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El secreto de Magdi-Blu (1)

en Dominación

EL SECRETO DE MAGDI-BLU

EL DOCTOR JEKILL- HYDE

Magdi-Blu gritaba a los sones de las sacudidas brutales de su esposo. La tenía cogida por detrás y las embestidas eran tan grandes y dolorosas que los ojos de ella no eran sino un mar de lágrimas. Él no paraba, parecía frenético, desorbitado, lleno de coraje hacia su esposa. La polla del hombre entraba y salía de la vagina de la esposa sin desprenderse de la cabidad ni una sola vez, con maestría, saber hacer y dominio de lo que estaba realizando. Magdi-Blu seguía gritando pero no por el dolor sino por el desenfreno sexual que le estaba dando su hombre. Sus tetas, medianas pero macisas, eran grotescamente masacradas hasta dejarlas moradas. Las manos del amante, a la vez que sacudía aquella vulva, se sincronizaban para gozar de las mamas y castigarlas con los sobos crueles, salvajes y la muchacha seguía gozando de aquella cogida infrahumana y ambos, en ese momento, se corrían con gritos que llenaban la casa y daban la sensación que se salía de ella.

Por la vagina salían chorros de semen. Los ojos femeninos estaban en blanco y los masculinos igualmente. El coito había terminado y ambos cayeron uno sobre el otro en la cama exhaustos, sudorosos, sin fuerzas, totalmente rendidos ante semejante polvo.

-Mi vida –Dijo Magdi-Blu casi desfallecida- Eres único en esto. Me dejas el cuerpo desecho pero sacias mi apetito de tal forma y con tanto dolor que no me apetece hacerlo en varios días.

-Es como te va, Magdi, yo solo tengo que pensar como te gusta para que disfrute como quieres ¿no?

-¿Luego me vas a atar al potro o en los tubos?

-Quiero azotarte sobre el potro porque hoy tengo ganas de sodomizarte, pequeña. No te la meto por el culo desde hace un mes. Mi polla tiene ganas de destrozártelo una vez más.

-Pero más tarde, mi vida, más tarde, ahora no tengo fuerzas ni para seguir hablando. Antes de que me castigues, te haré una mamada de las mías, si te parece.

Ambos se besaron, se abrazaron y al rato dormían y descansaban las horas que llevaban poseyéndose sin descanso.

Habían pasado dos horas y media. Javier abrió los ojos y miró a su lado izquierdo. Magdi-Blu estaba boca a bajo, destapada, desnuda y las piernas abiertas, entre ellas se veía sequedad y algo de humedad que había dejado la corrida de ambos. Todavía seguía emanando líquido aquella vulva deliciosa. Él le acaricia con toda la mano y ella, dormida, hizo un movimiento de repulsa instintiva y siguió tal como estaba.

Javier se levantó con sigilo, para no despertarla, y se encaminó hacia el gimnasio. Allí había un potro con correas cogidas a los lados. Colocó una sábana sobre la superficie de scay que cogió de un armario pequeño exprofeso para prendas de gimnasio. Miró a su alrededor y vio que en el techo estaba un tubo de acero niquelado del que dependían dos correas a cada lado y en el suelo otro de igual forma y manera. Muchas veces Magdi-Blu era atada y azotada como esclava y después de dejarla sin aliento era poseida hasta que ella gritaba "¡Basta, basta, no puedo más!"

El hombre se dirigió a la cocina de la casa y se preparó un desayuno a base de un café con leche y el bocadillo que tanto le gustaba: jamón serrano con queso untado. Comiendo estaba cuando apareció su esposa.

-¿Y yo? ¿No como?

-Estabas profunda, Magdi. No te quise despertar. ¿Qué te preparo?

-Sólo un café con leche largo, por favor. Vi que tienes preparado el potro. ¿Vas a castigarme antes o después de la sodomización?

-Antes te azotaré en los tubos, lo he pensado mejor. Lo haré en tus nalgas hasta dejarlas al rojo vivo para luego follarlas a placer en el potro. Hoy vas a gozar de lo lindo, Magdi. ¿Cuánto tiempo hacía que no practicábamos el bd?

-Tres meses, Javi, lo llevo contado. No sé que te ha pasado en todo este tiempo. No hace un año me atabas casi todos los días y me zurrabas a conciencia y me dejabas el culo o el coñó como una berenjena. Ahora, desde que te han ascendido a inspector jefe de policía parece ser que no quieres saber nada de esta puta sumisa y esclava.

-¡Eh, eh, eh! Alto ahí. No es cierto. Sabes que estoy trabajando duramente en el caso de ese asesino de rituales y que me ocupa todo el día. ¡Mujer, te pido paciencia! Deja que lo cojamos y volveremos a nuestras andadas. Sabes que te deseo desesperadamente.

El matrimonio estaba desnudo en la cocina. Magdi se quedó mirando el gran pene de su marido y comentó.

-Mira, Javi. Deja el café con leche. Voy a darte una soberana mamada y te correrás en mi boca, luego tomo café solo y será mi desayuno –Se fue acercando al esposo.

-No, Magdi, te ordeno tomes el vaso de café con leche y luego la mamada. Cuando te ate y te folle el culo va a pasar algún tiempo y no quiero que te desmayes. Ya sabes que los castigos debilitan mucho. Te quiero demasiado para que sufras más de lo que es debido.

Terminado el refrigerio, la mujer puso sus manos sobre el velludo pecho del hombre, lo besaba, las dejó caer suavemente sobre el vientre, sobándolo, acariciando los lados, besando siempre hasta llegar al sexo de él. Lo tomó con delicadeza entre sus manos y lo estuvo acariciando con lentitud, dando tiempo para que aquel falo se levantara, se hinchara y le permitiese ponerlo en la boca para comérselo todo. Para Magdi, mamarle la polla a su marido era una de sus pasiones, ella juraría que algo más que recibir castigos duros, crueles, de los que era una auténtica adicta y sádica. Desde que se conocieron ella no recordaba que Javier la tratara con delicadeza, siempre le pegaba bofetones, nalgadas, revés de manos en la vulva o, con la mano abierta, cachetear los pechos con brutalidad, estirarles los pezones hasta dejarla sin aliento, luego la tomaba entre sus brazos y la llenaba de besos y de semen. Magdi era feliz porque nació para el sado, la brutalidad, la sumisión y el sometimiento a un amo. Lo encontró, con gran suerte en Javi, también persona amante apasionado del dominio sobre las personas. Verdadero maestro del bdsm, profesor de ella siempre. Fuera de sus aficiones, Javier se comportaba como un gran hombre. Ser policía no le apartaba de su casa que era su pasión junto con ella. La amaba profundamente y sabía que le era fiel en todo momento.

Ella, en cambio, no fiel y lo recordaba con gran dolor. Era un secreto muy bien guardado del que no podía hablar con nadie y menos con su querido y amado esposo y dueño. Fue poniéndose de rodillas hasta llegar su cara frente a aquella soberana polla ya totalmente empalmada y gruesa. Magdi-Blu tenía que reconocer que en su vida de sumisa no había visto semejante miembro. Había tenido y tenía cuatro pollas que atender y no se asemejaban a aquella ni en sueños. Tomándola entre sus dedos, Magdi la miró con tal angustia, amargura y sentimientos de culpabilidad ocultos porque sabía que tarde o temprano, aquel policía descubriría su secreto y entonces lo perdería para siempre y eso le iba a ocasionar su perdición. La metió en la boca de tal forma que parecía que iba a ser la última mamada que iba hacer a su esposo. Comenzó a succionar, a pasar la lengua por el prepucio, a llevarla hasta lo más profundo de su garganta, a apretarla entre su lengua y el paladar, a sacarla y meterla en su boca con gran ansiedad, desesperación y necesidad de que aquello no acabara nunca. Sacó el pene de su boca y lo lamió por los bordes. Se comía literalmente los huevos de Javi y los introducía en su cavidad bucal con una destreza que el hombre suspiraba etrecortádamente sin poderlo remediar. Nuevamente introducía aquel cilindro en la boca y volvía a succionarlo con brusquedad, ocasionando dolor con las uñas enterradas en el glandes, mordiendo suavemente a trozos con los dientes el falo y tragando aquella avalancha de leche que le venía encima cuando Javier, gritando su nombre, se corría tremendamente en ella. Magdi-Blu, con un conocimiento sorprendente de las felaciones que su marido nunca pudo comprender o no quiso, recibió aquel líquido y lo engulló todo, sin permitir que una gota saliera de allí, dejando que aquel gusto agridulce que tenía el semen de su esposo la llenara y la dejara satisfecha, paladeándola toda, pasando los finos dedos por las comisuras y llevándose lo que caía por los lados a la cabida bucal, limpiándola con avidez una vez que dejó libre el miembro del hombre.

Javier apretó la cabeza de su mujer contra su ingle, su miembro largo y ya flácido, corría por la cara de Magdi-Blu. Se inclinó hacia ella y la besó en el pelo revuelto, brillante y oliendo como siempre a buen gel.

-Buena mamada, Magdi, muy buena. Te quiero mucho. Venga, vamos al gimnasio. Te ayudaré a levantarte.

Sin más, Javi la levantó en brazos y la llevó cogida hacia aquel salón. La depositó en el suelo y la condujo, por los hombros hacia los tubos y la ató de manos y pies. De pronto, como si fuera una película de terror, como si Javier tomara el elixir mágico del doctor Jekyll cambio de personalidad, aquel hombre se volvió salvaje, repelente en sus gestos y, con una bien dirigida patada entre las nalgas de Magdi-Blu, ésta se balanceó sobre el aparato. La patada había sido echa con el empeine del pie derecho y dio justo a la entrada del ano y la vulva. Magdi-Blu gritó aquel patadón y sus pechos bambolearon como consecuencia de la acción. Javier, transfigurado en una bestia llamada Hayd no hacía otra cosa que dar reveses con la mano derecha sobre la blanca y brillante piel femenina. Con una soberana nalgada en el glúteo derecho y otra en el extremo opuesto, el hombre comenzó gritando y escupiendo palabrotas insultantes a la persona de su esposa.

-¡Puta, más que puta! ¡Zorra asquerosa de mierda has follado con tu marido ¿eh?! ¡Maldita hija de la gran puta, te va a costar caro! ¡Cuantas veces te he dicho que no quiero que folles con él sin antes decírmelo, putaaaaa! –Y le gritaba en el oído- ¡Tú eres mi esclava y sólo follaras conmigo o con los machos que yo quiera entregarte! ¡El maricón de tu marido no es más que un pelele en mis manos. Yo soy tu dueño, hacedor de tu vida y no tienes derecho alguno si yo lo creo pertinente, el único que puede autorizar follar tu asqueroso chocho, puta zorra! ¡Verás ahora lo que te hago!

Como un demente, Javier se dirigió al armario y sacó de él una fusta negra de 60 cm. La cogió por el mango, se dirigió a la muchacha atada y le dio un tremendo latigazo en la nalga derecha que hizo que ella se impulsara hacia adelante del dolor recibido. La cogió por el cabello.

-¡Putaaaa, quietaaa ahííííí! Te voy a dejar ese culo redondo y hermoso como un bebedero de pollos. Te va a salir la piel a tiras, puta y luego me follaré ese culo y me correré en él y tú me limpiarás la polla con la boca guarra que Dios te ha dado, puta inmunda, degenerada. –Y le soltó la cabeza bruscamente.

Cómo un maestro, Javier comenzó a fustigar aquellas bien formadas nalgas de forma sistemática. Daba un latigazo en vertical en ambas nalgas, cambiaba de lado y la fustigaba en horizontal, así una y otra vez, como diez o doce veces. Aquellas nalgas comenzaron a ponerse más que rojas negras y la cara de la chica era un auténtico lienzo plasmando aquel gran dolor. Trincaba los labios y cerraba los ojos con tal fuerza que se ponían totalmente blancos pero estaba sintiendo que los orgasmos le venían sólo de puro placer. Había recibido muchas palizas de otros tan bravas como aquella y siempre terminaba corriéndose como una descosida. Era su naturaleza de mujer sumisa y sádica para ella misma.

Su marido dejó de zurrarla y estaba medio desmayada de tanto padecer los fustazos. Casi sintió caer el látigo al suelo y como las manos le abrió totalmente las nalgas y dejó el esfínter a la vista. Se puso delante de ella con una rapidez de loco, desmadrado, transfigurado en un ser repugnante y diabólico. Magdi-Blu lo vio en mil figuras con ojos vidriosos y lo observó, era grotesco, allí, delante de ella se exhibía con una polla totalmente erecta que cogía con la mano y la blandía, haciendo con las caderas y el torso un ángulo obtuso. Su rostro desencajado estaba tan rojo que más parecía morado y su boca chorreaba saliva por las comisuras que se mezclaba con los sudores del esfuerzo que tuvo que hacer para castigarla de aquella forma.

-¡Hija de puta asquerosa! ¿Ves este pollón que tengo en la mano, guarra? ¡Te la voy a meter por todo ese culo lleno de mierda que tienes! ¡Te vas a cagar de gusto, puta inmunda, cuando te la meta hasta el final del colon lleno de excrementos hediondo y enfermizo que te sale por ese ano abierto como el coño de la puta más tirada! ¡la puta pendeja que eres tú! –Y, de la misma forma como se presentó delante de ella, volvió para atrás

Cerrando la boca creó un ruido característico a la persona que se está limpiando las fosas nasales de sus mocos acumulados, los llevó a la cabidad bucal y los lanzó tan certeramente contra aquel culo enrojecido y casi descarnado aplastando el gargajo casi en el pliegue de las dos nalgas. Sin escrúpulos y con todos los dedos, los introdujo entre las nalgas y lubrificó aquel ano maltrecho en momentos anteriores. Con la misma salvajada, Javi dirigió su polla hacia el orificio y la introdujo tan salvajemente que la joven dio un grito que al propio hombre le impacto pero no se amilanó y comenzó un movimiento pélvico tan brutal y desesperado, agarrándose a los senos femeninos y apretándolos sin miramientos.

Magdi-Blu seguía gritando, moviendo la cabeza de un lado a otro, queriendo tomar aire por una boca que no lograba alcanzarlo, queriendo pedir que parara, que no la maltratara más que iba a sucumbir de dolor y de terror. Pero no era un terror físico lo que deseaba que su amante supiera sino terror de tanto placer como estaba recibiendo con la infrahumana paliza y cogida que estaba recibiendo. Anteriormente a su matrimonio había vivido y sufrido en sus carnes escenas de sadomasoquismo brutales pero las que le infringía su esposo no tenía parangón. Otras esclavas que él tuvo antes que a ella, dos años atrás, cuando se conocieron, le dijeron que era el "Rey del dolor" o el "Rey follador" y lo estaba comprobando por no sabía cuantas veces más. De las mamas pasó a la vulva y abriendo con salvajismo los labios vaginales buscó afanosamente el clítoris que estaba totalmente mojado y lo pellizcó con brusquedad, apretándolo entre sus dedos con fuerza. Magdi-Blu volvió a gritar pero esta vez de total excitación, entonces, en un acto casi final, Javi metió los cinco dedos dentro del himen y los llevó hasta los nudillos. Aquel himen se estiró de tal forma que era casi imposible creerlo si no era que la mujer estuviera pariendo, que en este caso sería aun mayor la abertura. Con la embestida al sexo, Javier siguió y logró meter la mano dentro de la vagina. Metió la cabeza por entre la axila derecha de ella, la miró desde abajo y se rió con una risa totalmente desconocida en él y horrenda.

-¡Te guuuuussstaaaaa, puuuutiiitaaaaa, jajaja! –Comenzó a mover la mano de afuera hacia adentro- ¡Córrete, zorra inmunda! ¡Lo he hecho para que tengas el gran gustazo que tanto me has pedido! ¡No volverás a follar con tu cornudo y maricón maridito sin mi permiso, jajaja!

Magdi-Blu no estaba para dar respuesta a su amo. Sentía tanto placer, estaba tan llena de excitación y su clímax orgásmicos estaban tan a flor de su vagina que se dejó llevar por la pasión del deseo y se corrió como una posesa. Javier también lo hizo casi quince segundos después. Magdi-Blu se desmayó y su bien cuidado cuerpo quedó prendido de aquellos brazos torneados que estaban atados a al tubo en el techo.

Javier había terminado con el ensañamiento que prometió a su esposa y ahora se había convertido en el hombre cortés, amable y enamorado que MabiBlu conocía y al que pertenecía como esclava desde hacía más de dos años. Tomándola por debajo de los pechos con el brazo izquierdo con el otro la desató de la parte de arriba. La depositó suavemente en el suelo y quitó las correas de los pies, luego, como si fuera una pluma, la levantó en brazos y la llevó con cuidado a la habitación.

Treinta minutos después, Magdi-Blu despertó. Estaba boca abajo y sentía en sus redondas y duras nalgas un frío intenso, balsamador y agradable. Miró y vio que en cada glúteo había una bolsa, de esas que se ponen en la cabeza para los dolores, llenas de hielo. Sentía el conocido ardor de los fustazos sobre su piel aligerado por el helado y húmedo frío de aquellas bolsas. Javi, recostado en la cama sobre un codo, junto a ella, la miraba con una sonrisa.

-¿Cómo te encuentras, cariño mío? –Y pasaba la mano por aquel pelo empapado en sudor.

-¡Hombre, tu me dirás! ¡Una paliza como las tuyas y una follada de culo "made in Javier" no es para repetir en estos momentos, mi señor.

Sonó el móvil corporativo de la Policía. Lo tenía siempre enfundado en la carterilla para estos aparatos. Lo tomó.

-¿Si?

-¿...?

-Bien, inspector, quédese ahí, ahora voy –Miró con nostalgia a su consorte- Lo siento, mi cielo, se ha cometido otro crimen.

 

Fin de la primera parte