miprimita.com

La Princesa y el Guardaespaldas

en Hetero: General

LA PRINCESA Y EL GUARDAESPALDAS

Primera parte

I

Un matrimonio real

La heredera del trono de Lenstthers, Estephanye, abrió la puerta de la suite del Hotel Ritz y entró seguida de su marido en un profundo silencio. Estaba cansada, aburrida, hastiada y deseosa de un poco de libertad. Como era su costumbre, tan pronto tenía intimidad se quitaba los zapatos y los colocaba ordenadamente cerca del armario que contenía los vestuarios de ella y su esposo. Caminaba por el parquet descalza, moviendo los dedos de los pies graciosamente, como si en ese momento fuera una clon circense.

Avanzó hacia el gran ventanal que daba a la Plaza de la Lealtad, frente a Paseo del Prado. Madrid se encontraba, como de costumbre, bullicioso, luminoso, alterado por el ir y venir rápido de los coches, los pitidos y el ruido de sus motores, la gente, por el contrario, paseaban solos, en parejas, grupos pero tranquilamente, con indiferencia, sin las preocupaciones de estado a las que ella se veía obligada diariamente ¡Cuánto daría ella por salir por la puerta del hotel y perderse entre la gente, oír sus conversaciones, percibir los olores de ciudad contaminada, dejarse arrastrar hacia una discoteca y bailar música moderna a todo ritmo, moviendo el cuerpo y su culo que tan bien lo hacía ante el espejo cuando no la veía nadie y, menos, su consorte. Sonrió tristemente

Giró la cabeza hacia el lado izquierdo, sin moverse de su sitio, buscando a Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns, descendiente del rey francés Luis Felipe I de Orleáns. Lo conoció siendo un play boy en la estación de esquís Balmberg, en Suiza. Fue un flechazo a primera vista. Ella joven, bonita, prisionera de sus obligaciones para con el Estado como heredera y él un libertino simpático, amigos de todos los saraos de la Riviera mediterránea, parlanchín, mentiroso la mas de las veces, vago, con fortuna y adorable. Tuvo problemas con su padre, el príncipe reinante Federico IV y con su madre, la princesa Margueritte, pero al final accedieron y permitieron, previa aprobación casi unánime del candidato por el Parlamento (algo tuvo que haber habido por debajo de varias mesas) y la boda entre ambos se celebró a bombo y platillo.

Él le llevaba unos diez años pero no fue obstáculo porque cayó fulminada en sus brazos y se amaron, en la casa que poseía el duque en Ginebra, junto al lago del mismo nombre y justo frente a la afluencia del río Ródano. Su gran inexperiencia la llevó a un matrimonio que hizo aguas desde el principio y llevaban casados veinte y dos meses. No logró concebir un hijo a pesar de que ponían todo de su parte. Ella se sometió a tratamientos de fertilidad en varios estados europeos: Italia, Francia, España, Inglaterra y en los Estados Unidos. Todos los informes ginecológicos eran fieles reflejos de los otros -Es usted, princesa, una mujer fértil, sana, llena de vida- Siempre hacían la misma pregunta -¿El príncipe consorte se sometería al mismo examen?- Pierre, por el contrario, no lo permitió nunca, lo sacaban de quicio cada vez que era requerido para examinarse junto con su esposa en el país que estuvieran. Alegaba ser Grande de la nobleza francesa y de la europea, consorte de la heredera del trono del pequeño ducado centro europeo Lenstthers. La esterilidad por parte de él era evidente y los engaños extramatrimoniales constantes. El pueblo de Lenstthers lo sabía, lo habían visto en grandes fiestas con señoritas colgadas de sus brazos, fiestas duras donde las prostitutas de lujos acudían, saraos, espectáculos de pornografía… Y la princesa sufría calladamente las humillaciones de la Prensa del Corazón a nivel mundial cuando de ellos trataba. Sin ir más lejos, esa misma noche, Pierre le fue infiel con una despampanante española, morena, de grandes pechos, educada y llena de blasones. Esa mujer había sido la acompañante permanente en la estación de esquís Balmberg cuando se conocieron. Ahora, volvían a verse y él desapareció con la noble hispana por más de dos horas mientras ella se encontraba sola, representando a su país y con la prensa presente en aquel acto.

-¡Dios mío! –Dijo más con el pensamiento que con la voz- Debí haber hecho caso a mis padres y a los consejeros cuando me lo advirtieron. Ahora ya no hay remedio y tendré que apechugar con este ganso y vago play boy que no sirve más que para lucir su bonito palmito y tirarse todo lo que tenga falda.

Quería ser madre ya, estaba en los veinticinco años y pronto sería la gobernante de su país. Hacía tres meses que le venía rondando por su cabecita la idea de serlo, con o sin su marido. En ese momento que se encontraba frente a la ventana del hotel, su cuerpo de mujer joven y fértil estaba sin concebir, sin estrenar maternidad. Volvió sobre sus pasos hacia la ancha cama y, por el camino iba desabrochando la larga cremallera de del traje largo de satén dorado. Dejó al descubierto una hermosa espalda de piel brillante, tersa y nueva. Pierre Luis se fijó en aquella real hembra que era su mujer. Tenía que reconocer su prestancia, su hermosura, una auténtica y guapa prusiana de origen germano, alta, rubia, derecha, un buen tipo y un cuerpo echo para ser amado todos los días, pero él no podía conformarse toda la vida con una sola mujer, era latino, fogoso y las mujeres lo dominaban y no podía rechazarlas por mucho que mirara a su esposa -¡Es la naturaleza del Mediterráneo!- solía decir orgullosamente

Se dirigió hacia ella por detrás y la ayudó a desnudarse. Estephanye quedó en un auténtico mini tanga de seda y encaje semitransparente que dejaba sus hermosas y redondas caderas desnudas, macizas y deseables. Casi sin rozarla, Luis colocó sus manos en los omóplatos y siguió lentamente, muy lentamente hacia abajo, rozando sus dedos aquella piel suave como el terciopelo. Las paró en las caderas y las perfiló por los costados sin apretar, las pasó por la base de los glúteos y subió lentamente por la unión de ellos. Flanqueó una mano hacia su estómago y jugó con el ombligo que tanto le atrajo tiempo atrás, la otra se mantenía fija en el cóccix, apretando por momentos con gran maestría. Cuando bajó despacio la mano y metió el dedo meñique por entre la pletina de encaje del tanga cediendo hacia el pubis y tocó el principio del vello, Estefanía lo detuvo tranquilamente quitándole la mano, separándose con suavidad, girando sobre sí misma y quedando frente a su marido.

-Eres increíble, Pierre, tienes redaños para todas, eres capaz de atender a dos mujeres a la vez y quedarte con ganas de más. Pero no conmigo, Pierre Luis, no conmigo. Te vi con la morena que plantaste cuando nos conocimos en Suiza, desapareciste por un par de horas y me quedé sola en los actos oficiales ¿Era más importante tirártela que representar a nuestro país? ¿No podía esperar la señora un rato más, luego os ibais a un hotel o a su casa para calentarte la polla? Mal, Luis, mal por tu parte. El trabajo de estado no es ir por ahí con la bragueta abierta y tirarte a todas las fulanas que se pongan a tiro. Es un trabajo serio y obliga a realizar funciones de imagen y de representación, querido ¿No lo sabías? ¿No te acuerdas de las lecciones de protocolo que tomaste antes de casarnos? Esta noche quiero dormir sola. La habitación de al lado te irá bien, podrás descansar de esas dos horas de amor. Por favor, déjame ¡Buenas noche!

Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns se quedó fijo mirando a la princesa. Ella era tan alta como él y los ojos se encontraron frente a frente. No le gustó lo que le dijo pero era mejor no discutir con ella, altiva, dominante, terca, prusiana en una palabra. La quiso ofender pero nunca supo si lo consiguió.

-Querida esposa, los latinos somos así, fogosos, apasionados, activos en todo momento, temperamentales, es… la calidez del Mediterráneo, su buena temperatura –Y gesticulaba al estilo de un lord inglés- que hace que nuestra sangre hierva de forma constante. Vosotros, centroeuropeos, bellos, soberbios, altos, fríos, muy fríos, nada fogosos, educación estricta, cuadrados en vuestro proceder, serios y distantes entre vuestro propio grupo, sois… ¿consecuentes? ¿Digo bien? Los latinos y germanos, querida mía, distamos mucho, nacemos muy… machos y a la vista está –Dijo esto último perfilando su figura con su mano derecha

-Claro, a la vista está, pero no has logrado preñarme en estos veintidós meses de casados ni una sola vez ¡Buenas noches Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns! –Se giró de espalda y esperó que él se marchara.

-Buenas noches, princesa Estephanye de Lenstthers. Vuestro vasallo consorte os saluda al más estricto estilo prusiano-lenttersien –Retrocedió tres pasos atrás, dio un sonoro taconazo, quedando firme, muy erguido, luego, giró en redondo y marchó marcialmente hacia la otra habitación. En la forma de caminar se notaba ira, rabia, despecho y el pequeño portazo lo confirmó.

Estephanye cerró fuertemente los ojos, los puños y trincó los dientes. No se regocijó de lo que le dijo y tampoco le gustó que hiciera mofa del comportamiento educado, disciplinado y protocolario de su gente y menos un… un… picha floja como ese. No respondió y se mantuvo recta, de espalda a él, mirando al frente. Quedó quieta durante más de cinco minutos. Entonces, dando un salto hacia atrás corrió hacia el armario, lo abrió, buscó y eligió unos Lloyd’s y una camisa del mismo tejido azul y los vistió. Los pantalones estaban ajustados, divinos, como le gustaba lucir y la camisa, de mangas largas, abierta tres botones, dejando entrever el canal de unos pechos más bien grandes, libres de ataduras, rectos y picudos. Como complemento unas gafas graduadas de cristales algo ahumados. El largo pelo rubio lo enredó sobre su cabeza, se encasquetó una gorrita negra de visera larga. Calzó unas botas de media caña negras de tacones medianos, se contempló en el espejo y vio con una figura perfecta y estilizada. Estaba contenta de tener un tipo de mujer moderna y atractiva. Solo contaba con veinticinco años.

II

La princesa Estephanye de Lenstthers

Abrió con cuidado la puerta que daba a la habitación de su marido, observó y lo vio tendido en el lecho boca arriba, desnudo, sólo con unos slips, fuerte, bien formado. Se llevó los dedos de la mano derecha a la boca y le lanzó un beso silencioso, maternal. Cerró y salio de la alcoba real. Comprobó que los guardias de seguridad no estuvieran visibles y, cerrando la puerta caminó de puntillas, pegada a la pared y hasta las escaleras. Oía las voces de ellos y una televisión encendida de fondo retransmitiendo un partido de fútbol. Con la rapidez de un felino se deslizó escaleras abajo llegó a Recepción y, con naturalidad, con la cabeza algo baja, evitando ser reconocida entre la gente que entraba y salía, caminó normalmente y se dirigió a la puerta de salida del hotel

-¡Buenas noches, Alteza! ¿Vamos a alguna parte ahora?

Un hombre alto, fornido, bien plantado, rubio, de treinta y tantos años y elegantemente vestido de calle le cerró el paso interponiéndose lentamente entre ella y la puerta de la libertad. Estephanye lo miró sorprendida, no sabía quien le interrumpía el paso de aquella forma tan formal. Era un compatriota, estaba segura, su alemán perfecto y el acento lenttersien lo denunciaba.

-¿Quién es usted, señor?

-Teniente coronel Helbert VonNow, jefe de Seguridad, aquí, en España, de Su Alteza Serenísima.

¿Cómo era posible que la descubrieran si ella, al salir de sus habitaciones, los guardaespaldas estaban viendo la televisión? El hombre la observaba directamente, serio, distante pero en su rostro se reflejaba un atisbo de socarronería ¡La estaba leyendo el pensamiento!

-Hablaré seriamente con mis hombres, alteza ¡Ya lo creo!, ahora ¿Iba su alteza a alguna parte?

-Al jardín… -Se maldijo por haber dado una respuesta infantil, sin base alguna. Aquel hombre la impresionó, la dominó tan solo con su presencia.

-¡Ah, bien! Pero, alteza, la salida al jardín están por aquel otro lado, a su espalda ¿Me permite?

El jefe de seguridad le señaló sin moverse de su sitio el nuevo camino. En ese momento, a Estephanye le salió la soberbia del privilegiado, levantando la cabeza lo miró furibunda, altanera, con superioridad

-¡Le ordeno que se quite de en medio, teniente coronel! ¡Voy a salir a tomar un poco el fresco, le guste o no a usted! Soy la princesa de Lenstthers ¡Quítese de en medio!

VonNow miró al frente fijamente, por arriba de ella, quieto como una estatua, estático, inflexible, sin perder su flema. A la princesa le dieron ganas de darle una fuerte patada en las espinillas, dejarlo cojo, verlo caer al suelo dolorido, lloroso y decirle -¡Qué te jodan, tío!- y salir corriendo hacia la calle.

-Me parece bien, señora, que quiera dar un paseo. La acompañaré

-No quiero que venga conmigo, ¡hombre! Conozco bien Madrid, he vivido y estudiado aquí y no me perderé ¡Gracias!

Abrió la puerta y la dejó salir primero y detrás él. La princesa era una mujer voluntariosa creída del poder que le confería su status social de heredera y la posición en el mundo de la nobleza, de las finanzas, la política y la diplomacia. Se acercó tanto al guardaespaldas que sus cuerpos se rozaron, él miraba siempre al frente, tranquilo y con las manos atrás. Con la mano levantada a la altura de su cara espetó.

-¡Quiero ir sola, caballero, sola! ¿Entiende usted eso? Como su princesa real que soy le ordeno me deje en paz y vuelva ahí adentro ¡Enséñele a sus hombres a saber custodiar a la familia real! ¡Dejan mucho que desear! ¡Empiece por ahí y desde ya!

-Me encargaré de eso cuando volvamos, alteza, no le quepa duda alguna. Cuando quiera seguimos

-"Mi gozo en un pozo" –Se dijo inmente y con desolación

Sabía que no podía hacer nada. Aquél no era un guardaespaldas cualquiera, tenía una categoría militar que le había permitido llegar hasta el puesto que ocupaba. Rabiosa, con los puños cerrados, orgullosa, Estephanye comenzó a caminar deprisa, con pasos seguros. El la seguía a dos metros de distancia

A los veinte minutos la muchacha notó que estaba siendo observada. Sentía el peso de una mirada en su espalda que la acariciaba toda y se sintió fuerte, femenina, deseada y eso le gustó. El teniente coronel la estaba contemplando a placer por encontrarse detrás. Estephanye, con un movimiento rápido, sin dejar de andar, giró sobre sí misma, caminando de espalda y quedó frente a VonNow que, en eso momento tenía la vista puesta en sus caderas. Al verse sorprendido desvió la vista hacia el bonito rostro de ella y no la apartó. No había echo signo alguno de asombro al ser descubierto ¡Tenía clase, temple y valor aquel hombre! Pensó que, si el hombre la seguía mirando de esa forma, iba a aprobar con agrado la terquedad de seguirla a corta distancia ¿Y si lo provocaba más?

Tres semanas llevaba confeccionando una lista en su mente en busca de un padre para su hijo ya que Pierre no se lo daba o no podía. Ningún varón de su entorno social fue aceptado. Quería dar una alegría a sus padres que, calladamente, le reprochaba la decisión de ella de contraer matrimonio con el pay boy francés. Nunca sabrían la verdad y el regocijo de un futuro heredero desviaría toda duda sobre su matrimonio y, por algún tiempo, la dejarían en paz. Lenstthers se congraciaría con su princesa y su maternidad le mantendría ocupada su mente en otros deberes más relevantes. La elección había de ser meditada, estudiada y sin fallo. No podía volver a equivocarse y si tenía que emplear los recursos de que era poseedora los utilizaría sin escrúpulos. Ya no importaba que fuera noble, burgués o ciudadano de a pie. Buscaba un hombre joven, íntegro, inteligente y lenttersien. Posiblemente lo tuviera delante.

Se paró y esperó que el jefe de seguridad estuviera a su altura. Helbert VonNow seguía impertérrito. La princesa tomó su brazo y se enganchó a él. Parecían una preciosa pareja de extranjeros paseando amorosamente. Estephanye le incrustó sus rectos pechos en el antebrazo hasta sentir cómo el hombre se estremecía al contacto femenino.

-Teniente coronel ¿Le gustaría ir a un Púb tranquilo donde poder tomar algo y bailar música lenta? ¿Bailaría conmigo si se lo pido?

-La discoteca del hotel está abierta, señora ¿No le gusta esa?

-Ahí hay muchas personas que me conocen y lo que ando buscando es tranquilidad, perderme entre la gente y sentirme una más ¡Complázcame, señor jefe de seguridad!

Hablaba con tono mimoso, acariciando la manga del abrigo de VonNow y sacó una sonrisa del pétreo rostro de su acompañante. Lo miró a hurtadillas y lo vio guapo, valiente y muy hombre. Le gustó y pensó que sí, que éste podría ser el candidato a su proyecto. Ya buscaría la forma de saber del policía todo lo que le interesara, tenía y contaba con recursos suficientes para su proyecto.

-¿Dónde, alteza?

-¿Conoce el pub Corona de Madrid? El año pasado estuve una vez más aquí y lo visité. Tiene una pista de baile acogedora, no muy grande, luces tenues y su ambiente es muy agradable. Allí se habla en voz baja y es la música la reina del pub. Le gustará Helvert.

El corazón de VonNow dio un vuelco al sentirse llamado por su nombre de pila por la princesa. Cuando la custodiaba la veía como una real mujer nórdica: hermosa, elegante y joven pero nunca paró en más detalle, era de la realeza y estaba lejos para él. Cuando vio que quería escapar y la detuvo, el acercamiento a su persona, el olor a perfume personal, agradable y sentir el calor del cuerpo femenino lo enervó y, cuando se pegó a él totalmente al querer desprenderse de su presencia lo turbó aún más. Ahora la tenía pegada a su brazo izquierdo, sintiendo el potencial de su feminidad, invitándolo a bailar, a tenerla enlazada entre sus brazos, a tomas alguna copa hablando casi pegados el uno con el otro. Nunca pensó que fuera elegido por el azar para acompañar a la princesa heredera de su país en su periplo por España y que ella lo tomara como compañero de un momento de relax. No sabía si se encontraba contento, si era feliz por semejante suerte o lo lamentaría el resto de su vida. Se dejó llevar y, después de diez minutos de caminata lenta, unidos por los brazos de ella, entraron el en establecimiento.

No estaba vacío pero las personas que había no cubrían más de la mitad de las mesas. Estephanye se dirigió hacia una de ellas al final del salón, apartado de la pista de de la curiosidad de la gente. Una camarera se acercó a ellos y pidieron, ella una ginebra con tónica y él un coñac. VonNow sentía muy cerca el perfume de su princesa, la tibieza de su temperatura y su voz siguiendo los compases de la música que estaba sonando. La señorita les trajo las bebidas y, después del primer sorbo, la joven le dijo.

-Sáqueme a bailar y tómeme como si fuera su pareja. No tema, es la mejor manera de pasar desapercibidos. Yo me cubriré apoyando mi cara en su hombro ¿No se anima?

Salieron a la pista y, Estephanye, sin ninguna cortedad, se plegó a Helvert de tal manera que no tuvo más remedio que abrazarla. En principio al hombre le costó rodearla con sus brazos por la cintura pero nuevamente fue ella la que lo obligó a rodearla. Bailaron juntos, pegados, sintiéndose el uno del otro. Cuando el policía la tuvo enlazada su cuerpo vibraba de emoción. Sus brazos abrazaban la cintura y la espalda femenina. La princesa estaba ceñida a su cuello y su bonita cabeza rubia con aquella gorrita y sus gafas descansaban confiadamente en él. No bailaron una sola pieza sino dos, tres, cuatro… A medida que una melodía se cambiaba por la otra ambos se pegaban más y más.

Helvert se encontró apretando contra sí a la muchacha, subiendo y bajando sus manos de la cintura hasta principio de las caderas, luego la espalda buscando la presencia del sujetador que no existía, el cuello… A cada paso que daba, se encontraba sumamente excitado y su pene, sin poderlo remediar, fue apareciendo y tomando contacto con el cuerpo de ella. Azorado quiso separarse algo pero la princesa no lo dejó. Con gran asombro notó cómo ésta se ponía de puntillas sobre sus botas negras y metía aquel pene erecto en el nacimiento de sus piernas y se apoyaba en éste obligando, de esa forma, que el hombre la tuviera siempre abrazada y la mujer sintiendo el potencial durísimo de su masculinidad. VonNow sintió terror al comprobar que sus manos, sin poderlas contener, apretaban los laterales de los pechos desnudos o bajaban y la tomaba por las redondas caderas y la oprimía tanto que la quería fundir en él. La princesa rozaba la oreja derecha con sus labios repetidas veces y mordía el óvulo, dejaba sentir su respiración en ella y la parte independiente del cuello, pasaba los labios cerrados, suaves, tiernos por la piel sudorosa que dejaba libre el cuello de la camisa y por el calor de los dos cuerpos unidos, las luces y la pasión que nacían de los dos.

La música parecía que estaba preparada para ellos y Estephanye lo agradeció en el alma. Sintió como su guardaespaldas despertaba sexualmente al contacto con ella y dejó que su temperatura subiera aun más. Cuando percibió que el pene de él iba a quedar fuera de su control, se apoderó dejándolo entre sus piernas y clavándolo justo en sus labios vaginales ¡Cómo disfrutó ese momento! Sentía crecer aquel miembro y le parecía que la iba a traspasar y luego, dentro de ella, a levantarla del suelo. Las manos masculinas recorrían su pecho, su cintura, las caderas y ella, evitando estremecerse en sus fuertes brazos, le acariciaba el óvulo, la oreja y luego bajaba hasta el cuello en busca de la piel que la encontró mojada. El sudor masculino olía a limpio, a colonia de baño y estuvo tentada de besarlo, de morderlo de volverlo loco. No tuvo necesidad de ir más lejos. Estephanye notó que él se paraba, se tensaba, la levantaba del suelo por la cintura y, volviendo su rostro para saber el por qué, vio que Helvert tenía la boca fuertemente apretada, los ojos echo una ralla, el rostro algo hacia atrás, rojo, crispado y sudando copiosamente. El pene quería salir del pantalón y meterse en el suyo para penetrarla y los gemidos apagados, casi imperceptibles del hombre indicaban que estaba teniendo una eyaculación feroz. Entonces, sí, entonces besó el cuello, la oreja, la mejilla masculina y rozó los labios del hombre sin besarlos mientras permitía que él terminara aquel orgasmo y la depositara en tierra firme.

La dejó caer tan suavemente en el suelo que la princesa casi no se dio cuenta hasta sentirlo bajo sus pies. Disimilando aquella corrida ella lo obligó a seguir bailando y, cuando la pieza terminó estaba más calmado y se separó, lo tomó de la mano y tomaron la dirección de la mesa, juntos, casi pegados, en un total silencio.

Cuando se sentaron, la joven percibió el olor fuerte del semen recién eyaculado en la ropa. La cara del pobre hombre ante aquel accidente en la pista era toda una tesis de comportamiento humano para un sexólogo. Estephanye tomó su vaso y vertió un poco más de tónica apoyando su brazo izquierdo sobre la mesa. Bebió el líquido sorbo a sorbo, escuchando la música que sonaba con los ojos cerrados y moviendo la cabeza al compás de la música o mirando la pista y a las pocas parejas en ella, a la gente charlando en coloquios amorosos o animadamente en las mesas y recreándose en el ambiente íntimo que ofrecía la tenue luz de local. Qué bien se encontraba y ¡el tufito a macho que destilaba Helvert la volvía loca! En ningún momento quiso hablar ni pedir explicaciones de aquel hecho dejando que se apaciguara, que tomara su coñac con tranquilidad. No había que explicar nada, ella lo quiso así, lo provocó y de esa forma ocurrió. Aquello era un paso gigante para sus planes y los próximos a realizar. La elección estaba tomada y era, precisamente, su jefe de seguridad personal.

Helbert VonNow bebía su copa en un estado eufórico, de perplejidad absoluta. No podía dar crédito a lo que había pasado. Hacía memoria de lo pasos dados desde que salieron del hotel hasta aquel pub. Todo correcto. Vino la invitación y ahí se presentó lo inédito ¡La heredera del trono de su país en sus brazos y él…! Otro sorbo del fuerte líquido. La vista perdida y la memoria trabajando ¡Cómo se atrevió a abrazarla de aquella forma! ¿Ella lo había inducido a tal fin? No ¡Qué va! El contacto de una mujer joven de veinticinco años, cuerpo bien formado, piel suave y la flaqueza de no poderse contener teniéndola tan pegada y entregada. Otro sorbo más grande de coñac que le raspó la garganta. La observó de reojos y la encontró sonriente, mirando al frente, escuchando la música y casi moviéndose rítmicamente al compás de la melodía. Tenía que pedirle disculpas, excusarse ante ella de su inicuo proceder, poner el cargo y el grado militar a su disposición ¡Dios! ¿A qué olía el ambiente? Otro sorbo más y estaba acabando rápidamente con aquella enorme copa de coñac ¿Por qué se terminaba tan pronto? Tenía que abordar el tema, analizar los hechos y rendirse ante la evidencia. Miró nuevamente a su pareja y…

-Helvert –Dijo ella sin mirarlo- ¿Es usted casado?

-No, alteza, mis ocupaciones castrenses y luego el destino como adjunto militar en la Embajada no me ha permitido pensar en otra cosa. Absorbe mucho y…

-¿Tiene casa o vive en la Embajada?

-¡No, señora! Como funcionario de alto cargo gozo del privilegio de una casa que costea nuestra Embajada.

-¿Quiere seguir bailando o, por el contrario, me invita a conocer su casa? Ahora, esta noche. Soy una mujer libre y quiero vivir, divertirme, gozar y me gusta su compañía.

Le hubieran dicho en ese mismo momento, en el más correcto alemán que la princesa Estephanye de Lenstthers lo conminaba a invitarla a su casa y no lo hubiera entendido si no viniera de ella misma.

-Señora, yo…

-¿Sí o no? –Altiva, distante, pero acariciando su oído izquierdo con sus labios y el aliento mientras le preguntaba

-Si, alteza, pero yo…

-Gracias, Helvert. Pague la consumición y nos vamos paseando ¿Está lejos de aquí?

-No, alteza, cerca de aquí, en el Paseo de la Infanta Isabel

El aire de la calle relajó el nerviosismo de VonNow. Estaban justo entre Paseo del Prado y la calle Claudio Moyano. La princesa nuevamente se colgó de su brazo, pegó mucho su cuerpo al de él, la cabecita la apoyó en su hombro y juntos caminaron en silencio, paseando despacio, sorteando pasos de peatones, cruzando la ancha avenida de Ciudad de Barcelona y llegando, por fin, después de media hora al domicilio del teniente coronel. Amplio, bien decorado e iluminado, limpio y ventilado. Estephanye estiró los brazos en cruz, dio un gran suspiro, miró a su alrededor, se quitó la gorra, las gafas y las tiró en el gran sofá que se encontraba a su izquierda. Su cabellera larga y rubia ondeó en el aire cuando ella hacia varios giros sobre sí misma.

-¡Dios santo, qué bien se está aquí! ¡Qué acogedor! Por favor, pase las cortinas y deje a media luz la sala. No quiero que me vean y reconozcan. Seguro que estaremos mejor así.

-¿Desea tomar algo, alteza? –Preguntó él mientras pasaba las cortinas y dejaba tan solo una lámpara de pie encendida y reflejada hacia el techo dando un aspecto grato y entrañable a la habitación- Lo que estaba bebiendo, güisqui, coñac…

-Nada, Helvert, nada –Respondió quedamente, casi sin palabra.

III

El Guardaespaldas

VonNow se volvió para atenderla cuando la vio casi pegada a él. Lo miraba hacia arriba, con aquellos ojos grandes, azules, tenuemente maquillados, con profundidad. Había desabrochado hasta el ombligo la camisa vaquera y los senos se veían, poco más o menos al completo. Piel brillante, sonrosada, latiendo su diafragma a un ritmo acelerado, mostrando los deseos palpables de mujer ardiente

VonNow dudó un instante y ella actuó poniéndole los brazos al cuello, ladeando el rostro y besando la boca masculina con suavidad, dejando percibir los labios carnosos y rojos que se abrían a medida que el hombre los entreabrían también. Un beso profundo, restregándose en los de él, buscando el frenesí, encontrándose las lenguas a mitad de camino y ella dejando que él poseyera la oquedad de su boca y la dominara, en profundidad, húmedo hasta la saciedad, largo e interminable.

El policía la estrechaba entre sus brazos fuertemente y levantaba la camisa por la parte de atrás. Metía la mano y acariciaba la espalda y la cintura de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, pasando la ancha mano a través del vaquero y por medio de las nalgas, apretándola y empujándola hacia arriba e introduciendo más y más la mano dentro del pantalón hasta encontrar el final de los labios vaginales que se dejaban acariciar libremente cuando ella, levantó la pierna e interpretando su petición la juntó al costado del cuerpo, a la altura de la cintura del hombre. Sin dejar sus labios ni sus lenguas, Estephanye también buscaba el placer estrujando con fuerza los glúteos de su compañero, pasando por delante y percibiendo la grandeza de su sexo. No supieron nunca cuanto tiempo estuvieron así, gozándose, palpándose, comiéndose las bocas mil veces y compartiendo los flujos salivares. VonNow separó su cuerpo algo del de ella, la tomó por los muslos y la levantó en brazos como si nada. Lentamente caminó en dirección a la alcoba. La princesa no se apartaba de su boca y ahora la mordía, la mojaba con la lengua, restregaba la suya sintiendo las cerdillas de la barba y el bigote, estremeciéndose con el dolor que le producía el vello fuerte y picudo, absorbiendo el aliento a través de los prolongados besos incansables. Le encantó que la tomara en brazos, como si fuera de su propiedad, y se la llevara al dormitorio como la hembra del macho dominante

Helvert la depositó despacio en la ancha cama, a todo lo largo del lado izquierdo, se sentó y se apartó de las caricias bucales. La miró detenidamente y apartó un mechón del cabello femenino, pasó el dorso de la mano izquierda por la mejilla, boca y ella desesperada besó, lamió e introdujo en su boca los dedos de la mano acariciadora. Pasó a la barbilla, cuello y los dedos bajaron por el canal del pecho. Ayudándose de la derecha terminó de abrir la camisa de la princesa y unas mamas más que medianas, anchas, jóvenes, palpitantes por la emoción se presentaron ante sus ojos. Los pezones y las areolas rosados oscuros y medianos estaban erizados y aquellas areolas en puros relieves, pezones crecidos apuntando peligrosamente hacia su cara. Rozó más que acarició el pecho izquierdo y la mujer levantó su espalda en un movimiento reflejo de excitación. Apretó sin prisa y dejó correr los dedos hacia el pezón y lo encontró duro, estremeciéndose al contacto. Se agachó y lo colocó entre sus labios y apretó mientras que, con la otra mano, estrujaba cálidamente el derecho y el dedo pulgar estimulaba el otro pezón igualmente electrizado. Pasaba la lengua por aquel botón y luego succionaba. La muchacha gemía de forma casi grotesca, cogiendo la cabeza del amante y aplastándola contar su seno.

A Estephanye le daba la sensación que los pechos se les iban a romper en mil pedazos, era tanta la ansiedad, las sensaciones encontradas, aquella electricidad en los pezones. Las dureces de sus mamas le empezaron a doler al contacto de las manos y boca masculina en ellos, pero no quería por nada del mundo que parara, aunque le costara que estallaran como globos de fiestas. Besaba el cabello de la cabeza de él mientras la apretaba con fuerza contra sus senos. Sintió que mordía el pezón sin hacer daño y la hizo gemir más fuerte, percibió que los dientes de él jugaban con su botón haciéndolo pasar como sierra y la princesa gritó desaforadamente. Los ojos le salían de las órbitas por la pasión, su cara estaba frenética y su sexo empezó a aletear de tal forma que una oleada de éxtasis le vino y las caderas se levantaron vertiginosamente hacia el techo mientras la cabeza de ella volteaba de un lado al otro sin parar. El orgasmo lo sintió bestial, no paraba de emanar y la vulva se estaba convertida en un lodazal de jugos femenino. Dejó caer las caderas de plano cuando el orgasmo acabó, ladeo la cabeza a la derecha con la boca abierta, respirando fuertemente mientras su guardaespaldas seguía ocupándose por completo de los pechos. No tuvo miramientos y continuaba con su castigo.

-¡Para, para, por el amor de Dios! ¡Para y desnúdame toda! luego mátame con esta pasión que despiertas en mí. Si no me quitas el pantalón regresaré al hotel desnuda del estómago para abajo porque éste se va a mojar todo si continúo así.

La cara de VonNow era tomada por las bonitas manos de la joven que, desesperada, con los ojos grandes, desbordados lo miraba suplicante.

Dejó de acariciar sus pechos y la contempló, desde su altura, tendida en la cama, recta. Se sentó y pasó el dorso de su mano derecha por la cara, cuello, hombros, pechos, estómago hasta llegar a la pletina del pantalón. Desabrochó el botón metálico y, antes de bajarlo la pasó por la estrechez de la pieza donde se veían bien marcados los labios vaginales y los tocó una y otra y otra vez más, sin apretarlos, sólo rozándolos, sintiéndolos para terminar paseando toda la mano por entre ellos. Sí, se percató que la tela de la prenda estaba mojándose con los jugos. Con aquella tranquilidad, Helvert lo bajó con ambas manos ayudado por la princesa que levantó las caderas. El olor fuerte de los flujos de ella impregnó el lugar que ocupaban y el tanga, mojado en su totalidad, apareció transparente dejando ver una vulva de labios normales e hinchados por el éxtasis y un pequeño monte de vellos rubios como el cabello y que cubría el bajo vientre, algo de las ingles y parte de aquellos calientes labios.

Helvert, con la mano izquierda abierta se apoderó de lleno de los labios, percibiendo el calor del líquido que aun permanecía, apretando y soltando con emoción una y otra vez, mojando sus manos y dándose cuenta de lo pegajoso y natural de aquel orgasmo de mujer. Con aquellos dedos también tocó el vello púbico y lo peinó a través del triangulito de la prenda de color rosa. Con la misma intensidad, VonNow, con ayuda de la otra mano metió los dedos corazones entre la pletina y los bajó hasta las rodilla y vio, por primera vez y al natural, la magnificencia femenina en todo su esplendor.

Siempre con el dorso pasó por los muslos, alternándolos, hasta llegas al sexo y se apoderó de él y presionó hasta que ella hizo un movimiento de levantamiento con la pierna izquierda en señal de dolor o de mucho placer. Metió tres dedos por entre el pliegue formado por los labios y acarició la antesala de una vagina totalmente mojada, redondeando el himen. Los introdujo y notó las paredes llenas de cartílagos y percibiendo la dulzura aterciopelada de éstas, el clítoris engrandecido, hinchado, desafiante y oscilante. Estephanye se estremeció y gimió cuando Helvert lo tocó con su dedo grueso y lo redondeó varias veces. La muchacha temblaba y movía algo las caderas y mucho los hombros y la cabeza que volteaba de un lado a otro sin parar y con los ojos abiertos como platos y mordiéndose los labios. Ahora su cuerpo estaba todo desnudo y nuevos flujos afloraban a la estimulación constante que el hombre estaba haciendo a su vulva creciendo nuevamente a la incitación recibida.

-Helvert, ambos nos encontramos sucios, nos hemos ido en nosotros mismos. Quiero bañarme contigo, hacer el amor debajo del agua y todo lo que quieras, pero deseo llegar limpia a ti ¡Por favor!

VonNow asintió con la cabeza y, siempre en su silencio habitual, se levantó y comenzó a desvestirse. Cuando terminó, la mujer no podía dar crédito a lo que veía. Un hombre totalmente velludo por todo el frente de su tronco, piernas y brazos. Fuerte, atlético y se veía el paso de un gimnasio por él. Brazos desarrollados capaces de levantar a otro hombre sin el menor esfuerzo por arriba de su cabeza. Miró el sexo masculino y lo vio muy crecido, grueso y mirando en diagonal hacia el techo. Le gustó lo que veía y sintió una tremenda excitación de ser poseída por un oso humano de los bosques de su tierra natal Baviera. Cuando el hombre, ya desnudo, la tomó en sus brazos se convenció de la fuerza física. La levantó sin esfuerzo y percibió que todo aquel vello corporal era fino, suave, como sedoso y besó el hombro donde apoyó su brazo derecho al cogerse del cuello. La tenía cogida sin apretarla, como si llevara un objeto valioso y frágil. Lo miró y él, volviendo el rostro hacia ella, la besó todo el rato que tardó en llegar al baño.

Era un baño acogedor, limpio, bien decorado en color salmón luminoso con azulejos de brillo tenue y piezas de un salmón más pálido. Una mampara cubría la tina de tamaño grande. La depositó dentro y se reunió con la princesa cerrando la puerta tras él.

Abrió la llave y reguló el agua que salió a temperatura ambiente. Un chorro fuerte salió por encima de ellos y los bañó por igual. Estephanye se acercó, lo abrazó y juntó sus labios con los de su guardián. VonNow la tomó entre sus brazos y sintió como los pechos femeninos se aplastaban contra los suyos. Recorrió la espalda y bajó hacia los glúteos que los apretó con frenesí. Estephanye hizo lo mismo que en pub, se empinó y consiguió meter el pene entre sus piernas y lo apretó allí. El agua seguía corriendo por sus cuerpos y VonNow la arrimó contra la pared, arqueó la espalda hacia atrás, tomó su pene con la mano derecha y lo enfiló hacia la vagina. Frotó la cabeza en busca del himen y lo inundó con su prepucio. La joven levantó la pierna derecha en ángulo recto y la abrió para permitir mejor el paso del pene y el hombre la penetró con fuerza, despacio y de una vez.

Ella sintió cómo el pene invadía su vagina y la cubría toda, el avance lento pero imparable. Las manos masculinas estrujando sus nalgas, introduciéndose entre ellas y buscando el ano que fue masturbado con los dedos de la mano derecha. Mientras VonNow bombeaba cada vez más rápidamente su sexo. Percibió en el esfínter la intromisión de aquellos dedos que querían introducirse y lo conseguía también. No estaba preparada para lo que se pretendía de ella pero no lo dijo y sintió que un nuevo mundo se abría ante los ojos, que otros estilos de placer podía existir que no conocía, que su cuerpo tenía recursos desconocidos y que VonNow exploraba haciéndola desquiciar a medida que avanzaba en darle goce. Se sintió lujuriosa, prostituida, llena de unos deseos morbosos que nunca imaginó pudiera sentir. Inmente comparó a Helvert con Pierre. Aquel tenía un estilo más elegante, metódico, tradicional y lleno de gratas sensaciones. Éste era dinámico, expresivo, apasionado, indolente si se quiere pero vivo y, sobre todo, lleno de vitalidad y de conocimientos de la mujer que su marido nunca supo o no quiso demostrarle

Estephanye creyó que iba a desmayarse de pasión cuando comprobó que varios dedos lograban llegar hasta el final del interior de sus entrañas. El pene rozaba la entrada de la matriz y su cuerpo se inundaba de deseos irrefrenables, iban a explotar de inmediato. Llegó a pensar que si él pretendía meter toda la mano en su ano lo iba a lograr pero que no parara, que la destrozara de placer y que llegara hasta el final. Notaba la tirantez dolorosa de la masiva abertura del ojete virgen y como los dedos lo redondeaban de izquierda a derecha y se separaban en su interior obligando a una mayor abertura. Era un dolor intenso y mezclado con la pasión, el desenfreno, el deseo de que la llenara toda por ambas partes y el saberse deseada hasta ese extremo tan grande y desconocido. Su hermoso cuerpo se estremeció dando paso al máximo clímax de una mujer: el orgasmo. Fue grande, estremecedor y la sensación de perder el conocimiento mientras se corría fue palpable porque las piernas perdieron la fuerza de sostén. No cayó porque VonNow la mantenía por los glúteos donde los dedos estaban ocupados con su ano. Se oyó gritando, jadeando y moviéndose con desesperación y algo caliente, diferente al agua que les caía encima, corría por entre sus muslos. Helvert no se hizo esperar mucho más y, como un minuto después, la invadió con su semen y tuvo la sensación que su vagina era un horno y que su matriz se abría para dar cabida a los jugos que la invadían.

VonNow castigaba fieramente con su pelvis la cadera de la princesa en el momento que sintió que le venía. La tuvo que sujetar porque las piernas femeninas flaquearon pero no sacó los dedos de la mano derecha del esfínter de la princesa, tan solo paró y, cuando se corría los introducía más y más hasta que el éxtasis de su pasión mermó y le permitió controlar la situación. Los mantuvo introducidos, sostuvo a la muchacha y él se apoyó sobre el pecho maravilloso y acolchado para recuperar las fuerzas que le abandonaban también al escurrirse dentro de ella. Estuvieron así un buen rato, sintiéndose y percibiendo sus esfuerzos, recuperándose y volviendo a los intensos besos nuevamente.

Helvert VonNow, más fuerte, más hecho a la lucha de toda clase fue el primero en retirarse. Sacó los dedos del esfínter ya dilatado y, tomando las manos femeninas las subió por encima de la cabeza de ella y las pegó a los mosaicos del baño. Pasó la vista desde el bonito y mojado rostro de su princesa hasta la punta de los dedos de los pies de ella. Con la mano libre tomó la vulva mojada con agua, semen y orgasmo, frotó sobre ella y fue subiendo por el estómago, pechos hasta llegar a la boca de Estephanye. Con la palma de la mano impregnada de los jugos la restregó por los labios de la joven. Sintió la lengua femenina pasar ansiosa por los dedos y la palma, lamerla toda con sus grandes ojos cerrados, su pecho alterado, expuesta con su desnudez a las nuevas caricias mojadas y pringosas de los jugos que él la brinda.

-La voy a bañar yo, señora. Está nuevamente sucia y quiero llevarla a la alcoba recién duchada, mojada y llena de mis caricias. Quiero poseerla nuevamente, princesa, poseerla como me dé la gana a mí, gozarla toda, hacerla sentir mujer por todos los poros de su bien formado cuerpo, violar todas las intimidades de su persona y convertirla en una mujer común, con los deseos normales y corrientes. La noto muy envarada y falta de estímulos comunes que, seguramente su status no se lo permite, alteza. Déjeme, pues, hacerla mi mujer por lo que queda de tiempo.

Estephanye quedó maravillada de aquel pequeño discurso de su guardaespaldas. Hombre de monosílabos, callado donde los hubiera, expresivo con sus manos. Que le expresara los deseos de él sobre ella la motivó y, en respuesta a la arenga, la muchacha se retiró de la pared con los brazos todavía en alto, pegó su cuerpo al peludo torso masculino y le plantó la boca mostrando el consentimiento a la petición de sumisión total, absoluta e incondicional.

Estephanye volvió a sentir la ducha de agua tibia caer sobre su cuerpo y como la mano libre del hombre la recorría toda empezando por su cara que acarició despacio, marcando cada uno de los lugares: ojos, frente, nariz, labios… Lo tenía tan cerca, tan a tiro del beso que cerró los ojos al adivinar que eso era lo que el venía buscando. Lo recibió con sus labios hacia fuera, entreabiertos y notó que la lengua masculina recorría la suya y dominaba su paladar. Helvert se apoderó de su labio superior y lo mordió como mordió el inferior al tiempo que los embadurnaba con su saliva. El agua le daba cerca de la nariz y no la dejaba respirar bien. Dobló la cara sin apartarla de la boca de él para coger aire. La mano masculina se apoderó del cuello y daba la sensación de quererla estrangular. Lo acariciaba todo a la vez, suavemente, rozándola con las uñas, besando la barbilla. El pecho izquierdo fue estrujado casi con violencia y el pezón martirizado sin respeto. La mujer se plegaba al hombre buscando aquel pene, se restregaba al varón y le dio la sensación que el pecho se le iba a romper en mil pedazos como le había ocurrido antes. Ella quería que volviera a masajearle la vulva, que le estimulara el clítoris, que metiera los dedos en su himen. No ocurrió nada de eso. VonNow había separado la mano del cuerpo, mantenía una botella de gel y lo derramaba a pequeños chorritos sobre la piel. Era enjabonada y restregada y aquellas caricias la volvían a enloquecer. Con violencia la giró en redondo y la sujetó por la espalda contra él y, a continuación, la apoyó contra la pared. Hizo lo mismo con la botella y su piel electrizada, temblorosa, volvía a crear espumas olorosas. VonNow, entonces, bajó la mano hacia los glúteos, tomó nuevamente la botella e introduciéndola por entre las dos nalgas extendió una buena porción del líquido casi sólido. Rápidamente, Estephanye sintió los dedos grandes y fuertes masajear su esfínter dolorido, meterle los dedos y enjabonar su interior totalmente, limpiándolo de impurezas y secreciones. Cerró los ojos, sabía lo que iba a ocurrir y ella separó las caderas de la pared, abrió las piernas todo lo que pudo y dejó el resto para trabajo masculino. Sabía ya que no se pertenecía a sí misma.

Helvert se sentía ya nuevamente potente, no cargado sexualmente, las caricias que le había proporcionado a su princesa lo tenía bien erecto. Tampoco sabía si iba o no a eyacular tan rápidamente en ella pero aquel deseo morboso que se le despertó cuando la tenía delante de él, el la calle, mostrándole aquellas preciosas caderas que se balanceaban con intención lo tenía que aprovechar. La tenía bien lubricada y el ano bien abierto y flexible. Era mejor mostrarle una cierta brutalidad cortés y ella, sabedora de lo siguiente, lo ayudó sin él esperarlo. Enfiló el pene hacia aquel agujero maravilloso y lo apuntaló correctamente, apretó con lentitud y empezó a entrar sin dificultad. Comprendía que a mitad de camino tendría que parar por el dolor que iba a proporcionarle. No importaba, ella estaba entregada y consentía la sodomización.

Efectivamente, el pene estaba introducido a la mitad cuando Estephanye hizo un gesto de retirada previsto por él que la mantuvo cogida por las caderas y la obligó a desistir. Se paró al momento.

-No quiero que interrumpas nada, Helvert, tan solo quiero tomar aire. Siento un tremendo dolor, un sufrimiento insoportable pero no importa. He consentido en entregarme totalmente a ti. Permíteme, mi señor y dueño, tomar aliento nada más.

Estephanye inspiró fuertemente unas tres veces, cerró los ojos fuertemente y empujó las caderas hacia atrás con fuerza y ella misma introdujo parte del pene. Era agudo el dolor, infinito, el aire no le llegaba a los pulmones pero casi estaba dentro y se abandonó en las manos masculinas. Reconocía el buen talante del hombre, su delicadeza, la paciencia, el tiempo empleado y la forma tan exquisita como metió el resto del pene hasta sentir los escrotos rozar la vulva

-"¡Por fin, ahora ya! ¡Que Dios me ayude!" –Dijo con el pensamiento.

VonNow suspiró para sus adentros. No quería hacerla sufrir más de lo debido. Ahora la tenía penetrada analmente. Esperó unos segundo y comenzó a moverse de afuera hacia adentro muy lentamente y en pequeños espacios. Subió las manos hacia las mamas y las tomó y apretó. Los pezones se clavaban en las palmas de lo duros que se encontraban y éstas también se habían puesto rígidas, notaba la electricidad que pasaba por ellos y sabía que le producía dolor a la mujer. Poco a poco los movimientos pélvicos fueron haciéndose mayores y el pene salía y luego entraba casi al completo. El gel ayudaba pero sentía como ella se estremecía y bajando la mano derecha palpó aquel coño que estaba mojado de sus líquidos otra vez. Pasó los dedos por entre los labios y se apoderó de los caldos. Sacó el pene por completo, lo untó, y lo pasó por el borde del dilatado y algo ensangrentado ano. Esta vez, Helvert introdujo el pene con facilidad y bombeó con precipitación. El plof, plof, plof del choque de sus caderas con las nalgas de ella lo estaba resucitando y sentía hervir la vesícula seminal. La mujer, apoyada contra los mosaicos, las piernas bastantes abiertas, lo recibía con gemidos verdaderos, moviendo la cabeza hacia atrás y observando el salir y entrar del pene en su culo. VonNow veía los bonitos ojos engrandecidos, desorbitados, con el horrible dolor plasmado en ellos, la boca abierta, babeándose, jadeando estrepitosamente. Estaba a punto de explotar y él sentía que le sucedía algo igual.

Estephanye nunca creyó que una penetración anal la hiciera sentir dolor tan inhumano y que, a la vez, la excitara de aquella forma. Tenía conocimientos de oídas cuando estudiaba en el internado. Una buena compañera le facilitó revistas pornográficas prohibidas en el internado y no concebía cómo una mujer era capaz de tragarse por el… culo todo aquel miembro. Y eso era lo máximo que sabía y había visto. Ahora lo comprendía, lo estaba sufriendo, gozando y le gustaba. Jamás pensó que le ocurriera a ella algo así y, mira por donde, ahora se encontraba en aquel baño ofreciéndose toda a un hombre que hacía unas tres o cuatro horas que conocían. Sonrió como pudo para sus adentros y pensó –"Las princesas también podemos ser putonas alguna vez"- Y lo estaba gozando ¡gozando de verdad! Ya no sentía tanto daño. Aquel coito que se producía en su esfínter la estaba volviendo loca de placer e iba a explosionar de un momento a otro. Las manos masculinas en sus pechos y coño no tenían parangón y creyó morir de una dicha que jamás gozó con Pierre, ni siquiera en los mejores momentos.

-"Pobre Pierre –Se dijo para su adentro- ¿Qué diría si me pudiera ver en estos momentos de la forma en que me encuentro poseída? Lo siento por ti, querido, estoy buscando una idea un fin que tú no me puedes dar y pongo todo mi poder y feminidad al servicio de mi patria"

Se estremeció de puro placer y, como antes, las piernas se aflojaron y el orgasmo comenzó a ser evidente. Se iba en gritos y en líquidos y la sensación maravillosa del orgasmo se volvió a repetir para su deleite. Casi a la vez que ella terminaba sintió un extraordinario calor en las entrañas porque Helvert también se fue nuevamente dentro de ella con golpes fuertes de pelvis y agarrado salvajes en los pechos.

Esta vez ambos cayeron de rodillas en la tina. El pene salio estrepitosamente con la caída y el ano ensanchado grotescamente y enrojecido dejó ver el poder masculino manchado de rojo y gotas que se depositaron en el suelo de la bañera ante el asombro simpático de Estephanye que miraba a intervalos a Helvert y la pequeña cantidad coloreada que salía de ella. Jadeaban estrepitosamente y se apoyaban el uno en el otro. Estuvieron así un buen rato, en silencio, mirándose a los ojos, sonriendo a veces, ella cuando podía, agradecidos y felices.

 

 

Fin de la primera parte