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Noelia

en Sexo con maduros

NOELIA

Primera parte

Llegué a Logroño una mañana gris, triste como yo, con el corazón encogido, dolido y maltratado por un pasado que dejaba atrás.

Mi mente, traidora e insolente conmigo no dejaba de recordarme que abandoné a una mujer con dos preciosas hijas casadas, la primera iba hacerme abuelo tres meses después. Mi casa se caía encima de mí, el ambiente enrarecido, el ignorarme estando presente, el no poner un plato más en la mesa a la hora de comer, el que mi ropa socia fuera aparte de la familia y, lo peor de toda mi tragedia: mis hijas, apartadas de un padre que fue tan querido por las dos que dio origen a unos celos de esposa que me acusó de abusos sexuales a lo más grande que ha habido en mi vida: ellas, mis niñas. Ahora me volvían la espalda.

Una tarde de cielo rojo, con los ojos hinchados de llorar en un frío y osco despacho que tanto sabía de mis esfuerzos por sacarlas adelante, de mis desvelos cuando se ponían malitas, de mis alegrías por sus triunfos de estudiantes y laborales, de ser aquel padre que las llevó al altar cogidas de su brazo y las entregaba a otros desconocidos sin más méritos que haberse conocidos y gustarse hasta llegar al matrimonio. Ahora estaba en la estación ferroviaria de Logroño, con dos maletas pesadas que eran toda mi vida, todo mi pasado y dentro de ellas traía también las ganas profundas de quitarme la vida. Mis hijas me despreciaban. Aquella mujer se encargó de apartarlas de mí. En el bolsillo interior de la americana llevaba el documento de divorcio, un documento agrio, doloroso, sangrante que me estaba costando sufrimientos incalculables

La empresa sabía de mi drama y, atendiendo a una petición de traslado, me destinaron a esta ciudad como inspector de Seguridad a las Industrias, cargo que delegan los ingenieros técnicos de Industria, que es mi profesión. Con derecho a apartamento de la empresa y un coche para mi uso profesional y particular. Se podía decir que me encontraba mejor que en Madrid, dentro de un despacho, aquí, mi trabajo eran las visitas diarias a las empresas que consumían nuestros productos, control de nuestros puntos de ventas y asesoramiento técnico continuo a facultativos superiores y medios.

Durante tres meses aquella soledad y melancolía estaba corroyéndome diariamente. Contaba los días que le faltaban a mi pequeña mayor para que fuera madre y no vería a mi nieto ni la podría felicitar. Pero lo haría de todas formas. Miré la nevera y la encontré vacía. Bajé al supermercado del polígono a comprar, y entonces la conocí.

Una mujer joven, muy elegante, de complexión ancha pero de formas proporcionadas y vistosas. En principio le calculé entre veinticinco y no más de treinta años. Cuando la vi. por primera vez su pelo caoba claro y con mechas llevaba un peinado con rizos que le caía graciosamente sobre su rostro bonito, expresivo y risueño. Me impactó nada más verla, quedé prendado de su persona y, si mi imaginación no me jugó una mala pasada, creo que yo también le gusté cuando puso su mirada en mí. Era la dueña del súper y se encontraba en una de las cajas cobrando cuando me acerqué.

Nos mirábamos a hurtadillas y nos sonreíamos cuando nos pillábamos. Cuando me tocó el turno me presenté.

-Soy Fernando Álvarez de la Paz ¿Qué tal?

-Noelia Arniche Noé ¡Encantada!

Comencé, casi sin darme cuenta a visitar aquel establecimiento, comprando cosas que luego no utilizaba y ella se dio cuenta.

-Señor Álvarez, debería venir por aquí cuando necesite artículos de verdadera necesidad. Por lo que veo aquí, usted vive solo y no necesita estas cosas, son de mujer –Y me mostró dos surtidos de ofertas que no sabía para que servía.- Se nota a la legua que es todo un caballero y no otra cosa.

Nos quedamos mirándonos un rato que me pareció una eternidad celestial. Mi admiración hacia ella tuvo que se evidente porque se sonrojó. Intercambiamos información de nuestro trabajo. Al atenderme, Noelia pasó la caja a una empleada y me acompañó por la sala en busca de productos que yo podía consumir diariamente. No pude remediar dejar que fuera algo por delante de mí y mirar aquellas curvas de sus hombros, el entallado de su cintura y sus caderas generosas, cimbreantes, redondas dentro de aquella falda poco ajustada y por encima de sus rodillas nada más ¡Dios, era todo un bombón de mujer!

Noelia se giró y me pilló mirándola de arriba abajo. Noté cómo se estremecía y, rápidamente, para evitar malestar y malos entendidos por su parte, me puse en dos zancadas a su lado, pero era un echo y lo que comprobé me gustó mucho. Estaba colorada y su roja boca denotaba un cierto temblor y no entendía por qué. Una mujer moderna, joven, atractiva y liberal como ella tenía que saber que era objeto de admiración y, por tanto, acostumbrada a las miradas rendidas de los hombres ante su belleza, sobre todo en aquel tipo de negocio, abierto al público

-Todo está perfecto, señorita Noelia, lo hace usted muy bien, felicidades ¿Aceptaría almorzar conmigo hoy? La verdad no conozco nada todavía y, estoy dando palos de ciego con los restaurantes ¿Acepta?

Salí de allí satisfecho y con una promesa por su parte de compartir conmigo el almuerzo de ese día. Tenía tres visitas aquella mañana en otros sectores pero me era cómodo volver y verla nuevamente. Durante la jornada mañanera no la pude apartar de mi pensamiento. Visité tres empresas y, cuando salí de la última era hora del la cita

Noelia vestía ese día una blusa de seda de color beig claro, con ribetes azules, como encaje, en el cuello y mangas; una falda azul marino y un pañuelo celeste, también de seda, al cuello. Me pareció más encantadora y aquella inocencia que se plasmaba en su forma de ser. Llegué justo a la hora de cerrar para almorzar. Me esperaba con la chaqueta, del mismo color que su camisa, colgada en su brazo y la cartera azul de tiro al hombro, todo conjuntado.

Tengo que decir de mi persona que, a mis cincuenta y cinco años, los llevo bien y deportivamente. No soy nada atlético, desnudo soy muy delgado, más bien esmirrioso, de hombros anchos y caderas estrechas y con mucho vello en el cuerpo, pero me sienta como un guante todo lo que me pongo. Mi rostro es triangular, de barba poblada, ojos penetrantes, nariz recta y boca grande y fina. En conjunto, yo gusto a las mujeres, lo sé porque me miran con arrobo y ¿A quien no le gusta un dulce?

Comimos y hablamos de todo un poco. A cada momento me gustaba más y más. No la quise engañar y le dije que era divorciado recientemente, con dos hijas casadas y que la mayor me iba a ser abuelo de un momento a otro. Se acercaba la hora de irnos cada uno a nuestro trabajo y nos despedimos en la puerta de su comercio con un fuerte apretón de mano donde le transmití los sentimientos que me inspiraba, reteniendo su mano entre la mía por más tiempo del debido

Todos los días compraba el pan al mediodía y nos saludábamos cordialmente y nuestras miradas se buscaban, eran más sinceras, sin tapujos, pero no era eso sólo lo que quería. Tampoco sabía que esperaba o qué deseaba de ella. Tenía que decidirme si reconocer que me gustaba tanto como para pedirla relaciones o para aplacar mi soledad. Aquello último, pensaba, me parecía que era insultarla, mi hija mayor tenía en aquel momento veinticinco años recién cumplidos y no me hubiera gustado que la insultaran. Yo no iba a ser menos ¿Entonces, qué?

 

Segunda parte

La decisión fue tomada cuando me comunicó mi yerno Conrado, por teléfono, que Carmiña y él eran padres de una preciosa niña. Ese mismo día partí hacia Madrid y me presenté en la clínica. Conrado me salio al paso y me comunicó que no querían verme. Él le dijo a la familia que me había avisado, porque lo creía un deber, y mi ex mujer se opuso que viera a la niña en contra de los deseos de nuestras dos hijas y sus maridos.

Volví derrotado a Logroño. El dolor me invadía y, sin darme cuenta, me encontraba a las puertas del negocio de Noelia. Eran las siete de la tarde y, cuando vio mi estado de ánimo me llevó a su despacho, preparó dos cafés y, llorando como un niño chico, conté el drama familiar que vivía. En ningún momento hizo preguntas comprometidas que me obligaran a contestar, tan sólo se limitó a atenderme y consolarme. Se puso una rebeca crema claro por los hombros y me dijo que me acompañaba a casa. Abatido dejé que fuera ella la que dirigiera mis pasos y así llegamos al piso.

Vestía pantalón de vestir color beig ajustado a sus caderas y muslos, camisa roja de seda en la que los senos eran evidentes y su figura aparecía ante mí hermosa y apetecible. En un momento dado, Noelia se acercó bastante a mí y su olor a perfume de buena marca me inundó. Nos miramos con intensidad y nos vimos uniendo nuestros labios en un dulce beso. Pasé mis manos por su cintura y la atraje. En principio la abracé suavemente, sintiendo su cálido cuerpo en el mío. Mis manos acariciaron la espalda por arriba hasta aquella cintura entallada y apretaron sus carnes duras sin ir más lejos. Nos separamos y miramos. Su alegre cara decía lo que sentía en ese momento y un rubor cubría el rostro dándole un toque de inocencia nada rebuscada. Subí la mano derecha hasta introducirla en sus cabellos y atraje aquella cabeza de rizos largos y estampé con fuerza mis labios en aquellos gordezuelos, rojos, carnosos que no supieron abrirse pero sí entregarse a la pasión que nos desbordaba. Suavemente la aparté para ver aquellos ojos, expresivos, sin pintar que estaban cerrados, esperando más y deseando sentir como un hombre aplacaba aquel temblor incontenible que no podía remediar. Al no percibirme los abrió y vio como la contemplaba a muy poca distancia, ansioso. Comprendió

-Nunca he estado con un hombre. Fui religiosa desde los quince años hasta hace tres. Un sacerdote me persiguió y quiso violarme en la sacristía. La iglesia optó por dejarme marchar antes que dar a conocer públicamente el escándalo. Tengo treinta años y es la primera vez que alguien me besa como una mujer y con mi consentimiento. Tendrás que hacer milagros si quieres sacar partido de una mujer sin experiencia ¿Qué decides?

No tenía nada que decidir. La volví a besar y esta vez dejé que sintiera mi fuerza. Sobre su boca le dije que la abriera e introduje mi lengua hasta cerca de su garganta, enredándola con la suya que se llenaba de saliva y jugando, degustando sus jugos salivares, introduciendo mi labio inferior y apoderándome del superior en un tremendo saber de aquella boca, comiéndola toda, dejando que ella empezara a participar copiando lo que yo le hacía. Noelia empezó a temblar y sus brazos fuertes pasaron a mi cuello y se colgaron de él en una total entrega. Mis manos pasaron por debajo de las axilas y estrujaron los laterales de sus pechos medianos y jugosos. Un gemido salio de ella. Bajé lentamente a sus caderas y toqué aquellos glúteos carnosos y un poco más abajo metí la mano por entre los muslos y las subía hacia su sexo. Los cerró y su respiración era entrecortada, temblaba toda. Había miedo y deseo, sentía vergüenza de lo que yo le estaba haciendo y al mismo tiempo cedía en su necesidad de conocimiento. Llegué acariciar sus labios vaginales, introducir los dedos y recorrer el pliegue en busca de su entrada vaginal que era impedida por el pantalón, queriendo coger aquel clítoris que, seguramente, se estaba poniendo hinchado por la pasión que toda ella estaba experimentando.

-¡Dios mío, Fernando! ¡Dios mío! –Y su boca se abría buscando bocanadas de aire y gimiendo.

Le besaba todo su rostro y le infundía confianza mientras mis manos la buscaban toda, desabrochando y bajando el pantalón, acariciando aquellas nalgas tersas, sin vellos a través de una braga de seda blanca y opaca, los muslos algo abiertos que daba acceso a su vulva, algo velluda, ya relajada y bajaba la braga dejándola a mitad de aquellas piernas bien torneadas. La tomé por los hombros y la obligué suavemente a tumbarse en el suelo enmoquetado. No opuso resistencia y, acostada, dejó que le desabrochara la blusa y ante mí aparecía sus medianos pechos macizos cubierto por el sujetador de media copa. Noelia no se dio cuenta que la desnudaba. Al notarse que su calzón y su braga estaban bajos quiso cubrirse y no la dejé. Con un movimiento brusco saqué sus pechos y los pezones pequeños, de aureolas oscuras, y aquellas mamas que se movían como flanes al contacto con mis manos que se aferraban a ellas concienzudamente, era todo un verdadero goce tener a aquella mujer a mi merced. No dejaba de besarle el cuello, sus orejas, los ojos y volvía a los labios mientras era acariciada constantemente, auscultada en todo su ser y se iba rindiendo a mi pasión que empezaba a ser la suya por la forma como también empezaba a cooperar.

-Este bien, Fernando, quiero ser tuya pero no aquí, en tu alcoba. Ten presente que soy virgen y que no he tenido otro mundo hasta hace tres años que el religioso. Ten piedad de mí.

Enderecé mi cuerpo y me puse de rodillas. Tal como estaba ella, la cogí en brazos y la levanté con algo de esfuerzo. No es que fuera débil por mi edad, estaba fuerte, Noelia ya tenía su peso, me costó elevarla y lo conseguí. Fue todo un triunfo a mi virilidad que ella me recompensó con una cantarina carcajada y un comentario.

-No eres más galante y hombre porque quieras llevarme en brazos. Cuídate para que me cuides y eso sí será una galantería de la que te estaré muy agradecida –Y, aprovechando que estaba cerca de mi boca la besó sin miedo, con devoción.

La deposité en la cama con gran esfuerzo, es la verdad, pero allí estaba una mujer pletórica de vida y juventud, solo para mí porque era su primer hombre, semidesnuda y entregada ya para amarnos. Noelia se quitó la camisa y el sujetador. Aquellos pezones hinchados por la necesidad de ser tocados miraban al techo desafiantes, duros, eléctricos por las caricias anteriores. Se quitó el pantalón las bragas y quedó totalmente desnuda ante mí. Su rostro simpático me miraba todo arrobado y, sus manos y brazos, inconscientemente, cubrían sus pechos y sexo con timidez. Me senté al borde de la cama, levanté sus brazos hacia su cabeza infundiéndole confianza y fui inclinándome hacia su cara que empecé a besar por todas partes. Cogí su mano derecha y la bajé hasta mi pene que estaba totalmente erecto y húmedo. Dio un pequeño suspiro de sorpresa al sentirlo y lo que hizo fue mantener la mano allí, abierta, sin tocarlo, tímida, avergonzada por no saber responder a mis mensajes amorosos. Cerré mi mano sobre la de ella y masturbé mi glande a través de la suya. Hablaba sobre su boca abierta, gozando de nuestros alientos.

-Así…, sigue así. No te preocupes y pierde la vergüenza, es la mejor manera de gozar de este bonito encuentro. Sigue… sigue… así…

Durante un rato, mientras la tocaba por todas partes, me masturbaba el pene ya con cierta ligereza. Introduje los dedos entre los labios menores y los iba pasando de un extremo a otro cada vez con más profundidad y hasta alcanzar el clítoris. Noelia respingó y con el impulso que le produjo aquella nueva sensación me levantó junto con ella y su mano intentó alejar la mía de su vulva. Los ojos eran como platos y se encendió ante mi insistencia que, al no poder quitar mi mano lo que hizo fue aplastarla, inutilizarme. Mis dedos húmedos por su vagina encharcada alejaron con suavidad su mano que besé y la puse nuevamente sobre mi polla. Continué nuevamente y después de volverlo a friccionar bajé hacia el himen y lo tantee con delicadeza. A Noelia había que tratarla así porque no sabía el comportamiento de una pareja amándose. Se notaba cerrado, latiendo, expulsando líquido con su olor a salado característico.

Costó algo separarle las piernas y dejarla preparada para recibirme. Mis besos y caricias no eran suficientes. El temor la invadía a pesar de estar gozando. Era su primera vez y todo era novedoso, extraño a la vez que placentero. Me puse encima de ella y coloqué mi falo rígido a tope en su entrada vaginal. Sabía que tenía que ir con precaución y la fui introduciendo con cuidado, lentamente, abriéndome paso hacia su interior que me lo estaba facilitando por lo mojada que estaba y yo también. Pero como es normal me encontré con la estrechez de su himen, su membrana dolorosa que impedía pasar con tranquilidad todo mi miembro. Hice presión y Noelia se sacudió debajo de mí pero apretó los labios mientras su rostro se plegaba en mi cuello. Ruidos roncos salían de su garganta sudorosa y me imaginaba sus ojos cerrados fuertemente. Otro empujón y ya entré con cierta facilidad hasta dar con mis escrotos contra su ano. Esperé a que ella se calmara, su respiración sofocada cediera y que se diera cuenta de que estaba siendo penetrada, que tuviera conciencia de que lo que estábamos haciendo era un coito entre una mujer y un hombre y que esa mujer era ella.

Ya, con toda mi polla introducida, algo calmada ella empecé el coito de verdad, aquel ejercicio pélvico abajo arriba, despacio las primeras veces más rápidos las siguientes hasta comenzar a alcanzar la meseta del clímax. Procuraba contenerme a pesar que estaba a punto de estallar. Quería que Noelia me sintiera, que gozara aquel momento, que me deseara en el futuro, aquel futuro que hacía unos días quería compartir con ella.

-Relájate, goza lo que estamos haciendo, estás vibrante, mojada, exultante de placer. Siénteme, siénteme y deléitate de lo que es el amor entre dos personas consciente, adultas. –Le susurraba en su oído.

-Te siento, Fernando, te siento como no te puedes imaginar. Te…, te… siento con dolor, con un sentimiento que no me pue…do explicar pero que es… es…, no sé… inexplicable ¡Te lo juro!

Mis embestidas ya las dirigía mi naturaleza. Estaba llegando a lo más alto de éxtasis y me iba a venir. Tenía que pensar en no correrme dentro y la saqué y coloqué rápidamente el prepucio sobre sus labios y lo froté con mucha fuerza entre el pliegue de ellos. Me corrí copiosamente. Mi cuerpo se engarrotó y los envites sobre su coño semipeludo hicieron todo lo demás. Le mojé todo el pubis, el estómago y creo que sus pechos mientras echaba fuera toda la pasión que sentía, toda la furia de una incontinencia de muchos meses atrás, de tener debajo de mí a una joven veinticinco años menor, que estaba sacando todo lo que yo podía dar como hombre.

Noelia también se corrió momentos después, cuando yo estaba expulsando mis últimas gotas de leche sobre la vagina. Su garganta exhalaba sonidos guturales que salían por una boca trincada y una pelvis que buscaba mi sexo y pegaba el de ella como si quisiera fundirse con el mío. Dejé que terminara con ¡Ahhhhhh! que hizo que la cama se moviera al pegar sus nalgas contra el colchón varias veces con fuerza, rendida, exultante de placer.

Cuando ambos nos relajamos, oliendo a sudor y sexo, más serenos, mirándonos a los ojos y sonriéndonos, me bajé de ella y me puse a su lado pasándole el brazo por debajo de su bonita cabeza toda desmelenada en rizos

-¿Qué tal, preciosa mía? –Y la miraba a los ojos

-Nunca creí que esto fuera así –Dijo

-¿Cómo? –Pregunté

-He gozado de verdad, Fernando. He tenido unas sensaciones tan grandes, desconocidas y placenteras que no las imaginé jamás. Yo creía que el gozar no era más que para el hombre. Los cursillos que nos daban en el convento, sobre este tema, se refería a que la mujer mundana tiene que ser sumisa al varón y darle placer. Como no nos explicaba en qué consistía eso, te diré que terminé por creer que nosotras éramos la que nos exponíamos y vosotros los que gozaban para darnos hijos. Eso te dará una idea de lo arcaica que estaba. La Iglesia nos mentía. Muchos religiosos se han ido de ella porque veían mentiras en la enseñanza de Dios.

-¿Has gozado? ¿Te ha gustado? –Volví a preguntar

-¡Mucho, Fernando! Si me lo pides otra vez, encantada.

-¿Y si te pidiera que te vengas a vivir conmigo, que me responderías?

No dijo nada, tan sólo abrió los ojos en toda su magnitud y su bonita boca quiso decir algo que no terminó de expresarlo. No insistí y poco después, sin movernos de la cama, mojados de nosotros mismos y pasado un cierto tiempo en el que hablamos de otras muchas cosas, volvimos a hacer el amor con aquella intensidad de la primera vez.

Tercera parte

Durante una semana entera, Noelia y yo nos veíamos todos los días, ora en su piso, ora en el mío. Nada más estar solos nos fundíamos en estrechos abrazos y nos tocábamos sin tapujos. Ella se desnudaba por el camino de la alcoba, sin traumas, confiada, feliz de amar, dichosa de encontrarse mujer y dar toda su valía a un hombre que la veneraba y yo empezaba a creer que no todo era tristeza a mi alrededor, que la esperanza llamada Noelia había venido para mitigar aquel dolor que no se iba a pesar del amor de aquella joven.

A la siguiente semana le dije que tenía que hacer unas inspecciones por toda la Comunidad y que tardaría unos tres a cuatro días. La llamaba diariamente y le decía donde estaba. Siempre he sido fetichista con la ropa interior de las mujeres. Me han gustado que estas sean la mínima expresión y ajustadas como la propia piel y se lo dije unos tres o cuatro días después de nuestro primer encuentro. Rió la primera vez y en las demás citas iba con su lencería de seda normal. Cuando marché aquellos días por toda la Rioja me alegró los oídos con que había decidido cambiar su ropa interior y que la tenía puesta de este o aquel color, transparente, de hilo dental, de copas que se le salían los pechos. Me dijo que se veía como una prostituta cuando salía a trabajar y que pensaba que iba contra sus credos pero la llenaba de tanta excitación que a veces tenía la certeza de que se iba en sus tanguitas de solo pensarlo y, sobre todo, cuando pensaba que me lo iba a comunicar aquella noche. Yo la escuchaba y me masturbaba con ella al hilo. No le hizo mucha gracia las primeras veces y comenzó a recapacitar que, en el amor entre dos personas, cabía todo y este todo era lícito.

Cuando volví y me enseñó la lencería más la que tenía puesta la tomé en mis brazos en el comedor, y la coloqué frente a la mesa grande, la apoyé sobre ella, comencé a acariciarle las piernas metiendo las manos entre ellas y llegando a su vagina hirviendo que mojaba aquel tanga incipiente por delante y desaparecido por detrás por su hilo dental, dejando unas nalgas que apretaba de tal forma que Noelia trincaba su boca reprimiendo el dolor que le producía mis caricias. Bajé aquella minúscula prenda con cuidado y la dejé desnuda más de lo que estaba. Sabiendo lo que deseaba, la muchacha separó las piernas de manera que pudiera penetrarla con holgura y sí, la penetré allí mismo, caliente los dos, desesperados por los días de abstinencias que habíamos tenido, metiendo las lenguas en nuestras bocas, mojando nuestros rostros con las salivas, gimiendo de placer al máximo y sus firmes pechos brincando al ritmo de los golpes que le daba con mi pelvis al introducir una y otra vez mi ariete en aquella vagina joven y agradecida. Fue un polvo por ambas partes magistral, excitante, deseado, un polvo de dos personas que empezaba a necesitarse como la vida misma y nos fuimos el uno en el otro casi a la vez. Yo, con mi desesperación de los días pasados estuve a punto de correrme tan pronto la ensarté, pero siempre pensaba que ella tenía también derecho a gozar, a deleitarse del momento, a saber que tenía un hombre que la podía hacer feliz durante unos años, los que la naturaleza de un varón de cincuenta y cinco años pudiera aguantar con semejante juventud. Bufábamos por la falta de aire cuando terminamos, nos dolía la cabeza del esfuerzo que realizamos para que el encuentro fuera lo más maravilloso posible y lo conseguimos. Muchas tardes de fines de semanas fueron como aquella y a Noelia le gustaba, empezaba a tener otra visión del mundo que había conocido tres años atrás, a saber que todo encuentro entre hombre y mujer estaba permitido y que era natural.

 

Cuarta y última parte

Un par de semanas después, ya conviviendo juntos en su casa, hablamos de ampliar nuestros conocimientos amorosos a escalas más avanzadas y lo aceptó sin reservas. Soy feliz con esta mujer, voy a trabajar y desespero por volver, por verla en su negocio desenvolviéndose de aquella manera tan peculiar: activa, dinámica, con conocimiento de lo que tiene entre manos, dialogando con sus proveedores, bonita, elegante, descarada en su ropa interior que me hace saber con guiños y gestos que sólo yo conozco y me enerva, hace que me empalme y la muy bandida se monda de risa cuando ve que no puedo moverme del sitio en que me encuentro, por su culpa. Pero siempre tengo una tristeza a flor de piel: mis hijas y mi nieto.

Los echo de menos, los necesito y a veces creo que va a repercutir, a la larga, en aquella felicidad que acabo de encontrar en la persona de una mujer de treinta años, hermosa, buena que he conocido hace cuatro meses. No quisiera hacerla sufrir un mal que hemos creado mi ex mujer y yo al separarnos y divorciarnos. No sé como lo voy a arreglar pero he de hacerlo o haré desgraciada a una tercera persona sin merecerlo. Noelia lo sabía y una sombra de dolor se reflejaba en su agradable y sereno rostro.

-No te entristezca, Fernando. Tú verás que todo se arreglará y volverás a ver a tus niñas y nieta. Dios es testigo.

Ayer hizo cuatro meses que vivimos juntos y felices. He pasado el día entero en Haro realizando mi trabajo y al volver a casa y abrir la puerta he sentido voces de mujeres hablando alto, riendo entre ellas alegremente ¡Las he conocido!, una es de Noelia y las otras…, las otras. Se me cayó el maletín de las manos y quedé paralizado junto a la puerta de entrada. Comencé a ver la puerta de la sala en mil figuras caleidoscópicas como consecuencia de unos lagrimones que afloraron a mis ojos. Las voces se callaron y ruidos de sillas al ser retiradas precipitadamente dieron, como consecuencia, al llanto angustioso de un bebé.

¡Noelia con su fe había conseguido el milagro que yo tanto deseaba!