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Las tardes de Elena (2)

en Sexo con maduros

Las tardes de Elena

Segunda parte

El hotel

Cenaron en el comedor del Astoria y hablaron y rieron con ganas. Elena se sentía a gusto con aquel hombre, lo admiraba por la forma de hablar, con la desenvoltura tan varonil que poseía y poco a poco se dejo llevar por el hechizo de Anastasio. Fue ella la que le pidió ir a bailar a la discoteca del mismo hotel.

Si encantada quedó el oírlo hablar, extasiada de los conocimientos que poseía de los temas que trataron, la paz y la tranquilidad que se respiraba con él, el tenerlo entre sus brazos y notar que se derretía de pasión. El hombre poseía un control asombroso de su cuerpo y de sí mismo y esta observación la dejó aún más admirada. Durante los cuatro años que llevaba entregándose a los hombres de esa edad nunca encontró a uno que se le igualara

Elena dejó el chal sobre el sillón y Anastasio se disponía a preparar dos vasos de güisquis sacados del mueble bar de la habitación. Todavía sentía las manos de él apretándole los nacientes de las nalgas, buscando el principio de su pecho izquierdo, dejando pasar su barba hirsuta por su mejilla y rozando más que besando sus mejillas cuando bailaban. Entre sus brazos se sentía feliz, segura y le gustaba ser enlazada sin la pasión infantil de los otros, y ese deseo desenfrenado de algunos hombres faltos de la experiencia debida. Era ella la que se plegaba a sus aspiraciones, le gustaba hacerlo todo, deseaba amarlo y sentirlo. Él se dejaba amar, querer y apenas si ponía el frenesí necesario para llegar a un orgasmo rápido.

No, éste ejemplar de hombre era diferente: tranquilo, ecuánime, muy experimentado y, sin embargo, de naturaleza bravía. Permitía que fuera ella la que iniciara el contacto. La joven se acercó despacio, contoneando las caderas deliciosas bajo el traje blanco y ajustado, puso sus manos sobre los hombros masculinos y recorrió con la ancha espalda de Anastasio. Dejó sentir sus pechos blandos un poco más abajo de los omóplatos y besó suavemente la nuca, entre el cuello de la camisa y el naciente del cabello. Abrió la boca y mordió aquella zona hasta trincar fuertemente un trozo de piel. Su mano derecha fue bajando por la espalda lentamente pasando por la cintura y llegando a la base de la chaqueta del esmoquin, adentrándola y volviéndola a subir hasta abarcar con toda ella abierta el glúteo derecho, duro todavía sin contraerse para dar esa impresión. Apretó con fuerza y la mantuvo ahí un rato, amasando la nalga, luego, con la lentitud que había imprimido para llegar al culo masculino fue deslizándola hacia delante y llegó a la bragueta del pantalón.

El pene se encontraba en tensión y, al recibo de la mano femenina, fue cuando se enderezó hasta casi quedar en horizontal. Elena siguió abarcando ahora todo el falo por encima del pantalón y con los dedos de la mano fue recorriendo el contorno redondo y bajando hacia los escrotos que casi no los pudo notar duros y engrandecidos por lo tenso del pantalón.

Anastasio se giró y quedó a dos centímetro de su cara y le ofreció el vaso con la bebida. Elena lo tomó sin prisa, su mano seguía auscultando el sexo de hombre que iba de más a más, entonces, Anastasio giró el rostro y lo pegó al suyo en el mismo momento que fundía su boca con la de la muchacha que se abría a la demanda del beso y quedaba atónita por la brusquedad como él se introdujo en ella reptando, saliendo al encuentro de su lengua. Los brazos tersos de la joven se anudaron al cuello masculino dejándolos rectos y manteniendo la bebida que le había dado mientras sentía como su boca era poseía en violenta disputa entre sus lenguas.

Anastasio estaba ahora ardiendo. El simpático rostro de la chica muy cerca del suyo hizo que él no pudiera contenerse y la enlazó por la cintura al tiempo que la seguía besando con fuerza y bajaba la cremallera del ajustado traje.

Elena siente la férrea mano de él sobre sus cabellos tirando de ellos hacia atrás y su cara queda totalmente expuesta, frente a la de él. Anastasio besa y moja las mejillas tersas, la nariz, los ojos uno a uno húmedos por la emoción. Sus labios resbalan por la frente despejada ensalivándola y sus cabellos seguían siendo maltratados, estirados al máximo queriendo intimidarla, le dolía las raíces pero no le importaba porque también sentía la otra mano estrujarle el pecho derecho brutalmente sobre la tela del traje que iba cayendo lentamente, ora estirándolo, ora presionando el pezón, jugando con él en todas las direcciones y más tarde amasando la teta sin piedad hasta obligarla a tomar aire y ponerle los ojos vueltos hacia atrás. La cara masculina tenía un rictus fiero y feo en ese momento que le causó miedo. Nunca, ninguno de los hombres mayores la habían tratado así, normalmente solían ser tiernos siendo ella la fiera de entre los dos, ahora… ahora estaba siendo sometida, empujada hacia abajo, le arrastraba la cara por todo el torso por encima de la camisa, el estómago de él y dejándola frente por frente a la bragueta de su pantalón.

-¡Sácala, zorra, y mama de ella como buena puta que eres! –Anastasio estira más del pelo y estampa varias veces su cara contra la polla que alteraba tremendamente la forma correcta del pantalón

Elena quería protestar ante el insulto y la violencia, deseaba desprenderse de la mano fuerte que atenazaba su cabello y cruzar la cara al hijo de puta que la trataba como si fuera una basura.

Sube sus manos con rapidez, busca la cremallera y tira del cierre hacia abajo

-"¿Quién se ha creído este mierda gilipollas que soy yo? –Alterada, frenética

Mete la derecha por dentro de la prenda y se apodera de un nabo duro, muy duro y grueso

-"¡Va a saber este John Wayne de novelas baratas del oeste como me las gasto yo!"

Busca la pletina del calzoncillo, la encuentra y tira de ella hacia abajo con ímpetus, mostrando ansiedad sin darse cuenta.

-"¡Dios mío, menuda tranca que tiene este cincuentón!" –Sus ojos crecieron como platos grandes mirando la polla de Anastasio que no era larga pero destacaba en su anchura- "Yo que siempre he sido la fuerte, la que ha manejado el cotarro como he querido y le pongo el punto final…"

Elena acaricia embobada el prepucio que iba tomando proporciones mayores ahora que estaba libre. Sin darse cuenta comenzó a rozar sus labios por el contorno del glande y bajar poco a poco por el cilindro hasta la bolsa hinchada de los escrotos bastante cubierta de vellos enredados entre negro y blancos. Sus labios se abrían lo suficiente para dar albergue a la mitad de la bolsa hinchada e introducirla en su boca cerrándola, acariciando, amasando con la lengua aquel escroto voluminoso del amante

Ahora había cambiado de posición y seguía degustando la bolsa seminal. Sacó el escroto mojado de jugos salivares y llevó la mano que lo acariciaba a su boca sacando, con coquetería, vellos púbico y enseñándolos. Su lengua se arrastró a través del pene ya embravecido hasta llegar al glande nuevamente. Escupió y con la punta de su lengua comenzó a esparcir la saliva por los lados, como ansiosa de lo que tenía entre sus fauces, la introdujo de un empujón hasta donde su garganta se lo permitía apretando el falo entre la lengua y el cielo del paladar, moviendo el rostro para sacar todo el sabor de la polla que le sabía a maravilla.

Elevó los ojos y comprobó que el rostro de él estaba impávido, serio, observando la manera como ella estaba sacando partido a la felación.

-"¡Impresionante! ¡Qué forma de dominar sus emociones tiene este hombre!" –Pensaba mientras se tragaba el pene una y otra vez con deleite, conociendo su sabor, acelerando el coito bucal y acariciando los escrotos como nunca lo había hecho.

Anastasio la apartó de un empellón dejándola sentada en el suelo, se puso en pie y bajó los pantalones hasta los tobillos con la misma brusquedad. Sin miramiento alguno la tomo nuevamente por los pelos y la alzó con gran fuerza lanzándola sobre la cama boca abajo y con rapidez tiró del traje. Elena no llevaba bragas ni sujetador y quedó desnuda total. Abrió las piernas de la joven y, con la misma brusquedad acercó el pene brillante a las nalgas femeninas y la insertó en una vagina mojada, destilando y viva, siguiendo siempre la tónica de la violencia.

Elena estaba tan atónita de lo que le estaba ocurriendo que se dejó hacer muda de auténtico asombro, con ganas de relevarse, de gritar, de levantarse y darle un buen puñetazo a la bestia que la trataba de aquel modo pero estaba poseída por un pene duro, ancho y extraordinariamente diestro que dominaba todo su ser sin permitirle moverse de donde estaba, solo mirar hacia atrás alucinada y babeante.

Las manos de Anastasio le recorrían la espalda y se apoderaba de sus nalgas con brutalidad a la vez que descargaba azotes fuertes muy seguidos en ellas. La muchacha estaba en éxtasis, poseída, desquiciada por la fortaleza sexual de él y a la vez hipnotizada y embrujada por el dominio que estaba ejerciendo sobre su persona y, cerrando los ojos dejó que terminara a su manera, ella –pensó- ya diría la última palabra al encuentro tan truculento.

Fueron como tres a cinco minutos donde se encontró transportada al séptimo cielo y percibiendo la gruesa polla del hombre en toda su cavidad vaginal, cubriéndola, sacándole los orgasmos casi seguidos. Las manos férreas apretaban sus nalgas y las escarnecía a golpes con la palma de la mano abierta. Y seguía hacia su espalda, en los costados, por debajo de sus axilas y sobre los nacientes de los pechos. Elena reconocía que estaba gozando como nunca y que los azotes bien dados la estaban haciendo sentir una forma diferente de gozar un polvo. No se daba cuenta que emitía gruñidos y bufidos de inmenso placer a la vez que trincaba la ropa de la cama y la atraía hacia si mordiéndola, deshilachándola, pidiendo más y más con la voz entrecortada por los estremecimientos de pasión. Aquel pene se comportaba bestialmente en su interior, sabía que le estaba haciendo daño, seguía sin importarle, se encontraba totalmente encharcada y los ojos vueltos al revés mientras se decía si perdía el conocimiento de tanto placer no tendría tiempo de sentirlo vaciarse en ella.

Anastasio no podía más. La zorra que tenía debajo era una potranca liberal que estaba gozando sin que él le diera permiso. Hacía años que una mujer no se corría junto a él, estaba acostumbrado a gozar en solitario sin importarle la ramera que tenía follando. Las mujeres eran objetos de placer para el hombre y no para ellas mismas, lo decía la Biblia, y la perra ésta había que enseñarla a ser obediente y sumisa cuando estuviera con hombre como él. Pensaba todo esto sin perder la inmensa sensación de gozo que le daba la hembra. Los movimientos pélvicos de él comenzaron a acelerarse mucho más hasta que sintió en su interior como corría el esperma por los conductos de los escrotos y del pene y su semen salía a raudales. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y gritaba despectivamente ¡¡Puta, putaaa, putaaaaa!! Mientras amartillaba su polla salvajemente la entrada vaginal de la mujer que se retorcía también de puro placer bajo las incesantes palmadas y apretones salvajes.

Fueron segundos que parecieron minutos, horas o siglos. Anastasio creyó que se vaciaba por dentro y cayó rendido sobre la espalda femenina que se convulsionaba como una posesa y la cabeza de ella se movía bruscamente de atrás hacia delante con gran velocidad y peligro de romperle la boca si lo alcanzaba. Poco a poco, los dos cuerpos, uno encima del otro, fueron calmándose y relajándose hasta sentirse solamente los jadeos estrepitosos de un orgasmo común y formidable.

Elena fue recuperándose lentamente a la vez que todavía sentía el pene soberbio del amante dentro de ella perdiendo lentamente su intensidad. Percibía dolor en la entrada de la vagina. Cerró los ojos y mordió el labio inferior. Hacía recuento de los varios años que llevaba tirándose a hombres mayores y no halló en su base de datos mental otro que se pareciera a éste y sin darse cuenta sonrió sintiéndose feliz, satisfecha y deseó, por un momento tan solo, que volviera otra vez a martirizarla como lo había hecho antes.

La joven fue, poco a poco, deslizándose de debajo del cuerpo de Anastasio cuando aquel hermoso pene quedó fuera y tocando a la entrada de su vagina. Se puso en pie y miró hacia donde esta él. Lo vio boca abajo, con los ojos cerrados, respirando hondo y la boca abierta. Miró la vulva y vio como salía de ella un hilo de sangre empezando a correr por los muslos. Tomó su cartera con cuidado y sacó la pequeña máquina digital. Buscó en el espejo grande del ropero un ángulo adecuado y que le mostrara su figura desnuda y la de él tumbado en la cama, prestó atención al visor y dio dos clics que no se oyó. Comprobó que el hombre seguía en la misma posición, guardó la cámara rápidamente, tomó el traje y se dirigió al baño. Al rato salía tal como había entrado con él, pasó a su lado y saludó con un movimiento de cabeza tan solo. Anastasio la vio marchar y la siguió con la vista hasta la puerta sin prestarle más atención. Elena la abrió y desapareció por ella como hacía desde hacía cuatro años.

La invitación

Elena revisaba unos documentos que tenía que entregar al abogado de inmediato. Eran uno de los tantos escritos que no decían nada a su simple lectura pero que contenían mensajes codificados comprometedores con personalidades de las finanzas y políticas que solo ella y altos ejecutivos conocían. La tarde se presentaba tranquila y sin inconvenientes. No se dio cuenta del hombre que se situaba detrás de ella.

-¡Hola! –La voz de barítono sonó a su espalda y se volvió- Muy ocupada ¿eh? ¿Te parece bien salir después del trabajo? Podemos ir a cenar e ir a bailar, luego, lo que tu quieras.

-¿Qué haces aquí? –No lo esperaba y queda sorprendida- Mira, hombre, muy rara vez suelo salir dos veces seguida con la misma persona, ha tenido que gustarme mucho para repetir, no creo que sea tu caso después de lo de ayer, de manera que no te molestes –Hizo un paréntesis mientras ponía un documento tapando al otro y siguió- Pero si me fuera contigo ¿Me vas a tratar como a un trapo sucio de la forma que lo hiciste? –Dijo Elena como todo saludo, cerrando las capetas que contenían a los documentos.

-No lo sé, Elena, es un modo de ser, mi propia naturaleza y a ti parece ser que no te desagradó del todo ¿O no es cierto?

Elena lo miró largamente y no contesto. Se volvió hacia lo que tenía entre mano y siguió leyéndolos y cotejándolos. Anastasio tomó una silla colocándola al revés, se sentó a un extremo de la mesa, apoyó el tórax y los brazos en el respaldo y esperó a que la muchacha se dignara terminar y mirarlo.

-Si, me gustó en un momento dado porque se salio de lo rutinario, tengo que reconocerlo –Contestó Elena sin mirarlo, cotejando documentos- Ahora bien, quiero que sepas que no soy una masoquista ni me agrada esas aptitudes. Si me llevas a cenar y luego a follar, será eso, follar: de cuatro patas, haciendo el monje; de tornillo, inclusive haciendo la doma, si lo quieres, ya que tanto te gusta someter a la mujer o dándome por el culo que también me gusta, pero no voy a permitir salvajadas con mi cuerpo para satisfacción tuya.

Anastasio sonrió de medio lado y agachando un poco el rostro miró a la joven rozando la vista con las bases de las cejas. Se notaba en él que contenía cierto sentimiento de furor hacia la joven.

La paciencia de bueno y la cara de apenado que puso en todo momento la hizo reír cada vez que lo miraba y esto le dio resultado al Delegado. Salieron una hora después, cuando Elena quiso y lo dejó todo ordenado y muy bien guardados en una mediana caja de alta seguridad e inífuga. Fueron a cenar a un buen restaurante y, de ahí, a una disco de moda muy cercana.

Anastasio la tomaba entre sus brazos y la apretaba contra sí. Rozaba el cuello femenino con los labios, mordía el lóbulo de la oreja y besaba la boca de la mujer con pasión, pero una vez más la muchacha observó con asombro cómo él no daba señales de estar alterado, de sentirlo entre las piernas por lo estrujada que la tenía. La capacidad de dominio sobre sí mismo que demostraba siempre la puso enervada y su mente calenturienta se propuso sacarlo de sus casillas antes de marchar del local y casi lo consiguió si Anastasio, mucho mayor que ella y conocedor de la naturaleza femenina, no se hubiera dado cuenta desde el primer momento y tomando a la joven por la mano se la llevó con él hacia la mesa que habían ocupado.

… … …

-"Es un experto manejando a mujeres" -Se dijo Elena volviendo el rostro hacia él.

Anastasio la tenía penetrada por detrás mientras la mantenía por la cintura, los dos de pie, ella hacia ángulo con las piernas un poco arqueadas y con sus manos apoyada en el suelo. La posición hacía que la vagina quedara algo estrecha y el ancho pene del hombre le diera auténtico placer rozando totalmente las paredes encharcadas. El ángulo no le estrechaba la vagina pero tampoco la ensanchaba y sentir la voluminosa polla la ponía fuera de su control. El roce completo del glandes por las paredes de su intimidad hacía que respirara por la boca con dificultad por las sensaciones fuertes que él le producía ¡Otra vez volvía por sus fueros y la obligaba a posturas que nunca conoció! No dejaba de reconocer que eran muy agradables sus enseñanzas. Se encontraba relajada, no sentía cansancio y la penetración en aquella postura nueva le producía auténtico escalofríos placer.

Habían llegado hacía algo más de una hora. Nada más entrar y cerrar la puerta él la empujó contra la pared y le puso el antebrazo en el cuello apretándoselo, sin brutalidad pero mostrando dominio. Elena quedó sorprendida por un momento y su temperamento de mujer liberal se revolvió y quiso defenderse revolviéndose, usando sus manos. No pudo, Anastasio la inmovilizó contra la pared, aplastó su boca en la de ella y mordía el labio inferior haciendo que la joven se quejara. Ella vio la ocasión de cobrárselas, sonrió maliciosamente al tiempo que abría sus labios esperándolo, Anastasio no sabía lo que le esperaba ¡ni loco hubiera metido la lengua en su oquedad jugosa de haberlo adivinado! así que lo esperó tranquilamente jugando con el momento, le iba a proporcionar el mordisco de su vida, se cobraría las salvajadas que mostraba con ella todas las veces y la que le estaba proporcionando ahora, le mostraría, de una vez por toda, quien era ella y que con Elena Puig no se jugaba.

Pero la mano masculina, ávida de su cuerpo, se había metido debajo de la falda y fue directamente a su vulva desnuda de bragas como tenía por costumbre y, justo cuanto Anastasio metía la lengua buscando la suya, los duros dedos se filtraban en la unión de los labios, masturbaba el himen metiendo un dedo en él y luego subía lentamente haciendo fricciones hasta apoderarse frenéticamente del clítoris apretándolo, masajeándolo, adorándolo.

Elena quiso comenzar a dejar sentir sus perfectos y bien formados dientes sobre el órgano bucal cuando un calambre de excitación profunda la inundó hasta la raíz del cabello. El clítoris estaba totalmente pellizcado y redondeado por los dedos de él. Lo trabajaba con suavidad para luego imprimir velocidad, estirarlo y amasarlo. Elena encogió la pierna derecha en busca de protección pero no lo consiguió. El deseo de morderlo se esfumó de su mente y se dejó llevar por las caricias que ahora se extendía hacia el centro buscando más placeres entre los labios menores e introduciéndole en la entrada vaginal, esta vez con tres enormes dedos gruesos.

Anastasio hurgó en el interior y rozaba los sensibles tabiques ahora enfebrecidos por el contacto. Durante un rato manipuló a la muchacha hasta sentirla gemir y contraerse. Entonces, separándose de la boca femenina encharcada de sus salivas, aprovechando el momento, se arrodilló y ordenó

-¡Quítate la falda, puta! ¡Voy a probar tu coño de zorra haber como sabe!

Y Elena desabrochó el botón metálico y la cremallera, ésta cayó rápidamente al suelo quedando despojada totalmente de sus ropas. Las manos férreas de él tenían atenazados los pechos mientras se agachaba despacio pasando la lengua por su piel desnuda del ombligo para abajo y se sintió toda estremecida cuando llegó al nacimiento de la vulva dando un pequeño alarido. La boca de Anastasio comenzaba a lamerle el interior de sus labios hinchados ya mojados, a mordisquearlo, a chupar y besar su sexo que se abría ligeramente con el paso de la nariz masculina cuando las fuertes manos soltaron las mamas y se apoderaron de estos labios separándolos con cierto furor. Que recordara muy pocos hombres habían gozado de su sexo y los que lo hicieron le suplicaron llegar hasta él. Anastasio no, Anastasio se apoderaba de su persona y ella era incapaz, después de prometérselas felices, de negarle nada de lo que él quisiera hacerla. No sabía que poder oculto tenía ese macho pero estaba comprobando que era así y se rindió a la evidencia.

La lengua ladina la recorría de abajo hacia arriba y mamaba de su clítoris haciendo ruido como si fuera un pezón. Elena dio un gran brinco cuando sintió los dientes de él tocándolo y pasándolo desde adelante hacia adentro. Horrorizada quiso quitarle la cabeza empujándola con las manos pero un soberbio y doloroso manotazo en la nalga derecha la hizo desistir con un grito agudo. La joven se dio cuenta que no quería morderla tan solo que lo sintiera y lo apreció con un gran orgasmo que le vino a pesar del terror que sintió.

-"¡Dios mío, tengo que acabar con este hombre o me convertirá en una puta sumisa totalmente dependiente de sus juegos!

Elena tenía algo más que la punta de la lengua del hombre hundida en su himen, redondeando la entrada, saboreándola, haciéndola sentir extremadamente caliente y nuevamente se corrió sin poderlo evitar.

Ahora la tenía penetrada hasta los mismos escrotos, dejándose sentir todo su poder de hombre ducho. Sentía aquel pollón grueso entrando y saliendo mil veces por minuto rozándola cada vez el clítoris y llevándola a sentir tanto placer que las piernas se le aflojaban y la hubiera llevado al suelo si las manos potentes de él no la tuvieran sujeta. Al ritmo del coito, ella sentía, de vez en cuando, azotes en sus nalgas y, de pronto, parándose las nalgadas, sintió como su esfínter era inundado por dos dedos queriéndolo ensanchar y dio un pequeño grito de dolor.

-¡No, por tu madre, no! ¡Hace tiempo que no lo practico!

-¡Calla, puta zorra! ¡Soy yo el que mando y el que gozo, tú a servirme, perra!

Los dedos siguieron entrando con cierta dificultad. Anastasio comprobó que ella no era virgen en el sexo anal pero era más cierto que no lo practicaba con regularidad y estaba cerrada. No le importó, la quería insertar y era lo único que tenía importancia en esa relación. La vagina rezumaba jugos por fuera cada vez la sacaba y la volvía a meter hasta el fondo. Mojaba los dedos por los residuos y los pasaba hasta el ano lo lubrificándolo constantemente.

De pronto, en pleno orgasmo de la muchacha Anastasio la sacó y la pasó rozando el perineo hasta llegar al esfínter que estaba alterado por los dedos apuntalando y tomando fuertemente a Elena por el principio de las caderas la insertó violentamente sin sentimiento alguno.

Elena enderezó medio cuerpo violentamente como si fuera un gran resorte y dio un tremendo grito al tiempo que quiso zafarse de él a toda costa. No pudo y el dolor fue tan fuerte que creyó que el ano se agrietaba por todo su perímetro para dar paso groseramente al ancho pene que fue introduciéndose lentamente y venciendo el cartílago rígido y anilloso del interior hasta que éste dejó expedito el pene que se alojó totalmente en él.

-¡Por favor, Anastasio, por los clavos de Cristo, para! –Era un dolor tan agudo que le llegaba a través de la columna hasta que se filtraba en el cerebro dejando un fuerte dolor en él.

Pero luego fue disminuyendo a medida que la polla vencía la resistencia y ésta permitía su presencia. El placer fue apoderándose de la mujer poco a poco. La mano derecha de Anastasio recorría la vulva en su totalidad frotando el himen, los labios menores y estimulando el clítoris una y otra vez sin descanso. La otra mano estrujaba los pechos uno a uno y acribillaba los pezones con pellizcos que los ponían duros como auténticas piedras y Elena orgasmaba a pesar del gran dolor que no había cesado en aquella zona pero que era parte de su gran excitación y por el que ella deseó que no acabara nunca.

Poco después, Anastasio contrajo su cuerpo hasta ponerlo rígido y el coito fue más violento. Elena supo que la corrida era inminente como así fue y lo sintió muy caliente recorrer el interior del colon grueso e inundarla como si se estuviera orinando en sus entrañas. Con esta sensación nueva volvió a sentir otro orgasmo de los varios que tuvo durante el interminable coito quedando vencida, desmadejada.

Ambos se mantuvieron a duras penas de pie y cuando él fue cediendo en su ímpetu ella se retiraba dejando sentir gustosamente aquel grueso falo salir de su esfínter lentamente hasta desaparecer de su cuerpo, entonces se dejó caer.

Sintió una fuerte punzada anal cuando sus nalgas tocaron el suelo y se encogió toda en posición fetal. Miró los ojos del hombre que estaban inyectados en sangre y percibió en él un rictus de desprecio hacia ella que la dejó con mal cuerpo. En ese instante pensó que era el momento de acabar la relación que se estaban prolongando mucho.

-¡Eres un gran hijo de puta, Anastasio! ¿Lo sabías? –Era una autodefensa por las brutalidades del amante pero se sentía muy feliz.

Sin embargo, Elena y Anastasio siguieron viéndose en las tardes siguientes. Quien sabía de todos los encuentros era Maribel que angustiada la vigilaba de cerca presintiendo una gran desgracia para su amiga del alma.

La preocupación de Maribel

Julio Núñez esperaba a Maribel fumando sin apresurarse un cigarrillo a las puertas del Holding. Le gustó la chica tan pronto la conoció y se encontraba muy bien con ella. Se habían hecho novios seis meses atrás y tres meses después decidieron convivir juntos. Alquilaron un piso porque ambos no tenían suficiente dinero para comparar uno y ahí estaban felices, gozando del amor y el bien hacer de cada uno. La vio bajar las escaleras corriendo y trotando, una vez abajo, hasta la puerta de salida. Venía con cara de preocupada y él sabía a qué se debía ello.

-¿Otra vez Elena? ¡Déjala, mujer, ya es adulta y hace lo que le viene en gana! –La tomaba por los hombros y la atraía hacia sí.

-Es que es una gran chica, Julio, pero está enferma de la cabeza. Ahora se ha liado con un Delegado guapetón que está casado y me da que es un cabrón de armas tomar ¡Y mira que cuando yo huelo algo…! –Se tocaba la varicilla varias veces.

-O enferma sexual o del coño, como dirías tú en ese lenguaje coloquial que tienes tan gracioso –Ríe y palmea los hombros de su novia- ¿Comemos algo en esa cafetería?

-Si, si, ríete de mí si quieres pero Elena no merece destrozarse como lo está haciendo. No se, no se… yo creo, Julio, que tiene el complejo de estar enamorada de su padre. Éste es un capullo con su hija que nunca le ha hecho caso y se ha encontrado desamparada por él toda la vida.

-El concepto "complejo" no es un término científico sino más bien popular. Lo creó Carl G. Jung, allá por 1948, en su obra "Simbología del espíritu" y no sirve nada más que para dar nombres mitológicos e históricos a ciertos males a nivel de calle. Cierto, pueden ser muchos complejos, por ejemplo, de inferioridad: Elena, de muy niña siempre vio a su padre tratando asuntos importantes que lo apartaba de ella y no supo como alcanzarlo. También puede ser de culpabilidad, ha podido creer que su padre no se ha acercado a ella por algún daño que le hizo sin quererlo la niña o sin saberlo; complejo de Aristóteles: ella se venga de su padre acostándose con todos los hombres que tengan la misma edad que él. Es una especie de autodestrucción a la obra paterna a través de ella misma, según Alfred Adler –Aquí, Julio se carcajeó- Pero hay un adagio antiguo que dice siempre "El iniciado mata siempre al iniciador" ¡Coño, Maribel, mira que si tu amiga se carga a su padre!

-"Sin embargo, me hablas de que Elena puede estar enamorada de su padre. No, no lo creo. El complejo de Electra o Agripina no se da a través de esa actitud. Este complejo es más sublime, es la defensa a ultranza de la persona de su padre o el hijo y aquí, tu amiga hace todo lo contrario. Yo me inclino, Maribel, que Elena tiene el complejo de Empedocles, o sea, esta chica está yendo hacia su propia destrucción por una serie de circunstancia que están en su mente y que habría que analizarla muy a fondo porque estoy seguro que no son complejos, como dices tú, es mucho más grave o también puede ser un desinterés total de ese hombre hacia la hija que no lo puede soportar la chica. Yo me inclinaría, a voz de pronto, por celos patológicos o trastorno bipolar. Pero bueno, ella no reúne esas características."

-"Esto, mi vida, no es más que una charla de cafetería que no lleva a conclusión alguna."

-¿Entonces, cómo la podría ayudar? –Maribel tomó la mano de su novio y la apretó.

-No puedes porque ella no se va a dejar y porque en el mejor de los casos no hay que tratar esa conducta. Que se está destruyendo solita es cierto pero a nivel físico, puede contraer enfermedades innecesarias o llevarla a cometer actos contra su persona. El proceder que tiene está muy arraigado en su mente y lleva años obrando así, lo que dije antes, celos patológicos ¿La madre de ella sabe su comportamiento? ¿Ha actuado? ¿No? Esa señora sí podría hacer mucho. Háblale haber que te dice. De todas formas aconseja a tu amiga que vaya a un psicólogo o a un psiquiatra. Es la mejor de las maneras.

-No sé, no sé… -Y Maribel quedaba pensativa, con la mano de Julián todavía cogida. El hombre le tomó el rostro con gran cariño y comprobó la bondad de la mujercita que tenía delante.

¡Tempestad!

Anastasio se citó una tarde más con Elena en la cafetería Astoria. Había estado en Lavapies aquella mañana en una librería dedicada al mundo del Sado y el Bdsm y compró fotos, dibujos y revistas sobre el tema. La mostró y, mientras ella las miraba con cierto asombro y repugnancia, Anastasio hablaba sobre las excelencias de la disciplina del sado y el bondage sobre todo: la introducción a la doma, las sesiones Amos/Dominas/sumisos y el sometimiento a la vara, el respeto. Oírlo era escuchar una apología de los encantos y la sublimación del placer a través del dolor físico. La joven no lo dejó terminar porque estaba en contra de todo y rechazó de un manotazo todo lo que le entregó se. Se puso en pie con brusquedad.

-Anastasio, tenemos que terminar ¿Entiendes? Sé perfectamente que cada vez que estoy contigo me dominas y haces de mí lo que quiere sin que yo lo pueda evitar. No me gusta tu forma de amar a las mujeres y he decidido cortar desde hoy mismo ¡Ahora ya! Lo he pasado muy bien y has sido el mejor amante que he tenido, te lo juro, pero todo acaba y lo nuestro ha llegado hasta aquí mismo.

Estás enfermo, para ti,… eee… amar a una mujer es practicar la violencia, como bien dices, gozar de ella a través de su dolor no del tuyo que es un goce y esto lo llamo yo trastorno sexual. Eres emocionalmente excitante y le transmites esos sentimientos a ella, o sea, a mí, que soy tu última conquista. Esa perversión que practicas expresa actos reales y traza una relación paralela en la que ejerces el sadismo y el masoquismo a través de las parafilias: tus perversiones y transguedes mi libertad a través de los golpes y malos tratos. Yo creo, Anastasio, que lo que te pasa es que estás neurótico y debes buscar ayuda o pensar más a menudo que la mujer que follas también tiene derecho a ser un ser activo en la misma proporción que lo exiges, Anastasio. Siempre dices que solo tú puedes gozar y te calientas que yo también quiera gozar y sentir. Por eso deseo terminar esta relación.

-Bien, Elena, de acuerdo ¿Quieres acabar? ¡Muy bien, acabaremos! Pero gocemos esta tarde una vez más y luego, como buenos, amigos nos despedimos ¿Hace?

Elena dudó un instante, se sentó otra vez, acodó los brazos en la mesa, apoyó la barbilla en los dorsos de sus manos y miró hacia el lado derecho. Durante un rato no muy largo estuvo callada, seria, pensando la respuesta a dar. Giró el rostro hacia él y clavó sus melados ojos en los de Anastasio.

-No sé si hago bien o estoy perjudicándome si accedo ahora, pero sí, de acuerdo, Anastasio, un polvo nada más y ponemos fin a esta relación

Llegaban nuevamente al hotel y, recorriendo el pasillo que les llevaba a la habitación, Anastasio, detrás de la joven, a un palmo de distancia, iba desabrochándose el cinturón y nada más entrar la tira al suelo, saca el cinto de las asillas del pantalón con rapidez y flagela el cuerpo de Elena con golpes adecuados.

Son cintazos dentro de un control, ordenados y muy técnicos, cada sacudida de la mano que mantiene la correa va a puntos determinados: las nalgas, la espalda, los muslos. No toca los riñones, el hígado ni los costados solo los glúteos uno a uno, los omóplatos y, girándola, procurando no ser cogido por la mujer que se defiende como una gata panza arriba, en la vulva y en los pechos sin tocar el estómago, la cara y los brazos. Quería demostrarle que la flagelación que estaba realizando en ella era el legítimo sometimiento de la hembra al varón, lo máximo de lo máximo, la humillación necesaria para que al final de la doma Elena Puig se sometiera totalmente a él cayendo de rodillas y besando su mano mostrando su acatamiento.

Elena logra levantarse y se enfrenta a Anastasio. Sobre el tocador hay un juego de bloc, bolígrafo y un abrecartas para uso de los clientes, ella, con gran presteza, se apodera de la pequeña arma blanca, está enloquecida por los intensos dolores del fustigamiento, levanta la mano y con la rabia que la domina no acierta a clavarlo en el pecho sino que roza el brazo rasgándole la camisa y la piel superficialmente. Éste pierde el control de sí mismo al ver fracasado sus perspectivas, tira el cinto lejos y se lía a trompazos limpios con la muchacha que no hace más que cubrirse la cara torpemente. El puño cerrado le alcanza la mejilla, el ojo derecho, la nariz y uno de ellos, seguramente el más fuerte y mejor dirigido, llega a su mentón y la tumba al suelo dejándola casi sin conocimiento.

Él está desquiciado, no podía comprender que una mujer doblegada se revelara de aquella manera a un Amo como él, estaba acostumbrado que las sumisas tocaran su mano con los labios para que las sometieran y las humillaran pidiendo más castigo por haber nacido perras. Tan ciego estaba en penar la ofensa que se había agachado y seguía maltratando con la mano, unas veces abierta otras cerrada, impunemente a la mujer que tanto placer le había dado los días anteriores. No se daba cuenta que estaba desmayada y no podía responderle y siguió hasta dejarla totalmente maltrecha. Para un momento por el cansancio y la ve sangrando copiosamente y es cuando toma conciencia de lo que estaba sucediendo, entonces, dando un grito de horror y mirando al techo se levanta de un brinco, toma la correa y la vuelve a poner en el pantalón, ahora con mucha tranquilidad, rasga un trozo de sábana y la utiliza como venda para su brazo mirando, entretanto, de reojo y con asombro a la chica inconsciente que está tirada en el suelo. Hace un gesto de estremecimiento y entorna los párpados como de arrepentimiento, sacudiéndose las manos y queriéndose quitar algo de ellas y sale de la habitación precipitadamente como un cobarde abandonando así, para siempre, a Elena.