esos momentos, muy duro. Por esa época tenía diecisiete años muy largos y ninguna experiencia en tratar a mujeres difíciles en carácter y aptitud como Marta. Tan solo me guiaba un instinto natural. Ya se daba cuenta de los hechos y su mirada era de terror y desprecio pero no formulaba preguntas ni lanzaba palabrotas, solo pedía con los ojos la libertad.

Solté sus brazos y me preparé para una embestida. No ocurrió nada, tampoco tenía fuerza para más, tan solo se frotaba las muñecas con dificultad para que la circulación sanguínea volviera al cause normal mientras su cuerpo se tambaleaba a los lados, queriendo mantener a duras penas el equilibrio.

-Ventila y limpia la habitación, perra, luego te bañas y prepara la cena ¿Estamos?

No respondió. Seguía atontada y manteniendo el equilibrio con gran dificultad. De las uñas de los dedos gordos de sus pies le salían unos hilillos de sangre. Bañó su cuerpo maltrecho y, sin vestirse, tal cual salió del baño, estuvo trasteando en la cocina sola, sin mi ayuda, como era costumbre. Marta salio de allí en silencio, todo el cuerpo seguía rojo por los latigazos, entró en la alcoba y cerró la puerta. La cena estaba servida y tapada, esperándome para ser devorada. Una hora después fui a dormir y Marta estaba acostada, despierta, desnuda sobre ella y sus piernas enlazadas. Me desnudo y me tiendo a su lado. Mis manos comenzaron a acariciarla y ella no hizo signo alguno, tan sólo volvió la cabeza hacia el lado contrario y se dejó hacer. Durante un buen rato gocé de todo su cuerpo maltrecho que se estremecía bajo mis caricias y su vagina se humedecía y luego, poniéndome entre sus piernas, haciendo la carretilla la penetré hasta el fondo. Marta no movió los brazos que permanecía a los largo de su cuerpo y percibió como eyaculaba en su interior, esperó a que la depositara en la cama y se dobló dándome la espalda. El silencio fue el rey en todo momento.

Cuando me desperté, Marta seguía enseñándome toda su parte trasera desnuda, estuvo sin taparse toda la noche. Sus nalgas se mostraban esplendorosas, anchas, macizas, todavía con rojeces. El pliegue formado por los dos glúteos se veía pronunciado y se perdía por entre los muslos. Se exponía golosos y tuve ganas de poseerlos pero me contuve. No hacía nueve horas la había castigado en la barra y poseído más tarde y mi cuerpo ya estaba nuevamente en marcha. Deseaba sodomizarla, arrancarle gritos de placer, besar su boca mientras mi polla se movía a ritmo vertiginoso por su esfínter. Martirizarla más me parecía demencial y con estos deseos reprimidos me fui a bañar. Ya no volví a verla hasta la tarde en que me la encontré recostada en su sillón de relax, con tanga insignificante tan solo, moviendo las manos al aire porque se había pintado las uñas. Cuando terminé de comer, ella estaba en una postura que me inundó de sensaciones placenteras. Las piernas encogidas contra sus espléndido pecho y pasando el fino pincel por las uñas de los pies y aquella vulva magistral apenas tapada por el irrisorio triangulito del tanga y la base de su culo estaba totalmente al descubierto, invitando a ser poseído como ocurrió aquella mañana.

Marta me miró y comprendió de inmediato lo que pensaba, normal, yo era un crío ante su gran experiencia. Dejó lo que estaba haciendo, se enderezó y dejó las piernas en la misma posición pero más abiertas. Su pecho con los pezones engarzados rozaban sus muslos y ella me invitó a que la tomara como postre. No hizo falta palabras. Me acerqué a ella, le extiendo la mano que coge, la levanto y hago que se apoye, de espalda, en el brazo del sillón, totalmente inclinada. Marta abrió las piernas y esperó a ser poseída. Bajo su braguita y estimulo el ano repetidas veces con la cabeza de mi polla. Miró hacia atrás con cierta extrañeza y entendió lo que pretendía. Inclinándose aún más, Marta dejó bien expedito su orto. Mojó espléndidamente sus dedos índice y corazón de saliva, pasó la mano por entre sus piernas, siempre mirándome con seriedad, y untó el esfínter por dentro y a los lados y yo, ya fuera de mí, inexperto en poseer a una mujer por detrás y sin más preámbulos, tomándola por las caderas, apuntale mi pene en su ano y empujé y empujé en repetidas ocasiones. Ella tenía experiencia y la penetración no fue traumática, dolorosa tal vez, pero sus ojos quedaron semicerrados viendo como la poseía, ella misma se acariciaba la vulva y frotaba con avidez el clítoris. El encuentro duró unos cinco minutos y me fui dentro de ella estrepitosamente. Tuve que apoyarme en su espalda porque sentí mareos y un frío intenso recorrió mi espalda. Mi estómago se revolvió y de pronto todo quedó oscuro.

Cuando recobré el conocimiento, Marta estaba recostada e inclinada sobre mí, mirándome preocupada. El dorso de su mano acariciaba mi rostro que debía estar frío blanco y transparente como el papel de fumar. Un atisbo de alegría se reflejó en su cara cuando me vio abrir los ojos. Besó tiernamente mi boca, siempre en aquel silencio sepulcral, se levantó, se sentó nuevamente en su sillón y volvió a preocuparse de su persona. Me fijé en su ano y el hilo dental mantenía una pequeña compresa desechable que se perdía entre las nalgas. No pronunció palabra alguna pero sus ojos iban de sus pies a las manos y se fijaban otra vez en mi, siempre atenta a mi estado y a mis deseos.

VIII

En aquella época no comprendía cómo una mujer del calibre de Marta era capaz de aguantar una paliza como la que recibió y luego ser servicial y deseosa de agradar todos mis caprichos. Durante varios días casi nos ignoramos, no cruzamos palabras solo las justas para entregarle por escrito las apetencias sexuales del próximo que iba a estar con ella y lo que debía vestir. Y mis indicaciones eran cumplidas a rajatabla y eso, no lo comprendía, porque no sabía que el sado bien llevado, con una persona afín a esta ideología se convertía en adicta y quería estar siempre dentro de éste. No hacía mucho había leído un pensamiento de no se quien que decía así: "Es curioso que un ser dominante pueda neutralizar las pesadillas de un ser sumiso."

Lo empecé a comprender cuando un día, estando el un hospital privado visitando a varios médicos, unos hermanos gemelos, sanitarios ambos, gente de alma atrás y sabedores de que yo, aparte de Visitador Médico, daba otro tipo de servicio, llegaron juntos para hablar conmigo y solicitar los servicios de Marta. Tengo que decir aquí que los pelos se me pusieron de punta. Los dos eran personas con problemas de comportamientos sociales. Habían prestado servicios en el Geriátrico de la Comunidad Autónoma y expulsados por los abusos a los ancianos. En otra ocasión cogieron a uno de los dos hermanos en el tanatorio de una clínica donde prestaban servicio realizando necrofilia a una mujer madura, de buen ver, desnuda y preparada para la autopsia que le practicarían al día siguiente. Los dos salieron mal parados y a punto de costarle la titulación. Esta clínica los había acogidos con ciertas reservas, según pude constatar. Eran chicos de familia bien y los amiguismos y "ayudas económicas" a la clínica en cuestión era el valor administrativo que los dos valían.

-Queremos a una puta que le guste dejarse cascar y que nos casque con látigos. Si consigue dominarnos podrá jugar con nosotros y darnos por el culo todo lo que quiera. Pero algo difícil para la perra esa que alquilas –Y los hermanos se miraban con ojos vidriosos y de auténticos psicópatas. Me causaron miedo pero di largas. Quería salir de aquella entrevista en la cafetería del centro sanitario.

Quise negarme en principio pero Marta era mi socia y tenía que consultárselo

-¿Es que todavía no te has dado cuenta que tú puedes disponer de mí como se te antoje? –Contestó Marta cuando se lo comenté y mirándome en profundidad- Si decides que esos dos han de estar conmigo yo cumpliré esas órdenes a rajatabla, Agus, porque tus deseos son mis deseos ¡Tú eres el que mandas!

Rió sin poderlo remediar, moviendo la cabeza de un lado a otro sin quitar su mirada de la mía. Pasó su fina y bien cuidada mano por mi cara y, con el índice, me dio un par de golpecitos en el labio inferior.

-¿No querías que fuera tu sumisa, tu esclava, tu sierva? ¿No llevo estos anillos en mis tetas, en el coño y en el ombligo para agradarte? ¿Lo del otro día, cuando me castigaste por lo del bingo, no te ha dicho nada eso, amo? ¿Has visto venganza o que me haya ido de casa? No, amo, tan solo sumisión, acatamiento, deseo de servirte en todo momento, dispuesta nuevamente a ser reprimida en las barras, en el potro y cuando tú lo desees.

Y yo, con dieciocho años, imberbe, todavía seguía sin comprender la realidad de nuestra situación. Al día siguiente, me entrevisté con los gemelos y le pedí el 50% por adelantado. No me fiaba de ellos ni un tanto así y, por supuesto, que estaría viendo en todo momento el tiempo contratado con Marta. Querían que luciera collar y correas para ser atada. Las caras de dementes criminales que pusieron me hizo pensar que le pediría a Marta se despojase de las argollas y la joya del ombligo. Aquellos cabrones eran capaces de atarla por los aros y destrozarles los hermosos pezones y las tetas de mi puta.

El día de la cita, por la tarde, estaba en un estar sin estar. Sin decirle nada a Marta, pedí prestado una carabina de aire comprimido a un compañero por si los mellizos se salían de madre. Estaba en mi casa y defendería la persona de aquella mujer que en la vida real, aparte de ser mi puta y sierva, era algo más grande en mi vida: la mujer que me trajo al mundo y eso, por mucho que lo negara y llevara con ella otro estilo de vida totalmente opuesto al filiar, ella era quien era y no había más vuelta de hoja.

Marta salió hacia la cocina, ya preparada, para beber un vaso de agua. Cuando la vi., tranquila, segura, vistiendo un pantalón totalmente ajustado sin pelvis, solo unos cordones y la pletina de la cintura, dejando el coño y el culo al descubierto, el pecho sin argollas cruzado por un correaje, los brazaletes y el collar de abrazadera, unas botas de media caña con tacones de agujas muy altos y ceñidas a sus piernas, todo de color negro. Quedé maravillado. Su cara radiante, el pelo castaño largo, lacio, recogido con una coleta y cayéndole un estrecho mechón ondulado a un lado de la cara bien maquillada. Aquel cuerpo alto, no muy delgado pero con proporciones elegantes estaba que se salía. No pude remediarlo, me puse delante de ella la abracé y besé.

-Estaré viéndote por la "pecera" Marta. Al primer síntoma de brutalidad entraré en tu gabinete y los echaré a palos ¡Te lo juro, amor! –Había omitido el arma para no alarmarla.

-Encantada de que mires, mi amo. Hoy verás a tu hembra hacer un trabajo de estilo. Me gusta estar con más de un hombre porque los domino mejor. Observa, mi señor, estarás orgulloso de esta perra.

Media hora después, puntuales a la cita, los gemelos psicópatas estaban tocando a la puerta. Marta los fue a recibir con un batín negro brillante con solapa, de corte precioso, sin escote. En la solapa derecha había un bordado con hilo de oro que representaba una flor con tallo. Cuando los recibió y cerro la puerta se quitó el batín Los mellizos quedaron mirándola con admiración y se dieron a conocer. Me preparé cargando la recámara con dos balines y cerrándola de un golpe seco. Tan pronto se cerró la puerta, Marta los condujo hacia el gabinete. Uno de ellos la tomó por la coleta e hizo que su cabeza girara hacia atrás parándola en seco. El otro le puso las manos en sus tetas y las estrujó con violencia. Ella no dijo nada, se dejó hacer y, cuando el que la tenía cogida por el cabello se acercó a besarla, Marta levantó el pie y lo dejó caer fuertemente contra el de atrás. Aquel dio un grito horrible al tiempo que la soltaba. El otro gemelo quedó sorprendido y muy dolorido cuando ella, levantando el mismo pie y hacia adelante lo descargó brutalmente contra los huevos. Ambos cayeron al suelo al tiempo que la mujer corría al interior de la habitación y salía con un látigo de varios tiros. Sin miramientos comenzó a batirlo sin cesar contra las espaldas y pechos de los hermanos. Aquellos hombres se revolvían en el suelo, buscando la manera de zafarse de aquella fiera.

-¡Adentro, cerdos babosos! ¡Adentro, yaaaaa! ¡A cuatro patas, asnos inmundos, desechos de la sociedad! ¡Vamoooos! –Y su brazo derecho enguantado y estirado en horizontal señalaba la puerta de la habitación. Uno de ellos era más contestatario y cruel que el otro y quiso revelarse y atacarla ¡Dios! Marta lo mira fijamente, fracción de segundos, pero suficiente como para levantar el látigo y estrellarlo contra el pecho, el cuello y la cara del hombre que cayó hacia atrás en un gesto de dolor sin precedente. No paró ahí la mujer, ya en el suelo, volvió a levantar aquel horrible tacón fino y picudo y lo clavó en el muslo masculino e hizo un giro rápido y con fuerza. El alarido fue tremendo, la cara desencajada y los ojos desorbitados y llenos de lágrimas. Marta sacó aquel zapato de la pierna y se subió de un salto sobre el estómago de él y plantó el tacón en la clavícula y la puntera de la bota en la tráquea apretando despiadadamente hacia adentro.

-¿Continuamos, siervo de mierda? –Y blandió el látigo tres veces en el aire y aquella arma silbó de forma horripilante.

No tuvo necesidad la heroína de ponerse en guardia del otro gemelo. Aquel vio toda la escena desde su posición fetal por la patada y, cuando Marta dio otro salto y quedó en el suelo, tralló el látigo en el aire otra vez, estiró el brazo y nuevamente indicó la puerta de su puesto de trabajo. El más dócil salio corriendo a cuatro patas hacia adentro con la cabeza baja en posición humillante y graciosa y el más fiero se quedó patas arriba, mirando despiadadamente a la hermosa mujer, con intenciones de darla una patada en las espinillas. Ella leyó sus intenciones, se puso delante cuan larga es, el brazo izquierdo en jarra con la mano descansando sobre su cintura desnuda, abrió las piernas y preparó el rebenque apretándolo fuertemente, dejando el brazo enguantado en diagonal y las puntas de éste rozando el suelo y esparcidas como si fuera un manto.

Ya no hubo resistencia. El hombre fiero se puso de rodillas y a cuatro caminó al lado de Marta, al paso que ella marcaba. Se contoneaba como la leona que le había quitado, en una pelea noble, el macho a su contrincante.

Tan pronto como la puerta del gabinete se cerró, me dirigí raudo hacia la "pecera" y quedé observando lo que venía después. Abrí el interruptor que me permitía escuchar y quedé allí como espectador. Marta caminaba de un lado a otro sin apartar los ojos de aquellos dos, observando, haciendo sonar el látigo, su brazo izquierdo siempre en jarra. Su boca no dejaba de entrever una burletera sonrisa permanente. Seguía paseándose, taconeando alrededor de los dos hombres que seguían de cuatro patas.

-¡Bueno, bueno, bueno, perros! ¿Sabéis un chisme que me han contado de vosotros? Han dicho que sois malos, muy malos –Y como un relámpago descargó el rebenque sobre cada culo. Éstos brincaron como pelotas al estímulo del dolor –Que os gusta follaros a los muertos, abusar de las viejecitas, hacer que los ancianos os hagan vuestras pajas, que le pegáis ¡Yo que sé cuantas más cosas de estos corderitos que tengo aquí!

Levantó el látigo por encima de su cabeza, hizo un bucle en el aire y, al bajar, éste estalló en la espalda del más fuerte de los dos. El hombre se quedó de rodillas, echado hacia atrás y las manos se las llevaba a la espalda mientras su cara expresaba con horror la embestida de la ama. De un salto se levantó y atacó a Marta. Yo me dispuse a intervenir. No hizo falta, lo que vieron mis ojos nunca lo hubiera creído de ella. Lo dejó venir, siempre con las piernas abiertas, el arma negra de cuero bien agarrada y descansando en el suelo y su eterno brazo izquierdo en ángulo y en descanso. No tuvo más que hacer un giro sobre sí misma, echarse rápidamente hacia atrás, poner la zancadilla y aquel hombre besó el suelo cuan largo era. Sin caridad, Marta comenzó a azotarlo una y otra vez. El gemelo se retorcía reptando por el suelo, buscando un hueco donde meterse y esconderse, queriendo salirse sin poder de aquella zona donde el látigo que caía sobre él lo dejaba ciego de dolor y desesperación. La mujer iba detrás azotándolo despiadadamente. ¡Plaaaff! ¡Plaaaff! ¡Plaaaff!...

-¡Déjalo, déjalo, por favor! ¡No sigas! ¡Por tus muertos, no lo mates, ama! –El gemelo que gritaba piedad estaba, hasta entonces, pegado completamente contra la pared, sin atreverse a intervenir, aterrorizado de la valentía y el dominio de la hembra a la que habían decidido follar y vejarla. En un acto de valor, el muchacho se levantó y corrió hacia su hermano que seguía recibiendo los azotes. Marta levantaba nuevamente el rebenque y éste se metió en medio y cubrió la espalda del caído.

-¡Oh, mis angelitos divinos abrazados, queriéndose mucho! ¡Amas mucho a tu hermano, asqueroso perro!

Marta había cogido de los pelos al más débil de los dos y echó la cabeza de éste hacia atrás

-¡Contesta a tu ama, perro, indeseable, compinche de necrófilo! ¿Amas mucho a tu buen hermanito? –La voz de ella sonaba altanera, dominadora, con un registro vocal que no era el suyo.

-Si, ama, mucho –Decía el otro abrazando a su hermano.

-¡Cuantas veces te ha follado ese miserable que tienes en tus brazos! ¡Contesta rápido, perro!

El látigo volvía a sonar pero esta vez en el aire. El gemelo se asustó y respondió con mucho miedo.

-Cuando no tenemos chicas a mano, Carmelo se acerca a mi cama y me folla las veces que le da la gana. Nunca le he dicho nada, pero es el momento más feliz de mi vida, ama

-Bien, bien, mariquita ¿O te llamo mariconazo? ¿O nenaza? ¿O, también, putita? ¡Te puedo llamar puta marica ¿Verdad? Maricón! –Y su cuerpo, al grito, formó un ángulo de 90º sin doblar las piernas que las tenía abiertas. El mellizo que estaba en los brazos de su hermano debió haber visto una visión celestial que se tiró a las entrepiernas de Marta y comenzó a chuparle el coño con desesperación. Se desprendió del otro, tomó las nalgas expuestas y hundió el rostro. Marta quedó quieta, mirando al débil fijamente, como si la lamida que estaba recibiendo no fuera con ella.

-Te voy a follar yo misma ¿Y sabes como? Con el pene artificial grande y gordo que tengo sobre el tocador. –Se enderezó sin cerrar las piernas, sin reparar en el segundo y arrastró por él con lentitud hasta llegar al mueble -¿Ves esto, nenaza? Te va a dar mucho gusto, puta.

Se colocó el artefacto abrochándose el cinturón y un pene grandioso y enorme apareció erecto justo encima de su vulva de labios grandes y entreabiertos por donde se veía la boca y la nariz del gemelo hundidas, mamando sin cesar los néctares, seguramente, que Marta estaba segregando. La voz de la mujer se entrecortaba cuando hablaba y sus piernas no se cerraban a la lamida ni ella hacía nada por apartarse del otro.

-Ven, ven… aq… aquí –Y su pecho se echó hacia atrás y la pelvis hacia delante, mostrando irracionalmente aquel pene negro y brillante, lubrificado -¡Ah… ah! Hacer… acércate hasta aquí. Eso es…¡ah! Des…nuda…te ¡Ah, Dios!... Eso, eso… Ponte… ¡Ah, ah! Abre las pier…nas ¡Para, para un momen…to! ¡Aaaaah! ¡Sigue, sigue…, cerdo follador de muertos, que me cor…ro, aaaahs! –Y el hermoso cuerpo de ella se estiró hacia atrás violentamente apoyando su mano izquierda en la cómoda de la alcoba. Los ojos los cerró y tuvo un orgasmo de los suyos. El gemelo que se comía su vulva tragaba a borbotones y se veía como se les resbalaban líquidos por las comisuras de su boca pero no soltaba prenda y chupaba, chupaba y chupaba sin parar, como si la vida se le fuera en ello.

-¡Aaaah, qué bien lo has hecho, pilonero de mierda! ¡Se nota que sabes mamar a una mujer! ¡Tú, nenita, ven aquí! ¡Agáchate, maricón, te voy a follar el culo! –Decía Marta al tiempo que, tomando una buena porción de glicerina de un tarro la untaba en el ano del gemelo que se exponía a ella.

-Y yo, entre tanto, te follo a ti, puta –El hombre se había puesto detrás de ella ya desnudo, con una buena polla descansando sobre los glúteos de la mujer

Marta se inclinó hacia delante, con las piernas aún abiertas, y permitió que él apuntara hacia su himen y lo introdujera con violencia. La mujer hizo un pequeño gesto que no indicaba dolor ni placer y, cuando la tenía introducida, tomó las caderas del otro hombre que tenía de espalda a ella y, colocando el pene artificial en el esfínter masculino…

Me retiré precipitadamente de la ventana asombrado, aturdido y admirado por la forma cómo Marta había llevado el asunto, con la capacidad natural de mujer fuerte, dominadora, hecha para tal fin que tenía. Una cosa muy distinta, me dije, es ver como un hombre folla a una mujer y otra que se folle a un tío ¡Y nada menos que una mujer! Sentí que era mi orto el que estaba en el lugar del otro y me lo sacudí con desesperación mil veces, al tiempo que me alejaba precipitadamente, brincando y mirando hacia atrás.

Había pasado como una hora cuando sentí trallazos de látigos sobre alguien. Corrí hacia la "pecera" y vi. a Marta atada a la barra alta, colgándole los pies y siendo azotada por los dos. Los hombres estaban repartidos uno delante y el otro detrás, cada uno con una vara de paleta y castigaba sin crueldad el cuerpo de ella.

-¡Te gusta que te peguen, puta! ¿Verdad? –Decía fingiendo enfado el más fuerte de los gemelos.

-Si…, si mi amo… Por favor… más, más –Suplicaba Marta mirándolo sumisamente

-¿Y te gusta que te vapuleen este hermoso y redondo culo que tienes, puerca ramera, puta asquerosa? –Comentaba, también imitando al hermano.

-Si, mi amo… Tú… sigue… si…gue… así, por favor… ¡Aaaahsh!

¡Se había expuesto a que aquellos rufianes la engancharan a la barra y la pegaran! ¡Sus mentes no estaban bien, de ninguna de las maneras, pero ella se dejo atar y…! ¡Asombroso, inaudito! Ellos azotaban a la mujer dócilmente, sin excederse, dejando caer las varas sobre el cuerpo femenino con fuerza pero con pesar a la vez. ¡No comprendía! ¿O sí lo comprendía ya? A Marta le gustaba dominar, llevar el asunto a su terreno cuando de clientes se trataba y, una vez vencida la voluntad del otro, ella se convertía, a su vez, en una sumisa totalmente entregada a los caprichos del macho que la iba a follar de un momento a otro. Sin embargo, Marta, conmigo se comportaba como sumisa, aún más, una esclava dedicada solamente a mis caprichos a partir de aquella vez que la dejé sin conocimiento en la barra donde esta en ese momento. Entonteces, si yo la castigara con alguna frecuencia ella… A más castigo le proporcionara mas dócil se hacía y… ¡Dios! ¿Sería verdad todo esto?

Sentí jadeos múltiples. Pensando en todo aquello había pasado como veinte minutos y volví a mirar. Marta estaba en medio de los dos, con la pierna derecha muy levantada y sujetada por su mano del mismo lado. Estaba apoyada en el codo izquierdo mientras uno de los gemelos la sodomizaba y el otro la cogía por la vulva, ambos acariciándola por todas partes, besándola, queriéndola como algo venerado ¡Dios, lo que veía no se podía creer! Sin embargo, Marta había conseguido domar a los psicópatas y que comieran de su mano. Sinceramente ¡Qué buena profesional demostraba ser esta mujer que me había tocado en suerte!

Fin de la segunda parte