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Tila, 20 Euros

en Amor filial

TILA, 20 EUROS

 

¡La libertad!

-Un pantalón de nylon azul, un pulóver de punto azul con cuello blanco, un par de zapatos y calcetines negros, 8500 pesetas que, convertidas a euros son cincuenta y uno con ocho céntimos más 480 € por trabajos y 550 más por finiquito, total 1081,08 €. Un contrato por un año prorrogable en una fábrica de electrónica y, por último, una cadena fina de oro con una placa e inscripción. Esto es todo lo que traías cuando entraste aquí ¿Conforme? Si es así, firma. Te aconsejo que no vuelvas por aquí. No te tenemos aprecio.

Dieciséis años encerrado y me iba a acordar lo que llevaba cuando entré. Ramón, excelente persona y funcionario era el que entregaba aquella bolsa que olía a rancio. Firmé en un silencio, cogí aquella bolsa y me introduje en el baño. Cambié el pantalón y la camisa gris azulada por las ropas de calle. Todavía me quedaban muy bien. Salí y, Ramón, por el micrófono anunció.

-¡Preso número 5725 sale en libertad! ¡Acribilladlo a balazos por cabrón! Adiós, hijo puta, te volveré a ver por aquí. Con esa jeta... ¡Difícil, difícil!

-Adiós, Ramón, amigo, ha sido un placer compartir contigo estos cinco años atrás. Eres todo un compañero

-¡Suerte ahí afuera!

Pasé el corredor de salida, aquel patio que hacía cerca de dos décadas que la había traspasado y la tierra de nadie, la pasé en un autobús viejo que en su día creí me había roto el culo, patio pequeño donde se encontraba la enorme puerta de salida. Un guardia civil abrió se plantó delante mío, pidió el certificado de libertad, lo leyó y abrió el portón. Cerró detrás de mí sin despedirse tan siquiera.

Miré a un lado y a otro. Una inmensa avenida vacía se desplegaba ante mí. Todo había cambiado, todo era nuevo, los coches eran nuevos, el paisaje nuevo, los árboles plantados allí eran nuevos, yo era el viejo, el caduco, el marginado que entraba en la sociedad de gente libre y con un trabajo, un sencillo medios para ganarme la vida hasta más adelante –"Adiós, hijo puta, te volveré a ver por aquí. Con esa jeta... ¡Difícil, difícil!"- Eran las palabras cariñosas del amigo Ramón pero que tenía fondo de verdad, si no me daban el curro que me permitiera conservar aquellos 1081 € me los comería ¿Luego qué? No quería delinquir nuevamente, el estar encerrado no era bueno, el enfrentamiento diario con gentuzas que entraban y salían de prisión no era ambiente para nadie. No quería delinquir y, para eso tenía que buscarme algo que me permitiera volver a ser alguien, la fábrica de electrónica me daba la oportunidad y, si prometía, seguiría, posiblemente. Deseaba congraciarme con esa gente libre, extraña para mí... No quería, no quería volver por nada del mundo ¿Pero sino...?

Miré a la derecha y vi, al fondo, dos gasolineras, una a cada lado de la avenida. Con mi pequeña maleta me dirigí hacia allí. Ramón había dicho que la ciudad se encontraba al otro lado de aquellas dos estaciones. Iba despacio, mirando al frente, pensando cómo demonios perdí dieciséis años de mi vida encerrado. Había sido un golfo, un degenerado: ladrón de joyerías, pendenciero, jugador, atracador de un banco, chulo de mujeres… de mujeres ¿Qué sería de aquella chica tan bonita? Matilde. La prostituí en mi favor cuando los cabrones aquellos del golpe al banco me fallaron y me quedé sin nada. Se portó muy bien conmigo, muy bien… La abandoné y la desprecié cuando dijo que iba a tener un hijo mío. Le dije que podía ser de cualquiera de las pichas flojas que habían pasado por su coño y me negué a ser el padre de su hijo ¡Yo, que la exploté y la prostituí! Llevaba más de tres meses que no trabajaba de puta ¡Y la eché de mi lado cuando me vi bien nuevamente! Dos meses después nos detuvieron por el asunto del banco y ella dio a luz una niña que me negué a ver y conocer ¿Qué será actualmente de ellas?

-Buenas estaciones –Pensé en voz alta cuando pasaba entre ellas- Unos negocios como estos, en mis tiempos, eran un buenos objetivos para los robos. Estaban bien cuidadas y dotadas de todo, a la vista estaban. Darán buenos dividendos a los socios o al dueño ¿Quién sabe?

La ciudad se veía a lo lejos. Miré el reloj, las siete de la tarde. Tenía que encontrar la dirección de la pensión que aconsejó Ramón. Apresuré el paso para llegar a tiempo. Casi llegando a la entrada, una jovencita agraciada, algo gordita pero de buenas hechuras me salió al paso

 

Tila, 20 euros

-¡Hola, tío! Una mamada, 20 euros, una follada 20 euros y, si me quieres dar por el culo otros 20 euros ¡Soy la mejo, tío! ¡Mira! si quies pasa la noche conmigo pos 100 euros y p’lante ¡Tengo dieciocho años, tío! ¡Míra q’hembra! –Y daba la vuelta sobre sí misma.

La verdad que era una real muchacha. Se veía limpia y sin coloretes. Llevaba un pulóver muy estrecho de color lila algo descolorido, unos generosos pechos bien definidos y los pantalones parecía que les habían arrancado las perneras y desflecados, los bien formados muslos y el principio de las nalgas se veía claramente. Me impresionó la muchacha y, me empalmé nada más verla. Llevaba muchos años sin tocar a una mujer. Yo era un preso, la puta aquella me venía bien.

-Así que cien euros ¿Eh? ¿Y por qué no ochenta? 20 por la mamada, aceptados; 20 por el polvo, aceptados; otros 20 por coger ese culito, aceptado y más veinte por pasar la noche Si lo quieres, bien, sino ya buscaré otra.

-¡Vale, tío, vale! Ochenta euros mas cama

Aquella chiquita me recordó a Matilde. Ella era más delgada, más mujer, menos elegante pero en los ojos se parecían mucho y aquel gracejo que conquistaba a cualquiera lo tenía también. No pasó un día de aquellos años que no la recordara, con pesar y remordimientos.

-O sea, al final son los cien euros ¿No? ¡Vale, vale, vamos!

-¿A tu casa o a la mía? –Dijo la chiquita alegremente, casi brincando por lo contenta.

-No tengo casa. Estoy de paso, chiquita –Contesté mirando al frente con frialdad

-Entonces…

-¡No, chiquita! ¡Más dinero, no! Eres una putita de calle no de lujo.

-Seño, lo que quería deci q’stoy de acuerdo. No hace falta ofende ¡Caramba!

-¡Perdón, chiquita! Retiro lo de putita y lo otro

-Vivo aquí cerca, dos calles más haya. Lo va pasar muy bien ¿Viene de mu lejo?

-No tan lejos pero mucho de lo que es esta sociedad y su forma de vida.

-¡Ah! –No me comprendió por la forma como me miró

Caminaba más deprisa que yo y, delante de mí, pude ver lo atractiva que era. No es que fuera una belleza, nada de eso. Gordita de cuerpo, hombros anchos, algo más delgada de cintura y unas buenas, redondas e impecables nalgas macizas que se movían generosamente delante de mí. Sus miembros inferiores eran lo más bonito del cuerpo: largos, unos muslos bien formados y las piernas muy delineadas. Lo que aprecié por delante fueron sus grandes pechos que se bamboleaban cuando caminaba sensualmente. El estómago más bien plano y los labios vaginales se reflejaban atormentadoramente en aquel mini pantalón. Seguramente, sin que ella lo pretendiera, estaba vendiendo extraordinariamente su cuerpo. En la celda tenía fotos de modelos que vestían como ella y esta chiquita era fiel reflejo de una moda que imperaba.

La gente que pasaban a nuestro lado nos miraba y la codiciaba con los ojos. La joven no se paraba en esos detalles, iba a lo suyo y, de vez en cuando, miraba para atrás y esperaba que yo quedara a su lado.

-¿Por qué va tan despacio siempre?

-De donde yo vengo, chiquita, nunca hay prisa para nada, además, te estrellarías contra la pared de enfrente

-¿Vive en un pueblo? –Preguntó ella inocentemente

-Digamos que sí y de una población de dos mil habitantes aproximadamente, hacinados muchas veces

-Ya llegamo. Vivo ahí arriba ¡Suba, porfi!

Subió delante de mí y tuve que apartar la vista porque mis manos se lanzaban tras aquellas nalgas llenas de vida. Veía cómo sus pechos subían y bajaban, libres de ataduras, jóvenes, desafiantes, demoledores.

Cuando entramos no pude más y la atrapé por la espalda y la apreté contra mí. Su cuerpo era tibio, carnoso. Las manos buscaron aquellos pechos y los estrujaron casi sin piedad. ¡Dieciséis años sin tocar a una mujer! ¡Dieciséis años de abstinencia absoluta sin una hembra en mis brazos! La busqué toda: su estómago, la vulva, las caderas y aquellas nalgas que amasé de la misma forma que sus mamas. Estaba tan frenético que, sin darme cuenta, busqué su boca y quise besarla, comerle los labios, la lengua y ella se negó. Un poco más baja que yo y, al no encontrar aquellas bembas rojas dejaba huellas de mis besos por toda su cabeza, el pelo, las orejas que las mordía suavemente, el cuello y sus hombros.

La joven soportó el acoso con una cierta tristeza. Con la mano derecha y, siempre detrás de ella, alcancé su carita y besé repetidas veces sus mejillas y el ojo derecho. Era increíble la resistencia que la muchacha ponía en no dejarse besar la boca y yo suplía aquel tormento con el resto de su cara, cuello, hombros y brazos.

-Perdona que te interrumpa pero ties que paga primero p’luego seguí –Su cara denotaba temor al exigir la tarifa.

-¡Si, chiquita, sí! ¡Perdona este momento! Llevo mucho tiempo que no toco a una mujer y tú… tú eres bonita y muy deseable ¿Ochenta euros dijiste?

Miró a la cara con miedo, con sus ojos agrandados y un pequeño temblor sacudió sus labios finos.

-No, seño, cien… por la cama

-¡Ah, sí, la cama!

La cárcel enseña al recluso que no debe fiarse de nadie, ni de su sombra. Me volví de espalda, saqué el dinero y cogí dos billetes de cincuenta euros. Guardé el fajo y, ya frente a ella los ofrecí.

-¿Es conforme?

-Si, seño, ahora ya me puedes hace lo que quiera –Contestó cogiendo los dos billetes y arrugándolos entre sus manitas- Lo que te pido es que no me pegues.

-¡Pegarte! ¿Yo? ¡Pero…! ¿Es que te pegan tus clientes? –Estaba asombrado por lo que oía

-No, seño, no. Alguno se le escapa la mano y una ha recibió tantos golpe que a vece me parece norma

Caminó hacia el fondo de la casa y me invitó a pasar a una habitación medianamente grande, con muebles viejos y una cama de matrimonio con más de veinte años de vida. Todo parecía limpio, ordenado pero viejo, muy viejo. La muchacha quedó frente a mí, espectacular, desafiante y con una melancolía permanente en sus ojos grandes

-¿Quieres desnudarme o me desnudo yo?

-Espera, chiquita, deja que te contemple.

La tenía a diez centímetros de mí. Con la rapidez del rayo me apoderé de su boca y la besé salvajemente, restregando mis labios contra los de ella, intentando abrirlos para meter mi lengua, queriendo morderlos para saborear el sabor dulzón de la pintura de labios.

La chica se revolvió como una leona y se apartó de mí como pudo. Estaba histérica, fuera de sí. Tan nerviosa cuando habló que parecía que escupía las palabras.

-¡La boca no, dije! ¡Nunca se debe besa al maromo en los besos! ¡La boca de una ha de se pa e'lombre que elija no p’nadie! ¡Mi madre siempre me lo dijo! ¡Nunca te dejes besa en la boca de nadie, eso es pa tu hombre, na más! ¡No quiero q’me bese en los labios, seño!

Jadeaba, temblaba y parecía que iba a llorar. Le tendí la mano que rechazó. La obligué a dejarse abrazar y la consolé

-Pierdes cuidado, chiquita, no volveré a besarte en la boca. No temas no tengas miedo de mí. Quiero follarte, gozar de ti y que goces tú también no que estés aterrorizada ¡Veo que te han hecho mucho daño en tu corta vida, chiquita! Yo no, he pagado por estar contigo y es lo que haré, gozar de tu compañía y eso será y marcharme con un buen sabor de tu persona.

Sonrió a medias y se quitó el pulóver. Unas grandes, redondas, erectas y macizas tetas aparecieron con movimientos gelatinosos al dejarlas caer la prenda. Sin decir nada, la niña se quitó el pantaloncito y quedó desnuda ante mí. Una vulva de labios gruesos y totalmente depilados apareció. No se veía desbaratada por el frecuente uso de su cuerpo, estaba semicerrada y un hilo rosado aparecía entre el pliegue de los labios, era la antesala a la entrada de aquella vagina todavía a explorar por mí. Se acercó despacio, dejando que la mirara y recreara. Casi pegada a mí desabrochó el cinto, la cremallera de la bragueta y quitó el pantalón junto con el calzoncillo. Estaba tan empalmado que la muchacha rió la forma como saltó mi pene hacia arriba y las pequeñas gotas que salieron de él y la salpicaron.

-Tienes una buena tranca, tío. Me da que voy a pasar una buena noche –Decía mirándome a los ojos y acariciando con sus manos toda la polla- Por lo menos es toda mi mano

Sonreí para mis adentro, toda su mano, dijo ¡Bendita muchacha! toda su mano era unos dieciséis centímetros o diecisiete, lo más. Lo agradecí y dejé que trabajara. La chica se veía que sabía lo que hacía. Acariciaba la superficie suavemente, de rodillas ante mí, pasaba la lengua de abajo para arriba y limpiaba la cabeza con la lengua. Bajaba nuevamente y, con los labios mordía los escrotos y pasaba la boca por ellos, besando, ensalivando, sopesándolos con las manos, subiendo y, por ultimo, introduciéndola lentamente dentro de su cavidad bucal, con maestría, dejando que viera cómo mi falo desaparecía literalmente. No dejaba de mirarme. De vez en cuando la sacaba y sonreía tibiamente para volver a empezar. No es que fuera una experta mamadora, a la legua estaba que le faltaba mucha práctica y, lo que sabía, lo había aprendido ella sola sin más maestros pero el resultado era el mismo.

Yo le revolvía la cabellera y la acariciaba su carita ovalada. La hinchazón de mi polla me dolía de lo extremada que estaba. Los años de sequía de las manos de una mujer estaban demostrando mi necesidad. No quería acabar dentro de la boca femenina, quería estar dentro de su cuerpo, correrme brincando sobre su pelvis en un desenfreno de años y años de abstinencia. Me agaché y, tomándola por los codos la obligué a levantarse y que dejara de chuparla. Me miró extrañada pero comprendió donde quería llegar y ella misma, tomándome de la mano me condujo hacia la cama. Se tumbó boca arriba, abrió las piernas y estiró sus bracitos invitándome a refugiarme en su seno.

Subí sobre ella y enfile mi pene hacia la entrada de su coño. No quería más preámbulos, solo meterla hasta el fondo, follarla y follarla hasta descargar todas las miserias acumuladas en espera de un momento como aquel. Empujé sin piedad y la niña dio un pequeño grito y quiso esquivarme pero la cama no la dejaba y recibió la embestida de una sola vez hasta el fondo

-¡Coño, tío, no seas bestia! ¿Nunca s’las metio a una mujer? Despacio y t’nagradecia.

-Llevo dieciséis años esperando este momento y no voy a pedirte perdón ahora, Veinte Euros. Lo siento, chiquita, es mi naturaleza salvaje la que está descontrolada.

Cuando sentí la polla dentro de aquella vagina empecé a percibir cosquilleo, temblores y comencé a saltar sobre ella con rapidez. La joven optó por apartar los brazos de mi cuello y dejarlo hacia atrás. Estaba comprobado que el que se estaba dando gusto era yo sólo y no contaba con ella. Volvió la cabeza a un lado y esperó que yo me descargara. No se equivocó, a los tres minutos comencé a eyacular de tal forma que ella misma se asombró. Jadeaba estrepitosamente, sudaba y terminé gritando. Mi pelvis parecía un resorte brincando sobre la de ella y la polla salía y entraba a tal velocidad que era vista y no vista y, claro, me fui estrepitosamente llenando aquella cavidad sobradamente. Fue larga la corrida y la muchacha quedó fascinada por el tiempo que invertía en irme. Cuando terminé y caí sobre su cuerpo comentó jocosamente.

-¡Jode, tío, m’sdejao preñá, creo! ¡Pero, bueno! ¿En to los años ni una paja siquiera?

De inmediato recordé a Mela. Me vino a la mente el recuerdo de aquel chico que ingresó por haber matado, según se decían, a un tío que lo perseguía y lo acosaba. Mela era totalmente maricón y todos sus movimientos eran femeninos descaradamente. No lo ocultaba porque se sentía mujer en todo su ser. Durante las semanas siguientes también fue acosado, tocado y amenazado si no se dejaba follar por el matón de turno. Un tal Franco, jefe de uno de los muchos clanes carceleros, mandó a sus sicarios a buscarlo, con el beneplácito de algunos funcionarios, y lo llevó a las duchas. Yo estaba allí realizando limpieza junto con otros. Franco y los suyos entraron, nos dijeron que nos marchásemos. Estaba negándome en el momento en que entraba Mela arrastrada y pegada por dos secuaces. Percibí lo que ocurría, salté sobre el más cercano a mí y rompí el palo de la fregona en la cabeza. Sin esperar a reacciones algunas sacudí a Franco en la mandíbula y lo dejé KO en el suelo. Corrí hacia los que llevaban al maricón y les estampe las cabezas una contra la otra. Debió de haber sido terrible para ellos porque cayeron al suelo redondo y, uno de ellos murió, tres meses después y el otro quedó descerebrado como consecuencia de aquel golpe. Nadie supo nunca lo ocurrido y nunca fui acusado pero sí perseguido a muerte.

Mela vio todas las escenas, cuando se vio libre y fuera de peligro, fue una agradecida en los días siguientes. Me seguía allá donde iba, ayudaba en las labores, siempre cerca de mí y se ofrecía a ser mi mujer incondicionalmente. Por esa época llevaba más de cinco años encerrado y a pajas secas delante de los postes de aquellas hermosas hembras que decoraban la celda. Los cambiaba con frecuencia de lo machadas que quedaban las fotos con mis corridas. No soy, de ninguna manera, bisexual, pero Mela era la única "hembra" que estaba en presidio, adoraba mis huesos y, una noche, me la tiré, con la misma intensidad que lo había echo con esta chica que tenía a mi lado.

Nuestras relaciones duraron dos años. Una mañana Mela apareció ahorcada en su celda. Estaba desnuda, sodomizada, obligada a la felación y a martirios que Dios sabe cuantos más. Sabía quienes habían sido pero ellos, dos años atrás, no me acusaron de la muerte de aquel interno y yo, tragué la muerte de Mela con dolor y sufrimiento. Era el precio que pagaba por la muerte y la incapacidad de aquellos dos. Desde entonces no había tenido más sexo con nadie.

Me tumbé a un lado de la cama y la niña miraba mi rostro sin pestañear, con la boca abierta y aquella sombra perpetua de tristeza.

-Nunca nadie s’bía corrió d’sa forma conmigo. Yo gusto a l’stíos, pero van a lo suyo, igual que tú pero, cuando m’smetio la polla esa tan grande he sentio gusto. No quisiste esperarme ¡Tú te lo pierdes!

La chica abría el cajón de aquella vieja mesilla de noche, sacaba una compresa de felpa y tapaba su vulva chorreante. Se sentó enlazando sus bonitas piernas en la cama, se inclinó hacia delante y apoyó sus codos en los muslos. Sus cabellos revueltos, su cara ovalada inclinada hacia los pies, jugando con los dedos de sus manos, mirándome a intervalos, estaba divina, angelical. Toda ella desprendía bondad, amor, buenas vibraciones pero a la vez tristeza, desencanto y aquella melancolía que no se apartaba de su bonita cara

-Dime, chiquita ¿Qué te ha hecho la vida para que tengas esa tristeza tan grande plasmada en tu semblante?

Miró a los ojos y los vi empañarse de lágrimas. No lloró. De un manotazo apartó unos lagrimones que le corrían por las mejillas, miró a su lado izquierdo y permaneció callada como un minuto, luego, volviendo a mirarme dijo.

-Llevo sola desde l’sdiez año. He recibío palizas, pescozones y h’servio p’to. Mi madre era buena cuando n’staba droga o borracha, entonces no m’pegaba i íbamos al parque a juga. Mi madre decía que mi padre me negó, q’enunca quiso conocerme y q’eno era hija suya porque había sio puta p’el. Cuando nací mi madre se lo dijo y él l’desprecio y se marcho y l’bandono. No s lee n’scribi y soy puta, como mi madre, desde los trece años. ¡P’que contarle mas! –Y, esta vez, pasó el dorso de su mano sobre aquellas lágrimas que no la dejaban.

Recordé a Matilde tristemente. Ella también quiso que conociera a mi hija y yo me había negado a ello. También es verdad que me apresaron por aquellos meses y no quise tener más sufrimientos que los que me produjeron la detención y los treinta años que me salieron de condena. La vida era cruel y allí juntos, después de un polvo de años, nos encontrábamos dos almas gemelas. Estiré la mano y acaricié aquel rostro joven. Apreté sus mejillas y acaricié su cuello. No la estaba tocando sólo consolando su pena. La chica apretó su bonito rostro contra mi mano cuando esta estaba en su hombro.

-¿Sabes, tú? Naide m’acariciao como lo has hecho. Naide m’a dao un beso de cariño como mi madre. No se lo q’es cariño de casa y no sé si lo sabré ¡Pero yo voy a lucha por salirme d'sto! M’ofrecio otras escaleras p’limpia y, si pudiera meterme de criada en una casa ya no quería mas cosas ¡Te lo juro! Pero ties q’sabe lee y escribí p’lleva las cuentas de la casa de los señores. Eso m’ndicho.

-¿Cómo te llamas, chiquita?

-Tila. Por ahí m’llan Tila, veinte euros. Yo cobro eso y la gente se ríe d’mi. Me llamo igual que mi madre ¿Quieres ver l’foto d’lla? ¡Era guapa, la jodía!

-¡Claro que sí, Tila! Sería un placer conocer a esa buena madre.

Tila, cuando salio de la cama hizo un gesto con la compresa que me recordó mis años de chulo. Las prostitutas, cuando tienen que trasladarse de un lado a otro de la habitación, después de haber tenido relaciones con el cliente, van con la felpa entre las piernas. Me hizo gracia el recuerdo y verla a ella caminar, evitando que mi esperma cayera en su limpio piso. Regresó con un portarretratos y lo extendió para que lo viera mientras volvía a sentarse de la misma forma.

Tila, no se atrevió a poner los ojos en mí cuando estaba mirando la foto de su madre. Al rato, al ver que seguía mirando la fotografía y no decía nada me observó. La niña se asustó al ver la lividez de mi cara y como mi mano temblaba al sostener aquel porta fotos. Sacudió mi brazo y preguntó alarmada.

-¿Qué te pasa, tío? ¿La conocías? ¿No t’gustao mi madre?

Miré a Tila pero no la vi sino en mil imágenes caleidoscópicas por lo mojado que tenía mis ojos. Solté el objeto, tomé las sábanas media caída en el suelo y la coloqué sobre los hombros desnudos de la chica y la cubrí toda.

La cárcel fue un medio de redención de mi persona ante una sociedad a la que hice daño en cantidad. La muerte de Mela fue el castigo por lo que les hice a aquellos dos matones y, ahora, Matilde me hacía pagar el daño tan grande que le había echo, el dolor que sintió al ser rechazada por comunicarme mi paternidad y la negación que hice a una criatura que vino al mundo sin culpa alguna. Matilde se reía de mí desde el más allá contemplándome en la cama con su hija ¡Mi hija! ¡Con nuestra hija! Y dejando que supiera las vicisitudes y penalidades que pasó por mí y la mala vida que le había dado a una niña inocente por rechazarla.

Mosé Cebrián, capellán del presidio, muy amigo mío, me dijo en una ocasión en la biblioteca, que el daño que las personas hacían a otras se pagaba en este mundo con dolor, vergüenza y el mismo trato que se había dado. Había estado de misionero por los países africanos y vio tantas calamidades, miseria, injusticias, violaciones de mujeres y matanzas que dejó de creer en Dios para siempre. Sólo su familia lo mantuvo en la iglesia y le consiguieron el trabajo en aquella prisión.

Sentía un dolor punzante, agudo que no me permitía respirar bien. Mi estómago se revolvió y como pude salté de la cama hacia un lavabo que había en la habitación. Descargué todo lo que tenía en el estómago y me desmayé.

 

Volver a empezar

Desperté acostado en la cama de Tila, abrigado con una mata y un paño caliente en la cabeza. La chica, vestida con un Niké blanco y una falda negra a medio muslo, estaba ordenando la ropa de la maleta, planchando las camisas esparcidas por varias sillas bien dispuestas y un montón de calzoncillos envueltos y apilados sobre la vieja cómoda. Había abierto la maleta, visto la suciedad que en ella guardaba y las había lavado, planchado y ordenado. La cabeza era un hervidero de grillos y notaba que tenía fiebre alta. Sentía frío y me acurruqué mejor entre las sábanas y la manta que me cubría. Percibí que estaba totalmente desnudo y eso me avergonzó.

La verdad es que no sentía remordimientos de haberme acostado con aquella preciosidad de mujer. Era mi hija, de acuerdo, pero no la conocía y por tanto mis escrúpulos no existían. Durante un buen rato la vi moverse, de espalda a mí, por la habitación, planchando y colocando. Cuando cambié de posición giró su cabeza, peinada hacia atrás y con una graciosa cola de caballo, y fijó sus agradables ojos en los míos abiertos y preguntando con la mirada.

-¡Vaya, vaya! El bello d’lcuento s’desperto

-Era una chica, La Bella Durmiente del bosque

-No lo sé. Yo oí algo de un cuento de eso p’reso lo dije ¿Cómo esta?

-Me duele mucho la cabeza, Tila, y tengo fiebre. Veo que te has dado cuenta y la has calmado con paños tibios mojados.

-Lo aprendí cuando atendía a mi madre. No es na

-¿Cuánto tiempo llevo acostado, Tila?

-Dos días, y yo sin salir de aquí. Se ve que l’foto d’ella le gustó y me dejó una plasta en el lavamanos que creí que se tupia to ¡Qué olor dejó aquí, tío!

-Te recompensaré, Tila. Estoy agradecido por cuidarme. Te ruego me dejes hasta mañana que me iré, ahora no estoy en condiciones.

-¿P’que tanta prisa? Se despierta y ya quier’irse ¡Hombres! Mi madre decía que to iguales

-Conocí a tu madre y… y tuvimos una…

-¿Una relación amorosa? Norma, mi madre era puta como yo.

-Una hija

-¡Uste no es mi padre! ¿Entiende? ¡Un padre no se acuesta ni folla a la hija! ¡Mi padre no me taparía mi cuerpo si supiera que la que folló era su hija, uste lo hizo! ¡Mi padre fue malo, uste no! ¡No diga q’es mi padre o lo echo de mi casa, malo y to!

-Cuando me viste acababa de salir de la cárcel. Llevaba dentro más de dieciséis años, chiquita. Te vi y el corazón no me avisó que eras tú, tan solo vi a una preciosa chiquita que se ofrecía a mí por veinte euros casa servicio. Te necesité y… ya sabes el resto.

-Toavía queda un servicio pendiente, tío. Yo cumplo mi palabra y no le robo a nadie. Ahora por dinero, aquí ties un manojo de billetes ¡De alucine, tío! Yo nunca vi tanto dinero junto

No supe que contestar. Dos días a mi lado, cuidándome, lavando y planchando la ropa, ve dinero en abundancia y lo devuelve con una expresión de los jóvenes de hoy -¡De alucine, tío!- No nos dijimos más en una hora. Tila continuó planchando un pantalón que tenía pendiente y desapareció poco después. Al rato vino con una gran bandeja con comida para los dos. Había pedido pizzas y espaguetis. Compró pan, agua y unos dulces para el postre. Mala alimentación, pensé para mí, tendré que poner remedio a esto.

Los alimentos me supieron a gloria bendita. Dos días habían dejado mi estómago plano y, si encima devolví lo que había comido aquel día, entonces estaba claro el hambre que tenía.

-Esta noche procura no darme pataas como anoche ¡Ties un mal dormi! ¿Lo sabías? Dentro de dos horas te dejaré un rato, voy a salir. M’nofrecío dos escaleras más de una comunidad y voy habla con el presi

-Chiquita… Tú y yo estamos solos en la vida. Eres una prostituta y yo un ex presidiario ¿Por qué no dejas que cuide de ti como un padre? Cuando salí me dieron una carta de presentación para un trabajo en la fábrica de electrónica que hay a veinte kilómetros de aquí. Te vienes conmigo y, las únicas escaleras que quisiera que subieras y bajaras fueran la de un colegio para adultos. Tu estudias, yo trabajo, vivimos en una misma casa y nos hacemos compañía, una compañía de tipo filial ¿Qué te parece el plan?

-¿Qué es filial? –Dijo ella mientras engullía golosamente un trozo de pizza que yo había dejado.

-Afecto familiar, como hermanos o hermanas, padres…

-¡Tú no eres mi padre, ya lo dije!

-Bien…

-¡Lo dicho, no eres mi padre! Si eso fuera verda… ¡Mira lo cas'echo! Se saltan las lágrimas solas ¡Soy tonta d’lculo!

-Estamos solos ¿Por qué no?

-¿Tú jarias eso por mí? ¿Y qué te tengo que paga, con el coño? –Seguía ella comiendo a dos carrillos- Toavía te debo el culo. Ahí guardao tengo los veinte euros.

-No me debes nada, chiquita. No te quiero como mujer, eres mi… muy joven para mí. Si vivimos como buenos amigos me conformaría. Tú dejarías la prostitución y yo cumpliría con la sociedad y con una persona fallecida a la que le debo la más grande de las gratitudes

Había acabado con lo que dejé de la comida italiana y con la de ella, se comió los dos grandes trozos de tarta y bebía la Coca-Clola de ella y mía ¡Increíble, ver para creer!

-Vamos a ve –Decía limpiándose la boquita con la servilleta- De amigo na, hombre y mujer. Tu trabaja en esa fábrica, yo estudio, q’eso sta por ve, vivimos en la misma casa, dormimos en la misma cama, follamos como las parejas las veces que queramos y yo me encargo de la casa.

-Si vivimos como familiares tú quieres una mujer con la… ¿eh? ¿Y la vas a mete en casa estando yo? ¡De eso na de na!

En ese momento tocaban a la puerta. Tila abrió la puerta y sentí la voz alterada de un joven claramente.

-¿Donde coño has estado tú estos días? ¿Donde está el dinero que te dieron puteando? ¡Eres una puta zorra ladrona!

-¡Eduardo, espera! L’tengo aquí, jurao…

¡Zas! Un ruido a bofetada sonó y alguien la recibió en su cara. Me imaginaba quien, me levanté tal como estaba y esperé a que el chulo entrara en la habitación. A empujones llevó a Tila a la habitación, gritando insultos, dándole golpes en la espalda y nalgadas cuando entró en la alcoba. La muchacha se guarecía de los golpes y se acercaba a la cómoda. El fulano volvió a levantar la mano contra ella y yo la cogí en el aire.

La sorpresa que se llevó fue mayúscula. Sin saludar ni darme a conocer empleé una llave de judo y lo hice voltear sobre sí mismo dándose su costado un fuerte golpe contra el suelo. No lo miré no tuve compasión de la cara de sufrimiento que debió poner, lo levanté como a un fardo y machaqué su recta nariz luego, le di con el canto de la mano sobre su cuello y calló sin conocimiento en el suelo.

-Mientras yo viva, chiquita, nadie volverá a poner la mano sobre tu bonito cuerpo. De ahora en adelante serás una señorita, vivirás como tal y te comportarás como ellas. Esto es el último episodio de una triste vida que te tocó vivir. El mío, al encontrarte a ti, hace dos días que empezó una nueva etapa. Borrón y cuenta nueva, chiquita.

Tila miraba asombrada al chulo caído y a mí de forma alternativa. No podía creer lo que había visto ni que nadie la defendiera como lo había echo yo. Señalando con la manita preguntó

-¿Está muerto?

-¡No, chiquita, pierde cuidado! Estoy esperando que despierte para que te pida perdón por el mal trato y las ofensas que te ha proferido

-No hace falta, déjalo ya, porfi ¡Uf! Si hubiera sabio l’que l’esperaba aquí… -Y reía alegremente, sin poder contener la risa, Creo, que por primera vez en su vida.

El individuo aquel despertaba y estaba tan atolondrado que no sabía donde estaba ni que parte del cuerpo le dolía. Quiso levantarse y lo ayudé pero le obligue a ponerse de rodillas con un violento gesto de mi mano.

-Ahora, chulito de mierda, le vas a pedir perdón a la señorita, le vas a decir también que la puta zorra y ladrona es tu madre. En fin, ya sabes, portarse como un caballero.

-Esa es tan puta y zorra como tú maricón ¡Hijo puta!

-¡Hombre, pues si ella es tan puta como yo maricón, resulta que ninguno de los dos somos nada de eso! –El revés de mano que le di en la comisura de la boca hizo que el muchacho cayera hacia el lado de la pared y se diera contra ella- ¡Vamos, cabrón, pídele perdón ya!

-Per… perdona Tila. Te juro que me… equivoqué… era a mi madre….

-¡Tabien, tabien, Eduardo! Y tú, como te llames ¡Deja a las madres en paz, caramba!

-Soy Pedro, chiquita, me llamo Pedro y tú has de saberlo por mamá

Tomé al chico por el cuello de la zamarra de cuero y lo arrastré hasta la puerta de la calle. Lo dejé en el borde de las escaleras y la cerré. Cuando entré, Tila estaba delante de mí, en sujetador de licra transparente. Las aureolas sonrosadas eran pequeñas y sus pezones sobresalían de aquellas mamas como un centímetro. Su estómago casi plano subía y bajaba a medida que se acercaba a mí. Quedó pegada totalmente a mi tórax y sus pechos carnosos empezaron a acariciarme lentamente de un lado a otro. Los labios besaban mis hombros subían por mi cuello y buscaban mi boca posándose en ellos con un suave y caluroso beso de mujer. La mano derecha bajó por mi desnudo cuerpo, se apoderó de mi pene y lo cogió con toda la mano y lo apretó. La otra mano se enroscó en mi cuello y los labios femeninos se pegaron con más intensidad, abriendo la boca, sacando la lengua e invitándome a que la abriera también. Nuestras lenguas se juntaron y se buscaron con gran afán. Mi pene estaba creciendo peligrosamente y Tila lo masturbaba suavemente y con el dedo índice en la punta del prepucio estimulándola, haciendo que ésta empezara a mojarse.

La tomé por la cintura y apreté mi boca contra la de ella con mucha fuerza. Tomé su pecho izquierdo y lo estrujé, lo acaricié y tantee todo su contorno. Pellizqué su pezón y lo redondee apretando con algo de intensidad aquel botón que se electrizaba con las caricias." Esta vez –dije para mí- quiero que goce conmigo" y bajé hacia las nalgas, levanté la minifalda y apreté aquel culo que se mostraba al tacto desnudo pero llevaba tanga. Apreté aquellas nalgas y metí la mano izquierda por las entrepiernas que se abrieron para dejar paso hacia la vulva que me esperaba palpitante. Las caricias eran a cada momento más frenéticas. Nos buscábamos el uno al otro avariciosamente y no terminábamos nunca de conocernos.

Tila se separó muy poco de mí, se quitó la falda y el tango, llevó las manos hacia atrás y desabrochó el sostén invitándome para que se lo quitara. La puse de espalda a mí y me apoderé de aquellas soberbias tetas ya engrandecidas por el clímax del momento. Las apreté, jugué con los pezones, los pellizqué y los estiré con cuidado. Ella se movía y gemía como una gata en celo y ofrecía los glúteos para que restregara mi pene en ellos. La muchacha misma lo introdujo entre ellos y acarició los bajos con el prepucio. Pasó la polla por la vulva y el ano una y otra vez, luego, quitando la mano de la polla la dejó mantenida entre aquellas nalgas suficientemente macizas como para ocultar parte del pene.

Doblo la cabeza y entregó nuevamente sus labios para que hiciera de ellos lo que quisiera. Los besos húmedos se multiplicaban y nuestras bocas aparecían mojadas de nuestras salivas. Tila se agachó en un ángulo de 140º, abrió las piernas y se ofreció para que la poseyera por donde mejor quisiera. La tomé por las caderas que apreté, con la derecha enfilé hacia el himen que se veía la entrada mojada, destilando jugos, cuadré la punta de la polla y empujé para meterla un poco. Tomé las dos caderas con las manos y di un fuerte empujó que entró en su totalidad.

Tila, con las manos apoyadas contra el suelo, al sentirse poseída comenzó los movimientos de pelvis como si fuera un ejercicio gimnástico. Se movía de adelante hacia mis caderas graciosamente e iba aumentando el ritmo a medida que ella misma le acuciaba el deseo de sentirse penetrada hasta lo más profundo. Yo sólo tenía que mantenerla, apretarla, dar palmadas en aquel culo bien plantado y agacharme de vez en cuando para atender debidamente aquellos pechos que se movían escandalosamente al compás de sus movimientos, cosa que ella agradecía con grandes suspiros y gemidos.

Ella tuvo su primer orgasmo cuando tomé el relevo y la penetraba con más brío, queriendo traspasar su cerviz y llegar a lo más hondo de su ser. Ambos estábamos agotado en aquella posición pero no nos movíamos. Los envites míos se prolongaron y aquella vagina era flagelada por mi miembro ya de forma feroz, violenta, bárbara. Iba a correrme con desenfreno y, gritando el apelativo cariñoso que le daba de "chiquita" me erguí, quedé tenso y parado ante la meseta del placer y sentí cómo la leche corría a velocidad impresionante por el conducto de la uretra hasta derramarse estrepitosamente dentro de la vagina. Tila, al sentir que me enervaba y paraba continuó el ritmo de los movimientos y eso me ayudó a llenarla hasta que mis sentidos perdieron la razón y perdí el equilibrio cayendo sobre la espalda de la muchacha que me mantuvo estoicamente. Al terminar mis piernas flaquearon y el cuerpo femenino mantuvo mi hombría en alto y yo lo agradecí besando la espalda mujada por el sudor de los momentos vividos, acariciando los pechos y revolviendo la cabellera que le tapaba su agraciada cara.

Tila se levantó con suavidad a la vez que cargaba con mi peso. Se abrazó a mi cintura apretando sus redondos y calientes pechos contra mí, buscó nuevamente los labios, los besó repetidamente mientras hablaba pegados a ellos.

-¿Tabía quieres vivir de esa forma rara que dijiste conmigo? ¿Piensas busca otra mujer que te d’tanto como pienso darte yo? ¿No te gustaría veni d’ltrabajo y cogerme contra el muro de la cocina y dejarme el coño como ahora, un nido de hormigas? Además, acabo de da mi boca a mi hombre, a’lombre que mi madre decía que encontraría ¿Tú cree q’estaba equivocaa?

-¡Chiquita, chiquita! ¡Qué Dios me perdone pero me parece que no podré ya renunciar a la maravilla de este joven cuerpo! ¡Sea como tú quieres, Tila!

-Llámame Chiquita siempre, porfi. La primera vez que lo dijiste me gustó tanto que no canso d’escucharlo

-¡Chiquita, Chiquita, Chiquita! ¡Condéname para la eternidad y haz que pague el daño que hice a dos grande mujeres en mi vida!