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Confraternizando con el enemigo

en Sexo con maduros

CONFRATERNIZANDO CON EL ENEMIGO

Capítulo I

Una chica del Real Madrid

Joan salió del estadio Camp Nou siete minutos antes de terminar el partido. Estaba desmoralizado, triste, cabreado con el club de su vida y sus amores. Iba mal en la liga y encima esto, el encuentro "estrella" de la actual liga y el Barçá que pierde 1-2 con un Madrid tan poderoso como es el club "culé" y el enemigo público número uno de éste. Había oído de que en el estadio había cerca de 92500 personas, entre foráneos y madridistas, un espectáculo casero y encima ¡zas! pierde. Reconocía que el cabronazo de Roberto Carlos era magnífico y ¡con ese patadón de muerte! ¿Y Ronaldo? Otro que también… El gol del mal sabor de boca lo había metido Kluivert casi al final, en el minuto 82 ¡Pero es que el Barça había cedido mucho campo, ¡cuyons!!

Hacía un frío que pelaba y, las manos metidas en los bolsillos de su abrigo azul de paño grueso y la bufanda blau grana al cuello, por fuera y echada hacia atrás. Desde aquella mañana que pisó suelo barcelonés estaba contento porque iba a quedarse en la ciudad hasta el día siguiente, lunes, por la noche que partiría hacia Tarragona en el tren. Vería a su hija, estaría unas horas con ella y gozaría de su compañía. La niña siempre a su lado desde que nació, muy padrera, contándole sus cosas, observando él, desde la penumbra, sus "novietes", las cogidas de manos, su primer beso de amor… Silvia era su tesoro más cotizados y preciado y no había ido a la estación a recibirlo ni al hostal donde se quedaría los dos días. Ahora se encontraba en la universitad de Barcelona cursando el segundo años de Filología inglesa, con su madre ¡La otra, anda ya! Le había dicho que se iba con la hija a la ciudad condal para tener un mes libre y pensar si seguían o no con el matrimonio ¡Un mes y habían pasado ocho! A los seis recibió los papeles para el divorcio. Ni lo consultó siquiera. No tenía ganas de nada, cambiaría el billete y se iría esa misma noche ¡Al carajo todo! La vida, estaba visto, no le sonreía desde entonces.

Había tomado el metro y se dirigió a Colón. Le gustaba pasear por las Ramblas, ver pasar a la gente o sentadas en las terrazas, ahora llenas de madrileños bebiendo, hablando alto, contando chistes o comentando las incidencias del partido. Vestidos con sus bufandas y gorros con borlas del Realmadrid, a veces ofensivos otras, las más, amistosos. Parejas jóvenes y viejas, riéndose, enfadadas, charlando de sus cosas, un maremagno de personas que tropezaban con él. Siguió rambla arriba, caminando despacio, sin prisa. Mucho más allá, frente suyo, vio a un grupo de chicos en hilera, enlazados por los hombros, saltando y cantando el himno de su club, danzando como las bailarinas de cabaret. Cuando estuvieron a unos diez metro de Joan comprobó que era chicos y chicas en la misma proporción de número, diez, contó. Se hizo a un lado pero ellos casi cubrían el ancho porque iban de un lado a otro.

-¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid!

A triunfar en buena lid, defendiendo tu color

¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid! ¡Hala Madriiiiiiiiiiiiiiid!

Joan se fijó en una de las chicas. Unos veinte y algo de años, baja, algo gordita, muy agradable y, a través de aquel pulóver largo, blanco y grueso, de cuello subido y mangas largas, se le notaba unos generosos pechos que le saltaban. Se fijó en ella y ésta en él. Joan sintió como un dardo eléctrico que se le clavaba en el cuerpo y se encontró sonriéndola.

El muchacho de la izquierda del grupo tropezó con él y casi lo tira. Joan recuperó rápidamente el equilibrio y le espetó.

-¡Eh, tú, ten cuidado como vas caminando! ¡Diviértete sin atropellar a la gente!

El joven se revolvió contra el hombre. Se notaba que estaba bebido más de la cuenta. Joan comprobó a simple vista que ninguno de ellos eran Ultra Sur, sólo forofos, socios, simpatizantes del equipo.

-¿Cómo dijiste, culé? –Gritaba el energúmeno madrileño

Joan no quiso hacerle caso e iba a seguir cuando el joven lo cogió por un brazo y lo hizo girar bruscamente.

-¡Eres un culé de mierda, cabreado porque tu equipo es otra mierda como tú! ¡Anda que te den por el culo! –Y el chico levantaba su brazo izquierdo con la mano cerrada y el dedo corazón levantado y mirando hacia el cielo.

Joan iba a responder de forma ciega, como hacen los hombres cuando son atacados ofensivamente. La muchacha bajita se interpuso entre su compañero y él. Estaba asustada. Estiró los brazos y contuvo al catalán y al compañero. Sus ojos grandes eran todo un poema de súplica.

-¡Compañero, compañero, no, por favor! Perdónalo, está bebido más de la cuenta y la euforia del partido se le ha subido a la cabeza. Es un buen chico ¡Te pido perdón en su nombre, amigo catalán!

Joan, hombre alto, la miraba desde su altura y le gustó la valentía de ella al interponerse entre él y aquel berzotas borracho. En realidad le gusto toda su persona dentro de aquellas estrafalarias prendas.

-Te ha salvado la campana "amigo madrileño". Nada como tener una guardaespaldas tan bonita ¡Adiós!

La madrileña cerró los ojos ante el comentario burletero del catalán. Supo que habría pelea de inmediato. Tenía hermanos y los había visto pelearse por "chorradas", una chica, burla a su ego machista, como ahora.

"-¿Por qué son tan imbéciles los hombres?" –Se dijo para sus adentros cuando se sintió cogida por los brazos, retirada brutalmente y su compañero saltaba hacia el otro.

Joan espera la reacción de aquel chico. Sabía que iba a responder de aquella forma y se preparó. Dejó que se acercara y que abriera los brazos. Cuando esto ocurrió, el culé tomó el brazo más cercano a él y, realizando un giro en sentido contrario a su marcha e inclinando su cuerpo mas de noventa grados lanzó al muchacho madrileño por encima de su hombro y éste fue a caer de espalda brutalmente al suelo. No quedó la cosa así. Joan saltó por encima del caído y quedó frente a los otros, lo dobló con una agilidad increíble y le retorció el brazo que giró hacia arriba, en dirección a la cabeza del chico.

-¿Quién es el siguiente? –Y los retó a todos con la mirada.

Joan ni los madrileños se dieron cuenta que un grupo de transeúntes se pararon al comprobar que estaban discutiendo e iba a ver algo gordo. Cuando él redujo al chico unos aplausos de simpatía sonaron y se oyeron comentarios en voz baja en idioma catalán.

La mujer joven se acercó corriendo hacia ellos. Se agachó y los quiso separar. La voz se rompía por el nacimiento del llanto

-¡No le hagas más daño, por favor! ¡Perdónanos a todos! ¡Dios mío, qué vergüenza! ¡Ayudadme vosotros también, coño! –Ella miró alternativamente al caído y al hombre con rabia- ¡No sois más que niños! ¡No pensáis más que con la polla y los puños! ¡Y saber que tenéis el poder del mundo en vuestras manos, qué desgracia, Dios mío, qué desgracia!

El grupo no se movió, estaban como lelos, no sabían que había ocurrido porque todo fue rápido. La pelea entre los dos hombres era lo único que sabían ¿Y por qué fue la discusión? Se preguntaban con la mirada entre sí.

El hombre del abrigo se levantó al tiempo que levantaba al caído por el cuello con una sola mano y lo ponía en pie con una facilidad que maravilló a la muchacha.

-¡Hala, iros en buena armonía, imbéciles! Y tú, merengue, piénsalo dos veces cuando te metas con un hombre.

Giró sobre sus pasos, volvió a ponerse las manos en los bolsillos del abrigo azul y se alejó. No vio como el grupo atendía a su amigo que caminaba baldado y se alejaban del lugar, tan sólo quedó una persona mirándolo.

"-No lo puedo remediar, me gustan los hombre mayores a rabiar y éste se ha saltado todos los cánones"

Así pensaba la chica bajita y pechugona mientras lo veía perderse en la lejanía y quedaba sola en medio de la rambla y la gente.

 

Capítulo II

Emmanuele en la cafetería

Tenía hambre, la pelea le advirtió que su estómago estaba vacío y que algo caliente le vendría de perlas. No tenía decidido si ir al cine o marchar al hostal, tenía que levantarse temprano. Bueno, lo decidiría mientras comía.

-¡Hola, otra vez, culé! –Sonó una voz conocida detrás de él, una voz con acento madrileño.

Se giró y vio a la madrileña bajita, con aquel pulóver blanco y ancho, mangas largas que tapaban más allá de sus manos, su casquete que le delineaba su redonda, atractiva y expresiva cara, moviendo los brazos a la vez de adelante y atrás Una sonrisa amplia surcaba su cara y aquellos ojos grandísimos pedían reconciliación.

-¡Hola, merengue ¿Qué quieres? No hace falta que disculpes a los tuyos…

-Ni se me ocurriría. Luis se llevó lo suyo aunque tú te pasaste. En fin ¿Me invitas a cenar? Soy una chica pobre, universitaria y que tiene que llevar una dieta si no me pongo como un barril, pero hoy paso. Si corro diez kilómetros diarios en la Complutense, mañana correré quince ¡Qué! ¿Aceptas?

-¿Solos cenar? –Dijo Joan alzando las cejas

-Ya te dije que los hombre pensáis con la polla y suponía que ibas a decir esto. Sois previsibles. La noche es larga ¡Quien sabe! –Reía como una niña pillada en falta, con su carita algo ladeada y mirándolo de frente

-Aquí cerca hay una cafetería con una buena comida. Es moderna, limpia y atienden muy bien a los merengues como tú. Vamos, estás invitada, Madrid.

Ella extendió su mano cubierta por aquella manga en señal de saludo que él tomó y apretó con una cierta intención, luego no la soltó.

Caminaron en silencio, las manos enlazadas. La madrileña miraba hacia lo alto y veía un perfil de hombre duro, serio, sano, triste, agraciado. Le gustaba aquel hombre ¿Cuántos años tendría? ¿Cuarenta o más? Jorge le decía siempre cabreado cuando se cruzaban con un señor mayor y la chica decía algo halagador de éste

-"¿Por qué sales conmigo si te gustan los carrozas? Sácalos al sol si tanto te gustan. No tengo problemas" –Y si la tenía cogida por los hombros la soltaba y se adelantaba unos cuantos pasos a ella.

Siempre tuvo esa pasión por el hombre maduro. Su padre era mayor que su madre en quince años, su abuelo, dieciocho. Su hermano Lorenzo se casó con Marisa, diez años mayor que él. Era genes heredados de la familia materna. Con este culé, tan pronto lo vio, quedó extasiada mirándolo y, cuando tumbó a Luis, es que la dejó prendada e impresionada. Aquí se encontraba ella cogida de mano, como si fuera una niña pequeña, dejando a sus amigos atrás para irse con el catalán a sabiendas que podía ser rechazada.

Joan se preguntaba qué deseaba esta chica de él ¡Un polvo, por supuesto! No vendría ella con él, y cogida de la mano, a otra cosa sino, pero ¿Por qué? ¿No veía que él era un hombre mucho mayor, de otra generación? ¿Entonces?

Tenía que reconocer que le gustó tan pronto le puso el ojo en cima, sintió como un calambrazo y eso que iba vestida como una mamarracha ¡Y con esos colores del Real Madrid tan ofensivos! Él iba ciego, con esa facha no sabía si era más gruesa de lo que aparentaba o, por el contrario, guardaba unas ciertas formas. Ahora, lo único que veía en ella era su bonita y simpática cara recortada dentro del abominable gorrito con borla de su equipo. No sabía si tenía el pelo largo, corto. Solo apreciaba sus grandes, luminosos y sonrientes ojos color miel. Aquellas voluminosas tetas que señalizaba el pulóver de cuello alto y desmadrado y, encima, bajita ¡Pues sí que se estaba luciendo con semejante petarda!

"-Bueno –Siguió pensando- Hace más de ocho meses que no mojo. Compraré condones y me quitaré algo las telarañas que tengo en la punta del capullo"

Llegaron a la puerta de una cafetería con luminoso atractivo. En él ponía las especialidades aparte del nombre del establecimiento

CAFERETÍA SAGRADA FAMILIA

Especialidad en butifarras de huevo, tortillas de todo tipo, coca de chicharrones, bocadillos catalanes, bebidas, refrescos, dulces: especialista en cremas catalana

-¿Te animas? Pero tienes que quitarte esa bufanda y el gorrito de tu club. Entramos así y me tirarían de todo al verme contigo.

-¡De eso, nada! También me tendría que quitar el pulóver y quedarme en sostén y, si resulta que el sujetador es de mi equipo ¡pues con las tetas al aire! ¡Quítate tú la bufanda, el abrigo, todo lo que llevas debajo y quédate en calzoncillos, listo!

Río la salida de la joven. No sería hermosa ni un plan de "aquí te espero" pero simpática un rato. Soltó su mano y pellizcó su cara media seria

--Entremos, merengue. Es una broma ¡Anda que no tienes que ser tú nadie…!

Ni se fijaron en los colores de ambos, y eso que el local estaba más de la mitad lleno. Les atendieron con esa cordialidad seca y distante, propia del catalán, de las grandes urbes, de la gente del norte. Sentados uno en frente del otro y Joan le cogió las manos, le subió los puños de la prenda y comprobó que las tenía finas, femeninas, uñas pintadas con esmalte transparente de brillo y el pequeño callo en el dedo corazón de la mano derecha, de persona que toma muchos apuntes a mano. Estaban frías. Las frotó, las llevó cerca de su boca y les dio calor con su bao.

-¡En diciembre y tú con sólo esto puesto! –Y cogió la prenda por arriba del pecho de la mujer.

La madrileña vio la acción, sonrió socarronamente, lo miró a los ojos y dijo

-Tú, culé, lo que tienes es unas ganas enormes de echarme un polvo y tocar mis tetas. No te importa si voy más o menos abrigada, ves que tengo unos cántaros por pechos y eso te empalma ¿O no? Si es lo que digo, vosotros…. Uhhhhh –E hizo un gesto en el aire como masturbando un pene invisible

Joan miró a un lado y a otro. Nadie los miraba. Lo había cogido en falta y lo azoró

-¡Mujer, que te pueden ver! ¡Un poco de respeto y pudor!

-¿Respeto y pudor, para quién? Para mí no, será para ti que me tocas las tetas en público. Mira, culé, si me tratas con el respeto debido es posible que echemos un polvo donde digas. Si tu vas a hacer lo que te dé la gana porque eres hombre, estás en tu tierra, eres machista y quieres dártela de ligón aquí, en este local, estás equivocado, conmigo no va eso, así que ¡Adiós!

-¡Quieta, quieta, por favor! Perdona, merengue, tienes razón, me pasé. Sí, qué quieres que te diga, me gustaría echar un polvo. Llevo más de ocho meses que no toco a una mujer y me he desmadrado contigo. No te vayas, cenemos tranquilo, amistosamente y en compaña. No te voy a pedir nada que no quieras dar tú. Jurado por la virgen de Montserrat.

-¿Has hecho el amor con una mujer en un lugar público como éste? –Preguntó ella dejándose coger nuevamente las manos y en voz baja.

-¿Qué quieres decir, aquí, delante de todos estos?

-¡No hombre, no! En el baño, en la despensa o en el almacén de un local como éste, por ejemplo ¿Tú viste la película de los años 70 "Emmanuelle"?. Ella, la protagonista, hizo el amor con un pasajero en el baño del avión

-No, nunca…, yo siempre he sido…, quiero decir, normal, nada extravagante.

-¿Te gustaría?

-¿Ahora? –Preguntó asombrado y mirando a su alrededor

-¿Por qué no? ¿Cómo están los baños aquí?

-Son muy limpios, sobre todo el de señoras

-Si te animas, mientras preparan la comida, echamos un casquete. Yo voy delante y tú detrás. Por cierto ¿Por donde se va?

-A tu espalda, frente, hay una escaleras de caracol que baja a un pequeño pasillo que lleva a los baños. La última puerta es el de las mujeres. Es grande y tiene cabinas de retretes.

-Bien, vale. Dame tres minutos y ve detrás de mí ¡Áh! Compra un condón en la máquina expendedora

Soltó sus manos de las de él, se levantó y marchó normalmente hacia las escaleras. Joan la miraba asombrado hasta que desapareció. La madrileña no volvió sus bonitos ojos para nada. Bajó la cabeza y quedó pensativo. Aquella muchacha tenía tres o cuatro años más que su hija y lo invitaba a que se la tirara. Era universitaria, según dijo, y no le importaba hacerlo en lugares públicos ¿En qué lío se había metido? ¿Silvia estaría haciendo lo mimo o terminaría haciéndolo? Le entró miedo, cierta repugnancia y tuvo ganas de marcharse de allí y dejarla abandonada. No hizo nada de eso, se levantó y se encontró marchando hacia el baño

"-¡Dos tetas tiran más que dos carretas!" –Se dijo para sí, riendo, mientras bajaba las escaleras de caracol.

Compró tres condones y se dirigió hacia la "toilete". La puerta estaba abierta, tocó y la voz de la madrileña salió de una de las cabinas.

-Estoy en la del centro, culé. Cuando quieras.

El corazón de bombeaba en el pecho y parecía que iba a salirse. Miró hacia fuera y cerró la puerta. Caminó los siete pasos que separaba la puerta de entrada de las otras y abrió la del centro.

La madridista estaba desnuda de medio arriba, sólo con sujetador ajustado, abierto, en malla de lycra marrón y semitransparente. Las aureolas pequeñas y los pezones anchos y chatos naciendo de unas grandes mamas rectas y picudas señalando hacia el hombre. Bajita, bonita, pelo negro, lacio y revuelto hasta el cuello, hombros anchos, algo gruesa pero sin deformar, como buena joven, estómago plano y cintura ancha. Parecía cuadrada hasta donde se la veía pero fijándose bien tenía algo de entrada su talle. Llevaba un Lloyd's azul muy ajustado y las caderas si eran anchas y redondas que descansaban en unas piernas algo cortas de muslos semigruesos. La chica estaba frente a él dejándose observar, callada, seria, temblando.

-Entra, culé, no quiero que me vea nadie, solo para tus ojos. Para tu información te diré que es la primera vez que voy a follar en una cafetería o lugar público, ni siquiera en la Complutense he hecho esto. Mi ex novio y yo follábamos en su habitación o en la mía. Soy una mujer sana, me supongo que tú también eres hombre saludable y sin mierdas de esas.

El catalán afirmaba con la cabeza sin dejar de mirarla. Cerró detrás de él la puerta con el pestillo y la tomó en sus brazos. Tuvo que agacharse para besarle la boca que se encontraba herméticamente cerrada. Los labios femeninos se abultaron para facilitar el morreo pero no se abrían y el hombre los besaba con pasión y deseo, restregando sus labios con los de ella. Sus manos recorrían la espalda de la chica y se crispaban en el centro de las nalgas, abarcando las dos a la vez. Subían y se apoderaban de los senos por los costados, gozando de las protuberancias que se salían de los lados. Joan seguía con el desenfreno de abrirle la boca a la muchacha y lo consiguió. La chica, colgada literalmente de su cuello lo besaba con la misma intensidad hasta que en un momento dado abrió su boca, seguramente confiando en él, y dejó que éste le metiera la lengua hasta cerca de su garganta, jugara con las lenguas y la recorriera por dentro como un poseso.

Ella sabía el deseo desbordado que el catalán tenía por apoderarse de sus pechos y, como una gatita, pegada al pecho masculino, fue girándose lentamente mientras que con los brazos hacia atrás desabrochaba el sujetador, lo quitaba y colocaba encima de la cisterna. Aquellas tetas, reducidas a un espacio más pequeño que su volumen, se ancharon y redondearon quedando algo más grande pero seguían siendo duras, macizas y sus pezones sonrosados y como transparentes quedaron libres, colgando y las manos masculinas se adueñaron como un potro desbocado de las mamas de la mujer. No las abarcaba con aquellas manazas, entonces la recorría desde fuera hacia adentro, de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo y del centro hacia fuera. Era un goce continuó que endureció e hinchó su pene que pegaba fuertemente en la parte alta de las nalgas, por debajo de la cintura de la mujer. La soltó un momento y bajó los pantalones y calzoncillos, volvió a cogerla y dejó que su pene totalmente hinchado y mojado pegara en la espalda, a la altura de la cintura. La chica no tuvo más que poner su mano izquierda para atrás y atrapar el falo totalmente erecto, abarcarlo con toda la mano abierta y cerrarla en torno al cilindro, subir y bajar varias veces y hacer que el hombre comenzara a gemir. Fue cuando se dio cuenta que no tenía el condón puesto.

-¡Culé, culé, seamos consecuentes y piadosos con nosotros mismos! Si compraste el condón te lo pongo y podremos follar. Así, no, por favor.

Él quería omitir aquel detalle y seguir pero la mujer enderezó el cuerpo, se giró hacia el frente y lo retiró con los brazos estirados. Con el derecho puso la mano hacia arriba y le pidió con la señal el profiláctico. El hombre lo colocó en la palma. Se agachó y vio el pene perlado con gotas que brotaban del prepucio. No era grande, normal pero bastante grueso por la hinchazón. Lo sacó del envoltorio y, dejando un espacio lo colocó con una cierta maestría y ligereza. Hizo algo que al catalán lo llenó de sorpresa y mucho placer. La madrileña lo metió en la boca y comenzó a mojarlo en todas las direcciones con la lengua, a continuación se levantó y ella misma se quitó el pantalón quedando en un tanga que hacía juego con el sujetador y que dejaba ver una vulva normal y con poco vello. Estaba preciosa desnuda, joven, tersa, dura sus carnes y con una cierta abundancia de ellas proporcionadas. Era la clásica joven apetecible, que hace deportes se dijo el hombre maravillado de ver aquel cuerpo.

Volvió a colocarse de espalda a él, se apoyó nuevamente sobre la cisterna y enseñó unas nalgas desnudas, anchas, magras. Un cordón fino rodeaba las caderas femenina y otro, en vertical se perdía entre los glúteos. Por último, abrió las piernas lo suficiente para que el catalán pudiera tocarla a discreción

Joan no tardó mucho en apoderarse de aquella maravilla que tenía delante y adentrar la mano por entre ellas y apoderarse de unos labios vaginales que estaban engrosándose a cada momento como consecuencia del placer dado y recibido. Trabajó la vulva a través del tanga y sus dedos recorrieron e intentaron meterse en la unión de ellos. Sintió cómo se mojaba la malla triangular y cómo la chica se estremecía con las caricias. Volvió a apoderarse de aquellas nalgas y bajó la pequeña braga hasta más allá de las rodillas. Ya no podía más cuando contempló todo el esplendor que se le presentaba ante sí. La joven, con las piernas abiertas quedaba muy baja y él tuvo que adaptarse a las circunstancia si quería penetrarla. Abrió también las piernas peludas y las arqueó, enfiló el pene hacia la vulva enfebrecida y algo separados los labios, lo colocó a la entrada del himen y empujó hacia adentro despacio pero seguido. El sexo femenino totalmente humedecido dejó resbalar el pene con facilidad al interior hasta dejarlo acoplado todo. La chica miró hacia atrás, sus labios entreabiertos, ojos enardecidos y respiración entrecortada, vio como él la introducía hasta el final. Pasó la mano por debajo de sus piernas y se apoderó de los escrotos y los masajeó. Entre el movimiento de pelvis del hombre y las caricias femeninas, ambos se corrieron casi a la vez con gemidos entrecortados y estremecimientos de sus cuerpos. El catalán embestía fieramente contra la vulva y el clímax del placer le legó a los pocos minutos de la penetración. Sintió el cuerpo de ella estremecerse y quedarse rígido mientras orgasmaba y él, poco después, se corría dentro de la vagina y de su condón. Tuvo que apoyarse contra la pared porque el esfuerzo, la posición y la corrida lo dejaron con las piernas temblando y sin fuerzas para mantenerlo.

Una vez finalizado el coito, la pareja permaneció callada, recuperándose y estabilizando las respiraciones sin separarse, gozando hasta el último momento del rato en el baño femenino. Al fin se separaron, se miraron desde la misma posición en que se encontraba y volvieron a unir sus bocas en un delicioso beso suave, sobre los labios, apretándolos los unos con otros, saboreando el hombre el sabor dulzón de ella y la chica sintiéndose a gusto, satisfecha, contenta y feliz de haber podido estar con aquel hombre maduro que tanto le gustó cuando se encontraron en la rambla.

Quedaron en silencio para percatarse de que no había nadie en el recinto. Sólo ellos. Habían tenido suerte esta vez.

-Sabes, culé, este polvo lo he gozado mucho pero me ha sabido a poco ¿No podríamos seguir en otro sitio? En fin –Decía como hablando para ella- después del gusto viene el disgusto. Vamos a comer.

Salieron por separados y a intervalos de unos minutos. Parecía que nadie se había dado cuenta y la comida estaba caliente, recién puesta y las bebidas distribuidas a ambos lados. Se sentaron, se miraron y se sonrieron felices, recordando los momentos pasados en el baño de señoras.

 

Capítulo II

Eva María

Comieron callados y con gran apetito, la madrileña repitió y eructó sin vergüenza alguna. Joan no la miró, solo hizo un movimiento con la cabeza de un lado a otro y terminó de tomarse su bebida.

-A propósito, culé, me llamo Eva María Naranjos, de San Lorenzo del Escorial, Madrid. Tengo veinticinco años ¿Y tú? –Se presentaba mientras comía los últimos trocitos de pan bizcochado que tenía en sus manos.

-Joan Fornet, cuarenta y cinco, de Lleira, aunque vivo y trabajo como policía municipal en Tarragona ¿Qué, ahora quieres el postre? Como has comido poco…

-No, gracias. Podemos dar una vuelta caminado hasta tu… ¿pensión, hotel, hostal? Y luego, la segunda parte, si te parece.

Joan pidió la cuenta, pagó y se dispusieron a marchar. El catalán la miró desde su altura. La veía rebanando su plato, el de él y comiéndose todo lo que le sirvieron. Parecía una niña que acabara de ser mujer, que no tenía modales y encima, lo que hacía no era ofensivo sino gracioso, propio de gente desinhibida que le importaba un pito que los demás les viera ¿Pasaría hambre? No lo creía, parecía una chica bien que viene de Madrid a Barcelona para ver un partido de liga semejante. También podía ser que sus amigos le pagaran el viaje y luego… ¡Quien sabe! Aquella era una aventura ciega desde el principio y parecía que todavía quedaba más. Mejor no pensar, se dijo, pero sí estar precavido.

-¿Dónde te quedas? ¿Podré subir a tu habitación? ¿Crees que te pondrán obstáculo si subo contigo? ¿Si no, qué hacemos? Con lo bonito que nos está quedando el día… ¿Qué crees que sucederá? ¿No te gustaría seg…?

¡Por Dios, como hablaba aquella chica! ¡Y no había medio que se callara!

-¡En el hostal Jaime I y, caminando desde aquí, está algo lejos! –Contestó el hombre rápidamente para que ella pudiera respirar ¡Si es que respiraba cuando hablaba, Dios!

-¡Jaime I, el Conquistador! Nació haya por el año 1230 o más y con 150 barcos y unos mil hombres conquistó Mallorca. Si, ya recuerdo…

Joan la besó de pronto. La besó con mucha fuerza en la boca y la apretó contra sí durante un buen rato. Eva lo miraba con aquellos grandes ojos pegada su boca a la boca de él, sintiendo la pasión y el dolor de aquel beso tan brutal y largo. Cuando la soltó ella quedó anonadada, sorprendida, enojada y esperando que el culé le dijera algo pero no dijo nada, tan solo la tomó de los hombros con su brazo izquierdo y la obligó suavemente a caminar a su lado calle adelante

Desde ese momento el silencio fue otro compañero entre ellos, tan solo se paraban a ver escaparates vistosos y permanecer juntos, pegados, sintiendo como el calor de uno se unía al otro. Eva María llegó un momento en que se estremeció de frío. Se pararon y la joven se vio gratamente sorprendida al ver como su compañero se quitaba el abrigo y lo ponía sobre sus hombros para, nuevamente, tomarla por los hombros y seguir caminando. Levantó la cabeza y lo miró agradecida, satisfecha de haberse quedado con él, contenta de haber compartido momentos íntimos y de querer seguir compartiéndolo cuando llegaran al sitio donde él se alojaba.

Llegaron al hostal y no tuvieron problemas ni dieron explicaciones. El recepcionista de noche no los conocía, para él tan sólo que se hospedaban en el establecimiento. Subieron al tercer piso y entraron el la habitación 305, moderna, con buen ventanal, cómoda porque habían dos camas y baño completo. A Eva le gustó la habitación y empezó a dar vueltas por toda ella mirándolo todo. Joan la veía a hurtadillas, sonriendo para sus adentros, recreándose en aquella mujer bajita y con un bonito cuerpo carnoso debajo de aquellas ropas estrafalarias. No le importaba no dormir la noche estando con ella, amándola, procurando hacerla feliz, estar a la altura de su juventud, sentirla, oírla, tocarla…

-Me gustaría bañarme antes de ir a… -Señalaba la cama donde él se encontraba- Verás, es que llevo más de 20 horas despierta, viajando, caminando, alentando al equipo, hemos hecho el amor tú y yo allí…, en fin, que me encuentro sucia y quiero sentirme limpia. Pero como esta es tu habitación, anda, primero el señor.

-¿Por qué para decir voy a bañarme das tanto rodeos, Eva? –Comentó Joan desde su cama mirándola de frente y sonriendo- No es privilegio, sólo te pido me dejes primero. Soy muy rápido. Pon la habitación a temperatura ambiente, por favor.

Juan salió a los cinco minutos del baño, desnudo total. Alto, delgado por naturaleza, muy velludo, hombros anchos, sin estómago y caderas estrechas descansando en unas piernas largas y peludas. Su culo, pensó Eva María, le cabía en la mano. Lo contempló admirada y su vista bajó al pene que lo encontró de tamaño normal y flácido.

Sin dar importancia al examen de ella, Joan volvió a acostarse boca arriba sobre la cama y, con un gesto de su mano izquierda la invitó a entrar.

-Lo he dejado limpio y dispuesto, Eva.

Eva María entró en el baño, caliente, humeante y oliendo a colonia. Se sintió contenta de estar allí con él, de verse en sus brazos y en una cama. Aquel hombre la tenía embobada y, cuando hicieron el amor tembló de emoción y se sintió toda llena de su personalidad. Aquel pene que antes había visto en posición normal la inundó y le dio la sensación que quería meterse más allá de su vagina: en su matriz y gozó como una posesa ¡Cuánto daría ella por vivir años con un hombre como ese! Sin importarle que fuera mayor, sin importarle los demás cuando estuviera con él, sólo gozar de su persona, de su hombría, de su compañía, de sus besos y abrazos, de sus caricias, de su pasión ¡De él, de Joan!

Suspiró y, mientras se desnudaba, sonrió aquel pensamiento y se dijo que no sería posible pero tampoco imposible. Su corazón le decía que a él ella también le gustaba y la deseaba y eso la reconfortó. La ducha fue un puro gorgojeo de variadas canciones en voz alta. Delataba lo feliz que se encontraba.

Salio de idéntica forma que el catalán, desnuda, tímida, despacio y con una mano tapándose el pubis. Sus hermosos y grandes pechos se movían tenuemente al compás de sus cortos pasos y se quedó frente al hombre y se decepcionó ¡Estaba durmiendo! Lo miró largamente con semblante entristecido y se fue a acostar en la cama de al lado cuando la voz suave de tenor de su compañero le preguntó.

-¿No dijiste de dormir aquí, conmigo? –Y la estaba contemplando.

De un salto la chica quedó en sus brazos y pegada a su cuerpo como una lapa. Lo besaba en la boca, en las mejillas, en la nariz, allá donde lo pillara. Contenta, henchida de gozo, segura de tener su amor en las horas siguientes. Ya no importaba la duda del momento antes importaba el momento presente, lo que sucediera a continuación… y se abandonó al amor que la esperaba.

Eva María lo besaba ahora en el cuello, en los hombros, en las tetillas. Tomaba con su mano derecha el pezoncillo masculino y lo estiraba, lo pellizcaba y lo lamía luego. Su boca caliente bajaba ahora hacia el estómago, despacio, rozando la piel masculina con sus carnosos labios, besando aquí y allá, metiendo la lengua en el ombligo, sintiendo la suavidad del vello corporal y su ronda bajó hasta el pubis bastante frondoso del hombre. Aquí, Joan le dio el condón que ella despreció. Mientras lo acariciaba, los ojos se fijaba, a intervalos, cómo el pene iba creciendo y creciendo, poniéndose erecto, subiendo lentamente hasta quedar apuntándola a la cara justo en el momento en el que ella dejaba su agradable cara a dos centímetro del prepucio. Lo cogió con la mano y no llegó a abarcarlo todo, la cabeza le salía por entre el dedo pulgar e índice y notó un brillo en aquella cabeza hinchada. Sin repudio, Eva María acercó su boca y besó largamente aquel prepucio y lo introdujo suavemente entre sus labios mientras su lengua limpiaba el presemen que estaba saliendo. La boca femenina empezó a dar besos alrededor del glande y bajó por todo el cilindro hasta los escrotos. Con la mima mano los cogió y los fue acariciando con sus labios uno a uno, sintiendo la dureza que se estaba formando como consecuencia del placer que el hombre estaba recibiendo, luego, volvió a tomar con toda la mano el pene y subió hacia el rostro de Joan e introdujo su boca dentro de la boca de él que se encontraba totalmente extasiada y abierta.

Joan percibió la suavidad de aquellos labios que se introducía en los suyos y los cerró aprisionándolos, metiendo la lengua entre ellos, juntando salivas y jugando con la lengua de ella que le salía al encuentro. Él tenía deseos de los grandes pechos, de tenerlos en sus manos y lograr abarcarlos para sentir mayor deseo de manosearlos, estrujarlos, sentir como éstos iban a la orden de sus manos: arriba, abajo, ora deformados por los estrujamientos, ora pellizcados los pezones y estirados hasta hacer que la muchacha gimiera de puro placer, se corriera de gusto al sentir que las mamas eran saqueadas hasta la saciedad, eran deseadas con locura. Bajó su rostro hasta alcanzar el pezón izquierdo e introducirlo entre los labios, lo succionaba con desesperación mientras que la otra mano se encargaba de atender la vulva que ya estaba totalmente mojada por el orgasmo, de introducir los dedos en busca de placeres más atrevidos que dejaran el cuerpo de la mujer desfallecido, agotado de sentir tantas caricias placenteras. El clítoris aparecía grande, electrizante y la entrada vaginal aleteando desesperada por unas migajas de caricias que llegaron en el último momento.

Siguiendo la tónica de Eva María, Joan bajó por el estómago y lo fue acariciando centímetro a centímetro. Éste subía y bajaba a un ritmo pausado unas veces e inquieto otras. La punta de su lengua se adentró algo en el pequeño agujerito que formaba el ombligo adornado por una piedra preciosa de fantasía llena de brillos multicolores. Los besos se prolongaron por el bajo vientre hasta llegar al pequeño bosque poco poblado de donde se divisaba unos labios vaginales agrandados por la excitación, por las caricias constante. Estaban algo entreabiertos esperando aquel pene que unas tres horas antes se había abierto paso entre ellos. La joven dio un salto cuando sintió que el hombre mordía aquellos labios, los besaba e introducía la lengua por todo el canalillo hasta alcanzar el enchumbado clítoris y masajearlos repetidas veces con la punta del órgano bucal. Ella dio un salto de pelvis tan grande como el grito que se le escapó de su garganta hasta ahora aplacadas con suaves y entrecortados gemidos de puro placer. Estalló el sexo en el rostro de él que aprovechó y metió las manos para apoderarse de las gordezuelas nalgas y apretarlas de tal forma que Eva gritó de dolor pero no las apartó.

Joan no esperó más. Con aquella fuerza demostrada anteriormente en la lucha cuerpo a cuerpo con Luis, se puso de rodillas en la cama y, tomándola por la cintura la giró boca a bajo y la obligó a ponerse de cuatro patas. Como siempre, en silencio, también hizo que ella abriera mucho los muslos y dejara expedita la vulva, se colocó detrás, enfiló el pene hacia el himen y de un golpe de pelvis introdujo el falo brutalmente. Eva María abrió los ojos inmensamente al sentir cómo el miembro masculino la invadía tan fieramente y miró hacia atrás viendo las acciones frenéticas de él un salir y entras constante, un aporreamiento de pelvis contra su culo y un castigo sistemático de aquel cilindro que se alojaba y desalojaba constantemente dentro de su vagina hirviendo. Era un momento tan excitante, tan lleno de dolor salvaje y de acabar con aquellas ganas "in extremis" de ser poseída de aquella forma tan bárbara que la muchacha empezó a estremecerse, la voz se alzaba y los gemidos alcanzaban sonidos más allá de lo normal. Los pechos volvieron a ser cogidos y ahora con aquella brutalidad que, fuera de horrorizarla, la metía en un fondo tan grande de deseos que ella misma pedía casi a gritos más dolor, más caricias desaforadas para con ellos recibir más placer que la volvieran loca por el goce que estaba recibiendo y estalló en un tremendo orgasmo que los brazos se le aflojaron y cayó de bruces con el rostro sobre la almohada, gritando, mordiendo, cogiéndose a las sábanas y plegándose más y más contra aquel pene que la inundaba brutalmente y que de pronto se salio de ella para alojarse entre sus nalgas y allí, por encima del esfínter, depositar toda la carga de semen que su amante tenía en los escrotos dejándola resbalar lentamente por entre los glúteos, mojar la vulva y destilar al rato gotas que caían en las sábanas. Eva extendió todo aquel caudal de líquidos de ambos por toda la ingle y parte de los muslos.

Joan se apoyó sobre la espalda de la joven resoplando, agotado, con temblores en las rodillas que lo sostenía y apoyó las manos sobre las nalgas de Eva para poderse sostener. Estaba satisfecho de su labor porque había conseguido que una mujer mucho más joven que él sucumbiera antes a su pasión y a su esfuerzo por hacerla feliz.

Eva, por su parte, más llena de emociones entrañables, de éxtasis maravillosos que de dolor por las caricias algo brutales recibidas no podía ni con él sobre su espalda. Se dejó ir de lado y quedó bajo aquel cuerpo fuerte y algo pesado para ella encima. El calor que desprendía Joan le dio sensación de protección y su mano derecha acarició el rostro convulsionado masculino.

-Culé, eres un puñetero follador. Te gusta dar dolor a las mujeres para dominarlas siempre y hacerte con el sexo ¿eh? Buena técnica conmigo, por ejemplo ¿Con otras lo has logrado?

No contestó solo la besó en la boca cuando se acomodó a su lado, ella encogida y él estirado cuan largo era. Al rato tomó la ropa de arriba de la cama y se tapó junto con ella quedando dormidos de inmediato, abrazados y cara con cara.

 

La despedida

Joan la despertó con pequeños movimientos sobre su hombro. Era las cinco de la mañana y a Eva María le pareció que acababan de dormirse y ya había pasado cuatro horas. El catalán estaba vestido y bañado.

-Tu autobús sale a las seis y media, tienes que andarte, preciosa –Y la besó suavemente en la boca y en los ojos.

Eva quiso cogerse al cuello de él pero fue rechazada con cariño. No tenía ganas de levantarse y de las entrepiernas le estaba despertando el dolor vaginal de la follada de hacia unas horas. Se tiró de la cama a regañadientes y se metió nuevamente en el baño.

-Desde luego –Pensó- este culé me ha dejado el coño hirviendo. Qué forma de follarme ha tenido el tío. Me he quedado satisfecha y feliz, sin dudas. ¡Menuda aventura!

La estación de autobuses estaba casi vacía. Dos ventanillas abiertas al público, algunas personas solitarias sentadas o paseando por la amplia sala de espera y dos parejas haciendo arrumacos, una de ellas el hombre quería meter la mano por cualquier parte del cuerpo de la chica y ella se dejaba a medias pero sin dar vía libre.

-Tú no eres capaz de despedirte de mí así, como ésos. Yo no sería tan remilgosa como ella y más después de lo nuestro ¿Te atreverías? –Comentaba Eva María, totalmente cogida a su brazo, clavando sus pechos en el brazo varonil y empinándose para hablarle al oído.

-¡Va, va, mujer! ¡No lo comentes siquiera! Un hombre ha de ser hombre y respetar a su pareja no manosearla en público. El hogar, los hoteles, lugares oscuros… muchos lugares donde tocar a la mujer ¡Pero aquí, va, va!

-Esa es la diferencia entre vosotros los carrozas y nosotros los jóvenes. Vosotros llenos de prejuicios, tabúes, religión y principios éticos por medio y, en cambio, nosotros estamos libres de esos dogmas, de esos encasillamientos religiosos, de esos principios ¿No es natural que un hombre y una mujer se toquen porque se quieren? Pues eso, se manosean y ya está ¡Qué más da que se esté en público o en lo privado! No miran, no se desconsuelan.

Joan no contestó la cogió nuevamente de la mano y la llevó a la cafetería que estaba enfrente de ellos.

-¡Anda, bésame, hombre! ¡Mira, metes con disimulo la mano por debajo del pulóver y me tocas el culo o el coño! Nadie se enterará, te lo juro –Y rió lo dicho

-Yo, Eva María, te considero una chica normal, cabal, alocada tal vez por tu gran juventud, pero decente. No haré nada de eso. No cuentes conmigo.

-¡Oh, qué hombre más desabrido y desamorable! ¡En la cafetería de la Sagrada Familia bien que me pusiste las manos en las tetas! ¿Eso no cuenta, culé, o sólo lo que haces tú es lo que vale?

-¿Tienes novio, Eva? –Preguntó el hombre sin hacerla caso.

-Lo tuve pero lo dejé, era un chiquillaje de veinticinco años ¡Vamos, un… inmaduro! Salimos tres meses, tuvimos poca relación íntima y poco más. Pero ¿qué tiene que ver lo que estamos hablando con esto?

-Así que estás libre ahora ¿No?

-¡Sí, sí, sí, qué hombre, Dios, para cambiar la conversación…! –Se quedó callada, mirándolo en profundidad, con el ceño fruncido- ¿Qué me quieres decir, culé? ¿Quieres proponerme relaciones? ¿Te gusto como mujer y me quieres para ti? ¡Hombre, eso estaría gracioso, un culé y una merengue! ¿No nos tiraríamos los trastos a la cabeza, Joan?

El catalán la miró y suspiró echando el aire por la nariz fuertemente y moviendo la cabeza de lado a lado. Como era su costumbre no dijo nada ¿Para qué? Él decía una sola palabra de cinco o diez letras y ella daba toda una tesis sobre el asunto ¡Era imposible aquella pequeña y bonita joven! Podía con él.

En estas reflexiones de pura resignación estaba el hombre cuando sintió cómo el pié de Eva se incrustaba descaradamente entre sus piernas y descansaba sobre su bragueta por debajo de la mesa. Allí hizo presión. Joan dio un salto y miró a los lados ¿Qué estaba haciendo aquella niña? ¡Dios, la juventud no tenía vergüenza ni pudor! ¿Qué le enseñaban, pues, en esas putas universidades? La madrileña reía el atolondramiento de él.

-¿Ves a alguien que se fija en nosotros? No ¿Hay gente que miran la diferencia de edad entre tú y yo? No ¿Le importamos a los demás si nos tocamos, besamos o nos tiramos al suelo para echar un polvo? No, no, no ¡Y no me quieres besar pero sí saber si estoy libre! Culé ¿Crees que aquí, en la Universitat de Barcelona o en la Autónoma permitirían a una madrileña terminar el último año de Geografía e Historia? ¿Encontraría trabajo después en Tarragona? Si te enteras te daré más razón de mí, vivo en San Lorenzo del Escorial y con eso te tiene que bastar.

Un grupo de chicos y chicas interrumpió en la cafetería. Iban callados, cansados, maltrechos, con los emblemas del Realmadrid en todos sus cuerpos y somnolientos. Aquellos chicos fueron la salvación de Joan ante la batería de preguntas y respuestas que la muchacha misma hacía.

-Tus amigos están ahí. Hora de marchar –Y entonces la miró con tristeza, una tristeza que caló el alma de la joven.

-Joan, si quieres me puedo… -Comentó Eva cogiendo la mano masculina y oprimiéndosele el corazón.

-No, Eva. Tú tienes tus estudios y yo mi trabajo. He pasado unas horas deliciosas contigo. Gracias por todo. Dentro de quince días estaré en Madrid, en La Dirección general del Interior por asuntos policiales. Todos los meses hago ese viaje. Ya veremos…

-¡Joder, Eva, nunca nos hubiéramos atrevido a pensar que fueras a confraternizar con el enemigo de esa forma! ¿Dónde has estado todo este tiempo, con éste? –Decía una chica con mochila y escupiendo las palabras al tiempo que lo señalaba

-Sí, y jodiendo en cafetería y hoteles ¡Jode cojonudamente, no quieras ver! ¿Estás informada, tía? ¡Hala, a dormirla ahora en el autobús! ¡Adiós!

-Señores pasajeros con destino a Madrid, pasen por el muelle número uno. El autobús saldrá en cinco minutos, gracias.

-Bueno, Eva, llegó el momento. He sido muy feliz estas horas contigo y lo he pasado muy bien con tu conversación. No sé si nos volveremos a ver alguna vez, si es así, espero me dejes meter baza en la conversación alguna vez. Adiós, Eva

Se inclinó y fue a besarla en la frente cuando, dando un giro a su rostro, le entregó la boca de pleno y allí mismo, delante de sus compañeros, lo besó con una intensidad tan grande que ella misma se asombró de su atrevimiento. Fue largo y le dio tiempo de colgarse de su cuello y apretarse contra el cuerpo masculino. De la misma forma como fue ella la que lo tomó y lo besó apasionadamente así lo dejó y salió corriendo hacia la puerta que daba salida al muelle número uno.

 

Un encuentro en la Complutense

Joan había llegado a Madrid a las sietes de aquella fría mañana. Como era costumbre en él se dirigió al Ministerio del Interior y realizó su trabajo. Hacía tiempo que quería cambiar con otros compañeros pero era pieza clave en el asunto y los jefes, sin negarse a la petición, lo disuadieron. Ahora tenía una aliciente, una esperanza remota, un deseo ferviente desde las Navidades pasadas de volver allí, de ver a una persona que lo caló hondo y que lo dejó prendado en solo diez horas. Le parecieron largas aquellas entrevistas e intercambios de documentos y, cuando dieron las doce ya estaba saliendo como alma que lleva el diablo del Ministerio en dirección a la Complutense.

Por el camino recordó que su familia lo ignoró en las Navidades pasadas. Fue una semana a Barcelona, a estar sobre todo con su hija Silvia esas Fiestas pero en aquellos ocho días tan solo estuvieron juntos veinticuatro horas. El mismo Año nuevo, sobre las cuatro, Silvia estaba vestida para salir. A Joan le dolió aquello y preguntó

-¿A dónde vas, hija? ¿Quédate con tu padre un poco más? Mañana me voy temprano y podríamos aprovechar el tiempo.

-Vendré pronto, papá. Yo tengo mis amistades aquí y he quedado con ellas. Nos veremos luego, te lo prometo y podremos hablar de todo.

-¿De veras, hija? Vendrás a las nueve o diez de la noche y entonces estaremos una o dos horas de conversación y hablaremos de todo ¿Tú crees que nos dará tiempo para decirnos todo lo que yo, principalmente, tengo que decirte?

-Papá, compréndelo, ya soy mayor y tengo mis derechos. Anda, papi –Dijo mimosa- espérame y verás que lo pasamos bien esta noche ¡Chao! –Y corrió hacia la puerta sin mirar hacia atrás.

-¡Adiós, hija, hasta la vista! Que te diviertas mucho.

Se quedó un gran rato mirando la puerta de entrada a la casa, se volvió y miró hacia el salón de la tele donde se encontraba su ex mujer, sola, viendo algún programa, sin nada que decirse. Entró en su habitación, aquella que le tenían ellas reservada para cuando viniera a la ciudad condal, preparó su pequeña maleta, salió de allí y su ex estaba en la misma postura. No se despidió de ella y salio hacia el garaje del edificio, subió a su coche y marchó rumbo a Tarragona.

Era larga la avenida de Puerta de Hierro y pasando el edificio de Canales y Puertos estaba la facultad de Geografía e Historia. Giró a la derecha y se encontró con el campus de la facultad. Entró en el edificio principal y, en recepción preguntó por Eva María Naranjos, del último curso de Geografía e Historia. No le supieron dar razón y amablemente le dijeron que esperara en los amplios sillones de la entrada, que vería a los alumnos salir. Esperó pero en aquel tiempo le entró el pánico ¿Qué estaba haciendo allí? ¿A quien esperaba, a una chica, a un espejismo? ¡Tenía veinte años más que ella y estaba como un colegial colado por los huesos de la profesora!

Se levantó rápidamente, tomó el maletín y se dirigió raudo hacia la salida. Un grupo de jóvenes entraban cuando él intentaba salir. Alto, delgado, vestido de uniforme y con el abrigo azul de paño grueso que pertenecía al equipo y sus insignias de sargento de la policía de un determinado Ayuntamiento, era un blanco fácil de localizar.

Una chica de las últimas del grupo, vestida con pulóver y rebeca verde, falda larga y algo ajustada del mismo color y botas altas y negras; bajita, fuerte y preciosa; pelo algo revuelto por el viento y a la altura del cuello, pechos generosos y unas caderas apetecibles se le cayeron los libros que tenía apoyados contra su pecho cuando lo vio. Sus ojos se agrandaron más si cabe y su rostro se iluminó de tal forma que su preciosa sonrisa, de oreja a oreja, no le permitió decir nada en ese momento de lo sorprendida que quedó.

-¡Hola, culé! –Atinó a decir casi sin voz- ¡Es verdad que viniste!

Estaba delante del catalán temblando, casi brincando de la alegría, sin saber, por primera vez en su joven vida, que hacer.

Joan también estaba echo un flan ¡Dios, qué preciosa estaba allí, delante de él, vestida de calle! Sin aquellas horribles prendas del Realmadrid tan, tan…

-¡Hola, merengue…! Esto… pasaba por aquí a ver… a ver a un… eso es a un amigo, y mira por donde nos encontramos.

-¿A un amigo, verdad, culé? ¡Y yo que me lo creo! –Había recobrado el "don del habla" tan arraigado- También me pudiste haber dicho que ibas de paso a la Dirección General, que está en la Plaza España, pasando por aquí ¡Hay, culé, culé, necesitas a una mujer que te lleve de la mano!

-Llévame tú, para eso he venido hasta aquí.

Eva María no se esperaba aquella respuesta. Esperaba las dudas constantes, el no decir nada del catalán y, emocionada, se lanzó a los brazos con tal intensidad que parecía que quería fundirse en él, de la misma forma que hizo en la estación de autobuses de Barcelona. Echó la cabeza hacia atrás y ofreció su boca roja brillante y carnosa y, allí mismo, el culé tuvo la valentía suficiente de besarla como un hombre besa a una mujer, de abrazarla y levantarla del suelo delante del grupo al que dio paso y que los contemplaban y aplaudían con admiración y algarabía.