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Un secreto a voces (2)

en Amor filial

UN SECRETO A VOCES

II Parte

Resumen de lo anterior

Marta había tenido una depresión muy grande y yo tuve que cuidarla en profundidad porque moría. Aquella intimidad hizo que nos encontráramos en una situación diferente a nuestros principios como consecuencia de un robo y un personaje que entró en mi vida: el ladrón. Ella cambió desde entonces y yo, siempre clásico en mis principios, tenía que esconderme en una máscara para poder estar con ella y obligarla a sucumbir a mis fantasías, sin tener en cuenta el grado de capacidad de Marta, que pensaba más allá que yo. Me lo quiso demostrar y lo llevó a cabo.

 

Aceptación condicional

El reloj tocó a las 6:30 de la mañana como todos los días. Después de dejar a Marta en su alcoba, fui a dormir a las cuatro de la madrugada. Me levantaba, pues, con un sueño tremendo, sin tener fuerza para bañarme. Las dos horas con ella fueron demasiado y el cuerpo lo acusaba.

Me bañé, vestí y tomé un desayuno rápido. A las 7:15 estaba listo y temeroso de pasar por la puerta de su dormitorio. ¿Cómo la encontraría después de nuestro encuentro amoroso? ¿Diría algo? ¿Tomaría represalias contra mí? Mejor era enfrentarse a la realidad. Abrí la puerta que dejé entornada y allí la encontré, desnuda totalmente, boca a bajo y mostrando aquellas nalgas deliciosas que tanto acaricié. La cabeza mirando hacia la puerta y con todo su pelo revuelto cayéndole sobre su atractivo rostro dormido. Los brazos levantados y dejando ver su pecho derecho aplastado por su peso, bien esparcido por su volumen. Me pareció la mujer más bella que había conocido y había salido con muchas muchachas preciosas. Entorné nuevamente la puerta y marché a la Universidad. Como dije estudio ingeniería de Telecomunicaciones y las matemáticas es una asignatura fuerte y que domino más o menos bien. Ese día la clase se presentaba fantástica pero yo no estaba allí, estaba con Marta, la tenía entre mis brazos, su boca en la mía y mi pene dentro de su vagina. Unas risas estruendosas me volvieron a la realidad: estaban burlándose de mí. Al parecer, pensando en aquella entrañable noche el pene me delató, alguien lo vio y todo el foro se enteró y me convertí en un fenómeno de feria. Las chicas no se reían, tenían otra expresión pero yo tuve que marchar porque no aguantaba las bromas de todos ellos.

Llegué a casa a las 15:00 horas, como siempre. Tengo que decir, amigos lectores, que estaba nervioso, muy nervioso. La encontré en la cocina y me saludó alegremente. Iba vestida con una falda y niki de color beig, muy ceñida. El niki tenía por delante un generoso escote por donde se veía la mitad de aquel fabuloso pecho. No llevaba sujetador y, por lo que pude apreciar por la falda, no llevaba tampoco braga o si la tenía era un tanga. Marta se acercó a mí y me besó muy cerca de la boca. Se dobló para seguir su trabajo pero yo la detuve poniendo las manos sobre sus caderas, apretándolas, deslizándolas hacia aquellos glúteos macizos y estrujándolos repetidamente y sin piedad. Sin poderme contener, mis manos subieron por su cintura arriba y se apoderaron de los laterales de aquellos gloriosos pechos que apreté y los junté. En ese mismo momento cobré la cordura y me vi tocándola, con mi pene en horizontal clavado en sus cachetes. Con un grito que más pareció un graznido salí corriendo para el baño. Estaba a punto de correrme como consecuencia de mi contacto con su cuerpo. Entré, cerré y, sin pensarlo dos veces, saqué mi polla la masturbé muy poco, me venía sólo, gritando el nombre de Marta. Tuve una corrida tan grande como la noche anterior en la boca y en los pechos de ella. En el momento del éxtasis el nombre de mi madre sonó alto y claro, después, apoyé la cabeza en la pared para descansar. Se oyó una voz detrás de mí.

-Que desperdicio de semen, que pena. Podías haberlo depositado en mí, en mi boca, en mi vagina, en mi culo que tanto deseas y lo escupe ahí, en el retrete. ¿Por qué no seguiste? ¿Es que necesi...?

-¡Qué haces aquí, mamá! ¿No puedo tener intimidad? ¿De qué me hablas? ¿Es que anoche te han visitado? ¿Te dedicas a traer hombre a casa, mamá? ¡¡Márchate de aquí!!

Mi voz estaba fuera de sí y mi nerviosismo persistía. Marta cerró rápidamente la puerta. No podía remediarlo. Sentía dolor de haber estado con ella, me avergonzaba de mí, no podía asimilar que ella y yo pudiéramos estar juntos siendo madre e hijo y aquella agonía de no poderla tener siendo yo mismo era inaguantable. Marta sabía en todo momento quién la poseyó y lo consintió ¿Por qué? ¿Cuan era la razón? ¿Y qué me pasaba a mí que tenía que disfrazarme y taparle la cara para poseerla? ¿Qué sentido tenía todo?

Quedé en el baño un buen rato. Marta tocó en la puerta y dijo

-Carlos, tengo que salir a una cita médica. Tu comida está preparada. Sal de ahí y ve a comer. Antes tengo que decirte algo. Si para admitir nuestra relación necesitas de la fantasía, vale, pero te estás engañando y vas por un camino equivocado. Todo en esta vida cambia y los conceptos sociales, filosóficos y religiosos también, si hoy vemos sagrado el amor filial mañana podemos desear a esa persona de la que somos parte y compartir la vida juntos como pareja. Las leyes naturales son las verdaderas, la que haces que el mundo natural siga adelante, las del hombre las que imperan. Si has de convencerte tras una máscara de la realidad nuestra, está bien de momento. Carlos, te doy una semana y es mucho. A partir de ese día, si sigues escondiéndote de la verdad cerraré la puerta de mi alcoba y olvidaré lo que hemos vivido juntos y nuestras relaciones serán las de antes. Lo dicho, tan solo una semana. Adiós

¿Cita médica? ¿Qué cita era aquella? Yo sabía que Marta estaba totalmente fuera de peligro. Los medicamentos fueron efectivos y la vuelta al trabajo le dio un afán de vivir como no vi nunca en ella. ¿Entonces? Esperaría a saberlo por ella. Aquella noche la visitaría nuevamente el ladrón.

Sentí cerrarse la puerta y después salí. Marta había hecho que perdiera la cabeza con aquella vestimenta tan sensual. Disfrazado y tapándole los ojos podía tenerla en mis brazos. Me veía como el guarro mirón que ve cómo una pareja de enamorados están follando y se pajea con las relaciones de ellos. Ese era yo y le estaba haciendo daño a esa mujer maravillosa que me había dado su amor siendo quién era. Estaba en un mar de confusiones.

Comí y, como tenía que realizar un trabajo en equipo marché aquella tarde con mis amigos y estuve con ellos lo más posible. No quería llegar temprano a casa, no podía enfrentarme a Marta. Pasee largo tiempo y luego regresé. La casa estaba en silencio, a oscuras. No cené ni fui a la habitación de ella pasé de largo hasta mi cuarto y me acosté no si antes preparar el disfraz y poner nuevamente el reloj a las dos. Quedé profundamente dormido aunque en sueño supe que alguien entró en la habitación.

Tic-tic-tic-tic, el despertador me avisaba que había llegado el momento que tanto ansiaba. Me tiré de la cama rápidamente, vestí la ropa y puse el antifaz. Descalzo me dirigí a la habitación paterna. Allí estaba ella, de pié, sólo con tanga y sujetador de media copa de color negro. Me vio debajo del marco de la puerta y se volvió. Vista su espalda parecía totalmente desnuda. El sujetador como la braguita estaba sujeto con hilo fino y transparente. Me acerqué y toqué aquellas nalgas preciosas. Me acordé del mediodía, pero lo rechacé, en este momento ella era aquella mujer de la noche anterior que se entregó totalmente. Apreté sus carnes y circunvalé los glúteos a placer. Marta tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en mi hombro. Su respiración entrecortada y sus pechos radiante subían y bajaban ostensiblemente. Estaba erecto totalmente y, quitándome el pantalón y la pelliza, acerqué mi pene a su culo e hice presión para que quedara sujeto entre sus piernas. Subí lentamente por la espalda parándome a intervalos y acariciando aquella piel suave, tersa, brillante y perfumada. Besé los hombros, el cuello, las mejillas con gran ternura. Siendo mucho más alto me fue fácil llegar a su boca y besarla casi sin rozarla. Sus gordezuelos labios pintados de roug dejó un sabor dulzón que paladeé. Mis manos estaban en esos momentos ocupadas con sus grandes pechos que amasaba con cierto desenfreno. El sujetador parecía una segunda piel de lo ajustado que lo tenía, creo que era de una talla menor para que yo pudiera disfrutarlo. Los pezones estaban duros y muy puntiagudos. Los pellizqué con fuerza y Marta giró la cabeza sobre mi hombro varias veces mientras gemía y buscaba mi polla metiendo la mano por detrás y tomándola con una cierta desesperación

-Señor ladrón, no he pensado en el día de ayer nada más que en su gran polla y lo que me gustó su semen. Creo que me voy a hacer adicta a ella como usted lo va a ser de mi culo, por lo que lo toca constantemente y quiere hoy perforarlo. Le informaré que fui al ginecólogo para que me hiciera un reconocimiento y recetase las píldoras, usted dijo que no se correría nunca más fuera de mí y yo quiero que así sea. No deseo que desperdicie más leche en el retrete o fuera de mí, me pertenece, señor ladrón ¿No es verdad? –Y sus últimas palabras las dijo con un mohín muy femenino e imperativo.- ¿No va a vendarme estos ojos el ladrón de mis sentimientos filiales y religiosos?.

Pasé el brazo izquierdo por debajo de la axila y abarqué el pecho derecho de ella, con el otro brazo, mi derecha, la bajé hacia su vulva y la aprisioné fuertemente y apreté aquel cuerpo de mujer contra mí de modo que la cabeza de mi pene quedaba casi totalmente introducida entre sus piernas mientras que la mano de ella abarcaba el glandes y lo apretaba para que no se le escapara. De esta guisa la doble hacia la cama y caminamos a trompicones los dos. A Marta, aquel gesto le hizo tanta gracia que su risa se oyó cantarina por toda la habitación

-¡Vaya, vaya con mi dueño y señor! ¡Es todo un experto en el dominio a mujeres! ¿Esto lo ha practicado con otras, mi ladrón amado? –Y la risa se volvía más alegre si cabía.

-Inclinase hacia el pañuelo y cójalo, señora, ¡Es una orden!

Marta llevó su mano izquierda hacia la otra y cedió mi pene a ésta, entonces se inclinó, aplastó todo su pecho derecho sobre mi mano que lo estrujaba e hincó toda las caderas en mi pubis. Pudo coger el pañuelo con un poco de trabajillo. Ambos nos reíamos de aquello. Alzó su brazo y dejó visible, por encima de nuestras cabezas el pañuelo, todo bajo aquella luz tenue de la luna que ya estaba menguante.

-¿Contento mi señor y dueño? –Comentó mientras giraba su cara, con los ojos semicerrados y besaba mi boca insistentemente como yo hacía con su cuello y hombros.

Lector y lectora, me costó soltarla ¡Ya lo creo! Estaba tan bien así, pero el juego era imperativo y yo lo llevaba a rajatabla. Tomé aquel pañuelo, lo doble como la noche anterior y lo pasé por sus ojos tapándolos mientras besaba con gran cariño aquella cabellera caoba. La giré hacia mí, la abracé y, mientras hundía mi boca en la suya en un tremendo beso francés, mis manos tocaron todos los rincones de su cuerpo con una desesperación infinita. El pene quedó tan encajado en su vulva tapada por aquel maldito triángulo del tanga que casi estaba centrado en su himen. No lo pensé dos veces, rompí nuevamente el hilo dental por debajo de los labios vaginales, levanté su pierna izquierda y hundí mi falo de una sola vez en aquel agujero que daba entrada a la vagina que tanto deseaba.

Marta echó la cabeza hacia atrás y gimió de dolor. La embestida le hizo daño pero le estaba gustando la violencia y al poco gemía pero de gusto. Como la primera vez llegué al fondo y quedé allí un momento, poco a poco fui saliendo y entrando de forma pausada, luego más fuerte, luego de forma trepidante. Marta se estremeció en el momento que enredaba su pierna levantada en mi cintura y yo me apoderaba de su nalga desesperadamente. Era el aviso de que se venía y yo con ella. Nos encontramos a medio camino y nuestro frenesí saltó en sendos gritos de pasión. Marta quería meterse los escrotos dentro de ella por el ímpetu que le estaba dando a sus movimientos pélvicos. Los dientes trincados y la boca cuadrada en un interminable "ja, ja, ja, ja..." Y cada sonido iba parejo a sus movimientos, un "ja" significaba aplastarse contra mi pelvis y la respiración la marcha atrás para volver a empezar. Sentí, a través de mi pene, que la cavidad vaginal estaba totalmente llena de sus jugos y de los míos. Ella también se había dado cuenta y dijo

-No voy a ganar para tangas, mi señor ladrón. Con la ilusión que tenía. Esta relación me va a costar cara en ropas de lencería. Señor, esto va a rebosarse si damos salida –Dijo señalando nuestros sexos unidos ¿Qué hacemos, señor ladrón? Siento las gotas resbalar por mi muslo derecho.

Como estábamos pegados al barón de la cama, la tiré hacia atrás y caímos el uno encima del otro entre risas. Lentamente salí de ella con un pene totalmente brillante por los líquidos. Hice lo mismo de la noche anterior, la tomé en brazos y la conduje al baño y la senté en el bidé.

-Mí caballero enmascarado ¿Va a tomarme siempre en brazos como a las damas de las películas de aventuras? ¿Está usted muy fuerte y hace ejercicio. Mis kilitos no son mocos de pavo y ya peso lo mío. Veo que a usted no le afecta y me levanta como una pluma. Vuelva a correrse dentro de mí y tómeme en sus brazos, señor ladrón.

Las observaciones nos tenían en una risa constante y de la vulva salían nuestros jugos unidos en una cantidad respetable. Marta puso la ducha-teléfono mirando hacia su sexo y dejó que el agua resbalara y limpiara a discreción.

-Señora –Dije- ¿Se ha hecho lavativa alguna en el recto?

-No. ¿Por qué? ¿Es la higiene para la penetración anal?

-Normalmente sí. Verá, hay personas que la primera vez le ocasionan necesidades de hacer de cuerpo y es motivo suficiente para no realizar sodomía jamás por la vergüenza que le ocasionaron las eses en su momento, otras, por lo mismo y el dolor que obtuvieron con la penetración sin la debida estimulación y no quisieron jamás, etc. No me gustaría que nos ocurriera a nosotros. Quiero poseerla por todos sus conductos, señora. La amo mucho y la deseo aun más.

-¡Oh, que bien explicado, señor! De manera que, ahora me toma nuevamente en brazos y me lleva a la cama, logra meterme ese pedazo de polla en mi agujerito trasero y puede ocasionarme cagalera, ¡Asqueroso!. En cambio, tengo mi recto limpio, no causa trauma por la mierda mía, me destroza con ese pollón grande y juguetón y somos la mar de felices ¡Qué maravilla de invento! –Y no dejaba de carcajearse de la situación, ni yo tampoco- Encima, ¡Oh, Dios bendito! ¡Me declara su amor en un retrete! ¡Métame la ducha-teléfono por el culo hasta el estómago, señor ladrón! ¡Por favorrrrrr!

Ya no nos aguantábamos más de reírnos de la situación, Marta sentada en el bidé, temblado y convulsionando de la risa, yo, tirado y enrollado en el suelo, con las manos en el estómago carcajeándome sin poderme contener.

Mis ojos estaban enturbiados por las lágrimas que causaron aquel momento tan gracioso del que no podíamos salir hasta calmarnos. Parpadeé varias veces y la vi allí, sentada en la vasija, desnuda total, moviendo aquellos pechos por efecto del momento, su boca extendida y bonita por las carcajadas y su cabeza hacia atrás, con el pañuelo en los ojos, dando riendas suelta de alegría a sus palabras. Estaba imponente, sensacional, era la mujer que me había imaginado desde los quince años y comencé a darme cuenta que, si me quitaba aquella máscara que cubría mi cara, la iba a amar de igual manera, la iba a sodomizar de la misma forma que tenía pensado estando enmascarado, que iba a gozarla sin sentir aquel lastre que me embargaba, a besarla sin el remordimiento de que era mi madre, a quererla siempre como mujer, mujer de un hombre. Marta estaba en pleno éxtasis de divertimento y fui sentado en el suelo, subiendo las piernas y abrazándolas mientras la miraba divertirse desenfadadamente. Presintió que la contemplaba y comentó.

-¿Le parezco atractiva sentada aquí, señor ladrón? ¿No va a realizarme esa lavativa de la que tanto habla? Yo le prometo que no sé hacerla. Usted es el maestro y el dueño de este cuerpo de mujer.

Levanté del suelo y la besé en la boca sin contestar, Tomé la ducha-teléfono y la desenrosqué. Pasé el dedo por las aristas de la manguera, fui a la habitación y tomé de la mesilla de noche el tubito de la vaselina, regresé y unté el extremo de aquella manguera para que no hiciera daño al introducirla en el recto.

-Señora, ya está la manquera preparada. Levántese –Y la tomé por las axilas, rozando aquellos laterales de su pecho que tanto me gustaban

-Si quiere acariciarlos antes de hacerme nada, señor ladrón, son suyos y es mi goce sentirme tocada.

-Apoyase en el bidé, abra bien las piernas..., así..., bien..., bien.

Me estremecí de gusto cuando se puso de forma que le indiqué. Aquellas caderas anchas y redondas, la vulva aquella bien prominente y el pliegue de los glúteos que se unía a esos labios vaginales me pusieron a mil. Mis manos se apoderaron de aquellas nalgas y las apretaron con pasión, con deseo y la derecha se deslizó sin remisión hacia el sexo maravilloso de mi Marta abarcándolo con toda la mano y haciendo que ella diera un respingo, seguramente de cosquillas, al sentirse acariciada. Masajee aquellos labios por entre ellos y busqué desesperadamente el clítoris que cogí con gran ímpetu. Marta dio aquel grito de la noche anterior y se convulsionó de placer. Sus trompas se agitaron y soltaron acto seguido un gran orgasmo que la dejó rígida, tensa las piernas y los brazos. Los gemidos eran realmente de desesperado placer. Yo, con mi pene totalmente enhiesto, sin contemplación alguna, me estaba habituando a ello, la ensarté el himen de una sola vez hasta el cuello vaginal. Estaba tan excitado, tan llenos de ella que sentí que pronto iba a venirme y empecé rápidamente a bombearla sosteniéndola por las caderas con una mano y con la otra apoderándome de uno de sus pechos que estrujaba a placer. Marta seguía gimiendo sin parar y yo respiraba con gran agitación. Un grito de placer salió de la boca femenina al tiempo que empezaba a eyacular a raudales dentro de ella. La estuve dando con mi pelvis en su vulva hasta que la última gota de mi semen dejó de salir, luego quedé temblando por aquel gran esfuerzo.

Marta, de cara a la pared y en ángulo recto, con una mano apoyada en la vasija y otra en los mosaicos del baño se encontraba exhalando los últimos gemidos de aquella corrida que ambos tuvimos

-Señor, ladrón –Decía entrecortadamente- No puedo... colocarme en posición alguna que usted... no me folle ¿Tanto le gusta este cuerpo... de mujer treintona avanzada...?

-¡Ah! ¿Tiene más de treinta años? Yo le echaba veintidós o veinticinco, mire usted.

-¡Graciocillo!. Bueno. ¿Antes de haberme abordado por detrás, que iba hacer usted?

-Señora, si introducimos delicadamente el flexible por el recto podemos, con un poco de presión del agua, limpiar el esfínter y todo el colon grueso. Eso le permitirá recibirme sin que le ocasione trauma alguno.

-¡Qué considerado es! ¡Meterme un flexible por el ano nada menos! No puede usted sacar la manguerita que hay dentro del metal, no, tiene que sodomizarme con toda la parafernalia del tubito ese de 50 centímetros ¡Usted es hombre y no piensa nada más que con su gran polla! ¿Ha preguntado si tengo edemas? No, ha dado por sabido que hay que meterme ese hierro por el culo y nada más ¡Pues mire usted por donde, no! Hay en ese botiquín edemas desechables. Vállase a la alcoba, descanse esa masa gris que yo me encargo del resto. Usted, hombre, a reponerse del polvo, que es lo único bien que hace, y a darle fresco a la masa gris en la universidad, que dicho sea de paso, no creo que valga mucho, por lo que está a la vista.

¡Divina mujer! Aquella noche estaba sembrada. Obedecí, tomé el tubo de la vaselina y la dejé sola en el baño. Veinte minutos después apareció con el pañuelo puesto entre los ojos y con el sujetador atrevido, toda ella estaba deslumbrante.

-¡Eah, señor ladró! Ya tiene usted mi aparato secretor a su disposición. Utilíselo cuando esté en condiciones de volver a follar. Dos polvos seguidos le dejarán tranquilo una horita como menos, teniendo en cuenta su edad... ¿Hablamos, entre tanto, de usted, de mí, del tiempo?

Estaba imposible, de manera que la tomé en brazos y comencé a besarla por todas partes. Empecé por el cuello, bajé a los pechos y los succioné los dos después de quitarle aquella sugestiva prenda, continué por aquel estómago casi plano y me centré en sus labios vaginales. Tengo que decir que Marta no era muy velluda en su monte de Venus. Tiene un pequeño triángulo que sí esta poblado y, más abajo, su vulva, está más bien limpia, algunos vellos aquí y allá pero nada más. De manera que besarlos y pasarles la lengua por ahí era como lamer la superficie de su culo liso, más o menos.

Marta cerró los puños cuando, abriendo los labios mayores, busqué aquel botón y lo masturbé con la punta de la lengua. Sabía a mujer y también tenía que saber a mí, aunque se hubiera lavado, quedaban resquicios de mi semen. Hurgué por toda la superficie y metí, todo lo que pude la lengua en aquel himen más abierto aun por el ejercicio de los dos polvos. Moví la lengua en círculo y la pasaba por aquel vestíbulo y volvía al clítoris y nuevamente lo estimulaba. Marta tomó mis cabellos y estiró hacia sí. Estaba concentrada en lo que le estaba haciendo y percibiendo que volvía a sentir aquellos temblores que la volvían loca de emoción. Nuevamente se convulsionó y un pequeño movimiento de su pelvis me demostró que estaba teniendo otro orgasmo que recibí a través de la lengua que aún seguía incrustada en su sexo. Aquel "¡Ahhhhhhh!" profundo y largo se prolongó hasta que ella terminó.

-¡Dios mío, Dios mío! He de decir en su favor que nunca tu..., eh..., mi marido me dio tanto placer como lo está haciendo usted. Ha conseguido que me corra las veces que se le antoje ¡Bendita juventud! –Y, arrodillándose, estrechó entre sus pechos mi cabeza.

Nos tendimos en la cama y nos abrazamos estrechamente. No hablamos, solo unidos, chocando nuestros cuerpos, besándonos en la boca en profundidad. Ella, más bajita y menudita, alcanzaba a besarme mis tetillas, el cuello y subía su cara para que me apoderara de sus morritos divinos.

Nos quedamos dormidos como una hora, así, pegados el uno en el otro, una pierna de ella sobre mis caderas. Dejando aquel sexo pegado al mío. Un movimiento de ella queriendo ponerse de espalda me despertó. Dejó toda la esplendorosa cadera pegada a mi pene que, rápidamente empezó a erectar. Mis manos la acariciaron durante un rato y eso la despertó. Sentía mi falo pegado a su vulva, queriendo subir hasta su esfínter. Dobló la cabeza 90 grados y, sonriendo dijo.

-¿Nuevamente en forma, mi dueño y señor? ¿Va a darme la satisfacción de desflorarme este culito virgen? Empiece ya, estoy ansiosa.

La apreté contra mí pecho e incliné hacia su boca y la besé con gran intensidad. Con mi mano izquierda toqué aquella nalga y metí los dedos entre aquella ralla que formaba la unión de sus glúteos y busqué su esfinter. Haciendo presión en él metí la punta del dedo corazón. Cedió y noté algo de flexibilidad por lo que continué más y metí la mitad. Marta no se movía, tan solo dejaba hacer. Otro esfuerzo y lo conseguí hasta el fondo. Aquí ella dejó oír un gritito. Mi dedo dentro empezó a moverse en círculos y hacer presión por los bordes de manera que pudiera ensancharlo. Lo saqué y juntando el índice al otro central los dirigí hacia el mismo sitio, presioné y empezaron a entrar. Siempre haciendo círculos iba ganando terreno y consiguiendo dejarlos totalmente dentro. Los mantuve un buen rato. Marta contraía su nalga en señal de dolor pero permanecía callada, sintiendo todo el proceso pero no notaba placer en aquel acto. Creí suficiente el tiempo que había dado a mis dedos para la apertura de su ano y decidí ocuparlo con mi polla. Tomando la vaselina puse una pequeña cantidad en los dedos y los dirigí hacia el orifico que se veía abierto. Unté los borde y pasé al interior nuevamente con algo de facilidad. Acto seguido embadurné mis glandes y prepucio.

Me coloqué de rodillas detrás de Marta y la ayudé a ponerse de cúbito supino. Dejaba así sus caderas a mi mercé. Abrí sus nalgas y divisé el ano ya bastante abierto. Enfilé mi pene a él de manera que lo sintiera y supiera que iba a perder su virginidad trasera.

-¿Dispuesta? –Dije con el prepucio en su entrada- Voy a empezar, si lo desea

-Suyo es, disfrúteme

Empujé y la cabeza entró entera. Aquel esfínter se ensanchó algo más y produjo dolor. Marta hincó la cabeza contra la almohada y permaneció allí. Volví a empujar y la vaselina ayudaba al deslizamiento del pene hacia el interior. Pensé que era mejor introducirlo todo y esperar que aquel dolor pasara y así lo hice, por supuesto, no de golpe. Empujé de forma constante y fui introduciéndome lentamente hasta que conseguí, sin un solo lamento de ella, meterme totalmente en su interior.

-¿Cómo se encuentra, señora? –Pregunté inclinándome sobre ella- ¿Continuo o es mucho para usted?.

-¡Siga, por favor, siga!. Procure acabar pronto.

Su voz estaba ronca, con deje de desesperación. Pensé dejarlo y, lentamente, para no ocasionarle más daño, la saqué totalmente. De inmediato, Marta levantó la cabeza, la dirigió hacia mí quedando de perfil y, con voz imperativa exclamó.

¡No! ¡Eso no! ¡Siga, le dije! Quiero saber lo que es una sodomización. ¡Vuelva a meterla, coño!

La ensarté nuevamente con el mismo procedimiento de cuidado de antes. Acostándome sobre su espalda, mi mano derecha comenzó a estimular su vulva y la otra a tocarle los pechos. Sabía que su punto débil era el clítoris, no debía abusar de él, pero era el momento y, una vez en mis manos lo apreté y masajee. Mano santa, dio resultados. La otra, la izquierda, pellizcaba los pezones con la misma fuerza y luego estrujaba aquella masa mamaria. Sincronizando ambas caricia comencé el coito anal. No tenía capacidad para hacer las tres cosas a la vez, de manera que la estimulaba por delante y a través de sus pechos y luego, parando y tomando sus glúteos, me movía de fuera hacia adentro una y otra vez de forma progresiva. Con el masaje del clítoris, la introducción de los dedos en el himen y las caricias mamarias conseguí que Marta se viniera una vez más un poco antes de que yo eyaculara en su recto. No la llené del todo aquella vez, por la preocupación o, porque no tenía capacidad para más, la corrida fue normal, más bien discreta pero ella sintió mi excitación y la salida del semen que medio la inundó.

Sudorosos, exhaustos, con la respiración entrecortada, sin fuerzas ambos, Marta y yo caímos de lado en el colchón y nos quedamos unidos el uno en el otro hasta que mi pene, volviendo a su estado natural, salió de ella por sí solo.

Sin decir nada, desencajados y felices, quedamos dormidos hasta el día siguiente. Era la primera vez que me quedaba con ella, la primera vez que dormía en su cama.

 

Continuará