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Las tardes de Elena

en Sexo con maduros

Las tardes de Elena

Primera parte

¿Vuelves a las andadas, Elena?

Elena, rubia, alta, bien formada pero sin ser bella; de cara ovalada, ojos normales color marrón y expresivos, boca grande de labios finos y cabellos cortos, se desabrochaba la blusa lentamente frente al hombre al que tenía delante. Éste la miraba sin creerse todavía donde estaba, nervioso ¡quería marcharse y quedarse a la vez!... y deseaba tocarla, saber de sus carnes prietas, joven, palpar su brillo pero no se atrevía porque su naturaleza tímida lo superaba.

Se vieron en la reunión de Delegados de provinciales que había convocado su padre dueño de un importante holding nacional y, que recordara, no hizo nada para llegar a ella como otros tantos, tan solo mirarla porque la falda estrecha y corta que llevaba dejaba ver unos muslos y nalgas evidente, algo salvajes y deseables. La mujer lo miró fijamente mientras tomaba el cortado y luego apartó la vista. El hombre, con su característica mirada de timorato siguió contemplándola de reojos.

Como era costumbre Elena sacó de su bolso las gafas de sol Sun Planet de montura metálica, cristal espejado semimontado al aire y se las colocó. No las necesitaba dentro del salón de actos pero si se iba a la cama con aquel hombre tenia que mirarlo con detenimiento y ver, a simple vista, si reunía las condiciones básicas que siempre exigía en un macho: no ser borracho ni guarro o un enclenque, desagradable, enfermizo o pendenciero y eso hizo. El análisis fue favorable y el informe "in mente" mejor: Algo más bajo que ella, de aproximadamente sesenta años, calvo y con cara de buena persona; fuerte y con ganas de estar con una mujer como ella. En realidad no le importaba que el macho fuera alto o bajo, guapo o feo, como fuera un hombre mayor sano con ganas de follarla ya era bastante. Miró el reloj de pulsera y comprobó que tenía tiempo suficiente para un polvo. Se acercó directamente a él al tiempo que desabrochaba la americana de su traje chaqueta azul luminoso y dejaba ver, a través de la camisa blanca de seda casi transparente, sus bien formados pechos desnudos de sujetador, brincando al caminar. El ruido característico de los altos tacones de los zapatos azules claros de la mujer joven hizo temblar al caballero que veía, con asombro, que se dirigía a él.

-Pagas la habitación del hotel y echamos un polvo agradable. Decídete pronto porque el tiempo es oro. A las cuatro he de volver a mi trabajo.

El caballero la miró sorprendido. En principio no comprendió lo que le estaba diciendo, luego, no podía creer que aquella muchacha bien plantada estuviera proponiéndole estar con ella.

-No… no la entiendo… -La miraba asombrado, perplejo

-¿En qué hotel te ha alojado el jefe? en el Astoria, como a todos ¿No?

-Si… per…

-¡Vamos! –se giraba y salía delante de él moviendo las caderas descaradamente.

Sus pechos se movieron majestuosamente cuando las manos femeninas los rozaron al quitarse bruscamente la camisa de seda. Elena no apartaba la vista de él, lo observaba seria pero sus ojos sonreían solos. Él estaba muy nervioso pero nervioso de verdad y la joven comprendió que nunca había tenido una aventura extramarital desde el momento mismo en que se casó -¿Cuántos años de esto?- Se preguntó para sí.

-Señorita… yo… yo no…

-No has tenido aventuras extramatrimoniales desde que te casaste ¿No es así?

-¡Síííí, ya lo creo una barb…! –La mujer lo miró fijamente- No…, es verdad. Me da vergüenza decirle esto porque… no sé si podría estar a la altura que usted…

-¡No digas chorradas, hombre! Déjate llevar, no te preocupes. No tienes porqué sentir vergüenza de nada, ya quisieran muchos hombres ser leales como tú durante años.

Elena había desabrochado la cremallera que estaba en la parte de atrás de la falda y esta cayó rápidamente al suelo dejando a la mujer en una especie de tanga pero que no lo era a la vez. Se trataba de unos cordones finos y de color rosado que se engarzaban a un minúsculo trozo de licra con forma de un triángulo isósceles que no tapaba del todo una vulva algo más de lo normal y de labios gruesos y que daba la sensación que de un momento a otro iba a desaparecer entre ellos.

La joven mostraba un cuerpo bonito, bien proporcionado: caderas anchas y redondas; piernas largas; glúteos macizos; cintura perdiendo algo de su estrechez; pechos más bien grandes y anchos con dos rosetones rosado oscuro que contenía unos pezones puntiagudos y casi morados. Los hombros tersos dejaban ver unos brazos largos y cálidos se alargaron hacia él.

-Ven, ven, hombre, tócame –Había cogido su mano y suavemente la llevaba a su vulva y la dejaba para que el varón gozara de la calidez del sexo- Toca, aprieta sin temor, méteme los dedos, la mano ¡haz lo que te dé la gana! pero descúbreme y gózame ¿Te has dado cuenta? ¡No muerde!

El hombre mayor se veía alterado y la mano se había crispado en el sexo de la mujer con pasión pero lo soltó de inmediato.

-Yo…, yo… señorita… no… p-pu-edo. Nun… nunca he engañado a mi mujer y, aunque usted me gusta mucho ahora… ahora… siento, no se…

Elena no se había retirado ni un centímetro de él. Tomaba la otra mano y la restregaba por el pecho derecho haciendo que el hombre notara la tibieza de la mama y la redondez y rigidez del pezón. Le hablaba susurrante, acercando su cuerpo y su cara

-¿No te gustaría tenerlas entre tus manos apretándolas todo el tiempo que quieras, gozar de estas tetas, correrte, si quieres, en ellas poniendo entre las dos ese nabo que ha de ser un portento y yo, frotándolo así? –Tomaba las dos mamas por los pezones las juntaba y las restregaba la una contra la otra- te haría correr como nunca lo has hecho, estoy segura. No sé… deja fluir tu imaginación y, de lo que salga de ahí –Y apuntaba directamente a la frente con el dedo índice enhiesto- hazlo tal cual, yo estoy dispuesta a ello, sea lo que sea ¿Qué dices?

-¡Déjelo, señorita, déjelo! Me voy a arrepentir toda mi vida de este momento pero… no me encuentro… no me encuentro bien. Me voy, disculpe este mal momento para usted pero yo quiero a mi…

Elena se había agachado ante aquel desgraciado simplón que clamaba por su mujer casi llorando. Avanzó un par de pasos de rodillas y comenzó a besar la bragueta del pantalón a la vez que tanteaba el paquete a través del tejido. El delegado se hizo para atrás pero Elena era mucha mujer y lo mantuvo a su lado apretando con fuerza el pene que se mostraba duro y subiendo.

Con toda la tranquilidad del mundo, la muchacha, a la vez que pegaba su boca al pantalón iba desabrochando la cremallera y metía la mano derecha dentro de éste. El hombre se ponía a cien por segundos y, cuando la chica alcanzó desnudar el prepucio lo sacó y empezó a pasar la lengua por todo el cilindro de arriba abajo y de abajo hacia arriba, despacio, midiendo el momento. Luego, inclinándolo hacia ella fue metiendo la boca poco a poco sin dejarlo desaparecer del todo. Sus expresivos ojos no dejaban de observar al hombre sin casi pestañear.

Éste había echado la cabeza hacia atrás y exhalaba una especie de alaridos que parecía de lobo al tiempo que se empinaba sobre los dedos de los pies y se cogía, para no caer, de la cabeza femenina.

Elena no dejaba de mirarlo mientras dejaba que viera como se tragaba lentamente su falo hasta hacerlo desaparecer y lo sacaba nuevamente para introducirlo ahora con más ahínco. Debía ser la primera vez que a ese le chupaban la polla porque no hacía más que bufar constantemente y coger la cabeza de la chica e intentando retirarla. Elena se burlaba por dentro y lo estaba pasando bien. Masajeando los escrotos miró con disimulo el reloj y vio que solo tenía treinta y cinco minutos para terminar con aquel pobre hombre de manera que pensó si dejarlo que se corriera en la boca o la cara o follarlo hasta que eyaculara en ella

Clavó los ojos en los de él, sacó el falo con mucha lentitud de la boca y lo paladeó exageradamente haciendo ruido y preguntó, como compungida.

-¿Deseas correrte en mi boca o follarme? Es que sabe tan bien tu… -Mimosa, obediente, sintiéndose puta y gozando con ello.

-¡Nunca…, nunca me la han…! ¡Señorita, por favor, siga!

Y el hombre hablaba con los ojos desmesuradamente abiertos. Elena, que había dejado el prepucio a la salida de su boca jugaba con este dándose golpecitos en los finos labios mientras esperaba la contestación. Sabía que le iba a pedir que siguiera y se reía para sí del infeliz.

-¡¡Aaaahhhhhh, seño… señori…ta!! ¡Siga, por los clavos de Cristo, siga! ¡Ja…más me ha trata…do una mu…jer as… así…! ¡Haaayyyyyyy…!

Las piernas peludas se estremecían y apenas lo mantenían sobre si mismo. Las manos fuertes de él agarraron sin piedad los cabellos de Elena y tanto era lo que estaba sintiendo que, al igual que un pipiolo inexperto quinceañero, el hombre se corrió considerablemente en la cara de la muchacha.

-¡Coño! ¡Eso se avisa, hombre! –Exclamó muy sorprendida la muchacha

Elena no esperaba que aquello ocurriera tan pronto, el rostro y el pelo recibieron el primer frenesí del hombre que llegó con abundancia juvenil. Rápidamente, la mujer se introdujo el pene en la boca y lo engulló hasta la laringe mientras notaba como la descarga se hacía bestial. Le entró ganas de besarlo y abrazarlo al darse cuenta de aquella gran sencillez del varón, pero la obligó a tragar en varias ocasiones porque daba la sensación que el macho estaba derritiéndose todo él en una pura corrida e iba a parar, sin remisión, en su boca.

Los gritos de placer del hombre dieron a entender a la joven que estaba acabando y continuó con la polla golosa en la boca hasta que éste, desfallecido, flaqueándole las piernas, le sacó el falo violentamente de su boca porque perdió fuerza en las piernas y se sentó de golpe en el suelo haciendo un ruido gracioso con las nalgas que hizo que Elena soltara una gran carcajada al verlo caer.

-¡Tío, estoy segura que si te dejo follar mi chocho me preñas sin remisión! ¡Anda, vamos a dejarlo aquí! –Y seguía riendo sin poder contener aquel raudal

Elena no parada de reír cuando se dirigía al baño. Desde la puerta se volvió más calmada y contempló cómo el amante seguía sentado, con la cabeza hacia atrás, recuperándose de semejante corrida, pensando, seguramente, que la juerga iba a continuar ¡Pobre iluso! Entró y cerró la puerta. Diez minutos después salía una Elena diferente distante, seria limpia, peinada, moviendo alegremente el hermoso pecho al caminar.

Tomó el bolso y extrajo una cámara de fotos digital. Buscó un plano ante el espejo de cuerpo entero del ropero en el que se viera ella desnuda, con el tanga de fantasía. El hombre que seguía sentado, desnudo de cintura para abajo, con los pantalones descansando en los tobillos. Gravó dos instantáneas.

El delegado provincial seguía allí apoyado sobre la pared respirando con esfuerzo, recuperándose lentamente de la mamada que le proporcionó ella.

Elena guardó la cámara y se dispuso a colocarse la blusa blanca de seda que dejaba entrever los pezones redondos y picudos.

-¿Se marcha, mujer, pero no vamos a seguir? –El caballero se había incorporado con cierta dificultad al comprobar como la chica se vestía.

-¡Tío, esto no da para más! Ya te has corrido a gusto, así que ¡Adiós!

Ahora colocaba la falda y metía la blusa por dentro abrochándose la cremallera. La alisó sobre sus caderas pasando sus manos por delante y por detrás, ajustó bien los pechos, gesto muy femenino y estiró el cuello de la camisa. Tomó la chaqueta y se la puso. Miró nuevamente al amante que esta desconcertado, mirándola en silencio y sin atreverse a decir nada, tomó el bolso lo echó al hombro y se dispuso a salir sin más palabras.

-Al menos, dígame su nombre, señorita –Preguntó el hombre cómicamente abatido.

-¿Te he preguntado el tuyo? ¿Acaso me has interesado tanto como para saberlo? ¡Anda ya, hombre! Que te baste saber que quien te ha hecho la mamada de tu vida ha sido la hija del hombre para quien trabajas.

-¡Dios mío…! –Atinó a decir el desconcertado amante

La joven y elegante mujer abrió la puerta de la habitación y marchó sin contestas.

… … …

Elena entró en la oficina como una tromba. Venía sofocada, sonriendo, disculpándose por el retraso.

-¡Uf! ¡Se me hizo algo tarde, perdona, Maribel!

-¿Vuelves otra vez a las andadas, Elena? –Dijo la compañera mirándola acusadoramente

-No te entiendo, Maribel –Dijo Elena quitándose la chaqueta, colocándola en el respaldo de la silla escritorio y comenzando a sentarse al tiempo que pasaba las manos por las nalgas para alisar la falda mientras observaba a la amiga por el rabillo del ojo

-Demasiado bien lo sabes. Ha empezado una nueva concentración semestral de los Delegados y te estás entregando a ellos ¿Cuántos más de la edad de tu padre quedan?

-¡¡Vasta ya, Maribel!! ¡Sea cierto o no sea cierto lo que dices no te interesa para nada mi vida privada!

-Estás destruyéndote, Elena, destruyendo a tu padre y a este gran Holding que es "Mario Puig, S.A." que algún día será tuyo ¡No sigas por ahí! –La joven compañera se sentó frente a Elena, bajó el rostro y se hundió entre los muchos papeles que había en la mesa.

Ésta la miró un instante y acto seguido cerró sus ojos ¡Cuanta verdad encerraba ese reproche! Pero era superior a ella misma, no quería hacerlo pero sus piernas la llevaban hacia los hombres maduros y se entregaba completamente a la lujuria.

Llevaba actuando así desde hacía cuatro años y en los cinco días que duraba todas las concentraciones era rara la tarde que no se llevaba uno o dos en horas diferentes y, en el último día de todas esas, hasta tres pasaban por ella. Algunos representantes habían tenido la suerte de repetir pero no era el estilo de la muchacha, gozaba de los hombres, todos maduros, y luego los tiraba como clinex sucios. ¿Por qué lo hacía si al final de cada acto sentía rabia asco y desprecio hacia ellos? En varias ocasiones los abofeteó despiadadamente sin comprender el motivo. Nunca encontró respuesta, se encogió de hombros y comenzó a trabajar.

El hotel Astoria ya la conocía y el Encargado de Personal la invitó para que realizara "algunos trabajos" a los clientes maduros que lo pedían. No todos eran aceptados por ella pero se convirtió en aquellos cuatro años en parte independiente y querida del personal del hotel.

Anastasio Pláceres

Era alto, delgado y a sus cincuenta y nueve años y medio estaba en plena forma. Para ser un hombre maduro tenía una tez tersa y no se le veía arrugas por ningún lado del rostro ni del cuerpo. Gustaba mucho a las mujeres tuvieran la edad que fuere y él estaba orgulloso de su buen parecido pero no era capaz de alardear de ello ante los amigos.

Anastasio Placeres tenía un secreto oculto que nadie conocía más que aquellos que compartían con él su afición y entretenimiento. Anastasio había creado años atrás un pequeño club-sociedad al que llamaba "La Mazmorra" y a ese local muy bien montado y decorado acudía gente del mundo de la noche, de los placeres diferentes, de Sado y del BDSM. Hombres y mujeres, que gustaban del placer a través de la contemplación, del dolor y el sufrimiento consensuado, acudían a él diariamente y en diferentes horas del día.

Anastasio había hecho de su club una sociedad sectaria, algo parecido a una Orden o Logia con organización piramidal de manera que él era, entre todos ellos, el Amo Hermano Mayor, el más alto de la cúspide y los demás, Amos y Dominas formaban las distintas categorías. Los esclavos, sumisos e iniciados eran la plebe que rendía pleitesía al estrato social creado. Los hermanos Amos/Dominas, por su rol, tenían sus niveles dependiendo del tiempo que llevara en el club y de la confianza obtenida por todos siendo el Amo Hermano Mayor el que, a petición de los otros Amos y Dóminas, nombraba o destituía a los miembros con clase o de base. Las esclavas o esclavos, las sumisas o sumisos no tenían derechos alguno solo obligaciones y entrega total y absoluta por los acuerdos tácitos a través de contratos al club y luego al Amo Mayor y al resto de los Amos y Amas.

Así estaba creada la organización de Anastasio Pláceres donde todos que no fuera él le mostraban fidelidad y de esa forma tan altiva y endiosada se acostumbró este hombre a vivir y verse en la sociedad y en su propia morada, un hombre que, sin ser tiránico, había creado una organización e impuesto unas reglas en las que él solo era el ser venerado del hogar.

Pláceres se había convertido por méritos propio en Delegado General y director de dos de las varias empresas nacionales del holding "Mario Puig y CIA." en su Comunidad Autonómica de origen. Ser invitado a la convocatoria semestral no le hizo mucha gracia. No supo el porqué tuvo un mal presentimiento nada más recibir la invitación y aquella noche, en la intimidad y el silencio de su lecho matrimonial soñó que se veía suspendido, meciéndose en el aire, muerto en un recinto de hotel, bañado en sangre y al Presidente de la Compañía riendo su trágico fin desde la mesa de su despacho, allá, al fondo de ese hotel, casi al otro extremo pero en la calle, una mujer joven elegante, más bien guapa y que conocía sin saber de qué, quería llegar a él corriendo desesperadamente para salvarlo al tiempo que recriminaba su muerte a Mario Puig pero que no avanzaba nunca del sitio en que se encontraba. Era un sueño pesado que se repitió dos veces más y fue lo que le dio pie al temor que lo embargó cuando pudo despertarse.

El día antes de su partida, Anastasio Pláceres convocó, con cierta amargura, infundada, decía para sus adentros, a los Hermanos Amos y a la plebe, como solía llamar a los sumisos

-Señores y señoras Amos y Dominas, esclavos, esclavas e iniciados tengo que partir para Madrid por asuntos de las Empresas que dirijo y que dura cinco días, aunque estaré unos más por asuntos privados. Estoy orgulloso de este club y de vosotros. Seguid siendo quienes sois y defended vuestras naturalezas dominantes o sumisas por encima de cualquier cosa. Es lo que deseo de corazón de todos vosotros, hermanos Amos y, porque no, de vosotros también, sumisos.

Un encuentro "casual"

El salón estaba abarrotado de comensales, la gran mayoría de Delegados Generales y Delegados de provincias con sus esposas, los otros, el resto de los invitados, eran altos empleados del holding, políticos, magistrados y gente de la jet-set financiera.

La sala era redonda muy amplia y llena de modernas bombas de luz que se extendían alegremente por toda la pieza. Una pequeña orquesta compuesta por diez músicos ambientaba el abarrotado recinto que estaba radiante, lleno de vida y color en toda su extensión. Las damas lucían hermosos trajes de fiesta de todos los modelos y hechuras adquiridos ex profeso para el evento. Muchas podían lucir su palmito de mujeres maduras con figuras juveniles otras, en cambio, más fondonas pero igualmente bellas se movían orgullosas por la pieza. En general, todas estaban fascinantes y la brillantez, el colorido y el gran ambiente procedían de las señoras por la gran alegría que las embargaban al estar con sus maridos invitadas a las celebérrimas fiestas de Mario Puig.

Mario Puig y esposa recibían a los Delegados e invitados a la puerta de entrada. Un jefe de Ceremonias les anunciaba el nombre de los que llegaban. El presidente y dueño absoluto del macro imperio era un hombre alto, elegante y, para tener sesenta años y haber trabajado mucho en la vida para conseguir el holding, estaba muy bien conservado, dinámico, jovial y presuntuoso. Se le notaba que ser persona importante en el mundo financiero y mostrarlo en todo momento era su elemento habitual.

En cambio, la señora Puig, alta, elegante y una belleza marchita, mostraba su mejor sonrisa pero en ella había un rictus de amargura, aburrimiento y cansancio. Era muchos años de repetir siempre las mismas fiestas dos veces al año y su marido, autoritario y egoísta, la obligaba a asistir aunque luego, durante el evento no le hiciera el menor caso ni la sacara tan siquiera para inaugurar el primer baile.

-Señor, la señorita Elena Puig –Anunció con énfasis el asistente.

La alegre faz de Mario Puig en ese momento cambio a una expresión sombría y desagradable. Su secretaria no le anunció que su hija acudiría a la fiesta, entonces ¿Qué coño hacía esa en la recepción? Le daba una patada en los huevos pensar en ella. Ya dejó de desearla a los cinco días de haber nacido. Durante aquellos años no la quiso y la apartó de su vida sin miramientos. Seguía sin quer…

-¡Hola, papá! –La joven, elegantemente vestida entró como una tromba y se colgó del cuello de su padre- Si no son estas fiestorras que tanto te gustan nunca quieres saber de mí. No me llamas, no me invitas a almorzar en casa, no conoces mi apartamento ¡Eres un desastres como padre! ¡Papá, papá…!

Vestía un traje de fiesta blanco ajustado de falda larga y estrecha. Un gran corte lateral del vestido hasta más arriba de la mitad del muslo derecho permitía a la joven caminar con normalidad. El escote, en pico, era generoso y las mamas sueltas bailaban al compás del taconeo de los zapatos blancos de agujas muy altas. Con el pelo corto, rubio, peinado en punta y fijado con gomina le daba un aspecto muy juvenil y atractivo

-¿Qué haces aquí? ¡Basta, Elena, compórtate como es debido! –Mario Puig había logrado coger las muñecas de su hija que estaban enlazadas al cuello y las retiró con cierta fiereza. Dijo en alta voz y molesto- ¡Siempre has sido un incordio para mí!

Un jarro de agua fría en ese momento no le hubiera hecho tanto efecto como aquellas palabras de su padre ante un grupo de personas expectantes, deseosa de saludar al presidente del gran holding nacional y esposa y conocedoras, por los medios gráficos, de las relaciones padre-hija. Los expresivos ojos de la joven quedaron totalmente brillantes sin poder apartar la mirada de su padre.

La señora de Puig entornó con elegancia los párpados porque sintió auténtica vergüenza de su marido. Algo le subió por la columna vertebral hasta el mismísimo cerebro que la impulsó a girarse violentamente hacia su marido e increparle en alta voz.

-¡Eres un miserable mal nacido, Mario Puig! ¡Nunca has querido a tu hija y no te basta mostrárselo en privado sino que te jacta hacerlo en público! –Señalando a los presentes- ¡Maldito seas, Mario, maldito! ¡Algún día, no muy lejano, pagarás este delito tuyo! ¡Ya no puedo aguantarte y me voy! ¡Quédate solo en estas inmundas fiestecitas tuyas que son abominables para mí por lo falsas que me parecen!

La dama se acerco a Elena, tomó su cara y apretó suavemente la mejilla de su hija. Quiso abrazarla pero se contuvo, era confirmar a los demás la falta de entendimiento y cariño que había en su casa. Acto seguido dio media vuelta y salió con la cabeza alta, sin despedirse de nadie, seria, avergonzada.

-¡Hijo de puta! –Fue todo lo que dijo Elena a su padre alzando la voz y escupiéndole a la cara, sin reparos, cuando vio desaparecer a su madre por la gran puerta.

Sin esperar respuesta alguna, la joven se perdió entre los invitados que estaban en el salón y se dirigió a la concurrida barra del bar que se encontraba al fondo, cerca de la tarima orquestal.

Una Información al oído

En el otro extremo donde se situó la muchacha había dos hombres con esmoquin hablando. Uno de ellos se había fijado en Elena. En su boca se dibujó una sonrisa maliciosa, con disimulo avisó al otro dándole unos golpecitos quedo en el brazo.

-¿Conoces a esa que viene ahí, frente a ti? -Se había acercado al oído del hombre que bebía

-No ¿Quién es? Se ve una mujer guapa.

-Es la hija del jefe, una putona consumada. Se ha tirado a todos los compañeros delegados maduros. Jamás se la ha visto con hombres jóvenes pero ¡Es puta puta como la madre que la parió! Tengo entendido por el jefe de Recepción del hotel donde nos quedamos y al que conozco que ella hace trabajitos a los clientes de ciertas edades previo pago

-Tú y ese recepcionista sois más putas que esa muchacha que viene hacia la barra ¿Es que cuando estáis juntos, tú y ese, no habláis de otra cosa que de cotilleo sociales? Te advierto que hay much…

-¡Tío, no es alcahuetería lo que digo! ¡Es un auténtico putón verbenero!

-¿Lo sabes a ciencia cierta? ¿Ha estado contigo? –Anastasio Pláceres bebía sin mirar a la mujer de marras ni a su amigo.

-No, yo no, ya te digo que ella sólo le gusta estar con hombres mayores como tú y más viejos todavía. No me encuentro en la lista de sus preferencias.

-Es inteligente. Sabe catar la esencia de lo verdadero ¡Déjalo ya, Samprieto, no me interesa! Además ¿No dices que es la hija del jefe? Eso sería un problema para todos.

Pero Anastasio Pláceres observaba de reojos y con admiración a la mujer de la que hablaba su compañero de copas.

Elena llegó a la barra y pidió un güisqui. Tenía ganas de lloras, de pegar a alguien de descargar su rabia, dar riendas sueltas a la amargura que siempre la acompañó ¿Qué había hecho ella a su padre en la vida para que la tratara de aquella forma? Siempre quiso acercarse a él y nunca la dejó, su desprecio la mantuvo a ralla y, a pesar de todo, lo seguía queriendo como a nadie había querido, ni tan siquiera a su madre que estuvo en todo momento a su lado.

No quería llorar y menos estando donde se encontraba. Miró hacia la izquierda, huyendo de las lágrimas, caminando sin cesar de un lado a otro y en espacios cortos para que la angustia que la atenazaba se disipara con el movimiento y fue cuando lo vio. Bebía de un vaso y la observaba de reojos. Alto, delgado, guapo, con las sienes totalmente blancas y el abundante pelo entre negro y canoso.

No estaba en condiciones de ligarse a un hombre como las tardes anteriores. La angustia volvía a remitir y tomó el vaso que le entregaba el barman y bebió el contenido de una sola vez.

-Otro, por favor –Apoyó su mano izquierda bien cuidada sobre el mostrador y tamborileó la madera. Fijó la vista al frente y se encontró nuevamente con aquella mirada penetrante, discreta, amable.

Apoyó el bolso sobre la barra, metió su mano en él y extrajo las gafas con montura metálica y con cristales espejados montados al aire.

Anastasio contemplaba admirado a la joven que se ponía las gafas de sol. Ella enfrentó su rostro al de él en una pugna sin igual. Durante un buen rato lo estuvo contemplando sin moverse de donde estaba amparada por los lentes oscuros, luego, bajándose de su taburete, la mujer se dirigió hacia donde se encontraban los hombres. Ernesto Sampietro se retiró discretamente cuando observó que Elena se acercaba hasta ellos.

-¡Hola! ¡Caramba, te has fijado en mí igual que yo en ti! Parecemos almas gemelas ¿No crees? Me di cuenta al momento ¿Qué tal? ¿Me invitas a tomar algo?

-Eres una golfa que juegas a ser puta pero el papel ese lo haces muy mal –Comentó Anastasio riendo al tiempo que se giraba hacia el camarero y lo llamaba- Mejor que pidas lo que quieras y hablamos de cualquier cosa menos de querer ligar tan grotescamente. En ti no lo soportaría. Eres hermosa e inteligente y conmigo eso te perjudicaría. Cambia el disco que debe estar rallado. No eres una puta del montón tan solo follas por placer ¿No es así, chiquita?

Elena no contestó, se había escorado en la barra y lo escuchaba con atención. Había pedido un nuevo güisqui, lo mismo que tomaba él. El escote del traje se abrió y dejó entrever aún más el bien formado pecho izquierdo. Anastasio no cayó en la trampa.

-No cabe duda de que te has informado bien sobre mí, te haces el tío duro conmigo y demuestras que te las sabes todas. Creo que he tenido suerte esta vez. Efectivamente, me gustaría follar contigo pero gocemos algo más de esta fiesta que es igual a las otras anteriores, lo demás vendrá después ¿No es así… ehhh… Anastasio? –Elena se inclinó a la altura del pecho del hombre y leía al mismo tiempo que se quitaba las gafas.

-¡Vaya, estoy en desventaja! Tú no tienes insignia acreditativa ¿Y eso? –El hombre se llevaba la bebida a los labios. Habló sin dirigir la mirada hacia el pecho invitador de la joven.

-"No es un capullo, ni un enterado ni un reprimido como los otros" –Pensaba Elena guardando sus gafas otra vez en el bolso- "Me gusta el pureta éste, es hermoso y está muy bien plantado. Veremos si hace honor también con su polla ¡Quien sabe!"

-Yo tengo dispensa papal, soy de la casa y me puedo mover como quiera por aquí ¿Contesto a tu pregunta?

-Dispensa papal o de papá Mario Puig –Anastasio le entregaba el vaso con la bebida

Elena lo tomaba y acercó su cara a la de él en el momento que tomaba el primer sorbo. Rozándolo con los labios dijo

-¿Me vas a negar que has hecho bien tus deberes? ¡Vaya, no eres el capullo que creía! Vas de listo y eso me gustas o no me va a gustar, ya veremos.

-¿Bailamos? En la pista me cuentas con detalle el análisis que has hecho de mí

Bailaron mucho. En principio sus cuerpos estaban juntos pero guardando un mínimo de distancias, poco a poco, Anastasio fue apretándola más y más y ella se cogía a su cuello y sentía las manos de él recorrer su espalda atrevidamente. No volvieron a hablar tan solo se transmitía los sentimientos a través de la danza y las grandes, expresivas y fuertes manos que recorrían su espalda hasta el nacimiento de sus nalgas. Y de una pieza saltaba a la otra y a cada baile que empezaban sus cuerpos se unían más y más.

De pronto, Anastasio la soltó en medio de una pieza sin dar explicaciones, le dio la espalda y se dirigió a la barra, tomó el vaso que había dejado y se lo llevó a la boca. No se preocupó de Elena, la ignoró por completo. Escorándose en el mostrador del bar se dedicó a contemplar el salón mientras terminaba su copa.

Allí, en mitad de la pista quedó una joven hermosa que lo miraba algo desconcertada pero sin rencor ni vergüenza. Como si nada hubiera pasado, Elena encaminó sus pasos hacia donde estaba Anastasio. No dijo nada cuando estuvo a su lado y al igual que él tomó su bebida y se dispuso a degustarla.

-¿Tratas así a las mujeres que van a estar contigo en la cama? –Preguntó Elena tranquilamente- ¿Te gusta hacerte el hombretón con las chicas? ¿Castigarnos con tu indiferencia? ¿Eres tan macho que te puedes permitir ese lujo con mujeres jóvenes como yo, vejete? Te informaré que los tíos pedantes como tú no me hacen ni pizca de gracia. Soy partidaria de la igualdad entre los sexos: un polvito, una mamadita al ratito si se tiene fuerza o, si eres suficientemente potente podríamos seguir jugando a buscar más placeres que nos permita pasar unas horas más. Pero la prepotencia, el querer presumir ante una mujer mucho más joven que tú de lo macho que eres, eso, querido, me repatea el coño. Soy normalita, no exijo nada que no puedan hacer dos cuerpos que se unen para follan en la cama u otro sitio. No te pases ¿Estamos?

Anastasio siguió tomando su bebida. Oía a la mujer y se calentaba poco a poco, no por la hembra que era y lo bien que olía, sino porque no estaba acostumbrado que una mujer, y menos una puta como aquella, le hablara de esa forma. Estaba calibrando que lo que necesitaba para bajarle los humos a la golfa era una buena doma y humillarla hasta que pidiera perdón, se arrodillara, besara su mano y le hablara con respeto.

-Mira, esto ya me aburre ¿Porqué no terminas con lo que tienes entre mano y nos vamos de aquí? Podemos cenar en el hotel y hablar con menos ruidos ¿Te apetece?

Elena notaba que aquel hombre le gustaba más y más por momento. Su ego machista lo tenía muy desarrollado y a ella le gustaba que la dominaran de vez en cuando. Pensó que sería peligroso seguirle la corriente pero lo mismo no ocurría nada por unas horas, así se marchaba de la puñetera fiesta. Total, era lo que siempre hacía con los demás, un polvo de una tarde o de una noche y se olvidaba del hombre tirándolo como un pañuelo sucio. Y se fue detrás de él.

La joven no previo que aquella decisión suya, encandilada por la personalidad arrolladora del hombre, iba a traerle consecuencias en los días siguientes.