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La Princesa y el Guardaespaldas (4 y última parte)

en Hetero: Infidelidad

LA PRINCESA Y EL GUARDAESPALDAS

Cuarta y última parte

XII

Razón de Estado

Aquella mañana de marzo, algo fría en Lenstters, a la espera de la primavera que estaba a siete días de aparecer, Estephanye se encontraba mareada, con ganas de vomitar, algo en el estómago con pesadez y escozores, molestias y pérdida del equilibrio. Tomó un vaso de agua que le supo a rayos. Se apoyó en el tocador de su alcoba para no caer y una arcada le vino casi al instante.

-¡Dios santo! ¿Qué me pasa ahora? –Miró hacia su cama donde se encontraba Helbert dormido plácidamente, medio tapado y su torso velludo que tanto le gustaba a ella desnudo mostrándose poderoso a sus ojos. La noche anterior habían hecho el amor con la pasión de siempre. Llevaban cerca de tres meses que no se había separado ni un solo momento.

Rió por algo que acababa de pensar ¿No sería que él le estrujó mucho los pechos y el estómago con esas manazas apasionadas? No, que recordara, Helbert no era capaz de hacerla daño alguno, cierto que la dejaba en muchas ocasiones baldada con sus caricias pero le ocurría con su vagina y el esfínter, era parte del ritual amoroso que ella misma aceptaba y deseaba encantada ¡Lo quería tanto que…! Su mirada hacia aquel hombre dormido era de auténtico amor y respeto. Había ido a la inauguración de una sala de arte y no hubo cena tan solo canapés y algunas bebidas con alcohol, jugos y refrescos, luego, en palacio cenó frugalmente con sus padres y, sabiendo que él la esperaba en el rincón de sus aposentos que ella había elegido cuando llegaron, se retiró temprano.

Lo que sí sabía, y la sospecha la llenaba de gran satisfacción, era que había notado que su regla, siempre puntual, le faltaba desde hacía más de un mes y que era hora de ir pensando en ponerse en mano de su tocóloga y en las debidas explicaciones. Lo que más le dolía y temía era el enfrentamiento que iba a tener con el hombre que había ocupado toda su vida en los tres meses atrás. Volvió a mirarlo y sus ojos se abnegaron de lágrimas. Bañándose notó que la areola y los pezones estaban sensibles. En sus pechos creyó notar algo de hinchazón y cuando se puso el sujetador comprobó que le quedaba ajustado llenándolo un poco más de lo normal.

Entró en el gran comedor donde estaban sus padres, los príncipes regente, se inclinó hacia delante para besar a su madre y tuvo que cerrar los ojos y taparse la boca con las manos para contener las nauseas que le producían ver los alimentos sobre la mesa.

-¡Hija, hija! ¿Te pasa algo, estás indispuesta? –Comentó la princesa madre levantándose y dirigiéndose a su hija

-Si, mamá, creo que sí, muy indispuesta. No voy a desayunar porque tengo la sensación de que voy a vomitar lo poco o nada que tengo dentro. Disculpadme los dos, por favor –Y salió casi corriendo del salón sin apartar sus manos del rostro.

La reina miró a su marido que estaba perplejo y asombrado con una mueca de perplejidad.

-Está embarazada, querido mío ¡Ay, Dios mío! ¡Por fin vamos a ser abuelos, Federico!

… … …

Estephanye bajó las piernas de las orquillas en que las mantenía separadas en la mesa para el examen de tocología. La doctora Sondra Lehtbraum acababa de auscultarla y una gran sonrisa aparecía en su boca cuarentona y bien cuidada. Se quitaba los guantes de látex, los tiraba a una papelera sanitaria y ayudaba a la princesa a bajar de la camilla y vestirse quitándole la bata blanca que cubrir el cuerpo desnudo de la mujer.

-Alteza, vamos a esperar a los análisis, pero por el tamaño es de seis a ocho semanas aproximadamente. Los análisis dictaminarán los resultados finales. Señora, está usted embarazadísima y lo puede anunciar a bombo y platillo.

-No puedo dar la noticia oficial hasta no tener los resultados clínicos y arreglar ciertos asuntos de Estado y personales.

Por la tarde, la princesa tenía en la mesa de su despacho oficial un dossier que contenía análisis diferentes y un informe que decía que la Princesa Estephanye de Lenstters estaba embarazada de siete semanas y estaba firmado por un cuadro de médicos que asistía a la familia real del principado.

-Gherda, busque el número privado del príncipe Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns y póngame con él, es urgente. Luego, mientras hablo con mi marido dígale al general Kart Strongger que deseo hablar con él dentro de una hora.

La conversación con Pierre Luis de Montpensier no fue larga pero en la Riviera francesa el aristócrata quedó con la mirada fija al frente, pálido y tembloroso. Una hermosa mujer de facciones mediterránea estaba a su lado y ésta, con acento andaluz preguntó

-¿Malas noticias, Pierre? ¡Estás pálido, querido! –La joven se arrimaba a él buscando los ojos del hombre que, de inmediato, se ocultaron detrás de unas gafas de cristales oscuros

… … … …

Cinco horas después, el general Kart Stronggers, uno de los tres altos militares del pequeño ejército del principado de Lenstters, se levantó del asiento con presteza cuando apareció la princesa Estephanye, bella como siempre, elegante y alegre de verlo.

-General, gracias por acudir a mi llamada y tan rápidamente. Me han dicho que se encontraba usted en Berlín representando a nuestro ejército ¿Cómo se presenta la Conferencia? Pase, por favor.

Ya dentro del despacho, sentados uno frente al otro en la mesa larga de Reuniones, el militar comentó tan solo

-Estoy aquí, delante de usted, porque ha llegado el momento ¿No es así, Alteza?

-Así es, general Stronggers. Quiero su ayuda, su apoyo y, si se llega el caso, poner en práctica la Operación Coronel –La princesa tamborileaba con una pluma estilográfica sobre la mesa.

-Señora, comprometo mi dignidad de militar viejo que el teniente coronel Helbert VonNow jamás se revelará contra la Corona. Lo conozco muy bien, fue discípulo mío en la Academia Militar de Oficiales y es un hombre de auténtico honor.

-Lo sé, general, lo sé muy bien. Recuerde que lo elegí, con su aprobación, para que fuera el padre del hijo que espero. Nunca supuse que me enamoraría de ese hombre de la forma que ha ocurrido. Sin embargo, voy a hacerle mucho daño

-Las razones de Estado la asisten, Alteza, y usted se debe a ellas –El viejo militar observaba a su princesa con respeto y admiración- Usted, señora, ha nacido con la capacidad natural del gobernante, su educación y entrenamiento la han preparado para dirigir los destinos de este pequeño país con gran dignidad y, seguramente, con acierto. Ahora, Alteza, en estos momentos no se puede permitir el lujo de la duda.

-Queda, entonces, el asunto del príncipe consorte Pierre Luis de Montpensier y de Orleáns. Él será una herida sangrante para este pequeño principado, general, no se conformará así como así –Y Estephanye chasqueo los dedos en el aire- tan fácilmente.

-Alteza, quién podía ser un peligro en este caso sería el teniente coronel Helbert VonNow. Su esposo, Señora, comparado con su guardaespaldas, es un perrito faldero, con del debido respeto –Hizo una inclinación de cabeza levantándose apenas.

XIII

La verdad cruda

Helver VonNow pasó al despacho de la heredera del trono de Lenstters después que Gherda, la secretaria personal de la princesa, abriera la puerta y le diera paso. Era un despecho no muy grande pero con flores frescas y olorosas por varios rincones. Sin ser espartano los muebles eran casi escasos. Una gran biblioteca acristalada con muchos libros de leyes, enciclopedias, historias del país, legados viejos y alguno de ellos ruinosos y otros libros de interés para el gobierno de un país. Dos sofás elegantes y de cuero dispuestos en ángulos con dos sillones enfrente y una mesita de madera y cristal con un centro de flores en medio. El despacho se componía de una amplia mesa desnuda de todo documento, un portafolios grande y de color marrón decorado con ribetes y el escudo de Lenstters en dorado, un gran sillón de cuero de orejera y dos sillas a juegos enfrente a la mesa de despacho. Dos grandes lámparas de brazos decoraba un techo blanco y ribeteado con molduras y las paredes eran decoradas con cuadros de paisajes y fauna de la nación. Un ventanal grande y que llenaba de luz la estancia dejaba sentir una paz y tranquilidad acogedora. Sentada en aquel sillón estaba una hermosa mujer vestida elegantemente de blanco y con las manos cruzadas sobre la mesa. Su melena rubia caía por detrás y por delante de sus hombros y todo el despacho olía a su perfume.

Estaba seria, apesadumbrada. Helbert, tan pronto la vio, se dio cuenta que algo no marchaba bien y el corazón le dio un vuelco. La noche anterior, en el dormitorio que compartían, ella le pidió de favor que no le hiciera el amor y, dándole un beso en la boca, dio la buenas noches y se giró de espalda a él, se tapó y quedó en silencio. VonNow no comprendió aquella aptitud tan extraña de la mujer cuando era ella misma quien lo buscaba siempre y eso le dio pie para pensar que algo raro se cernía en el ambiente. Ahora, viéndola sentada allí, esperando su visita como una desconocida, corroboró su incertidumbre.

-Siéntate, Helbert, por favor –Le dijo tan pronto lo vio entrar y extendiendo la mano para que se la estrechara. VonNow, asombrado, perplejo, sin embargo, siguiendo el protocolo, estrechó la bella mano y la besó por encima de los nudillos- Tengo que decirte algo que, posiblemente, será desagradable para ti, en fin, empezaré por el principio.

-"Estoy embarazada de siete semanas. Por supuesto, este hijo lo he concebido gracias a ti, ya lo sabes. De mi marido no, porque hace más de cuatro meses que no he tenido relaciones con él. Esperaba este momento como no te puedes imaginar, nuestro país necesita un heredero y, con estos documentos en la mano, puedo anunciar oficialmente la buena nueva"

-"Hay un inconveniente en todo este asunto, Helbert, y sé que lo comprenderás y aceptarás, este hijo no lo puedo reconocer como tuyo sino de mi marido, el príncipe consorte, y es su derecho que le dé este reconocimiento. No amo a mi marido, te amo a ti, pero las razones de Estado se imponen y este secreto me gustaría que quedara totalmente garantizado dándome tu palabra de honor y jurándomelo ante la Constitución. Una persona muy importante de tu talante, dignidad y seriedad te respalda, Helbert, y yo le creo porque es en esa persona en quien me apoyaré para llevar esta cuestión de Estado adelante"

Helbert VonNow escuchaba a la princesa en un total silencio. Su cara cambiaba de color, no de expresión, a cada palabra de Estephanye. Se ponía rígido en el asiento y miraba a la heredera de su país como si no la conociera ni comprendiera lo que estaba hablando. La sangre se le había parado y helado en las venas y la capacidad de reacción era, en aquellos momentos, nula totalmente.

-Helbert, quisiera que m...

-Teniente coronel, Alteza, teniente co…ronel Helvert VonNow …, por favor –Se levantó del asiento y se cuadró. La voz le temblaba.

Ahora era la princesa Estephanye de Lenstters la que estaba abocada a fracasar en la entrevista. La aptitud del militar la desconcertaba destrozaba el corazón. Ella había sido adiestrada a salir airosa de trances difíciles y, reponiéndose del golpe, continuó como si la conversación no fuera interrumpida.

-Teniente coronel, no tengo que decirle a usted que lo que, a nivel de calle, es un acto anticonstitucional el privar a un hombre del derecho a la paternidad cuando ésta se puede probar con un análisis de ADN, para el dirigente de un país o su heredero o heredera, ese acto anticonstitucional se puede interpretar como necesidad prioritaria alegando el capítulo de la Constitución que hablan de los derechos y deberes del príncipe amparándolo. Esto es así siempre, señor, usted lo sabe, yo lo sé. Si cree que puede tener una salida satisfactoria para su futuro, el general Kart Stronggers, le espera en su despacho y le recibiría de inmediato.

-¡¡Señora!! ¿Por quién me ha tomado? –VonNow estaba encendido, furibundo y, olvidándose del protocolo, se apoyó en la mesa del escritorio e introdujo medio cuerpo dentro de ella- ¿Acaso no me conoce a estas alturas siendo el padre de su hijo? ¡Soy un militar de honor, Alteza! ¡De honoooor! ¡Usted me está hablando de quitarme el derecho a esa paternidad!

Estephanye había empujado el sillón de su despacho hacia atrás cuando el furibundo teniente coronel perdió los papeles. Su precioso rostro palideció y los grandes ojos crecieron más. Estaba asustada.

-¿Es el general Strongger mi bienhechor? ¿El que cuida de mi dignidad militar? ¿También cuidará de que se me reconozca la paternidad que me asiste, la de mi hijo, nuestro hijo, Alteza? Recurre su Alteza a la astucia de la mentira para llevar a cabo una necesidad de Estado ¡Y encima es condescendiente con este vasallo! ¡Es usted amoral, señora, como cualquier gobernante del mundo! Los medios no importan: no es necesaria la moral, sino un realismo práctico, no lo que debe ser, sino lo que es en realidad. Política y moral son dos ámbitos distintos e incluso contradictorios, usted lo practica muy bien, princesa.

-"Bien me la has jugado, Estephanye de Lenstters ¡Enhorabuena por esa interpretación magistral de mujer enamorada! Los sentimientos y los derechos de los demás no importan, todo se subordina a la razón de Estado, o sea, la suya, señora".

-¡Helbert…!

-Alteza, ya que es la heredera y tiene tal poder, por favor, quiero partir para España esta misma noche. Dispóngalo todo de manera que lo pueda hacer. Pierda cuidado, princesa, el general Strongger, que nos está escuchando en este momento, tiene razón al creer que no causaré problema alguno a la Corona. Quiero a este país, lo serviré hasta que mi orgullo y el cuerpo lo aguanten, pero me marcho de aquí y de su lado, señora, como alma que lleva el diablo.

El teniente coronel VonNow se retiró tres pasos hacia atrás, taconeó fuertemente, girando ciento ochenta grados y sin despedirse, salió todo lo rápido que pudo teniendo las piernas engarrotadas por el dolor que atenazaba su corazón.

Estephanye quedó anonadada, blanca como el papel de fumar y, durante más de diez minutos, quedó mirando al frente, a la puerta por donde salió el hombre que había calado en ella, sin saber, por primera vez en su vida, que hacer.

Fue tomando conciencia, se acercó a la mesa y apretó un botón del teléfono que tenía delante.

-¿Qué dice a todo esto, general? –La voz de la princesa se notaba entrecortada.

-Una falta de respeto muy grande a su Alteza Serenísima que seguramente usted ordenará corregir y exigir al oficial perdón a la princesa heredera ante el Parlamento. Como amigo y consejero, señora, lo que le dije en nuestra entrevista, es un hombre de honor, un militar brillante a tener en cuenta para su futura vida como princesa gobernante de éste país.

-Esta conversación no ha existido, general. El teniente coronel Helbert VonNow no ha faltado jamás el respeto a la heredera del Trono de Lenstters. Ha pedido volver a España. Y esto que digo, general Stronggers, es una orden de la Corona.

XIV

El regreso

Helbert VonNow entró como todas las mañanas en la gran sala que daba paso a las dependencias de la Embajada de Lenstters. Había sido llamado por el embajador y la cita estaba emplazada a las diez, eran las ocho treinta y tenía tiempo de ojear los periódicos para hacer tiempo. Caminó por un pasillo largo y al fondo estaba su despacho. No muy grande, austero y espartano como él. Nunca quiso una secretaria a la que tenía derecho por su alto cargo como Agregado militar. No necesitaba más, no era hombre de administración, se dedicaba a la seguridad, la custodia de los políticos lensttersianos que visitaban España y la expedición de los correspondientes documentos de los compatriotas que formaban colonias en España.

Sobre su mesa había varios periódicos de tiradas nacionales y, todos ellos se nutrían de las mismas fotos en portada: la princesa Estephanye de Lenstters con su hijo de cuatro años en brazos, riendo, bella como la primera vez que la vio en el hotel…

Lenstters había cosechado popularidad con la subida al trono, hacía dos años por la muerte del príncipe reinante, de aquella joven, inteligente y atractiva mujer. Los casinos de juegos y las estaciones de esquís eran hervideros de gente que se perdían en el juego o destacaban en el deporte. Un nuevo circuito automovilístico para coche y motos se había inaugurado hacía tres meses. El turismo popular y de élite se daban cita todo el año en el pequeño país y éste prosperaba y estaba invitado a ser un país de la Comunidad Europea por su capacidad económica y de bienestar social. Hablaban de Lenstters como la Mónaco centroeuropea y como nación, un país más de Europa y comparado a Luxemburgo

-Estephanye has cambiado a mejor y nuestro hijo está echo un jabato de guapo grande y fuerte –Decía Helbert para sus adentro pero en voz alta. Y sin quererlo, VonNow leyó todos los periódicos que hablaban de la mujer que nunca pudo olvidad ni sustituir en su vida de soltero y de la que seguía enamorado.

Su casa era un santuario dedicado a las dos personas que ocupaba su vida solitaria: el hijo y la princesa reinante. Todas las semanas recibía fotos de los dos. Sabía que era ella quien se las enviaba. No había rincón de la casa que no tuviera la presencia de los dos seres más queridos para él: Las tenía con Estephanye dándole el pecho a un bebé en pañales; bañándolo en una bañerita de bebé, estando ella con ropa de dormir muy sugerente; acostándolo; jugando en el parque; en actos oficiales oficiales. Un pequeño Helbert que cada día se le veía evolucionando a través de las fotos y vídeos que no dejó de recibir en esos cuatro años de separación. Sin que se diera cuenta, leyendo y pensando se le echó encima la hora y media al coronel.

Hacía, aproximadamente un año, que Estephanye se había quedado viuda de Pierre Luis. La aristócrata andaluza lo encontró durmiendo normalmente en su cama pero con un color blanquecino que hizo pensar a la española que su amante estaba muerto. Las investigaciones de la policía científica francesa dieron, en una primera preliminar, que el príncipe consorte de Lenstters había muerto de insuficiencia cardiaca. Desde que se volvió a instalar en la Riviera francesa, los excesos eran continuos, a diario. No había fiestas y saraos que no estuviera Pierre Luis de Monpensiers y de Orleáns, como si estuviera escapando de algo y necesitara de esa sociedad banal. Se llegó a decir, en las revistas del corazón, que el principado de Lenstters se había despreocupado de él y lo tenía abandonado a su suerte de ahí que, cuando apareció muerto, agentes del servicio de Inteligencia de este principado estuviera en la Riviera de incógnito y siguiendo de cerca las investigaciones policíaca y de Inteligencia francés, ya que era un miembro de la realeza con corona de Europa.

Helbert VonNow no esperó a tanto ni estar a la expectativa. Hombre dinámico tomó las riendas del asunto, se presentó ante los servicios franceses y quedó a disposición de ellos en todo momento. Una segunda autopsia con análisis forense y de investigación concluyeron en la tesis de la primera autopsia: la insuficiencia cardiaca por el trajín tan grande y abusivo que llevaba. Y las aguas volvieron a su cauce con un informe exhaustivo del coronel. VonNow recibió una carta de reconocimiento y agradecimiento firmada por su princesa.

-Señor, faltan cinco minutos para que el embajador lo reciba –Era la secretaria del canciller quien se había acercado al despacho para avisarlo.

Helbert VonNow, de camino al despacho del Embajador, recordó la vez que había estado en aquel despacho con Estephanye, fue cuando le comunicó que sería el jefe de su guardia personal durante el viaje a España, Francia, Italia y Grecia y se prolongó sus servicios tres meses más hasta que ella lo despidió sin más.

-Pase coronel VonNow. No tengo mucho que contar, tan solo que prepare las maletas y sus pertenencias, vuelve usted a Lenstters. Su nuevo puesto está relacionado con la persona del pequeño príncipe. Cuando llegue al país se presentará al general Kart Stronggers Eso es todo lo que tiene que saber.

Cinco días después, el coronel Helbert VonNow aterrizaba en el aeropuerto de Bavil, a diez kilómetros de Lenstters, capital del reino. Cuando iba en dirección a la ciudad en un coche oficial con chofer y dispuesto para él, VonNow estaba impresionado. La belleza frondosa de su país, las carreteras, los castillos que mandó a construir el rey Luis, El Loco de Baviera, las casas de tejados negros y la gente era auténtica belleza paisajística y humana. Todo le resultó emocionante.

XV

Entre militares anda el juego

El vehículo entraba en la capital de amplias avenidas que él desconocía. Lenstters fue siempre una capital populosa y muy concurrida por los otros Cantones y ahora más, porque había crecido en los años que llevaba fuera. Su princesa se había constituido en una auténtica alcaldesa urbanista de la capital del país. En todo momento, y hasta llegar al palacio del principado, rodaron por calles anchas, muy transitadas y con los característicos kioscos de revistas y música que nunca desaparecerían.

Sabía que estaba a punto de llegar y, efectivamente, a su izquierda vio la gran mole de una enorme casona rodeada por altas vallas de negras de tubos de hierro. Una cancela ancha, de gran altura, se abrió cincuenta metros ante de llegar el automóvil y dio paso a éste. Entonces se dio cuenta que había estado custodiado por dos coches no oficiales que se pusieron a los costados del morro del vehículo que lo llevaba. Entraron en una carretera larga, recta, estrecha y arbolada que lo condujo a la entrada de la residencia monacal. Un capitán de la Guardia Real salio al encuentro del coche y abrió la puerta trasera cuando éste quedó totalmente parado.

-¡Bienvenido otra vez a nuestro país, mi coronel! Por favor, sígame, el general Stronggers le espera "caliente como un macho" Son sus palabras, señor, disculpe –El capitán, con el sable desenvainado y sobre el hombro, iba dos pasos por delante de él, hablando y doblando apenas la cabeza hacia atrás.

VonNow sonrió tenuemente. Aquella expresión la empleaba el viejo militar siempre, desde que estudió los cuatro años de carrera en la Academia Militar en Berlín

Nunca había estado en el Palacio Real y le pareció un edificio de enormes y altos techos llenos de cristalerías a colores y pinturas murales queriendo parecerse a la Capilla Sistina. Todo aquello le parecía una enormidad y un derroche de lujo innecesario, él vivía muy bien en su casa en el Paseo de la Infanta Isabel rodeado de las fotos de su hijo y la madre, no necesitaba más

El oficial de guardia entraba ahora por un largo pasillo gris, llenos de puertas y totalmente distante del gran lujo de la entrada principal. De pronto, el joven capitán hizo un giro militar de 90º, se paró ante una entrada de dos puertas y tocó.

-Si, adelante –Decía una voz aguardentosa y autoritaria, poco después.

-Señor, el coronel Helbert VonNow –Anunció el militar.

-¿Dónde coño estabas, VonNow? ¿Viniste caminando desde España? –El gallardo militar, vestido con un uniforme caqui verdoso, entorchado en las mangas y tres estrellas de cuatro puntas en las hombreras del uniforme, se puso en pie- ¡Anda, pasa, no tengo todo el tiempo para ti, carajo!

-¡A sus órdenes, mi general! ¡Buenas tardes! ¿Cómo no ha muerto todavía de una apoplejía? Que recuerde yo, ese genio ya lo tenía siendo capitán y profesor en la Academia –Reía VonNow extendiendo la mano al viejo, pasando la mirada y centrándose, sin poderlo remediar, en un aparato de radio antiguo a un lado de la mesa escritorio del bien dispuesto despacho del general- ¿Quiere hacerme un Consejo de Guerra, mi general? Lo digo porque he sido trasladado bajo sus órdenes y sin previo aviso.

-Coronel, te voy a encargar una misión muy importante y que ya quisieran muchos. Vas a ser el tutor y director para la formación y los estudios del príncipe de Lenstters. Tiene tres añitos y es hora de que empiece a tener conciencia de sus futuros deberes.

-Señor, yo soy hombre de Seguridad Nacional no un Educador ¿Por qué yo? –Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios del coronel. Volvía a mirar la galena antigua que no encajaba en aquellos muebles tan clásicos.

-Nadie mejor que tú para este puesto, Helbert. He sido el que te ha propuesto cuando la princesa aprobó el Programa de Preparación y Estudios de su hijo.

-Mi general –VonNow bajó la cabeza y la sonrisa cínica se convirtió en otra que parecía de despecho- Como oficial jefe puedo negarme al puesto que quiere promoverme y me niego, señor. No de forma sistemática, tan solo que no estoy preparado para tan alto honor.

El general se levantó de la mesa y se dirigió, en un silencio absoluto, a una especie de cómoda con vitrina llena de una colección de libros con lomos blanco, rojos y rótulos en dorado. Sacó un abultado sobre del cajón y lo tiró, con gran acierto, para el lado del subordinado.

-¡Anda, puñetero cabezota, mira esta documentación! Casi me descubres, estuviste a cinco metros de mí –El viejo militar sentaba la pierna derecha sobre su mesa y se inclinaba hacia el hombre que abría, en ese momento, el sobre blanco DINA4 .

A medida que VonNow miraba las fotos que contenía el sobre iba cambiando su rostro hasta quedar tan pálido que por un momento tuvo que apoyar su mano izquierda sobre la mesa de despacho. Miró a su superior con gran asombro y, tragando saliva, volvió a mirarlas y pasarlas

Las primeras fotos que había visto eran de Barcelona y en la suite de la princesa. Ella debajo de él, desnuda, las piernas abiertas a los costados de su pelvis, con el bello rostro contraído por la pasión. Otras muchas, parecidas y en distintas posiciones. Habían sido hechas de noche y de día, en los encuentros diurnos, entre visitas, descansando de un día atrajeado. Otras fotos, vista de lejos y planos muy bien enfocados con objetivos de zoom de 135 en la que se veía a Helbert mirando con pasión a su princesa o a ésta girando su cara hacia un VonNow que se encontraba tres o cuatro metros más alejado. En París, otro tanto de lo mismo; Italia, en la fuente de Trevi, donde la pareja se veía a las claras como se rozaban los dedos intencionadamente inclinado él dándole de comer a unas palomas acostumbradas al público y ella lanzando una moneda y con sus ojos cerrados y una expresión rogatoria y, por último, Grecia. Era el reportaje más completo, sobre todo cuando ya estaban fuera de los deberes sociales y políticos. Las visitas a los museos al Partenón, donde se veía a un VonNow tomando a la princesa por los hombros o su cara rozando la de la mujer. En la habitación, en la discoteca Papolouko, cerca del famoso templo.

Helbert VonNow estaba sudando, nervioso, violento. Tiró las fotos del dossier sobre la mesa, se levantó y se enfrentó a su superior que reía quedamente.

-¡Qué, soy mejor que tú, amigo mío! Te enteraste tarde, compañero, estuve, en todo momento cerca de vosotros y no lo supiste, eso no es correcto en un guardaespaldas de tu prestigio. Todas esas fotos las hice yo solito. Es natural, se trataba de nuestra princesa ¡Joder, tío, como dice mi nieto, muchas veces me costaba disparar por lo empalmado que me encontraba! La princesa no es una mujer cualquiera, Helbert, es una real hembra ¡Ya lo creo!

-¡Basta ya, mi general! ¡Está hablando de una princesa respetable, mujer íntegra entre todas las aristócrata! ¡Esto es denigrante, demencial! ¿Lo sabe ella o es una campaña orquestada por el Servicio de Inteligencia, del que es usted el jefe?

-A mí no me hables de esa forma, coronel. Te meto un paquete que se te va a caer los huevos. Estas fotos no la han visto nadie que no sean los interesados, o sea, la princesa, tú y, claro está, éste que suscribe ¡Coño, di si soy bueno o no!

-¿Qué desea de mí, señor?

-Nada, ya te lo he dicho, tan solo que seas el tutor y director en la educación de nuestro heredero. Tú eres su padre ¿Quién mejor? y, a la vista está. Cumple con tu nuevo cometido como lo has hecho en toda tu carrera y te ganaras el cielo, coronel.

-¿Y, si me niego, mi general?

-Pues entonces… tendré que emplear el…

-¿Me pasará lo mismo que le sucedió al príncipe consorte Pierre Luis de Montpensier?

-¡Hijo de puta, cabrón! ¡Tú mejor que nadie sabes la verdad y que murió por sus excesos! ¿A qué viene esa actitud, coronel? ¡Ni la Cámara ni la Princesa tuvieron nada que ver en esa muerte! ¡Te lo juro por mi honor, coño!

-Sólo quería oírlo de su boca, mi general. Sí, soy un hijo de puta, señor, pero usted no es mejor que yo, se lo aseguro ¿Habla con ese vocabulario cuartelero cuando se reúne con la Princesa, general? –Decía estas últimas palabras señalando el aparato de radio viejo.

-¡Qué mariconazo eres, VonNow! No se te escapa nada, gran amigo –Reía el viejo general alegremente.

-Bien, mi general, acepto el puesto, no por las fotos que me ha enseñado sino porque soy un militar y debo obediencia a mis superiores

Levantándose del asiento, el coronel Helbert VonNow se cuadró ante su superior, saludó, dio media vuelta y, en silencio salió del despacho bajo la mirada amistosa de otro militar que lo admiraba y creía en él.

-Señora, pido perdón por mis exabruptos pero este cabr… coronel es el único que es capaz de sacarme de mis casilla –El general seguía sentado indolentemente en la mesa y dirigiendo su voz hacia la galena- Descubrió, nada más entrar, nuestra unidad de escucha, Alteza.

-Guarde esas fotos en un lugar muy seguro para usted, general, no quiero que trascienda nunca a la luz pública –La voz suave de una mujer salía por el dispositivo radiofónico. No se preocupe por su vocabulario, general, he estado en la universidad y no creo que los cuarteles tenga la exclusiva de las malas palabras.

-Las quemaré ahora mismo, señora. La misión que encargó hace cuatro años se ha cerrado en el momento en que VonNow aceptó.

XVI

El pequeño príncipe Helbert de Lenstters

El coronel entró en una estancia medianamente grande, llena sus paredes de dibujos y posters de muñecos, paisajes fantásticos, animalitos humanizados y muchos juguetes por el suelo. Al fondo se encontraba un niño vestido con una pieza enteriza y de blanco. No se volvió, hablaba solo y de su boquita salía burbujas de saliva limpia y transparente.

-¡Hola, pequeño príncipe! –Saludó Helbert nada más entrar. Miró a su alrededor y sonrió. Un espejo grande y rectangular se encontraba en el lado izquierdo del niño. Detrás de aquel cristal, VonNow sabía quien podía estar y siguió observando el entorno sin encontrar nada más.

Se acercó al niño, se colocó delante y se arrodillo. Lo miró intensa y largamente, le pasó las manos por la rubia cabecita que, en ese momento se levantó y un rostro angelical, con todos los rasgos de su madre, se le quedó mirando

-Tú está en la bitación de mamá –Comentó el principito y continuó jugando.

VonNow no supo contestar, las palabras no le hubieran salido en ningún momento y, cuando pudo dominar la emoción miró hacia el cristal-espejo y supo que detrás de él alguien estaba observándoles a los dos

-Así que sabes quien soy yo ¿Y te ha dicho mamá que vamos a estar mucho tiempo junto?

-Shi

-Me llamo Helbert, como tú, pequeño

-Shi –El niño no prestaba atención a la conversación y la forma de comportarse del infante demostraba que lo reconocía y lo admitía aunque, seguramente, con ciertas reservas. Habría que esperar al próximo día para saber los resultados.

VonNow se levantó e iba a dirigirse hacia una pequeña biblioteca que estaba en su frente cuando la puerta se abre y, en el marco de entrada, apareció una bella mujer alta, rubia, vestida con un traje chaqueta de color beig claro, una camisa blanca de seda de donde se vislumbraba la combinación y un pañuelo, también de seda, alrededor del cuello. Calzaba zapatos de tacón alto haciendo juego con el traje y el pañuelo.

Helbert VonNow cerró los ojos y sintió que el corazón se le encogía. La princesa entró, cerró la puerta al tiempo que saludaba.

-¡Buenas tarde, coronel VonNow! ¿Ha tenido buen viaje? ¿Cómo ha encontrado a nuestro país? –Lo miraba retadora, de frente, comprobando el nerviosismo de él por su presencia.

-A sus órdenes, Alteza –Se cuadraba ante ella que extendía su mano bien cuidada y, al tocarla, notó como la mandataria se estremecía y apenas si apretaba. Besó los suaves nudillos- Bien, señora, ha sido un buen viaje. El niño es precioso y es la viva imagen de su Alteza

Estephanye rió y lo miró.

-No se ha fijado detenidamente en él, coronel. Si lo mira con detenimiento verá que la boca, la forma de poner los ojitos y sus manitas, aparte de otros rasgos, son suyos. Ya tendrá tiempo de comprobarlo, Helb… coronel

Se miraban con intensidad, hablaban uno frente al otro, estaban nerviosos y el espacio que les separaban era la mínima expresión. El perfume de ella lo embriagó y tuvo ganas de abrazarla y besarla.

-Estás muy bella, Estephanye. No has cambiado nada en estos cuatro años, yo creo, más bien, que has mejorado

Helbert creyó que expresaba un pensamiento para sí pero lo estaba diciendo en voz baja y ella se sonrojó y agradeció el cumplido en el mismo todo bajo de él.

-Gracias, Helbert, honor que me haces.

Sus dedos, sin poderlos remediar, se buscaron y se tocaron rozándose tan solo, sintiendo el calor de cada uno y transmitiéndose el profundo amor que ambos se tenían.

-Mamáááááá –Gritaba el niño, girándose hacia ellas que tenía sus ojos clavados en los de Helbert- Mira, mira lo que hicí

Estephanye reaccionó, se giró hacia el niño y contemplo el trabajo de su hijo, enlazó sus manos y la dejó caer sobre su regazo. Helbert pegó su hombro con el de ella e hizo un comentario

-Por lo que puedo apreciar, Estephanye –La tuteaba al oído- Aquí no hay cámaras internas u otras que tengan una central ¿No?

-No, solo la "pecera" por donde observo a nuestro hijo todos los días. Este es su refugio y está tan acostumbrado a el que… -Sus hermosos ojos se abrieron enormemente y su rostro reflejó un asombro sin límite. Luego, echando la cabeza hacia atrás soltó una sonora, alegre y argentina carcajada que hizo que el niño la mirara y se contagiara de ella.

Helbert puso su mano en la cintura de la princesa y apretó la estrecha cintura y poco a poco, con aquella lentitud tan conocida por Estephanye fue bajando hasta apoderarse de aquellas nalgas macizas apretándolas e introduciéndose hasta más allá de la entrada de los muslos.

Estephanye de Lenstters dio un respingo y un pequeño salto hacia delante reprimido por el hombre que la mantenía por el brazo izquierdo y quedó mirando al frente al tiempo que soltaba su carcajada.

-¡Oh, Helbert, Helbert mío! ¡Eres incorregible! Sigues siendo lento en tus caricias y no has perdido las buenas costumbres.