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La Princesa y el Guardaespaldas (2)

en Hetero: Infidelidad

LA PRINCESA Y EL GUARDAESPALDAS

Segunda Parte

La primera parte fue colocada, por equivocación, aquí,

http://www.todorelatos.com/categorias/11/?sb=5&nh=2

Gracias, Horny, por tu buena apreciación

IV

Una torta en el culete a tiempo…

Estephanye dormía boca arriba plácidamente en la cama del dormitorio de Helbert, las piernas abiertas, el brazo izquierdo haciendo ángulo alrededor de la cabeza y el derecho colgando fuera. Destapada, desnuda, excitante, preciosa y confiada. Helbert VonNow la contempló embelezado y con emoción. No quería despertarla porque temía enfrentarse a una realidad contradictoria con respecto a la noche anterior, verla nerviosa y violenta, hacer frente a una situación comprometida y crearle un sentimiento de culpabilidad que él no tenía y no había buscado. Eran las seis de la mañana y ella tenía compromisos que cumplir y la agenda estaba bastante llena. Al final de la jornada la Embajada había proyectado la celebración de una cena acompañada de baile donde acudiría la flor y nata del país: personajes muy importantes de la política, del mundo financiero, de la sociedad española y representantes de las diplomacias extranjeras acreditadas en el país. Aspiró aire a todo pulmón y lo expulsó luego y, con la mano tocó a la bella durmiente al tiempo que la llamaba.

-Alteza…, señora…, señora, por favor. Las seis de la mañana, hora de despertar, hacer sus ejercicios y prepararse para atender su apretada agenda. Señora…

-¡Hola, Helbert mío! –Abrió los ojos con dificultad y lo miró con los ojos hechos una raya. Se arremolinó en la cama volviéndose hacia el lado derecho, donde estaba él, encogió los muslos y los pies, puso sus manitas debajo del rostro y dijo algo que casi no se la entendió- Estoy molida y tengo el culete que me arde ¡Déjame dormir un poco más! Hoy no puedo correr, me es imposible. Tú tienes la culpa ¿Media hora más? ¡Porfi!

VonNow respiró tranquilo. La princesa tenía conciencia de lo ocurrido, estaba contenta y quería dormir un poco más -¡Bien!- Se dijo y hacía un gesto fuerte con el puño cerrado. Tomando la sábana caída la puso sobre el cuerpo desnudo completamente de la muchacha.

-Voy a preparar el desayuno, señora ¡Sólo media hora, nada más!

Ella sacó el brazo de debajo del embozo y lo puso en alto, con la mano hizo movimiento de que se marchara. Helbert experimentó un sentimiento de emoción al ver a una mujer joven durmiendo en su cama -¡Lástima!- Se dijo –Sólo ha sido por esta noche- Marchó hacia la cocina del apartamento y estuvo entretenido en la preparación de un desayuno ligero.

Helbert VonNow había abierto los ojos a las cinco de la mañana. El móvil corporativo sonó con aquella melodía de baja frecuencia. Miró el reloj, hacía más de tres horas que se habían quedado dormidos. Lo tomó.

-¿Sí? –Preguntó procurando que no se le notara soñolienta

-Coronel, la princesa Estephanye no se encuentra en las habitaciones principales

-¡No me digan! ¿Cómo es eso? ¿Dónde estabais vosotros? –Preguntó flemático, con una media sonrisa ladeada en su boca.

-¡Señor, en nuestros puestos!

-¡Y ella desapareció, así como así! ¿No? ¡Se volatizó delante de vosotros!

-No lo sabemos, señor, el príncipe Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns nos ha confirmado que no se encontraba en su dormitorio. Soy el sargento Normand Göbherhouse y le informo del hecho.

-Me parece, sargento, que alguno de vosotros vais a tener un disgusto serio de verdad, ante el príncipe y ante mí también.

Desde ese momento, Helbert saltó de la cama, se duchó, vistió y esperó unos minutos más hasta avisar a la princesa, contemplándola, pensando en las horas pasadas a su lado desde que salieron del hotel.

Dos bandejas iguales y con los mismos contenidos: zumos de naranja, huevos fritos, dos panecillos congelados y recién horneados, mantequilla, queso… Notó que se tiraban a su espalda y lo rodeaba con unas piernas desnudas a la altura de sus caderas. No tuvo que mirar hacia atrás. Aquel torso de mujer se clavaba en sus omóplatos y unos pechos se dejaban notar aplastándose en su espalda. Unos brazos fuertes rodeaban su cuello y unos dientes blancos, bien formados mordían el óvulo de la oreja, el cuello, el cogote y pasaba así al otro lado en que se repetía la acción. Una voz de mujer emitiendo sonidos que querían ser terrorífico lo masacraba a mordiscos y besos allí mismo donde ponía los dientes. En las caderas sentía las de ella haciendo fuerza para mantenerse subida sobre él. Pasó las manos por detrás tocando las nalgas mientras se inclinaba un poco para que la princesa no cayera y comprobó que seguía desnuda. Aquella piel blanca, tersa y aterciopelada que tanto había acariciado la noche anterior seguía al descubierto sin importarle la desnudez. Estephanye seguía martirizando sus oídos y su pezcuezo, buscando las mejillas, besándolas cuando conseguía subirse un poco más

-¡Quiero un polvo ahora! ¡Quiero dos polvos ahora! ¡Quiero tres polvos ahora! –Gritaba mientras se agitaba sobre aquella fuerte espalda de hombre

-Princesa, por favor, se nos hace tarde y hay que desayunar –Quería cogerla bien para obligar a bajarse de él- No hay polvo que valga, señora. No es hora de eso.

-Bueno ¡Quiero dos polvos ahora! ¡Porfi! ¡Porfi!

Había conseguido, sin esfuerzo, pero con algo de presión desenrollar las piernas de ella. Tomó sus brazos y, con un movimiento brusco de su cuerpo hacia delante consiguió que ella saliera de cabeza, como despedida. No cayó al suelo porque Helbert la tomó en sus brazos y, con una delicadeza exquisita, la depositó en una silla, frente a una mesa con dos bandejas delante la una de la otra. Cuando Estephanye quiso darse cuenta ya estaba sentada. Sentía mareos, algo de nauseas, mucho dolor al sentarse, nada extraordinario, fue la sensación de la despedida que le hizo.

-¿Có… como… hiciste eso? –Ella lo miraba asombrada y con cierto recelo. Se notaba un fondo de admiración y rabia hacia el hombre.

-Alteza, a comer. Son las siete de la mañana. A las nueve ha de estar en el Ayuntamiento de Madrid. La esperan

Quiso levantarse y sintió dificultad en sus movimientos y VonNow no la dejó. Le señalaba la comida.

-Un polvo, uno solo, hombre –Y ponía el piquito hacia delante, mimosa pero con acento dominante. Helbert quedó fijamente mirándola. Le dio la sensación a la joven que tenía una mirada metálica.

-Un polvo de un minuto ¡Solo un minuto! –Susurrando, queriendo hacerle sonreír, echando pecho exageradamente y salir de aquella mirada que la descorazonaba

-No existe polvo de un minuto, no conmigo. Señora, se lo digo por última vez, desayune o, de lo contrario la levanto de la silla y la llevo al hotel tal como está ¡Lo juro por mi honor!

-No eres capaz de esa barbaridad con tu princesa –Y su risa cantarina se dejó oír por toda la casa.

Aquella mirada larga, incisiva, metálica, de ojos quietos y penetrantes la hizo dudar de lo que había dicho. Sintió temor y pensó que aquel hombre era capaz de muchas cosas ocultas y reprochables, no tan solo de sacarla a la calle en cueros vivos.

-El padre de usted, Su alteza real, ¿nunca le dio una torta en un momento determinado en el culo, señora? –Lo preguntaba mirándola de aquella forma tan dura, larga, sin parpadear, sin crispársele los músculos. No la dejó responder. Rápidamente la levantó de la silla por las axilas, la lanzó hacia arriba, al aire, y la tomó en brazos cuando iba a caer al suelo. Nuevamente la sorpresa la cogió de camino hacia la puerta. Sintió pánico, vergüenza y cruzó las piernas tapándose el pubis y, con los brazos sus pechos. Helbert VonNow abrió el portón de salida del apartamento de par en par y salió al rellano dirigiéndose hacia el ascensor.

-¡Vale, vale! ¡Está bien, VonNow! Tomaré el desayuno, me bañaré, vestiré y nos marchamos ¿De acuerdo? ¡Volvamos, por favor! –Y esta vez, Estephanye se dio cuenta que tenía ante sí a un verdadero hombre, capaz de hacerla frente, de retarla y de no amilanarse ante ella aunque fuera la heredera del trono de su país.

A las ocho y diez minutos de la mañana, Estephanye y su guardaespaldas salían del apartamento en dirección a la calle donde esperaba un coche oficial pedido por Helbert. La joven caminaba con pasos cortos, vestida como la noche anterior y sus gafas de sol graduadas tenía un humor de perros. VonNow detrás de ella, esperando la llegada del elevador miraba aquellas caderas celestiales que tanto placer le diera horas antes. Sus manos se les escapaban hacia ellas y, en prevención, las metió en los bolsillos de su abrigo. Llegó el ascensor y se paró. Estephanye, ya en su papel de mujer importante, con el rostro levantado altaneramente esperó, sin retirarse tan siquiera, que Helbert abriera la puerta. De pronto sintió un fuerte dolor en su nalga izquierda ya doloridas de por si. VonNow, sacando la mano derecha había dado un sonoro cachete en el glúteo que tanto deseó tocar.

-¡Aaaayyy! –Casi gritó la princesa, llevándose la mano hacia la parte dolorida. Primero lo miró asombrada, luego con estupor y, por último, clavándole los ojos de tal forma que el hombre creyó que se le tiraba a la yugular.

-La puerta, alteza, hay que abrirla para entrar –Dijo Helbert con aquella mirada larga y fría, señalándola con un gesto. Y entraron, Estephanye la había abierto rápidamente y Helbert la sostuvo. Ella se quedó en el fondo y en un ángulo de la caja, el entró, quedó delante, dio al botón del tablero de mandos y ambos bajaron. La joven estaba furibunda, movía los labios como si estuviera hablando algo mientras lo miraba con los ojos hechos una ralla pero no se la oía.

V

Lo que tú digas, Helbert, eso se hará

Durante todo el día la princesa de Lenstthers tuvo un programa bastante extenso. Por la mañana: El Ayuntamiento de Madrid, Una visita al complejo industrial eléctrico de Coslada, Móstoles y, por último, el Ministerio del Ejército donde se le unión su marido, el príncipe consorte Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns. Vestía un traje chaqueta beig claro de falda ajustada a sus caderas y por arriba de la rodilla; medias de color carne, guantes de cabritilla y zapatos de aguja del mismo color. Su melena rubia ondeaba al viento y, de vez en cuando, la tenía que atusar y dominar. Esa mañana Helbert VonNow y tres hombres más fueron la escolta que la acompañó. Estephanye, durante su periplo, no dejó de observarlo ni un solo momento pero no cruzaron miradas. Ella sabía que, cuando no lo observaba, todo su cuerpo era recorrido por los ojos de VonNow y se sentía feliz, admirada, acariciada y las testosteronas le subían a raudales produciéndole sofocos que amortiguaba con el aire del abanico. Tuvo momentos de felicidad cuando Pierre Luis se unión a ellos, entonces, la joven decidió martirizarlo enganchándose amorosamente a su marido. El rostro del jefe de seguridad cambió de gélido a huraño y, sus hombres fueron los que pagaron el nerviosismo. Quería hacerle pagar la torta que le dio en su nalga y cómo la obligó a obedecerlo. Recordaba a cada rato el dolor acariciante de la… y el maravilloso de la palmada -¡Te voy a hacer sufrir de lo lindo, mi divino amante!- Se dijo

La jornada de la tarde empezó a las cuatro con una visita a la Patronal de Empresarios. El presidente había sido profesor de Macroeconomía en la Universidad Complutense cuando Estephanye estudiaba en ella. Ambos se besaron y abrazaron cariñosamente. Recordaban con humor los tiempos pasados y, a solas, la llamaba de tú. Pero la princesa fue cambiando su semblante a medida que comprobaba que VonNow no dirigía su escolta. Tenía deseos desesperados de preguntar dónde se encontraba el teniente coronel pero era ofender a los hombres que la acompañaba. Todos estaban muy capacitados para custodiarla y lo demostraban. A las ocho de la noche terminó con una reuníon de empresarios interesados en la inversión de capital en Lenstthers, concretamente en el sector de ocio. Para acudir aquella tarde a sus obligaciones y, creyendo tener a Helbert como su guardaespaldas personal, había elegido un precioso conjunto de falda azul eléctrico ajustada con blusa blanca de seda de mangas largas y un pañuelo de colores vivos y serios al cuello. Bolso de mano y zapatos de tacones de aguja azules para terminar de componer su atuendo personal. Se había vestido para él, sólo para sus ojos y no apareció aquella tarde. Cuando llegó al hotel tiró el bolso y los zapatos en un arrebato de soberbia. Pierre Luis la miró asombrado, perplejo ¡Nunca había visto a su mujer de aquella guisa! No dijo nada, era mejor ver, oír y callar en cabreos sordos de las damas -¡Mujeres, mujeres! ¿Qué mosca le habrá picado ahora?- Pensó con su flema habitual -¡No hay quien las entienda! Serían aún más bellas, si cabe, sin fueran sencillas y afables como nosotros los hombres- Limpio su larga boquilla de marfil con un pañuelo desechable, tomó un cigarrillo largo egipcio y lo colocó en ella. Se acercó a la terraza de la alcoba y encendió el aromático pitillo. A Estephanye no le gustaba que fumara dentro de la habitación ni cerca de ella.

Estephanye se bañó en un plis plas, y ella, que era meticulosa con su persona y atuendo, se vistió con la ropa que había llevado aquella tarde y salió del baño de la misma forma que había entrado, o sea, como una tromba. Allí la esperaba su secretaria particular con la impertinente agenda de trabajo. La maldijo para sus adentros y la miró mal sin que la otra se diera cuenta. Quería preguntar por teléfono por el jefe de servicio de seguridad y esa mujer había venido en mal momento.

-Alteza ¿Qué desea ponerse para la fiesta de esta noche?

¡La fiesta de la Embajada! ¡Se había olvidado de ella por completo! El mal humor que se apoderó de su persona durante la tarde le hizo obviar que tenía compromisos sociales a nivel de Estado. Pero ¿Y él, acudiría? Había visto a su marido en la terraza fumando y era el momento propicio de hacer la pregunta.

-Gerdha ¿Qué sabe usted del jefe de seguridad Helbert VonNow? Esta tarde no estuvo con sus hombres.

-Fue llamado por el embajador junto con otros diplomáticos para organizar los preparativos del evento de esta noche, señora. Todavía están reunidos, creo.

-¿Estará… en la fiesta?

-¡Naturalmente, alteza! Él teniente coronel es un militar adjunto de la Embajada, no puede falta estando en ella la heredera del trono de nuestro país.

Más calmada, casi saltando de alegría por la información, Estephanye y su secretaria empezaron a elegir el traje de noche para el acontecimiento. Cuando la secretaria iba a marchar, mirando de reojo la terraza entornada donde estaba su marido, la princesa comentó en voz baja.

-Gerdha, por favor, cuando vea al jefe de seguridad dígale que quiero hablar con él. Nada más. Gracias.

Estephanye se preparaba para la fiesta cuando sonó el teléfono de la mesita. Era la secretaria, alterada, dominando el enfado y la rabia que sentía, escupiendo las palabras y no creyendo lo que le estaba comunicando.

-Alteza, el señor VonNow ha ido a su casa. Salio hace escasos minutos. Le comuniqué su recado y no dijo nada. Me mirón de una forma escalofriante y marchó tan sólo ¡Dios mío! ¿Qué se ha creído ese hombre, señora?

Estephanye no contestó, colgó bruscamente, marcó el número de los policías escoltas.

-Quiero en cinco minutos el coche oficial en la puerta del hotel. Voy a salir.

Pierre Luis salía en ese momento de la terraza. Había escuchado a su esposa pero no se preocupó de pedir explicaciones. Aprovecharía para hablar con Eugenia y acordar el día y hora para un encuentro que habían planeado.

Estaphanye salía por la puerta principal del hotel cuando su coche oficial aparcaba delante de la entrada. Tres hombres salieron de él y, la princesa masculló algo en voz alta que no llegó a oídos de sus hombres.

-¿Vais a venir conmigo, señores?

-Alteza Serenísima, no podemos dejarla sola. Las órdenes son muy estrictas, señora.

-Quería ir sola, sin compañía –Los miraba seria, de forma déspota, con ese pronto prusiano característico de la gente de la Baviera Alta.

Los hombres se miraron entre sí, no dijeron nada y se pudieron firmes pero no se movieron de sus lugares

-¡Está bien, nos marchamos! ¡Sois fiel reflejo de alguien que yo me sé! –Y sin esperar a que le abrieran la puerta ella misma subió a bordo.

-¡Chofer, diríjase a Paseo de la Infanta Isabel! ¡Rápido! hay una fiesta de Estado

Unos diez minutos depuse estaban en la avenida

-¡Pare aquí y esperad todos! –Ordenó sin dar tiempo que los hombres reaccionaran. Bajó como un rayo y subió las escalinatas de aquel gran portal. Miró los rótulos del portero electrónico y pulsó uno.

-Soy Estephanye, abre, por favor.

Unos segundos de dudas por el silencio que se produjo y, de inmediato, la puerta se abrió a través del portero interior. Subió en el ascensor y, cuando éste paró y abrió se encontró a un VonNow vestido con pantalón militar y una camisa blanca inmaculada sin cuello, desabrochada hasta más de la mitad del velludo pecho. Silencioso, inexpresivo pero algo extrañado. No esperó a seguir mirándolo corrió hacia él y se echó en sus brazos. Helbert la recibió con tanta fuerza que le dio la impresión que le sacaba todo el aire de sus pulmones. El rostro masculino buscaba el suyo y comenzó a besarla en la frente, entre los ojos, en ellos uno a uno. Besó la naricilla recta y fría, bajó al labio superior y lo mordió cálidamente y luego se introdujo en su boca y se coló como un poseso, sin miramientos, metiéndose entre sus dientes, buscando la lengua y estrujándola con la suya, rodeándola, jugando, dejándole sabor a menta. Mordía el labio superior otra vez y se apoderaba del inferior haciendo lo mismo. Todo aquel rito preliminar iba acompañado de caricias furtivas que iban desde las duras nalgas a unos pechos enfebrecidos por el encuentro, luego, con aquella fortaleza física inaudita la tomó en sus brazos y la llevó al interior del apartamento cerrando la puerta con el pie -¡Ironía del destino!- Pensó –Quería decirle cuatro frescas y me encuentro que me lleva en sus brazo a su casa para…- Y escondió el rostro en el cuello de Helbert

Estephanye había perdido la voluntad férrea de que era dueña y se encontró poseída de aquella forma inimaginable para ella, como una mujer normal por un hombre normal y esto hizo que sus entrepiernas se humedecieran como si fuera una auténtica colegiala. De echo se consideraba una mujer sin experiencia y el militar la estaba enseñando todo un mundo nuevo, estremecedor, excitante en el que él era el dueño de su persona y ella decía sí a todo. De pronto notó las manos de Helbert subiendo la falda y apoderándose se sus nalgas nuevamente -¡Dios mío!- Se dijo acordándose de un detalle –¡Me vestí tan solo con la ropa de calle! –Así de desesperada se encontraba en el baño por la ausencia de aquella tarde de él. Ahora notaba como se apoderaba de sus glúteos duros y blancos, la forma de agarrarla toda con aquellas dos manos tan grandes ¿Y sus dedos? Aquellos dedos que la noche anterior la hizo vibrar como a una posesa ahora volvía a auscultarla de la misma manera y Estephanye, de puntillas, subía la pierna derecha hacia las caderas masculina dejándole el terreno expedito para que la matara de puro goce.

Helbert VonNow deseaba poseer aquella mujer maravillosa. Que estuviera en esos momentos en su casa era algo totalmente inesperado. Ni pensándolo en todo momento hubiera ocurrido como estaba sucediendo. La soltó y comenzó a desvestirla. No tardó nada, sólo llevaba dos piezas y su precioso cuerpo quedó desnudo ante él. Los pechos medianamente grandes, rectos y bien puestos. Los pezones engrandecidos llenos de sensaciones y mirándole desafiantes, sonrosados, prietos y estremeciéndose por las caricias. Las areolas eran puros relieves de protuberancias alteradas ante el contacto táctil. La tomó de la cintura y la sentó sobre el filo la mesa de la sala. Abrió los muslos largos y torneados y dejó aquella vulva rubia y mojada expuesta a lo que pretendía. Se quitó los pantalones y los gayumbos y dejó sus caderas al viento. El pene estaba totalmente erecto y ancho, señalando a Estephanye que lo observaba con la boca abierta, estirando la mano para tomarlo y acariciarlo todo. Helbert se acercó nuevamente a la joven, jugó con sus pechos, con los pezones y las manos pasaron a los hombros y los apretó. Tomando la mano femenina que aprisionaba su pene la obligo a que lo llevara hacia su himen, que frotara la cabeza del prepucio la abertura que formaba los labios vaginales y estimulara el clítoris electrizado, húmedo y destilando caldos que corrían por la base de su vulva palpitante. Siempre con la mano de ella cogida hizo que lo condujera hacia la entrada del himen, causante de todo aquel pre jugos, e hizo una presión con la cadera introduciendo aquella cabeza juguetona.

Estephanye emitió un gritito y soltó el pene pero no pudo quitar su mano de allí porque Helbert la retenía. La soltó notó como las manos masculinas se apoderaban de sus glúteos y la empujaba contra aquel miembro que acababa de introducirle en su vagina. Lo sintió llenarla, como el glandes resbalaba por los cartílagos de la entrada e iba avanzando lentamente hasta sentirla en sus entrañas. Percibía claramente el relieve del prepucio cuando rozaba las paredes de su vagina. Ya lo tenía todo dentro de ella y quedaron pegados por un momento. Sus nalgas estaban estrujadas con violencia y las manos masculinas las abrían y los dedos se clavaban en sus carnes blancas como tenazas. Sentía dolor pero eso no restaba pasión, todo lo contrario, la enardecía más cada vez que él apretaba. Estephanye se colgó del cuello del hombre y se arremolinó en aquel pecho velludo y fuerte. Los mullidos pechos se aplastaron contra los planos de Helbert y los movía de un lado a otro cálidamente buscando las tetillas y los pezoncillos masculinos que parecían botones de guerrera militar y sus pezones enhiestos jugaban con aquellos, desprendiendo vibraciones que transmitían al hombre el estado de excitación de la mujer. Él comenzó a bombearla con mucha suavidad, la sacaba casi toda y luego la metía de la misma forma. Poco a poco la actividad del coito iba tomando fuerza y el hombre se movía con más rapidez. De pronto se sintió elevada y aquellas manos sirvieron de asiento. Estephanye no podía comprender como era posible que la sostuviera de semejante forma, se pudiera moverse para penetrarla como lo estaba haciendo y le estuviera produciendo tanto placer. Estaba algo baja pero sus caderas frente a las caderas de él no paraban, los brazos enganchados al cuello de VonNow ayudándolo y las piernas le colgaban. Sin saber como se encontró abrazando las nalgas masculinas con ellas, dejando espacio para que pudiera realizar la penetración y sus movimientos y dejarse llevar ya por la emoción tan grande que estaba sintiendo. Lo miró y vio que él tenía la cabeza hacia atrás y que su boca trincada estaba cuadrada. El esfuerzo de tenerla así tenía que ser impresionante pero para aquella fortaleza humana parecía que era poco menos que nada. Y se vio tan pequeñita, tan poquita cosa, tan querida, tan mimada y tan deseada que sus entrañas se revolvieron, los ovarios se estremecieron violentamente y una gran oleada le invadió sus bajos haciéndola gritar, moverse por si sola, parando de golpe los movimientos de su guardaespaldas porque ella incrustaba su sexo totalmente contra aquella polla que le estaba produciendo un orgasmo tan grande que al punto desencajó la cara y el cuerpo femenino quedó echado hacia atrás todo lo que le permitía sus brazos. Su pelvis se incrustaba en la pelvis masculina queriendo traspasarla. Las piernas las puso rectas, rígidas, los pies inclinados a los lados y hacia adelante y los dedos abiertos. No gritaba ya, su garganta dejaba escuchar unos estertores prolongados mientras que por sus ojos desmesurados, clavados en el rostro de Helbert, dejaba ver toda la pasión que en esos momentos sentía. Y orgasmó echando la cabeza hacia atrás, en una desesperación infinita que le duró unos momentos largos para luego volver a entregar el testigo al hombre echándose hacia adelante y descansando en aquel pecho lanoso que la enervaba.

Helbert estaba a punto de correrse lo sentía pero tenía que dejar que ella tuviera aquel orgasmo tan desesperado. Deseaba dejarla satisfecha, feliz. Había venido a verlo, a entregarse nuevamente a él con la disculpa de no haberlo visto aquella tarde. Empezaba a sentir algo por una mujer principal de su país que había venido a interrumpir la monotonía de su ordenada vida por accidente. Ahora se encontraba dentro de su vagina envistiéndola con desesperación, ocupándola toda, sintiendo como su semen salía estrepitosamente de la vesícula seminal, corría por todo el conducto deferente y salía violentamente al interior de aquella vagina hinchada y totalmente llena de líquidos. Mientras se derramaba en ella su cuerpo se contrajo y quedó rígido al tiempo que se pegaba con fuerza contra aquella vulva abierta y febril. Gritó, gritó el nombre de ella con tal desesperación que sintió como Estephanye lo abrazaba con una fuerza desconocida y extraordinaria mientras su polla flagelaba la vulva violentamente dejando escapar los últimos vestigios que salían de su pene con la misma fuerza e intensidad.

Ahora, con un gran esfuerzo la puso otra vez en el filo de la mesa. Ambos quedaron apoyados uno sobre el otro y las manos masculinas aflojaron la presión de sus caricias en los glúteos y la joven sintió alivio al comprobar como él se calmaba y volvía a la normalidad mientras la sangre volvía a fluir por los ennegrecidos glúteos femeninos. Permanecieron abrazados así un buen rato, algo sudorosos, exhaustos pero contentos de ellos mismos. Fue Helbert, como siempre, el que recordó la última etapa que quedaba por cumplir aquel día ya bastante apretado.

-Señora, debemos ser realista y volver a nuestros compromisos. La llevaré al baño y, mientras usted se baña, yo termino de vestirme y nos vamos. Estamos tardando.

-Lo que tú digas, Helbert, eso se hará –Y lo observaba con una admiración tan grande que el hombre se estremeció de emoción.

 

VI

La Fiesta

El salón de Privilegios de la Embajada de de Lenstthers en España estaba exquisitamente iluminado. Lámparas de lágrimas dispuestas en hileras a lo largo del salón, Pantallas de pared de luz indirecta y de diferente color frente a cada pantalla de techo daba al recinto una vistosidad muy agradable. Cuadros grandes con las esfinges de los distintos príncipes reinantes del pequeño país independiente enclavado en el mismo corazón de Alemania y, concretamente en la Bavaria del Norte, daba una nota de grandeza y elegancia.

Los invitados estaban llegando y el Maestro de Ceremonias anunciaba al Embajador los nombres de los invitados que llegaban. El salón de baile empezaba a estar concurrido y personajes importantes con sus parejas pululaban, saludándose al encontrarse, charlando otros, haciendo corrillo los más y los menos sociables paseaban mirando las pinturas que lo decoraba. Al fondo, una gran puerta dejaba ver el comedor con grandes mesas muy engalanadas y llenas de entremeses variados y bebidas bien dispuestos. Una orquesta uniformada tocaba sobre una tarima dispuesta a un lado del paraninfo y dejaba escuchar suavemente unos valses vieneses. El Embajador salía al paso de los invitados y los saludaba departiendo unas palabras con ellos y sus acompañantes.

Ya todos estaban presentes cuando fue anunciado el presidente del Estado Español. Entró con su señora. El Embajador condujo al Presidente y esposa a un apartado donde esperaban las grandes personalidades a la homenajeada principal, la princesa Estephanye de de Lenstthers. No tardó en aparecer pues parecía que estaba detrás de la puerta esperando la llegada del presidente español para hacer acto de presencia. El jefe de protocolo anunció:

-¡Su Alteza Serenísima, la princesa Estephanye de de Lenstthers!

Helbert VonNow, vestido con un vistoso uniforme de gala militar con todas las condecoraciones obtenidas en el transcurso de su carrera, se estremeció de emoción. Volvía a estar junto a ella a escasos metros. La vería, durante la noche, cenar, hablar, reír, bailar, saludar con los muchos invitados a la fiesta y todo eso sería un auténtico gozo. No podría tenerla cerca ni danzar con ella, era seguro, pero el echo de tenerla el la fiesta, saberse cerca, mirarla tan solo era su alegría de aquella noche. No hacía una hora la había tenido entre sus brazos, la había amado una vez más, recordó sus besos y sus abrazos y las constantes vitales se aceleraron en grado sumo. La puerta se abrió y Helbert tembló de la emoción cuando vio a…

Estephanye de Lenstthers apareció radiante, feliz, preciosa. Vestía un traje enterizo de satén color champán ajustado a su atractivo cuerpo de mujer. Un escote triangular invertido, Zapatos y bolso del mismo color y sus cabellos rubios recogidos en una especie de moño alargado que colgaba y se movía al caminar. Su marido, el príncipe consorte Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns vestía de chaqué negro y pantalón gris e iba detrás de ella. Ambos se dirigían hacia las autoridades del país que estaban alineados y esperándola. A pocos pasos de los mandatarios españoles el matrimonio real quedó parado y serio.

Sonó el himno nacional de Lenstthers y los presentes guardaron un silencio sepulcral. Terminado éste y, los asistentes en perfectas posturas se dispusieron a oír el himno español. Algunos españoles de tendencia ultra pusieron sus manos derechas sobres sus corazones otros, tan solo, levantaban la cabeza en señal de respeto y admiración.

A continuación, el Embajador comenzó por el Presidente del Estado español y esposa, siguió con algunos ministros invitados y personalidades relevantes del Parlamento, Poder Judicial, Militar y de las Finanzas. Detrás estaban los diplomáticos acreditados y diplomáticos de la propia Embajada, entre los que se encontraba Helbert VonNow, con su distinguido uniforme militar de gala. Cuando Estephanye llegó a él, el corazón le bombeaba a cien. Lo había visto desde que comenzó a saludar a su personal acreditado y las miradas de reojos hacia el hombre no las podía controlar hasta que llegó al oficial jefe. Estaba roja, azorada, la adrenalina la alteraba, los ovarios comenzaron a tintinear y, cuando le dio la mano creyó desmayarse porque un auténtico orgasmo la invadió. Se quedó rígida por un momento con la mano masculina en la suya, sin perder la sonrisa pero tensa, temblando ligeramente, orgasmando sin poderlo contener. Percibió un cálido apretón que le transmitió el conocimiento de lo que le sucedía, pedía tranquilidad, y ella, recuperándose, pudo proseguir los saludos ante la extrañeza de algunos.

La velada continuó entre la cena y el baile. La joven danzó con su marido de forma cariñosa, con el mandatario español, con el Embajador de Lenstthers y con otras personalidades de la política y del poder monetario. El deseo de ella era llegar a VonNow y, casi a mediado de la fiesta lo consiguió por pura casualidad. Un sorteo, en el que la princesa participó alegremente, le dio la suerte al hombre más deseado de su vida en ese momento. Helbert VonNow se acercó con el premio en la mano que era una rosa blanca, se la ofreció y ella, en el paroxismo de la felicidad, se lanzó casi descaradamente a sus brazos mientras los demás reían y aplaudían aquella suerte.

Los primeros compases fueron en silencio, gozando el cuerpo a cuerpo, Estephanye sintiéndose acariciada en la espalda por aquella mano que la enervaba. Fueron acercándose hacia el centro de la pista de baile, la joven, con voz suave, susurrante dijo.

-¿Cómo hacemos para vernos después de la fiesta? –Estephanye percibió un estremecimiento por parte de él.

-Señora, debemos ser comedidos, tratar este asunto con mucha delicadeza. Usted es la segunda dama más importante de nuestro país, es conocida internacionalmente en el mundo de las finanzas y como unas de las princesas serias de Europa. Si la prensa nacional o internacional la sorprendiera en un desliz amoroso su prestigio se vendría abajo y, aunque demostrara que no era así o acallara los rumores se encontraría en la picota del entredicho, vigilada constantemente y sacando a la luz a cada momento "aquella escena extraña" que estaría grabada en fotografías para la posteridad. Y ¿Qué diría su marido, alteza?

Seguían bailando. Habían bajado la intensidad de la danza. Hubo silencio entre los dos. Estephanye volvió a preocuparse por el proyecto del hijo que le bullía la cabecita hacía tiempo. Se había olvidado de éste desde el momento en que cayó en los brazos de Helbert y no pensó en nada más que estar fundida en todo momento con él. Tenía razón, mucha razón. VonNow era un especialista en el tema de la Seguridad personal de otros y lo estaba demostrando. Pero ¿Y su relación? ¿Qué sería de ellos dos, entretanto?

-No me gustaría renunciar a ti, es más, no quiero renunciar a ti. Te he encontrado y me has fascinado y no deseo apartarme de ti, Helbert. Mi marido me engaña cada vez que quiere, tú lo sabes muy bien. No es capaz de darme un hijo ¿Qué me importa él a esta altura de mi matrimonio?

-Señora, deje que sea la ocasión y el momento los que trabajen. Permita que sea el día a día el que tome la iniciativa. Si lo hacemos así podremos estar juntos delante del mundo entero y no se darían cuenta de nada

Oficialmente el acto terminó nuevamente con los himnos nacionales. El Presidente español marchó con su esposa y, la princesa Estephanye de Lenstthers tuvo que retirarse con su esposo y junto con el Embajador. Sin embargo, la fiesta continuó algo más de una hora para el resto de los presentes. Para VonNow ya no era igual y, al momento de retirarse su futura soberana, extendió las órdenes pertinentes a sus hombres y comenzó a desfilar hacia la salida y en dirección a su casa cuando la secretaria Gerdha Braunm se le acercó.

-Teniente coronel VonNow –La mujer lo miraba altanera, con cierta irritación en sus pequeños ojos. Se notaba un total rechazo- Su Alteza Serenísima desea verle en el despacho del Embajador. ¿Vamos…?

Y se retiraba para darle paso, indicando orden, mandato, superioridad. Helbert se la quedó mirando largamente, con su peculiar mirada que desalmó a la princesa y que llenó de frío intenso el alma de la mujer en esos momentos. No dijo nada y, siguiendo sobre sus pasos continuó hacia la salida.

-¡Señor, señor, por favor! Le ruego que venga… -Ya no ordenaba, rogaba

-¡Ah!, Gerdha. eso está mejor! Cuando quiera. –Y caminó detrás de la secretaria que temblaba toda ella sin saber el motivo

El despacho del Embajador no era nada sobrio. Un gran salón de techo alto y una soberbia lámpara de lágrimas en el techo que dejaba toda la estancia alumbrada hasta la saciedad. Un juego de escritorio de mesa grande y limpia de documentos, solo el portafolio en cuero verde con ribetes dorado y el escudo heráldico del país y una lámpara lo adornaba; el sillón de respaldar alto, de orejas y brazos, cuero verde igualmente, dos sillas delante de la mesa de respaldar redondo y tapizado igual al sillón. Estanterías con libros, enciclopedias, una gran mesa de reunión y doce sillas iguales a las del despacho.

Gerdha y VonNow llegaron juntos a la puerta del despacho, ella, después de tocar entró sin recibir permiso. Estephanye estaba sentada en una de las sillas de la gran mesa de Reuniones, leyendo un documento encuadernado. Los esperaba.

-Gracias, Gerdha. Puede ya retirarse. Buenas noches –Seria, erguida en la silla, elegante, mayestática, dominando la situación. La secretaria hizo un saludo con la cabeza y marchó en silencio, humillada, echando peste contra el militar- Tome asiento, por favor.

La joven tenía un dossier abierto delante de ella. Extrajo un documento que extendió a VonNow

-Este documento te nombra jefe de Seguridad de la princesa Estephanye de Lenstthers hasta que termine el periplo por la Europa mediterránea. Vendrás conmigo a Francia, Italia, Grecia y Turquía. Mi marido ha dicho que, tan pronto estemos en Barcelona, partirá para Ginebra o, en todo caso, nos acompañará hasta París pero se quedará en Francia cuando partamos para Italia y yo, Helbert, le estoy sumamente agradecida. Seguramente se irá con la noble española, una amante fija de la que, parece ser, no se puede separar tan fácilmente ¿Te das cuenta, Helbert? ¡Solos tú y yo! ¡Lo que dijiste es verdad! Dejar trabajar al tiempo y amarnos delante de todos ¡Eres un genio, mi vida! –Y tomaba la mano del hombre que apretaba con pasión.

-¿Seguirá usted mis consejos para el cuidado de su persona, de su reputación? –Sus ojos se clavaban en los de ella con aquella fijeza natural pero exenta de la otra metálica y cruel.

-Como si fueran los Principios Fundamentales de nuestra Constitución, Helbert, si eso te tranquiliza. Guía mi vida y te seguiré allá donde vayas.

-No pretendo tanto, señora. Hay algunas princesas en Europa con mala reputación, déjeme evitar eso y habré cumplido con creces la misión que se me encomienda. Usted es una aristócrata conocida, respetada y admirada en el continente y fuera de él. Siga así para orgullo de nuestro país.

-¿Con un marido tarambana como el mío? ¿Loco por los saraos y las putas de lujos? ¿Inmaduro e infiel? Tú lo sabes, el mundo de la prensa internacional lo sabe. Es mi esposo ¿No se supone que debo ser igual a él?

Helbert VonNow la miró otra vez largamente, sin mover un músculo de su cara, atractivo con aquel uniforme de gala, sensual en su hombría. Estephanye sintió que toda ella se estremecía por volver a ser tocada por él. El militar estiró el brazo y, con su mano derecha perfiló el rostro sereno de la princesa de derecha a izquierda. Rozó los labios brillantes de extremo a extremo y los silueteó. Siguió hacia arriba, ahora por el otro lado y, al llegar a la frente de donde partió, retiró un mechón de pelo que quería cubrir el bonito rostro.

-No, Estephanye, tú no y el mundo entero lo sabe.

Sin apartar la mirada de la muchacha que estaba extasiada, fuera de sí, se levantó despacio, tomó la carpeta con el documento del nombramiento, siguió mirándola desde su altura sin decir nada y, acto seguido se retiró hacia la puerta de salida. Estephanye no osó decir nada, esperaba más pero no ocurrió nada. VonNow tomó el pomo que daba acceso al exterior y, antes de salir, se volvió.

-Bien, señora. Comenzaré desde ahora mismo a preparar su viaje de mañana hacia Cataluña ¡Buenas noches!

Una Estephanye esperanzada quedó en aquel despacho de la Embajada sola, con el corazón palpitante -¡Me ha tuteado y siente algo por mí!- Se dijo con alegría. Una Estephanye triste se reflejó en los grandes ojos, hubiera deseado que la tumbara sobre la mesa y la hiciera suya como lo fue unas horas atrás y la noche anterior. Una Estephanye resignada quedó en la sala del ejecutivo sabiendo que la actitud de aquel hombre había sido la correcta y, que si quería tener el respeto del mundo tenía que empezar por ella misma. Durante más de diez minutos la princesa heredera del pequeño ducado de Lenstthers quedó allí, mirando la puerta por donde había salido el hombre que le infundiera respeto, admiración y una necesidad de él que, treinta horas antes, no hubiera creído que pudiera suceder.

Miró el teléfono blanco multilínea que descansaba sobre la mesa de reuniones. Tembló, no quería traicionar la confianza de… Pero tenía que hacerlo. Era una estadista, con prerrogativas sobre vida y hacienda de sus súbditos. Los sentimientos de mujer ilusionada se antepusieron durante breves minutos a los deberes de Estado y dos lágrimas fluyeron por sus grandes y azules ojos. Y tomó el auricular con decisión pero temblando, apretó un botón rojo y marcó un número. Alguien respondió al otro lado del hilo

-¿…?

-Comenzamos a partir de mañana, general. Desde ahora, ya no hay vuelta atrás ¡Buenas noches!

 

VII

¿Otro asunto más que tratar, Gerdha?

La princesa Estephaye de Lenstthers y su esposo, el pequeño séquito personal, financieros del ducado, alemanes y tres hombres del cuerpo de seguridad en el que se encontraba Helbert VonNow eran los que viajaban en el avión a reacción Falcon 900-B perteneciente a la flota del Ducado Lenstthers. Todos y cada uno de los pasajeros estaban ocupados en sus responsabilidades que se acercaban a medida que el avión pisaba territorio catalán.

Estephanye, sentada ante una pequeña mesa de despecho, despachaba con la secretaria que le exponía una agenda llena de asuntos en las que intervenían las autoridades autónomas: el presidente de la Generalitat, distintos consejeros y un sin fin de visitas de tipo comercial y política de turismo importantes para el Ducado de Lenstthers. La joven se pasó los dedos por la frente y por su agradable rostro apareció un gesto de preocupación y de tristeza. No se dio cuenta que Gerdha la observaba detenidamente y analizaba todos los movimientos de ella. En un gesto de perplejidad, de sospecha, la secretaria miró hacia atrás y fijó los ojos en el teniente coronel VonNow que hablaba con dos hombre sin preocuparse de los ilustres pasajeros y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro que desapareció cuando volvió a incorporarse en su asiento.

-¿Le preocupa algo en particular, alteza? –Preguntó fijando la mirada en un documento que portaba.

-¿Cómo…? ¡Oh, no, Gerdha! Tan solo estaba distraída –Volvió a retomar la compostura- ¿Algo más que añadir a la apretada agenda, amiga?

-Nos… nos va a acompañar en todo su proyecto de trabajo por el Mediterráneo ese… el teniente coronel? –Se notaba un deje de despecho y un cierto odio oculto al referirse al Jefe de Seguridad que no se le escapó a Estephanye

-¿Qué le ocurre con él, Gerdha? –Y la miró fijamente

-Es un hombre que no guarda las debidas composturas y el respeto que su alteza requiere. Si digo que usted ordena verle me mira con esa… mirada tan… -Y su cuerpo se estremeció- Y me veo, como una tonta, pidiéndolo por favor ¡Señora, usted es una princesa heredera de un gran reino no una plebeya como lo es ese!

-¿Qué más ve usted en él, Gerdha? –Reía la princesa para su adentro, conociendo perfectamente aquel escalofrío- No le cae bien ¿No es así?

-¡Señora, como secretaria particular, confidente y consejera, le rogaría que lo despidiera y se lo quitara de encima! ¡Es un hombre peligroso, abominable! ¡Tiene cara de asesino a sueldo, como en esas películas de intriga! ¡Es repugnante, alteza! ¡Es…!

-¡Adorable, Gerdha, simplemente adorable! Verá, querida amiga y consejera, antes de prescindir de ese… abominable hombre –Y señalaba con el dedo índice hacia donde estaba VonNow- prescindiría de usted de inmediato, la enviaría a casa y la dejaría detrás de una mesa de despacho como una simple oficinista metomentodo. Ese hombre, mi querida confidente, tiene una valía tal para mí y los intereses de nuestro país que usted no se puede imaginar. Es un profesional inigualable, un hombre que mira por la familia Lenstthers, inteligente y sagaz.. Al no hacer caso a las órdenes inmediata de su princesa es porque el momento lo requiere. Tiene una autonomía, unos poderes y una responsabilidad que usted no alcanza a comprender. Sí, Gerdha, vendrá con nosotros por todo el Mediterráneo ¿Aclarada la cuestión VonNow? Le aconsejo, también, que desde ya lo mire desde otra perspectiva o, apreciada consejera, la mandaré para nuestro país

Gerdha se encontraba replegada en el respaldo del sillón totalmente, casi levantándose del asiento, mirando con enormes ojos a la princesa que, a medida que hablaba, iba alterando la voz y acercándose a ella hasta quedar a un palmo de su rostro. Pierre Luis, que dormitaba al lado de su esposa, despertó sobresaltado y miró a su mujer asombrado. Un silencio impresionante se produjo dentro de la cabina del avión. Una azafata, que en esos momentos traía dos desayunos para la pareja real, quedó parada en medio del estrecho pasillo, con las bandejas casi en el aire. Fueron momentos de extrañeza e incertidumbre, de no saber que había ocurrido, tan solo el ambiente que propició la voz de la princesa, alterada y roja, produjo la tensión que podía cortarse con el filo de un cuchillo.

-¡Uffff, señores pasajeros –Dijo el príncipe consorte Pierre Luis, casi estirándose con los brazos sin un ápice de educación- ¡Qué hambre tengo! ¿Vosotros no?

Había mirado a su esposa, que estaba a su izquierda, al lado de la ventanilla del avión. Con cierta extrañeza –"Si no supiera que una es casada y la otra medio soltera, diría que están peleando por un hombre"- Se dijo desconcertado

-¿Otro asunto más que tratar, Gerdha? –Comentó la princesa rompiendo la crítica situación de la forma más normal del mundo

-Se… señora –La pobre secretaria tragaba saliva por el mal trago que la había echo pasar su jefa- Hay dos periodista latinoamericanos que desean entrevistarla. Es una periodista gráfica y un reportero. Las preguntas se basarán sobre nuestro país, la familia reinante y otras cosas sobre su alteza real. Si cree que no va a poder hacerlo, comunicaré su decisión ahora mismo por teléfono.

-¡No, no, está muy bien! ¿Dos periodistas latinoamericanos? ¡Caray, estupendo! Acepto encantada la entrevista –Y ya miraba a su asistente como si nada pasara- ¿Quienes son?

-Ella es una joven reportera gráfica muy buena, colombiana, firma su trabajo como Marina. Él es un reportero de guerra argentino. Se llama Alberto. Cubrió la guerra de Irak y, antes, la de los Balcanes

-Alberto…, Alberto –Pronunciaba la princesa pensativamente y mirando hacia el techo del avión- Si, creo que lo he leído en alguna ocasión. Muy bueno. Busca trabajos de ella, quiero conocerla bien por sus reportajes fotográficos.

 

VIII

En la oscuridad de la habitación del hotel

En la oscuridad de la habitación del hotel, reflejada tan solo por la luz que provenía de la calle, uno hombre alto, con la camisa de cuello abierta más de la mitad, la corbata colgando a los lados y presentando un torso velludo descalza lentamente, con caricias suaves, besando uno a uno los dedos del pie a una mujer joven, guapa y proporcionada que está vestida, sentada y apoyada sobre sus brazos estirados hacia atrás en la amplia cama del dormitorio. Ella mira con devoción al hombre que está enfrente, con una rodilla en tierra y otra en ángulo recto donde descansa su pie derecho. Las manos de él masajea los tobillos femeninos una y otra vez y los dedos largos y fuertes iban poco a poco subiendo por los lados de su pantorrilla. Llegaba a los gemelos y se paraba. La dos manos masculinas apretaban esos gemelos con dulzura y cariño, luego bajaban, luego volvían a subir y así en un ir y venir casi incansable. La pierna femenina era tonificada con las caricias, con los besos que la boca masculina le proporciona y en la que se notaba la barba fuerte de un día. La mano derecha del hombre pasaba por delante y se apropia de la rodilla que frotaba con el dedo pulgar toda la superficie y en redondo. La otra aprisionaba los gemelos con una gran pasión. La mujer se estremecía por las caricias dadas y percibía el fuerte y a veces doloroso picor de las cerdas de una barba cerrada. Esos enérgicos pelos pasean por la brillante y suave pierna de la joven y ella se tensaba. Estaba sintiendo a la vez la mano izquierda del hombre llegar a su corva derecha, apretarla, pellizcarla y apoderarse del muslo, deslizándose por él hasta llegar casi al naciente de la nalga oculta por la posición del asiento. Ahora era el dorso de esa mano el que acariciaba, fuera, adentro, fuera adentro, lentamente, muy lentamente, rozando tan solo su piel fina, caliente, redondeando el muslo, pasando ahora la mano abierta por encima, deslizándose esa hacia su ingle y subiendo con esa lentitud la falda del vestido, dejando ver un muslo macizo, blanco con los minúsculos vellos rubios erizado por los mimos excitantes, siempre sin prisa pero sin pausa, invariable, sorprendente

La pelvis de la mujer saltaba hacia arriba violentamente y un grito agónico salio de su garganta llenando la habitación de gemidos fogosos. La mano maravillosa había tocado su vagina y la apretaba entera con fuerza pero sin causar daño. La columna vertebral de ella sufrió una sacudida emocional tan grande al contacto de ese miembro acariciador que la mujer cayó completamente sobre la cama sin fuerzas. La había sorprendido la caricia vaginal aunque la esperaba. Las piernas se juntaron violentamente protegiendo la vulva por la excitación recibida y las cosquillas producidas.

Estaba tumbada en la cama, con las piernas muy juntas y apoyadas sobre el suelo, con la mano masculina en las entrepiernas llenándola de sensaciones que la dejaban fuera quedando a su merced. Y no se hace espera la respuesta. Aquel hombre inca la otra pierna en el suelo y queda arrodillado ante la joven. El pecho femenino está alterado y le sale de la blusa de seda blanca, desabotonada de la misma forma que la masculina, Está desaforado y parece querer salirse de la caja toráxica. Levantaba toda la falda y la mujer quedaba desnuda ante él, con el tanga minúsculo que deja percibir, dentro de aquella oscuridad, unos labios gruesos y bien definidos, observándose cada uno de ellos claramente y dejando en medio un canal largo de arriba abajo que mostraba la unión de ellos de forma exultante.

El hombre quedó quieto contemplando largamente la maravilla que tenía delante y, con la tranquilidad como la estaba tratando, ponía las manos una en cada rodillas e iba separando lentamente las piernas de la mujer que se resistían abrirse. No tuvo piedad y, una vez bien separadas, pasaba los dedos de cada mano por los labios casi sin rozarlos pero dejándose sentir. Los analiza centímetro a centímetro de arriba abajo acercándose cada vez más hacia la unión de ellos. Pasó la uña del dedo índice de su derecha por el canal que formaba ambos labios y se paró justo frente donde él sabía que se encontraba el clítoris. De pronto, el hombre hace un movimiento de manos tan rápido que la mujer no se dio cuenta. Había cogido la pletina del tanga y de un tirón fuerte y salvaje rasgó la braga por la mitad hasta llegar la rotura al orto de ella.

La joven, que se encontraba henchida de pasión, al límite de un orgasmo ante tantas caricias sintió la violencia que ejerció el hombre en la prendita íntima y lo miró asustada. Su vulva suavemente velluda y algo mojada quedó ante el rostro del varón que no apartaba los ojos de ella. La mujer no sabía lo que pretendía, no imaginaba qué pasos iba a seguir a continuación. Nunca fue una mujer que tuviera mucha experiencia y, la que tenía no le daba luz suficiente para saber las pretensiones de él, pero vio como la cara masculina se acercaba lentamente hacia su sexo y la boca comenzaba a pasear por el sexo besando de un labio a otro. Un sonido ronco, desconocido para ella salió de su garganta. Sus manos se levantaron dirigiéndose hacia la cabeza del hombre pero se pararon a mitad de camino. La estaba mordiendo, mejor, rozando con los diente los labios y algo muy suave y con punta pretendía meterse entre ellos y lo conseguía sin esfuerzo

-¡Aaaaah, Dios míiiio! ¿Qué… qué… haces? –Y sus manos seguía desesperada por apartar aquella cabeza peluda de sus entrepiernas pero se negaban a hacerlo incomprensiblemente- ¡Para, para, por Dioooos!

Sentía la lengua de éste introducirse entre los labios y comenzar a moverse como una serpiente por entre los labios menores ¡La estaba degustando! Pensó en el paroxismo de la excitación. Sin darse cuenta comenzó a subir las piernas hasta dejarla en el aire y por encima de la cabeza del varón, bien abiertas, tensándolas poco a poco a medida que iba siendo succionada, percibiendo cómo la lengua iba de arriba abajo continuamente siempre moviéndose en espacios cortos sin parar ¡Nunca creyó que un humano pudiera dar con su boca aquel inmenso placer! Ahora sentía aquellas manos sabias apretando los labios con sus dedos, subiendo, abriéndolos e introduciéndolos, tocando y apoderándose de su excitado clítoris que crecía por momentos. Ya no aguantaba aquel estado de cosas ¿Qué pretendía aquel hombre, matarla de puro placer? ¡Lo estaba consiguiendo, lo estaba consiguiendo! Cogía la ropa de la cama con fuerza inusitada y con ambas manos y la llevaba hacia su costado. Podía ver sus piernas totalmente en el aire, estiradas y abiertas exageradamente y veía aquella melenuda cabeza entre ellas arrebatando los últimos resquicios de cordura que le quedaba. Y Explotó brutalmente. Sintió en sus entrañas algo que la electrizó, como un hilo de corriente que corría por sus bajos y salía a tal velocidad que las piernas comenzaron a temblar estrepitosamente y la cabeza masculina era sacudida por los movimientos pero no se apartó ni un solo momento y creyó percibir cómo la boca se introducía dentro de su vagina ¡Y el fantástico daño de la barba! Y absorbía sin piedad aquel raudal de impresionantes sensaciones que no supo contener

-¡Haaaaaaayyyy! –Y ahora sí, ahora tomaba la cabeza masculina por los pelos y la apretaba contra su sexo jadeando descontroladamente ¡La apretaba, la apretaba, la apretaba sin poder contenerse!- ¡Haaaaaaayyyy! ¡Diooooos míiiiio, ayúdameeee!

Herbert VonNow vio, por el rabillo de su ojo derecho, cómo Estephanye comenzaba a subir las piernas en posición rígida. Estaba a punto de orgasmar y, sus manos que se encontraban en mitad de los prietos muslos, pasaron a ocuparse de los labios vaginales y a estimularlos. Con el índice y pulgar de ambas, Helbert comenzó a masajear con la yemas de los dedos el interior de aquella vulva y se apoderó del inflamado clítoris que tintineaba y crecía aun más. No tuvo más que cogerlo y redondearlo con el pulgar y el índice derecho y la princesa, frenética, agarrándose con desesperación a las sábanas se corrió estrepitosamente. Aquel caldo caliente y oloroso fluía a trompicones del himen abierto por la excitación. Los tomó gustoso, hundiendo su boca en él para aprovechar todo aquel caudal de mujer joven que irrumpía al exterior. No se separó de aquel sexo caliente y tembloroso ni una sola vez. Esperó pacientemente que las hermosas piernas fueran bajando por su propio peso como así ocurrió.

Estephanye sintió sopor y frío cuando descansó sus piernas en el suelo. Helbert comenzó a subir su cabeza por su estómago lentamente, besando el camino recorrido, dejando estela de los jugos por su piel. Ya lo tenía entre sus pechos y se hundió en ellos. Ella sintió el escozor de las cerdas entre su canal y los laterales interiores de los senos. Besaba incansablemente el centro mientras iba subiendo. Sin parar, pasaba al seno derecho por el naciente y ahora se acercaba al izquierdo y hacía lo mismo ¡La destrozaba con aquella cara de hombre lobo! ¡Creía que le estaba arrancando la piel a tiras mientras la acariciaba con la barba hirsuta! Que hiciera lo que le viniera en ganas, se había adueñado de ella con su buen hacer. Estephanye subió los brazos y los dejó en cruz con las manos a los lados de su cabeza, esperando que el rostro de Helbert se acercara al de ella y la cubriera de aquellos besos que tanto deseaba y necesitaba. Y él llegó a su bonito y agradable rostro y lo sostuvo a un palmo, mirándola fijamente, con esa intensidad tan grande que la dejaba noqueada. Estephanye preguntó.

-¿Dónde he estado todos estos años, Helbert mío? ¿Por qué mi marido, hombre experimentado en lidias amorosas, no fue capaz de sacarme de quicio como lo has estado haciendo tú? ¿De enseñarme? ¿De demostrarme que no sólo se gozaba teniendo el pene de él dentro de mí?

El silencio a la que ya se estaba acostumbrando le respondió. La sonreía y comenzó a besarla suavemente en los labios, en las mejillas, en la punta de la nariz, entre los ojos y por ellos, en la frente para luego bajar tranquilamente por el mismo camino hasta llegar a su boca de la que se apoderó ya en profundidad.

Helbert VonNow se puso en pie y extendió la mano para ayudarla a levantarse. Una vez la tuvo enfrente, la miró como siempre, en silencio y con fijeza. Sus manos pasaron a su cara y la perfiló con los dedos toda ella, bajó por el cuello y, las fijó en la blanca camisa de seda de Estephanye.

-¿La vas a rasgar también, Helbert? –Comentó ella con una sonrisa cómica

- Quiero desnudarla porque deseo volverla a hacerla feliz esta noche.

-¿Tú crees que sería capaz de hacer lo mismo que me has hecho a mí? –le decía al oído mientras él, como abrazándola, le aflojaba la presilla del sujetador.

-No se preocupe por eso, alteza, todo llega en la vida tarde o temprano –Y dejaba caer la falda al suelo. Ya estaba desnuda nuevamente ante él.

Se sintió en el aire porque la había cogido en brazos y la llevaba hacia el lado izquierdo de la cama para acostarla.

-Si yo pretendiera hablar de lo Divino y lo Humano contigo, Helbert ¿Tú cómo me responderías a modo de arenga militar? –Y dejaba oír una cantarina carcajada cerca de la oreja masculina.

Ya sabía que no iba a obtener respuesta de aquel oso de los bosques de la Alta Baviera. Se consoló viéndole desnudarse delante de ella y admirar y desear aquella anatomía bien cuidada, fuerte y velluda. Ya conocía la noche emocionante que le esperaba, era la tercera que pasaban en Cataluña y en las dos anteriores habían acabado agotados y felices. Acababa de enseñarle otra novedad mundana a la que ella no tenía ni la más remota idea. No sabía que las parejas pudieran llegar a tales extremos de placer y Dios lo había puesto en su camino, tarde, pero ahí estaba.

Helbert VonNow salio de la habitación del hotel a las cinco treinta de la mañana. Estephanye hacía poco que había quedado dormida profundamente con su cabeza apoyada en su brazo izquierdo. Dentro de cinco horas marcharían hacia Francia y él tenía que preparar a los hombres y dejar instrucciones de los próximos pasos a dar.

De una de las pocas lámparas encendidas del pasillo de la planta donde se hospedaba la princesa Estephanye de Lenstthers. Se produjeron varios clic’s muy tenues que cogieron a VonNow saliendo del dormitorio de la princesa y no paró hasta que el hombre entró en su habitación.

 

 

Fin de la segunda parte