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El secreto de Magdi-Blu

en Dominación

EL SECRETO DE MAGDI-BLU

EL COMIENZO DEL FIN DE UNA PESADILLA

La entrada de la subinspectora Pilar Araña fue vista, en principio, con suspicacia y recelo. Era una especialista en el tema que tenían entre manos y no sentaba bien intromisiones. Poco a poco, cuando comprobaron que ella era asesora pero no intervenía en la calle, salvo caso extremo, la policía empezó a tener compañeros entre el grupo de Artero.

Pilar habló de sectas y logias. Las sectas eran, normalmente, religiosas, las logias eran organizaciones elitista, con grandes organizaciones verticales dentro del seno. Tanto unas como las otras solían llevar nombres religiosos. Tan sólo las dedicadas al sexo se distinguían por los nombres rimbombantes que ponían. Comenzaron a investigar el grupo todas y cada unas de estas organizaciones y se asombraron de que España, un país religioso históricamente, tuviera tantos adeptos a otras ramas más o menos efectivas o esclavistas, dependiendo de la filosofía del líder creador. La subinspectora aportó datos impresionantes que dieron mucha luz al caso.

Pilar Araña llevaba cinco días en la brigada de Artero cuando entró en el despacho de éste.

-Jefe, tengo dos invitaciones que me consiguió un confidente importante para acudir a la Residencia Van Goe esta noche. Es la mejor de todas y dedicada exclusivamente al sexo compartido. Es elitista donde las halla y las invitaciones que conseguí es para personas de peso en la sociedad económica, usted, por ejemplo, es un importante militar de alta graduación destinado en Brucelas. Yo, seré su esposa amante, que le acompaña siempre en sus aventuras libertinas.

-¿Por qué yo, Pilar, y no otros compañeros? –Dijo Javier

-Si he de desnudarme en pelotas, es como se está ahí, prefiero hacerlo con usted, jefe, los demás, no me gustan como compañeros de cama ¿Acepta? Además, tengo la promesa de unas palmadas ofrecidas hace unos días ¿Recuerda? –Y lo miró inquisidora.

Javier pensó en su mujer. Nunca había estado con otras desde que se casaron, pero Magdi-Blu había preferido atender aquel telegrama y otras obligaciones extrañas antes que quedarse con su marido y señor.

-¿Con derecho a tocar sin ser denunciado? –Inquirió mirándola directamente a los ojos.

-Pruebe a ver, jefe –Y se acercó peligrosamente hasta casi tocarlo

Iba vestida con unos vaqueros ajustados y una blusa blanca que resaltaba sus pechos y los pezones. Su boca, de labios gordezuelos, quedó a tres centímetros de los de él. Javier hacía días que deseaba tocar aquella hembra que, quisiera o no, le gustaba a reventar. Le puso las manos en los glúteos y los apretó, acercó su pelvis a la de él y besó aquella boca invitadora. Pilar enroscó sus fuertes y carnosos brazos al cuello de su jefe y aplasto su boca con la de él en un impresionante beso francés. El policía no tuvo tiempo de poderla tener, tan sólo tocar aquellos prietos pechos y pasar su mano por la vulva que casi no podía ser palpada por la estrechez de los pantalones Unas voces chillonas se acercaban al despacho y ambos se separaron con presteza. Se abrió la puerta.

-¡Jefe, rápido! ¡Tenemos una llamada de compañeros patrulleros sobre una mujer atacada por el asesino! Parece ser que quien la agredió era una mujer que conoció hace dos días.

Pilar y Javier habían tenido tiempo de ponerse uno detrás de cada lado de la mesa de despacho pero se miraron y una suave sonrisa asomó a sus ojos.

 

Llegaron al centro de la ciudad a los veinte minutos. Era en un edificio de pisos caros y muy elegante. Subieron hasta las quinta planta, allí encontraron a una mujer joven y bonita en un mar de lágrimas e histeria. Una de las tres mujeres del grupo de Artero y Pilar atendieron amablemente a la agredida. Estaba sola, acurrucada totalmente en su cama y vestía tan solo una bata. La habitación tenía las características de los casos anteriores.

-¿Quiénes son los policías que atendieron la llamada? –Preguntó el inspector jefe

-Esos dos que están a los pies de la cama.

-¡Agentes, acérquense! ¿Qué pasó?

-Parece ser que una mujer con peluca, gafas y mucho maquillaje la trajo en un Volwangen rojo hasta aquí. Hace dos días que la conoció y se han visto dos o tres veces. Ella –Dijo, señalando a la mujer, el de más rango- se vieron en el super, la invitó a subir y fue cuando la atacó.

-¿Así, sin más? –Comentó extrañado Jordán

-Eso es lo que nos ha contado, jefe

Artero miraba a los policías y a la joven atacada alternativamente

-Que venga un forense a examinarla. Jordán y Araña ¡acérquense¡ -Había echado un vistazo, con las manos en los bolsillos, al escenario sin moverse de la puerta de la alcoba.

-Esa mujer miente descaradamente. Si se conocieron con anterioridad es que ya tenían una relación de amistad ¿Dónde se conocieron? ¿Qué han hablado estos dos días? ¿Qué tipo de amistad tenían? Interróguenla con sutileza. Los dos saben hacerlo. Quiero que saquen lo máximo que puedan para cuando venga el médico, luego, llévenla a Comisaría o deténganla. Nos vamos a sorprender todos.

La mujer tuvo bastantes contradicciones en su declaración preliminar. Pilar la ayudó a vestirse y le comunicó que estaba detenida preventivamente hasta sacar algo en limpio de sus palabras. Aquella joven, conciente de lo que tenía entre mano, a pesar que el nerviosismo la había delatado, dijo que no diría nada sin la presencia de su abogado. Le leyeron sus derechos y marcharon.

 

 

Habían quedado en verse a las nueve de la noche en el duplex de ella. Había que salir de casa casi preparados. Dos túnicas, una negra para él y roja para ella eran las prendas que se permitían dentro de la mansión, desnudos y con ellas como capas. Los cuerpos tenían que exponerse para los demás. Era reunión de personas que se compartían mutuamente.

-Jefe –Dijo Pilar a la puerta de su casa- Si no quiere que nadie tenga derechos sobre mí ha de tenerme, en todo momento, cogida de la mano o de la cintura o cualquier otro sitio del cuerpo. Si paseamos juntos pero sin tocarnos otros pueden entender que usted me está ofreciendo. Allí el hombre es el hermano privilegiado, la mujer es mero objeto de placer, de ser azotada, vejada y vilipendiada. Seguramente veremos a sumisas y esclavas en un escenario redondo esperando ser entregadas por sus dueños o el maestro de ceremonias a quienes pujen más por ellas en pública subasta. He visto vídeos de esos rituales. Nos quitaremos toda la ropa en el coche y entraremos tan sólo con estos antifaces y las túnicas. Si ha de tocarme, me toca, si ha de besarme, lo hace, si, lo que desea es rozarme, hágalo en unas mesitas de mármol exprofeso para sentar a la mujer y poseerla delante de un público espectador. No desearía contratiempo, jefe, no me suelte o me marcho.

El cuatro por cuatro de Javier fue el elegido para ir a esa residencia. Durante todo el trayecto iban callados, pensando ambos lo que podía pasar esa noche, deseándolo, esperando tener un recuerdo memorable de todo aquello. A unos cinco kilómetros de la casa, el inspector comentó un pensamiento que tenía en mente desde hacía unos días.

-Pilar, usted sabe que soy casado, tengo problemas con ella y que mi esposa ha desaparecido del hogar. No es la primera vez que lo hace, esta es la tercera. Seis días atrás, llegaba a casa y un mensajero me entregó un burofax. La curiosidad se apoderó de mí y me encontré con un texto, que no viene al caso, y que me hace sospechar que mi mujer está involucrada en este tipo de actos. Es posible que me equivoque, pero mis corazonadas siempre me han dado buenos resultados. No lo he contado a nadie, ni tan siquiera al grupo, espero de usted lealtad.

-¿Y cree que se encuentra aquí? –Dijo la muchacha seria.

-No lo sé, pero si ha de ser así seguiremos nuestro trabajo como si nada. Ya arreglaremos ella y yo esta cuestión, en casa, de ser como pienso. Solo quería que lo supiera

Llegaron en silencio y, poco antes, Javi paró el vehículo y se desnudaron totalmente. El hombre vio, con admiración aquel cuerpo extraordinario de la mujer, que no reparó de desvestirse delante de su jefe y dejarse ver tal cual era. El policía no pudo reprimir tocar y apretar los muslos femeninos que no se opusieron. Pilar vio, por el rabillo del ojo, cómo él erectaba rápidamente y sonrió disimuladamente. Una vez con el atuendo que marcaba la cita, marcharon hacia la entrada de una gran mansión que empezaba a vislumbrar frente a ellos.

La residencia estaba amurallada y una gran puerta de verjas era la única entrada para llegar a ella. Javier paró su coche y, bajando la ventanilla, enseñó la invitación y la documentación acreditativa que les habían hecho en el Departamento de Visado, previa autorización judicial. Uno de los guardianes, vestidos como un gladiador, un collar en el cuello y con argolla, clavado en la puerta y con las piernas abiertas, con antifaz, alto y muy fuerte les comentó con voz grave.

-Antes de entrar han de ponerse el antifaz cada uno. Deberían saberlo, sin han pisado anteriormente esta casa.

-No –Dijo el inspector- Es la primera vez, desde que nos hicimos socios, que venimos aquí. No conocemos las normas que rigen esta sociedad.

La mansión distaba a unos cuatrocientos metros de la entrada. El pórtico era de arquitectura romana: friso en forma de triángulo sin base apoyado en dos soberbias columnas de mármol totalmente redondas y lisas. Cinco peldaños salvaban la entrada, puerta muy ancha y abierta sólo una hoja. Se veía mucha luz en el interior y gente, con las túnicas, moviéndose. Otro gorila vestido de la misma manera, enmascarado les volvió a pedir la invitación y los miró con detenimiento, sobre todo a Pilar, a la que obsequió con un sonoro azote en su trasero.

No se hizo de esperar Javier y, antes que el matón se diera cuenta, un tremendo puñetazo en el mentón dio con él en el suelo. Cuando quiso reaccionar, el policía lo anulaba retorciendo su brazo y blasfemando.

-¡Hijo de puta, cabrón! ¡Para tocar a mi mujer estoy yo o quien yo elija! ¡Mírala bien, mamarracho asqueroso, mírala bien! ¡La próxima vez has de reverenciarla ¿Estamos?!

Un tercer gorila y un hombre con túnica ribeteada en oro se acercaron corriendo. El matón quiso intervenir pero el otro lo impidió.

-¿Qué pasa aquí? –Inquirió furibundo- ¿Desde cuando los siervos tocan a las sumisas de los hermanos afiliados? Llévatelo de aquí –Dijo casi gritando a otro que le cubría las espalda- Ya enviaré a alguien que le haga entrar en razón. ¡Perdón, en mi nombre! ¡No pensé que estos esclavos fueran atrevidos! Pasen, por favor. Tú, dame la invitación del hermano…

-Javier Artero y esposa, coronel del Estado Mayor del Ejército de Tierra, destinado en Brucelas como asesor militar.

-Coronel, por favor, pasé usted y su sumisa. Cuando pase el pasillo y entre en el salón, su hembra ha de estar sin la túnica y totalmente desnuda, puede, si usted quiere, ser de todos aquí como las demás serán de usted al mismo tiempo ¿Lo sabe, no?

-Y de acuerdo, maestre –Comentó Javier en su papel de hermano de la Comunidad.

Entraron en un amplio pasillo muy decorado con nichos que contenían cada uno una estatua de mármol masculina o femenina, casi del tamaño natural y desnudas, en posiciones diversas. Sillones, sillas y mesitas a los lados y mucha luminosidad. El techo redondo era una crucetas unida a una gran bóveda al final de este. El maestre de ceremonias, ya en la entrada de la gran sala, indicó con un gesto despectivo a Pilar que se desnudara totalmente. La joven, en un extraordinario papel de sumisa, con la cabeza baja en señal de respeto al varón, se desprendió de su túnica y la entregó al esclavo que acompañaba al anfitrión. Dejó al descubierto su magnífico cuerpo que maravilló a todos.

Javier la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y acarició la piel de la mujer con sentimientos de deseos que transmitió a la muchacha. No la soltó ni su mano dejaba de acariciarla más atrevidamente bajando y subiendo continuamente. Entraron en el salón principal, lleno de gente vestidas y desnudas, redondo, iluminado, decorado a la usanza romana y con grandes palcos donde se veían a hombres con túnicas negras y mujeres desnudas de todas las edades, todos enmascarados. Nadie allí se salvaba del antifaz de muchos diseños. Grandes pantallas de lágrimas, paredes con extraordinarias pinturas rupestres, urbanas y de salón, predominando en todas ellas el tema sexual. Un gran entarimado circular, concéntrico al salón de unos setenta centímetros del suelo era la atención de todos. Su contorno estaba rodeado con mujeres jóvenes, desnudas, con collares, brazos pegados al cuerpo cabezas bajas y rostros sin antifaz. Estaban separadas unas de las otras por un cuerpo y eran las mujeres que iban a ser alquiladas, prestadas, cambiadas o castigadas por sus dueños. Al fondo de la tarima había un gran altillo tapado con paño negro, parecía un altar. Todo este escenario de personas y cosas estaba arropado por una extraordinaria cúpula acristalada y pintada.

Pilar explicaba con detalles lo que estaba ocurriendo allí. La muchacha exhibía su belleza y su cuerpo sin pudor. Se dejaba acariciar ante toda aquella gente sin importarle que la miraran, parecía acostumbrada a estar en aquellos ambientes. Sentía la mano de su jefe que no paraba y eso le gustaba, era protección ante las necesidades de los otros que la miraban. En su fuero interno no estaba cómoda pero tampoco azorada. Sabía donde estaba y se comportaba como debía.

Las luces centellearon y era un aviso de que la fiesta comenzaba. El maestre mayor, aquel que intervino en la pelea de la entrada, apareció con una capucha de cono, parecida a los de las cofradías sevillanas. Levantó los brazos, giró su cuerpo a los lados e impuso silencio absoluto. Todos obedecieron.

-Estamos aquí una vez más cumpliendo los mandatos de nuestros actos naturales, religión que nos ha de acompañar por siempre. Delante de vosotros están estas ninfas que ha de cumplir los preceptos que les han sido impuestos. Empezaremos por sortear a varias de estas hembras para placer de quienes las adquieran. Luego pasaremos a los cambios, al alquiler y, por último, a impartir la justicia de nuestra cofradía a estas perras que han dañado el buen nombre y hacer de los hermanos, dueños de ellas. ¡Comenzamos ya! –Unos aplausos discretos dieron comienzo al acto.

-No le he dado las gracias por lo que hizo a la entrada, jefe. La verdad que se portó como todo un caballero no permitiendo que un esclavo me ofendiera. A estos gorilas les están permitidos tocarnos siempre que nuestros dueños lo permitan. Las mujeres somos iguales a ello o de más bajo nivel por nuestra condición femenina –Comentó al oído de su jefe.

Javi apretó intensamente el glúteo derecho de Pilar y a ésta le produjo una risa muy suave que sólo oyó su compañero

- ¿Le gusta sentirse superior a mí, jefe? A los hombres, se les halaga un poco y se lanzan ¡Hombres! –Lo miró con ojos irónicos

La puja empezó. Detrás del escenario tapado habían cuatro hombres: tres jóvenes, uno maduro y una joven, todos con capuchas. El paño negro, visto de fuera era opaco pero desde dentro parecía un cristal que permitía ver lo que ocurría fuera. La mujer se le dilató los ojos cuando vio a una pareja, enfrente en la que el hombre la tenía cogida por sus nalgas. Lo conoció enseguida a pesar de tener éste máscara. Los pelos de la cabeza se le erizaron. No tenía miedo a lo que iba a ocurrir poco después de la exposición de carne, conocía la "justicia" y lo que vendría, lo Saskia y era su sino. Miró a la mujer, más alta que él, hermosa y con un cuerpo espléndido parecía feliz de verse acariciada y protegida. Un odio intenso le inundó el corazón, los ojos adquirieron un rojo intenso y la mirada era maligna, rojiza. Su boca se había convertido en un embudo y por ella bramaba y pronunciaba un nombre -¡Javier, Javier! Y la pierna derecha comenzó a dar pataditas contra el suelo. El hombre mayor asestó un fustazo en el culo de ella y ésta paró pero la adrenalina adquirida momentos antes prosiguió y aumentó.

Javier, sin apartar su mano de la nalga de su compañera, le dijo algo al oído y ambos empezaron a estudiar el entorno que les rodeaba. Saliendo del salón circular empezaron a ver parejas sentadas, otras contra la pared y en el suelo, todas copulando. Mas allá mujeres haciendo felaciones o siendo sodomizadas por los hombres. Encontraron cuatro salas y todas muy decoradas y llenas de sillones, butacas, sillas y otros muebles que permitieran comodidad para el apareamiento. Las famosas mesillas que comentó Pilar se veían por doquier.

Javier llevó a una de ellas a Pilar y la hizo sentar. La muchacha supo lo que iba a ocurrir. Subió su rostro hacia él y le ofreció la boca que fue besada apasionadamente. Le recorría el cuerpo con las manos y se apoderaba de su vulva, de su clítoris e introducía los dedos en el himen masajeando los contornos. Ella se encontró pronto muy mojada y, apoderándose del pene comenzó a masturbarlo y se inclinó para introducirlo en la boca. Lo tragó poco a poco y la lengua examinaba los contornos del pene, la cabeza era succionada y limpiada del pre-semen de iniciación. Pilar miraba a su jefe cuando hacía esto y veía la cara desbordada de éxtasis que tenía. Sacaba el falo y daba lengüetazas en el cilindro bajando la boca hasta apoderarse de uno de los escrotos que se lo introducía totalmente y lo chupaba hasta producir dolor, un dolor que no era otra cosa que puro placer sexual que desbordaba en líquido, si no abundante porque el hombre se contenía, sí lo suficiente para que ella se deleitara y lo paladeara. Así durante un buen rato en que alternaba el pene con los huevos, los masajeaba y masturbaba el prepucio.

Javier estaba a punto y la mujer lo sabía de manera que él la tomó por debajo de los brazos, la levantó, la sentó en aquella mesita, le abrió las piernas e introdujo la polla dentro del himen hinchado, empapado y empujó. Entró con facilidad, sin traumas. Ambos estaban tan calientes y humedecidos que la penetración fue relajante y placentera. Empezó el baile de pelvis y la joven recibía aquellos embates casi brutales con los ojos en blanco. El pene del jefe le llegaba hasta el mismo fondo y se babeaba del goce tan grande que le producía. Comenzó a gemir con los dientes apretados y los labios abiertos. Lo miraba con unos ojos tremendos y de frente dándole a conocer que estaba gozando con aquella follada. Javier la abrazó por la cintura y su cara quedó introducida en el cuello femenino que comenzó a besar. La pegó más a él mientras movía la cintura como un desesperado pegando contra la vagina. Pilar se cogio a su cuello y se pegó aún más a él, dejó que la levantara del taburete, entonces, él, bajando la manos rápidamente, se apoderó de sus glúteos y el jadeo era el preámbulo del clímax que iba a tener en aquellos momentos.

-Javier, por favor, no te corras dentro, no estoy preparada. –Dijo la joven al oído, con la voz entrecortada por los suspiros que le hacía dar la cogida.

El hombre comenzó a gemir fuertemente embistiendo cada vez más fuerte contra aquella vagina chorreante y un "Prof." "Prof." "Prof." debido a los fluidos acompañaba a los prolongados suspiros de ambos. Javier, en un inmenso esfuerzo logró sacar el pene de la vulva en el momento en que se venía estrepitosamente. La polla, al salirse, quedó mirando a Pilar y, al escupir todo el placer masculino mojó la base de los pechos, la cara, el cabello y otras gotas que se perdieron en el aire salpicaron los cuerpos en puro éxtasis. El semen comenzó a bajar por el cuerpo femenino y a invadir aquella vulva recién estimulada por el coito. Pilar tomó el chorreante pene y comenzó a masturbarlo para sacar de él lo máximo. Su mano empezó a invadirse de líquido masculino, se inclinó y la introdujo en la boca hasta la misma garganta. La sacaba, tragaba y volvía a meterla una y otra vez chupando, entre medio, la mano mojada para aprovechar todo aquel néctar que quería parar al suelo. Así hasta que dejó limpio aquel sexo de hombre que la había hecho gozar tanto. Le gustaba el sabor, la casi solidez del espesor, se levantó, lo miró y pasando los dedos índice y pulgar por las comisuras de su boca demostró el placer que sentía de poder tomarse todo lo que provenía de él.

Javier tomó varias toallitas húmedas que había debajo de aquellas mesas para limpieza y la pasó por la cara, pelo y boca. Siguió limpiándola por todo el cuerpo y llegó a su sexo volviendo a repetir la operación. Pilar percibía el contacto de la mano masculina en su vagina con estremecimiento, introducidos los dedos en su himen y dejándolo limpió, luego, el clítoris, el vello cortado pero no depilado que dejaba ver perfectamente aquella vulva grande, de labios gruesos y abierto por el coito y ahora más por la acción de la limpieza. Pasó a los muslos y los limpió con delicadeza hasta que terminó. La puso en pié y besó los labios abiertos y entregados que devolvieron el beso con la misma intensidad.

Javier Artero tomó de la mano a Pilar Araña y empezaron a caminar hacia el salón principal. Cuando llegaron a él vieron un espectáculo que dejaron los pelos de punta a la mujer. Se trataba de de una joven, con una capucha en la cabeza y unos agujeros por donde se veían unos ojos exageradamente abiertos. Estaba emparedada entre dos hombres jóvenes que la poseían por delante y por detrás mientras que ella, con una mano masturbaba el pene de otro joven y chupaba, por debajo del capuchón el del hombre maduro. Éste, con una fusta castigaba casi con brutalidad el costado de la chica y el brazo derecho de forma sistemática.

-¡Dios mío, Javier, ¿Estás viendo eso?!

-¡Sigue, Pilar! –Dijo él sin prestar atención a la escena- Es parte de la filosofía del dolor. Hay personas que gozan de este modo. Mi esposa y yo, entre ellos

-¿Tú pegas a tu mujer de esa manera tan brutal? –Lo miró asombrada.

-¡Déjalo, Pilar, por favor! No voy a discutir contigo algo que no comprendes si no lo practicas

Pilar, tiró de la mano de Javier e hizo que se quedara parado. La mujer castigada estaba siendo eyaculada por los jóvenes que se había apartado de ella y le echaban sus sémenes en el cuerpo. La fusta no dejaba de caer sobre su cuerpo y ella parecía no percibirlo, al contrario, se la veía disfrutando, tomando los penes y limpiándolos con su lengua uno y otro simultáneamente. De pronto, el castigador tiró la cabeza hacia atrás y sus caderas comenzaron un movimiento de atrás hacia delante. Con un grito agónico de gran placer se corrió en la boca femenina mientras mantenía la cabeza de ella pegada a sus ingles y la mano que castigaba dejaba de actuar para dar paso a la pasión del momento.

Había un hombre, desnudo de medio abajo y con un slip ajustado a sus caderas, de complexión atlética y frente a ellos, mirando el cuadro que formaba el cuarteto, sin inmutarse. Era el maestre de ceremonias que, una vez terminado el rito, levantó los brazos y habló.

-Esta mujer ha recibido el castigo que ha sido pedido por sus dueños a esta comunidad. No se ha hecho toda la justicia contra ella, por eso, os convoco a todos vosotros, hermanos para que acudáis la próxima semana con vuestras siervas a presenciar el final de una conducta de desacato de esta esclava contra estos hombres de los cuales ha dependido siempre ¡Estáis convocado para que seáis juez y jurado que ha de imponer el castigo qué castigo ha de tener esta perra indecorosa!

-¡Vámonos, vámonos, Javier, por favor!

A la salida, un esclavo alto y fornido con un collar de acero con argolla en el cuello buscó la túnica roja de Pilar y la entregó a Javier. Una vez fuera otro esclavo les trajo el cuatro por cuatro y salieron de la mansión. Todo el viaje lo hicieron en silencio, sin mirarse. Cuando llegaron al domicilio de ella dijo

-Si quieres pasar la noche conmigo puedes entrar. Si deseas marcha, hasta mañana. Respétame y me tendrás las veces que quieras.

Javier bajó del coche y abrió la puerta del otro lado descendiendo Pilar. Con el control remoto lo dejó cerrado y, tomando a Pilar por los hombros, besándola en la boca se dirigieron a la vivienda.

 

Fin de la tercera parte