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La Navidad del Milenio (2)

en Sexo con maduras

La Navidad del Milenio

Segunda parte

 

IV - Una relación incierta

Al día siguiente no pude acudir a desayunar, fui llamado para una reunión de directivos que duró unas tres horas y con la orden esperada de todos: terminar la jornada a la una del mediodía y tener la tarde libre y preparar la Gran Noche muy especial, cerrábamos un centenario y un milenio a la vez entrando a pocas horas vista en el 2000.

Nika preparó el comunicado y yo mismo repartí las copias por los distintos departamentos al tiempo que felicitaba directamente la entrada de año, dando la mano a los caballeros y besando a las señoras. Mi otro objetivo más prioritario, ver a Beatriz, observar sus ojos, saber si había echo uso de la bebida la noche anterior y pedirle que saliera conmigo esa noche.

Allí estaba fresca y radiante, guapa, bien vestida, alegre. El humo vítreo de sus ojos estaba casi blanco y la forma de desenvolverse en la sección no denotaba agotamiento ni resaca anterior. No me vio llegar, estaba de espalda departiendo con una compañera, mostrando sus hermosas y excitantes caderas embutida en un traje blanco enterizo que la modelaba toda. Tenía unos documentos en las manos Su cabecita de cabellos largos sobre los hombros y bien peinados girada hacia el lado por donde yo aparecía, hablando con otra compañera y trabajando con unos dossiers que estaban sobre la mesa. Beatriz era la encargada de la sección y secretaria del jefe del departamento y me dirigí a ella haciéndola sentir mi calor corporal.

Las dos mujeres que recibían instrucciones me vieron, callaron y dejaron entrever una sonrisa tenue donde se dejaba notar la complicidad. Una de ellas se levantó, dijo algo en baja voz para las dos e hizo una señal a la otra. Beatriz percibió el contacto y no se movió. Me acerqué a ella por la espalda y la rocé aún más con mi cuerpo, hablándole casi al oído.

-Toma, Bea, informa a los compañeros que la jornada termina a la una de la tarde. No pude acudir al desayuno, estaba reunido –Beatriz había cerrado los ojos por un instante antes de que le dijera nada. No sé si por indicación de sus compañeras en voz baja o que, al levantarse fueron a la otra mesa, o porque me sintió pegado descaradamente. No se retiró ni un tanto así ante mi contacto.

-Lo sé, Eduardo, mi jefe Juan José también… –Respondió mirando por el rabillo del ojo derecho, natural, sin pintar, expresivo, encantador ¡Olía igual que la noche anterior! Ya no era la atrevida que me hacía frente y se burlaba de mí. Tampoco se apartaba ante el roce de mi cuerpo– Se le echa de menos a la hora del desayuno, jefe

-¿De veras? ¿Quién o quienes me echan de menos en el comedor, Bea? ¿Los demás? ¿Tú, precisamente? –Hablaba susurrándole al oído, acariciando de arriba abajo su brazo desnudo con mis dedos, acercándome y empujándola contra la mesa, sin tener en cuenta que los demás estaban mirándonos.

-Todos… ¡De verdad, jefe…! –No dejaba de jugar con los papeles que tenía en las manos bien cuidadas. No estaba nerviosa pero sí acalorada.

-No me importan los otros, Bea, lo sabes bien ¿Notaste mi falta, sí o no? ¿Te has vestido así para mí? Estoy ansioso por saberlo –Mis labios rozaban su sien derecha, no me pude contener y la besé. Los sentimientos que estaba despertando en mí eran muchos y no me dejaban ver que éramos el foco de atención de la sección

-Eduardo, nos están viendo… Sí, sí…, noté su falta –Susurró también. Y Beatriz se retiró lentamente, como si le fastidiara hacerlo y quedó al otro lado de la mesa. Nuestros ojos no se apartaban del otro y nos mirábamos con intensidad. Bea, tomando la iniciativa, dijo en alto –Gracias, jefe, lo pondré en el tablón de comunicados ahora mismo…

Fue una buena reacción la suya, tuve que reconocerlo. Sonreí y asentí con un movimiento de cabeza, yo seguía taladrándola con la mirada. Después de saludar a los componentes de la sección giré mis pasos todo lo rápido que pude hacia Beatriz que estaba observando como congratulaba a sus compañeros. Me acerqué a ella, la abracé y mi beso, en su mejilla muy cerca de la comisura de la boca, fue largo, interminable. Sentía su calor, la tibieza del cuerpo joven, apasionado por el temblor que dejaba entrever. Unos suaves aplausos nos hicieron volver a la realidad y nos obligaron a retirarnos con cierto sofoco. Dije un adiós general y en alto y marché de allí sin mirar a nadie, sonriendo, contento de lo que había hecho. Llegué al despacho y lo primero que hice fue consultar la lista de números de teléfonos internos y buscar el de Beatriz. Marqué los cuatro dígitos sin titubeos.

-Sabía que me llamaría, Eduardo, como tuve la premonición de que se acercaría hasta aquí después de la reunión. Es usted un libro abierto para mí, nene ¡Figúrese si soy vieja para usted!... Lo que no… preví fue su especial despedida para conmigo ¡Uff, las niñas lo querían saber todo! ¿Y los chicos pues no…?

-Lo de antes fue un anuncio casi oficial de mis buenas intenciones al quererte pretender y si, es verdad, eres muy vieja para mí ¡Casi una eternidad! pero mira por donde, me gusta una determinada pureta que trabaja en Marketing ¿Quieres salir esta noche conmigo? Nada de diversión si no lo deseas, cenaremos, partiremos la última Noche del siglo XX con uvas y un beso en la boca e iremos a pasear y a gozar de ese rato ¿Qué dices?

-Eduardo, le dije ayer que estoy en una situación muy difícil. Me encuentro inmersa en un drama familiar desde hace siete meses para acá y en el que no veo la salida por ningún sitio. Este Fin de Año, especialmente, va a ser muy duro…, muy duro. Mi hijo murió… –Su voz se rompía. Un silencio breve, al rato dijo- Déjelo, por favor. Cerraré puertas y ventanas de mi casa, dejaré la televisión sin conectar, apagaré todas las luces y es seguro que me hundiré en esta melancolía de la que no veo solución alguna de momento. Diviértase con chicas jóvenes de su edad, hermosas, alegres, de su nivel académico, complacientes muchas de ellas con usted por su garbo, simpatía y, por qué no decírselo también, porque es usted muy guapo. Feliz entrada en el Nuevo Milenio…, Eduardo... Adiós… ¡Dios mío…! –Había cortado

-¡Beatriz, Beatriz…! –Sus palabras sonaron cortadas por la emoción que la embargaba, llenas de una amargura extrema. Su voz se apagaba a medida que hablaba y terminó en susurro y un adiós roto seguido de un amargo y silencioso llanto. Colgué el teléfono, me levanté del sillón y caminé hacia la puerta a pasos agigantados. No seguí, a medio camino paré- Cierto, debe de estar pasando un mal momento y yo lo he adelantado con este egoísmo.

Las tres horas restantes las pasé con la cabeza hundida en todos aquellos documentos técnicos para un proyecto de estudio de Mercado. Nika entró para decirme que era la una y darme las felicidades. Salí de detrás de la mesa la besé en la mejilla y la abracé levantándola del suelo como a la hermana mayor que nunca había tenido. Reía y los ojos se le empañaban de lágrimas por el reconocimiento que le hacía. Pero dijo algo que me recordó que Beatriz también se iba.

-Esta gran efusión deberías emplearla con una mujer muy guapa que tú conoces. Yo ya estoy casada, con hijos y tengo más de cuarenta años ¡Pero, como mujer, te lo agradezco en el alma, Eduardo!

-¿Ya te han contado lo que sucedió en Marketing? ¿Tú sabes que me gusta Beatriz más que respirar? –Dije manteniéndola en el aire y mirándola desde abajo, asombrado.

-¡Eduardo, aquí todo se sabe! ¡Vas a cumplir veintiséis años, hombre! ¡Te veo venir, jefe! –Besaba mi frente y reía -¡Anda, tío bueno, déjame en el suelo! Todos van a creer que, como soy tu secre…

-La invité y se negó. Llorando me dijo que estaba pasando un mal momento y que la dejara. No puedo hacer otra cosa –Respondí a Nika apesadumbrado, con el rostro hundido en su pecho como si fuera el de mi madre. La dejé caer con suavidad en el suelo.

-Es natural, Eduardo. Tiene un dramón en su vida que no es ni normal, como decís vosotros. Pero a toda mujer nos gusta que el hombre que está interesado en una insista. Beatriz no es una excepción, te lo digo yo. Viste el esmoquin que te hace tan guapo, te presentas en su casa y la vuelves a invitar. No sé que sucederá, pero te lo agradecerá en su fuero interno y ¡Quien sabe! Lo mismo sale a dar una vuelta. Eso tienes conseguido y, sobre todo, la quitas de beber.

Corrí hacia su departamento en el momento que Beatriz cerraba la puerta. No se sorprendió verme, estaba sola y en su rostro se vislumbró, por un momento, alegría pero pronto se tornó en un semblante serio, como a la defensiva.

-Pasaré esta noche por tu casa, Bea, sobre las nueve o diez –La segunda petición fue a bocajarro, sin tiempo a dejarla pensar ni de reaccionar. Beatriz lo esperaba y no se sorprendió- Además, no me has respondido si te has vestido así de preciosa para mí

-Lo siento, Eduardo, no puede ser. Gracias –Se acercó y me besó la mejilla. Su perfume me volvió a embriagar. La tomé por la cintura y la atraje hacia mí, quise besarla en los labios, Beatriz interpuso su mano entre su boca y la mía –Sí, me lo puse solo y exclusivamente para usted. Feliz Año Nuevo y… gracias.

Se desprendía de mí empujándome suavemente y marchaba. Allí quedé con los brazos caídos, pensando que sí iba a seguir el consejo de Nika aunque ella me diera con la puerta en las narices.

V - El encuentro

Creo que aquella tarde-noche empleé casi dos horas en arreglarme y dejar una más que agradable presencia. Yo, al igual que Bea, estaba acicalándome para sus ojos. Reí al darme cuenta de mi actitud, me parecía a una jovencita preparando su primera cita ¡Quien me hubiera dicho, hace ocho días, que una pureta de treinta y siete años calaría tan hondo en mí! Arreglé cuidadosamente la pajarita de mi esmoquin, di un último vistazo a mi persona y salí de la habitación. Tomé la hermosa cajita que contenía una botella de Cava y el ramo de flores. Todo, menos el traje de fiesta, lo había adquirido tres horas antes. Otra última miradita al espejo para confirmar por enésima vez mi aspecto, me hice un saludo a lo James Dean, un guiño ante el espejo y me dispuse a salir.

Llegué justo a las diez de la noche al portal de Beatriz. Temía tocar en el video-portero porque sabía que no iba a abrir. Tuve suerte, en el momento de mi llegada, unos chicos salían del portal y, gentilmente, felicitando las Fiestas, me dieron entrada al edificio.

Cuando llegué a la puerta sentí escalofríos. Llevaba el no rotundo por delante y eso, aún reconociéndolo, dejaba mal sabor de boca en mí. Sin pensarlo dos veces toqué el timbre. Toda la caja de escaleras estaba en silencio y dentro de la vivienda tampoco se oía nada. La puerta se abre, había penumbra en la entrada, solo una luz en el fondo de la casa y aparece una Beatriz vestida de la misma forma que estaba en la fiesta del día anterior. Se quedó mirándome en silencio durante un rato, sin apartar la vista y luego recorrió toda mi figura. Sus ojos denotaron admiración, alegría y una sonrisa abierta, que dominó en el acto, acudió a su boca grande y de labios finos

-Viene usted muy guapo esta noche, nene. Creo que se ha equivocado de edificio y de mujer. Como verá no soy la chica bonita que esperaba. Además, le dije que…

-Veo delante de mí a la mujer que me interesa de verdad y a la que he venido a buscar para invitarla a una copa de este Cava que adquirí para la ocasión de volverla a ver –Enseñaba el precioso embalaje- He rechazado todas las invitaciones de mis amigos y amigas. Estoy solo y no me importa otra persona que no seas tú, Bea.

-¡Márchese, Eduardo, por favor! ¡No haga difícil y violento para mí este momento! –Se retiró de la puerta e hizo intención de cerrarla. Puse el pie entre el marco y ésta al tiempo que extendía hacia adentro el brazo con el ramo de flores.

-Para la mujer más hermosa que conozco ¡Feliz entrada del Milenio!... Bea, me sentaré aquí, con esta botella de Cava hasta que decidas abrirme y dejarme entrar un rato. Quisiera pasar esta noche contigo, sin salir, si no lo quieres, hablando, conociéndonos, sentirte a mi lado procurando no tocarte. No deseo más alegría por esta noche que la que tú me des ¡Te lo juro! Me sentaré en estos escalones hasta que tomes una decisión.

Ella tomó el ramo de flores, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y esperó que yo retirara el pie. Cerraba la puerta suavemente al tiempo que decía

-¡Gracias por las flores, Eduardo! Son bellas, de verdad ¡Adiós y buenas noches!

Sentí que algo se rompía dentro de mí. Llegué allí sabiendo que sucedería algo así pero siempre guardé un atisbo de esperanza. Estuve delante de la puerta mirándola, quieto, desilusionado, con el ánimo por el suelo, sin decir nada hasta que la luz del portal volvió a apagarse. Bajé dos escalones y me senté en el escalón que daba acceso a la vivienda a esperar un milagro.

No pasó cinco minutos cuando nuevamente se abrió la puerta y apareció ella, dio al interruptor de la luz comunal y me vio sentado, apoyado sobre el barandal y mirando hacia ella.

-¡Pase, pesado, no lo voy a dejar ahí! Solo una copa, Eduardo, luego se va ¿Vale? –Hablaba mientras se apoyaba en la pare con las manos atrás y cruzaba la pierna izquierda sobre la derecha.

Me levanto despacio, muy despacio, dejando que me observara a gusto, yo sin apartar los ojos de los suyos lentamente me dirigí a ella. Se puso firme y tensa cuando comprendió lo que pretendía pero no tuvo tiempo de reaccionar. Posé mi mano derecha en su estómago y la hice correr despacio camino de su espalda y la atraje hacia mí. Se apoyó rápidamente sobre mi pecho para rechazarme pero sin mucha resistencia, logré apoderarme de su boca y besarla suavemente, pegarla contra mí cuerpo y bajar hasta el nacimiento de sus caderas y apretar suavemente aquellas carnes duras. Sin poderse contenerse correspondió a mis besos con los labios cerrados. Eran besos de deseos mutuos pero sin llegar a ser húmedo, solo tocarlos y acariciarlos, dejar patente los sentimientos que ambos llevábamos en nuestro interior. No sé el tiempo que permanecimos así, mi mano acariciando sus caderas, ella pasando los brazos por el cuello, entregándose y nuestras bocas unidas en un largo y casi casto beso. Se apagó la luz y Beatriz reaccionó.

-Pa… pase…, por favor –Y se desprendió sin prisa, volviéndose hacia la puerta, sintiendo mi mano que se deslizaba por el bajo de su estómago y rozaba el principio de su pubis- Solo una copa… luego… luego se va ¿No?

Aquel "no" pareció angustioso, lleno de ansiedad. Fue un "no" donde quería decir "sí, quédate" y sus ojos miel lo pedían a gritos contradiciendo su propio deseo.

-Veremos que sucede después de la copa, Bea –Mi mano atrevida ahora cerraba la puerta y no le quitaba los ojos de encima- Toma, brindemos por una gran amistad… o algo más.

Beatriz volvió a sentir mi mano derecha ahora en la espalda, rozando con los dedos su columna vertebral, bajando lentamente y como al descuido hacia su cóccix. No podía seguir más abajo porque la estrechez de la falda del traje y la puñetera cremallera no permitían hacer un surco para llegar a la meta. Acaricié lentamente toda la nalga derecha, espléndida, sin apretarla, dejaba que sintiera la caricia en su glúteo que bajaba y se detenía donde su redondez terminaba y se juntaba con el muslo. Beatriz hizo un movimiento de espalda hacia adelante y un imperceptible gemido salió de su boca que quedó hecha una O. Extendía la mano y quería dirigirla hacia algún sitio de la pared pero se detenía a mitad de camino en el aire. Vi que cerraba los tristes ojos y se entregaba al placer de la caricia recibida.

Dueño de la situación fui colocándome por detrás y ahora era mis dos manos la que se apoderaban de aquellas caderas anchas de mujer. Las acariciaba toda en círculo, conociendo poco a poco el terreno, las pequeñas vaguadas, la dureza de sus carnes, el talle fino, el estómago plano con ciertas ondulaciones, el estremecimiento de la joven que se pegaba a mi pecho y apoyaba su cabeza en la mía. Llegué a la base de sus senos y los tomé desde abajo. Generosos, duros dentro de su blandura. Los empujé hacia arriba, en dirección a las clavículas y Beatriz se agarró a los lados la chaqueta de mi esmoquin a la vez que su pelvis hacía un movimiento brusco hacia fuera como lo había hecho antes. Tenía su rostro vuelto hacia mí, su boca abierta dejando que los gemidos salieran de ella, los ojos cerrados y toda ella estaba tensa, poseída por la emoción que la embargaba. Por un momento pensé que aquella mujer nunca había experimentado la sensación del placer auténtico de unas caricias verdaderas.

No tenía necesidad de inclinarme para besarla, Beatriz era y es tan alta como yo, solo giré el rostro hacia el suyo y me apoderé de su boca. Ella misma clavó sus labios en los míos por imperativo de la pasión que la embargaba ¡No sabía besar! ¡No se apoderaba de mi boca como hubiera hecho otra mujer en su lugar! Sin apartarme fruncí el ceño sorprendido. Metí mi labio inferior dentro de la boca femenina e introduje la lengua en busca de la suya que quedó quieta cuando percibió mi contacto. Quiso retirarse pero no la dejé. Quiso marchar y la seguí, me hundí en ella aún más y comencé a apoderarme de sus labios, a morderlos con los míos a enseñarla a besar de verdad a un hombre. Entre tanto, mis manos estaban apretando frenéticamente las mamas medianas de la mujer

Beatriz soltó el lado izquierdo de mi chaqueta y la enredó en mi cuello, de esta forma se sostenía mientras resistía el peso de mi boca sobre la suya, mordiéndola y estirándola, ensalivándola, jugando al enredo con su lengua una y mil veces, sintiendo el marfil de sus dientes perfectos, recorriéndola toda. Nuestros alientos se entremezclaban y sus gemidos incontrolados eran apagados por mil besos profundos, húmedos e interminables.

Estaba tan excitado que mi pene se había levantado y se dejaba sentir en la base de las nalgas de Beatriz. Retiré un poco mis caderas y dejé que subiera algo más y la clavé en aquellos glúteos golosos que se plegaron gustosos a mis exigencias. Comencé un movimiento ondulante alrededor de sus nalgas, quería que percibiera lo que era un hombre. Ella jadeaba mientras mis manos juntaban sus pechos queriéndolos hacer uno solo y los llevaba hasta cerca de sus hombros, apretándolos, masajeándolos sin descanso y sin piedad.

En mi frenesí arrimé a Beatriz a la pared y aplasté mis caderas en las de ellas. Quería traspasar mi pantalón y aquel traje ajustado y apoderarme de un hermoso culo de mujer adulta a todas luces virgen. Solté sus senos que quedaron incrustados en la superficie lisa y a ciegas, por la escasa luz del fondo, desabroché la estrecha gargantilla del traje que rodeaba su cuello e intenté bajar la cremallera cuando se hizo la luz y toda la sala se iluminó. Allí estábamos ambos, ella contra la pared yo fundido en su cuerpo por detrás, la gargantilla desabrochada cayó por delante dejando los hombros descubierto. El brazo izquierdo de Beatriz estaba apoyado en ángulo recto contra la pared y el otro más bajo fue el que dio la luz a la estancia.

Quedé sorprendido, atolondrado, mi entusiasmo tan desorbitado se rompió y comenzaba a disminuir. Quise tomarla por los desnudos hombros pero no se dejó, ella fue deslizándose con presteza de la presión que mi cuerpo ejercía en el de ella contra la pared.

-Esto… eeeh… pre… pre… prepararé… -Estaba frente a mí. El peto del traje que cubría sus preciosos senos había caído por debajo del nacimiento de sus pechos y éstos aparecían majestuoso, soberbio, más que regulares, escasamente envueltos en un sujetador de copas pequeñas que dejaban ver las medianas areolas de sus pezones crecidos e hinchados por el momento vivido- Prepararé dos copas de champán y brindaremos ¿Quiere…?

No hizo intención de taparse, estaba frente a mí algo desnuda, dejándome ver el esplendor de su bien formado cuerpo de mujer treintañera. Giró sobre sus pies y se alejó hacia el bar de aquel mueble que yo había visto días atrás. Beatriz respiró hondo, subió el peto del traje, abrochó la cinta al cuello y subió lo poco que yo había bajado de la cremallera hasta tapar la trasera del sujetador. Tomó dos copas altas y anchas especiales para champán, se dirigió hacia donde estaba yo sin mirarme. Estaba nerviosa, azorada pero firme y su boca dejaba ver una suave sonrisa. Quise volver a tomarla pero ella dio dos pasos atrás, en silencio y sin querer posar sus ojos en mí.

-No, Eduardo, no. Le estoy muy agradecida por esa demostración de cariño compasivo que ha tenido para conmigo, pero… dejémoslo por ahora, por favor.

-No ha sido una demostración compasiva mis besos y caricias, Bea, ha sido la realidad misma, este sentimiento profundo y verdadero que despiertas en mí. Te mentiría si dijera que no era mi intención tocarte, todo lo contrario, lo deseaba, lo deseo y lo desearé siempre pero no haré nada que tu no quieras que hagamos. También quiero que sepas que lo volveré a intentar.

-Lo sé, lo sé, Eduardo… ¿Brindamos por qué? –Sacaba la botella de su estuche y me la entregaba. Quité la funda de platina gruesa del gollete, retiré el envoltorio metálico que mantenía el tapón puesto a presión y me dispuse a dar el gran descorche.

Beatriz se tapó los oídos y agachó la cabeza a la vez que miraba con sus encantadores ojos entrecerrados. El tapón salió hacia el techo y fue a caer justo en medio de los dos, encima de la mesa que rebotó hacia ella. Reíamos mientras vertía la bebida en las copas.

-Bea, este corcho ha confirmado mi declaración de buenas intenciones para contigo son verdaderas. Brindaremos por eso, por ti, por mí… por nosotros –Chocamos las copas que sonaron cristalinas- Que el dos mil nos depare una vida nueva, que la entrada del dos mil nos permita tener una buena relación y podamos traspasar este milenio como pareja feliz ¡Beatriz…, por los dos!

Bebíamos nuestras copas con los ojos prendidos en el otro, iluminados, tomando lentamente el líquido espumoso algo amargo y de color del oro, haciendo que aquel instante se alargara en el infinito. Bea rió con la copa entre sus labios, dejando que cayera líquido por entre las comisuras de su boca. Se había puesto nerviosa y se veía que no estaba acostumbrada a las citas con un hombre.

VI – La noche del Milenio

-Bea, preciosa mía ¿Nunca has tendido amoríos? Algún novio, amantes temporales, de fin de semana, de una noche de ensueño, en fin, algo que te haya enseñado a estar con un hombre, vamos.

-¡No! –Seca, rotunda, mirando hacia un punto indeterminado

-¿No, qué? –Mi copa de champán media vacía la tenía en ristre, más abajo de mi barbilla mientras la contemplaba con los ojos fruncidos mostrando sorpresa y una sonrisa de incredulidad en los labios. La mano derecha estaba metida en el bolsillo del pantalón del esmoquin- ¿Qué nunca has tenido amoríos? ¡Venga ya, mujer! Tienes treinta y siete años. Algo habrá caído, además eres muy bell…

-Pertenezco a la cofradía de las mujeres maltratadas, muy maltratadas. Recibí palizas enormes, una de ellas me llevó una vez a Urgencias y me tuvo a las puertas de la muerte. Los cinco años de convivencia me dejaron traumatizada y embrutecida por las constantes oleadas de desprecios psicológicos que mi marido vertía sobre mí.

"-La pesadilla empezó ya desde la noche de Bodas que me tomó como le vino en ganas y todas mis ilusiones sobre el matrimonio de jovencita de dieciocho años se vinieron abajo ante una perplejidad y asombro que fueron brutales. Al día siguiente dijo que íbamos a pasear y yo me arreglé para él. Cuando me vio cambió la faz de su cara, no dijo nada, se acercó a mí y me dio tal bofetada que el impacto dañó el tímpano durante cerca de dos años. Fueron años de agonía diaria en los que poco a poco me vi. hundida en la pura mierda como ser humano. ¡No era nada! ¿Qué digo?" –Abría sus brazos, se miraba y hacía medio giro sobre sí misma- "¡Fui menos que nada! No me atrevía a salir porque me pegaba. No podía visitar a los mío o los suyos porque recibía palizas, no podía asomar la cabeza a la puerta porque se llevaba mechones de pelos de mi cabeza cuando me arrastraba por el suelo. Para colmo de males, mi hijo Alejandro…" -Aquí Beatriz me dio la espalda, agachaba la cabeza y se ponía una mano en el rostro queriéndolo tapar para contener la agonía que afloraba- "…N… no sé si… es que percibía en su inocencia el terror que había en el ambiente y se protegía de esa manera no dejando de tomar de mis pechos en los cuatro primeros años de su vida."

"-Aquel cerdo de mi… cuando me sorprendía dándole de mamar no miraba que tenía a su hijo en los brazos y allí mismo me golpeaba con sus puños. Mi hijo gritaba aterrado y yo, cubriéndolo quedaba descubierta totalmente a su merced -¡Calla, calla a ese maricón de hijo que me has dado! ¡Eres un animal, una hembra animal sin conocimiento de nada! –Y le daba frecuentes golpes en el culito para que cesara de gimotear."

"-Un sábado que él no iba a trabajar, el niño pedía el pecho con llanto profundo. Siempre he pensado que Alejandro intuía que su padre estaba allí y me pedía protección. Salté de la cama como loca y corrí hacia mi hijo. Lo tomé en brazos y le di mi pecho. Tan aterrada estaba que aquel hombre no despertara del sueño que hundí la cabeza de Alejandro contra el seno mientras miraba para afuera, al dormitorio. No me di cuenta que el chiquillo hacía esfuerzos para salirse de mí y que no lo dejaba gritar. En el momento en que vi como el pequeño bracito caía inerte apuntando al suelo comprendí que lo estaba ahogando con mi pecho. Lo miré despavorida"

Beatriz gesticulaba con los brazos y los mesaba en su regazo como si tuviera al hijo en esos momentos con ella, moviéndolos al compás que lo había echo y toda ella se movía de un lado a otro con rapidez

-Estaba poniéndose morado, con los ojitos cerrados, la boquita abierta y llena de leche que le salía a borbotones. ¡Debió ser instinto materno! ¡Lo volví de espalda, puse su cabecita muy abajo y comencé a darle golpes en la espaldita y en las nalgas! Alejandro tosió varias veces y quiso llorar

-"Me levanté de la silla como una autómata. Miré fijamente el dormitorio matrimonial durante mucho tiempo. Pensaba, mientras trincaba mi boca de rabia, que de ahí ya no pasaba y que lo denunciaría. Yo misma había atentado contra mi hijo y estuve a punto de matarlo sin quererlo por el terror diario que estaba padeciendo, por el vivir sin vivir en la casa. Por mi mente oscurecida por el miedo a que estaba sometida afloró un rayo de luz y decidí dar cuenta de aquella situación…"

Beatriz se apoyó de pie y con los brazos estirados en la mesa y su cuerpo se estremecía. Miraba al frente, donde estaba yo, pero no me veía. No había llanto en su cara tan solo auténtico pánico recordando el terror vivido junto con su hijo. Corrí hacia ella, la tomé por los hombros y la atraje hacia mí. Me costó hacerla caminar hacia el sofá y sentarla a mi lado. Temblaba y no tenía ni fuerzas para cubrirse los brazos con sus manos. Me puse en pie, quité la chaqueta y se la coloqué en sus desnudos hombros. Durante un buen rato Beatriz estuvo como catatónica. Sus ojos fueron los que empezaron a dar señales de vida y el color iba apareciendo lentamente a su demacrado rostro en ese momento. Se enderezó, miró hacia el lado donde estaba yo se levantó, fue hacia el bar, tomó una botella de güisqui y comenzó a verter el líquido en un vaso.

Veo la acción y comprendo el sentido de la escena. Me incorporo acercándome a ella y le quito la botella de la mano con cuidado. La miro y digo que no con la cabeza, suplicando con la mirada mientras le cojo el brazo e hice por retirarla de allí. Beatriz no hace caso y vuelve a tomar la botella de güisqui casi con violencia. Yo interpongo mi mano entre el gollete y el vaso y vuelvo a mirarla, a implorarle con los ojos.

-No, Beatriz, por favor, por favor, no lo hagas. Sigue hablando, termina de contarme tu historia, desahógate es lo mejor, creo, para ti ¡Llora, berrea, patalea, grita todo lo que quieras, estamos en fiesta y nadie lo va a tomar en cuenta! Estoy aquí y no pienso marchar, quiero ser tu amigo. Déjame ayudarte en todo, en todo esto pero, por favor, no bebas porque te vas a hundir de verdad en esta basura si no te ayudas a ti misma.

-¡Lo necesito, Eduardo, lo necesito! Cuando entro en esta espiral interminable que va a acabar conmigo, como ahora, la bebida me hace olvidar, tomo una horrible borrachera que va disipando los malos recuerdos que nunca se van y el dormirla me hace feliz y guarda las pesadillas estas hasta la próxima vez. ¡Déjeme, estoy en mi casas y aquí mando yo, coño!

No hago caso y me interpongo entre el mueble y ella. Beatriz fija sus ojos aterrorizados y llenos de rabia en los míos. Tiene los dientes trincados y golpea mi pecho repetidas veces con los puños cerrados.

-¡Fuera de mi casa! ¡Fuera de mi casa, maldito hombre! ¡Fueraaaaaaaaaaa!

Los puños seguían golpeando sin piedad mi pecho. No hago nada por moverme y retiro la cara para evitar la oleada de puñetazos que estaba recibiendo. Aquellos puños castigaban de verdad a un hombre indeseable con mucha fuerza y no era yo. Era rabia contenida de años de sufrimientos callados, de amarguras infinitas, seguramente por el pesar de haber atentado, bajo el terror en que vivía, por la vida de su hijo, ese hijo que había muerto siete meses atrás, ahora una vez disparada la espoleta ella se desbordó, le salió el instinto animal que todos llevamos dentro y atacó al hombre. Aguantaba como podía aquel alud de golpes. Beatriz comenzó, para suerte mía, a disminuir la intensidad del castigo y poco a poco se acercaba más a mi acurrucandose hasta que rompió a llorar de tal forma que su cuerpo tentador era un cúmulo de emociones que la hacían temblar tremendamente. Temiendo ser rechazado fui acercando mis brazos hasta que conseguí, casi sin tocarla, abrazarla e infundirle confianza. Su frente descansaba en la mía y parecía que estaba llena de electricidad. Las abundantes lágrimas mojaban mi rostro, la camisa y caían al suelo, porque eran raudales de lágrimas la que soltaba Beatriz.

Permanecimos allí de pie no sé cuanto tiempo, abrazados, rostro con rostro, yo besando su mejilla, el pelo, hablándole quedo al oído, sintiéndola temblar como una niña indefensa y como poco a poco se y quedaba pegada a mí, entregada, sintiéndose protegida, dejándome que la besara y la abrazara y dándose cuenta de mis sentimientos hacia ella. Creí conveniente no romper el momento y, tomándola por los hombros la llevé nuevamente al sofá y nos sentamos. Beatriz apoyó su cabecita en mi hombro y entre hipos siguió contando su truculenta vida pasada.

-Ingresé por primera vez en una casa de acogida para mujeres maltratadas. La Asociación se portó muy bien conmigo pero la ley todavía amparaba mucho más al hombre que a la mujer y nuestro primer encuentro ante el juez, acompañados por los respectivos abogados, dio como resultado una especie de laudo en el que ambos volvíamos al hogar. Mi abogado, un hombre joven, de ideas liberales e izquierdistas, no estaba de acuerdo, le dijo al juez que mi marido volvería a las andadas y así fue. Al mes ya se había olvidado de las advertencias judiciales y las palizas y los insultos volvieron por su fuero. Y otra vez a huir de él rumbo a la casa que me acogió la vez anterior.

-"Allí conocí a Juan José, mi jefe. El retomó el caso que había dejado su compañero cuando se marchó de la Asociación y, aunque logró que el cerdo con el que me había casado fuera vigilado y yo protegida el terror estaba siempre patente. Un día que vino borracho y oliendo a perfume barato de mujer exigió la cena gritando yo me negué a dársela no porque no quisiera sino sabía, por las veces anteriores, que la devolvería y tendría que limpiar sus asquerosidades. Le aconsejé que se acostara que el sueño le haría un bien y la comida no. No sé como se levantó sin que yo lo notara, estaba de espalda cuando lo vi encima de mí. Me tomó por los pelos y comenzó a pegarme sin mirar donde lo hacía, estaba loco, desquiciado por la bebida y mi negativa a darle la cena. En pocos minutos desfiguró mi cara y un tremendo puñetazo cerca de las fosas nasales hizo que cayera al suelo y allí remató, con patadas por todos lados, la rabia que lo poseía, el odio que debía sentir hacia mí sin saber su origen. Cayó sobre mí y se sentó encima y sus puños eran aterradores. Estaba fuera de sí y no se daba cuenta que me estaba matando a golpes. Perdí el conocimiento por uno de ellos y no sé cuantos más recibí después."

-"Parece ser que el escándalo que habíamos formado con sus gritos y los míos fueron los que me salvaron la vida, no lo sé a ciencia cierta todavía. Me desperté varios días después en un hospital de la Seguridad Social, toda vendada porque había roto costillas, mandíbula y el… de mi brazo derecho. Me dejó entre la vida y la muerte. Unas enfermeras muy cariñosas dijeron que sobreviví por mi hijo Alejandro. En ocasiones hablaba en la inconsciencia y todas las angustias hacia su protección que sentía en los sueños eran para él y fue la fuerza que desarrollé para enfrentarme a la muerte y safarme de ella."

-"Juan José le dio otro giro a mi situación y fue cuando me separé para siempre de aquella bestia asquerosa y represiva. Fueron cinco años de auténtico terror en el hogar que transmití a Alejandro, a medida de los años, sin quererlo o sin poderlo remediar. Nos divorciamos en 1988 y él no podía acercarse a mí a más de quinientos metros. Me dediqué en cuerpo y alma a mi hijo y no quise saber nada de vosotros hasta… hasta…"

-Hasta ahora que me has conocido más a fondo ¿Verdad, Bea? –La Tomaba por los hombros y la abrazaba. Temblaba de horror al contarme su vida matrimonial y yo estaba allí, a su lado, infundiéndole confianza y ternura, mucha ternura, ese afecto del que estaba tan necesitada.

-Si… si… -Su mirada estaba húmeda por el llanto y se estremecía, sus ojos marrones, tan expresivos, estaban espantosamente abiertos y rojos por el llanto, seguramente viviendo aquellas escenas terribles que le tocó en suerte.

La tenía a mi merced, entregada totalmente a la necesidad de afecto, de cariño filial, de amor verdadero. No he de mentir que tenerla entre mis brazos me enervaba. Ella es una mujer deseable y toda ella desprende pasión pero no era el momento ni la ocasión, no para mí que lo que pretendía era que se sintiera bien, cómoda y que quisiera pasar las restantes horas en mi compañía.

Estuvimos sin decirnos nada, uno en los brazos del otro, cerca de una hora, yo meciéndola, dándole calor, confianza, amistad, ella sintiéndose feliz, entrando en situación, mirándome de vez en cuando y sonriéndome en señal de gratitud. Las doce se acercaba a paso agigantado y el reloj de pared que teníamos enfrente dio las medias

-¿Tomamos otra copa de Cava, Eduardo? –Decía mientras se retiraba de mí y se ponía en pie llevando mi chaqueta que la ajustó mejor sobre sus hombros- Nos queda algo más de media botella y, para dentro de media hora, tendremos lo justo para despedir el Milenio ¿Hace?

-Vale ¿Vas ha desear algo? –Le dije poniéndome también de pie

-Un Próspero Añ…

-¡No, no me vale, mi vida! –La corté mientras la clavaba con la mirada, queriendo traspasar su corazón y hacerle sentir lo que sentía el mío por ella.

-Pues…, por nosotros, por esta amistad reciente y "tan íntima" que usted ha dado. No le prometo nada, Eduardo, pero nada. Ya sabe mucho de mí como para darse cuenta de mi estado. Ningún hombre ha llegado a tanto ni tan siquiera a acercarse a mí o decirme algo agradable porque he huido de todos como de la peste. Ha venido usted, me ha tomado en sus brazos, me ha besado y acariciado, eso es lo que ha conseguido y, seguramente, volverá a conseguir. Del resto… Dios dirá, Eduardo ¡Brindo por eso!

-¡¡Por nuestra amistad!! –Dijimos los dos a la vez y nos reímos por la sincronización de nuestros pensamientos.

El –tilnnnnn!- de las copas me sonó a música celestial, a campanillas navideñas, a sonido largo y excitante con reminiscencia de eco cuando iba desapareciendo… -Beatriz… Beatriz…, … eatriz… atriz… triz

Me acerqué a Beatriz e hice que entrecruzáramos los brazos mientras bebíamos. Rió y me miró con una cierta censura que quería parecer una amonestación cariñosa y se reflejaba en sus radiantes ojos. Sabía que después de tomar unos sorbos del líquido espumoso iba a ser besada. Metió toda la boca dentro de la copa y mojó sus labios, la retiró y me ofreció el majar rojo y húmedo, carnoso, brillante y entreabierto para que me apoderara de ellos.

No hubo abrazos solo nuestros rostros enlazados, pegados las dos bocas abiertas, humedeciéndolas con nuestras lenguas que se enredaban con pasión en frenéticos abrazos, conociéndonos, degustándonos, sabiendo el uno del otro a través de nuestros alientos con aroma a champán catalán. No sé el tiempo que estuvimos así pero debió ser largo porque escuchamos como el reloj de pared daba los tres cuartos y seguimos así mucho más tiempo.

-No te vayas, Eduardo, no te vayas, por favor –Dijo Beatriz hablándome sobre mi boca, abriendo sus ojos que a esa minúscula distancia parecían inmensos, suplicantes…- Tengo preparado algo porque sabía de corazón que venías para estar conmigo. Despedimos el Año con lo que queda del Cava y… daremos la bienvenida al Milenio como ahora…, si quieres, luego… cenamos.

Dejé la copa sobre la mesa y la atraje hacia mí. Estábamos abrazados nuevamente, sintiéndonos, percibiendo nuestro calor, percibiendo nuestros labios por el rostro. La recorría toda y Beatriz se acurrucaba aún más a medida que mis caricias iban siendo más atrevidas. Una gran algarabía de voces y música venida de los vecinos nos advirtieron que el último minuto se acercaba y, sin desprendernos nos acercamos a la mesa. Ella colocaba las copas con una mano y yo servía el resto del Cava con otra y, volviendo a chocarlas y subirlas por encima de nuestros rostros pegados, el reloj de péndulo comenzó a dar las doce campanadas.

Fuera, en la calle una catástrofe fabulosa debía estar pasando porque los coches dejaban oír las bocinas al compás de las campanadas, la gente gritaban, tracas, fuegos artificiales dejaban resplandores que se metían por entre los entresijos de las ventanas, voladores que estallaban ruidosamente y dejaban abanicos de luces multicolores, bombas de mano que estallaban continuamente dando la bienvenida al Año Nuevo, pitos y trompetillas festeras coreaban todo aquel escándalo. Las calles debían estar llenas de gente que salían de sus casas, como sucedía en las escaleras de la casa de Beatriz, gritando, riendo, berreando, congratulando las Nochevieja a quienes se les cruzaban. Músicas diversas se dejaban oír por doquier: villancicos, pop's modernos, valses vieneses, músicas latinas de todos los pueblos queridos. Era tal el ruido que dejaba traspasar las ventanas cerradas de la vivienda. Mí amada Bea y yo giramos nuestros rostros encendidos por la pasión de las caricias hacia aquel sitio.

-¿Nos asomamos para ver como empieza el nuevo siglo, Eduardo? –Dijo ella anhelante, gozosa.

Abrimos rápidamente una ventana y nos asomamos. Los ruidos silbantes de voladores que estallaban en abanicos multicolores eran las luces del cielo. La gente debía de multiplicarse cada vez más y más, se estaba formando, seguramente, el holocausto que se decía podía ocurrir con la entrada del Milenio. Las empresas eléctricas debían haber dejado sin luz a la ciudad porque su tecnología punta se basaba en la informática y la electrónica. Igual ocurría con el abastecimiento del agua, la TV’s, las emisoras de radio. Pero el griterío seguía, la alegría aumentaba, la luz nos dejaba ver nuestro alrededor, el agua salía por los grifos, las televisiones funcionaban emitiendo los primeros anuncios del Milenio, el ambiente estaba tan lleno de humo de los fuegos artificiales que casi no se podía respirar ni ver bien y seguían tronado en el cielo llenándolo de luz y color. Beatriz y yo veíamos el dantesco espectáculo con nuestros espíritus llenos de emoción, nos miramos y volvimos a abrazarnos. Nos hundíamos en nosotros mismos y las comisuras de nuestras bocas se llenaban de salivas y ya no teníamos más mundos fantásticos o en vía de destruirse que aquel que estábamos formando en ese instante ella y yo con nuestro amor totalmente demostrado ante un público atronador que no se enteraba que estábamos allí.

Yo estaba que me reventaba en los pantalones y Bea lo sabía. La muy bruja reía mi estado y procuraba colocarlo teniéndome en medio del pequeño espacio que dejaba la estrechez de su falda, procurando que mi pene tocara el nacimiento de su vulva y la apretara mientras la tenía cogida por sus hermosos y generosos glúteos. Comenzaba a imitar mis besos y mostrar su pasión a través de sus brazos alrededor de mi cuello, como se plegaba más aún para sentirme entre sus muslos, como su lengua ya se introducía en mi boca con más fuerza y sus pechos quedaban aplastados contra mi torso. No nos importaba si la calle se estaba viniendo abajo o no, si llovía o hacía calor o, por el contrario, con tantas tracas se estaba prendiendo fuego, si la gente lloraba de alegría porque nada de lo que habían anunciado los medios de comunicación era verdad o se entristecían por la falta de morbo. Nosotros estábamos totalmente fundidos el uno en el otro y ya no existía más espacio ni vida externa a que no fuera aquel insignificante espacio que estábamos ocupando en ese momento.

-¡Dios mío, Eduardo! ¿Dónde estabas tú cuando cometí el error tremendo de casarme? –Comentó Bea gritando, queriendo salirse de aquel gran estruendo para que yo la oyera. Permanecimos así mucho tiempo, gozando del espectáculo grandioso y, sobre todo, de nosotros.

VII - Alejandro

Hasta que no la ayudé a preparar una mesa bien puesta para una velada como la que deseábamos, no me había fijado que la casa estaba ordenada. Todo aquel apartamento estaba radiante, limpio inmaculado y el ramos de flores que le regalé bien alineado y dispuesto en medio de la mesa grande del comedor. El desastre que vi la víspera de Noche Buena se vislumbraba acogedor, sereno. Toda la vivienda era reflejo de mi Bea que estaba delante de mí, algo inclinada ante el horno y los platos dejándome ver sus caderas turgentes y tentadoras.

Transitábamos de la cocina al comedor y a la inversa y olía cualquier sitio a ella donde estuviera. Procuraba, cuando nos cruzábamos, dejarle un paso muy estrecho que ella salvaba a duras penas amenazándome con no seguir preparando la comida si la acorralaba como un "jefe malo"

-¡Denúnciame por acoso sexual, amor mío! –Besaba su pelo y Bea escapaba, sin prisas y simulando que quería marchar entregándome el rostro para mis besos y yo buscaba su boca y hablaba sobre ella- Pero luego, en castigo por tus palabras desafiadoras, te haré el amor aquí mismo.

-Si, creo que eso va a suceder esta noche si seguimos con este juego –Y marchaba riendo hacia el comedor a terminar de poner una cena que se presentaba suculenta cuando creí que eran alimentos fríos, embasados como había visto con anterioridad.

Cenamos en penumbra, con la del pasillo de la casa solamente y, encima de la mesa bien adornada, dos velas grandes y blancas que permitía perfectamente ver todo lo que comíamos. Hablábamos de todo, reíamos por nada, nuestras manos se juntaban por el solo hecho de saber la una de la otra y nuestros ojos se buscaban constantemente.

A los postres brindamos con un vino rosado que Bea tenía en el mueble. No era la bebida apropiada pero no nos importaba en absoluto. Sin recoger la mesa, que habíamos acordado hacerlo al regreso, salimos a la calle bulliciosa. Los ánimos se habían calmado y de las viviendas salían músicas de todo tipo alegres y bailables. Más parecía Noche Buena que Fin de Año, precisamente. Muchas personas habían decidido entrar en el Nuevo Milenio en casa y al calor de las familias y las amistades.

Paseábamos tranquilos y despacio por las calles, Bea cogida con sus dos manos fuertemente de mi brazo, dejando sentir su cuerpo suave, tierno. Gozábamos de las calles engalanadas con iluminarias y los escaparates totalmente iluminados y enseñando sus bellezas. En un momento determinado desembocamos en una avenida donde las salas de fiestas o discotecas que tanto pululaban. Sentí que Bea se retraía algo pero seguíamos caminando, ahora callados. Yo miraba al frente y no vi como mi hermosa Bea cambiaba de semblante.

No habíamos pasado tan siquiera la mitad de la avenida cuando ella se paró en seco y con voz ronca, casi insultante, exclamó

-¡Eduardo, marchemos de aquí, por favor! ¡Vámonos, ya! –Tiraba de mi brazo con gran fuerza

-¿Qué pasa, Bea? ¡Dímelo porque no me entero de nada!

Me había parado y la tomaba del brazo cuando le decía esto. Beatriz se soltó bruscamente de la mano que atenazaba su brazo y comenzó a correr en sentido contrario de la acera por donde nos encontrábamos paseando. Corrí detrás de ella y la pude alcanzar sin problemas. Caminamos deprisa, ella con los brazos cruzados sobre su regazo respirando fuertemente y comenzando un amago de llanto que no tardó mucho en explotar. Sobre la pared de la fachada de un edificio Beatriz descargó toda una amargura que todavía estaba sin saber a qué venía. La contemplé primeramente perplejo luego, dejándola que se desahogara, y me acordé de Nika que dijo que su hijo había sido asesinado a la salida de una disco. Y entonces comprendí el terror que sintió cuando pasamos por la calles de estos locales.

La tomé por los hombros aún estando en un mar de llantos y la arrimé a mí. Con una mano sobre los hombros la empujé suavemente y comenzamos a caminar. Ya no tenía sentido pasear entre tanta gente divirtiéndose y bailando al son de sus propias voces, vistiendo sus mejores galas, llenos de serpentinas, bebiendo directamente de las botellas de bebidas y champañas que tenían las mano y nos dirigimos a su casa mientras ella se calmaba entre grande hipos.

-¡Perdóname, perdóname, Eduardo, por favor! ¡Aaaahg! ¡Dios mío! –Y otra vez volvía a derrumbarse en grandes llantos sobre mi hombro derecho- ¡Mi hijo, mi hijo Alejandro murió allí mismo! ¡Lo mataron, lo mataron! ¡Dios míooooo!

Se estaba desmoronando y las fuerzas de sus piernas se aflojaron. La tomé por el talle fuertemente y la llevé al sofá. Beatriz quedó medio tumbada bocarriba sobre él al tiempo que daba riendas suelta a su dolor, con sus brazos medio subidos y luego acercándolos al rostro y tapándolo. De toda ella se desprendía auténticas convulsiones que la hacían temblar ostensiblemente. Su pecho, el estómago y su llanto eran escalofriantes pero no gritaba como creí que lo hiciera.

-Aquel día me pidió permiso para ir a la disco. Yo hacía varios días que tenía el mismo sueño en el que lo veía caminando todo manchado de sangre, riéndose, hablándome como si nada y yo asustada de verlo así pero lo recibía como todos los días. Le rogué que no fuera y conté mis aprensiones. Alejandro rió y dijo que era "manías de madre" Y se fue con mi bendición ¡Nunca más lo volví a ver vivo, ahhhh, Dios, Dios! –Ahora se movía como una posesa en el entorno estrecho del sofá. No podía aguantar aquel dolor y la congoja se hacía aún mayor a cada momento.

-Ese día coincidió que una chica rompía con su novio y fue, con unas amigas a la sala de fiesta a la que iba a concurrir Alejandro. A ella debió gustarle mi hijo y ligó con él bailando toda la noche, pero el cabrito de su novio la siguió y comenzó a molestarla dentro del recinto. Alejandro dio cuenta de él y lo amenazaron con echarlo del local. También lo acompañaban otros amigos y se dedicó a beber –Beatriz contaba la historia entre hipos, parando a cada momento, pronunciando palabras casi ininteligible por los sollozos y, siguiendo contando lo sucedido

-Sobre las tres de la mañana habían quedado Alejandro y la chica en marchar. Él las acompañaría hasta donde ellas dijeran y luego regresaría a casa. Parece ser que el novio resentido la estaba esperando y se formó una pelea donde el chico éste sacó una navaja y le atravesó el corazón. Lo mató en el acto –Aquí, Beatriz se quedó sin aire, se transfiguró y su rostro se volvió horrendo. Todo el terror, la angustia, la desesperación de una madre que se encuentra sin su hijo de la noche a la mañana se plasmó sin remisión.

-¡Beatriz, Beatriz, respira, mujer! –Gritaba desesperado mientras le daba fuertes golpes en la espalda- ¡Beatriz, por tus muertos, respira puñetera!

Y Beatriz respiró a duras penas. Tanta fue la angustia del recuerdo que se quedó bloqueado los conductos del pulmón. El llanto se hizo más agudo y aquí la dejé mientras, sin apartar los ojos de ella, caminaba muy nervioso en cortos trayectos de un lado a otro, mesándome el pelo, apoyándome en la cintura, acongojándome el corazón al ver a la mujer derrotada y padeciendo un drama que debía ser inimaginablemente insoportable y doloroso.

-Vino la policía para llevarme al Instituto Forense. Me lo contaban y no comprendía de qué estaban hablando. Durante el camino me bloquee y no asimilé la conversación de consuelo que hablaba de mi hijo. El sueño se repetía una y mil veces en mi mente pero no era capaz de saber a qué se debía todo aquello. Cuando vi a Alejandro desnudo, blanco, totalmente rígido y la herida limpia a la altura del corazón y dentro de aquel cajón de acero me di cuenta de la realidad. Debí gritar y luego caer al suelo sin conocimiento.

-Desde que me separé de aquel cerdo maltratador hasta mayo pasado, todos esos años los dediqué completamente a mi hijo Alejandro. No tuve relaciones con ningún hombre y no veía más que por los ojos de él y mi vida transcurrió bajo su sombra. Nunca pensé que me pudiera suceder aquello y… y me hundí…, me hundí… sin remisión. Caí y sigo cayendo, creo, en un pozo negro y sin fin.

Sin poderlo remediar me coloqué de rodillas ante ella y la abracé atrayéndola hacia mí. Yo mismo me estremecía ante aquel panorama y unas lágrimas afloraron a mis ojos. La abrazaba tan fuerte que la mecía entre mis brazos y hundía mi rostro en su cuello. La calmaba con sonidos silbantes y palabras hechas susurros. Besaba su cuello, el rostro mojado por sus lágrimas y la apretaba y la apretaba infundiéndole calor, consuelo, compañía. Con aquel abrazo quería que supiera que estaba allí, con ella en todo momento, que era el amigo que tanto necesitaba y que podía confiar en mí. Y fue calmándose poco a poco y, mientras me hundía en su dolor, Beatriz comenzó a reír suavemente y pedía que aflojara. Estaba emocionado y no la escuchaba.

-¡Eduardo… Eduardo! –Y oí su risa cantarina- ¡Me vas a ahogar, hombre! ¡Abrázame pero afloja algo, alma de Dios! –Y ya se carcajeaba

La solté y contemplé su rostro. Volvía a ser aquella agradable carita y ahora dejaba ver una alegría que era de agradecimiento infinito. Me miraba en profundidad y doblaba su rostro a medida que nos hundíamos en nuestros ojos.

Fue una acción espontánea sin pensarla, me salió de dentro a la vez que la realizaba. Me levanté, la tomé entre mis brazos y la llevé a su alcoba. La deposité allí y tapé aquel cuerpo de mujer madura y hermosa vestida tal cual estaba. La besé en la frente y dije.

-Feliz entrada de Año, Bea mía. Descansa y duerme un rato bueno. Mañana, si lo deseas, vendré por aquí y vamos a comer por ahí ¿Qué dices?

-Quédate, Eduardo, quédate. No me dejes sola ahora porque iría al mueble bar y comenzaría a beber. Tengo necesidad de ello, me lo pide el cuerpo. Si te quedas no sucederá nada de eso… quédate…, por favor –Y sus ojos me miraban angustiosos, mostraban súplicas, necesidad de protección…, compañía humana.

-Duerme, Bea, duerme. Me quedaré y velaré tu sueño ¡Los amigos está para eso! ¿No? Para lo bueno y para lo malo –Beatriz se había desplazado hacia el centro del lecho y dejó espacio para mí.

Debió sentirse a gusto y deseada que casi al instante se quedó dormida, boca arriba, la boca algo entreabierta y dejando escapar aquella pesadilla que tanto la atormento una hora antes aquellas discotecas. Pasaron algunas horas antes de que yo me durmiera, entretanto, mirándola, pensé que a pesar de todo aquellas horas con ella habían sido sublime y que no echaba de menos a los amigos y amigas que estarían pasándose una juerga impresionante hasta el amanecer.

Mecía su cabello y pasaba los dedos por su cabeza. La claridad de la luna que se filtraba por la ventana del dormitorio me permitía verla doblarse hacia mí y sonreír. Estaba durmiendo tranquila, muy acurrucada bajo la manta, plácidamente, con sonidos placenteros y un suave ruido de sus fosas nasales. Pensé que aquel sueño reparador no lo había tenido ella desde hacía mucho tiempo.

Poco a poco, sin darme cuenta, también me fui posicionando en el lado que me había dejado y, vestido como estaba, metí la mano entre mis piernas y mientras vigilaba su sueño quedé profundamente dormido.

VIII – La primera vez

Cuando desperté estaba con el esbozo de la cama encima. Para no despertarme lo había retirado del otro lado y arropado totalmente. La americana del esmoquin y la pajarita quitados y su almohada debajo de mi cabeza. Me volví hacia arriba y vi. El techo iluminado por los tristes rayos de sol que entraba por la ventana que tenía la persiana algo subida. Beatriz no estaba a mi lado y en la casa no se oía ningún ruido. Miré a los lados y a la puerta. En esos momentos apareció envuelta en una bata atravesada de lado y abrochada por un cinturón que se anudaba a ella.

-¡Buenos días, bello durmiente! ¿Sabes la hora que es? ¡La una de la tarde! A saber donde estuviste después que me dejaste dormir –Reía y se inclinaba toda sobre mí al tiempo que besaba la mejilla.

La atrapé y la tumbé sobre la cama, por su lado. Hundí mi boca con desesperación en la suya y me subí sobre su cuerpo. Permanecimos así un buen rato. Beatriz había enredado sus brazos a mi cuello y yo la besaba por todo el rostro, el cuello y la acariciaba toda sobre la bata de lana gruesa. Cuando intenté abrir la prenda, ella suplicó.

-¡No, Eduardo, espera, espera! Te juro que me tendrá como quieres. Ahora…, ahora… espera un momento –Se había desenvuelto de mí y puesta de pie. Salió corriendo, sofocada, con su melena despeinada y sin mirar atrás. Apareció con un desayuno parecido al inglés y lo colocó entre mis piernas.

-Bea, yo no quiero desayunar, te quiero a ti –Dije mirando a los dos: a ella y la comida, alternativamente.

-Desayuna tranquilo que yo me ducho rápidamente y cuando vuelva… Y se alejaba de espalda hacia la puerta, mirándome, sonriendo, guiñándome un ojo y desapareciendo detrás de ésta.

Empecé a comer mientras pensaba en el día anterior, en la última noche del siglo XX. No fue como tenía ilusión que fuera pero sí fue la noche en que la conocí de verdad, en que tuve acceso a sus problemas y frustraciones, a ese dolor permanente de haber tenido un mal matrimonio y la horrible pesadilla de la muerte de un hijo en forma tan trágica. Yo hacía nueve días exactos que había aparecido en su vida y le di un giro de 180º sin proponérmelo. Beatriz, en cambio, caló en mí desde el primer momento en que se burló en la fiesta de Confraternización. Ella estaba hundiéndose en su dolor y la bebida y yo, trabajando más de doce horas diarias, ensimismado en mi trabajo, perdiéndome el encanto de la vida y de gozar de una mujer como aquella.

Sentí sus pasos sonoros corriendo por el pasillo e hizo una aparición sensacional de la que quedé admirado. Venía vestida sólo con una braga y un sujetador transparentes y minúsculos. Se paró debajo del marco, brincando, para que la contemplara unos momentos, con sus brazos a lo largo del cuerpo y toda ella temblando, encorvándose por el frío tremendo en diciembre y en Madrid.

-¡Qué… fri…io… hace, qué fri…ooooo! –Tiritaba y trincaba los dientes para que no le traquetearan. Corrió hacia la cama y se lanzó en plancha tapándose como si fuera una niña pequeña huyendo del miedo de la noche.

La vi venir y supe lo que pretendía hacer. Casi no tuve tiempo de quitar la bandeja cuando ella comenzó a volar directamente hacia donde estaba yo. Me destapó y se cubrió hasta la nariz dejando solamente sus ojos expresivos, risueños y su pelo revuelto expandido por todo el cabezal

Reía aquella aparición y la acción y ella me miraba sonriendo también bajo el esbozo. Ya no necesitábamos más y el transcurso de las horas siguientes fue inmenso y lleno del calor que ambos necesitábamos. Recuerdo, como si fuera ahora mismo, que la primera hora de la tarde del 2000 fue el comienzo de muchas mañanas, muchas tardes y muchas más noches parecidas pero nunca iguales.

Beatriz jamás creyó que el amor entre un hombre y una mujer fuera tan intenso. Se asombró y se sobresaltó cuando yo, bajando por su estómago, produciéndole cosquillas, llegara a su pubis no muy poblado por su propia naturaleza, jugara con mi boca su vulva y la vagina. Cuando eso ocurrió ella quitó mi cabeza de allí, se sentó de un brinco y cerró sus piernas herméticamente mientras me miraba asombrada, llena de perplejidad.

-¡No, Eduardo, no…, esto…, esto no está bien –Estaba cohibida, incrédula- Esto parece…, parece…

-Todo lo que se haga en una pareja que se quiere es bueno. Experimentar sensaciones nuevas, conocer a la otra parte, darle todo el placer posible a través del conocimiento mutuo y profundo es bueno y sano para los dos. Yo quiero conocer todos los rincones de tu persona a través del goce y deseo que tú también me conozcas a mí ¡Fuera inhibiciones y tabúes añejos! ¡Viva el amor! Los hippie fueron los precursores del amor en todas sus modalidades y les fueron bien hasta que la sociedad del consumo de apoderó de ellos y se valió de sus trabajos y enseñanzas. Goza, Beatriz, goza y déjame hacer.

Mientras le hablaba metía las manos entre sus rodillas y éstas iban cediendo con ciertas reservas. Acariciaba sus muslos y llegaba hasta su sexo sin dejar la palabra. Hablando siempre volvía a poner mi rostro entre sus piernas y lamía lentamente los labios, acariciaba las ingles y subía mis manos buscando los pechos. Beatriz, sin darse cuenta, en un éxtasis de placer se convulsionó sin saberlo y dejó salir los primeros flujos de tantos años de su vagina que bebí. Gritaba creyendo que se debía a la novedad pero no sabía que era porque se corría de auténtico gusto.

Poseerla fue fácil. A pesar de los años transcurridos, Beatriz estaba totalmente excitada, su vagina lubricada y preparada para el momento cumbre. Cuando me sintió a la entrada de ella quiso retirarse con un cierto miedo pero se contuvo al ver que era penetrada suavemente, sintiendo como mi pene se introducía cada vez más y rozaba sus paredes mucosas e iba poco a poco avanzando, produciéndole tal place que cuando introduje todo mi miembro y comenzaba los movimientos del coito ella sí supo que los espasmos que le estaba produciendo todos aquellos temblores de su cuerpo era auténtico éxtasis, la culminación de unas relaciones de auténtico amor entre pareja.

Cuando sentí que me venía me retiré con prontitud y bañé aquel sexo de mujer agradecido y casi toda la zona del pubis. No nos dijimos nada tan solo nos mirábamos, quietos, uno frente al otro, sin sentir el frío, mis piernas sobre sus piernas, ella desnuda, sin braga, yo con el pantalón a medio muslo. Éramos felices y nos lo estábamos transmitiendo con la mirada y aquel silencio.