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Marta (1)

en Dominación

MARTA, UN MUNDO NUEVO

Primera parte

Prólogo

Soy Agustín Sarmiento y de profesión proxeneta, chulo, alcahuete, rufián, vividor, parásito, bueno, parásito no, soy de profesión Visitador Médico ¡Yo qué se que más cosas se le puede decir a un hombre que vive de una o varias mujeres! La verdad es que hasta hace tres años yo no pensaba que iba a acabar trabajando de esta forma pero, ahora vivo bien, gano una pasta gansa que saco del lomo de las dos mujeres que atienden el piso que tengo para que ellas reciban encantadas a los clientes que les envío y calienten mi cama cuando las necesito, normalmente, de una en una, pero hay veces que me apetece las dos. A una de ellas le arreo con la vara de vez en cuando, no por diversión ni porque me guste pegar a mujeres, tan sólo porque roba, engaña, se hace la estrecha e inventa historias inverosímiles. La escucho atentamente, hago gestos con la cara de asentimiento, asombro, alegría o tristeza, dependiendo del momento mientras voy, poco a poco, acercándome a la vitrina, saco una pequeña fusta, ex profeso para ella, me acerco con las manos atrás y la aporreo fuertemente sus preciosas nalgas, sus tetas, el coño hasta que me pide perdón y me asegura que no volverá a hacerlo. Yo la creo, porque es cierto, hasta que vuelve a repetir la historia que suele ser cada dos o tres meses. Trabaja bien, muy bien cuando la "lleno de moral" y le bajo la "depre psicológica". Los hombres que pasan por su gabinete la solicitan mucho porque es una mujer guapa, bien plantada, profesional donde las halla, pero ludópata, ninfómana, embustera y zafia. En fin, estoy adelantando parte de este relato y mejor es empezar desde el principio.

Fui hijo único. Mis padres se casaron, parece ser muy jóvenes, catorce años recién cumplidos mi madre y dieciséis largos él y lo hicieron porque yo venía, a un mes vista cuando pasaron por la iglesia. Misterio de la vida, se unieron tan jóvenes y ellos se mantuvieron fieles el uno al otro hasta que mi padre, electricista profesional, con empresa propia, quedó enganchado en un tendido de alta tensión y dejó a mi pobre madre viuda desde el momento en que la corriente acabó con él. Primero le absorbió toda el agua corporal hasta secarlo durante más de treinta segundos y luego prendió fuego a su cuerpo, quedando un hombre que medía más de uno noventa en uno de medio metro poco más. Llevaban de casados catorce años y cinco meses y yo había cumplido los mismos años tres días antes de su muerte.

Jamás Luis, mi padre, quiso que mi madre, Marta, trabajara. Ella era y es una mujer que gusta mucho a los hombres. Como mujer normal es corriente y más bien vulgarcita, pero para los ojos masculinos y, algunos femeninos, tiene la virtud de hacerlos girar hacia ella de forma inmediata. Alta, algo menos que mi padre, que medía 1,92 m, no muy delgada, un cuerpo fuerte bien formado, uno pecho grandes, caderas redondas y generosas y bien puestas. La forma de caminar de Marta, la llamaremos desde ahora así, es provocativa y letal. No lo hace con intención, es su naturaleza y sus piernas largas y perfectas apoyan su sensualidad y donaire de mujer voluptuosa.

Nos quedamos solos y nos teníamos el uno al otro. Para mí, ella era la única, la mejor madre, cariñosa aunque mi culo sabía de sus enfados y zapatillas cuando era más pequeño. Claro que yo también era un rebenque y las hacía que se notaban, se quejaban de mí, Marta se cabreaba y me ponía los glúteos morados sin compasión. Mi padre la amaba y gustaba que los hombres miraran a su esposa. Iban por la calle y él la dejaba ir delante, con su felino caminar y oía los piropos y halagos bonitos unos y guarros otros dirigidos a su mujer. Los admitía con gran alegría, según decía Marta cuando llegaban a casa, enfadada con él. Naturalmente, papá la tomaba en la cocina, enviándome a comprar el pan y alguna golosina como pago, y la ponía fuera de órbita. Yo conocía "los recados de papá" y me dejaba demorar un buen rato. Volvía y ella era otra mujer, sin el enojo, melosa, mimosa, llena de atenciones con su marido y con los ojos bizcos. A mi padre, en algunas ocasiones, tuve que llamarle la atención con respecto a la bragueta del pantalón que se le quedaba abierta.

Sin embargo, de Marta tengo un recuerdo que jamás se ha borrado y que me dolió mucho en su momento. Venía del colegio y la vi venir de frente. No me vio porque me escondí al reconocerla poco después. Vestía con falda beig corta, a medio muslo, ajustada, botas blancas de tacones altos y un suéter también blanco con un gran escote que dejaba bien patente sus atributos. Caminaba deprisa, seria, con gafas de sol muy oscura, pasando de las miradas y las expresiones soeces de los hombres. No la reconocí la primera vez y yo mismo quedé impresionado ante su esplendor de mujer cuando la visualicé. Pasó a mi lado sin verme por estar escondido y, cuando llevaba más de cinco metros por delante, la seguí. Dos calles más allá, pasando un paso de peatones, Marta, quitándose las gafas, se reunió con un hombre que la besó en la boca largamente, le dio unas buenas palmaditas en el culo y la ayudó a entrar en el coche sin quitarle la mano de allí. Tenía, por entonces, diez años, pero ese retrato en el recuerdo de ella y la escena que mostró nunca se fue de mi mente. Tampoco lo comenté con papá y, el tiempo fue borrando temporalmente la imagen aquella y dando paso a las bonanzas de la mujer como madre. De vez en cuando, los pensamientos, esos instantáneos que tenemos todos y que no vienen a cuento, me presentaba a una Marta vestida de aquella forma y besándose con otro hombre que no era mi padre.

I

Durante dos años parece ser que Marta hizo malabarismo con el dinero que nos dejó papá, la venta del taller y una miserable pensión de autónomo fallecido en accidente laboral nos permitió salir adelante. Él siempre quiso que nosotros viviésemos bien y sin estrecheses y Marta se acostumbró al bienestar que, cuando había pasado los dos años de su muerte, las penurias empezaban a apretarnos el cinturón. Un día vino contenta: había conseguido un trabajo como telefonista en la multinacional Philips.

Me abrazó y besó y casi me levantó del suelo. Yo, naturalmente, estaba molesto, una madre haciendo eso a un hijo de diecisiete años y con cuasi novia ¡Quita, quita! Nos podían sorprender si alguien entraba en casa (cuando la puerta estaba cerrada). Lo único malo, dijo, estaba en que su trabajo era el turno de noche y que tenía que salir a las nueve de casa y venir sobre las siete y media u ocho, que era cuando entraba el primero del día.

-Bueno, mamá, tampoco es tan malo. Entrar a trabajar y ya querer tener el turno de mañana eso es casi imposible, vamos, digo yo.

-¡Sí! ¿Verdad? Entonces, estás de acuerdo que tu madre trabaje la madrugada.

-¡Coño, mamá! ¡Lo dices de una forma que parece vayas a trabajar la calle, mujer!

-¡Claro, claro, por supuesto! –Sonrió con media boca y se alejó con gran rapidez a su dormitorio.

Dos meses después terminé el ciclo de Formación Profesional de II grado en la rama Administrativa y saqué la matrícula para el Tercer módulo en la especialidad de Marketing. También conseguí un trabajo como Visitador Médico, trabajo temporal que iba a durar tres meses. Parece ser que entré con tan buen pie en este mundo de las ventas directas que el jefe de ventas del Laboratorio farmacéutico dijo que tenía muy buenas perspectivas dentro de él. Marta seguía en su trabajo de telefonista y llevaba tres meses muy contenta. Todo se enderezó de la noche a la mañana, entraba dos sueldos en casa y nuestras costumbres volvían a ser las de antes.

Un día de otoño, frío, gris y lluvioso, me levanto para ir al trabajo a las siete poco más, hago el aseo personal y desayuno. Tenía por costumbre ir a ver a Marta a su alcoba que, a esa hora, las ocho y media y momento de marchar, ya había cogido el sueño y dormía a piernas sueltas. La sorpresa fue grande, ella no estaba en su dormitorio. Me asusté de pronto y caí en la cuenta que ella nunca había dejado el teléfono de la centralita de Philips prendido en la nevera, como se hacía siempre en casa. Tomo el listín de páginas amarillas y, cuando iba a marcar el número de la multinacional, siento que están hurgando en la cerradura de la puerta muy torpemente. Observo por la mirilla y la veo inclinada, agarrada a la pared e intentando abrir la puerta de entrada a la casa. La ayudo abriendo yo y Marta se presenta ante mí desmelenada, el carmín esparcido por fuera de los labios y los ojos hechos unos chapapotes entre negros y verdes, corrido el rime y vidriosos ¡Estaba borracha!

-¡Hola, hip…Agustín! Unas amigas y… ¡hip! Y yo… estos… estuvimos en una fies… ¡hip! una des… ¡hip! esto…, descomunal fiesta de despedida ¡hip!... de soltera –Y la mujer explicaba la tardanza dando tumbos de alante hacia atrás y manteniéndose apoyada en la pared. La mano derecha, la que tenía la llave, se expresaba mejor que ella con los gestos que le imprimía.

-¡Venga, pasa mamá! La próxima vez llama y no me preocupo. Te llevaré a tu habitación.

Marta tenía encima una gabardina blanca que usaba mucho para ir al trabajo. Ya en su alcoba la apoyo por los pies de la cama y le quito la prenda ¡Dios santo! Delante de mí estaba una hermosa hembra con un traje azul celeste muy brillante y totalmente ajustado al cuerpo, vamos, era una piel cubriendo otra piel. La falda del traje era tan pequeña que se veía claramente el naciente de las redondas, macizas y apretadas nalgas. El escote le llegaba más abajo del pecho y éste se veía casi al completo. Un pezón estaba totalmente descubierto y lleno de algo asqueroso alrededor de la areola. Quedé boquiabierto y espantado ante el espectáculo. El pene se me levantó por ensalmo hasta quedar en horizontal, acusándolo el pantalón por lo abultado que quedó, y las endorfinas cubrieron mi cuerpo e iluminaron de lujuria el cerebro. No sé el rato que la estuve contemplando entera. Marta me miraba sin verme, tenía una cogorza de las que hacen épocas. Mi visión, excitada por su vestimenta, percibió que ella levantaba un dedo como queriendo decirme algo y lo movía en un gesto de negación pero dejó caer la mano. Marta, totalmente borracha, calló sobre mi pecho y quedó apoyada contra mí, dormida, escurriéndose hacia el suelo. No sé como me vi con mis manos en su culo, afrentándolo fuertemente, sintiendo el tejido fino y de plástico, subiendo la falda y dejando ver unas caderas desnudas totalmente. Tan enloquecido de deseos estaba que dirigí la mano hacia la vulva y la encontré rasurada con una línea sugestiva solamente en medio del pubis, despojada de bragas, los labios bastantes abiertos, mojados y pegajosos. Fue cuando tomé conciencia de lo que estaba haciendo y la empujé hacia la cama cayendo de espalda sobre el colchón. Efectivamente, no llevaba bragas alguna y los labios vaginales se veían húmedos, gelatinizados. No sé como me vino a la memoria a una Marta besándose con aquel hombre que la tocaba al subir al coche.

Cuando pude reaccionar corrí, corrí tanto que salí de la casa y no me acuerdo si cerré la puerta de salida o la dejé de par en par. No podía parar y mi corazón quería salirse de la caja toráxico, no por la carrera sino por todo lo que había visto y pasado. Llegué a la puerta del laboratorio y entré pero no pude incorporarme al grupo. Estaba fuera de mí. Lo vi. al fondo del pasillo, discutiendo, seguramente, las zonas a visitar con el Jefe de Personal. Estaba tan alterado y la pasión que me embargaba tan a flor de piel que no podía pensar nada más que en Marta. La veía con aquel traje que era su segunda piel, brillante, sugestivo. Tocando su culo prieto, sintiendo el sexo húmedo y los labios vaginales gruesos en mis manos. Tirada en la cama con aquel traje que se enrolló en la cintura, con las caderas totalmente desnuda, joven, tersa y de piel fina.

Fui al baño para escapar de las miradas de los compañeros que pudieran venir y de los jefes que pudieran verme. Abrí la puerta de un retrete y me colé dentro cerrando con la pestillera.

Mi nabo comenzó a crecer a medida que la mente jugaba con los recuerdos. Era imposible quitármela de la cabeza. Las escenas vividas y aquella del coche volvían como flash una y otra vez. El traje…, aquel seno grandioso manchado con algo de migas viscosas alrededor del exagerado pezón…, las caderas desnudas…, el hombre tocando el culo sin importarle la gente…, la teta…, la teta…, la…, el coño ¡No pude más! ¡Desabroché la cremallera del pantalón y mi polla saltó bestialmente hacia fuera, goteando! ¡Jamás la había visto tan salvaje, gorda, negrusca, llenas de venas verdes que parecían iban a explotar! ¡Estaba la jodida escupiendo esmegma! Y comencé a menearla con cierto nerviosismo, luego con precipitación y al minuto siguiente con una velocidad increíble. El prepucio corría a la velocidad que le imprímía y en un momento exploté con un impresionante chorro hacia delante que salio por encima de la cisterna y fue a chocar violentamente contra los mosaicos de la pareced y escurriéndose, primeramente, con lentitud, luego con rapidez a medida que se hacía mas acuoso. Pero seguía escupiendo porque las imágenes venían a mi mente y me oí gritando, gritando fuertemente, apoyado en la pared con el brazo izquierdo mientras la cascaba con la derecha en una desenfrenada paja que llevaba el nombre de una mujer: Marta

Fue increíble aquella masturbación y tan placentera y maravillosa que me permitió, durante las horas siguientes pensar que coño estaba pasando y, si era verdad que se había ido a una despedida de soltera, quien se la había trajinado y si las tetas podían servir para depositar comida y degustar sobre ellas y de ellas ¡Tenía que ser maravilloso!

Deambular ocho horas con la mente llenas de pensamientos retorcidos es mucho tiempo. A las tres y media, como era costumbre en mí, entré en casa y Marta estaba sentada en el salón viendo la televisión. La saludé secamente, sin mirarla y me fui al comedor donde ya tenía la comida servida. Dejé el maletín en una silla, me asee las manos y me senté a comer. Ella apareció de inmediato.

-Perdóname, Agus. Tu sabes que no bebo pero era un día especial… y, en fin …, esto… pues me pasé un poco –Hablaba sin mirarme directamente a los ojos, acercándose a la mesa lentamente, retirando la silla frente a mí y sentándose.

-¿Ese traje que llevabas es tuyo? ¿Te lo prestó una amiga? ¿Qué coño hacías tú vestida como una puta, mamá? Me diste la impresión que, vestida así, eras el regalo del novio ¿Fue así como lo digo?

-¡Oye, niño estúpido! ¿Cómo te atreves a hablarle a tu madre de esa forma? ¡Respétame como madre y como mujer, imbécil! ¡Pero… pero… ¡ -Se levantaba y salía precipitadamente del comedor mientras terminaba la frase- ¿Qué te has creído que eres tú? ¡Abrase visto el niñato éste!

-¡Soy tu hijo, por si lo has olvidado! ¡Y sí, parecías una puta de las cara esta mañana vestida de esa guisa, mamá! –Grité al tiempo que me levantaba precipitadamente de la mesa y tirando la silla para atrás- ¡Una puta cara! ¡Pero, al fin, una guarra, vamos!

Marta apareció como una tromba y se plantó ante mí, encendida, furibunda, con sus grandes y claros ojos echando fuego y la mano levantada para azotarme la cara. Pero se contuvo a dos centímetros de mí, pegando su precioso pecho contra mi pecho, percibiendo el aliento cálido, la respiración entrecortada por la excitación del enfado que le había hecho coger. Nos retamos con los ojos durante un tiempo interminable, sin decirnos nada. Yo percibiendo el olor a su perfume, recordando la paja que me había hecho pensando en su cuerpo, ella queriéndome pegar, sin atreverse, de la rabia contenida que llevaba encima.

-¡Por última vez, Agus, deberías venerarme como madre, primeramente, luego, considerarme como mujer! ¿Entendido?

-Entendido, madre, entendido. Pero te diré una cosa. Si vuelves a aparecer de la forma en que te vi esta mañana perderás mi respeto, mi consideración y me marcharé de casa. Lo gano muy bien, mejor que tú, según me has dicho, y puedo vivir solo ¡Tú también tenlo en cuenta por última vez! –Y el momento se hizo más tenso, más violento. Su mano se levantó más pero no pasó de ahí.

Tres días estuvimos sin dirigirnos la palabra, sin mirarnos siquiera. Ella llegaba a las siete y media o a las ocho, normal, tomaba un café con leche y se iba a dormir sin despedirse de mí. Yo llegaba a casa y comía solo, estando Marta viendo la televisión en el comedor y, el resto del día, nos la pasábamos solos, ella con sus labores domésticas y yo con los estudios del Módulo III de Marketing en el que, por aquella época me encontraba en el primer trimestre.

Tres meses después volvió a pasar y, esta vez, las cosas dejaron de ser como habían sido siempre. A partir de ahí, nuestras vida tomó otro rumbo diferente

II

El reloj dejó oír su alarma de baja frecuencia a las siete y quince minutos. Como siempre salté de la cama, solo en calzoncillos, tomé la ropa y fui al baño. Salía de él cuando oí que la puerta de la calle es abierta y luego cerrarse. Me acerco y la veo descalzándose, con su gabardina abierta y colgando a los lados. Llevaba un traje enterizo de color blanco, ajustado, de falda corta, algo más arriba de la mitad de los muslos y de escote muy generoso. Los zapatos de aguja, también blanco, colgaban ya de la mano derecha de Marta. Las piernas desprendieron luminosidad por el panty brillante color carne y muy ajustados.

La entrada de la casa y mi madre se presentaron ante mis ojos dentro de un cuadro rojo. Algo extraño subió por todo el cuerpo hacia la cabeza y me llenó de una rabia tal que, sin poderme contener, salté hacia ella y la cogí por los brazos. Tiré de la gabardina, por las mangas, hacia abajo y la vi. Vestida con aquella mínima expresión de traje, sin manga, enseñando los torneados brazos. El cabello, castaño claro, por debajo de los hombros, lo tenía peinado totalmente hacia atrás y cogido con una diadema elástica blanca, formando capullos de rosa.

-¡Otra despedida de soltera, mama! ¡Dios santo, qué bien! ¡Cómo se divierte mi mamá! ¿Se están casando todos, poco a poco, en Philips, señora madre? Y tú ¿Por qué vas vestida así? ¿Te tiras a todos los machos de la empresa? ¿Eres la querida del jefe? ¿O tan solo eres una simple pu…?

¡¡¡Plaffff!!! –Fue una buena y sonora bofetada que cogió toda mi mejilla izquierda y parte del oído que se fundió dejándome un pitido que me sacó ya fuera de mí

A mis diecisiete años la estatura que había alcanzado era superior a la de mi difunto padre que medía más de uno noventa y dos. En ese momento medía uno noventa y ocho y en alza, practicaba el fútbol y estaba en forma. Sin contemplación tomé a Marta por la cintura y la levanté por arriba de mi rostro, la llevé así hasta la pared de la sala y la estampé contra la pared sin soltarla. Su cabeza chocó en el duro muro y la dejé caer de pie. Sin darle tiempo a reaccionar, la coloqué de espalda a mí y materialmente le arranqué la trinchera de cuajo, dejándola con aquel minúsculo traje. Volví a estamparla contra ésta, ahora aplastándola sobre la superficie y apretándola con mis manos. Giró su rostro con presteza y evitó que le hiciera daño en la nariz. Bajé la mano derecha y la introduje por debajo de la falda subiéndola hasta más arriba de las nalgas. Lo que vi fue que no tenía nada, tan solo el tejido de malla ancha que se estrechaba en el naciente de los muslos y quedaba en hilo dental que se introducía entre los glúteos dejándolos al desnudo y aparecía por donde nacía la unión de éstos y formaba una pletina alrededor de la cintura.

No podía creer lo que estaba viendo. La giro hacia mí, levanto la falda y mis ojos se cayeron de las órbitas. La vulva, ese sexo que tantas pajas me había costado desde que lo vi por primera vez estaba descubierta por el simple diseño del panty. Marta me miraba aterrada ante mi examen. La había cogido ahora por el cuello con el brazo extendido y la tenía clavada mientras la contemplaba horrorizado

-¿Por casualidad es este el uniforme de telefonista que se usa en tu empresa, madre? Si es así las que hay allí son todas putas, empezando por ti ¿A qué te dedicas realmente, mamá? ¡Dímelo, ya!

-¡Te juro Agus, que no es lo que te imaginas! –Y hacía esfuerzo por zafarse del yugo de la mano que la atenazaba

-La verdad, mamá, la verdad ¿A qué te dedicas en realidad?

-Te lo juro por papá, Agus, trabajo como telefonista. Mira, por esta –Hacía el signo de la cruz con los dedos y los besaba

-¡Bien, madre, bien! Te creo. Solo tengo que comprobarlo, ahora, cuando salga a trabajar –La solté y lentamente le di la espalda para ir a bañarme.

-¡No, no hace falta, Agus…! ¡Por Dios, hijo, no vayas!

-¿Qué tienes que ocultar, madre? –Y me giré para contemplarla. Marta tenía los brazos extendidos suplicando y su cara levantada hacia mí era la viva expresión de la desesperación, de la impotencia de no poder hacer nada- Si no tienes nada que ocultar, nada tienes que temer. Hoy me pasaré por Philips. Voy a ba…

-Soy prostituta profesional desde el momento en que te dije que había entrado en esa empresa –Había bajado la cabeza, seguramente avergonzada, y sus largos y preciosos brazos desnudos quedaron flotando a los costados de su bien formado cuerpo.

Un marrón, de los empleados en asfaltos, me da en la cabeza y el efecto no hubiera sido tan doloroso, tan atroz. Aquella nube roja que me pasó por los ojos cuando la vi. llegar volvió a mí.

-¡Prostitutaaaa…! ¡Pero no juraste por papá que eres…! –Los ojos se llenaron de lágrimas y las múltiples imágenes que veía frente a mí estaban pasadas a través de ese filtro de color- ¡Puta, madre! ¡Eres puta! ¡Dioooooss!

El chillido que proferí la asustó y Marta quedó, por sí sola, aplastada contra aquella pared, con sus brazos recogidos sobre el pecho y tapándose la boca con las manos.

-¡Madre, madr…, madr…! ¡Maldita seas, mujer! ¡Desde este momento dejas de ser mi madre! ¡Ya no eres mi madreeee! –Y la señalaba con el dedo, casi tocando su cara, fuera de mí, llorando. Estaba loco.- ¡Puta, puta, putaaaa! ¡Reniego de ti, mujer, reniego totalmente!

Y escupí en el suelo y esparcí la saliva. No sé como me vi rompiéndole el traje más allá de la mitad. Marta quedó casi desnuda ante mí. No llevaba sujetador y su gran pecho, como consecuencia de la brutalidad, se movió como balones. Su coño entreabierto, bien rasurado, con aquel minúsculo bigotillo en vertical en el centro de su pubis, volvió a estar ante mis ojos. Di otro tirón a lo que quedaba de él lo rasgué totalmente. Ella encogió la pierna derecha tapando su sexo y con sus brazos el pecho al tiempo que se encogía.

-¡Qué haces, Agustín! ¿Qué pretendes con esto…? –Estaba encogida, tapándose, aterrada ente un joven que se había convertido en una fiera sin control.

Cogí sus brazos y los abrí en horizontal con una facilidad pasmosa y Marta quedó pegada a mí, momento que aprovechó para morder la parte alta la tetilla. Resistí la embestida y, tomándola por el cabello le retiré hacia atrás la cabeza y, con la otra mano, le estampé un puñetazo en la barbilla. Se desplomó semiinconsciente en mis brazos, momento que aprovecho para tenderla en el suelo de espalda, cogerla por las caderas y ponerla en cuclillas a modo de "perrito" con las piernas muy abiertas y la golosa vulva invitándome a conminar lo que mi mente enferma, en ese momento, estaba proyectando

-¡Si eres una puta, harás de ramera para mí ahora! ¡Reniego de ti, puta asquerosa, reniego de ti! –Y mirando hacia el techo, gritando como un demente, bajé mi calzoncillo y apunté hacia la vagina con el pene medio enhiesto.

Marta iba despertándose y tomaba conciencia de lo que estaba pasando. Yo también lo vi así y, tomando sus manos las coloqué atrás y hacia la cabeza haciendo presión con ellas sobre su espalda, inutilizándola, dejándome el campo libre a la asquerosa acción que estaba cometiendo. Marta, inmóvil, horrorizada, miraba hacia atrás y clavaba sus preciosos ojos con estupor, implorándome y diciendo

-¡No, por favor, Agustín, no! ¡Aunque tú me niegues ahora, sigo siendo tu madre! ¡Te juro por papá que dejaré de prostituirme desde mañana mismo, pero no, Agustín, noooooooooo!

Quedé ciego y una sonora y, al parecer, dolorosa bofetada estalló en su espantada cara. Como un animal inmundo, desprovisto de sensibilidad y respeto, encaré mi rostro al de Marta y le grité

-¡Zorra asquerosa, puta inmunda! ¡No mentes a mi padre nunca, nunca furcia de mierda! –Un golpe seco en el costado de su pecho izquierdo fue el colofón de aquel acto de brutalidad al borde del incesto- Te voy a follar te pongas como te pongas, maldita perra ¡Pero nunca nombres a mi padre! ¡Tú no, hija de puta!

Marta no creyó que la situación que ella misma había creado con su confesión, la llevara a ser violada, la negación de su reconocimiento como madre y el empecinamiento mío en quebrantarla tan cruelmente, era incomprensible para ella y para cualquier humano con cordura pero no para mí. Los movimientos bruscos que realizaba, su resistencia a dejarse ofender como mujer no le valía para nada estando como estaba: indefensa de todo movimiento.

Por un momento sentí pavor, remordimientos verla desnuda total de medio para abajo, luchando con fiereza y valentía, el rostro hacia el lado derecho, sus ojos cerrados herméticamente y respirando por su bien formada boca "de mamona", pero una fuerza de maldad demoníaca, dominadora en todos los aspectos no me permitía parar y seguí ya sin escrúpulos.

El pene estaba ahora a cien. El prepucio echado hacia atrás y el glande hinchado, descomunal y humedecido fue el detonante de la penetración. Me acosté sobre Marta e introduje mi polla en dos golpes casi violentos que la hicieron abrir sus ojos espantada. Y comencé a follarla con fuerza. Aquella vagina era suave, áspera por encontrarse seca, sin estimular. La mucosidad propia que mantiene húmeda las paredes ayudó a mi pene a entrar y salir vertiginosamente.

Dejó de luchar, de moverse. Su bonita cara, ahora inexpresiva, terriblemente pálida, seria, atolondrada por lo que estaba ocurriendo, se encontraba de aquel lado derecho, sus ojos abiertos y toda ella moviéndose al compás de mis golpes de pelvis contra aquel coño materno que esperaba la corrida que no tardó en llegar ¡Dios! Fueron dos chorros y algo más lo que deposité dentro de sexo de Marta acompañados de los bufidos propios del clímax máximo del placer que ella, siendo quien era, me proporcionó.

Todavía mi crueldad llegó algo más allá. Después de correrme la saqué y comencé a limpiar la polla en su culo, empapando el ano que se mostraba como consecuencia de la posición, siguiendo hacia arriba y dejando huellas en sus nalgas, dando golpes con la polla en ellas y saltando gotas que caían en la espalda. De pronto, di un gran bufido y algo amargo, maloliente, desagradable salió de mi boca al aire y me oí decir.

-Bien, puta, esta es la primera vez. Todos los días te voy a follar, de manera que ve haciéndote una idea de las obligaciones que contraes a partir de hoy y me parece que nuestras vidas darán un tremendo y serio giro en beneficio o en detrimento de los dos.

Solté sus manos que se estaban poniendo amoratadas y me puse de pie. Marta fue encogiéndose poco a poco, con su pelo desordenado, con el semblante demacrado, la cara reflejaba la violencia de la violación que acababa de padecer y se fue arrimando a la pared al tiempo que se tapaba con el traje roto por la mitad. No me miró, su vista estaba fija en el suelo y perdida en algún lugar. Recogí el calzoncillo que lo tenía en los tobillos y me lo puse. Antes de marchar sentencié.

-Te diré que ni pensar en abandonar el hogar, esta es, ya dije, tu casa. Tú poniendo los pies fuera de ella con tus maletas y yo faltándome tiempo para ir a las dos familias y contarle lo puta que te has convertido desde hace cerca de un año, luego se enterarán nuestras amistades, porque iré casa a casa, luego, le seguirá el barrio y ¡Yo que sé cuantas personas más! Te quedarás en casa, iras a trabajar y, al venir, porque vendrás si no quiere que prospere la amenaza, te diré en qué consiste los cambios. Ahora no tengo las ideas claras, mañana serán efectivas ¡Vete a lavar y a la cama! ¡Ah, Marta! A partir de hoy serás Marta para mí, mi querida, mi puta particular, la ramera que trabajará para mí y me dará calor en su cama. Desde esta noche tu habitación será la mía para siempre. Lo dicho, follarás conmigo quieras o no. Todo queda claro, ¿verdad?

Marta escuchó todo aquel discurso sin moverse, destilando semen por su vulva, apoyada contra la pared, las piernas recogidas como los fetos. No soltó ni una lágrima. Se levantó con lentitud y se encontró frente a mí. Yo le pasaba casi la cabeza. De pronto su mano salió de no sé donde y fue a dar al rostro tan certeramente que me tambaleé. Me enfrenté a ella y un escupitinajo me bañó la cara. Sin más, valiente, osada, salió hacia la habitación y se encerró en ella. Me dirigí al baño y media hora después salía de la casa, una casa donde el silencio era aterrador.

III

No fui efectivo ese día en el trabajo. Era costumbre en mí realizar varias visitas y ser efectivo, Ese día no estaba para nada. La violación a Marta estaba surtiendo efecto en mi ánimo y el remordimiento aumentando por momentos. Estaba recapacitando y dándome cuenta de lo que había hecho. Pero a mediado de la mañana comprendí, casi meridianamente, lo que quería para Marta y para mí. Visité a tres médicos de gran confianza y les hice una proposición. Debido a mi juventud, ellos, hombres maduros y padres de familia, quedaron pasmados pero aceptaron mis propuestas casi encantados. Desde luego todo cambiaría como de la noche a la mañana si las perspectivas que estaban en mi maletín surtían efecto. Solo cabía esperar que Marta hiciera algo que yo no hubíera pensado y no la encontrara ya en casa. Me iba a doler mucho y empecé a temer que llegara la hora del regreso.

Lo primero que hice fue hablar con mi maestro, auténtico fiera en vender lo que fuera, el hombre que me introdujo en el mundo de las ventas con sus estrategias, elegancia, respeto y buen hacer. Nos vimos en su despacho que era siempre una cafetería. El, con su eterno güisqui, droga que lo llevaría a la tumba sin que pasara mucho tiempo, yo, con un desayuno frugal: zumo de naranja y un sándwich vegetal. Le plantee la idea desde la verdad. Una señora de muy buen ver, conocida mía, aburrida de su matrimonio y con unas ciertas necesidades económicas por la crisis financiera que estaba pasando su esposo, quería tener unos ingresos extras con unos señores discretos y serios que le animara el cuerpo y la permitiera mantener su status antiguo. No era una zorra, le dije, tan sólo una mujer hastiada y con deseos de mirar la vida desde otro punto de vista.

-Amigo Agustín, no será una zorra pero es una puta, que para el caso viene a ser lo mismo. Si no tiene medios intelectuales ni profesionales y lo quiere sacar del chocho, es una zorra y es una puta también por muy señora que la quieras pintar. En fin, no me meto en ese rollo que me planteas. Te diré que no es nada del otro mundo. A tus clientes más allegados y de confianza le ofreces a la señora, le hablas de sus buenas cualidades de hembra, lo bien que folla, que no es una tirada cualquiera y que lo hace con señores serios, sanos y con cita previa. La puedes ofrecer bajo el fetichismo de cada uno. Por ejemplo, le preguntas al cliente cómo le gustaría verla delante de él. Te aseguro que eso ilusiona y vende mucho. A esa hembrita le dices que vaya comprando, poco a poco, ropas adecuadas para cada momento: tangas inverosímiles, sujetadores pequeños, batitas de tul, de encajes y de colores sugestivos, serios y elegantes, pantys, botas altas, guates hasta las axilas, cinta para la frente y un largo etcétera.

Normalmente, a nosotros, los hombres, nos gusta ver, con la imaginación, vestida a una mujer, que no sea la nuestra, con determinadas prendas. Si llegamos a su "despacho" y resulta que ella nos ha leído el pensamiento y la vemos tal cual y, si en el momento de deja sobar entero su body, le pide al pobre idiota mil o dos mil euros o más y éste lo suelta en el acto sin saber que lo hace. Tú ofrécela con la ilusión que cada cual quiera y verás que tendrás buenos resultados y unos suculentos beneficios.

Cuando empezó a hablar me cagué en su puta madre, lo llamé borracho hijo de la gran puta pero cuando terminó no dejé de darme cuenta de lo gran profesional que era. Lo admiré en mi fuero interno y me di cuenta que la idea del fetichismo no se me había ocurrido porque tampoco lo conocía y, que desde luego, iba a ser un bombazo en la "nueva carrera de Marta" bajo mi dirección, claro. Sentía malestar oírlo blasfemar de ella de aquella forma Tenía razón, Marta se metió ahí por no tener formación intelectual y profesional adecuada, por estar mal acostumbrada por mi padre a un bienestar que no quiso perder, por dar a su eterno aspecto juvenil la elegancia a la que estaba acostumbrada. Escuchaba calladamente, como un alumno interesado, sin dejar entrever emociones algunas, cosa de la que él estaba en todo momento atento, por si yo picaba, y salimos de la cafetería sin saber, y eso que insistió mucho, quien era la "señora" que quería aventuras extramatrimoniales.

A media mañana ya había conseguido la tercera cita para Marta que sería al día siguiente, a partir de las cinco a las siete de la tarde. A las dos, almorzando con otro gran cliente, conseguí la cuarta para una hora después y hasta las nuevas o diez.

Sinceramente me sentí sucio, asqueroso vendiendo a mi madre. El convencerme de que no tenía culpa, que fue ella quien inició el camino, que me dijo que le gustaba esa vida y, sobre todo, el engaño tan grave e imperdonable de estar casi todo un años creyéndola en lo que me decía no me quitó la amargura, la vergüenza, el sentirme "cornudo" siendo su hijo. Ella y yo habíamos tenido aquella mañana una relación especial, muy especial y el entregarla a otros para que gozaran de su cuerpo era venderme yo también. Su dignidad era mi dignidad. La rabia y el despecho fue lo que me mantuvo firme aunque, también, todo se podía arreglar dando plumazo a los hechos anteriores y empezando nuevamente desde cero. Tenía un buen empleo y Marta podía seguir siendo la mujer bonita, elegante, deseable que en su fueron interno quería ser. Pero…

IV

A las cinco de la tarde ya tenía idea exacta de lo que sería el negocio de ella y mío, ahora faltaba llegar a casa. Por el camino las piernas me temblaban y la angustia se apoderaba de mi cuerpo a cada metro que avanzaba hacia el hogar ¡Dios Santo! qué pesada y lenta se me hicieron subir las escaleras hasta el tercer piso donde vivíamos. Tuve que contener los brincos de la mano derecha cuando introduje el llavín en la cerradura y, girarlo me pareció lo más duro del mundo. Por fin abrí la puerta. Un vuelco de alegría me dio el corazón, el televisor estaba encendido con volumen más bien bajo, ella no se había ido de casa. Creía volar cuando me dirigí al salón. Allí estaba Marta, vestía una camiseta verde con dibujos de camuflajes militar más arriba de medio muslo, propio de playa. Su bonita cabeza estaba desmelenada, aquellos grandes y expresivos ojos medio cerrados, sentada en el sillón de siempre y a medio lado, apoyando el brazo derecho sobre el respaldar y su cuerpo bamboleándose y esperando verme aparecer: Estaba borracha otra vez.

Me acerqué lentamente, con la mano en el bolsillo, evitando expresar la alegría que me embargaba y apagué el aparato. Luego me enderecé y la miré. Estaba ebria pero preciosa. Una pierna encogida y la otra en ángulo, viéndosele las bragas blancas, transparentes que enseñaban una vulva depilada y algo del vello púbico por encima de ella.

-¿Por… ¡hip!… qué apagas la tele… ¡hip!? ¿Eh? –Y lo señalaba con un dedo índice enhiesto, tembloroso y casi cerca de la naricilla.

-¡Venga, Marta, a la ducha! –Dejé el maletín sobre el otro sillón y fui a cogerla.

-No, no…¡ hip!… no. Me bañé ¡hip!… esta… es…¡hip!… ta mañana. No quie…ro ahora ¡hip!

Se había bebido más de media botella de güisqui. Ella fue siempre contraria a la bebida, aunque últimamente se había echo amiga de ésta en tres o cuatro ocasiones. Eso fue lo que me hizo sospechar y, mas tarde, descubrir su engaño.

-¿Por qué has bebido, Marta? ¿A qué se debe eso? Tú, una mujer que no tomabas ni en Navidad ahora, desde hace un año para acá casi no paras. Esta es la cuarta o quinta vez. Hoy te has pasado ¿Qué sucede, bonita?

-Quie…ro … olvi… ovidar ¡hip!. Me violaste esta mañana. Se ha ro… ¡hip! to algo grande entre nosotros…¡hip! Pero no es solo eso ¡Maldita…¡hip! sea! Me gustó ¡hip! Y… y eso no… no está bien ¡hip! –Su mano hablaba a la vez que su beoda voz, con su dedo índice moviéndose a pocos centímetros de su rostro somnoliento- Fooo…llas ¡hip! como tu paaa…dre ¡hip!

Comenzó a gimotear. Sus pechos se convulsionaban y se movían descaradamente. No llevaba nada debajo y yo me estremecí ¡Acababa de decir que le gustó! Si alegría me dio verla en casa ahora, la jodida jugaba con saltarme el corazón de pura felicidad. Tuve ganas de tomarla en mis brazos y besarla, abrazarla y tocarla toda ¡porque estaba con aquella prenda muy deseable! No podía hacer eso, era aprovecharme de una situación en la que una persona, bajo la influencia del alcohol, podía decir cosas que, normalmente, no hubiera dicho serena nunca.

Sin miramiento alguno metí la mano izquierda por debajo de su muslo, cerca de la nalga derecha, con la otra mano cogí su muñeca izquierda y acercando el hombro a su estómago la cargué dejando el perfil de unas piernas y glúteos desnudos, rosados, semibrillantes a la vista. Su cuerpo era duro y tierno a la vez, cuerpo de mujer sensual, joven, turgente, jugosa, llena de vida. Caminé hacia el baño y Marta daba patadas y se revolvía dentro del poco espacio que la dejé

-¡No, no quiero ¡hip! no, no, no! ¡hip! –Parecía los lloros y los mimos de una niña de ocho años. La borrachera no le daba para más- ¡Déjame ¡hip! por favor ¡hip!

Llegamos al baño y la deposité dentro de la bañera e, inmediatamente, me quité la chaqueta, metí la corbata dentro de la camisa y arremangué las mangas hasta más arriba del codo. Marta tenía tal colocó que no atinaba a salir de la tina y, si no llego a tiempo hubiera caído de bruces en el suelo, fuera de la pila. La cogí por las axilas y la cuadré debajo justo de la ducha. Dio un grito y un salto de auténtica sorpresa. Se quería salir, ya con más brío de debajo del agua fría, aquella agua fría que la reanimó casi de golpe. La mantuve a su pesar todo el tiempo que creí conveniente. Marta sacaba la cabecita por fuera de aquella lluvia para poder respirar entrecortadamente y sus manos, con una fuerza que no me lo podía imaginar, eran capaces de apartarme de ella. No era más que el sentido de la supervivencia, el deseo de vivir y no morir ahogada como le estaba pareciendo. Sus grandes ojos melados me miraban con terror y estiraba la mano derecha queriendo agarrarse del cuello de la camisa o de la corbata para ayudarse a salir mientras la pierna derecha hacía movimientos de pasar el muro de la pila.

Más alto que mi madre, le pasaba la cabeza, mucho más fuerte que su bien formado cuerpo de mujer, más poderoso en fuerza podía permitirme el lujo de hacerla pasar angustia, algo de terror y una buena ducha de agua fría para quitarle los efectos del alcohol que, desde no sé en qué momento del día empezó a hacer efecto en ella. Cerré el grifo y dejé que tomara resuello.

La camiseta militar era una segunda piel. Totalmente pegada, por lo mojada a su figura llena de curvas que dejaba entrever a una mujer de teniendo 32 años. Tenía una juventud natural de muchacha de veinticinco años: piel tersa, suave, pocos vellos y transparentes; pecho grande, erecto, macizo con pezones anchos y salientes; estómago liso con suaves redondeles ondulantes piernas normales y bien proporcionadas. No me extrañaba –pensé- que mi padre bebiera los vientos por su mujer toda su vida y, que desde hacía una año, otros hombres la admiraran y se acostaran con ella gozándola a plenitud y ¿Yo, qué? La mañana aquella me corrí dentro de ella por el sólo echo de ser una hembra muy deseable. Nunca la había visto desde otro punto de vista que de madre, desde entonces, Marta era una visión permanente en mi cerebro y, el deseo de volverla a tener, de tirármela en ese momento de la ducha se hizo fijo en mi mente.

Marta había vuelto a la realidad y su visión era normal. Estaba leyéndome el pensamiento mientras veía como la contemplaba de arriba abajo. Nos miramos profundamente y nos transmitimos el deseo de poseernos, de gozar de nuestros cuerpos, de conocernos sin tabúes preestablecidos. Me tomó de la mano y me empujó al interior de la bañera, luego, dejó correr la ducha sobre nuestros cuerpos, cerró los ojos y me ofreció sus labios gordezuelos, carnosos, grandes y todo su cuerpo pegándolo al mío, con los brazos caídos a lo largo de sus costados.

La abracé como un poseso, con locura y me comí literalmente la boca que no se resistió. La abrió y dejó que yo la inundara, que absorbiera su aliento, que mezclara las salivas, que jugara con su lengua y que apretara mis labios contra los suyos entregados completamente a unos besos desordenados, calientes, lujuriosos si se quiere. Mis manos amasaron aquellos glúteos de forma salvaje, los empujaban hacia arriba con las nalgas estrujadas y las dejaba caer para volverlas a coger desde otros ángulos. Mi mano derecha se metió por el centro de éstas y se apoderó de parte de la vulva. Marta había subido una pierna y la enrolló en mi cintura. Su sexo quedaba libre, expedito a las caricias y yo corrí tanto que daba la sensación que alguien más estaba allí e iba a llegar antes que yo a apoderarse de aquellos labios vaginales que estaban creciendo por momentos como consecuencia de placer que estaba recibiendo de mis manos. Gocé de toda ella a discreción, durante un buen rato, mordiéndola, besándola por toda la cara y cuello, sintiendo como su cabello se metía en mi boca y nariz y mi pene, tieso como la mojama se incrustaba en el vientre de Marta.

La doblé y pegué su espalda a mi pecho. Ahora eran sus dos mamas las que estaban siendo masacradas con desesperación, como sus pezones trincados eran movidos por mis dedos de izquierda a derecha. Los pechos de Marta rebosaban en mis grandes manos. Toda aquella masa de carne llena de canales fuente de la vida, eran estrujadas y estrujadas. Mi mano derecha recorría su estómago y se apoderaba de las sinuosidades de éste de un lado y otro y gozaba plenamente de la dulzura de la piel, el ombligo, de aquella tibieza mojada. La dejé bajar hasta apoderarse de lleno del sexo que la tela no me dejó casi tocar. Fue la misma Marta la que se interesó en subirla y dejarlo libre para mi deleite que no tardé en apoderarme de aquel manjar, metiendo los dedos entre su pliegue, buscando la antesala que guardaba un clítoris grande, empinado, totalmente húmedo de jugos, de un coño que empezaba a aletear por las caricias recibidas, de un himen que se abría, que se apartaba para dejar paso a tres dedos que buscaban otros mundos internos capaces de dar tanto o más placer que el bello cuerpo de la mujer.

Hurgué y hurgué el interior, tocando las paredes llenas de estrías que se encogían y estiraban a medida que las yemas las palpaban. El placer estaba servido, faltaba la apoteosis final: la penetración hasta el interior de aquellos maravillosos abismos femenino.

Marta no dejaba de jadear, de babearse y de moverse en círculo alrededor de mi polla, sintiéndola en el bajo de su cintura, percibiendo aquella dureza fina y redonda. Su mano fue al encuentro de ella y la apretó como yo la apretaba a ella. Quería abarcarla toda, tener pene y escrotos a la vez, no podía, su fina y bien cuidada mano era pequeña y tenía que buscar, con rapidez, el pene, los escrotos y volver al pene una y otra vez, masajeándolo, masturbándolo, percibiendo la humedad que dejaba al descubierto en mis pantalones los jugos del presemen que salían del prepucio.

Sentía mis dedos hurgarla en su interior y un estremecimiento la recorrió toda, un primer orgasmo la invadió e inundó toda mi mano pero pedía más, deseaba que ellos no pararan que la invadiera hasta dejarla exhausta.

La solté un momento para quitarme los pantalones empapados. Marta, en el paroxismo del placer también se quitó la camisera con trabajo y quedó en el tanga blanco que desprendió de su cuerpo de un tirón despidiéndolo fuera de la bañera. Marta se apoderó de mi polla, ya desnuda, y la frotaba con las dos manos, masajeaba, tiraba el prepucio hacia atrás y pasaba los deditos por la cabeza del glande algo blanquecino por la leche que estaba soltando. Miraba con desesperación la polla y mis ojos, pidiendo, suplicando y brincando de pura necesidad una relación sana, un encuentro carnal entre dos personas relacionadas familiarmente pero nuevas en un mundo despreciado por una sociedad llena de tabúes religiosos y morales

-¡Fóllame, Agustín, fóllame ya, por favor! ¡Te deseo, te necesito, folla este coño que será tuyo las veces que quieras! ¡Para siempre!

La arrimé contra la pared de mosaicos de color y Marta misma dirigió el pene hacia su entrada empujando y dejando que mi polla le entrara casi en su totalidad. Se posesionó de mis nalgas y me apretó contra ella. Marta era la que llevaba la voz cantante y yo me dejaba hacer porque estaba a punto de correrme. No tuvo necesidad de trabajarme demasiado. A los tres o cuatro minutos de haberla poseído mi pene explotó en su interior con intensidad. El semen salio con precipitación y las embestidas estaban acordes con el éxtasis que estaba recibiendo en el momento de la corrida. Ambos nos quedamos varados el uno sobre el otro, sin fuerzas, apoyados en la pared, respirando con dificultad, yo besando su cabeza mojada, ella comiéndose mis tetillas, retirándose y dejando que me saliera de de su vagina para empezar a agacharse, quedarse de rodillas, llegar a mi pene aun tieso y engullirlo entero comenzando a chuparlo golosamente, con desesperación mientras sus ojos no dejaban de mirarme fijamente con luz propia y una alegría inmensa.

Comenzaba para Marta y para mí un mundo nuevo, lleno de incertidumbre e inexperiencia que poco a poco se iría aclarando

 

Fin de la primera parte