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El mejor regalo de Bodas

en Amor filial

EL MEJOR REGALO DE BODAS

Primera parte

 

Capítulo 1º

Prólogo

Monce era una chica moderna de la década de los 90. Esta historia comienza en 1994, cuando nuestra protagonista contaba catorce años. Estaba en 1º de BUP junto con su amiga del alma Macu. Monce no era bella, más bien bonita, y tenía y tiene un agradable cuerpo de buenas mediadas muy al estilo de estos años. Llevaba ropa muy ceñida y le gustaba provocar a los chicos. Era una estudiante de instituto que estaba empezando a ser mujer y sentirse como tal. La amiga Macu tenía parecidas características y también era y lo sigue siendo bonita. A Monce le gustaba y gusta los chicos y Macu tenía y tiene preferencia por las chicas, ambas sabían como eran y respetaban las independencias en los gustos sexuales de cada una. Tenían un acuerdo tácito y la una no atentaba contra la otra y se defendían a capa y espada. Así estaban las cosas entre ellas y se las veían felices.

Eran unas chicas traviesas, les gustaba espiar a los chicos de sus edades o mayores para enterarse de sus conversaciones que tanta gracia les hacían. Se escondían en los laboratorios de física y química, en los de idiomas, en la biblioteca, etc. Oían conversaciones que eran verdaderamente de críos de diez años cuando tenían quince

-¡Joder! ¿Has visto a Merce lo buena que está? Yo le metería el nabo por delante y lo sacaría por detrás. ¡Jo, macho! El culo que tiene le cave, por lo menos cuatro pollas.

-¡Macho, qué tetas tiene Monce! ¡No cabe en estas dos manos!

-¿Y la raja de Macu, con esos pantalones ceñidos? ¿Os habéis fijados como se le nota el coño? ¡Le cabe un camión de cien toneladas!

-¡Tíos! Yo cogería a Monce y a Macu y les estaría metiendo la pinga todo el día hasta reventarlas por delante y por detrás ¿eh? y luego, tiradas en el suelo, me pajearía un montón de veces en sus caras.

-Pues yo les chingaba las bocas hasta ahogarlas con la cantidad de leche que tengo.

-Pues yo, tíos, las estaría follando a las dos toda la semana sin parar, aunque no pudiera venir al instituto por un par de días ¡Hijas de puta, qué buenas están!

Epítetos, exageraciones, hipérboles..., de todo escuchaban las chicas cuando vigilaban a los chicos. Se reían después a mandíbulas batientes pero, muchas de las palabras de ellos las dejaban, sobre todo a Monce, caliente, deseosa que algo más interesantes les ocurrieran, cada una de ellas con las personas de su devoción.

Gustaban de ir todas ceñidas, con escotes si no prominentes si atrevidos. A Monce le encantaba que los chicos la rozaran o tocaran con disimulo o le dijeran piropos verdes. Dependiendo del color de estos calificativos, la niña sonreía o los miraba para fulminarlos aunque, de espaldas a los atrevidos admitiera que tenían razón y se sintiera a gusto consigo misma. Macu lo tenía algo más crudo. En un principio se pegaba con los muchachos y su amiga le aconsejó que hiciera oídos sordos a los piropos. Si alguna chica, sólo con el cruce de vista, la miraba con deseo, Macu irradiaba presunción por todo su cuerpo.

En ocasiones, Monce, que estudiaba la rama de Ciencias Sociales, tenía la necesidad de compartir conocimientos con algún compañero (preferiblemente) se citaban e iban a la casa de uno de los dos y estudiaban. En algunas ocasiones, Monce se vio en los brazos del compañero y los besos eran apasionados y las caricias no pasaban de la ropa porque la chica no lo permitía, lo más, meter mano por dentro del escote y del sujetador. Tenía necesidades apremiantes pero sabía hasta donde podía llegar.

Dos veces tuvo Macu flirteo con chicas de su condición sexual, normalmente mayores que ella y con las que gozó momentos que fueron decisivos en su vida. Ambas eran tan amigas que todo lo bueno y malo que les ocurría y pasaba se lo contaban, incluso sus aventuras amorosas, fuera del tipo que fuera. 1994 y el primer trimestre de 1995 fueron extraordinarios para ellas, eran años de felicidad y despreocupaciones de adultos.

Capítulo 2º

Octavio y La boda

Pilar era una mujer joven, de 36 años, elegante, atractiva, autónoma, explotaba una pequeña empresa de electrónica de su fallecido marido. Es la madre de Monce. Un día le comunica a la chica que ha conocido a un hombre muy atractivo, militar de carrera, con el que le gustaría mantener relaciones y casarse. Monce, en principio, no le gustó la noticia, pero las repetidas conversaciones de su madre empezó a animarla y fue la misma hija quién la animó para que lo presentara en una cena para tres.

Cuando Monce conoció a Octavio quedó tan impresionada con su atractivo masculino, su personalidad y elegancia que apenas habló durante la cena por temor a la ridiculez, al titubeo, a perder el dominio de ella misma ante aquellos ojos que, según la muchacha, eran los más bellos que había visto en un hombre. La cena transcurrió animada, cortés, llena de muchos temas desarrollados por su madre y el pretendiente, con chistes divertidos venidos a cuento. Dejaron un sabor tan agradable en las dos mujeres que la aceptación de aquel bello ejemplar estaba aprobada. Monce comprendió, con pena en el alma, que se había enamorado profundamente a primera vista de él. Octavio era un hombre viudo hacía tres años y ahora quería rehacer su vida con alguien de su agrado. Conoció a Pilar y pensó que era la mujer que llevaba buscando. Terminó la cena con fotos, ramos de flores y las mujeres llegaron a casa acompañada por aquel galán de cine, a los ojos de la niña.

Monce contó con todo lujo de detalles el encuentro de la noche anterior a Macu y ésta se dio cuenta, porque conocía muy bien a su gran amiga, que ella estaba colada por el novio de su madre.

-Eres una tía muy complicada y llena de sorpresas ¿eh? Ahora me sales con que estás enamorada de tu futuro padrastro. Todos los días aprendo algo más de ti, te lo juro, Monce.

-¡Pero..., pero! ¿Qué dices tía? ¿Enamorada de Octavio? ¿Estás loca, tía? –Pero no era convincente su arrebato, más bien parecía un grito ahogado que un reproche- ¡Macu, por Dios, no digas esa tontería!

-¿Te gusta o no te gusta? –Comentó Macu con aquella tranquilidad de saberse que estaba acertada en lo que decía.

-Bueno... ¡No! Esto..., sí..., quiero decir que... no, va a ser el novio de mi madre..., lo que te quería decir es..., es que... es muy guapo, mujer y me... me agradó para mi madre ¡Coño, carajo, Macu!

-¡Chau, chau, chau! A mi no me la pegas. Te gustó, te enamoraste de él y no le quitabas los ojos de encima ¡Cómo si lo estuviera viendo! ¿Sí o sí?

-¡Mira, Macu! Eres una puta de lengua ¡Parece que lo estás pintando como si el que me gustara tanto fuera motivo de quitárselo a mi madre! ¡Vamos, hasta ahí llegamos!

-Lo que tú quieras. No he dicho que le vayas a quitar el novio a tu madre, tan sólo que te gusta. Quiero prevenirte de lo que puede ocurrir, pero no me dejas hablar, bonita.

Macu lo conoció un viernes por la tarde, cuando fue a buscar a su amiga para ir al cine. Quedó impresionada por el talante, la elegancia y la cordialidad como la recibió, la saludó y la trató. Macu, conocedora de la belleza, sobre todo de la mujer, admitió que Octavio era un real macho y que estaba como un tren.

-Es que es guapo por los cuatro costados, Monce. Tenías razón al quedarte prendada de él. Está bueno a reventar. Yo, que me gustan las mujeres más que un dulce, tengo que reconocer que es un hombre muy, pero que muy guapo ¡Ojo, Monce!, no es tuyo y sabes lo que digo.

Tres meses después, Pilar y Octavio se casaron. Acordaron madre e hija que Octavio se venía a vivir con ellas y el hombre estuvo conforme. Vinieron del viaje de novios y la nueva pareja comenzó su vida laboral: Pilar se incorpora a la empresa y Octavio al Ejército. Con el roce de la convivencia, Monce iba enamorándose cada día más del marido de su madre. No quería reconocerlo, no desea perder a su madre a la que quería con todo su ser pero el militar había calado hondo en sus sentimientos de joven mujer. Procuró alejarse de ellos cuando regresaba a casa y se encerraba en su habitación a estudiar, leer, oír música o ver tele todo con el propósito de no estar cerca de él. Sin darse cuenta, Monce comenzó a cambiar su ritmo de vida juvenil y se encerraba más y más en su hogar. Macu lo notó enseguida y lo dijo por teléfono.

-¡Chica! ¿Qué te pasa que no vienes a las reuniones Monce?, ¡por Dios!, hace dos semanas que no te vemos el pelo por el club, sólo en el instituto ¿Ha pasado algo? ¿Estás enfermita? ¿Tu amor secreto te ha descubierto y te ha amarrado con cadenas a la pata de la cama por pendona?

Pilar y Octavio tenían puntos de vistas distintos con respecto a la política del momento y otros temas sociales. A veces, Pilar, feminista activa, mujer liberal, de empresa y muy temperamental alteraba la voz y se apasionaba. Octavio, por el contrario, pausado, tranquilo, conservador y muy observador no se inmutaba ante los arranques dialécticos de su mujer y sonreía beatíficamente ante la aptitud de ella. Monce comenzó a tener celos de su madre y ver, con malos ojos, las posiciones beligerantes de la progenitora. Él era un hombre pacífico, amable y educado ¿Por qué su madre tenía aquellos arranques?

Cuando esto ocurría, la joven salía de su dormitorio y, con disimulo se reunía con ellos. Octavio la saludaba cordialmente y el tema cambiaba de repente. Monce se sentaba al lado de él y charlaban de todo un poco. Pilar, en muchas ocasiones se reunía con ellos o iba a la cocina y preparaba algo de picar antes de comer.

El estar cerca del marido de su madre era para la muchacha estar en el cielo, ver las cosas que la rodeaba de forma distinta más maravillosa. Verlo sonreír, hablar de lo cotidiano, levantarse y caminar para ponerse una copa de coñac que tanto le gustaba. Mirar aquel cuerpo de hombre tan bien formado y sentirlo nuevamente a su lado, su calor, su olor corporal de hombre limpio, todo él... La libido de Monce subía a cien y, con una disculpa cualquiera, se retiraba nuevamente a su dormitorio. Allí refrescaba la cara o se tumbaba en la cama y se tocaba toda pensando que sus manos eran las de Octavio que recorrían todo su joven cuerpo. Macu le enseñó como masturbarse y, claro ¡daba resultados!

Monce, en un arrebato de amargura le cuenta a Macu su dolor. La amiga, pensativa durante un rato le dice:

-Monce, ten cuidado. Pilar es tu madre y no debes enconarte con ella. Te quiere mucho, da su vida por ti, eso me consta, y es la persona que corre con tu educación y mantenimiento. Eso se lo debes a ella. Lo conoció primero que tú, es su marido ante la ley y el derecho a su posesión. Procura no enfrentarte a ella, es muy buena persona y muy lista. Además, si sigues así se dará cuenta de tu amor por su esposo y creo que no le va a hacer maldita la gracia, por muy hija que tú seas.

La joven no tiene otro remedio que reconocer que Macu tiene razón y llora en su hombro amargamente. Es un momento muy deseado para la gran amiga, tenerla en sus brazos, apretarla, besarla aunque sólo sea en el pelo y en la cara, sentir su piel y la dureza de sus carnes. Macu cierra los ojos y goza de ese momento. La quiere mucho, siempre la quiso y se lo calla amargamente.

La cordialidad entre madre e hija vuelve nuevamente para alegría de la primera. Aquellas discusiones de matrimonio son ajenas a la niña que se retuerce de celos pero ya no sale de su habitación y se tapa la cabecita con la almohada, pone la radio a todo volumen y canta gritando debajo de la prenda hasta que ellos cambian de tema y su madre toca en la habitación gritando que baje el volumen.

 

Capítulo 3º

El Plan

Macu no saca partido animando a su amiga. La ve muy decaída, triste y desganada. Ella se da cuenta que Monce está enamoradísima de su padrastro, que no hace otra cosa que hablar y hablar de él en todo momento. Entiende que ese cariño no va a ser erradicado de su amiga e idea un plan que, sin ser de su agrado, será el que saque a la enamorada de esa pequeña depresión amorosa.

-¿Coincidís vosotros a la hora de levantaros e ir al baño? O sea, Octavio y tú ¿También tu madre?

-Octavio y yo, sí. Mi madre se levanta más tarde, abre a las diez de la mañana ¿Por qué preguntas eso?

-Tú contesta, tía, a lo que te pregunto y ya sabrás a donde coño voy a llegar ¿Dónde coincidís, en el baño o cocina?

-Normalmente saliendo del baño yo antes que él.

-¡De puta madre! ¿Por qué no te atreves y sales en braguitas y sujetador sugestivos? Si os tropezáis haz que no te importa que te vea así, lo saludas, le preguntas algo, cualquier chorrada. Hazlo mañana, pasado y hasta cuando quieras. Otro día, por ejemplo, sales en tanga solamente. Es una forma de provocarlo y que se fije en ti.

-¿Tú crees, Macu? –Y una risa cantarina de inmensa alegría sonó por toda la habitación- ¿No será que iría muy lejos como dices?

-No lo sé, chica, prueba haber. Se me ocurre que es la mejor forma de acercarte a él. Ahora sí, procura que tu madre no sepa nada de esto, perderías la confianza de ella hacia ti, su respeto, la estima de madre. Es peligroso lo que te digo ¡Pero tú estás perra con la picha del tío!

-No sé, no sé...

A las seis y media de la siguiente mañana y, sintiendo Monce que Octavio se acercaba al baño, salió de él en dos piezas bastante escasas. Las braguitas eran minúsculas, transparentes y apenas cubrían el pubis muy ceñido y los labios vaginales marcados, visibles y, por detrás, se hundían haciendo surcos en aquellos dos cachetes redondos y bien formados. El sujetador, igual que las braguitas, de copas pequeñas, dejaba ver los rebozos de aquellos pechos, si no grandes, suficientes y bien puestos. Los pequeños pezones y unas areolas rosadas grandes eran del todo evidentes.

Monce no lo podía jurar, pero creyó percibir un sobresalto del hombre al mirarla sorprendido de aquella guisa. Fue una mirada de admiración, rápida, fugaz, casi imperceptible y sin poderlo constatar. Octavio, después de los buenos días alegres, se metió en el baño y cerró detrás de ella. La niña miró hacia la puerta cerrada, tenía rubor en la cara, era la primera vez que un hombre la veía así y eso le gustó. Una extraña felicidad inundó su corazón. Por la tarde Monce quiso comprobar los resultados y no ocurrió nada.

Repitió la acción de aquel día varias veces de forma alterna y los resultados siempre los mismos. El hermoso hombre de sus sueños no se fijaba en ella para nada. Monce comenzó a desnudarse más. Aquella hora calidad, apareciendo el sol por el oeste y dando un rojo luminoso a la mañana, sintiendo los pasos de su amor, salió con unos tanguitas muy apretados, dejando un trasero redondo, joven y desnudo, viéndose tan solo un cordón que desaparecía entre aquellas nalgas anacaradas, magras y divinas. Los pechos medianos al aire, redondos, rectos y macizos. Con esa visión de quinceañera que daba abrió la puerta y él estaba allí, frente a ella, firme, con el torso desnudo y los pantalones del pijama casi en las caderas. Monce percibió, por primera vez, un temblor palpable y una mirada de fascinación tan grande que la siguió hasta que ella se metió en su cuarto saludándolo con la mano un buen rato. El hombre esta pasmado. Una gran sonrisa brotó en su bonita cara. Aquel día, para la joven fue uno de los más bellos de su vida. La había mirado y seguido hasta la habitación. Lo vio atónito, su bulto se hinchó y el pantalón del pijama lo dejó entrever claramente. No necesitaba más y lo comentó con su amiga del alma.

Macu la anima diciéndole que persistiera en el asunto, "tarde o temprano" -le decía- "él se dará cuenta y comenzará a mirarte de otra forma". Monce continúa con sus encuentros "casuales" y en momentos puntuales, comprometidos sexualmente pero Octavio es beatífico ante "aquellos despistes" y seguía sin tener en cuenta las aptitudes comprometedoras de la chica. La niña lloraba aquellos desplantes ante su amiga del alma que está también desconcertada. Un día, más de un mes después, Monce comprueba, al salir del baño, con aquella minúscula prenda que parecía su piel que Octavio se estremece y se desmelena tomándola en sus brazos. Ve claramente como erecta ante ella, sintiendo como aquel gran miembro masculino roza su sexo de forma brusca queriendo introducirse en la vagina virgen, acariciándola con el movimiento. El hombre, fuera de sí aquella mañana, le acaricia casi salvajemente aquel culito juvenil. La muchacha percibe que él, con una fuerza insólita, la levanta varias veces rozándola contra su pelvis y percibiendo como el miembro masculino se introduce entre sus muslos sigue hacia arriba y vuelve a bajar imprimiendo una fuerza increíble que le da la sensación de que el pene quiere romper el tanguita de seda natural e introducirse en ella. Octavio besa apasionadamente una boca cerrada de niña-mujer y, dejándola en el suelo, sube su mano derecha y acaricia la mama izquierda con rabia, estrujándola y queriendo dejarla dentro de su palma por muchas veces. La boca masculina obliga a abrir la femenina e introduce la lengua en ella y se mezclan los jugos salivares en un eterno beso mojado, intenso, desconocido. Monce, fuera de sí, extasiada, sorprendida ante los abrazos y caricias siente que el pene está totalmente incrustado en su vulva y que quiere perforar la prenda. Su padrastro la empuja contra la puerta, baja el pantalón, deja su pene hinchado, grande y mojado libre, lo coloca en la vulva y comienza a mover sus caderas en un intento de penetración y allí, desesperado, con el sentido perdido y sin el control de siempre, Octavio eyacula entre los labios vaginales que están protegidos por el triangulito maldito. Monce aprieta sus caderas aun más ante aquel frenesí del hombre, presintiendo que se iba a venir en ella como así era. Fue tal la intensidad de la corrida que la joven percibió el olor, el calor y el semen bajar por entre sus piernas. Octavio la tenía totalmente cogida por las nalgas y sus manos estaban clavadas en un terrible dolor y desesperación por la venida que le causó aquella muchacha a la que debía de haber respetado y no pudo. Al rato, maldiciendo en arameo el momento, transfigurado, con agonía de remordimiento en el corazón la soltó. Sin pedir perdón corrió, con los pantalones por debajo de los huevos, hacia el interior del baño y cerrando de un golpe seco la puerta. Se sintieron golpes y más golpes y palabrotas altisonantes.

Monce quedó frente a esa puerta, traspuesta, sintiendo dolor y el calor intenso de todas aquellas caricias, saboreando los besos y la saliva que su amor dejó en ella, con su vagina totalmente húmeda, mojado el tanguita por el semen, llegando ya por sus bien formadas piernas y pensó si era prudente entrar o no en su busca, entregarse a él en la ducha y que la hiciera la mujer más feliz del mundo. Sin comprender la razón que luego lamentó, la niña se dirigió lentamente hacia su cuarto. Limpió con una toalla el flujo masculino, lo olfateo, saboreó con la punta de la lengua y lo guardó en el armario. Se vistió rápidamente y salió de la casa antes que Octavio la volviera a ver.

Aquel triunfo lo celebran las dos aquel fin de semana con besos, abrazos y tocamientos que no llevaron a más. Todo fue así:

Monce y Macu quedaron para el sábado. Tenían que hacer unos ejercicios de historia contemporánea y el trabajo era colectivo. Durante toda la mañana y parte de la tarde, las dos jóvenes no hicieron otra cosa que estudiar y realizar aquel trabajo. Terminada la obligación, Monce relató a su amiga lo ocurrido hacía dos días. La chica contaba con una emoción que no le cabía en el cuerpo y su gran amiga la miraba ensimismada. En un momento determinado, Monce se echó en los brazos de Macu que la recogió con verdadera ternura y amor. Se miraron y, sin poderlo remediar, se besaron en las bocas abiertas intensamente y con las lenguas entrelazadas. Así estuvieron largo tiempo. Macu empezó a acariciar los pechos de la amiga y bajar por el estómago hasta apropiarse de aquella vulva sobresaliente. Con habilidad infinita, introdujo la mano por entre los pliegues de las bragas y se apoderó de los labios, filtró los dedos apropiándose del clítoris y pellizcándolo con suavidad. Monce gimió y movió fuertemente su bajo vientre contra la mano de la lesbiana que intensificó sus caricias.

Monce estaba inhibida, deseosa y libre en esos momentos de prejuicios. Con el mismo interés, ella comenzó a besar el cuello de Macu, los senos y vuelta al cuello. La otra estaba entretenida metiendo sus dedos dentro de la entrada del himen y circumbalándolo con cuidado, con destreza y maestría. Monce gemía casi estrepitosamente y la amiga tuvo que taparle la boca con la suya. Siguiendo el canalillo del pliegue vaginal hacia los glúteos, Macu se deslizaba en dirección al ano. Aquí, con la yema de los dedos acariciador, redondeaba el esfínter y los introducía con tranquilidad y sin dolor.

-¡Dios mío, Macu! ¡Sigueee, por favorrrrr!

Macu, tomándola por la espalda y las nalgas la acercó a la cama y ambas cayeron redondas sobre el colchón. La lesbiana siguió sus caricias entrañables y Monce se iba dejando hacer hasta sentir cómo sus ovarios se estremecían y empezaban a temblar. La mano derecha de Macu tenía totalmente poseída la nalga izquierda y la abría para tener total acceso al esfínter que sobaba y masajeaba a placer e introducía los dedos en él. Monce tocaba los pechos de su amiga con ansia y desesperación, pellizcaba los pezones y los estiraba con brutalidad. Ésta sentía el dolor de aquellos apretones y hurgaba más y más sobre el ano logrando introducir los dedos casi a la mitad y hacer el ejercicio de entrar y salir para gran satisfacción y desasosiego de la chica poseída. Monce comenzó a gritar entrecortadamente y su vulva empezó a mojarse por sí sola rápidamente. Tenía los ojos cerrados, la boca trincada y su cuerpo se contorcionaba hacia delante a los sones de las metidas de dedos de Macu. Fue una gran corrida que casi no supo que lo era. Nunca Monce había tenido aquella experiencia de sentir cómo su cuerpo respondía a los estímulos de otra mujer y aquella emoción encontrada era extraña para ella. Macu se lo dijo.

-Mi vida, ¡cómo has gozado! ¡Te has corrido por primera vez! ¡Bendito sea Dios!

-¡Dios mío, Macu! ¡Qué momento más maravilloso he pasado! ¡Qué gran chica eres!

Una vez tendidas en la cama, calmadas, la amiga se sintió mal, comenzó a palidecer y unas nauseas le vinieron a la garganta. Rápidamente se levantó, se dirigió al baño y devolvió. estuvo todo el trance con ella, sin escrúpulos ni malos gestos, aliviando en lo que podía el mal momento de Macu.

-¿Qué te ha pasado, Macu? ¡Dios santo, qué susto! –Y era verdad, la cara preciosa de ella lo expresaba con claridad.

-Perdona, Monce, amiga, perdona, no debió ocurrir. Siempre nos hemos respetado y, al final, tener a una hembra en mis brazos me pierde ¡Perdóname, perdóname!

Monce la abraza, la besa en la boca con los labios cerrados percibiendo el mal olor de la boca por el vómito y lame por ambos carrillos las lágrimas que corren por el agradable rostro de su gran amiga. La ha hecho feliz, siempre ha escuchado y ha sido paño de lágrimas de sus alegrías y tristezas. Se habían respetado siempre hasta aquí y, aquí fue donde llegó el agradecimiento.

-Sabes que no soy lesbiana, no lo podré ser jamás pero este momento ha sido maravilloso para mí. Si no se vuelve a repetir, mejor, si ocurre, mi querida amiga Macu lo volvemos a disfrutar con la misma o más intensidad que ahora ¿Vale?

 

 

Fin de la primera parte