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Una relación impuesta

en Sexo con maduros

UNA RELACIÓN IMPUESTA

Cristina Zalazar abrió la puerta de la calle de su casa. Ante ella apareció un hombre bastante alto, delgado, muy elegante y de cerca de sesenta años. Le impactó su presencia, su aspecto varonil, su donaire de hombre de mundo. Quedó mirándolo y esperó que se presentara.

-Buenas tardes, señorita, soy Ricardo Trastámara y vengo por lo del alquiler.

-Pase, señor Trastámara, le esperaba como habíamos acordado.

Cristina lo hizo pasar, cerró la puerta y pasó delante para guiarlo. Por el camino la mujer sintió la mirada de él pegada a su espalda como algo extraño y pesado. Sentía cómo aquellos ojos la recorrían toda y se sintió halagada y también temerosa.

No era una mujer bella pero sí atractiva. Una joven de 28 años, alta, fuerte de complexión, pechos más bien grandes sin exageración y unas caderas anchas y redondas. En conjunto era una chica con formas proporcionadas, agradable, elegante, del montón. De su rostro destacaba unos enormes ojos color miel, luminosos y una boca de sonrisa bonita, dientes blancos, sanos y uniformes. No dejaba de ser una mujer deseable como tantas chicas modernas de hoy.

Ricardo Trastámara, a juicio de la joven, era un hombre mayor, agradable, guapo si cabe y muy bien vestido. La voz era muy sensual al oído y su hombría rebosaba por todos los lados. La sonrisa provocativa le daba un toque algo especial de dominio masculino. Dientes naturales, agradables, con unas tenues aberturas entre ellos hacían que aquella boca fuera, a criterio femenino, apetitosa para besarla a todas horas del día. Mientras caminaban hacia su destino, Cristina explicaba.

-He convertido estas dos habitaciones en un apartamento dentro de una casa grande –Habían llegado- El salón-comedor, Esta puerta de aquí, a la derecha, es el baño que es completo y la otra, la del fondo, es la alcoba, también completa con cama ancha y ropero de tres puertas. En fin, señor, creo que se encontrará cómodo, lo decoré así pensando en mí pero mis padres murieron en un accidente y heredé la casa. Siento que vea toques femeninos, son cosas de mujer –Rió algo avergonzada. El hombre miraba su entorno con movimientos afirmativos de cabeza pero no decía nada.

Cristina había observado que la mirada del futuro inquilino no se apartaba de su persona. Mientras hablaba de las condiciones y reglas para una buena convivencia, Ricardo tenía los ojos clavados descaradamente. Ella le miró interrogativa un par de veces y él no se amilanó. No vio mirada lasciva sino de admiración, complacencia, respeto y eso le gustó mucho. Sentir aquellos ojos grises constantemente encima era molesto pero halagador. Pensó que él la vería como una mujer bonita y deseable y la llenó de pensamiento obscenos. Lo vio acostado en su cama y poseyéndola, besándola toda con aquella boca dominadora y eso la puso nerviosa sexualmente. Posiblemente no aguantara ni un polvo, a su edad, pero sería interesante una experiencia en la cama con un hombre maduro

"Estoy salida por encontrarme admirada por este viejo ¡Qué imbécil y putona soy!" Se puso de espalda a él porque aquel pensamiento la hizo sonreír, sonrojarse y creer que le estaba leyendo el pensamiento.

-Puede comer aquí o hacerlo en el comedor de la casa, como desee. Yo preparo la comida, es un hobby de siempre.

-Comeré con usted, señorita, si no le importa

-Llameme Cristina, si le apetece

-Llameme Ricardo a secas, por favor.

Pasaron al salón principal y hablaron de temas variados durante dos horas. Se encontraban cómodos y satisfechos el uno con el otro. Cristina percibió que Ricardo no se cansaba de mirarla. Ella, para provocarlo, cruzó un par de veces las piernas y le dejó ver gran cantidad de muslos que el no desaprovechó.

Durante una semana todo marchó bien. Ricardo comía con ella y alabó la técnica culinaria de la muchacha. Seguía mirándola siempre y eso se convirtió en algo normal, casi necesario.

El sábado siguiente, Cristina lo había invitado a ver la televisión con ella. Eran ya buenos amigos y se contaban intimidades sin importancia. A la joven le gustaba estar en caso con él y al hombre le agradaba el hambiente familiar que la chica sabía dar. Cristina se vistió elegantemente de negro sin provocación pero ceñida: falda corta y pantys también negro de tejido brillante. Un niky igual color y pegado a su cuerpo resaltando poderosamente aquellos pechos redondos, macizos y rotundos en los que destacaban los pezones bien altos. El escote de la prenda era normal pero se le veía el nacimiento del pecho y, al agacharse, aquellas protuberancias se convertían en visión generosa para el inquilino. Tenía intención de enseñarle más de lo que acostumbraba. Estaban sentados en sillones del tresillo opuestos. Ella cabalgó una pierna sobre la otra y dejó ver el frente de su sexo abiertamente en muchas ocasiones. Cristina hacía estos movimientos mirando el programa televisivo cuando vio, sin dejar de mirar la tele, cómo Ricardo se levantaba y ponía dirección hacia donde estaba. Lo miró cuando él se inclinaba hacia su persona, se asustó al verlo muy cerca. Olía a colonia de hombre y su boca a pasta dentífrica. El hombre colocó una mano sobre su muslo derecho y lo apretó. La falda estaba algo más arriba de la mitad de aquellas bien formadas piernas.

-¡Pero... ¿Qué hace usted, señor Trastámara?! –Dijo la joven alarmada

-Cristina, usted sabe que me gusta mucho y, si me provoca de esta forma, enseñándome sus bellos encantos, yo, como hombre correspondo. Si me provoca es que también le gusto ¿No?

-¡Señor Trastámara, se ha equivocado conmigo! –Se levantó de un salto, casi rozándole la cara.

Como por ensalmo, Cristina se sintió sin fuerzas, los músculos de su cuerpo engarrotados por una extraña opresión que no sabía de donde venía. Ricardo había puesto los dedos pulgar e índice de la mano izquierda sobre el cuello de ella y la había paralizado. La muchacha notó que no podía moverse, sólo la boca y la facultad de hablar.

-¡Hijo de puta ¿Qué está haciendo conmigo?! –Y los grandes ojos crecieron mucho más. Le entró terror

Ricardo no contestó al insulto. Su mano derecha acarició la tersa cara de la mujer con el dorso de la mano y siguió acariciando las orejas y el cuello. Bajó y estrujó varias veces con suavidad los pechos. Cristina no podía hacer nada porque los brazos no le respondían.

-¡Por favor, Ricardo, no siga! ¡Le pido perdón si lo he provocado como dice, le juro...!

La boca de él cerró cualquier súplica. Fue un beso breve pero intenso, húmedo porque le pasó la lengua por los labios femeninos y la extendió por sus labios, excitante por la fuerza y el estremecimiento de placer que recibió. Ante la caricia, Cristina se estremeció y sintió que sus pechos se endurecían y que los pezones crecían y se erguían fieros hacia fuera aumentando su volumen. Ricardo percibió aquella reacción de estímulo y, tomando los pezones los pellizcó y los redondeó con los dedos. Cuando la joven tomó un poco de conciencia él seguía besándola, tomando posesión de su boca abierta y la lengua masculina se había introducido en ella mezclando las salivas. Correspondía de forma automática pero de pronto vio la oportunidad de defenderse y quiso morder aquella lengua que la estaba dando una sensación maravillosa de placer. El se dio cuenta de lo que pretendía y retiró la boca de la de ella con presteza. Los ojos fijos en él, la vista algo fiera y una cuasi sonrisa malvada en aquellos expresivos ojos miel lo alertó y se curó en salud.

Se puso seria y con rabia contenida. Sentía, a su pesar, que la estaba excitando que tomara con aquella intensidad sus pechos. Él bajó por su vientre y se paraba en las sinuosidades de éste hasta llegar a la altura del sexo que no podía ser acariciado por la estrechez de la falda. No paró ahí, siguió hacia abajo y metió la mano en las entrepiernas algo abiertas y luego subió arrastrando la falda hasta tocar totalmente la vulva y la apretó con intensidad muchas veces. Cristina comenzaba a sentir que su vagina se humedecía. Aquel hombre no la estaba violando, su mirada no era de un vicioso ni un lascivo, la miraba con amor, deseo natural y sus caricias eran fuertes pero suave a la vez. Temió un orgasmo ante la insistencia de él en manosear de aquella forma los labios vaginales y, cuando notó que iba bajando progresivamente el pantys y, rompía limpiamente de un tirón certero su tanga, no pudo resistir el orgasmo que le vino quedando increíblemente estremecida. Ricardo recibió los jugos y jugueteó con ellos sobre el sexo femenino, los agrupó, humedeció los labios vaginales y puso sobre su palma parte de ellos. Sin dejar de mirarla con aquella fijeza se llevó el líquido a la boca, lo olió y lo paladeó con un gesto de aprobación. Cristina cerró los ojos porque sentía vergüenza de ella misma. Aquel cerdo la estaba tocando toda sin su consentimiento y se estaba corriendo alegremente con sus atrevimientos machistas.

"Soy una puta viciosa que merezco lo que está pasando. Me está violando prácticamente y yo me corro de puro gusto" -Decía para su adentro.

Ricardo bajó hasta los tobillos los pantys y comenzó a acariciar aquellas piernas carnosas, mojándola con sus propios jugos. Subía por los muslos de suave y semi mate piel hasta los labios vaginales con caricias apretadas, intensas, maravillosas. Tomó nuevamente aquel sexo y lo abarcó con toda la mano apretándolo con pasión, introduciendo los dedos entre el pliegue de la vulva, buscando su himen y tocando con delicadeza el clítoris que masajeó. La muchacha sintió una punzada electrizante y se envaró aún más ante aquella masturbación. Siguió subiendo y acariciando el vello púbico, siguiendo hacia el estómago y parándose en él percibiendo las curva de aquella mujer joven. Pronto llegó a los pechos y se encontró con un sujetador de copas pequeñas y, estirando hacia abajo dejó sueltas las mamas que acarició y acarició pellizcando los pezones, deleitándose con ellos, levantando el niky y dejando a la vista aquellas maravillas de la chica, chupándolos intensamente hasta sacarles la máxima rigidez a los dos. Cristina volvió a sentir que se estremecía en su interior y que volvían aquellos espasmos placenteros sintiendo la necesidad de volverse a correr de gusto. No había dicho nada a las caricias, callada, buscando el momento propicio para defenderse del manoseo y no encontrándolo por falta de fuerza física ya que estaba totalmente rendida a las "lascivas" maniobras de aquel "viejo repelente". Los grandes ojos los tenía cerrados, degustando el sobo tan agradable que aquel hombre le estaba prodigando tan magistralmente. No quería irse nuevamente dándole a entender que la estaba excitando indescriptiblemente.

-Ricardo..., por favor,... no siga... así. Déééjeme, se lo rue...go –Temblaba toda y sabía que se iba ya, de inmediato y sin poderse contener. Era demasiado.

-Cristina, la voy a follar como merece. Apretaré un poco más para que me dé tiempo a subirla a la mesa, abrirle las piernas y darle placer. No se preocupe, nunca le haré daño, me gusta mucho, la deseo y quiero gozarla ¿Me comprende? ¡Toda entera!.

-Sigue siendo usted un... –No pudo continuar, le tapó la boca en un fuerte, rabioso y apasionado beso. Apretó aquellos carnosos labios y la soltó con un sonoro ruido al tiempo que su cuello era atenazado con aquellos dos dedos que la dejaron ya fuera de sí y sin fuerzas alguna para protestar.

Trastámara la soltó, la tomó por las axilas, la levantó sin esfuerzo alguno y la condujo hasta la mesa del comedor. Mientras él la llevaba al lugar, sintió algo muy duro que le rozaba los muslos. No podía moverse pero si los ojos y los bajó hacia el pantalón y quedó asombrada por lo que vio. El hombre estaba totalmente erecto. Debía tener un pollón, pensó, increíble ¿Y aquello iba a introducirse en ella? Iba a volverse loca de pasión, la partiría posiblemente, la destrozaría era seguro, pero morir radiante, feliz, llena de semen debía ser una muerte maravillosa y deseable ¡Qué hiciera de ella lo que le viniera en gana!

Tenía deseos de tocarlo, sacarlo de aquel recinto estrecho para semejante aparato, manosearlo y hacer que escupiera dentro de ella o que pusiera aquella cosa entre sus tetas y la llenara del semen que probaría sin excusas como él probó sus orgasmos. Quería tener libertad para hacer todo aquello y se la pediría con humildad, entregándose al placer del coito que la esperaba.

-Ricardo, por favor, ¡deme la libertad!. Tengo tanta angustia que siento claustrofobia de no poder tener movimiento propio. Haga de mí lo que quiera, de acuerdo, pero déjeme libre ¡Se lo ruego!

-Cristina, ¿Cuándo dice que haga de usted lo que me apetezca lo dice en serio?. No lo creo, señorita, pero, voy a dejar de inmovilizarla. Mucho tiempo así puede ser peligroso para su preciosa persona. Quiero que sepa que de todos modos la voy a poseer como me apetezca, por delante, por detrás, en su boca ¿Estamos?.

Cristina no dijo nada, deseaba que la soltara, tenía necesidad de coger aquel miembro, tocarlo, masturbarlo como había hecho él con su vulva y sus pechos, ponérselo en la boca y chuparlo hasta sacarle todo el jugo masculino que fuera capaz de echar y tragarlo. Más de un año y medio hacía que no lo probaba. Luego, que él la poseyera y si su fuerza física se lo permitía. Lo dudaba, tenía cerca de sesenta años y un hombre así, por muy bien que se cuidara no era capaz de más de un polvo, o una mamada o una paja. Si lo inutilizaba así, se lo quitaría de en medio y lo echaría de casa.

-"Bueno... –Pensó la joven- ...tanto como echarlo..., no ¡Pero le pondría las peras a cuarto! ¡Ya lo creo!"

Ricardo llegó con ella al salón, la depositó en la mesa y la acostó, abrió sus piernas, sacó los zapatos y los pantys, la arrimó a su pecho y le quitó el niky y el sujetador. Cristina quedó totalmente desnuda ante sí.

-"Preciosa y joven mujer –Se dijo Ricardo- Hay que trabajarla bien porque su juventud pide mucho y la mía, ni aún joven, puede comparársele en resistencia a la mujer."

Se dispuso a desvestirse con una rapidez "asombrosa para su edad", se dijo Cristina. El hombre quedó totalmente desnudo y la joven no podía creer lo que veía. Hombre de tórax hercúleo y muy velludo, vientre totalmente plano y los brazos fuertes, lo notó cuando la trajo por las axilas con una facilidad que ya demostraba lo que estaba viendo. Unas caderas estrechas y nalgas pequeñas y duras, seguramente. Pero aquel pene no parecía de él: grande por lo erecto que estaba pero grueso en demasía. La polla de Ricardo estaba totalmente estirada hacia arriba y parecía blandir algún sable cuando él se acercó a ella.

Ricardo la tomó nuevamente, puso los dedos en su nuca, dio un apretón y un fuerte dolor de cabeza la inundó. Él siguió frotando toda su nuca, la recostó y frotó sus sienes. Aquel intenso dolor iba pasando tan deprisa que al momento Cristina estaba fuera del espanto que le había producido su inquilino y la volviera a rehabilitar físicamente.

Ella, sin dar las gracias, tomó el miembro masculino con las dos manos y comenzó a masagearlo. Ricardo hizo un movimiento hacia atrás de susto, previniéndose de males mayores.

-No tema, Ricardo, sólo quiero acariciarlo, masturbarlo, mamarlo. A mí también me gusta acariciar a un hombre, ser igual a él en el amor. Usted me ha dado mucho placer ahora correspondo.

Lo decía con sinceridad, mirándolo abiertamente. Se incorporó en la mesa, se bajó de ella y siguió con aquel pene en sus manos, sintiendo cómo estaba de humedecido, tirando hacia atrás el prepucio, inclinándose y pasando la lengua por la cabeza del falo lo paladeó y quiso meterlo en la boca que casi no le cabía. Ricardo, en alerta, la dejaba hacer. No la tragó, tan solo probó su semen. Siguió masturbando el cilindro y pasó a los escrotos, los masajeó, los mordió con los labios y los humedeció con la lengua durante un rato, recreándose en aquella bolsa hinchada, grande, cargadas de semen, por lo que la mujer veía. Ricardo, temeroso de que se vengara de haberla paralizado y de tener que hacer el amor con él, la levantó por las axilas sin dejar que Cristina le hiciera una felación. No se fíaba nada. La joven protestó al verse levantada y depositada en bordillo de la mesa. Le abrió las piernas y entró entre sus bien formadas piernas. Tomó el falo, lo colocó a la entrada del himén y empujó suavemente. Ambos mojados, lubricados por sus caricias, la entrada de la muchacha muy estimulada la polla fue introduciéndose lentamente pero sin parar. Entraba ajustada y la chica estaba sintiendo que se le iba la razón. Sentía aquel miembro estimular las paredes de la vagina centímetro a centímetro, entraba despacio y llegaba casi al fondo de su femineidad. Un gemido profundo de máximo placer fue prueba evidente de que ella estaba gozando de aquel coito que acababa de empezar. Ricardo llegó al final, sus escrotos toparon con el ano de ella y comenzó un movimiento pélvico gradual que dejaba a Cristina sin aliento. Poco a poco aquel ejercicio iba siendo mayor, más rápido. Ella echó la cabeza atrás, empezó a moverla de un lado a otro y cerró los ojos. Su boca, abierta, lanzaba pequeños gemidos de bienestar, de placer, de gran excitación sexual. El hombre no paraba y a cada momento sus movimientos de pelvis eran mayores y más fuertes. Ricardo no era un hombre que sólo se limitaba a penetrarla. La empujó a un lado y metió la mano derecha en la nalga de ese lado de ella e hizo lo mismo con la otra. La agarró bien, la levantó de la mesa y se la puso encima. No era peso alguno para él. Con las nalgas bien cogidas podía penetrarla a su gusto. Ella se colgó de su cuello y pegaba sus pechos a los de él. Buscó su boca que encontró y comenzó a besarlo con una fiereza que para el hombre fue toda una gran sorpresa. Buscaba la entrada de la boca que él dejó de par en par y ella buscó su lengua desesperadamente. Parecía una posesa besándolo de aquella forma.

Cristina, por su parte, cogió una nalga masculina y comprobó que era un hombre duro, un hombre con una naturaleza que no había visto jamás en personas de aquella edad. No que tuviera experiencia con personas mayores, en absoluto, pero solían ser algo gordos, fofos y faltos de capacidad erótica. Esa era su idea del hombre viejo. Estaba totalmente fuera de sí, aquella movida contra su vagina la tenía tan concentrada, tan extasiada y tan fuera de sí que no se dio cuenta que le pedía a él que le diera más fuerte, se corriera, la matara y daba grititos de pura pasión.

Ricardo percibió que ella estaba totalmente propensa a un gran orgasmo y quería tenerlo junto con ella. Se afanó aún más y, cuando los gritos femeninos y las piernas de ella, enganchadas fuertemente a sus caderas le indicaron que estaba a punto, él se dejó ir también y ambos fueron partícipes de una gran eyaculación, gritando los dos, mordiéndose los cuellos, apretando desesperadamente las nalgas femenina él, arañando superficialmente la espalda masculina ella. Para ambos, aquella eyaculación les pareció tremendamente larga, interminable. Se encontraban vaciados, exhaustos, sin fuerzas. Con delicadeza, Ricardo la colocó en la mesa sin salirse de ella. Sacó las manos del culo, la abrazó y luego la besó tiernamente. Dejó que el pene tomara la posición normal y saliera por su propio peso como así fue. La mesa recibió una buena cantidad de líquidos de los dos. Estaban con las cabezas apoyadas sobre los hombros hasta que, Ricardo, más recuperado le tomó la cara, la puso delante de él y la besó en la mejilla con un sentimiento tan tierno que ella no pudo resistir deslizar su mejilla y ofrecerle la boca abierta, húmeda, llena de agradecimiento sincero. Recibió un beso amoroso que ella devolvió. No se dijeron nada, tan sólo se miraban.

-Se da usted cuenta, Ricardo, se ha corrido dentro de mí. Yo también me he ido ¿Y ahora, qué? ¿Y si me ha preñado?. ¿Estará presente para esa fecha y compartir responsabilidades? Me ha jodido, Ricardo, me ha jodido y bien, tengo que reconocerlo, pero me refiero a mi vida futura –Y bajó la cabeza abatida.

-Cristina –Dijo él levantando aquella cara entristecida- No se preocupe de lo que pueda ocurrir con este polvo. No pasará nada de nada. Soy estéril por naturaleza. Mi esposa nunca pudo quedar embarazada. El semen mío no está capacitado para fecundar a mujer alguna. Pierda cuidado, por ese lado.

La joven agrandó algo más los ojos y, sin decir nada, saltó de la mesa al suelo. Percibió que le corría por sus muslos bastante líquido. Miró la mesa y vio aquel charco. Se encontraba agotada, sin fuerza, sin ánimo de nada. Poner un pie delante del otro ya le costó, había tenido varios orgasmos grandes y eso la debilitó. Por otro lado, se encontraba feliz, muy feliz, radiante. Nunca pensó que una persona como aquel hombre mayor, treinta años más, fuera capaz de llenarla tanto como lo había hecho. Lo miró en silencio, agradecida y salió hacia su habitación, girando sobre sí 360 grados, lentamente, desnuda toda, dejando que la contemplara plenamente, premiándolo por su fuerza física y sexual para con ella.

Cristina entró en su habitación desfallecida, rendida del tute que Ricardo le había proporcionado durante dos horas impresionantes. Fue al baño con desgana, se lavó la vagina y sentía el calor y las huellas de él en todo su cuerpo, sus manos, sus besos, su hermoso pene clavado dentro de ella. Estaba cansada y quería acostarse un poco para luego preparar la cena. Quedó dormida tan pronto se tendió, desnuda, boca abajo en la cama.

Dos horas después despertaba del mismo modo. Sintió que bajo su sexo había humedad y quedó asombrada cuando, al mirar, tenía una gran mancha. Sonrió, se encontraba feliz, satisfecha, rehabilitada, llena de energía y con ganas de que ese macho que había aterrizado por casa volviera a tomarla y hacer lo que le viniera en gana.

No se vistió, sólo puso un camisón semi-transparente encima, calzó las zapatillas y salió de la alcoba. Encontró a Ricardo viendo televisión. Había cambiado la ropa anterior por otra más informal y también con zapatillas. Entró en el comedor y saludó con unas "Buenas noches" frío, cortés y sin mirarlo. Yendo de paso a la cocina preguntó.

-¿Ha cenado ya? –Notaba que la seguía con la mirada, la sentía en todo su cuerpo recorriéndola y eso la estaba poniendo nuevamente en celo.

-Si, Cristina. Te he preparado tu cena, como te gusta. No soy un técnico como lo eres tú, pero con la cena me defiendo.

Efectivamente, en la mesita de la cocina había una bandeja preparada y una tapa que cubría los alimentos. La abrió y miró –"Qué sol es"- pensó

-Gracias, Ricardo –Dijo algo fría, fingiendo indiferencia.

Él había ido detrás de ella y se escoró en la puerta. Cristina estaba percibiendo un cosquilleo en sus partes. La veía desnuda debajo de aquella prenda. Los ojos masculinos eran muy evidentes en su piel y eso le gustaba. Había dicho que la follaría toda y eso quería decir que todas las entradas y salidas de su joven cuerpo ¿Cuándo ocurriría todo eso?

El hombre sonrio la postura de la muchacha. Sabía que era fingida, que quería hacerse la interesante, la ofendida. Bueno, eso le gustaba, daba a entender que él le interesaba pero que estaba molesta porque la poseyó sin rodeos. Miró al suelo, se incorporó, dio media vuelta y marchó nuevamente al salón.

Cristina no esperaba aquella reacción, quedó desconcertada. Quería que la observara toda y en todo momento. Pensaba comer de pie para que disfrutara de su desnudez, que se acercara a ella y empezara a acariciarla mientras comía, la besara, aunque no la dejara tomarse los alimentos, le cogiera los pechos aunque tuviera que comer con dificultad, pero no, el muy bribón se marchaba, no sabía aguantar un desaire a modo de broma ¡Peor para él, se lo perdería!. Se sentó, ya no estaba allí y era mejor comer cómoda.

Terminó de cenar, limpiar y recoger. Se dirigió al salón. Ricardo veía la tele y, tan pronto la divisó, dijo.

-Cristina, ven aquí –Y hacía un gesto con la mano- Quiero tenerte cerca y hablar.

La joven se acercó y quedó a medio metro de él. Ricardo la tomó de la mano, casi sin inclinarse hacia ella, la acercó a su lado derecho y puso su mano en las nalgas femeninas apretándolas formalmente. La bajó y la introdujo por debajo de la falda del camisón y acarició toda la cadera. Metió los dedos por entre el pliegue de los cachetes y los introdujo en busca del esfínter que encontró con gran facilidad. Lo friccionó tres o cuatro veces. Ella no se movió del sitio y lo miraba

-¿Por qué me llamas de usted? ¿Lo de antes no es motivo suficiente para que tengamos la confianza de un trato más formal e íntimo?

-Y usted..., tú, ¿qué vas hacer ahora? ¿No has tenido bastante?

-Quiero tener este precioso culo, Cristina. Te lo dije.

-Si me lo vas a follar te juro que lo voy a poner difícil. Nunca he sido poseída por ahí. De manera que, tú sabrás.

Ricardo continuó acariciando aquellas magras y suaves nalgas, metiendo el dorso de la mano entre las dos. Cristina permanecía en el sitio, dejaba hacer y sentía que se mojaba nuevamente. La excitaba que le tocara el culo y le repetía que lo iba a tomar. No sabía como, pero era seguro que en la cama, al menos eso exigiría ella.

La tomó por la cintura y la hizo acostarse sobre sus rodillas pero la muchacha dio un ágil brinco y se puso en pie.

-Si quieres sexo nuevamente, si lo que deseas es sodomizarme vendrás a mi cama. No me pongas otra vez en tus rodillas, no me gusta, me da la impresión que te gusta castigar y no lo soporto. Si deseas tenerme ahí –Señaló sus rodillas- será sentada y de ninguna otra manera.

Se levantó con un movimiento afirmativo de cabeza, sin quitar la mano de las nalgas comenzaron a caminar hacia la alcoba de Cristina. Por el camino metía los dedos y estimulaba el esfínter progresivamente. Casi antes de llegar a la puerta de la habitación, Ricardo no controló la necesidad de meter los dedos en aquel ano, la giró hacia sí y la incrustó contra su pecho. Las dos manos masculinas estaban ahora en el culo femenino y una de ellas aferrada frenéticamente al glúteo izquierdo. El hombre metió un dedo casi brutalmente en el agujero y lo giró. No encontró mucha resistencia, tenía una cierta flexibilidad de manera que lo sacó y metió dos. Cristina sintió una punzada dolorosa y mordió sin consideración por arriba del pezón de la tetilla de él y percibió vellos del tórax de en la boca. No recibió respuesta de él pero sí notó algo de contracción. Había logrado meter los dos dedos y comenzaba a girarlos por el contorno del ano para que adquiriera una abertura que le permitiera sodomizar a la muchacha. Durante un buen rato masajeó aquel lugar y notaba que iba adquiriendo elasticidad y abertura suficiente como para la penetración. Entretanto, con la mano izquierda, y a intervalos con la otra, se apoderó de los labios vaginales. También estimulaba la entrada y tomó el clítoris, lo pellizcó con dulzura, sin brutalidad y encontró toda la vulva húmeda, destilando flujos que provocó un gran escalofrío de placer a la chica.

Cristina había proporcionado a Ricardo tres mordiscos con sangre como consecuencia del trabajo que le estaba haciendo en su trasero. Lo quería, pero le iba a costar a su macho como le prometió. Llegaron a trompicones a la cama, entonces, él le soltó los glúteos y la ayudó a desvestirse, acostarla boca abajo y ponerla de cúbito supino sobre el filo del lecho. Estrujó aquellos senos hermosos y glotones durante un buen rato y estimuló los pezones femeninos que se pusieron duros y grandes. Se desnudó y apareció aquel falo medianamente grande pero muy ancho, erecto totalmente, brillante por el líquido preseminal que empezaba a caer a los lados.

Pasó todos los dedos por la vulva y la llenó de flujo, empapó el ano e introdujo líquido dentro de él, luego, lentamente, pero con ansiedad, encajó el prepucio en la entrada del esfínter y apretó. Entró la cabeza y muy poco de su pene. Cristina se contrajo y emitió un pequeño gemido. Iba a ser difícil, lo estaba viendo, pero ella le animaba a seguir mientras mordía la ropa de la cama. Ricardo empujó algo más y entró ese poco con grititos angustiosos de la mujer. Ya la tenía media metida cuando un pequeño hilillo de sangre salió del ano. El hombre paró la acción de la cópula

-Dejémoslo, Cristina, no quiero hacer daño alguno, no soy de esos. Está saliendo algo de sangre y no me gusta...

-¡Sigue, por favor, sigue!. Duele mucho pero eso es la primera vez y una segunda, poco a poco lo conseguirás ¡Procura terminar de meterla toda pronto, por Dios! –Y sus bonitos ojos estaban empapados en lágrimas.

Ricardo se conmovió ante la angustia que la muchacha estaba padeciendo, pero quería que siguiera, y había dejado entrever un segundo encuentro. Llenándose de valor dio un empujón si no violento si con fuerza suficiente para que su falo entrara casi en la totalidad. Un grito agónico salió de la garganta femenina. Arañaba las sábanas con una desesperación que daba casi miedo verla. Otro pequeño empujón y los escrotos pegaron con la vulva que estaba mojada y chorreante. A pesar de aquel intenso dolor, Cristina estaba recibiendo placer porque él ayudaba masturbando el clítoris con aquellos dedos tan sabios, metía otros en el himen y acariciaba el contorno o tocaba aquellas paredes llenas de sensaciones extraordinarias para ella. Paró un momento el coito y esperó que se calmara. La agradable cara femenina era todo un poema que describía el intenso dolor que estaba recibiendo en su culo pero también se veía una incipiente alegría que iba agrandándose cada vez más en el lloroso rostro a medida que aquel dolor iba desapareciendo y se adaptaba al cilindro que tenía introducido en su interior. El hombre creyó pertinente seguir al cabo de un minuto y comenzó el movimiento de pelvis muy lentamente, casi sin sacarla, casi sin volverla a meter. Cristina ya no se quejaba y su faz seguía pegada a la cama. Continuó, ahora con una cierta rapidez. Sacaba el miembro hasta la mitad y lo introducía hasta el fondo una y otra vez. La muchacha empezaba a gemir no de dolor sino por las sensaciones buenas que estaba recibiendo del hombre. Ricardo ya imprimía velocidad y el coito era ya evidente y la joven había vuelto su rostro hacia él y una amplia sonrisa lo alentaba que siguiera de aquella forma. Unos cinco minutos después, las necesidades de ambos estaban totalmente desbordadas y los gritos femeninos y los jadeos masculinos eran auténticos acordes musicales que demostraban la pasión que estaba viviendo en esos momentos la pareja.

Tanto Ricardo como Cristina volvieron a coincidir en la corrida que tuvieron en esa cogida anal. En realidad era la chica la que se venía antes. Él, con su experiencia y conocedor de la naturaleza femenina dejó que ella fuera la que dijera cuando era el momento del clímax que los llevarían al éxtasis más grande que los seres vivos tienen en el apareamiento. El pene inundó de semen el intestino de Cristina y sintió el calor que desprendía y como le pareció que se llenaba su estómago de todo aquel flujo masculino que por primera vez llegaba a ella. Aquel dolor había desaparecido y el placer la envolvía toda. Tenía el gran pene invadiendo su colon y arrojando semen que se volvía loco. No podía comprender cómo un hombre tan mayor podía saciarla a ella, mas del doble de joven que él y encima, a las dos horas o tres, volverla loca follándole el culo de aquella forma. Lo miró, teniendo aún aquella maravilla dentro, como si fuera un dios. Creyó verlo rodeado del halo de luz que envolvía a los dioses, maravilloso y bello. En ese momento se dijo que tenía que conservarlo hasta que Dios quisiera, sería necia, burra si ella fuera la causante de la incomodidad en la casa de un ser supremo como aquel. Así pensaba Cristina cuando el falo salió de su ano, sintió que resbalaba por sus muslos algo y el dolor del esfínter al querer volver a su estado normal, la realidad se imponía y las incomodidades que le iba a producir el coito las sufriría en las horas siguientes, pero nada importaba, ya no era virgen analmente, conocía la experiencia de ser follada por ahí y quería ser poseída nuevamente por él en los días venideros.

No se dio cuenta, en su abstracción, que Ricardo la acostaba boca arriba, la sentaba y le ponía su boca en la suya en un profundo beso francés lleno de humedad, entonces sí, entonces percibió un dolor fuerte, agudo que la obligó a cambiar de posición. Se dio cuenta que el ano estaba dañado cuando un pinchazo se lo hizo saber y que una necesidad fisiológica se imponía. Lo miró y él comprendió lo que quería decir.

-Permíte que te lave esa parte y... –No lo dejó terminar, se levantó como pudo y corrió hacia el baño.

-No te preocupes de mí, estoy de mil maravillas, algo dolida, eso sí, pero totalmente feliz, contenta, alegre de todo lo que ha pasado –Y cerro la puerta.

Media hora después, la joven salió del baño. Caminaba de forma trincada, con pasos cortos, con un rictus en la boca de dolor permanente y bamboleándose tenuemente a los lados. Cuando lo vio aquella cara bonita se llenó de una sonrisa grande y sus grandes ojos color miel le demostraban agradecimiento con aquel brillo intenso. Él no se movió, la esperaba expectante, reservado. Se le veía agustiado por la forma como ella caminaba. Cristina llegó con gran esfuerzo donde esta y se refugió en sus brazos. Se dejó abrazar y acariciar por aquellos brazos y manos que la apretaban con tanto cariño que unas lágrimas afloraron a los ojos.

-No sé si una mujer es capaz de enamorarse de un hombre mayor que ella en cinco horas, que son las que llevamos, más o menos, follando, no lo sé. Si he de ser yo quien lo afirme diré que sí, que es posible. ¿Sabes, Ricardo, que me has impuesto una relación sin quererlo tú y yo? ¿Es así cómo actúas siempre con las pobres mujeres indefensas como yo? ¿Te has analizado alguna vez lo ligón que eres con cerca de sesenta años encima? ¡Increíble, pero cierto! Tengo que decirte que delante de ti tienes a una muchacha de veintiocho años totalmente colada por tus preciosos huesos ¿Qué me dices?

Ricardo no respondió pero en sus ojos habían aparecido unas lágrimas de gratitud y alegría. La volvió a abrazar y besar.

-Bueno, hombre, todavía tengo que probar tu polla, mamarla y saber si tu leche me gusta. Si me gusta, seré tuya, si no me gusta igualmente seré tuya todo el tiempo que quieras o hasta que esto se acabe ¿Qué dices? Te propongo que dejes el apartamento y te vengas a vivir a esta habitación, quiero que la compartas conmigo, que me hagas tan feliz como lo has hecho hoy.

-Llevo más de cinco años sin una mujer, si esperas una hora o dos, podrás ponerte mi pene en la boca y probarlo. Si me gusta cómo me la chupas me quedaré en esta habitación. Si no me gusta los jueguecitos bucales que hagas igualmente vendré a compartir esta habitación. Mi mujer murió hace mas de dos años y otros tantos que no teníamos relaciones sexuales. Necesito una mujer, no tan joven como tú, pero ya que has aparecido vales. Seremos una pareja despareja ¿Has pensado lo que dirá la gente cuando nos vean en la calle? A mí me admirarán y me envidiarán, a ti te compadecerán y harán suyos tus sufrimientos, despareja total.

-Bueno, probemos haber lo que pasa. Te he elegido a ti no a la calle. Tu decides. Suéltame que voy a preparar un café para los dos.

Cristina salió cojeando, con aquellos pasos cortos y su respingón y bien formado culo apretado, dolido pero contenta con aquella "relación impuesta" que le había surgido. Ahora prepararía café caliente y dentro de una hora estaría tomando la leche para el "cortado".

-¡Dios, ¿tanto bien te he echo en esta vida que me has mandado este regalo?! –Y entró en la cocina silbando.