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La Madrastra (2)

en Sexo con maduras

LA MADRASTRA

Segunda y última parte

A las seis de la mañana, nos despertamos Rosi y yo. Nos bañamos juntos y, como de costumbre, hicimos nuevamente el amor. La tomaba por detrás, la apoyaba contra los mosaicos de la pared y la penetraba como un desesperado, arremetiendo contra sus nalgas sin piedad, estrujando sus tetas y estirando sus pezones sin pararme en el dolor hasta que nos corríamos casi gritando en puros insultos. Me encantaba hacerlo con ella bajo el agua. La sequé y tardé como veinte minutos y ella hizo lo mismo. Nos reíamos con aquellos juegos. Al salir la joven de mi habitación, abrochándose la blusa, sin sujetador debajo, se encontró de boca a mano con Pilar que subía. Ambas se quedaron mirando fijamente, serias, amenazantes, retándose. Pilar supo que hacía ella en mi alcoba y Rosi que la "puta madrastra" sabía donde había dormido aquella noche.

-¡Vaya, vaya! Esta mansión parece un castillo medieval donde su dueño tiene derecho de pernada con sus vasallos ¡Curioso ¿No?!

-¡Cierto, señora, el mismo derecho de pernada que utilizo nuestro dueño con usted, la dueña del castillo, en el baile de la cena de anoche! ¿No se acuerda? Vi cómo se corría él entre sus piernas ¡Buenos días, señora condesa!

Pilar debió mascar en seco la respuesta. Rosi, cuando lo contó, dijo que la vio quedarse parada unos instantes, mirando al frente, y que reanudó la subida unos instantes después sin decir nada.

 

Pilar, la mala

Durante los cuatro días siguientes apenas si los vi en la casa. Siempre salían al pueblo, a pasear por la finca o tomaban un helicóptero alquilado y marchaban horas enteras a lugares que sólo ellos sabían. A todos nos dejaron en paz esos benditos días. Pero el quinto, estando nuevamente con Rosi en mi habitación, sentí murmullos de voces y ruidos de maletas. Nos asomamos y vimos como mi padre, bueno, Pedro en adelante, se despedía de Pilar con un beso en sus labios y Gerardo, después de cerrar la portezuela de atrás del pasajero, subía al bordo, ponía la limusina en marcha y arrancaba. Quedé sorprendido, me dirigí a mi novia, que estaba a mi lado, y pregunté.

-¿Sabías que se marchaba el patrón, cariño?

-No, Carlos, primera noticia.

Como siempre se iba sin despedirse del único hijo que tenía. Era una costumbre en él que no pude comprender nunca. Su desprecio hacia mí era evidente.

Hasta las doce del día no vi a Pilar. Según me dijeron llevaba en la piscina cerrada toda la mañana. Un chico de caballeriza dijo que la "señora" me llamaba y donde se encontraba. Me dirigí hacia allí y, efectivamente estaba. Tendida boca a bajo, sólo con un tanga de hilo dental, una pequeña radio a su lado emitiendo música de los años setenta y el rostro hacia el lado contrario a la puerta de entrada. No me oyó entrar y pude contemplarla a gusto. Una cuarentona larga, bien cuidada y con un cuerpo que, sin ser extraordinario, más bien fuerte, estaba divinamente esculturado por la gimnasia que hacía. Su piel tersa y brillante por algún aceite le daba una imagen de juventud y aquellas nalgas desnudas…, re…dondas ¡Diooos! me empalmé sin poderlo remediar. Así de erecto, sin preocuparme de que se notara aquel bulto exagerado, la saludé.

-¡Buenas, Pilar! ¿Deseabas algo de mí? –Y por un momento cerré los ojos porque sentía que me iba a venir de gusto viendo aquella mujer.

Se sobresaltó y giró la cabeza rápidamente. Una sonora carcajada salió de su bien formada boca al verme en aquel lamentable estado. Siguió riendo sin dejar de mirar, se dobló hacia delante. Sus pechos quedaron a la vista, medianamente grandes, macizos, rectos, con los pezones picudos mirando al frente ¡Iba a eyacular de un momento a otro sin poderlo evitar!

-¡Pero vamos a ver, Carlos querido, estás como en la fiesta! –Seguía riendo a carcajadas la muy perversa- ¿Esa joven impertinente, con la que te acostaste la semana pasada y anoche, ¡mira que gime la condenada!, no te sacia lo suficiente?. No se, no se, parece que tendré que tomar partido en esto si tu padre tarda más de una semana.

Se levantó con una agilidad y elegancia digna de una joven como Rosa, tres años menor que yo. Insinuante se fue acercando a mí que veía peligrar mi slip como la vez anterior. Se veía perfectamente como mi paquete estaba hinchado y a tope. Quedó a treinta centímetro de mí, sin mirar hacia abajo, con su sonrisa maliciosa. Su mano cogió completamente mi polla y la cató a través del pantalón. Yo me incliné hacia delante en un gesto de sorpresa al sentirme acariciado. Un -¡Aaahhhhhh!- salió de mi garganta pero no me moví, no podía porque iba a correrme.

Pilar notó la tensión electrizante que corría mi cuerpo y supo que iba a irme. Sin prisa pero sin pausa, sacó mi miembro del pantalón y éste salto como un endemoniado resorte. Como estaba destilando jugos preseminales, mojó con varias gotas la cara de la mujer que no le dio importancia. Siempre mirándome a los ojos desde su altura, unos cinco u ocho centímetros mayor que yo, se puso de rodillas frente a mi pene y lo introdujo en su boca. No tuvo necesidad de trabajarme mucho, a la cuarta o quinta lametada y presión que hizo su lengua por debajo del glande y contra su paladar la polla se corrió en su boca abundantemente mientras la cogía por la cabeza y la aplastaba contra mis ingles. No creyó tragar tanto semen porque un golpe de tos hizo que la sacara y el resto, como dos chorros finos y fuertes, le bañó el cuello y toda la cara.

Con su agraciado rostro inclinado levemente hacia atrás, los ojos cerrados y la boca entreabierta, dejó que mi pene terminara de eyacular. Su mano derecha lo tenía cogido por el glande y lo dirigía como si fuera una mangueta del agua a uno o dos centímetros de él. Yo, entre tanto, con mis manos en su pelo, rígido, todo cimbreante por la excitación máxima del placer, gimiendo desaforadamente estaba dando los últimos estertores de aquella eyaculación que me cogió de improviso, solamente por verla de la forma como estaba, desnuda y bocabajo.

Con la cara chorreante desde la frente hasta la barbilla, Pilar fue metiendo y sacando mi pene en su boca hasta que éste quedó sólo mojado por sus salivas. A medida que lo iba limpiando lo saboreaba como si fuera un néctar, luego, sin reparos, mirándome, fue limpiando su mano sin dejar que nada cayera al suelo y sus dedos fueron echando el semen desde la frente hasta su boca abierta y la lengua algo afuera por donde caía gotas constante y así dejó su rostro solo con una pequeña máscara de jugos. Se puso en pie, abrió los ojos de color miel, y sus labios, todos pringados de mis flujos, se abrieron dejando ver unos pequeños hilos del líquido y los amplió en una sonrisa de satisfacción

-¡Uhhhhhh, Carlos, bocatta di cardinali! –Y sus dedos pulgar e índice hicieron una "O" dando a entender que estaba encantada.- Me dejaré esta mascarilla durante un buen rato. Cleopatra la usaba para su belleza, posiblemente proveniente del prepucio de Julio Cesar y más tarde de Marco Antonio, o vete tú a saber ¿Por qué no yo? ¿Me encuentras bella, Carlitos?

-¡Ma… maravillosa, Pilar. Eres… eres… maravillosa –El pene estaba fuera de la bragueta y ella lo colocaba dentro.

-En la reunión que tuvimos con tu padre debí haberte hecho esto y no mancharte tu slip. El se dio cuenta de que te habías corrido conmigo y me lo comentó humorísticamente en la alcoba, mientras me metía mano. Ni su leche, ni sus caricias, ni en follar tiene punto de comparación contigo, Carlitos. La otra noche me contuve como experimentada que soy y no lo notaste, pero tus sobos en mi cuerpo fueron arto suficiente para orgasmar varias veces cuando tu padre me la metió y se corrió sin esperarme, normal en él. Estás fichado en mi mente, y ahora más ¡Lo siento por ti, Carlitos!

La tomé por la cintura y la atraje hacia mí pero Pilar me rechazó. Su cara se retiró de la mía y sus brazos pusieron límites a mis pretendidas caricias

-No, Carlos, no. Esa chica… Rosi, creo que se llama, te quiere y, de momento no quiero ser una piedra que se cruza en su camino. Déjalo estar así. Ha sido muy bonito. Pero en el futuro seré su contrincante, tenlo presente.

-¿Para qué me llamabas entonces? –Pregunté sorprendido

-Quería ver tu reacción cuando me encontraras tal como estoy. La sorprendida agradablemente he sido yo con tu obsequio. Soy una mujer, coqueta y algo putona. Me gusta que me admiren y, si ese admirador es un joven de veinte y algo de años ¡Figúrate!

-Tengo… tengo… que marchar, Pilar. Hay trabajo extra que hacer antes de marchar a Marbella el lunes. Me gustaría, créeme pero…

-Nada, hombre, ya has cumplido mejor de lo esperado. Las sorpresas son muy bonitas y esta, para mí, ha sido magnífica ¡Adiós, Carlos! Vete tranquilo.

Esto fue un jueves, sobre las doce del mediodía. En los dos días siguientes no la vi. ni una sola ves, ni en las comidas ni en el la piscina y eso que la buscaba desesperadamente. Nadie me daba razón de ella. Sabían que estaba en la casa, la veían entrar y salir pero nunca a donde iba a cada hora. Fueron dos días inquietantes, angustioso, Rosa lo notó y me lo comentó.

-Estás nervioso, Carlos ¿Porque te vas? ¿Por nuestra separación? Tranquilo, cariño, me has dicho que los jueves por la noche estás aquí y te estaré esperando esos fines de semanas, sin dejar ni uno.

No estaba enterada del asunto del jueves y eso hizo que la mirara a los ojos, la abrazara y besara con amor, tiernamente, sin ir más lejos que tenerla en mis brazos, sentirla y besarla en aquella boca que tanto placer me dio, me daba y me ha dado hasta los días de hoy. Con su preciosa cara vuelta hacia mi espalda por el abrazo pensé que comenzaba a engañarla otra vez, que deseaba a otra mujer, que mis manos habían gozado de otro cuerpo y otra boca, que esa desesperación que ella equivocadamente notaba era la desmoralización de no haber visto a la "puta esa" como ella la llamaba ¡Necesitaba saber de Pilar, aunque no la tocara, sólo mirarla, sentirla! ¿Dónde coño estaba esa bruja maravillosa?

Era domingo y las once de la mañana, todos en pie, cumpliendo nuestros cometidos y Rosi y yo haciendo la pequeña maleta que iba a llevar durante cuatro días a la semana a Marbella, comentando incidencias de la finca y, de vez en vez acariciando aquel cuerpo de mujer joven que, dicho de paso, estaba provocativo y sensual. Sabía que me gustaba verla así, sin ropa interior y, como le había dicho de preparar mis pertenencias para cuatro días, se vistió de esa forma para cumplir mis fetichismos con su persona. Carmiña apareció y me dijo que la "señora" me llamaba y esperaba en su alcoba. Di las gracias y esperé un rato mientras veía a Rosi colocando mis cosas. El corazón saltaba dentro de mí, mis ansias eran salir a escape donde Pilar se encontraba, verla, abrazarla si podía, tocarla lo más probable. Aquel rato se me hizo eterno pero quería dar la impresión a la chica que la "señora" me importaba tanto como a la servidumbre. Como cinco minutos después, Rosi se giró hacia mí y dijo

-¿No vas a ver que quiere esa "puta" de ti? –Sus ojos eran alfileres penetrando en los míos- Carlos, ten cuidado, tu le gustas y te mete mano sin pensarlo dos veces. No me gustaría perderte.

-Rosi, basta ya. Ni es puta ni me mete mano. Aquello fue un momento de debilidad mío y no de ella y ya acabó.

-¡Ja! Que yo me lo creo ¡Se abrió de piernas y dejó que tu tranca quedara entre ellas! ¡No soy tonta, Carlos, sé que ella te gusta! ¡No eres más que un macho babeante detrás de un coño de mujer!

Aquel ataque de celos me dio la oportunidad de salir de la habitación y correr más que caminar hacia la de Pilar. La jodida Rosi no se cortaba ni un pelo y demostraba a gritos el encono hacia mi madrastra. Llegué a la puerta de la alcoba matrimonial y toqué.

-¡Pasa! –Dijo Pilar desde el interior

-¡Buenos dí…!

Quedé asombrado ante el panorama que veía delante de mí. Pilar, en tanga de hilo dental blanco, de espalda a mí, mostrándome unos glúteos anchos, redondos en forma de corazón y apetitosos Unas medias del mismo color le cubría los muslos hasta las ingles. Tenía puesta una blusa roja atada y hacía también una elegante y pequeña maleta blanca. Se giró hacia mí y me empalmé de inmediato. La blusa estaba abierta totalmente por delante y anudada por arriba del obligo. Sus pechos tirando a grandes y macizos apenas si cabían dentro de aquel mini sostén blanco también. Parecían mayores de lo que eran y, por las transparencia de la prende se le veía las aureolas de los pezones marrones y aquellos erguidos, mirándome desafiantes. El tanga, transparente, apenas cubría su pubis depilado en triángulo y su vulva hinchada siempre, grande, labios abiertos se mostraba invitadora, insolente, pecadora. Como un zombi me fui acercando a ella que, estirando su brazo, me paró en seco.

-¡Un momento, Carlos! Hemos tenido unos pequeños roces de los que me encuentro encantada y, seguramente repetiremos más ampliamente. Ahora tu padre y yo estamos en una "luna de miel" que no ha acabado. Vamos a respetar los comportamientos con nuestras parejas de momento. Tú tienes a esa chica que anda desaforada despotricando contra mí y yo tengo a mi marido. Dejemos pasar el tiempo. Nada dura eternamente y tu padre, me parece, menos que nadie. Voy a Madrid a unas reuniones de socios y accionistas, luego, tu padre ha dispuesto un viaje a Roma de tres días. Posiblemente no nos veremos hasta dentro de diez o quince días. Quiero un informe semanal de las obras que estás realizando. Te diré que soy tu jefe inmediato y que es a mí a quien tienes que dar explicaciones. Aquí está el documento acreditativo.

-¿Por qué eres tan cruel y te muestras así ante mí? –Dije con tono serio, molesto por su indiferencia, erecto mi pene al máximo.

-Tú me deseas más que a esa chica preciosa. Has de ganarte este cuerpo que, posiblemente será tuyo antes de lo que crees. Te lo enseño para que veas el valor que tiene y luches contra tu padre para obtenerlo. Me encantan los vencedores y paso de una mano victoriosa a otra que es superior a ella. Soy exigente y me gustan los retos poniéndome yo como trofeo. De ti depende el resto.

-¡Eres una calienta pollas más que una chovinista! Lo sabes ¿No? Muy bien, Pilar, tendrás los informes semanales que pides pero te diré algo más, la próxima vez que nos veamos, si te encuentro de esta guisa no repararé en Pedro ni quien es, te tomaré y follaré ese coño que tienes y, si puedo, el apetitoso culo que posees ¡Te lo juro por esta! –Dije besando mi dedo pulgar y dirigiéndome hacia la puerta de salida de la alcoba.

-Aquí o donde sea estaré esperándote, Carlos. Tu cabreo me demuestra lo caliente que estás y lo mucho que me deseas. No me opondré a tu fuerza masculina ni a tu amenaza ¡Adiós!

 

Obsesión

Durante la primera semana estuve muy atareado preparando toda la documentación para realizar la obra encomendada en Marbella, alquilando grúas torres, comprando maquinarias para la construcción, contratando y formando cuadrillas especializadas en cimientos y pilares. Aquel ir y venir sin un momento de tranquilidad, dejando estupefactos a los que me rodeaban, hizo que me olvidara momentáneamente de Pilar, solo la tenía presente cuando rodaba en el coche a las mucha citas, cuando cenaba y cuando me acostaba. Más de una vez me masturbé en su nombre por pura necesidad. Y llegó el jueves noche. Desde el hotel partí hacia el aeropuerto malagueño y de ahí a casa.

Rosi fue a buscarme en mi vehículo. Nos besamos como una pareja normal y salimos con nuestros brazos en el cuerpo del otro, buscándonos por entre la ropa, dando paso a lo que sería una noche encendida de pasión. Estaba preciosa y no llevaba bragas ni sujetador

-Es como te gusta sentir mi cuerpo. Estoy precalentándote para luego. Te invito a comer y de ahí a la cama ¿De acuerdo?

-¿Vamos a un hotel, Rosi? –Pregunté

-No, mi cielo, a casa donde estamos mejor. Si quieres conduzco y me metes mano todo el rato

Reíamos de lo que decíamos. Estábamos felices y pensar que esa noche dormiría con una hembra semejante ya era motivo suficiente para no dejar de estar empalmado en todo momento. Pero no era así, la tristeza me embargaba cuando no me miraba. Pilar estaba tan metida en mí que mi cuerpo no pedía otro cuerpo que no fuera el de ella. Estaba siendo cruel con Rosi en esos momentos. No lo podía remediar. Sin embargo, no dejaría vencerme tan fácilmente y le daría todo el placer del mundo a esta mujer que se encontraba abrazada a mí. Me había propuesto cambiar el rostro de la joven por el de Pilar esa noche para sentir mejor. A la chica la quería, eso estaba fuera de dudas, pero…

…

De la misma manera que trabajé en Marbella lo hice en la finca. No quería pasar por todos los lugares que sabía había estado Pilar y que la comezón de su ausencia fuera lo menor posible o nula. No lo conseguí pero logré llegar a la mañana del lunes y marchar nuevamente para mi destino, dejando dormida profundamente a mi Rosi querida, aquella muchacha que en las tres noches anteriores se portó como una jabata e hizo que me doliera todo el cuerpo durante el día de tanto que follamos.

Otra vez aquella demostración de vigor, ahora poniendo en marcha una maquinaria humana y mecánica para construir un proyecto del que me sentía orgulloso. Quería demostrar a Pedro que mi valor era casi parecido al de él y, que si la obra daba los resultados apetecidos, yo me encumbraría ante los promotores, los colegios de arquitectos y los entes públicos. Si era así en un futuro próximo, se lo ofrecería a Pilar. Los cuatro días siguientes pasaron volando y el proyecto comenzó a caminar. El miércoles se comenzaron con las zanjas para colocar los cimientos. El jueves estaban secos los pilares donde iban las cuatro grúas torres que se necesitaban para cubrir todo el área donde iba a ir fundado aquel polígono comercial e industrial. El viernes partí para la capital de España. Le dije a Rosi que no fuera a buscarme porque me entretendría con unos asuntos. Tenía que saber donde se encontraba la mujer que más me importaba en el mundo en aquel momento. Hotel Castellana de Madrid, llevaba alojada tres días procedente de Roma. Con esas premisas partí para casa. Parte del viernes y todo el sábado la pasé ocupado con el negocio de la finca y el domingo, agobiado, desesperado, fuera de sí y con el corazón en un puño di una excusa a la buena de Rosi y partí para Madrid.

Llegué sobre el mediodía y desde Barajas partí para el hotel. En recepción me dijeron que se encontraba en una sauna individual y que no se la podía molestar, eran órdenes de ella. Comuniqué que era empleado de ella y que urgía verla. Me condujeron dos pisos más abajo y me señalaron la sala número siete. Toqué.

-¡Adelante, Carlos, pasa!

Entré. La sala estaba en penumbras alumbrada tenuemente por una luz rojiza, una camilla que estaba cerrada por unas cortinillas de plástico transparente que dejaban ver a un cuerpo de mujer desdibujado detrás de ellas.

Me acerqué y las pasé ¡Dios santo de mi vida! Estaba desnuda casi totalmente, sólo la vulva estaba semi tapada suavemente por un diminuto triángulo apenas perceptible de no más de tres centímetro de ancho. Dejaba ver el pubis, con la minúscula expresión de vello en forma de triángulo con su base hacia arriba y el vértice en la cúspide de los labios menores que forman la vulva, casi por completo por aquella tira transparente de donde se enganchaba la minúscula pieza. Toda la prenda, si se la podía nombrar así, estaba confeccionada en tejido con baño de oro ¡Maravillosa! La diosa Venus era un moco pegado a la pared comparado con la mujer que estaba recibiendo los rayos uvas. Su rostro terso y con gotas de sudor fresco, con el pelo totalmente echado hacia atrás, mojado y los ojos tapados por unas minúsculas gafas protectoras. No era bella pero su inmensa personalidad y el cuerpo bien cuidado a base de duros entrenamientos gimnásticos hacia que esta mujer me absorbiera el seso, drogara mi voluntad y dominara mi hombría. Tendida boca arriba, tranquila, sabedora de su poder, las piernas algo abiertas y con su rostro frente a mi rostro, mirándome posiblemente a través de aquellos lentes opacos esperaba mi reacción que no tardó en aparecer.

Reacción primitiva, de macho neardental reprimido, obsesivo por el olor a hembra que invadía aquel habitáculo fue la mía al poner, de inmediato, la mano izquierda, sobre aquella vulva semi desnuda, amasándola, llenándome toda la mano de ella, de sus labios hinchados permanentemente, de meter los dedos de abajo hacia arriba entre el pliegue que formaba aquellos, de masturbar el clítoris erecto como un pene, estirándolo, llegando hasta el himen e introducir dos dedos y acariciar las aterciopeladas rugosidades, de entrar en la vagina y sentir la mucosidad de sus flujos, de mojar la mano con los jugos primeros, de empalmarme y dejar el frente de los pantalones como si fuera una tienda alpina, de estremecerme como un colegial y de gemir con voz entrecortada como si fuera la primera vez que veía semejante espectáculo

Respiraba con dificultad. La mano comenzó a deslizarse hacia arriba con pesadez, me costaba, se negaba a salir del coño pero el cerebro le obligaba a acariciar en línea recta el estómago dejando una estela orgásmica brillante, zambullirse en aquel pequeño ombligo, redondearlo y mojarlo con la yema de mis dedos índice y corazón, de pararse en la base de aquellas dos mamas reposadas, aplastadas tenuemente contra el tórax femenino, redondas y duras, pezones crecidos por la excitación recibida, semitransparentes, rosados…, preciosos

Cogí el pezón derecho y lo estiré con fuerza hacia arriba y luego lo dejé caer y volví a repetir la operación tres veces más. El diafragma de ella empezó a oscilar de adentro a fuera, con precitación, con desasosiego, dejando entrever que el dolor que recibía era pura adrenalina en ebullición por la excitación.

-¡Más… más…, con las dos manos, Carlos…, Carlos…! ¡Diossss!

Yo no sabía lo que hacía, solo obedecía. Me incliné y repetí la acción, ahora con los dos pezones. Los pellizcaba con saña y los estiraba al máximo, los dejaba caer y mis manos estrujaban aquellas tetas frenéticamente. No me cansaba de reanudar la operación tantas veces veía como Pilar, fuera de sí, con la boca abierta, tomando aire con desesperación, arqueaba la espalda y entregaba sus pechos para el tormento que le estaba proporcionando.

-¡Destrózalos si quieres, amor, pero no pares nunca! ¡Por Dios te lo pido! –Y su voz se alzaba a medida que rogaba el suplicio

Pilar se dejó caer y se quedó rígida. Las piernas totalmente estiradas, los brazos tiesos y las manos cogidas a la sábana de la camilla. Un alarido agudo, estremecedor acompañado de unas pequeñas convulsiones me hizo saber que había tenido un tremendo orgasmo. Miré hacia su coño y de él salía abundante líquido viscoso y casi blanquecino que mojaba la minúscula tela y que le corría por la vulva hacia el ano dejando sus bajos brillantes por la humedad. Duró como medio minuto aquella meseta del placer, el clímax máximo del ser humano, luego, su cuerpo fue entrando en un estado de bienestar que la hizo sonreír serenamente.

Quedaba yo, caliente como un perro, la saliva espesa, con el lívido que no me cabía en el cuerpo. En un acto de valor dejé de tocarla, bajé mis pantalones todo lo rápido que me dejaba las ansias de volver a tocar aquellas carnes de mujer, sus sinuosidades. Quedé desnudo de cintura para abajo, con mi pene en alto, grueso, mojado, pidiendo guerra. Actuaba como una bestia que no tenía más horizonte que la necesidad de sentir las caricias de la hembra que tenía delante. Me acerqué a ella lo máximo, le tomé la cabeza por los pelos y la llevé con brutalidad, hacia mi falo. No necesitó que le dijera nada. Al sentirse violentada y ver a donde le dirigía su rostro tomó con su mano derecha rápidamente la polla, la puso en horizontal y, abriendo la boca la introdujo de una vez, parando el impulso que le imprimía con los labios que se deslizaron como en una pista de hielo por todo el cilindro hasta llegar a los escrotos. Su lengua inspeccionaba el contorno del mismo, redondeaba el glande y estimulaba el prepucio con la punta del órgano salivar. Chupaba mi genital con desesperación, lo saboreaba como si fuera algo extraordinario, lo sacaba y lo volvía a meter en su boca sin salirse una sola vez. Me hacía recordar la mañana de la piscina, mi admiración por la facilidad de Pilar de tragársela más allá de la garganta sin que le ocasionara ahogos. Los estremecimientos que me estaba proporcionando con su forma de masturbar, de emplear su boca como medio de dar placer a su hombre.

La sacaba y no dejaba de tenerla siempre en contacto con su lengua maravillosa y sus labios. Ahora bajaba por todo el tubo y besaba los escrotos, introducía uno, lo degustaba, lo estiraba con sus bembas produciéndome una sobre excitación, un terror interno que rayaba un sentimiento de temor y de placer a la vez, una angustia por que terminara con las estiramientos, una necesidad de que no terminara jamás, la paradoja del quiero y no quiero pero no dejes de hacerlo.

Pilar no dejaba de observarme con sus gafas mientras trabajaba mis genitales. Estaba percibiendo las reacciones de mi estado de ánimo y no dejaba de jugar con mis huevos, recreándose, burlándose de temores infundados, disfrutando de un encuentro que no esperaba tan pronto pero que tenía que llegar de un momento a otro. Apiadándose de mis angustias volvió a introducirse el pene y comenzó una frenética felación. Sus manos abarcaron mis nalgas y su rostro se estrellaba una y otra vez contra mi pubis repleto de pelos. Estaba a punto de correrme, no aguantaba más aquel frenesí, aquel hacer. Tomé su cabeza con las dos manos y, con los ojos abiertos como platos, destilando pasión y deseo le supliqué mas que dije

-¡Pilar, Pilar, no, por favor! ¡Quiero correrme dentro de ti! –Saqué el pene de su boca.

Seguía mirándome a través de aquellas gafas. Retiró mis manos de las sienes y las besó, entonces sí, se quitó aquellos horribles lentes y dejó unos ojos miel iluminados por el deseo, brillantes, alegres. Bajó aquella expresión mínima de tanga y dejó que todo su poder sensual, de hembra deseable, apareciera ante mí. Se acostó en la estrecha cama, abrió las piernas y, extendiendo sus brazos, me invitó a poseerla.

Me puse encima de su cuerpo adorado y sobre su cara y estiré el pene, con gran dolor por lo erecto que estaba, hacia abajo y lo paseé por su cara, boca, cuello, canalillo donde lo dejé un momento y lo estrujé con sus pechos a modo de cubana. Seguí hacia su estómago en zigzag, creándole ciertas cosquillas, embutiendo gotas de presemen en su ombligo, dejando huellas de líquidos por su cuerpo que estaba en plena ebullición. Y seguí más abajo y enredé el glandes entre su triangulito perfectamente recortado hasta llegar victorioso a una vulva que había crecido aún más y se abría dejando ver un clítoris agrandado y amasado estremeciéndose por el mismo deseo que me embargaba a mí. No esperé ni un segundo, Pilar estaba suficientemente estimulada para recibirme ya y, de inmediato, introduje la cabeza a la entrada del himen y empujé de una sola vez, violento, desesperado, tajante.

Pilar gritó suavemente pero a la vez levantaba la pelvis y nos encontrábamos en mitad de camino. En los primeros momentos no nos sincronizamos de manera que la calmé y fui yo que el tomó la iniciativa. Apoyé bien mis manos sobre la camilla, me tumbé sobre mi querida Pilar y comencé un movimiento de la pelvis, sino violento sí duro. Una mujer como ella, temperamental, madura y vuelta de muchas cosas en el sexo no había que andarse con convencionalismos dulzones. Yo lo sabía, ella lo sabía y lo demostraba tomándome por la espalda y clavándome las uñas. Aquellas clavada de sus dedos me producían dolor pero necesario porque me daba razón suficiente para que la embistiera con más frenesí como así fue. Unos cinco minutos de intenso ajetreos de las nalgas fueron suficientes para que ella se viniera en otro gran orgasmo y me invitara a correrme en su vagina.

¡Dios Santo! Creí que dejaba todas mis vísceras en aquella corrida. Sentí como el semen salía de la bolsa seminal a los testículos y de ahí pasaba a gran velocidad por la uretra y descargaba tremendamente dentro de la vagina que cubría todo mi pene.

Pilar mordía mi cuello y yo intentaba agarrarme a sus glúteos apoyados contra la colchoneta para meterme más adentro, traspasarla, llegar a la máxima profundidad. Fui calmándome poco a poco hasta quedarnos ambos totalmente exhausto, sudorosos, temblando por los esfuerzos realizados. Suavemente me quitó de encima y me tendió hacia la pared. Pilar jadeaba, la respiración entrecortada, las fuerzas idas. Se tiró de la camilla y quedó de cuatro patas, abiertos los muslos, destilando nuestros flujos como si fuera un pequeño hilito constante que no terminaba de parar. La contemplaba desde mi sitio y ella me obsequiaba con su mejor sonrisa

-¡Gracias, Carlos, Gracias! Hace mucho, pero mucho tiempo, años creo, que no gozaba como esta tarde. Creí que nadie sería capaz de hacerme feliz por un rato. Recibí tu recado y nunca pensé que venía a mi encuentro la felicidad perdida en no sé que lugar y tiempo.

Pilar seguía en su postura, la cabeza baja, recuperando la respiración y yo me tendí cuan largo era para refrescarme también.

Sosegados, relajados y recuperadas las fuerzas Pilar y yo nos pusimos de pie, nos abrazamos y besamos sin decir nada. No era necesario, nos lo habíamos dicho todo hacía unos minutos. Se dirigió al pequeño baño de la cabina para lavarse. Durante unos veinte minutos estuvo allí. Cuando salió me regaló la visión de un cuerpo agradable enfundado en un tanga ya más normal pero de hilo dental y un sujetador a juego, ambos de color azul y transparente. No era una diosa, tampoco bella pero sí atractiva, deseable y, sobre todo, una mujer con una personalidad que impactaba nada más verla. Me volví a hacer la pregunta de si la quería o simplemente deseaba acostarme con ella todos los días. Acababa de tener relaciones y el aguijón del amor no aparecía pero seguía deseándola, de estar a su lado, de tocarla a cada momento, de gozar de su compañía y de no separarme de ella. La tomé en mis brazos y Pilar se refugió como una niña desvalida, deseosa de protección, de tener con quien contar en momentos de soledad. Raro en ella cuando su temple de mujer liberal, autosuficiente y decidida a todo buscaba los brazos de un hombre para guarecerse ¿Qué le sucedía? ¿Habría problemas matrimoniales? La última vez me recordó que estaba casada con Pedro y me rechazó, hoy, tres horas antes me permitió que la acariciara toda y poseyera completamente ¿Entonces, qué estaba pasando?

Quedamos en que nos encontrábamos en el comedor de su hotel para comer y luego ir a la discoteca allí mismo. Seguíamos haciendo manitas y comiéndonos las bocas.

-¿Conoces a Ernestina, la eterna secretaria de tu padre? Es una mujer a todo terreno. Lleva de amante de Pedro desde antes de casarse con tu madre. Pues bien, el martes pasado los encontré en la cama en plena faena. Ella me vio en la puerta ni se inmutó, tu padre no, estaba en el séptimo cielo. Dejé que se corriera a gusto y luego pregunté

"-¿Qué, estás contento y a gusto por lo que se ve, no? –Se sorprendió al verme allí pero como Carlos de Inglaterra, la Camila Parker y Diana de Gales por medio pasó de mí, se rió e informó"

"-Querida, Ernestina es el amor de mi vida, la mujer que mejor me ha entendido y la que me ha dado la libertad de hacer lo que se me antoje, hasta permitir queme casara dos veces. Ni tú ni mi primera esposa han sido capaces de aguantarla. Lo siento por vosotras dos. Seguirá siendo mi secretaria, mi amante y mi mujer por vida. Si no te gusta la escena mándate a mudar, quédate y haremos un trío a la francesa. En nuestro mundo, Pilar, no hay familia, solo poder, riqueza y trabajo. ¿El amor? Cualquiera vale, el lugar: los hoteles de lujos son nuestras residencias. Ese es nuestro mundo, querida"

-¡Hijo de puta! ¡Siempre ha sido un jodido hijo de puta! Cuando mi madre y él dejaron de convivir yo tenía tres años y poco más ¡Un total de veinte veces lo he visto en mis veinticinco años, Pilar, una veintena contada! ¿Qué le dijiste? Lo mandarías a tomar por…

-¡No querido, no! Él tiene mucha razón. Pertenecemos a una élite minoritaria de poder sobre la sociedad. Manejamos macro negocios y el matrimonio no es más que una pantalla social para aparentar buenas formas. No me quedé ni lo mandé a que le dieran por ahí. Pedro, desde ahora, hará su vida por independiente y yo tendré mi vida por otra parte. Nuestros intereses son comunes y separados. Te he escogido a ti como mi amante fijo, si tú quieres, claro, pero no dejaré a tu padre. Hacemos una pareja perfecta y somos felices así. Son muchos los intereses que tenemos juntos. Tú, Carlos, no eres más que un pequeño engranaje de esa mayoría que manejamos los que tenemos ese poder. No estás dentro de este mundo, no lo entiendes.

Quedé impresionado ante lo que me estaba diciendo. No se cortaba ni un pelo. No sabía que hacer y estaba a punto de marchar porque me estaba dando asco lo que decía. Pero tengo que reconocer que no puedo estar sin ella, sin su calor, sin su cuerpo, sin sus caricias… No puedo. Ahora comprendía porque no llegaba a quererla abiertamente, mi instinto se negaba a ello pero mi encoñamiento me esclaviza a Pilar, pensé por un momento ¡Qué Dios me coja confesado!

 

 

Epílogo

Han pasado cerca de tres años desde entonces. Estoy considerado como un buen arquitecto y reconocido dentro del mundo de la construcción y urbanismo por mi trabajo en el complejo industrial y de viviendas que he terminado hace tres meses. El prestigio que he adquirido y el apoyo "incondicional" de Pedro y Pilar me catapultará, seguramente, a la fama. No la deseo, no me interesa pero no la huiré. Nadie sabe que sucederá en un futuro próximo y sería de tontos dejar pasar esta ocasión que se me presenta próspera. Además, no quiero depender de ese miserable que me dio la vida.

Pilar y yo somos pareja. Vivimos juntos bajo el mismo techo y compartimos la cama. Nos queremos a nuestra manera y nos amamos como endemoniados. Sigo sin poder estar sin ella pero sigo sin poder quererla. Está hermosa, fuerte, desmadrada en el amor pero no me es fiel. Viaja y vive su vida libremente. Es un animal incontrolado, libre, poderoso pero cuando vuelve lo hace por mí y para mí.

Al principio me preguntaba qué hacía yo con una mujer que se marchaba de viaje una semana, quince días, un mes y follaba con sus propios compañeros accionistas, con hombres que encontraban en sus noches locas internacionales y en las grandes cumbres financieras que duraban tres días, cinco días, una semana, donde se celebraban orgías y bacanales a lo grande. La necesitaba como al aire, oírla hablar, reír, verla desnuda en la piscina con aquellos modelitos que no eran sino tiras finas que adornaban su bien formado cuerpo pero que no tapaba sus atributos de mujer deseable, tocarla, follarla toda entera, despertarme al día siguiente a su lado. Llegué un momento que me dije para mis adentros ¡Se libre pero vuelve a mí siempre! Y eso ha hecho en estos dos años y nueve meses.

Rosi sigue a mi lado, dormimos juntos cuando ella no está y es la jabata de siempre, ahora con sus veinticinco años recién cumplidos. Ha acabado sus estudios pero sigue trabajando en la casa. No es que le tenga cariño es que la ama y está muy bien en esa. Sabe lo nuestro y ya no le importa. Tiene un novio fijo con el que se va a casar próximamente, dice ella, yo no lo creo porque no le hace mucho caso. Sigue siendo la Rosi pendenciera de siempre y le hace frente a "la jefa" pero me parece que ambas se apoyan a espaldas mía para calmar mis necesidades vitales y sexuales.

No sé nada de Pedro ni me interesa. Lo relacionado con los negocios de la construcción lo discuto con Pilar que es la "mandamás".

¿Soy feliz?

Posiblemente. No me voy a parar en esa filosofía de la vida porque no la tengo, mi existencia no es normal tal como la vivo con Pilar y con Rosi. Voy y vengo de Marbella a mi casa y en sentido contrario. Viajo por todo el país cuando hay congresos relacionado con mi profesión o cuando me apetece. Busco a alguna amistad femenina que quiera acompañarme y, como Pilar, regreso a su regazo pidiendo las migajas que ella quiera darme.

¿Entonces?

Pues entonces