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Mi última Carta

en Erotismo y Amor

Nena, debo sacármelo ya, que esto se está haciendo difícil de tragar. No sé con qué comenzar... tal vez con confesarte cuánto deseo que en nuestro último día juntos hayas tenido las agallas para decirme que no me amabas. Sólo así te odiaría y tus recuerdos no me seguirían despertando en mis noches.

¿Recuerdas cuando te vi por primera vez? Aún íbamos al colegio y llovía torrencial, era el penúltimo año y eras la nueva... probablemente creas que estoy exagerando si te dijera que todos mis compañeros, amigos e incluso mi mundo desaparecieron a tu alrededor y tan sólo quedamos los dos. Y si aún hubiera mundo, éste giraría únicamente alrededor de nosotros.

Bendigo a la puta maestra que me obligó a sentarme a tu lado. Sonriente me observaste para susurrarme tu nombre y entablar amistad. Sí, todos volvieron a desaparecer cuando tú y yo comenzamos a hablar... por eso me encanta decirte que cuando estoy contigo parece que el mundo gira alrededor de nosotros dos.

Robarte un beso – al principio bien inocente - en una tarde en aquella plaza tras casi dos meses de "amiguitos" me hizo volar. Sentir la delicia que escondían tus labios en mi boca fue premio a los tantos días armándome de valor para besarte. Amiguitos... nunca te quise como amiga y lo supiste en esa tarde cuando mi lengua se enterró en lo profundo de tu boca.

Pero más que nada me encanta recordar nuestra primera vez. En tu habitación, con tu madre a escasos metros de nuestros gemidos ahogados. Nuestros torpes vaivenes iban al son de una canción que pusiste para evitar ser escuchados; "Acquiecse" de Oasis... aún lo recuerdo, sigue hirviendo en mi memoria aquel pedazo de música rockera que nos vio nacer.

Oasis reventando las paredes mientras susurrabas mi nombre de manera casi inaudible como si fuera tu último hálito de vida. Tu cara sonrosada, el labio inferior temblándote, tus ojos que parecían querer llorar mientras te hacía mía y de nadie más.

Bueno, tal vez lo mejor de todo sea aquella tarde veraniega en mi habitación en que me arrodillé para enterrar mi lengua en tus profundidades mientras te mordías una mano y aprisionabas mi rostro entre tus piernas con la otra. Nunca te lo dije y tal vez odies mi intento de poesía; pero el sabor de tu entrepierna fue el salado más dulce que he probado.

O aquella estúpida ocasión que tú considerabas la más romántica de mi parte, tras decidir no asistir a clases. Ambos sentados en el borde de la azotea de un edificio que daba la vista a la ciudad... no sé por qué se me ocurrió anillar tu dedo con un objeto que distaba de ser un anillo verdadero. O al menos distaba de ser un anillo caro

Sonreíste y prometiste que lo llevarías contigo para siempre.

Pero no te imaginas, mi preciosa, cuánto odié el día que me confesaste tu enfermedad. Si supieras la impotencia que sentía al tenerte en mis brazos y saber que en tantos meses ya no estarías. Pero enroscaste tus dedos a los míos y me susurraste que era tu héroe por no abandonarte como lo hizo tu padre cuando niña. No, no quise hacerme del débil y no dejé que sintieras mi verdadero dolor.

Pero seguí rodeándote en mis brazos porque de veras, sólo importabas tú y estoy seguro que el mundo sí giraba a nuestro alrededor.

Y en nuestro último año lectivo ya no había clases, al menos no para nosotros. Sólo eran escapes y más escapes hacia azoteas, días de besos no tan inocentes en los rincones oscuros de la ciudad y días llenos de melancólicos atardeceres, ambos abrazados y mirando la nada.

No sé si me perdonarás el no haberte visitado tan asiduamente en el hospital donde pasaste los últimos días... pero no quería que me vieras hecho un saco de llantos que deponía dolor en donde sea que pisaba. Era tu héroe y no quería que me vieras así. Idiota de mi parte.

Sí, sé que probablemente mis palabras vayan a chocar contra el tapiado y morirán desangradas, con sus secretos y verdades incluidas. Sé además que no leerás esto... ya no estás y sólo queda el lecho donde descansas para siempre. Sé que no habrá más los besos dulces de verano ni los "te quiero", sólo me queda una vida vacía más mil y un infiernos por delante.

Entonces, ¿por qué te escribí esto, nena? Bueno, sólo para recordar por un breve instante aquellos días en que pensábamos que el mundo giraba a nuestro alrededor.

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