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Un secreto a voces

en Amor filial

UN SECRETO A VOCES

Marta

¡Hola, amigas y amigos! Me llamo Carlos Uroa Santamaría, soy un chico de 21 años, estudio ingeniería de Telecomunicación y estoy en 2º años, aunque podía haber estado en 3º actualmente. Mi padre murió hace dos años y, unas circunstancias que no vienen al caso, me apartaron un año de la Universidad, ponerme a trabajar y cuidad de una madre que se desmoronó con la muerte de su marido y se hundió con ese problema que no menciono. Ese año fue muy duro, me puse a trabajar y ganar dinero para mantenernos, cuidaba de la depresión de mi madre que la tenía encamada día y noche, arreglaba el desasosiego que se presentó con la muerte de mi padre y llegaba a casa rendido, agotado, descorazonado, a veces, si se denegaba algún documento y, al encontrarme a Marta, mi madre, durmiendo, desordenada y sucia la casa, sin nada que comer y sin la ayuda moral que tanto necesitaba, la verdad, amigos, que lloraba con una amargura y rabia tan grande que muchas veces maldije mirando al cielo y acordándome del Hacedor con toda mi alma, créanlo.

Pero después de aquellos arrebatos me calmaba, descansaba un buen rato y me ponía a ordenar aquel desbarajuste doméstico. Aprendí a hacer una limpieza rápida todos los días y una buena los sábados en la que dejaba el hogar como la patena, pero sobre todo a cuidar de Marta todos los días de ese año y fue ahí donde tomé conciencia de lo que es un cuerpo femenino, de desnudarlo y luchar por el cuidado personal de ella, de saber que su regla le venía cada 28 días y que la obligaba, con malos modos y palabras groseras en ocasiones, a mimar ese aspecto tan íntimo de la mujer que tanto cuida con elogios hacia su juventud, 35 años en aquella época.

Marta tuvo tal depresión que se abandonó de una forma que de no ser por mí ella hubiera muerto en un plazo de un mes o dos. Vomitaba, defecaba o se orinaba en la cama y dormía con ellos, con estas descripciones que hago de ella les dejo enterado del estado de mi madre y como se encontraba. Mi madre estaba muy mimada por mi padre y aquella desgracia la cogió débil. No tuve más remedio que dar cuenta de ella a la Seguridad Social, que estudiara su estado y la ingresara en el hospital porque yo no podía con todo. Hice bien porque poco a poco, con los medicamentos, el tratamiento psicológico y otras terapias, Marta fue tomando conciencia de la realidad, a cuidarse de sí misma, a dar paseo por el parque de la residencia, a recibirme y charlar conmigo pero nunca me preguntaba por nuestros problemas ni por mi padre. Todos sabemos como es la Seguridad Social hospitalaria, tan pronto el enfermo se puede valer mínimamente y ya le está dando el alta y ella volvió a casa una mañana en que me encontraba trabajando.

Marta fue tomando conciencia de la realidad y se ocupó poco a poco del hogar, comenzó su labor en la cocina y, en principio, la comida era sencilla y después fue haciendo aquellos alimentos que tanto nos gustaban a su marido y a mí. Lavaba para la casa, sin embargo, ella se descuidaba mucho y yo tenía que estar encima. Mi preocupación por su persona obligándola a cuidarse y que estuviera siempre visible y bien dispuesta ante nuestra sociedad me hizo verla de forma distinta, una mujer que antes de su enfermedad era atractiva sin ser bella, elegante. Tenía un cuerpo bien cuidado, unos pechos grandes, cintura mas bien estrecha y unas caderas anchas y redondas muy apetecibles. Ahora era una sombra, sin ser espantajo parecía una sombi, demacrada y muchas veces malolientes. Y yo la curé a base de constancia, de insultarla, de imponerme, de desnudarla sin contemplación y bañarla con mis manos, de cuidar su menstruación, de vestirla... a mi gusto con ropa interior y de mimarla cuando se daba cuenta de su depresión y tenía aquellos accesos de uno o dos horas de lloros. Marta y yo tuvimos una intimidad que, sin llegar jamás a tocarla ni tener contacto carnal con ella, mis cuidados fueron tan intensos que otros hijos y muchos maridos no han tenido con sus madres y esposas. Poco a poco Marta fue recuperándose y valiéndose por sí misma, ganándose mi confianza, mejorando nuevamente su figura y recuperando aquella belleza serena que tuvo. Yo me alegraba del cambio a mejor pero me producía tristeza no poder verla nuevamente a mi merced, al cuidado de su cuerpo. Ella había cambiado mis sentimientos filiales en sentimientos de un hombre hacia una mujer, en unos deseos incestuosos hacia su persona, antes, cuando era un espejismo, y ahora que volvía a renacer.

Todo esto duró un año aproximadamente. Pude volver a la Universidad, seguir trabajando, desligarme de las obligaciones del hogar y de la depresión materna. Marta tuvo tal mejoría que un día me dijo que iba a volver al colegio e impartir las clases que dejó tras la muerte de su marido y la enfermedad. Le dieron el alta y se incorporó a las aulas y a la disciplina de la educación de aquellos jovencitos. Nuestra economía fue progresando, las necesidades desapareciendo, mis amistades alegrándose de verme y presentándome los nuevos miembros habidos en aquel año y mi madre incorporándose a la sociedad y a su círculo de amistades. Todo iba bien.

Hace seis meses regresaba a casa y encontré a la policía en ella. Marta estaba junto a un agente dando datos. Por lo que me explicó, cuando se levantó encontró la ventana del comedor abierta, roto un cristal que daba acceso al pestillo de apertura y habían robado el televisor, la cadena musical que me regaló por mi cumpleaños y una cubertería de plata de ley, de mucho valor, regalo de su madre cuando se casó. Marta se había levantado cuando el ladrón aún permanecía en casa y, estando ella evaluando lo que se había sustraído para hacer la llamada policial fue atacada por la espalda, por un hombre con antifaz.

-No diga ni haga nada durante un rato, señora. Me voy y no le haré daño ¿Vale?. Me gusta mucho usted y la deseo. No se extrañe que la visite una noche de estas –Le había dicho mientras la palpaba toda

Ella estaba bastante asustada pero no aterrorizada. Por lo que dijo a la policía y a mí, el hombre era un joven por la voz, los brazos fuertes y agilidad para saltar por la ventana y escaparse en un coche, que dedujo por el ruido del motor al arrancar precipitadamente. Marta me dijo, sólo a mí, que la voz se parecía a la mía y que creyó, en un principio, que le estaba gastando una broma, lo desechó porque yo solía salir a las siete y media, era más serio en mis cosas, mi voz algo más fina, más de barítono y la del ladrón tirando a tenor. Le dio, en principio, el pego y por lo mismo no dijo nada a la policía.

Durante todo el día estuvo nerviosa. Yo temía lo peor pero no, su conducta era normal, sólo el susto la mantenía temblorosa y con algunos sobresaltos. El verme toda la tarde con ella la fue calmando. Por la noche, estuvimos viendo una película en la televisión y yo no terminé de verla, me levantaba muy temprano y el echo de pasar más allá de las once me causaba dormirme en clase. Di las buenas noches y fui al dormitorio. Sería las dos de la madrugada cuando me desperté con ganas de orinar. Fui al baño que estaba frente a la alcoba de mis padres y vi la puerta medio entornada, como siempre. Cuando salí sentí curiosidad por verla, la abrí y ojeé toda la habitación hasta llegar a la cama matrimonial. Aquella oscuridad, todo apagado, estaba iluminada por una luna llena que invadía de claridad la alcoba. Marta se encontraba durmiendo frente a mí destapada, con la combinación levantada y viéndose unas bragas de color indeterminado, una pierna estirada y la otra encogida y un pecho fuera de la copa de aquella combinación semitransparente.

Me acerqué despacio, sin hacer ruido, estaba descalzo y la contemplé a placer desde mi altura. Aquella pierna que me pareció perfecta, muslos carnosos, pantorrilla bien definida. Fijé mis ojos en la vagina, no se podía apreciar debajo de aquel triángulo de unas bragas de cintura baja y que tapaba poco, posiblemente un tanga, no se podía apreciar porque la prenda que la cubría toda tapaba aquellos glúteos que se divisaban anchos, redondos y duros, de eso daba yo fe porque los bañé muchas veces. Su pecho suelto es grande, orondo y tiene una aureola que rodea al pezón también grande y el botón del centro es alto, redondo y plano en la cabeza, un pezón cilíndrico para comérselo. Su pelo revuelto, expandido por toda la almohada, caoba claro dejaba descubierta una cara algo ovalada, ojos no muy grandes, nariz recta y ancha en el puente, de ahí la separación de esos ojos, pero lo más relevante de su rostro es su sensual boca de labios gordezuelos, rojos, unos dientes blancos, parejos y una sonrisa preciosa y cantarina. No es una belleza es una mujer atractiva y llamativa por su pecho espléndido y unas caderas apetecibles.

Cuando me percaté de la observación vi que mi pene estaba totalmente erecto y mojado No pude remediar posar mis dedos por su pecho desnudo, su estómago y rozar aquellos labios vaginales bien determinados. Sentí pudor por ella y vergüenza por mí y fui hacia la salida. Miré para atrás cuando salía y creí percibir sus ojos de mujer abiertos, mirándome y una sonrisa pícara y de complacencia que le afloraba.

Aquel día lo pasé excitado, con la imagen de Marta presente en todo momento, con aquel cuerpo de mujer sano y bonito en una actitud desenfadada, sin vergüenza, presentando aquella semidesnudes sin atisbo de pudor, alegre, bella, dormida. Llegué a casa y me costaba mirarla a la cara. Sentía aquella vergüenza del mirón cogido in fraganti, descubierto en el acto. Marta era mi madre, yo tenía pudor y una animadversión a los pensamientos incestuosos. Marta, en cambio, hablaba normalmente, servía con naturalidad y contaba cosas de su trabajo. No demostró en ningún momento que se había percatado de mi presencia, que vio mi erección y como la contemplaba y tocaba con emoción.

A media tarde salí con mis amigos y volví sobre las nueve y media. Marta había cenado y se encontraba corrigiendo ejercicios. Saludó, dio un beso volado y comentó que la cena estaba preparada. A las once, como siempre, me despedí de ella y marché a dormir. Cuando salía del salón encontré algo negro caído y escorado sobre el aparador, me agaché y vi que era un antifaz negro, una máscara ancha que cubría toda la nariz, la frente y algo del pelo. La quedé mirándola un rato, me volví hacia Marta para enseñarle en hallazgo y ella estaba, en esos momentos, riendo alegremente con las escenas de una película de Wudy Alen. Quedé con el brazo en alto, el antifaz entre los dedos y mirándola sin atreverme a molestar aquella divina risa que tanto le hacía falta. Marché a la habitación sin decir nada. Mañana sería otro día y lo enseñaría.

 

El ladrón

Ya en mi cuarto, puse la máscara en la mesilla de noche y empecé a preparar la ropa que iba a ponerme al día siguiente. Realizando esta tarea no hacía más que mirar aquella prenda de cara y pensar que podía visitar a Marta, vestido de negro, con la máscara y hacerla mía. Puse el reloj a las dos de la madrugada, lo coloqué debajo de la almohada, me acosté y quedé profundo. El tic-tic, tic-tic, tic-tic del reloj me despertó, salí de la cama, miré en el ropero y saqué un pantalón negro y una pelliza del mismo color, me coloqué el antifaz, arregló el pelo y me encontré bien. Salí hacia la alcoba de ella.

La puerta estaba entornada, la abrí y miré hacia adentro. No existía aquella luz de luna llena del día anterior pero se veía bien. Marta estaba en tanga y sujetador, de espalda a mí. Las piernas medio encogidas y el brazo izquierdo descansaba a lo largo de su cuerpo sinuoso apoyado en unos glúteos desnudos: el tanga era de hilo dental. Llegué a la cama, la bordee hasta su lado viéndola de frente. Estaba radiante, un sujetador de copas baja dejaba aquel esplendoroso pecho casi totalmente descubierto. Las rosetas moradas de los pezones se veían y aquellos cilindros anchos estaban a la vista. Su estómago casi plano terminaba en un naciente campo de Venus que aquel tanguita no lograba tapar debido a los labios carnosos de su sexo abultado. ¡Dios, qué preciosa! –dije in mente

No me contuve y tapándole la boca la volví boca a bajo atacándola por la espalda. Marta se despertó sobresaltada y quiso gritar al tiempo que quería mirarme y no la dejé del todo, tan solo me veía de reojo y, con aquella oscuridad mi personalidad quedaba cubierta. Eso pensaba yo.

-Señora –Dije en voz baja imitando lo más posible una voz de tener- No grite ni se revuelva porque puede ser peligroso para usted. Me gusta mucho, señora, he venido porque la deseo desde el otro día. Shssss –Siseé en su iodo- Colabore, por favor. Sé que hay un hombre durmiendo en otra habitación.

Marta hizo movimientos de quererse soltar de las manos que la tenían atenazada la boca y los brazos. Sus movimientos eran seguros, rápidos y con fuerza. Yo la tenía bien sujeta y, cuando ella se calmó, seguramente esperando un movimiento falso mío. Sin soltar sus brazos me coloqué sobre sus nalgas al aire y sentí aquellas carnes turgentes. Rodé un poco hacia abajo, lo suficiente para dejar delante de mí aquellos glúteos. Con las rodillas aprisioné los brazos y manos, luego coloqué mi pene totalmente elevado en la entrada de aquel hermoso culo, di un tirón seco al cordón que se introducía en él y lo rompí, hice una pequeña presión y mi polla quedó trabada entre las nalgas, cerca de la vulva

-¡Qué pretende usted, ladrón! ¡Ha robado en mi casa y ahora quiere violarme! ¿No ha hecho ya demasiado daño a los demás?

Mis manos libres comenzaron a acariciarla desde la cara que tenía mirando a la ventana, el pelo alborotado, el cuello, las orejas calentitas y a siluetear aquellos labios carnosos de su boca. Con los dedos bajé por el cuello y lo toqué con suavidad, gozando de aquella piel, de su calor y el suave sudor que emanaba. No contestaba a sus palabras. Seguí así, con los dedos rozando su piel y con la otra mano su desnuda espalda. Mi pene iba hundiéndose y saliéndose a medida que me movía. Mi mano izquierda abarcó el costado pecho izquierdo de Marta y lo estrujé con suavidad, sintiendo aquella tersura mórbida de una teta de mujer. Vi que ella cerraba los ojos ante aquella caricia. No decía nada. Su boca estaba crispada. Ahora me apoderaba del costado de la otra teta y la acariciaba con más devoción. Estaba más entera, más grande por el aplastamiento, más asequible. La estrujé, la amasé, la acaricié en todo su contorno con un deseo tan grande que ella, al sentirme tan temperamental en las caricias, gimió ante aquel contacto.

-Bien, señor ladrón, veo que está determinado a violarme, a aprovecharse de una pobre mujer a la que no le da derecho a la defensa ni a la opción de elegir el hombre con quien quiere acostarse. ¿Por qué no piensa en mi hijo? Si él lo viera encima de mí, acariciándome las tetas y la espalda, metiéndome ese pene grande que tiene en el culo virgen que tengo, besándome de esta...

-¡No la estoy besando todavía, señora!

-¡¡Pues que hace que no empieza ya mientras me soba, idiota!!

Quedé atónito ante aquella respuesta rápida de Marta. Ella siempre tuvo fluidez en las contestaciones. Yo la admiraba por ello.

-¡Señora! ¿De verdad desea que yo la... –Me inclinaba hacia su iodo, mientras mi pene volvía a clavarse en ella, para hablarla

-¡A qué ha venido sino! Haga su trabajo y bien ¿No robó limpiamente? Vióleme a su placer, señor, pero con el conocimiento de que tiene a una mujer en sus brazos a la que hay que hacer gozar ¿O todavía es usted novato, señor ladrón?

-¡¡Señora!! –Contesté con mi propia voz en alto- ¡¡He tenido otras mujeres!! ¡¡Usted no es la primera!!

-¡Shsssssss! Cállese, por favor, mi hijo puede despertarse y lo mataría si lo ve en la cama con su madre. Es muy celoso –Y aquí alzó la voz.

-Señora ¿Eso quiere decir que me permite poseerla sin que se resista?

Marta afirmó con la cabeza, callada, en la posición que la puse cuando la inmovilicé, seria y firme en su decisión.

-Si es así, siento decirlo que no voy a permitir que me descubra en momentos amorosos. Voy a taparle los ojos, mujer, de esa manera me encontraré más tranquilo ¿Estamos? –Comenté ya de nuevo en mi personaje de ladrón.

Marta no respondió, quedó quieta, con la boca cerrada, en su postura humillante, clavada por mi enorme falo en sus glúteos. Sus ojos, siempre expresivos, estaban cerrados. Poco a poco fui atenuando mis rodillas y dejando en libertad aquellos brazos redondos y queridos. Aflojé y aparté las rodillas y quedé un momento quieto, esperando una reacción. Nada, Marta seguía en su sitio en espera de una respuesta.

Busqué en aquella semioscuridad algo para tapar los ojos y hallé un pañuelo grande blanco, de ceda fina que ella había comprado aquella tarde para ponerlo con un vestido precioso que iría a lucir en la boda de una compañera. Me incliné hacia la derecha mía y tomé aquella prenda, la doblé en varios dobladillos, le indiqué con la mano que levantara su cabeza y ella, sumisa, lo hizo. Até el pañuelo a la altura de sus ojos y quedó tapando la frente, los ojos y la nariz, dejando solamente aquella boca que iba a comérmela de inmediato.

Me levanté. Marta quedó en su posición y dije

-Levantese ahora, señora. Me gustaría besarla y acariciarla de pie. Cuidado con lo que hace. Estoy prevenido.

Se levantó tranquilamente y, una vez en pie, dejó ver aquel cuerpo curvilíneo, con los pechos casi afuera dejando ver toda su grandeza. El tanga estaba roto y el triángulo quedaba suelto, ya no señalaba aquellos labios gloriosos y el cordón que rompí se veía entre sus turgentes muslos. No las tenía todas conmigo, me agaché sigilosamente y, tomando aquel cordón roto, dejando que ella se diera cuenta de mis intenciones lo subí y dejé al descubierto aquella vagina que tanto conocía pero que no había sido mía hasta ahora. Marta se dejó hacer y, de pie, estática, con los brazos a lo largo de su cuerpo permitió que yo contemplara su sexo. No hizo movimiento de defenderse, me di cuenta que se había entregado por completo en aquel juego.

Ya de pie, pegando mi pecho al de ella la atraje hacia mí, puse una mano en la espalda y otra en la nalga izquierda y la besé suavemente, saboreando aquellos gordezuelos labios que me sabían a miel. El beso fue intenso, largo, con movimiento, buscando siempre besar toda su boca, saborearla, dejar huellas en ella de mis habilidades amatorias. Me separé y la miré. Estaba con la cabeza subida, como mirándome, esperando más. Vi que su boca se abría y rápidamente incrusté la mía y metí la lengua. ¡Dios!, Me encontré la de ella a medio camino y nos enlazamos en un desordenado deseo de mezclar nuestras salivas, de saborearnos, de saber más el uno del otro así. Yo empujé su lengua con mi lengua y me hice dueño del hueco de su boca. Allí lamí toda aquella oquedad: el cielo del paladar, los dientes, la misma lengua. Cerraba mis labios en torno a los de ellas y nuestras salivas salían de las bocas a borbotones. Nos separábamos y nos relamíamos con aquellos jugos salivares. Mis manos se habían apoderado de aquel culo de forma salvaje. Estaban crispadas en aquellas carnes prietas, aferradas, haciendo daño y mi pene chocaba con la vagina de ella desesperado por besarla también. En un acto reflejo, mi mano derecha palmeó fuertemente aquel glúteo un par o tres de veces para volverse a crispar en el dolorido cachete.

-¡Más, mas, pega más! –Pidió Marta con voz trémula y delirante, y ella misma se apoderaba de mi boca como una posesa.

Mi otra mano palmeó varias veces la otra nalga y entonces pegó su pubis totalmente contra mi pene y comenzó a restregarse desaforadamente.

-Espere, señora, espere. Déjeme desnudarme, porfa.

No hacía caso y de pronto ella misma me separó de sí y comenzó a quitarme la pelliza, tirándola a un lado, desabrocharme la bragueta y dejar caer los pantalones. Con la misma precipitación tomó mi pene en total levantamiento y masajeó nerviosamente el falo y los escrotos.

Marta tomaba con gran pasión mi glande con toda la mano. Lo acariciaba de arriba a bajo sin moverlo, tan solo sentirlo. Como tenía los ojos tapados, las ansias de verlo era imposible, no la dejaba, de manera que lo acariciaba con los labios, las mejillas y otras veces con su boca. No lo succionaba, lamía con la lengua los jugos que salían y los degustaba. Besaba una y otra vez el glandes, los escrotos y el prepucio a la vez que volvía a chupar mis líquidos. Era impresionante verla desesperada, ansiosa por ver y sentir mejor el pene que tenía entre sus manos. Me di cuenta que quería destaparse un ojo para observarlo. Con gran rapidez lo evité, la aparté de mí, la puse en pie casi en volandas, me senté y sin miramientos la tumbé sobre mis muslos. Coloqué a Marta de forma que la vagina tocaba mi rodilla. Azoté aquellas caderas anchas, redondas y desnudas. Le di como cinco tortas bien sonoras en cada cachete. A cada golpe, el sexo de ella se incrustaba en la rodilla y eso la excitaba palmada a palmada.

La puse de pie nuevamente y estruje los glúteos doloridos. La boca estaba abierta y la besé con rabia, haciéndole daño con la fuerza como imprimé la caricia.

-¡Perdón, señor ladrón, perdón! Le prometo que no volverá a pasar. Corríjame como ahora si vuelvo a desobedecerle. Llevo algunos años sin hombre y estoy desesperada. Ahora ha venido usted y no me controlo. Perdone.

-Señora, la confianza suya me ha de ser constatada en todo momento. No perdono infracciones a mi persona. Usted es la sometida, la subyugada, la mujer sumisa que está para mis necesidades, mis placeres. Chúpela, si le apetece y no venga con remilgos, pero no se le ocurra quitarse el pañuelo sin mi permiso. Será castigada con violencia ¿Estamos? –Todo esto lo decía sin sentirlo, dando énfasis al juego y proyectando una imagen de amante dominador y duro.

-Señor ladrón, usted es mi dueño y señor cuando esté entre sus brazos, inclusive cuando lo espere las próximas veces. Sus órdenes serán mi razón de ser y mi horizonte desde ahora mismo, si me lo pide ¿Puedo seguir, señor ladrón?

Se arrodilló nuevamente y esta vez, sí, esta vez colocó el pene dentro de su boca y lo aprisionó con los labios. Se notaba que no había chupado un pene en su vida. Tan sólo pasaba la lengua por el cilindro uy, sobre todo, por el prepucio que estaba en todo momento destilando esperma. Una amiga mía, especialista en mamar pollas, nos hacía tales mamadas a aquello chicos con paquetes bien definidos en los pantalones americanos que nos quedábamos secos de leche. Esperé un momento para saber si se animaba y su instinto personal le decía que estaba equivocándose al hacerlo asó. Nada, ella seguía aprisionando el falo con la boca y la lengua.

-Señora –Dije- No es así. Mire...

-Me llamo Marta, señor ladrón. Por favor, llámeme así y de tú, me entrego a usted totalmente. Soy su sierva, su amante, la zorrita, la putita, como guste.

-Señora, dejaremos las cosas tal cual. Ni es mi zorrita, ni mi putita, ni mi sierva. Es una mujer con necesidades y tan buena como la que más. Deje de pensar así. Póngase por mi lado derecho para enseñarle a mamar una polla. También quiero gozar de su culo y vagina mientras hace la felación.

Marta dejó el pene y caminó de rodilla hacia el lado que le indiqué. Se puso sobre mis muslos, dejando sus pechos libre para las caricias y la cabeza muy cerca de mi polla, en espera de mis indicaciones. Sus caderas estaban dispuestas y, con la mano, indiqué que las abriera para tocarle su vagina.

-Bien, señora, usted no tiene que apretar el pene con los labios. Hay que dejarlo libre, pase la lengua por el contorno y el prepucio. Saque e introduzca mi falo en su boca de forma que no le dé arcadas. Succiónelo por los lados, los escrotos y vuelva a meterla en la boca. Segregue saliva para una mejor penetración bucal y verá como saca partido a una acción que a muchas mujeres gustan. Yo, entretanto, masturbaré sus labios vaginales y el clítoris. Nos daremos gusto los dos.

Marta comenzó hacer lo que le indiqué. La verdad que al rato lo estaba haciendo tan bien que mi bolsa seminal comenzó a hincharse y segregar líquido preseminal que inundaba su espacio bucal. Yo, con la mano derecha tocaba aquellas nalgas sedosas y carnosas. Si recto estaba siendo acariciado por mis dedos y pasé a los labios vaginales que apreté con fruición unas cuantas veces. Mis dedos índice y pulgar se introdujeron en la unión de esos labios en busca del clítoris. Lo encontré muy mojado, lo apreté y lo masajeé. Marta soltó de repente mi polla de su boca, tuvo una reacción hacia atrás como consecuencia del impacto masturbador de ese botón y un grito agudo pero suficiente para oírlo yo, desgarrador y luego de excitación. Con la voz entrecortada soltó un "Ahhhhhhhh" largo y mi mano se llenó de repente de sus flujos. Eran abundantes y corrió por mis manos, sus muslos y hasta el suelo. Había tenido un tremendo orgasmo que la dejó sin aliento, apoyada en mi muslo derecho. Yo acariciaba la vulva y extendía aquellos líquidos por entre sus muslos. Aquella vulva estaba hinchada por efecto del estremecimiento que le produjo el placer de haberse corrido y la masturbación. Al rato, con gran rapidez volvió a tomar como si fuera una droga mi pene. Lo tomó con las dos manos y dijo.

-¡Perdone, señor ladrón! He descuidado sus necesidades. No sospechaba que fueras Carl..., eh..., fuera usted tan versado en dar placer a la mujer ¿Y yo? ¿No le da placer mi boca o le da asco?

-¡Señora! ¡No diga tonterías! Usted es una mujer limpia y muy guapa. ¡Siga, es una orden!

Introdujo rápidamente el falo en su boca y comenzó a succionar con una pasión inaudita y desmesurada. Yo, con su orgasmo estaba casi fuera de mí y a punto. Aquella felación la estaba haciendo ella con fuerza, apretando el pene entre su lengua y el cielo del paladar. Lo sacaba de la boca y lo comía literalmente hasta llegar a los escrotos y besarlo y acariciarlo con la mejilla como si fuera la primera vez. Sentí que me corría ya, la emoción casi me delata al querer que ella la introdujera en la boca diciéndole "¡Marta, ya!". Cada vez que hablaba tenía que pensar como el ladrón que se suponía era yo, crear su voz y sus actitudes despóticas. Así que, cuando sentí que mi esperma corría a gran velocidad por mi uretra casi grité con mi propia voz

-¡¡Martaaaaaa, laaa bocaaaaaaa!! ¡¡Yaaaaa!!

Casi no tuvo tiempo de introducirla toda cuando mi leche salió a raudales, con tal fuerza que ella no supo que hacer y de la boca salían borbotones que corrían por los lados y caían sobre mis piernas y suelo. Marta comenzó a tragar deprisa, a toser, a respirar por la nariz porque se ahogaba si lo hacía por la boca ocupada. Fue una fabulosa corrida, una maravillosa corrida, de las mejores que yo recordaba sino la mejor. Marta logró controlar la eyaculación dejando que le saliera y tragando todo aquello que aun le quedaba en ella. Como si tuviera experiencia, cuando terminé de expulsar todo empezó a limpiarlo como Dios le dio a entender pero que le estaba saliendo estupendamente. Lamió la polla con tantas ganas, con un gusto exquisito, con deseo que hizo que me acercara a su cabellera y le diera un largo y sonoro beso. Alzó la cara tapada una vez terminada su misión y sonrió agradablemente. De las comisuras y de los labios babeaba semen y la lengua salía por los lados aprovechando toda aquella lefa que estaba adherida a la boca.

-Señor ladrón. Es la primera vez que hago esto y que pruebo el semen de un hombre. Mi marido me lo pidió algunas veces pero me negué. También quería sodomizarme y le dije que no. Hay cambio de parecer en mis ideas y me someto a sus deseos, señor ladrón ¡Qué rica leche tiene el hombre! ¡Lo que me he perdido todos estos años atrás! En fin, nunca es tarde ¿No cree mi dueño y señor?

Con delicadeza la tomé por las axilas y la levanté, la tomé en brazos y la deposité en el centro de la cama. Enderecé el cuerpo y quedé contemplando aquella mujer de bonito cuerpo, lleno de curvas carnosas, con unos pechos de ensueño y una vagina ardiente que me esperaba. Marta sabía que la estaba mirando con admiración. Me dedicó una sonrisa limpia, amorosa, descarada y sin restos de semen ya.

-¿Va a subirse encima de esta jaca, señor ladrón? Está ya dispuesta y otra vez caliente para cuando le apetezca.

Mi mano acarició con ternura aquellos ojos tapados por el pañuelo de seda. Los dedos se deslizaron lentamente de un lado a otro: la frente, el pelo, suave, brillante, ligero. Atusé aquellos cabellos una y otra vez, los introducían en ellos, rascaba despacio el cráneo y seguía acariciando. Pasé a la cara e, introduciendo la mano un poco en su pañuelo la pasé la mejilla, caliente por la excitación del momento antes. Piel suave, sedosa, las yemas de mis dedos pasaron por toda aquella zona y paró en la comisura de la boca. Allí delineé el contorno de los labios que estaban haciendo morritos para besarme la mano. Con cuidado cogí aquella cabeza, la levanté y pasé mi brazo izquierdo por debajo de ésta, luego hice sentir mi presencia muy cerca de ella y continué con las caricias en la boca. Inclinándome besé unas cien veces aquellos labios con delicia. Sabían a mis jugos. Ella correspondía a aquellos besos y levantaba su cabecita para que la acariciara más fuertemente, quería sentirse mujer de un hombre, dominada en sus brazos. Su mano derecha había tomado con gran pasión mi pene y se dedicaba a masajearlo, pasar el dedo índice por el prepucio y sentir aquella humedad constante. También tanteaba los escrotos. Seguí hacia abajo y pasé al cuello. Lo toqué y todo lo hice con besos silenciosos. Pasé a sus pechos a través del canalillo. Los toqué uno a uno, me incliné y comencé a mamarlos alternativamente. Los cogía por debajo y los levantaba para succionarlos cómodamente. Los mordía con los dientes sin daño y pasaba la lengua por los pezones. Marta esta henchida de placer. Su torso se levantaba a cada chupetón y mordidas y hacía un movimiento de penetrarlos más en mi boca. Gemía en voz alta y acariciaba mi cabeza, alaba los pelos y pasaba la mano por mi cara y tocaba de forma insistente el antifaz.

-¡Señor ladrón, por favor! Necesito ver como me chupa mis tetas. Verle ahora y recordarle cuando era un bebé que me las mamaba como un gran glotón ¡Dios mío, es usted un maestro!. Mi querido dueño, castígueme estas tetas con rabia, quiero saber si el dolor me da aún más desenfreno del que estoy sintiendo y recibiendo. –Los gemidos aumentaban a medida que su emoción y pasión eran mayores.

Dejé de chupar aquellos pechos y comencé a dar palmadas a los lados y por los bajos de éstos. No quedé ahí, siguiendo la técnica del dominador, tomé los pezones y los pellizqué con fuerza, si quería dolor yo se lo proporcionaría. Eran fuertes y ella se revolvía en la cama levantando el tórax, las piernas y gimiendo constantemente. Parecía una fiera posesa que estaba a punto de saltar sobre la víctima.

-¡Me corro, señor ladrón, me corroooooo! –Y su cuerpo se contorsionaba al ritmo de aquel increíble orgasmo que le producía el éxtasis que estaba teniendo- ¡¡Follemeee, por favorrrrrrrr!! ¡Mi hijo, mi dueño y señor!

Tapé sus gritos con mi boca. La besé intensamente con introducción de la lengua y mi mano pasó a su vulva. Estaba totalmente mojada y rebosada. Sabiendo que era partidaria de sentir dolor, mis dedos índice y corazón se introdujeron violentamente en la entrada vaginal sin consideración alguna ¡Dios santo!, Gritó tan fuerte que creí que se había sentido en todo el edificio. A estas alturas, querido lector, estaba demostrado que Marta sabía que era su hijo quién la estaba haciendo el amor y gozar de aquella forma, pero el juego era el juego, al menos para mí, que me encontraba más cómodo haciendo de ladrón y con antifaz que ir con mi verdadera cara y tirarme a mi propia madre. Era una ironía, una burla engañosa que nos teníamos mutuamente. Ella me llamaba "señor ladrón" y yo a su vez la llamaba "señora". Marta asumía la situación y el nuevo estado que estábamos creando y yo lo negaba con la fantasía del personaje que en un momento determinado entró en casa y robó nuestras sociales y clásicas conductas. Marta demostraba ser una mujer de hoy, entera y valiente, yo, un joven, moderno pero cobarde por tener pudor, un falso pudor porque me estaba tirando a la mujer que me trajo al mundo.

-¡¡Señor ladrón, señor ladrón, me está matando de gusto!! –Marta seguía revolviéndose en la cama y sus piernas se abrían y cerraban en torno a mi mano y los dedos introducidos salvajemente en su sexo.

Todavía seguía con aquellos dedos dentro de su vulva y los revolvía cada vez más adentro. Volvió a tener un buen orgasmo y los gritos más altos. Mi boca no bastaba para acallarla, movía la cara de un lado a otro enloquecida por la masturbación, vibrando y saltando su cuerpo. Me di cuenta que Marta era una mujer cerrada, seguramente por el tiempo de abstinencia que había tenido. Poco a poco estaba recuperándome de la corrida en su boca y mi pene, acariciado¡, masturbado por la mano de Marta estaba ya a una buena altura para poder penetrarla. Me levanté y dije

-Señora, vuélvase y póngase de cúbito supino, deje los muslos bien abiertos y apoye su cabecita en la almohada. Voy a follarla, señora, para esto he venido.

Como si la hubiera picado un mosquito, Marta se volvió rápidamente y se colocó como le indiqué. Aquello era una verdadera espectáculo ver las caderas de ella: anchas, bien definidas y un acceso a la vagina increíble. Aquel pliegue que formaba los glúteos estaba cerrados y el recto bien tapado. Mis dedos se introdujeron por aquella abertura en busca del ano y los encontró pequeño y virgen. Marta no dejaba de balbucir palabras incongruentes. Era la primera vez que le hacían esas caricias y no sabía como ponerse para resistir aquellos embates orgiásticos. Estaba esperando ser penetrada de una maldita vez.

Mi falo estaba ya al límite y sin dilación apunté hacia aquella vagina hinchada y mojada. La introducción fue fuerte, ella quería sentir dolor y mi pene entró sin miramientos. No costó trabajo, tanto ella como yo estábamos tan lubricados que la penetración fue factible, pero la entrada violenta la hizo gritas como una posesa. Llegué a tocar, de la embestida, el cérvix. El himen estaba relajado pero ajustado a un pene largo, no de gran grosor pero tampoco delgado. Estuve unos momentos quieto, con todo mi pene clavado en ella que gritaba sin parar luego, lentamente, como iniciando una ceremonia, comencé a moverme de fuera hacia adentro, de fuera hacia adentro..., luego más rápido y luego con una velocidad característica del desenfreno. Los ovarios de Marta volvieron a estremecerse y tener otro fuerte orgasmo y mi vejiga no podía contener más aquella cantidad de semen que contenía, iba a eyacular en menos de diez segundos y tenía que pensar que no podía dejarlo dentro de la vagina, la preñaría, lo más probable. Ella ovulaba por aquellas fechas y yo lo sabía por mi experiencia anterior cuando trataba su enfermedad. No podía más y salí del aparato femenino al tiempo que me corría estrepitosamente. No puse la polla encima de las nalgas, la saqué y apunté hacia su estómago y sus pechos. Creo que fue tan bestial como el primero y ella quedó bañada literalmente.

Marta jadeaba sin parar, gritaba entrecortadamente y sus manos pegaban puñetazos sobre el colchón de puro gozo

-¡Más, más, masssssss, Carlos! ¡Ahhhhhhhhh! ¡Noooo, no, por favor, no te salgasssss, córrete dentro, hombreeee! ¡Coñoooooooo, Carlossss!

Yo, extenuado por aquella segunda vez quedé apoyado sobre las caderas y la espalda femenina, sudando a raudales, queriendo respirar con la boca abierta, temblando de tanto placer que aquella atractiva mujer me había dado. No reparé que me había llamado por mi nombre.

Ambos nos quedamos así, quietos, reponiéndonos de los excesos, entrelazando nuestras manos en un fuerte apretón, yo besando aquella espalda mojada y Marta diciendo.

-Ha sido maravilloso, hijo. Le juro, señor ladrón, que jamás he gozado tanto y tan bien como esta noche ¿Podemos repetir mañana, mi dueño?

Bajé de ella y quedé tendido a su lado, las manos seguían entrelazadas, frente a frente, besando sus ojos, la nariz, las mejillas, los labios...

-Vendré mañana, señora. Vendré y también tomaré posesión de su precioso culo. No tendré compasión de usted por más reproche que quiera hacerme. Es un deseo obsesivo mío.

-Ya le dije que usted es mi dueño y señor, ladrón de mis pensamientos y de mi antigua forma de pensar. Mi culo será para siempre suyo y lo tendrá en todos los momentos que quiera, a cualquier hora, mi niño querido y ahora amado con todo mi ser de hembra.

Su boca cerró la noche con un largo y apasionado beso. Yo marché por donde vine quince minutos después.

Continuará