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Dogmas Sagrados (2)

en Sadomaso

El rapto de las hermanas había recorrido el mundo en cuestión de días, muchos velaban por su seguridad... y vida. Los padres no daban entrevistas, la policía se esmeraba en concretar infructíferas requisas en los campos de Praga y alrededores. Los resultados eran por lejos insatisfactorios. Pero en lejanas tierras, dichas féminas comenzaban la peor etapa de sus vidas.

Sólo es cuestión de traspasar el umbral del dolor para que conociesen los cruentos designios para los que fueron raptadas.

Solo es cuestión de aguantar el umbral del sufrimiento para que ambas descubran que tras el arrobamiento, yacían ocultos siniestros designios.

Sólo es cuestión de traspasar el umbral del dolor... y vivir para contarlo.

 

-Dogmas Sagrados-

Escabrosos y angostos pasillos rocosos apenas iluminados con contadas antorchas. Dos hombres vestidos tal ejecutivos, contrastando con la medievalidad del lugar, charlaban amenamente mientras avanzaban. Uno cargando un pequeño maletín, el otro un terrible látigo de cuero que de por sí se presentaba a la vista de manera dolorosa por su grosor.

Llegan al final del recoveco, una puerta semiabierta evidenciaba a oídos de ambos un dulce fémino sollozo. Entran, y sonríen al verla a Juliette, la mayor de las hermanas, sumida en admirable desnudez, echada en el suelo de la esquina de aquel tétrico calabozo, rodeada por tres extraños que poseían en manos, los últimos harapos de su falda de colegiala, mientras que por el suelo yacían lanzados sus otras prendas, todas convertidas en piezas rotas de manera forzada, temblorosa, y con el rostro bañado en lágrimas y babas, una imagen que acarrearía piedad al propio Sade, pareciera rogar una explicación. Un amarillento líquido corría por sus muslos, regándose bajo ella mientras su rojizo rostro evidenciaba vergonzosa largada.

- Te estás orinando del miedo? – cortó uno de los de reciente llegada – Tranquila niña, ya te irás acostumbrando a este lugar.

- Kaley... – dijo la joven en voz susurra, preguntando por su hermana, siempre cabizbaja.

- La están preparando para una ceremonia... de la que tú serás protagonista. – Instante en que aquel quien sostenía el maletín se acerca a ella, acuclillándose;

- Dolerá... pero vale la pena. Cuando te unas a nosotros, verás que todo irá para bien mi niña. Al principio yo no creía en las enseñanzas que hoy me han legado, pero una vez que entras aquí, no querrás salir nunca. – abre el maletín y extrae una jeringa repleta de un rojizo líquido.

Entre un par de hombres se vuelcan hacia ella, sujetándola por las extremidades, otro hacía un espacio en su cuello, abriéndole paso a la jeringa. Sus esfuerzos por evadir a toda costa eran evidenciables en los gimoteos que realizaba. El dolor punzante fue tremendo, Juliette quería protestar pero sólo atinaba a retozar inocentes balbuceos;

- Ya mi niña, no llores más... – el líquido entró en su totalidad, vaciando el contenido en ella – no tarda en hacer efecto.

Se levanta el extraño, los otros la sueltan, dejándola revolverse nuevamente en su esquina;

-Ustedes son unas aberraciones! Que quieren de mí?! – gritó revolviéndose entre las piedrecillas que regaban el suelo, intentando cubrir su desnudez con los brazos.

-Vaya, conque has recuperado el habla. – era el mismo quien sostenía el látigo. Los demás salían nuevamente al pasillo, dejándolo a solas con Juliette. Se acerca amenazante, ella se retrocede desde el suelo contra la pared, su rostro en extremo sudoroso al ver el descomunal látigo. El hombre blandeaba el instrumento, sonriendo;

- Tranquila, es sólo para que aprendas a respetar a tus propietarios... – y se acerca.

Y mientras el grupo se alejaba de aquel calabozo, horribles retumbes de látigos se oyen. Llantos... gritos... desesperación...

***********

- Va a entrar, señor Fiscal?

- Por supuesto, comisario, sólo estaba leyendo las declaraciones del padre... muy escabrosas, por cierto.

Ingresan en un cuarto sumido en oscuridad, un enorme espejo cruzaba toda una pared, y tras la misma, yacía el cuarto de Interrogación, donde Scott Bauman seguía con intentos de sacar al menos misérrimos indicios del paradero de las hermanas.

- Imagina, quien creería que Scott volvería a nuestro país tras su primera visita... tras aquel secuestro que sacudió hace años a todo el mundo.

- Lo sé – el comisario atinaba a inhalar un cigarro y regarlo tranquilo – pero Bauman es especial... nadie es tan frío como él. Aunque sé que en el fondo aún siente culpa por como terminó aquel secuestro de la niña. – Y tras sumirse en pausa, vuelven a observar la entrevista;

- Me parece llamativo que en tu reporte digas que una camioneta blanca se estacionó frente a la mansión... cuando dos testigos afirman que vieron un Mercedes negro por las inmediaciones, y nunca un vehículo blanco.

- He dicho todo lo que sé, y miradme! Soy el principal sospechoso! Bonito sistema judicial... – dijo el guardia de seguridad de la mansión, había pasado buen tiempo sin siquiera comer, y la irritabilidad era demostrable.

Harto de andar en círculos, Bauman se retira las gafas negras que ocultaban su vista enseriada, el olor a cigarrillos inundaba la habitación, el oficial se había gastado casi media caja durante la entrevista. Agarra un folleto, retira dos fotografías y se las desliza por la mesa.

El sospechoso las recoge, observa y queda boquiabierto, su rostro encolerizado en colmo hizo a Bauman sonreír como nunca;

- Su esposa... –concluyó

- Pero quien?...

- Me he tomado la libertad de investigarla. Tiene un amante quince años más joven que ella. Lástima el muchacho está de espalda, pero pareciera que le da con todo, no? Su esposa pareciera gritar como si estuviese en celo. Había instalado previamente la cámara en la habitación de un Motel, eligen siempre el mismo cuarto.

- Margaret –susurró para sí.

- Que pena, mi amigo, no espero que con esto confieses, para nada!. Sólo quiero que sepas que te has metido con la persona equivocada... en definitiva estas fotos podrían causar un furor mediático, no lo crees? Que lástima tu esposa rompa promesas tan sagradas...

- Que sabes tú de lo sagrado?! Tú crees poder entender lo que se traman ellos? – la voz del sospechoso cambiaba, era más grave, lanzando las fotos al suelo – está lejos un simple ateo de entender el juego en el que se ha metido.

Bauman quedó inmóvil, no supo entender como un desconocido supo algo tan personal, nadie tenía idea siquiera del ateísmo del oficial, pero decidió dejarlo hablar;

- Incredulidad religiosa como la suya, oficial Bauman, lo harán comprometer en su misión.

- Que tiene que ver mi condición atea!? No vayamos por las ramas amigo...

- Para entender su destino, señor oficial, es necesario creer... y usted siquiera lo conceptúa. – El mismo sospechoso empezaba a convulsionar violentamente, sus ojos se emblanquecían y su cuerpo se sumía a inesperados temblores, cayendo al suelo. Varios policías entraron a auxiliarlo. Bauman, lejos de ayudar, contemplaba aturdido las fotos en el suelo, parecieran ambas estar enmarcadas por un triángulo rojo y humeante, se acuclilló a observar perplejo mientras entre varios estatales intentaban controlar al guardia en sus convulsiones.

Las extrañas frases lo dejaron descolocado, sin dudas, pero no supo entender cómo aquellas fotos quedaron calcinadas tan extrañamente sin que siquiera tuviese algún aparato en mano. Salió de la sala de interrogaciones, abstraído en tremenda confusión.

Caminando nervioso por los pasillos, se topa con el compañero que le habían asignado, un joven principiante, quien, tras angustiosas idas y venidas por la comisaría, yacía durmiendo en un sillón de su escritorio.

- Levántate novato! Nos vamos!

-Bauman! –se levantó sorprendido- ya ha confesado el guardia?

- No, y guarda estas fotos, están calcinadas. -El joven los toma y observa en ella una mujer abrazando con las piernas a un hombre quien pareciera bombearla con ahínco en alguna pobrísima cama de algún motel. En la gráfica la mujer gesticulaba de un orgasmo.

- Oficial... éste hombre de la foto... se parece, este, es usted?

Bauman sonríe, sacando unas llaves de su bolsillo, acotando;

- Vaya que se me parece... mejor te arreglas que salimos.

***********

Kaley despertaba de su letargo, sumida en su desnudez, forjada al máximo en una cruz de San Andrés. El cuarto rocoso inspiraba sin dudas terror con las cadenas que colgaban del techo. Su sudoroso cuerpo estaba ciertamente cansado en demasía.

El motivo de su despertar fue un punzante dolor en la zona del pubis, insistente dolencia. Una vez recuperada el nivel de visión suficiente, bajó la vista, observando con aterrorizados ojos, un hombre arrodillado frente a su sexo, depilándolo delicadamente, extrayendo cualquier vestigio de vellos, manoseándolo indecorosamente, untando luego una crema que la sentía ardiente. Intentó oponerse a dicha acción, más estaba forjada reciamente a la cruz.

Los engrases que le propinaba acrecentaban su dolor zonal, se armó de valor e intentó protestar. Inocentes mascullas salían de su boca, no tardó en descubrir una paupérrima bola con agujeros entrando en su boca casi en su totalidad, presionándose fuertemente con una cinta de cuero. Empezó a lagrimear, de las dolorosas forjaduras, del impudoroso manoseo a su ya depilada feminidad.

El mismo se repone, retirándose sin mediar palabra alguna y sin cerrar la puerta. No tardó en entrar un hombre distinto con un maletín en manos, pareciera ser el mismo ejecutivo que la había azotado en la jungla. Se acuclilla frente a ella, palpa su ya expuesta raja, ofrece un leve soplo, ella se estremece. El hombre sonreía, sacando de su maletín varios anillos, dos enormes para los senos, y cuatro pequeños para sus labios vaginales. Le retira el bozal. Kaley no puede mediar palabras, observa como el mismo se vuelve a arrodillar frente a ella, con los anillos en mano. Y vuelve a sonreír.

Desde lo lejos, Juliette, aún sumida en su rincón de la celda, escucha los desgarradores gritos de una joven. Una sensación de escalofríos la invade, supo reconocer la dulce voz de su hermana chillando lastimeramente.

Pero con los espantosos sonidos bañando los pasillos y celdas, Juliette no podía dejar de sentir cierta calentura en todo su cuerpo, pese a sentir los terribles fustazos latiéndoles en la espalda y muslos, de seguro la inyección era la causante. Su feminidad pareciera empezar a segregar líquidos, se sentía más y más excitada sin poder explicarlo. Varios hombres entran en la celda, rodeándola. Pero a Juliette parecía importarle poco aquello, la calentura la irrumpía, empezaba a retorcer las piernas, friccionándolas para sentir su empapado sexo, cerrando fuertemente los ojos y gimiendo apenas.

-Mírenla, ya le hace efecto, ni siquiera le importa estar rodeada de extraños.

-Interesante, mejor atájenla antes que quiera llegarse.

Tras acercarse, consiguen aprisionar sus manos tras la espalda, cerrándolos mediante las argollas dispuestas en sus muñecas. Juliette ni siquiera forcejeaba, pareciera no ser la misma, su rojizo rostro era la clara muestra de estar en extremo excitada. Y de manera inexplicable para la misma.

Por otro lares, habían pasado varios minutos, y a Kaley le ardían terriblemente las zonas perforadas. Su jadeante cuerpo colgaba rendido de la cruz, subyugado al dolor y a su destino. Aquel que tan salvajemente la había anillado, destraba las argollas que la mantenían sujetada, haciéndola caer aparatosamente al suelo. La joven estaba en extremo debilitada, y junto al terror que la abrigaba, la hicieron quedar inmovilizada allí en el piso. Se acuclilla frente a ella, manda sus brazos bajo su espalda y la carga, saliendo de la habitación, llevándola entre los escabrosos pasillos levemente iluminados por fuegos que se prendían en unos tétricos candelabros medievales.

- D... donde estoy? –decía débilmente, pegando dulcemente una mano en el pecho de su captor, mirándolo con total sumisión, esperando obtener piedad del mismo. Pero el hombre seguía cargándola en silencio, llevándola a una sala rocosa como todas, depositándola en un camastro metálico.

En habilidad tremenda, dobla las rodillas de Kaley, pegando sus pies a los muslos, sujetándolos fuertemente con una correa de cuero, incrustando luego una vara en las argollas de sus pies, separándolos fuertemente, exponiendo sus dos virginales accesos. Era vergonzosa la vista que regalaba su ya anillada feminidad.

Con los brazos encadenados a los extremos del camastro, quedó completamente inmóvil. Volvía a llorar, pero siquiera tenía fuerzas para terciar palabras. Oye unos pasos, se cierra violentamente la puerta. Esquina la vista desde su incómoda posición, y ve a Juliette, con sendas rajas de fustes por su cuerpo, siendo atajada por dos hombres. Pareciera que si la soltasen caería al suelo. El rojizo rostro de su hermana estaba raro, resbalándole salivas por las junturas de sus labios, con los ojos entrecerrados, pareciera adormecida. Levantaron sus brazos, encadenándolos a una argolla que pendía del techo. La soltaron, su sudoroso cuerpo yacía colgado y rendido.

Con la imagen de una lúgubre mazmorra, en donde Kaley yacía sujetada en el camastro y Juliette colgada de las cadenas, pareciera que ya no habría esperanzas... tal cual lo habría descrito el letrero que yacía en la entrada.

El fuerte e inconfundible sonido de un látigo chasqueando en la blanca y delicada piel de Juliette hicieron a su hermana chillar en su camastro. Rogándole que no la lacerasen, sólo conseguía que los chasquidos a su querida familiar sean más fuertes, y en consecuencia, regalaba desconsoladores gritos por la violencia en los fustazos. No tardaron varios más en unirse en esta inhumana azotaína.

La joven intentaba removerse de su encadenamiento al techo, pero sus burdos movimientos sólo provocaban la risa de los tantos extraños que seguían lacerándola sin piedad y descanso. Los gritos aumentaban, su babeante boca se perdía a la vista al regarse sus rubios pelos por su encrespado rostro, los violentos crujidos retumbaban en la ergástula, las tiras de cuero de los látigos golpeaban intensamente en ella, las lágrimas circulaban, la piel de la espalda se enrojecía en las más vivas expresiones y con el tiempo, los azotes parecieran ser más fogosos. Pero así como vino, todo paró. El único sonido en aquella mazmorra era el sollozo quejumbroso de Juliette, agarrotada y vencida.

La liberan, sujetándola para que no se desplomase, arrastrándola frente al camastro en donde yacía Kaley exponiendo sus intimidades. Agarrando un puñado de su cabello, empujan su babeante boca al sexo anillado y depilado de su hermana. Al agacharla para la posición, exponía sus blancas nalgas al aire. Uno de los tantos envió un par de dedos a su sexo, recorriéndole los labios, meciéndolos e impregnándose de los jugos que ella regalaba sin poder evitarlo, con el fin de excitarla más de lo que la droga había hecho.

-Lámelo –ordenó uno. Juliette negó con la cabeza, restregando su nariz por el sexo de su hermana, quien sintió un leve placer por el tacto de los anillos que tocaban su clítoris. Tras la negativa, Juliette siente con total pavor una tira de cuero con espinas recorriéndole las nalgas.

- Quieres sentir este látigo? – Empezó a sollozar, siempre con el rostro pegado a la feminidad de su hermana Kaley. Sin dudas el dolor de los fustes la seguían quemando a viva piel en la espalda, y en definitiva, uno con espinas sería espantosamente doloroso.

Se armó de valor, era mejor la primera opción, cerró los ojos, acercando el rostro levemente, dando un dulce beso, aprisionando su boca contra una porción de los labios vaginales. Tras la risa de varios, le ordenaron una verdadera lamida. No tardó en lanzar una leve lengüeteada entre los labios de su hermana, el néctar de la niña hacía salivosos hilos largos, pegándose a la lengua en su paso. Con los minutos de intensos movimientos, Juliette adquiría más conocimientos, y con la inyección, sumada a los constantes cacheos que realizaban en sus expuestos agujeros, no tardó en realizar acciones más impudorosas.

Gimió míseramente al sentir un pequeño consolador ingresar en su intimidad, no tardaron en accionarlo para vibrar briosamente, produciéndole una excitación colosal, y al tiempo en que lamía con total devoción la chorreante raja ofrecida, junto a la extraña droga, la condicionaban a excitarse por aquella primera experiencia entre mujeres.

Con la lengua extendida en su totalidad, recorrió entera la ya lubricada fisura que brindaba el sexo de su hermana. Juliette arrugaba el rostro al hacerlo, sabía del horrible incesto lésbico que realizaba, pero la droga y el oscilante consolador, parecieran accionarle un morbo que nunca creyó despertarle. Por su parte Kaley sólo atinaba a morderse los labios de la excitante lengua que removía los anillos y rozaba una y otra vez su ya hinchado y palpitante clítoris, pero lloraba arduamente, entre sus mascullas y vergonzosos gimoteos de placer, rogaba a los extraños que entendiesen que siquiera eran lesbianas. Pero por lejos pareciera disfrutar.

El mismo que mantenía la cabeza de Juliette en el sexo de la joven, la retira con un puñado de su rubio pelo. De su boca se divisaba brillante el néctar de su hermana. Con total fuerza la coloca sobre Kaley, haciéndolas adherir sus desconsolados rostros, los senos de Juliette chocaban con los de su hermana, los pezones, erectos a reventar, rozaban una y otra vez las blancas y sensibles pieles contrarias. Tras la orden de un beso, junto a un chasquido al aire de un látigo, Juliette no sintió otra alternativa más que sellar los labios de ambas por leves segundos.

El atroz estallido del látigo, aunque por suerte no el de espinas, pegándose en las nalgas desprevenidas de Juliette, la hicieron gritar arduamente sobre el rostro de la otra – Un beso con lengua – ordenó el mismo.

Juliette miró a su dulce hermana, ambas sumidas en sollozos, rodeadas de extraños, con los rostros tan cercanos – Perdóname – le susurró, con su sudorosa cara ciertamente extraña, considerando que el consolador seguía haciendo de las suyas. Kaley asintió, debían participar ambas o cualquiera lo pagaría.

Sacaron ambas las lenguas y con la punta de las mismas, empezaban un excitante y pausada disputa, sus rostros en extremo avergonzados, las rojizas carnes desaparecían tras ser devorados por los labios, los sonidos de succión eran retumbantes. Presas de la calentura, sintiendo los jugos y salivas unirse en sus indecorosas bocas, ante las atentas miradas de los ejecutivos, atinaron a seguir con aquel morboso beso.

Un hombre entra en la habitación, únicamente vestido de lo que parecía ser un traje de fraile, su capucha hundía en la oscuridad su rostro, más se entreveraba una macabra sonrisa, observándolas en medio del incesto. Traía una vara de acero, en la punta estaba dibujada un triángulo encendido al más rojo intenso. Se venía el marcaje. Ríe, observando el expuesto y enrojecido trasero de Juliette, levemente más abajo, en el oscilante consolador incrustado en su sexo, corrían los jugos, propios de la excitación. Juliette seguía besando con libertad y vehemencia a su hermana, siquiera idea tenía. Se acerca, apunta...

Desde lo lejos, en los escabrosos pasillos, se escucha un horrible grito, sin dudas Juliette. Sin dudas el marcaje... sin dudas el comienzo del fin...

************

El carro policiaco yacía estacionado frente a la iglesia local, atardecía y el sol empapaba de naranja la urbe, hermoso atardecer para cualquiera, pero Scott Bauman seguía en sus adentros, desacomodado con horribles recuerdos de un secuestro anterior, reposaba sobre el carro, teniendo en manos las declaraciones del padre de las hermanas;

Proyecto Alter Vida; Producción de drogas. Manipulación de tiroides. Tratamiento de producción masiva de feromonas, proyectos de bloqueo en hemisferio derecho.

- Drogas ilegales –murmuraba para sí- todas dedicadas al cerebro humano.

Pese a tener en claro los negocios a los que se implicaban los secuestradores, no podía quitarse de su conciencia aquella frase que soltó el guardia en su momento de arrobamiento. Cómo unir drogas con religión? Pero esperaba que una visita al párroco le dilucidara algo al menos.

-No vas a entrar? –era el obispo, lo llamaba con cierta sonrisa desde la entrada a la suntuosa iglesia. Bauman guardó las declaraciones, volteándose al auto para dirigirse al compañero que yacía casi durmiendo dentro;

-Oye novato, no me tardo.-El muchacho, acostado en el asiento del acompañante, levantó el pulgar sin siquiera abrir los ojos, totalmente cedido a su siesta, merecida tras espinosos trabajos e investigaciones.

Ambos caminaban dentro del lugar, iluminado por los haces solares que se fragmentaban en las pintorescas ventanas y se regaban en los más vivos colores al santuario. El único sonido eran los pasos, y la sensación de tranquilidad era una constante. Pero ni todo ello lo recuperaba a Bauman de su agobiado interior.

- Hace horas que está estacionado frente a la Iglesia.

- Lo sé, van años que no entraba en una.

- Nunca es bueno ausentarse tanto tiempo, mi amigo Bauman.

- Todavía me recuerdas? –le reía apenas con la vista satírica. El párroco distinguía tras la vista del hombre, un alma desesperada en exceso. Algo le sucedía.

- Pues aún recuerdo cuando vino a nuestro país por el secuestro de una púber. Después de cómo terminó aquel suceso... lo he visto perder la fe.

- Ella no merecía morir, Padre. Que clase de Dios permite aquello?

- No somos nadie para discernir Sus decisiones – el incómodo silencio reinó, aunque constantemente interrumpidas por sus pasos que retumbaban en el oratorio -Aún fumas? -Bauman facilitó a la vista una caja de cigarros a medio uso, apenas sonriendo. – Fumar mata... lo sabías? -Finalizó irónico el obispo.

-Pues éstos cigarrillos tendrán que esperar. Mañana partimos un grupo rumbo a Bangladesh... el Fiscal ha dado con pruebas fuertes. Vine para que me desees buena suerte.

-De que sirve una bendición si no tienes fe, mi amigo – se retira un crucifijo del cuello y se lo entrega, reposándolo en las manos de un atónito oficial. Lo palpó en su mano, lo enterró en su puño;

- Gracias, pero no lo necesito...

- Quédatelo, lo que sea que te ha hecho perder la fe, te lo hará volver a creer. –Con el rostro desconfiado se lo guardó en un bolsillo – sólo dime mi amigo, estás tan inseguro de tu misión que has venido aquí? En que clase de aventura te has metido?

Aquella pregunta lo dejó especulando, entre los designios de extrañas drogas y paradigmas religiosas, con un pasado en el que se rehusaba a devolverle una fe que en definitiva sería vital en esta historia. Viejos demonios parecieran perseguirlo con recuerdos que lo desabría en sus segundos de silencio, en qué tipo de juego se ha vuelto involucrado?;

- Eso es precisamente lo que intento averiguar, Padre – y miraba con cierto temor hacia la entrada del lugar, a lo lejos la urbe, el cielo se vestía oscuro y fúnebre, presto a una gran tormenta –eso es justamente... lo que quiero saber...

-Dogmas Sagrados-

Segundo Capítulo

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