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Un secreto a voces (3)

en Amor filial

UN SECRETO A VOCES

III Parte

 

Resumen de lo anterior

Marta me sorprendió masturbándome en el baño y gritando su nombre. Sin darse por ofendida, habló y puso un tiempo límite para que acabara con mis fantasías y las dudas que me embargaban. Aquella noche, Marta estaba radiante y simpática. Mi más ansiado deseo se cumplió, la pude sodomizar, pero sin gran éxito. Aquella noche acabamos durmiendo juntos toda la noche

 

 

¡Adiós, antifaz! El conocimiento mutuo

Me despertó aquella cantidad de luz que entraba por la ventana de la habitación. No estaba en mi dormitorio sino en el de Marta, desnudo totalmente, destapado y con el antifaz en la cara. Ella no estaba, se había marchado al colegio y no me despertó. Pensé qué tenía ese día en la universidad y comprobé que, oyendo las clases que grabábamos el grupo y yo estaría al día si faltaba. No era plato de mi gusto faltar pero, por el contrario, me encontraba descansado, feliz y me dispuse a pensar en la mujer maravillosa que tuve aquella noche y la noche anterior. Haciendo un gesto con el puño cerrado en señal de triunfo porque conseguí lo que siempre había querido: aquel culo hermoso de mujer.

Marta no me comentó nada cuando terminamos de hacer el coito anal, tan solo se limitó a corresponder a mis besos, acurrucarse junto a mí y ponerme la pierna por encima de la mía y juntar su sexo al mío, luego nos dormimos y yo amanecí en su cama por primera vez. Sonreí, el secreto a voces ya no era ni eso, gracioso ¿Entonces, que pintaba yo haciendo el mascarón? No quise examinarme detenidamente, me encontraba ridículo y sentía vergüenza de mi comportamiento tan infantil. ¿Si ella se presentaba en aquellos momentos le enseñaría la cara abiertamente? ¿Sería capaz de tomarla en mis brazos y poseerla como aquella noche pasada? ¿Le daría la alegría que tanto esperaba y merecía?

Eran las diez de la mañana y, si me daba prisa, podía ir a las dos clases importantes del día. Hice la cama, tomé un baño y, sin tomar nada, corrí hacia el Campus. El resto del tiempo hasta las tres, hora de salir, la pasé tomando apuntes de aquellas horas que pasé durmiendo, recordando a Marta, recordando a Marta y recordando a Marta. Amigos lectores, no me importaba nada más: ni el entorno de mis amistades, las novedades universitarias, los trabajos extras que las empresas nos solicitaban. Ella era todo mi pensamiento, su cuerpo entero estaba presente en mi memoria, su perfume de mujer elegante impregnado en mi piel, sus jugos vaginal y anal pegados a mi nariz por haberla gozado con mi boca de aquel sexo y excitado con eyacular en aquel trasero que no me cansaba de tocar, de rozarla con mi pene y de mirarlo en todo momento. Estaba fuera de mí y los compañeros se daban cuenta de que estaba enamorado de alguna hembra, si no, ¿cómo se entendía que estuviera siempre con la bragueta de mi pantalón como si ésta fuera una caseta de campaña? Optaron por dejarme con mi libido eufórico e imaginativo.

No esperé a las tres de la tarde, sobre las dos y media ya estaba saliendo del Campus en el autobús rumbo a casa. Quería verla, examinar su rostro y leer en él si su felicidad era completa o a medias. Si seguía pensando como me comentó la tarde anterior a la puerta de baño o, por el contrario, su ilusión por mí estaba cambiando. Todo esto y más pensaba yo y casi me paso de parada.

Marta estaba, como siempre, disponiendo la mesa y preparando los platos. No vestía provocativamente como el día anterior. Estaba más sencilla y su traje, de casa, era ancho y cubría su figura llena de curvas, pero su cara era toda una tesis doctoral que hablaba de la felicidad que la embargaba. Noté que su caminar era algo lento y sus pasos un poco más pequeños que los que normalmente daba. La sodomización hacía efecto los primeros días. La noche que nos esperaba diría si ella iba a consentir otras penetraciones anales.

Las noches que siguieron a la última se repitieron de forma similar. Marta comentó que, por mí, ella permitía tener relaciones anales, pero que por ella, si no le daba más satisfacción, no seguiría, prefería que yo le chupara su vulva, sus pechos y la penetrara tantas veces como mi cuerpo aguantara. La sodomización la dejaba para cuando se me apeteciera y darle gusto a su señor. Gozamos de nuestros cuerpos como posesos y de día en día más, como las parejas de nuevas relaciones.

Y el viernes llegó, último día que daba Marta a mi fantasía y tomar conciencia de la realidad, a esa gran realidad que estábamos viviendo y que yo, en todas aquellas maravillosas horas pasadas a su lado iba aprendiendo y madurando. Cuando salí del dormitorio hacia la puerta de la calle tuve una sorpresa, Marta, desnuda totalmente como la había dejado tres horas atrás, todavía con resto de semen en su sexo, me esperaba.

-Hoy es viernes, Carlos, último día para que tomes conciencia de esta realidad –Y con un gesto de su mano derecha de arriba abajo se mostró- Si esta noche vienes con ese horrible disfraz de espantapájaros mi puerta y mi persona se cerrará para siempre para ti. Tienes 18 horas para pensarlo y decidirte. Me dolerá mucho si insiste en tu actitud y me costará prescindir de ti, te lo prometo, pero lo haré sin miramientos y a costa de mi amor hacia ti, Carlos. Lo juro por tu padre. Que tengas buen día.

Dicho esto, Marta entró en su alcoba y entornó la puerta como de costumbre. Quedé perplejo, sorprendido por la forma que me abordó y admirado de cómo me habló. Era toda una mujer de esta época y mundo y lo demostró sin paliativos.

Aquel día en la universidad fue de lo más normal. Estudie y atendí las clases como hacía tiempo que no atendía, siempre con Marta presente. No me conmocionó lo que dijo ni influyó en mí. Los amigos estaban asombrados de que volviera a la realidad y no estuviera siempre en las nubes. La actitud que tenía ese día era consecuencia de una solución que había tomado días atrás y que la había dejado precisamente para ese viernes.

Marta la vi preocupada, inquieta, nerviosa y muy seria a la hora del almuerzo. La saludé normalmente, comimos casi sin dirigirnos la palabra y ella, dejando la loza para mí, fue a la mesa del comedor y se entretuvo en prepara el trabajo de corrección de ejercicios. Le comuniqué que tenía que verme con mis compañeros de facultad para preparar el trabajo del lunes. Teníamos que salir a la calle, medir decibelios por el ruido y constatar el perjuicio de éstos en las comunicaciones. Contestó con un movimiento de cabeza y sin mirarme. Le di un cariñoso beso en su preciosa cabeza y marché. La cena no fue diferente del almuerzo y, sin decir nada, Marta se sentó para ver la televisión. Una hora después me despedí de ella. Noté que sus ojos se llenaban de lágrimas que ocultó girando la cabeza hacia el otro lado. Dio las buenas noches con voz entrecortada y siguió mirando la tele.

Tic- Tic- Tic- Tic, era el reloj que me avisaba la hora de encontrarme con mi amada. Me levanté, fue al baño y tomé una ducha, vestí como de costumbre y me dirigí a la habitación de ella. La encontré al pie de su cama, vestida con un salto de cama blanco transparente y nada debajo. Estaba radiante. Su semblante cambio radicalmente cuando aparecí.

-¡No! ¡Esto no, te lo dije! –Y se volvió de espalda con la cara entre las manos y comenzó a llorar- ¡Márchate, por favor! ¡Lo nuestro acabó!.

-Marta, estoy aquí, soy Carlos. He venido así para que tú des punto final a esta fantasía mía y empecemos ya, de una vez por todas. Te juro, mi vida, que he aprendido mucho estos días atrás y, sobre todo, por el gran carácter e inteligencia que te tienes. Has visto más allá que yo y lo has demostrado en todo momento. Soy un alumno torpe y vengo hacer la reválida, espero aprobar. Empieza por quitarme el antifaz que la ropa ya lo tengo superado.

Se volvió con sus ojos empapados en lágrimas y miró mi rostro tapado. Alzó sus brazos y quitó la máscara. Mi cara quedó ante ella, sonriendo, mirándola con el amor de hombre que veía en el enmascarado y se abrazó fuertemente a mi cuello en un desesperado llanto.

-Creí que te había perdido –Entre hipos- No sé cómo hubiera resistido los próximos días sin ti y sintiéndome ridícula y avergonzada porque tú te habías empecinado en esa actitud. Doy gracias a Dios porque no fue así –Y besaba mi boca con una fuerza que me aturdió.

La abracé con la misma intensidad y acaricié aquella espalda tapada solamente por aquella diminuta prenda transparente. Mi mano derecha quiso abarcar todo aquel trasero hermoso mientras nuestros labios sellaban nuestra felicidad en un doloroso beso francés.

-¡Carlos, Carlos, Carlos! ¡Por fin voy a ser toda tuya! Quiero que cuando vengas de la universidad me hagas el amor, por la tarde hagas el amor conmigo en cualquier lugar de la casa, por la noche, por la mañana, a todas horas, Carlos, mi vida. Esta mujer que estás tocando y besando es totalmente tuya. ¡Castígala, si no obedece tus exigencias! ¡Carlos, Carlos!

Estaba fuera de sí de contenta. Con esas ansias quitó la pelliza y, agachándose, quitó los pantalones y los calzoncillos. Tomó mi pene entre sus manos y lo masajeo con fruición luego, estando totalmente erecto lo introdujo en su boca y comenzó a mamarlo como le había enseñado. En las veces anteriores era rara la noche que Marta no chupaba mi polla. Sentía pasión por tenerla en la boca y la succionaba con desespero, con ansiedad, como si fuera la última vez que lo iba a hacer. Yo estaba emocionado y muy excitado. Mentalmente controlé mis necesidades, quería dar un pequeño giro a su deseo, ella seguía con su adicción y yo con la mía.

-Marta, mi vida, espera un momento, por favor. Ponte por mi lado derecho, ya sabes, sigue así, estoy que me vengo de un momento a otro, pero quiero que te corras conmigo y necesito tocarte toda.

Marta me miraba sin soltar mi falo y, graciosamente, caminó sobre sus rodillas como la primera vez, pero esta sin soltarlo. Dejó sus muslos abiertos, los pechos al alcance y aquellas preciosas nalgas a mi disposición que yo amasé, estrujé y besé a placer. Bajé hacia aquellos dos orondos pechos y los acaricie de la misma forma. Pellizqué con fuerza sus pezones, cosa que le gustaba y se metió el falo hasta la garganta gimiendo la transmisión del dolor y saboreando lo que tenía en la boca. Estaba deseoso de apoderarme de aquella vulva grande y meterle los dedos en el himen y tocar las paredes vaginales. Había deseos en mí de dominio sado y lo llevaba a cabo en su cuerpo. Marta sentía la necesidad de experimentar el placer a través del dolor, en una ocasión lo dijo y pidió que yo le produjera sensaciones diferentes a las caricias, quería sentirse vejada, maltratada y obligada a realizar actos amatorios, como la sodomización, que no estaban en sus esquemas y yo, siempre solícito, le dije que le enseñaría todo aquello que sabía, dicho sea de paso, no era mucho. La compañera que nos hacía las felaciones era una maestra en el masoquismo y nos enseñó lo más elemental. Esos eran mis conocimientos.

En esas estábamos cuando sentí estremecerse el cuerpo de ella y tomar el peno con las dos manos, apretarlos y comenzar a meterlo y sacarlo con una rapidez que mostraba que empezaba a tener el orgasmo que buscaba. Yo, entretenido en las entrepiernas, con tres dedos: anular, corazón e índice introducidos en la vagina y el meñique y pulgar apretando aquellos labios hinchados sentí como se inundaba la palma de mi mano de aquellos flujos calientes. No tardé mucho en irme dentro de Marta. Todas las noches recibía semen en su linda boca y, aprendió una técnica sencilla para que no se le escapara líquidos míos que le dio resultado. No era otra cosa que tragar toda la lefa primera que venía a borbotones y saborear el último espasmo del placer, dejando entrever su boca semillena y mostrándome como la deleitaba sorbo a sorbo. Hacía dos días que mostraba su habilidad y nos divertíamos con sus juegos bucales.

-¿Satisfecho, Carlos? El señor ladrón quedaba muy contento –Comentó.

-Marta, antes y ahora soy el ladrón y Carlos, tu siempre lo has sabido. Desearía llamarte, desde ahora, Marta, vamos a dejar lo de mamá. Si eres mi mujer quiero sentirme a gusto llamándote de esta manera y creo que tú también ¿Estamos de acuerdo? Seguirás siendo lo que ha sido siempre, eso no hay quien lo cambie, pero ahora eres otra mujer para mi, mi mujer, la que toco, poseo y amo. Eres una señora muy inteligente y te das cuenta que una mentalidad no cambia en un día, en una semana o en un año, es cuestión de tiempo sobre todo. Me has enseñado otra dimensión de la vida de la que estoy verdaderamente encantado y quiero seguir en ella por mucho, mucho tiempo.

Marta estaba pegada totalmente a mi cuerpo, abrazada, descansando su agradable cara en mi tetilla derecha y jugando con los vellos del tórax. Tenía el pene y el escroto entre sus manos y jugueteaba con ellos delicadamente. Escuchaba en un silencio respetuoso. Terminé y, como dos minutos después habló.

-Totalmente de acuerdo contigo. Sigo siendo tu madre, te traje al mundo, pero que quede apartada no olvidada, no se interponga entre el hombre y la mujer que ahora somos. Quiero amarte mucho, darte todo lo que tengo y, si me preñas, tener un hijo tuyo sin el remordimiento constante de quienes somos. La quiero relegar de tal forma que solo aparezca cuando esta relación termine. Te he dicho que nada perdura. Pero eso lleva consigo la reciprocidad tuya, no hay esta actitud no hay nada. Ahora, esta noche, nos podemos amar hasta la saciedad ¿Y mañana, seguiremos igual? ¿Nos miraremos de otra forma? Si nosotros nos lo proponemos podemos llegar muy lejos, Carlos y dentro del respeto. Quieres llamarme por mi nombre y yo encantada pero siempre Marta. Si me deseas has de acercarte a mí y tomarme, igual haré yo, el rechazo en un momento dado cuestionará este nuevo sentimiento mutuo. Tenlo presente, Carlos. Tú todavía estás muy verde. Llevemos, pues, el asunto con mucho tacto.

Cuanta verdad encerraba aquellas palabras y, de que yo estaba en ciernes, es que no fallaba ni una. La tibieza de su cuerpo, la dures de aquellas nalgas que tanto ansiaba, el cosquilleo de su pelo suelto y expandido me reavivó y mi falo tomó nuevas dimensiones que Marta apreció.

Besándola en aquellos gordezuelos labios, apretándola contra mí y acariciándola toda, me fui poniendo poco a poco encima de ella. Busqué su sexo y su himen y coloqué a la entrada de éste el prepucio. Estabamos lubricados y la entrada fue placentera. Sin violencia, con naturalidad y cuidado, mi pene fue entrando despacio y llegando al final. De la misma manera sacaba y entraba. Marta necesitaba conocer la dulzura, el placer del coito trabajado, las caricias suaves de la penetración, las miradas de ambos centradas en lo que estábamos haciendo. Tenía que sentirse poseída no dominada, gozar del pene de su hombre con el amor que éste le profesaba y Marta empezó a gemir, a contorcionarse, abriendo sus ojos color miel al compás de los movimientos pérbicos, trincar los dientes para que toda su euforia amatoria no se le escapara y llegar al orgasmos con tranquilidad y en el momento justo en que ambos teníamos que venirnos. Aquellos quince minutos, más o menos, que estuvimos follando, gozando de nuestras sensaciones, conociéndonos de otra manera, disfrutando segundo a segundo de cada uno dio como resultado el estallido del placer mejor y más bonito que habíamos tenido en los ocho días que llevábamos juntos. Su vagina quedó llena, rebosante, satisfecha. Mi pene fue mermando a medida que nos calmábamos sin separarnos ni bajarnos del otro.

Ella buscó mi boca y la besó ligeramente, agradecida, encantada, extrañada de sentir una forma muy distinta de tener orgasmos. Hasta ahora, mi forma de poseerla era la fuerza, el dominio, a veces el castigo y, como consecuencia, el gran placer a través del dolor. Esa noche se sintió distinta, sosegada, tranquila e inquieta también y sin el sudor de aquellos ajetreos frenéticos que la hacía tener en las anteriores relaciones.

Me coloqué a su lado nuevamente y la atraje hacia mí.

-Esta forma de amar es nueva para mí. Es agradable, Carlos, muy agradable pero el desenfreno de los días atrás me atrae más. No sé, es aquella necesidad que nos entra de fundirnos en uno solo cuando estamos excitándonos para crearnos el orgasmo, que me acaricies con dolor, que beses con esa brutalidad tuya, que penetres mi vagina de una sola vez y sin tenerme en cuenta, tan solo tú eres el que tienes que existir, dominador, exigente, avasallador. Me gusta sentirme sumisa, ser una pasiva que recibe todo aquello que la llena del más grande placer que haya sentido jamás. Ahora me has hecho gozar mucho pero, por favor, Carlos, me gusta verte así en la cama. Tú eres mi dueño y señor y quiero servirte, sentirme de esa manera, vejada, esclavizada. Tú eres el causante de que yo descubriera que tengo madera de sumisa empedernida. Ámame como quieras, mi vida, tú eres el que lleva las riendas dentro de este campo pero, de vez en cuando, cuando tu dispongas, domíname a placer sin contemplaciones. Me llena de unas sensaciones que me ponen eufóricas. Esa soy yo, tu sierva, tu esclava

-De manera que te gusta ese estatus de mujer sexual. A mí me encanta que seas así. La violencia moderada en el sexo también es parte de mi forma de amar a una mujer. Te trataré de esa manera y de la que hemos empleado ahora. Has de sentir la necesidad de amar de todas las formas. Gozaremos y nos divertiremos mucho, Marta. Poco a poco nos iremos conociendo mejor. Además, no siempre haremos el amor en casa, estaremos fuera por cualquier motivo y queramos amarnos ¿Empleamos el amor bravo? No, nos aparearemos a la forma tradicional, como cualquier pareja de enamorados. De ahí que diga que nos pronunciemos por ambas opciones. Es mi primera orden –Y ella, como una gatita, se acurrucó aún más contra mí mojándome con su sexo chorreante.

Conversamos de otros temas y reímos de las anécdotas de sus alumnos. Le comenté asuntos de estudios e ideas sobre mi futuro trabajo que, dicho aquí, no lo tenía claro. Pasaba de la hora de nuestro último contacto y ya sentíamos la necesidad de volvernos a fundir en una penetración. Haciendo uso de la prerrogativa concedida por ella, sin decirle nada, la puse boca a bajo y levanté sus caderas dejándola en cúbito supino. Marta sabía lo que significaba y se colocó mejor. Abrió las piernas de manera que las nalgas dejaran muy visible la vulva y el ano, apoyó su cabecita en la almohada mirando de lado, estiró los brazos hacia la cabecera dejando sus pechos libres a mi disposición y se dispuso a ser penetrada de la forma que gustaba a su señor.

En la piel del dominador, mis dedos índice y corazón se introdujeron sin aditivos alguno. El esfínter estaba teniendo elasticidad al contracto de objetos de cierto grosor y cedieron casi perfectamente. El final de éstos hicieron que Marta no pudiera reprimir un cierto dolor, pero ella también se estaba comportando como lo que quería ser y, estoicamente, soportó el dolor y lo estimuló con un movimiento de caderas hacia mis dedos que hizo que ellos se introdujeran nuevamente y en su totalidad. Los giré y presioné hacia los lados un buen rato para permitir una mejor penetración. Los saqué y miré. Dentro percibí que estaba limpio el recto y la miré sin hacer comentario.

-Mi señor, sabía que tú necesitabas de mi culo y lo limpie para ti. He prometido tenerlo siempre, las veinticuatro horas, limpio para su uso, disponible para que mi dueño haga de él lo que se le antoje. Estoy dándome cuenta que mi cuerpo dejará de pertenecerme y sólo tengo que cuidarlo con esmero para que el amor lo ocupe. Carlos, creo que esa será mi religión.

Incliné el tronco hacia su espalda y tomé sus labios de lado y los besé cálidamente muestra de mi gratitud. Mi pene estaba a mil y le ordené, antes de introducirlo que lo mojara con la saliva de la boca. Quería que el dolor fuera mitigado con aquella vaselina natural. Marta se levantó, giro y tomó mi pene con delicadeza y lo introdujo en su boca. Lo untó una y otra vez a la vez que lo paladeaba. No acababa. Dos sonoras tortas en cada nalga sin contemplación le hizo comprender que tenía que volver a su estado anterior

La introduje de una sola vez y aquellos melados ojos se abrieron desmesuradamente, se mordió los labios hasta dejarlos blancos y sus manos se cerraron incrustando sus uñas en la palma y unas lágrimas afloraron sin poderlo remediar. Debió ser grande el dolor y agudo, pero Marta lo aguantó estoicamente.

Ya dentro de su recto comencé al bombeo rápido. Normalmente lo hacía despacio, ahora, como castigo por haberse entretenido en la mamada, el coito era extremado y ella lo reconoció así. Mis manos, deseosas de aquellas hermosas y grandes tetas, la palmearon fuertemente para que levantara el torso y dejara libre sus senos

-¡Así, perra! ¡No aprendes más con el dolor! ¡Si es eso lo que quieres lo vas a tener claro, puta zorra! –Y la penetraba una y otra vez con fuerza, dando paso a mi entusiasmo.

Tomé aquellos pechos y los apreté fuertemente varias veces. Los pezones estaban hinchados y duros. Con los dedos de ambas manos los giraba de un lado a otro y los pellizcaba procurando el dolor intenso.

Marta lloraba, su cabeza giraba en ambos sentidos y la espalda se doblaba de abajo a arriba mitigando el estremecimiento que le estaba produciendo el martirio. Su boca se abría absorbiendo aire pero no exhalaba gritos ni gemía, tan sólo recibía el castigo que le estaba aplicando como la sumisa que se había convertido.

Con la mano derecha pasé a su vulva y comprobé que estaba destilando. Apliqué como seis tortas en los labios y le grité.

-¡Perra, más que perra! ¿He ordenado que te corras? ¡No, perra, no! ¡Has de saber una cosa, puta, te correrás cuando te lo mande y nada más! Vas a aprender a base de muchos castigos, ¡zorra degenerada!

-¡Perdone, mi señor! ¡No he aprendido todavía a dominarme y tengo que pedir a mi dueño que enseñe a esta puta a obedecerle en todo momento! ¡Castigue a esta esclava, señor, muéstrele como ha de comportarse!.

Tomé su clítoris y lo apreté, sin violencia, pero fuerte y Marta, como era costumbre pegó un fuerte respingo y aquí sí, aquí comenzó a gemir entrecortadamente y roncamente. No hizo falta más tiempo para ambos, de pronto perdimos la noción de la realidad, todo se convirtió en un blanco puro y nos corrimos gritando como posesos todo el tiempo que duró aquella corrida. El jadeo duró algo más y ella tuvo que apoyar todo el cuerpo en la cama y yo sobre ella, siempre sin salir de su cuerpo. Al rato comentó.

-¡Dios mío, Carlos! ¡Cómo he gozado! ¡Ha sido indescriptible! ¿Será posible que mi sexualidad demande este tipo de acto? ¿Estoy enferma, mi dueño y señor? Cuando penetrabas mi culo creí que me lo partías en dos, rajabas a la mitad y que no salía viva del acto, pero a la vez estaba trasponiéndome al séptimo cielo y perdiendo la noción de las cosas. ¡Carlos, Carlos, eres un semental maravilloso! Deja el coito pasivo y elegante para nuestros actos sociales fuera de casa y ámame como ahora, si quieres. Estoy subyugada y fuera de mí. No había gozado de la sodomía de la forma que ahora, por eso no sentía la necesidad de practicarlo si no era porque tú lo ordenabas. Estoy henchida de amor por ti y totalmente dependiente y pendiente de tus deseos.

Hablando y abrazados nos dormimos profundamente. Pocas horas después era sábado y no teníamos obligaciones alguna. Todo el día aquel lo pasamos encamados y sin ganas de separarnos. Repetimos todo aquello que nos gustaba y nos dio la madrugada del domingo igual cuando nos acostamos el viernes anterior. Aquel fin de semana fue único y extraordinario. Acabábamos de formar pareja y esa circunstancia nos tenía en un total brete a todas horas.

 

 

Un descubrimiento sorprendente

El lunes siguiente, preparando el trabajo en equipo tuve necesidad de buscar un aparato sobre medición de longitud de distintas ondas. Se lo comenté a Marta y me dijo que se encontraba en el zotanillo. Este lugar lo creó mi padre hace años y se encuentra debajo de las escaleras. No es más que un extraordinario hueco bien acondicionado que cabe un sin fin de cosas, entre otras, la despensa para los víveres que adquirimos en el supermercado. Me dirigí allí, abrí la puerta del zotanillo, entré y, ¡Dios mío! ¡Allí estaban el televisor, el vídeo, la cadena musical mía y los cubiertos de plata de mi abuela. Estaba atónito, no lo podía creer ¿No había sido robado por un ladrón que entré en pleno día en casa? Unos pasos precipitados sonaron a mi espalda: era Marta. Ya no había remedio, el engaño estaba descubierto.

-¡Perdóname, Carlos, perdóname! ¡He sido una tonta al no comprender que lo podías descubrir de un momento a otro si no lo ocultaba bien! ¡Dios mío, Dios mío! –Se cubrió la cara y comenzó a llorar- El año pasado me salvaste la vida con tu desvelo hacia mí. Hace seis meses combatiste la depresión y la desidia que me embargaba con tus cuidados y horas a tus estudios. Yo, Carlos, iba dándome cuenta de la realidad y de tu valentía al combatir la enfermedad. Me encontré a gusto cuando me bañabas porque tenía la regla, obligabas a esta mujer a enfrentarse a la vida que tanto miedo le tuvo. Todo eso, Carlos, lo fui asimilando y dándole un matiz nuevo a nuestra conducta filial. Comprendí también que me deseabas y querías poseerme. Tu comportamiento caballeresco no te permitía aprovecharte de las circunstancias, además era tu madre. Tan pronto tuve conciencia de mi misma ideé un plan que estuve madurando mucho tiempo y lo llevé a cabo: el robo. Preparé, incluso, el antifaz tirado de forma que lo pudieras ver. No soy, al final, un genio, he dejado las pruebas a la vista. ¿Ahora qué, Carlos? ¿Merezco tu desprecio? ¿Merezco tu castigo? ¡Sólo te pido perdón! No diré que lo hice para que te acercaras a mí, no. Yo soy la culpable.

Marta se retiró con la cabeza gacha. Dejé que se alejara y luego salí corriendo y la tomé por la cintura y pase los brazos por el estómago, subí a sus pechos y la atraje hacia mí. Di un sonoro y apretado beso en su boca húmeda por las lágrimas.

-Mereces un gran castigo que llevaré a cabo esta noche. Después de cenar iras a nuestra alcoba directamente, te desnudarás totalmente y esperarás todo el tiempo que sea necesario, de pie y por tu lado de la cama. Tan pronto entre, te prepararás para incarte sobre mis muslos, colocar tu coño en mi rodilla derecha y recibir los golpes que crea en justicia. La orden está dada y la cumplirás.

-Por supuesto, mi señor. Sus órdenes serán cumplidas a rajatabla. Esta sierva no será más que fiel servidora de su sabiduría personal. Y la alegría era tal que no tuve más remedio que poseerla contra la pared por primera vez, después hubieron muchas más. Llegué tarde a la cita con los compañeros, pero mereció la pena. Lloré también de emoción yendo en el autobús hacia la Facultad.

Como me había investido de dueño de su persona, le dije que tenía ciertas tendencias al fetichismo para con su persona. Le ordené vestirse en casa con tangas y sujetadores muy ajustados y andar por casa de esa guisa. Por esa época conseguí un trabajo en el que el contrato era de un año. Compré faldas, chalecos y vestidos de látex color negro y rojo y la vestía así para andar por casa. Estaba preciosa y muy bien de tipo y gozábamos de nuestro amor cuando cubría su cuerpo con aquellas ropas. Marta gozaba también con los vestidos y reía al verse con ropa de "puta" como la denominaba. A los tres meses compré un estuche que contenía un collar ajustado al cuello, una esclaviza compuesta de un anillo fino y una pulsera con pedrerías sujetos a dos cadenillas de oro que iban del anillo a ella. El collar era idéntico a la joya de la mano y era el símbolo que representaba a la esclava. No fue idea mía "marcarla" con las joyas. Marta comentó que le gustaría estar identificada con su condición de sumisa. No se ha desprendido de ella en todo este tiempo y la gravó con la leyenda "Es propiedad de Carlos"

Marta, por mi cumpleaños, me regaló un estuche largo y fino, contenía una fusta muy elegante. Me dijo que era para que la empleara en ella cuando decidiera castigarla. Creía que era deshonroso que yo ensuciara mis manos cuando la descargara en su persona. Nunca la empleé, estaba siempre presente pero eso era todo.

Seguimos totalmente enamorados el uno del otro y nuestros juegos siguen siendo intensos pero un poco más sosegados y placenteros.

 

Soy un hombre feliz ¿Hasta cuando?

Soy un hombre feliz. Actualmente termino de estudiar y regreso a casa, no hay mejor momento que ese: llegar, tomarla en mis brazos, poseernos si nos apetece, pasar la tarde enlazada con la noche en una pura euforia, salir de compras y volver pronto a casa para saciarnos de nosotros mismos, etc.

Nos respetamos y seguimos las conductas sociales. Ella tiene sus amistades y sale con ellas, yo tengo las mías y cumplo cuando no tengo más remedio, pero me he convertido en un hombre sedentario, casero, hombre de pareja y enamorado de una mujer mayor que yo y toda una belleza.

Marta ha comentado que nada es para siempre y, cuando llegue el momento de que vivamos nuestras vidas, que nos separemos amistosamente, que dejemos una puerta abierta para cualquier encuentro que deseemos tener, entonces, me dijo, volveremos a ser madre e hijo. No quiero pensar en eso ahora, me encuentro bien, ella está también bien, llevamos nuestro amor al máximo exponente y empleamos nuestras fantasías de sadomasoquistas tantas veces nos apetece. Los estudios y el trabajo me sonríen, soy joven y los años no me importa de momento. Marta tiene otras ideas algo más negativas y procuro animarla cuando tiene esas obsesiones ¿Hasta cuando...?

Fin de la historia