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Las tardes de Elena (3)

en Sexo con maduros

Las tardes de Elena

Tercera y última parte

¡Despechada!

Elena despertó muy aturdida del desmayo, tirada en el suelo, enrollada sobre sí misma, martirizado el cuerpo por los cintazos en la espalda, nalgas, pubis y pechos. Los puñetazos recibidos en su cara dejaban marcas amoratadas en el ojo derecho y mejillas. De las fosas nasales salían borbotones de sangre casi coagulada que había formando dos cauces, uno que se introdujo en su boca y otro que derivó hacia la comisura derecha de su boca cayendo al suelo. La cabeza era un nido de grillos, sus ideas no las podía controlar ni aglutinar, tal era el estado físico en que la había dejado Anastasio con la paliza.

Se incorporó dando traspiés y se mantuvo como pudo entre la cama y el tocador, los dolores de las nalgas eran muy fuertes y quedó sentada de lado llevándose la mano a la frente, estaba tan aturdida que no se centraba en nada. Tenía que pensar y analizar lo sucedido, tomar una decisión. Todo le daba vueltas y no era capaz de ponerse de pie porque su fuerza física no la ayudaba. Volvió a tenderse completamente boca abajo en el suelo y así estuvo durante bastante tiempo.

Con gran esfuerzo fue levantándose ayudada por los lados de la cama de donde se podía coger. Daba traspiés al querer caminar. Dirigió sus pasos al espejo para contemplarse, no se horrorizó de lo que vio porque sabía más o menos como se encontraba. La boca le sabía a pura sangre y un ojo estaba amoratado y más cerrado que el otro así como la hinchazón del labio inferior que rozaba peligrosamente su dentadura. En ese momento volvió a pensar que era hora de acabar con todo aquello y decidió confesarse a su padre. Sin esperar a cambiar de opinión, tomó su bolso, extrajo la cámara digital y sacó varias fotos de cómo se encontraba.

Sin importarle su aspecto físico adecentó un poco la ropa y con pasos lentos y vacilantes salio de la estancia. Verla era todo un espectáculo, algunas empleadas se acercaron a ella para ayudarla pero las rechazó una a una. Cuando llegó a la sala de entrada, el jefe de recepción la vio desde su mostrador y dejó que saliera del hotel, acto seguido tomó el teléfono y marcó un número

-Con don Mario Puig, llama el hotel Astoria –Hubo un compás de espera breve y luego una voz educada que salio al teléfono preguntando- Don Mario, soy Ernesto Salcedo, recepcionista jefe. Llevo cuatro o cinco años viendo entrar y salir a su hija de este hotel con altos directivos de sus empresas. Nunca la he visto salir tan mal trecha como hasta ahora mismo…

Salcedo estuvo hablando por el hilo durante más de diez minutos casi los mismos que tardó Elena en llegar y traspasar la entrada del gran edificio que albergaba los intereses de su padre.

Las personas que estaban en ese momento en la gran entrada del edificio que albergaba a las empresas del holding, con suelo y pared frontal de mármol gris brillante donde pendía el enorme anagrama de la firma Puig quedaron atónitas al ver aparecer a la mujer con la cara totalmente magullada y sangrando, caminando con pasos lentos mostrando dificultad, apoyando el brazo derecho en el costado de ese lado como mitigando el dolor que se le debía escapar por ahí. Nadie osó impedirle el paso porque la conocían. Detrás del largo mostrador había cuatro atractivas jóvenes uniformadas que se levantaron al verla pasar sin pasar por el control. Una de ellas tomó el auricular de la centralita e hizo una llamada.

Elena nunca creyó llegar al despacho de la presidencia, la secretaria se levantó al verla llevándose las manos a la cara pero no le cortó el paso y la muchacha, sin mirarla tan solo una vez, se dirigió a la amplia puerta tapizada en verde que abrió sin más. Allí estaba Mario apoyándose en ese momento en el filo de la mesa y frente a ella, esperándola con los brazos cruzados, frío, sin emoción alguna en su rostro agradable.

-¡Papá, por favor, ayúdame! –Avanzó hacia él abriendo los brazos. La puerta del despacho quedó abierta de par en par.

Mario esquivó a su hija impidiéndole el calor humano que buscaba, se dirigió a la entrada y la cerró, luego, dando media vuelta todo lo despacio que quiso espetó a su hija

-¡Eres una puta asquerosa! Te has acostado con todos mis delegados sin pensar ni una sola vez en mis apellidos, en la reputación de este imperio. Has tirado tu futuro y la herencia por la borda ¡Ramera inmunda! –Hablaba despacio y claro, mordiendo cada una de las palabras y sin alterarse- ¡Y vienes aquí a pedirme ayuda! ¡Me da vergüenza que sepan que eres mi hija, no eres más que una puta barata de hotel!

-¡Padre, por Dios, no me hables así, no ahora! Sí, es verdad, mi deseo era castigarte acostándome con todos los ejecutivos que se parecieran a ti. Nunca me has prestado atención, nunca me has besado o hecho una caricia como la que necesito en estos momentos. Te veía en todos y cada uno de ellos, padre, buscaba su cariño, sus caricias que eran las tuyas ¡Siempre te he querido, padre! ¡Por lo que más quieras, no me rechaces ahora!

-¡Fuera de aquí, maldita puta! ¡Zorra asquerosa! ¡Si antes me eras indiferente ahora me das asco infinito!!Te repudio desde este momento y no quiero volver a verte nunca más! ¡Verme a mí en los brazos de tus amantes! ¡Puerca…! ¿Acaso me has visto como el amante de tu vida? ¿Me deseas de esa forma? ¿Crees que soy un depravado como lo eres tú? ¡Sal de aquí, puerca, para siempre, maldita seas por siempre! –Con pasos ligeros, Mario se acerca al dictáfono- ¡Macarena, que vengan dos guardias de seguridad! ¡Yaaaa!

-¡No, papá, no, por favor, ayúdame por una vez en tu vida!

Elena estaba de rodillas llorando amargamente, con sus brazos estirados hacia su padre. Si demacrada y dolorida se encontraba como consecuencia de la paliza recibida, hinchada la cara y el ojo derecho por los puñetazos, ahora lo estaba más todavía y, además, hundida, desamparada, despreciada por su padre que la echaba de su despacho sin miramiento alguno. Sintió que algo se rompía dentro de ella y que el corazón le iba a estallar en mil pedazos. Por un momento la mente se le quedó en blanco y el drama que llevaba encima y lo que la rodeaba desapareció como por ensalmo. Volvió en sí cuando los guardias de seguridad aparecieron y la tomaron de sus brazos para ponerla en pie.

Mientras era arrastrada por los brazos por los agentes de seguridad porque se negaba a ponerse de pie, Elena entornó los ojos encharcados en lágrimas viendo a su progenitor en miles de figuras estáticas y sentencio.

-¡Te acordarás de mí, padre, te acordarás de mí porque te voy a hundir! ¡Si te has convertido en un perro para mí yo seré tu ángel exterminador!

Siempre odio a su hija en el pasado seguía teniendo animadversión en el presente y la repudiaba aun más por lo que había hecho. Nunca le perdonó que naciera mujer y tan sana pero no podía consentir que nadie pegara a un miembro de su familia de la forma como lo había visto en su persona. La boca totalmente trincada denotaba la rabia grande que lo embargaba y la desazón que tenía por haber sacado a Elena de su despacho de aquella manera. Era verdad, nunca se había ocupado de ella ni tan siquiera un acercamiento para limar pequeñas asperezas ¡Le era imposible! Dejó de quererla desde aquel día fatídico y ya no sentía nada por ella ni tan siquiera le interesaba saber si estaba o no viva. Elena tenía un problema, un problema horrible y él era parte de esa agonía que la inundaba. Mario Puig pulsó el botón del dictáfono.

-Macarena, que venga Secundino Cruz rápidamente.

Secundino Cruz había sido un subinspector de la Policía Nacional expulsado por abusos repetidos de autoridad y sobornos. Mario lo contrató como jefe de seguridad del edificio y para trabajos particulares "muy especiales" propio de los negocios. Éste se presentó cinco minutos después.

-¿Has visto a este hombre por aquí? Es un delegado provincial de esta casa ¿Te suena?

-Si señor, ya lo creo

-Búscalo, se hospeda en el hotel Astoria. Está gozando de unos días de asuntos particulares y seguramente estará en ello después de lo que ha hecho. Dale un buen susto cuando lo encuentres y que se acuerde de la madre que lo parió. Ha hecho daño a un miembro de mi familia y eso no lo consiento. Dale un buen repaso y que se vaya para su comunidad bien servido. No lo quiero muerto ¿Estamos?

El elegante Secundino Cruz salio cerrando la puerta sin hacer ruido y Mario Puig sonrió de medio lado, sabía que el encuentro entre éste y su delegado iba a ser duro alegrándose de lo que sucediera después. Se frotó las manos y la mueca cruel creció hasta convertirse en una gran carcajada que traspasó su despacho y llegó a la secretaria Macarena.

… … …

Elena y su madre se encontraban en el baño de la habitación de sus padres. La joven estaba hecha un mar de lágrimas y contó a la progenitora todo lo ocurrido sin omitir sus aventuras de años atrás. Ésta, asombrada pero con el silencio como respuesta la ayudó a desnudarse y se sentó en el pretil de la bañera mirando tristemente a su hija.

-¿Porqué papá me odia de esa manera, mamá? ¿Qué le he hecho yo en toda mi vida para merecer su desprecio? –La joven se hundía en un amargo llanto que no podía contener y la señora Puig seguía callada, mirando al frente y a un punto indefinido, compartiendo la angustia que embargaba a la muchacha- ¡Ayúdame, madre!

-¡Hija, yo quisiera decirte…! –Rompió a llorar con gran sentimiento y todo su cuerpo se estremeció. Era un llanto doloroso, lleno de amargura que cogio a Elena desprevenida y casi comprendió que su madre sabía más de lo que siempre le quiso decir.

-¿Qué quieres decirme y no te atreves, mamá? ¡Habla, por Dios!

-Tú… -Se paró por un momento mientras miraba al techo y luego en profundidad a la muchacha, la voz quebrada por los sollozos no le permitía seguir con claridad- …tú has vivido la vida como te ha dado la gana, estos mismos amantes que me cuentas, tus ganas de vivir independientemente. Has tenido suerte en la vida yo nunca he podido hacer eso, jamás tuve libertad alguna y mi vida fue dirigida siempre por mi padre y luego por el tuyo. Me casé con veinte años y a los nueve meses nacist… naciste por lo que mis perspectivas de trabajar como siempre quise, de hacerme a mí misma se quedaron supeditadas a ti, tu padre y, sobre todo mi familia que me lo exigían. Tú seguirás viviendo esa preciosa libertad que tienes y yo continuaré al lado de tu padre hasta que Dios quiera. No me pidas que vaya contra él nunca. Actualmente tenemos muchas diferencias, eso es verdad, pero seguimos juntos.

Una cosa sí he de decirte, hija, y es hasta donde puedo ayudarte. Avisa a ese hombre de que está en peligro puede sucederle algo muy grave, conozco a tu padre muy bien. Dile que se marche a su ciudad y se mantenga allí todo el tiempo que le sea posible. Él no va a permitir que nadie atente contra su familia y eso, Elena, lo verás con tus ojos si no pones remedio al asunto.

El reloj de pared marcaba las diez y media de la noche y dejaba oír las medias cuando Elena salió del hogar paterno de la misma forma como entró, sin sacar nada en limpio. Quiso buscar ayuda en su madre y se encontró con un muro tan impenetrable como el de su padre. Su rostro ya no era el mismo, su expresión se volvió dura y una cara que era agradable que no bonita se convirtió en desagradable, casi cruel.

Corrió hacia el hotel, tenía que avisar rápidamente a aquel miserable, no se lo merecía pero para ella contaba más la vida de un ser vivo que las afrentas recibidas. Su rostro estaba magullado y enrojecido pero las gafas tapaban el ojo hinchado que era lo que le preocupaba ¡Tenía prisa y no adelantaba nada! ¡Maldita sea, aquellos semáforos en rojo…!

Tardó veinticinco minutos en llegar y aparcar de cualquier manera a la entrada del hotel. El portero no le dijo nada, la conocía, tan solo la miró asombrado, quería decirle algo pero ella no se fijó en nada ni en nadie, entró como un huracán y nada más quedar frente a recepción vio a Secundino salir de los baños que estaban al fondo y a la izquierda de recepción. No se dio cuento de su presencia, estaba entretenido en ponerse los guantes y, como acto reflejo sacó la cámara, la encendió y dejó que se reflejara la imagen de éste en el visor e hizo clips hasta que desapareció. Para no ser detectada se escondió detrás de un expositor de postales. Secundino Cruz pasó a tres metros de ella sin saber que esta allí. Flexionaba constantemente los dedos dentro de los guantes como si le dolieran. Tan pronto traspasó la puerta giratoria de la salida Elena corrió hacia el baño de caballero.

Anastasio Pláceres estaba tirado en el suelo totalmente encogido y con las manos cubriéndose el estómago. Respiraba con gran dificultad, con expresión de horror, escupiendo borbotones de sangre por la boca y con los ojos medio cerrados.

-¡Anastasio, Anastasio! ¿Qué te han hecho? ¡Dios mío, Dios mío, he llegado tarde!

Elena se sentó de golpe en el suelo encogiendo las piernas, lo levantó como pudo y lo apoyó sobre su pecho cubriendo media cabeza con su mano derecha mientras lo arrumaba y con la izquierda daba cachetes para despertarlo.

Anastasio Pláceres debió oírla porque giró sus ojos hacia arriba dejando que sus pupilas se perdieran en los párpados y las cuencas quedaran totalmente expuestas y enrojecidas, acto seguido se convulsionó y comenzó a ahogarse en sus vómitos de sangre y, por último, después de muchos intentos de la muchacha en reanimarlo, volvió a estremecerse y dejó de respirar. Lloró en silencio durante un buen rato apoyando su rostro en la cabeza de él.

Lo depositó en el suelo y fue cuando se dio cuenta que en el suelo se reflejaba gotas de sangre que salía hacia el exterior. Volvió a tomar su cámara y siguió las gotas hasta cerca del mostrador. Alguien gritó llamándola alarmado

-¡Señorita Puig, señorita Puig! ¿Qué le ha pasado en el traje? –Estaba tan trastornada por todo lo ocurrido que su mente comenzó a funcionarle mal. No se había dado cuenta que la sangre de Anastasio había manchado toda la delantera de su traje.

-Llama a la policía. Han asesinado a un hombre

… … …

En los tres días siguientes, Maribel no vio a su buena amiga Elena. El edificio entero sabía de la entrada espectacular de la hija del presidente y se hacían miles de comentarios y conjeturas que no llegaban a parte alguna por carecer de de bases. Conocían de oídas y muy exageradas las aventuras de Elena pero nunca la verdad ni la habían visto con nadie, como se decía siempre en los corrillos. Los rumores eran los protagonistas en todas las plantas y en las tres cafeterías que tenía el edificio pero se apagaban tan pronto aparecía la figura de Mario Puig o su corte.

… … …

En su casa, encerrada a cal y canto aquellos tres días, Elena preparaba concienzudamente su venganza. Varios dossiers bastante voluminosos sacados de la caja de seguridad, después de pernoctar toda una noche para apropiárselos y sacar fotocopias, descansaban en la mesa de la cocina, terminados y preparados para ser entregados. La muchacha controlaba la lista confeccionada con asteriscos y solo quedaba los contactos que tenía apuntados en otro apartado de ésta.

Tomó asiento ante la pequeña mesa de despacho y, después de persignarse varias veces, Elena cogió el auricular telefónico y comenzó a marcar el primer contacto, luego otro y otro más. Durante más de tres horas estuvo colgada al hilo telefónico y, cuando terminó, quedó espatarrada en el sillón cuan larga era, con los ojos en blanco, transpuesta por más de dos horas.

El fin de un imperio

Mario Puig tiene el periódico en las manos y lee el artículo con verdadera angustia, el terror se ceba en él y tira el ejemplar al suelo con gran violencia. Éste queda abierto y el gran titular corto y en negrita decía ¿Cae el gigante Puig? Un trozo del resumen tapado casualmente por el ángulo bajo de la hoja del periódico quedó descubierto dejando ver algo del resumen "Hacienda se mete en picado en el…

Hizo muchas llamadas a personajes importantes pero todas las contestaciones a sus súplicas coincidían en las mismas preguntas y afirmaciones.

¿Cómo has llegado a este punto, Mario? Ahora es difícil parar todo y ayudarte como mereces…

La puerta de su despacho se abre y Macarena, asustada hace presencia.

-Señor Puig, dos señores acompañados de dos policías que dicen ser…

-¡Buenos días, señor! Somos inspectores de Hacienda y de la Policía Judicial. Venimos a detenerle por múltiples delitos financieros y acusarle de un crimen cometido en la persona de Anastasio Pláceres y que llevó a cabo Secundino Cruz. Estas dos órdenes judiciales que le entregamos nos dan derecho a inspeccionar el estado financiero de su imperio y a su detención. Le leeremos sus derechos, señor Puig. Tiene derecho a realizar una llamada…

… … …

Mario se había subido el cuello de la americana y se tapaba la boca con las solapas. Los malos olores de algunos detenidos eran insoportables aun alejándose de ellos

-"¡Maldita perra!" -Decía para sus adentro- Ha atentado contra mi imperio y contra mí ¡Ya buscaré la forma de vengarme de la puta como quiera que sea!"

Un hombre que parecía joven y muy delgado, de mediana estatura, con gran chepa, tosiendo continuamente y con un cigarrillo en los labios se acercó a él lentamente.

-Perdona, colega que te aborde ¿Tie’s problema, eh? ¿Te han garrao por algún chanchullillo de dita o un chochito fresco? Te veo preocupao y, si quie’s te pueo ayuda, aquí, donde me v’s

Mario Puig lo miró asombrado y luego con desprecio –"¡Drogadicto asqueroso!"- Pensó, y le volvió la espalda

-Colega, colega ¡Uno no e de piedra ni un apestao! Solo quería ayudate, echate una mano porque uno nota que no’s tas acostumbrao a esto sitio, na má. Pero si no deseas na… uno tie su orgullo y se manda muda ¿OK?

Mario miró a su alrededor. Hombres altos y fuertes, vistiendo camisillas negras o que fueron blancas alguna vez, caras grotescas y malencaradas, algunas marcadas por cicatrices que, en ocasiones, les cruzaban las caras de un lado a otro lo miraban desde sus propios lugares, con las manos en los bolsillos de los estrechos pantalones vaqueros, otros, de cuclillas y apoyados sobre sus rodillas o contra la pared, el resto, paseando por la celda se hacían los encontradizos con él empujándolo con los hombros. Sintió que un frió agudo le recorría la espina dorsal y un miedo atroz se apoderó de él

-¡No, no, por favor, no se marche! ¡Disculpe, por Dios, amigo! –Fue un grito agónico, como si de aquella disculpa pública dependiera toda su vida- Si, cierto, no… no estoy acostumbrado a los calabozos ¡Le juro que no he hecho nada! Tengo negocios y he sido denunciado por una maldit… por una… por una empleada, vamos

-¿Te la trajinabas, colega? –El hombrecillo se giraba hacia él envuelto el rostro por una nube de humo que salía por su boca y fosas nasales

-¡No, que va! Ella es mi hij… esto… es una buena empleada ¡Pórtate bien siempre, cubre todos sus capricho durante años y mira! ¡¡Dioooss!! –Se giraba y cubría su cara con las manos respirando fuertemente

-¡Son unas putas, colega! Yo s’toy aquí por na ¡Tota, una colleja de na que le di a la chorba! ¡Fíjate! Y dice que le tumbé l’sdiente ¡je! Yo que tú, coleguilla, me cobraba en casne

-¿Casne? ¿Qué es eso? No…, no entiendo, disculpe

-Sí, tío, que te la… -Y el hombrecillo le enseñaba el dorso de la mano cerrada vuelto hacia arriba y haciendo movimientos cortos y rápidos en horizontal

-¡No, amigo, no, eso no puede ser! ¡Ella es un miembro que pertenece a mi familia!

-Pos mejo p’a ti p’a cha un chingo. Y, si es tu hija, como quisiste deci ante ¡Espabila, coleguilla! ¿Quien tie má derecho que tú?

-¡Quite allá, hombre! ¿Qué está diciendo? –Mario se separó con pasos rápido del drogadicto y se refugió en un rincón. Subió más aún el esbozo de la chaqueta y miró de reojo.

Mario Puig quedó pensativo mucho tiempo, con la cabeza baja, los ojos fijos en el suelo y cubriéndose el pecho con los brazos. Las solapas de la americana no dejaban ver que una media sonrisa siniestra se le escapaba hasta acabar en una ruidosa carcajada que asombró a los presos y al policía que se acercaba a la verja.

-¡Mario Puig! ¿Quién de vosotros es Mario Puig? –El policía Nacional voceaba el nombre abriendo la puerta de rejas del calabozo.

-Yo, señor, soy yo.

-Venga conmigo. Sus abogados están aquí.

El sueño de Anastasio

Anastasio entró en el hotel sobre las diez y media de la noche tres horas y media después de todo lo ocurrido. Había estado caminando todo el tiempo sin ver ni resolver nada de lo que había venido a hacer. Aquella aptitud suya de doblegar y domar a una mujer para convertirla en sumisa, como era su idea, no cuajó con Elena sin comprender el por qué. Lo que sí sabía era que nunca utilizó el maltrato a una mujer como lo había hecho con Elena y no le gustó su comportamiento. Se dirigió a recepción y pidió la llave de su habitación, quería hacer la maleta, marchar y olvidarse de Elena Puig y su mal comportamiento con ella. Tuvo necesidad de ir al baño a refrescarse y antes de subir se dirigió al servicio. No se dio cuenta que un hombre elegantemente vestido de gris marengo y corbata azul, sentado en uno de los cómodos sillones de la entrada leía un libro y observaba cuidadosamente todos sus movimientos.

Éste se levantó cuando Anastasio desapareció en los aseos, dejó el libro sobre la mesita con cuidado y se dirigió hacia allí. Anastasio se encontraba con la camisa desabrochada hasta la mitad del torso, el cuello metido por dentro, las manga remangadas y comenzando a lavarse la cara y el cuello

-¡Buenas noches, señor Pláceres! ¿Calmó su conciencia ya? –El desconocido cerraba la puerta despacio, sin ruido sin apartar los ojos de él.

-¿Quién es usted? ¿Nos conocemos? –Anastasio lo miraba a través del espejo.

-Es posible, pero no vengo por eso. El señor Puig quiere que sepa que no está de acuerdo con la forma suya de tratar a la señorita Elena

Secundino Cruz se había acercado a Anastasio y ambos quedaron de frente. El puño del primero se disparó tan rápido que el segundo no se dio cuenta hasta no recibirlo en plena mejilla causándole una gran brecha. Cayó para atrás y la cabeza pegó contra la pared azulejada de los aseos.

Anastasio quedó atontado por el puñetazo y el golpe contra la pared. El otro no se ensañó con el caído y esperó a que se recuperara. Se levantó aturdido, dando traspiés, todo le daba vueltas y estuvo como dos o tres minutos recuperándose. En todo ese tiempo no había pensado en nada, tan solo de desprenderse del matón. Se propuso sorprender a Secundino y lo consiguió. Éste se paseaba de un lado a otro, mirando al suelo, esperando que tomara conciencia para volver a su trabajo y fue en uno de los descuido de Secundino cuando el delegado lo atacó dándole un soberbio puñetazo en el estómago que hizo que el ex policía exhalara un agudo grito echando todo el aire por la boca de una sola vez y se doblara sobre sí mismo. Sin desaprovechar la ocasión, dio un golpe con el torso de la mano sobre la nuca del caído haciendo que éste hincara una rodilla en el suelo.

Anastasio se confió creyéndolo vencido y se retiró un poco, brincando sobre sus pies como un boxeador en el ring y colocando los antebrazos cubriendo el pecho y con los puños cerrados se dispuso para el siguiente puñetazo. Secundino sacudió la cabeza y, sin levantarla, miró con crueldad al pelele que tenía delante. Se apoyó en la rodilla que tenía en ángulo y comenzó a levantarse cuando el otro se abalanzó nuevamente enviando un uppercuts que paró desviándolo con un revés de mano haciendo que Anastasio perdiera el equilibrio y se tuviera que apoyar en la encimera de los lavamanos. Con la misma rapidez Secundino dio tal tremendo puñetazo en el plexo solar del contrincante que lo detuvo de golpe.

Haciendo gala de su gran fuerza y técnica de matón, dio con el puño en los riñones y un rodillazo en la ingle haciendo que el atacante cayera redondo al suelo si no fuera porque lo mantuvo con gran potencia de fuerza con su mano izquierda mientras repetía el mismo golpe pero en el estómago. Esta vez dio con los nudillos en la hebilla del cinturón agrietándolos. El dolor lo volvió loco y lo puso fuera de sí. Volvió a golpearlo ahora en el hígado con una fuerza inaudita y nuevamente dos veces el estómago.

No necesitó de más Anastasio cayó fulminado al suelo y vio como lentamente se retorcía sobre sí mismo. Tenía los ojos totalmente espantado, la boca abierta en una horrible mueca desesperado por tomar aire. Secundino le dio la impresión de que el hombre al que había venido a castigar tomaba la posición fetal, le dio mala espina y se dijo que se había pasado pegando. Era mejor salir de allí antes que apareciera alguien y lo descubriera. La mano le goteaba sangre, metió la otra en su americana y sacó unos guantes grises de cabritilla al tiempo que salía del baño

Miró a los lados y nadie se fijó en él. Avanzaba hacia la puerta despacio, poniéndose los guantes, flexionando los dedos porque le daba la impresión que se les engarrotaban por el dolor intenso que le produjo el metal. Se introdujo en la puerta giratoria y salia a la calle perdiéndose en ella

Cuando Anastasio recibió el primer puñetazo en su plexo creyó que algo se rompía dentro de él, con el segundo en los riñones comprobó que efectivamente la paliza que estaba recibiendo lo iba a matar y con los tres golpes siguientes ya supo que era hombre muerto.

No podía respirar y su interior lo notó destrozado. La vista comenzó a nublarse pero pudo ver como su asesino se encaminaba hacia la puerta y que de su mano derecha salía gotas de sangre. La buena luz de baño iba apagándose lentamente para él y los ruidos de ambiente desapareciendo de su pabellón auricular. La vista se le nublaba y la pérdida del conocimiento hacía acto de presencia. Lo último que oía eran unos gritos de mujer muy lejanos. Creyó que era cogido y quiso abrir los ojos pero no vio nada.

De pronto se vio en medio de un gran pasillo muy largo, negro y sin salida. Anastasio comenzaba a caminar por aquel pasillo lentamente pero seguro, alegre, sin remordimientos. Se sentía feliz de estar allí y transitar por el corredor. Continuó su andadura despacio sin saber ni importarle si se acercaba o se alejaba de algún sitio.

La visita

El timbre de la puerta suena y Elena se estremece, vestía un camisón semitransparente de tiras muy finas dejando los hombros libres y mostrando gran parte de sus pechos. No había llamado a nadie, no esperaba a persona alguna y no estaba en condiciones de recibir, le costaba decidirse abrir. Observó por la mirilla y se retiró de un salto hacia atrás como si ésta le diera en pleno rostro ¡Su padre tocando en su puerta! Abrió pero la dejó entornada sacando tan solo medio rostro.

-¿Qué mosca te ha picado que apareces por mi casa, padre? Mucho te ha dolido lo ocurrido, tú te lo buscaste por miserable y con esa aptitud de desprecio hacia mí.

-Te has portado igual que una maldita puta arrastrada, como lo que eres. Has atentando contra mí ¡peligro! contra mis intereses ¡peligro! contra los de mi mujer y los de mi hija ¡eso es más peligroso aún! Pero todo se puede arreglar, dejamos pasar el tiempo que se encargará de que todo esto se olvide. Retira las denuncias, habla con los medios de comunicación y te prometo que cambiaré para bien tuyo.

Mario hablaba y empujaba la puerta hacia el interior sin tener resistencia. Elena estaba aturdida, atemorizada con la presencia de él en la casa y lo dejó pasar sin darse cuenta alguna. Quiso reaccionar pero ya estaba dentro y cerraba la puerta de entrada.

-Nada como enfrentarse a un coloso y llevar las de ganas para que se rebaje a visitarte ¿Eh, padre? ¡Ahora es cuando necesitas de mí y te atreves a llamarme puta arrastrada en mi propia casa! ¿Quien te has creído que soy yo, padre imbécil? ¡Sal de mi casa, por favor!

Mario se acercaba a su hija ponía una mano sobre el desnudo hombro y los apretaba con codicia. Elena no se movió del sitio y él interpretó la aptitud como un consentimiento. La atrajo hacia sí y pegó su boca en la cabeza femenina, la besaba y, al poco, bajaba hasta la oreja izquierda mordiéndola. Las manos se deslizaron suavemente por la espalda, percibiendo el suave y fino tejido del camisón, la acariciaba con apretones a medida que las deslizaba posándose sobre las nalgas cerrándolas fuertemente sobre ellas y acercando a la joven a sus caderas. Las caricias no eran fraternales y la joven se dio cuenta de ello de inmediato y con un gran empujón se soltó de las manos atrevidas gritándole a bocajarro

-¿Pero… pero… qué haces, puerco?

-Solo te doy el amor que dijiste querías de mí estando con los otros, soy tu padre, supongo que tendré más derechos que esos

-¡Asqueroso reptil! ¡Ni siquiera respetas a mi madre, tu mujer! ¡Has tergiversado mis palabras! ¡Soy tu hija no la puta de turno! ¡Por Dios, papá, no me ofendas más de lo que lo has hecho! Tienes lo que mereces, lo que tú mismo has cosechado ¡Sal ahora mismo de aquí o llamaré a la policía!

Hablaba con voz alterada, el corazón se quería salir de su sitio, los ojos se llenaron de lágrimas y quedaron enrojecidos, estaba temblando toda. Sentía un remolino de sensaciones extrañas en su cabeza. Un fuerte dolor que le atenazaba el cerebro y la sensación de que iba a perder el conocimiento de un momento a otro. Miraba a Mario con terror y le dio la espalda para dirigirse al teléfono.

El la tomó por detrás y aquellas cuidadas manos se posaron en sus pechos amasándolos con entusiasmo, jugando con ellos, acercando su rostro al cuello de su hija y comenzando a mordisquearlo y besarlo repetidas veces. Elena ya no podía más y se desprendió con violencia de su padre dándole un patadón en el pie, luego, todo se oscureció en ella, sentía que le faltaba el aire, la casa comenzó a oscurecerse y su cuerpo quedó como paralizado.

Ya no se acordó de más

La decisión de Elena

Elena se despierta tendida en el suelo. Su ropa está rasgada y su vagina había sido utilizada. Se asustó, no recordaba haber estado con ningún hombre y menos en su casa, a su mente no acudían recuerdos algunos, estaba en blanco, tampoco se encontraba en condiciones de pensar. Presentía que había llegado al borde del sock desesperada por lo ocurrido en las horas pasadas. Había sido terrible y nunca creyó que todo lo que formó pudiera tener tanta magnitud: prensa, radio, televisión, la policía, llamadas de teléfonos… ¡se le escaparon de las manos muchas cosas! Un fuerte dolor de cabeza se apoderó de ella, se levantó como pudo y fue hacia el baño

¿Con quien había estado? ¿Quién se la folló y como sin ella saberlo? Notaba algo húmedo con olor conocido que corría lenta y suavemente por sus muslos. Había causado mucho daño a sus padres y quería remediar el mal, no sería posible pero lo intentaría.

Llegó al baño y tomó una ducha. Mientras asea su sexo con fruición ve de pronto la cara de su padre casi pegada a la suya, besándola, lamiéndola, hablándole de forma diferente. Elena da un salto de espalda y queda pegada a la pared de mosaicos beig claros

-¿Qué… qué ocurre? –Se dice alarmada

Esperó un momento para ver si era capaz de asimila la visión, estaba espantada. Había un hecho en su cerebro que no la permitía recordar como quien fue el hombre con el que estuvo y su corazón trabaja aceleradamente. Pensó en la visión pero la rechazó de plano. Continúo el baño. Salio envuelta en una toalla y se dirigió a su habitación. La madre no respondía a sus llamadas, no cogía el teléfono ni su móvil, seguro que estaría encerrada como ella en la casa y no querría saber nada del mundo exterior ni de su hija ¡Cuánto dolor había causado! No esperaba que toda aquella hecatombe de sucesos la pudiera tener tan trastornada, tan al borde de la locura. Terminó de vestirse y se dispuso a salir del domicilio.

Condujo despacio y con seguridad por la larga avenida que la lleva a la salida de la ciudad. Se dirigía a la casa de sus padres, quería sabe las reacciones de los dos y cómo la recibirían para saber que camino debería de tomar en adelante ¿Se precipitó ella al hacer lo que hizo? ¿Su desesperación por conseguir el cariño y el calor de su padre no la cegó atentando contra él y los intereses de la familia?

Unas imágenes horrendas acuden a su cerebro de pronto. Vuelve a ver a su padre encima de ella, la estaba desnudando, tocando y le rompía la prenda. Olía a bebida y la babea besándola por la cara y la boca.

-¡¡Noooo!! –Frenó el coche en seco, en medio de la carretera, los ojos estaban tan abiertos que le salían de las órbitas. Gritaba dentro del vehículo dando golpes en el volante- ¡¡Dios mío, Dios mío!! ¿Qué me quieres decir?

Ahora recordaba con meridiana claridad lo ocurrido, la hizo temblar toda y subió el cristal de la ventanilla ¡Su padre intentó…! ¡La rotura del vestido la hizo él! ¡Los flujos vaginales que emanaban de…! Se tapó la cara con las manos y la apoyó sobre el volante durante un largo rato, luego, lentamente las fue arrastrando por el rostro hacia abajo, como queriéndose quitar aquella angustia que atenazaba su corazón. No, no, no podía ser…, se…, se negaba a creerlo ¿Qué hacía su padre en su casa? ¿Qué fue lo que le dijo cuando abrió sus ojos? ¿Qué hizo ella si de verdad eso ocurrió?

No supo el tiempo que estuvo allí parada. Era una carretera secundaria, poco transitada y nadie la molestó en sus negros pensamientos. Se encontró con un disco triangular que advertía del peligro de obras en un trecho de quinientos metros. Comenzó a darle vueltas a la cabeza y no encontraba nada que la hiciera recordar que pasó. Salió del arcén y condujo aun más despacio por la larga calzada, los recuerdos empezaban a fluir y le iban a dar mala información.

Se estremeció otra vez, en lo más recóndito de su mente oyó la voz de su padre hablando despectivamente

-"Es verdad, nunca te he amado como hija ni he querido saber de ti en los años que tienes de vida pero… si has sido en todo este tiempo atrás de otros bien puedes ser mía, tengo más o menos la edad de tus amantes y yo con más derecho ¿No crees? Soy tu padre y me buscabas en ellos. Aquí estoy"

La obra estaba cercada, señalizada con luces porque estrechaba la vía, Elena no podía parar a un lado ya que no encontraba lugar. Se oyó diciendo

-"Respóndeme, padre ¿Por qué nunca me has querido?"

-"Tú no naciste sola, el parto era de gemelos, nacisteis tú primero y tu hermano después ¡Claro, la Naturaleza galante te dio la preferencia por ser hembra! Mario nació débil y con muy poco peso, no resistió los cinco primeros días y murió. Te acusé siempre de haber matado a mi hijo y jamás lo perdoné. Yo quería a ese niño para mí, como mi sucesor. Tú eras un añadido"

¡Ahora veía a su padre manoseándole los pechos desnudos, besándole el cuello, queriendo llegar a su coño a través del ombligo! Recordaba claramente que se agitaba de un lado a otro como una fiera queriéndose desprender, gritándole, maldiciéndole, escupiéndole. Él le inmovilizó las manos contra el suelo, su cuerpo quedó dominado por el peso de él y las piernas inutilizadas por la presión fuerte que ejercía Mario sobre ella con sus muslos y piernas, apretándola.

Recordaba claramente como se puso a cuatro patas, clavando sus vidriosos ojos en los de ella desde su altura, sin soltar las manos ni piernas. Elena seguía agitándose mucho pero no podía hacer nada. Mario, en un momento determinado, soltó la mano izquierda y golpeó salvajemente su mentón y todo el horror que estaba viviendo se le nubló y quedó flotando en un negro vacío.

Cuando se despertó él estaba de pie y dejaba ver un pene brillante, grueso aún por la hinchazón de la erección y con resquicios de semen en el prepucio. Sentía el calor de la presencia de su padre en la vagina -¡No, no padre, no debiste haberlo hecho!- quiso gritarle pero no le salieron las palabras. Se encontraba paralizada, espantada. Lo miraba desde su posición en el suelo y él se colocaba los pantalones con una sonrisa en la boca de medio lado. Estaba hablando pero no entendía lo que decía y puso atención.

-…y podríamos vivir juntos, como amantes, tú y yo solos en un apartamento que tengo muy coquetón para mis correrías ocasionales. Ya tengo sesenta años y, si quieres, no necesitaré más golfas en mi vida, me bastaría contigo para mis desahogos y la tranquilidad espiritual, social y matrimonial me la da tu madre. Piénsalo, Elena, es muy posible que a partir de ese momento en que apruebes este trato pudiera quererte de otra manera, encontrando en mí lo que buscabas en otros.

Mi holding y yo saldremos adelante, dentro de un año se acordaran de pasada de lo que ha ocurrido estos días atrás y, dentro de tres, nadie se acordará ya si los periodistas no tiran de las hemerotecas. Yo seguiré siendo rico y poderoso, tú, en cambio, seguirás siendo una puta que te venderás por unos euros en la habitación de un hotel o en la calle porque habrás perdido todo el derecho a ser mi heredera pero, claro, si aceptas pues…

Elena estaba desencajada, los ojos tremendamente abiertos, la boca dibujaba un desagradable gesto y los recuerdos seguía apareciendo y clavándose como cuchillos afilados en su cerebro. Volvió a parar el coche en medio de la negra línea del asfalto y se quedó un rato mirando al frente, sin pestañear, sin cambiar la expresión que se la había puesto. Giró la cabeza hacia la derecha buscando algo. Delante de sus ojos había un cartel rotulado en el que se leía "CAMPAMENTO JUVENIL LA SIERRA", en una segunda línea con texto más pequeño "Entrada a doscientos metros" Al lado un disco informativo que decía "Peligro, estrechamiento de la calzada por obras"

Aceleró varias veces, necesitaba sentir el ruido del motor para saber de que estaba viva, de que todo lo ocurrido había sido verdad. Puso la primera, le dio todo el gas al coche, soltó el embrague y el morro de éste dio un respingo hacia arriba saliendo a gran velocidad. Dejó que tomara toda la velocidad que marcaba el cuentakilómetros y, dando un volantazo, giró a la derecha metiéndose de lleno en el terreno acotado, rompiendo las vallas de seguridad y saltando el vehículo un gran escalón vial. El coche brincó varias veces cuando tocó con las ruedas delanteras y luego las traseras el agreste terreno, no disminuyó la velocidad que aumentaba porque se encontraba en una pendiente de cerca de 30º y, delante de ella, se encontró un bosque que parecía frondoso. En el mortal descenso, Elena gritaba una letanía

-¡Papá, papá, papá…!

El pie no se apartaba del acelerador y frente a Elena había un gran árbol con una rama baja apuntándola como indicándole que se parara de inmediato. El parabrisas fue incrustándose en aquella rama delgada rompiéndola. De pronto, el cristal se desquebrajó todo y un boquete apareció acompañado de un gran trozo que se dirigió hacia la boca abierta de la joven. No lo vio venir por la gran velocidad que llevaba y el muñón de la rama destrozada fue introduciéndose con la misma ligereza destrozándola a medida que el ancho del dicho muñón iba penetrando en ella hasta salir por detrás del cuello.

Un golpe horrible hizo desplazarse el cuerpo de la joven hacia el techo del auto pero quedó colgada de la rama mientras éste iba incrustándose en el tronco del árbol que quedó inclinado hacia un lado. El airbag saltó pero no salvó rostro alguno porque estalló con el roce de la rama. El motor se introducía en la cabina y el calor quemaba las piernas de la muchacha pero ella no lo notó porque su cabeza iba siendo desprendida brutalmente de su cuerpo a medida que su automóvil se hundía en el gran tronco y un enorme chorro de sangre salía despedido hacia arriba por el hueco que dejó un cuello que acompañó a la cabeza. Una gran humareda se formó cuando todo acabó, el cuerpo de Elena quedó embutido e inclinado entre su asiento ya desplazado y el panel de control, su cabeza quedó en el asiento de atrás empalada por la rama rota.

Un niño con camiseta del campamento corría por una ladera hacia el lugar del siniestro. Al llegar al coche y mirar por la ventanilla derecha retrocedió para atrás cayendo de culo y gritando desaforadamente.