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A sus pies

en Fetichismo

Ella me tenía prohibido cualquier señal o manifestación de placer, angustia, dolor o cualquier otra forma de conducta frente a la misma. Supongo que apuntaba a mi autocontrol...

- Llegaste tarde.- dijo sentada en el sillón de la sala de su hogar, leyendo una revista y sin dedicarme su mirada atigrada.

- Estuve con Sofía... es mi novia.

- ¿Novia? – cesó su lectura y me contempló detenidamente. Si había algo que me aterraba de ella eran sus ojos azulados acompañados de su silencio sepulcral.- ¿Y ella sabe que tienes una "Ama"?

- ¿Tiene que saberlo?

- ¿Cuánto tiene ella?

- Mi edad, veinte... así es como las prefiero.- Pude sentir cómo le dolió aquello, haberle dicho indirectamente "vieja" fue una auténtica daga a su corazón de treinta y tantos años. Y algo me decía que iba a pagarlo caro.

- ¿Y bien? ¿Ya te la montaste? – preguntó retomando su lectura.

- ¿No es una pregunta muy privada?

- Allí tienes la puerta si quieres retirarte, como pactamos no debes ponerme trabas. Y cuando no respondes lo que te pregunto, me estás faltando el respeto.

- Está bien... no he tenido el gusto aún de hacerlo con ella.- Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, lanzó la revista a la mesilla y se levantó rumbo a su habitación;- Desnúdate y espérame frente a mi puerta.

Lo hice al instante. Muy por al contrario, en mi lejana primera noche tardé algo así como media hora en armarme de valor para quitarme las ropas ante su atenta mirada. Fui a esperarla, parándome frente a su puerta. Me dejó allí, parado e inmóvil por un buen rato como castigo por haber llegado tarde. Tuve tiempo suficiente como para volver a pensar en todo lo que habíamos pasado; me había obligado a ir a un gimnasio de lunes a viernes para hacer trabajos de tonificación, así también me había entrenado en el arte de aguantar el orgasmo. Incontables sábados estuve masturbándome frente a su atenta mirada clavada en mis ojos y con un montón de papel periódico a mis pies, arrodillado y esperando que su puta vocecita me dijera; "Ahora puedes correrte.". Hubo sábados en los debía cascármela frente a ella como un poseso sin permitirme terminar nunca... como dije, apuntaba al control absoluto de mi actitud, sea que me tuviera de rodillas por horas, a su lado, mientras ella leía o escuchaba música... lo que vigilaba era mi porte, mi inexpresividad y mi obediencia.

También recordé la única noche en que pude tocarla, me enseñó una variedad de besos, aunque cada vez que mi lengua no hacía lo que ella había dictado previamente me ganaba unos golpes de su maldita fusta sobre la punta de mi sexo... la mujer era de las sádicas. Incluso el piercing de mi lengua se lo debía a ella – una barrita fina con bolillas en sus extremos- al parecer mejoraron mis besos tras el injerto del pedacito de metal. Teníamos una relación especial, no era sexual y bien yo ganaba en habilidades románticas y ella... hasta hoy día no me he atrevido a preguntarle por qué me eligió a mí.

- Hoy te enseñaré a hacer algo que la putita de tu novia agradecerá. – dijo al salir de su habitación, salió desnuda exceptuando que llevaba una braga negra. Siempre me educaba estando vestida no así en mi caso, que debía estar sin ropas– cosas para denotar poder sobre mí, supongo-. No dejaba de pensar que ella tenía celos de mi "joven novia" y por eso me revelaba sus generosas carnes. Sonreí levemente sin que ella se percatara, avanzó hacia la sala y la seguí detrás como siempre me lo había ordenado.

- Nunca la había visto desnuda... – le susurré con ironía. La mujer me había tenido incontables ocasiones desnudo frente a ella y por fin me tocaba admirar sus nalgas redondeadas que se tensaban en su caminar, de ver el cabello dorado que caía sobre sus hombros y que se bamboleaban de un lado para el otro y de oler su perfume Channel de hembra que tanto me encantaba.

- ¿No te había enseñado a callarte cuando te estoy adiestrando? O es que te gusta el castigo que doy por hablar, ¿quieres ponerte mis bragas en la boca? O tal vez las tuyas propias.

Esa seca amenaza salida de lo más profundo de su sadismo fue más que suficiente como para tenerme callado durante toda la mañana. Se dirigió hacia el mini bar donde se sentó sobre una de las butacas, abriendo las piernas frente al ventanal de su jardín. – Ven – ordenó. Una vez de rodillas frente a ella observé su cuerpo dorando por la luz matinal, sus manos en la cintura y sus ojos clavados inmisericordes a los míos. Pude contemplar por primera vez los secretos y recovecos de sus carnes íntimas gracias a la luz solar.

- Como decía, hoy aprenderás algo interesante. A chupar una vagina. ¿Sabes hacerlo?

- Sí.- le respondí con una fina sonrisa desde lo bajo de mi posición.

- ¿Sí qué?

- Sí, Ama. – si había algo que me tirriaba era decirle "Ama". Pero una tarde dominical de su fusta fue suficiente como para quitarme ese obstáculo mental.

- Comienza entonces.- Y fue cuando me percaté de que en su mano izquierda tenía empuñada su maldita fusta. Si yo lo hacía mal... mejor no pensar en ello. Retiré su braga y empecé a enterrar mi lengua con fuerza, esperando satisfacerla como nadie. Pero al par de segundos un terrible dolor cayó en mi espalda... sí, la santa fusta.

- Lo has hecho todo mal... entiendo que andes como perro baboso en busca de un "coño",

pero eso no es nada agradable. Y luego esas seudo monadas de macho de hacerlo todo con intensidad.

La miré devastado, sus ojos empezaron a escrutar los míos y nuevamente tuve miedo. – Busca el collar y la cadena de mi cuarto, ya verás cómo se hace. – Era la primera vez que me ordenaba entrar en su habitación. Rebusqué hasta encontrar una pequeña caja donde había más que collares y cadenas... si antes estaba asustado, al ver todos esos "juguetes" que de divertido no tenían nada, me quedé petrificado. Tomé los dos elementos y me dirigí nuevamente hacia ella para ofrecérselos.

- No me lo des a mí. – Dijo aplicándome entre mis piernas un pequeño golpe con su fusta por la que casi caí de rodillas. Entendí qué quería. No tuve otra que ponerme aquel collar negro y luego conectarle la cadena. Nuevamente de rodillas, tomó de la cadena con una mano y con la otra levantó mi rostro por mi mentón; - Abre la boca y saca la lengua. – Al hacerlo comprobó el piercing por breves segundos, lo movía y removía dolorosamente de mi lengua. Cuando cesó su cruento testeo, continuó:

- Lamer la vulva de una mujer es un privilegio – dijo tensando la cadena de mi collar hacia su sexo, el perfume Channel que seguramente puso en su braga nuevamente se apoderó de mí. – Y un hombre debe rendir tributo a ella. Y mírate... me ofende profundamente que no estés alcanzado una buena erección. Me hace sentir indeseada... y seguro que la putita de tu novia también se sentirá así si ve "eso" colgándote entre tus piernas.

Al instante continuó:- Mastúrbate hasta alcanzar una erección apropiada. – tomó del bar una copa de champagne mientras tensaba mi collar. Tuve que curvar mi cuerpo para poder hacerlo, y lo peor de todo es que debía mirarla fijamente a sus ojos, aún si ella se encontraba mirando su jardín u ojeando una revista... siempre debía clavar mis ojos en los suyos cuando me ordenaba una autosatisfacción no tan satisfactoria como aquella. Al cabo de unos fastidiosos minutos ella dejó la copa en la barra y por fin me observó contemplándola con mis ojos vidriosos;

- Basta. Ahora puedes volver a lamérmela delicada y lentamente, como un caballero, ¿entiendes?... no como un poseso calenturiento.

Ella tomó de la parte de atrás del collar para impulsarme a su perfumada vulva. Incontables minutos estuve humedeciendo su deliciosa cavidad y labios, ella daba órdenes estrictas conforme me guiaba con el collar; - Vuelve a lamer el contorno, con más fuerza allí, más despacio, dibuja círculos allí, penetra ahí... - y luego empezábamos de nuevo. Mi lengua ya estaba seca de tanto lameteo tras más de cuarenta minutos y por suerte la mujer cortó con un gesto piadoso y poco recurrente en ella; - Lo has hecho bien, pusiste empeño... pero ahora pasaremos a otra lección. Tráeme de mi vestidor, las botas altas de charol... las negras.

Me levanté con las extremidades entumecidas y fui a su vestidor para buscar unas botas altas entre decenas de zapatos, botas y sandalias. Al regresar estaba sentada en el sillón mullido del centro de su sala. La vi nuevamente con admiración a su cuerpo macizo de mujer, su pelo revuelto, sus senos perfectos y sus muslos. Me arrodillé frente a ella, ofreciéndole las botas. Extendió una pierna frente a mí y me dijo -pónmelas-.

Tiernamente guié su pie entre la bota, altísima, y sosteniéndola por la planta se la calcé cómodamente; al instante hice lo mismo con la otra. Se paró frente a mí y taconeó para acomodar los pies dentro del calzado. Las botas sobrepasaban sus rodillas por delante, pero estaban recortadas triangularmente por detrás para permitir una flexibilidad cómoda de la rodilla. Yo miraba perturbado la belleza de sus muslos atléticos, largos y musculosos que nacían de aquellas botas de cuero negro.

Se sentó plácidamente, recostada en el sillón, con los codos apoyados en los brazos mullidos y, juntando las piernas flexionadas frente a mí me dijo -ven, ríndeme tributo y lame las botas. -

Inmediatamente me acerqué a sus piernas, de rodillas. Ella sólo se limitaba a mantener las piernas juntas y quietas mientras yo me afanaba contra el cuero frío de sus botas. Nuevamente debía mirarla. Tomó una revista y comenzó a hojearla distraídamente dejándome concentrado en mi lamida de perro entre sus piernas. De vez en cuando bajaba su vista y observaba mis esfuerzos sin mucho interés.

Podía ver furtivamente, y sobre todo oler, la vulva exquisita que había lamido hacía minutos. Me recorría el cuerpo un temblor excitado por estar lamiendo las botas de esa bruja perversa y deliciosa, como el más humilde y obediente.

Ya no podía contenerme y temí que me corriera sin su permiso, me quedé quieto por un momento, profundamente clavado entre sus botas, tiritando de ansiedad y de tensión. Ella sintió el cambio de ritmo y alzó la vista indiferente, como si se hubiera olvidado que un hombre desnudo y humillado se agazapaba entre sus piernas en un acto vergonzante. Pareció aburrida del juego y me dio dirigió las palabras que más odiaba: -Hoy no podrás acabarte. -

Noté fastidio en sus ojos. Ella estaba celosa, lo veía en sus ojos despectivos, celosa de mi joven novia, ella no podía con eso y su aire de mujer superior caía ahogado al suelo. Por eso me castigaba así.

Ella seguía sentada, desnuda, con sus botas relucientes de la saliva de mi lengua, los brazos y las piernas cruzadas, esperando y controlando mis actos con sus ojos severos y crueles. Cuando vio mi erección, probó la tensión de mi sexo con unas pataditas hostiles de su pie que balanceaba impaciente. Sorpresivamente tomó de su fusta me dio un fuerte varazo en el pene erguido.

¡Splash! -Levántate... ¡Splash! - Ponte bien derecho-. ¡Splash!... otro varazo. -La cabeza alta, mírame a los ojos. ¡Splash! -los brazos atrás...

A cada fustazo mi miembro erguido se balanceaba y se tensaba más. Me pregunté confusamente si esta arpía deliciosa sabría que me podía hacer llegar a fustazos. Quería sonreír, ella estaba celosa y por fin yo tenía algo de control. Se levantó y lanzó su fusta al suelo, salió caminado con la cadena del collar enroscada en su mano, desnuda, con sus botas altas, balanceando sus nalgas tensas y pulidas que dejaban ver ese sexo carnoso desde abajo, indiferente e impiadosa, arrastrándome.

-Sígueme- No hacía falta decirlo si la cadena me tiraba pero lo hizo para seguir denotando dominio.

Fuimos al centro de la sala, ella se detuvo firme y separó levemente sus piernas mientras que con la mano que poseía la cadena, fue atrayéndome hasta su vulva. – Empieza a masturbarte de nuevo mientras me succionas los labios.- dijo tensando el collar de modo a que mi nariz estuviese pegada a su perfumado sexo. – Y nada de corridas ni gemidos de seudo machitos... hazlo en silencio, como se debe.

No se movía, sólo permanecía con las piernas abiertas permitiéndome meter la cabeza para lamer su sexo. Tenía las manos en la cintura y me indicaba con fuertes y ardorosos fustazos en la espalda, dónde quería que me esmerara más. Finalmente me ordenó detenerme, que adopte la posición de espera mientras desaparecía, caminando con calma hacia su habitación. No tardó en regresar. Noté inmediatamente que se había cambiado las botas por otras de altos y finos tacos, casi iguales a las anteriores pero tachonadas con apliques de plata puntiagudos y con espuelas de anchas puntas metálicas sobre los dorsos. También se había puesto una bombachita diminuta, apenas un triángulo sobre su monte de venus.

-Ahora aprenderás a sacarme las bragas- me dijo fríamente, mientras tomaba la cadena de mi collar con la mano izquierda, tensándola como si quisiera ahorcarme, -y después veremos si eres tan valiente con estas botas como con las otras.

Parándose frente a mí, se bajó la bombacha hasta el medio de sus muslos.-Ahora te acercas y delicadamente me bajas la bombacha, con la boca, hasta el piso, sin tocarme.

Para hacer esto tuve que aproximarme hasta casi rozar su sexo con mi cara. Noté nuevamente el Channel. Tomé la braguita en mi boca y la bajé cuidadosamente entre sus piernas, pero se enganchó en las tachas de sus botas y me costó maniobrar con la boca y la lengua para desprenderla. La demora la molestó y, presionando la cadena de mi collar, comenzó a descargar fuertes fustazos en mi adolorida espalda hasta que pude retener el suave trapito contra el piso.

Me incorporé con su bombacha en la boca y me levantó la cabeza con la fusta bajo mi mentón hasta que la miré a los ojos. En esa posición se arrimó a mí hasta casi rozarme, y con toques de fusta acomodó mi sexo entre sus botas de cuero frío mientras mi cara, forzada por la cadena tirante, quedaba casi pegada a su monte perfumado.

Esa excitación creciente me llevo rápidamente rogarle con los ojos que me permitiera soltar el semen dolorido entre sus botas. Como si supiera mis pensamientos, volvió a castigarme con la fusta sobre el glande mientras me advertía -¡Ni se te ocurra soltar una gota sin permiso!-

A cada golpe su brazo realizaba un leve arco hacia atrás, haciendo temblar sus senos divinos, su muñeca se doblaba hábilmente golpeándome justo sobre el glande con bella destreza, sin dejar de mirarme a los ojos. A cada fustazo mi cuerpo temblaba de excitación y dolor mientras mis ojos se mantenían fijos en los de ella, hipnotizados por su mirada fría, cruel y despectiva.

Quise cerrar los ojos porque mirarla desde mi posición, con su sexo frente a mi cara, su vientre terso, desnuda y sobre todo su mirada, desde arriba, amenazante e indiferente en su rostro perfecto, con su pelo revuelto que caía desprolijo hasta más abajo de sus pezones, todo aquello era una visión seductora de perdición. Pensé decirle con mis ojos que me perdone y dejar fluir el semen contenido, rindiéndome y entregándome a su castigo. Pero realmente sentí temor al advertir un brillo creciente de rabia y desprecio en su mirada. Así que permanecí lamiendo su vulva lentamente con mi vista fija en sus pupilas, tratando de anticipar la orden piadosa de liberar mi éxtasis. Tratando de agradarle, de complacerla, de ser otra vez el muchacho aplicado que unas horas antes la lamía obediente.

Me ordenó cesar la lamida. Había enroscado varias veces la cadena del collar en su mano y me sostenía firmemente con mi boca pegada sobre su vulva. Yo sacaba la lengua en un intento de aplacarla lamiéndosela. Hubo un momento entre ambos... yo rogaba tregua... ella simplemente estaba celosa.

. . . . .

Ya para la tarde, ella hojeaba los hermosos libros ilustrados de su biblioteca, desnuda, apoyada sobre la gran mesa de roble, manteniéndome con mi boca entre sus sugerentes piernas y tensándome por la cadena del collar. Me tenía oliendo su perfume de hembra... descansando por fin de tanto "trabajo".

- Lo has hecho bien. Con esmero... – dijo mientras lentamente mi lengua se cansaba de entrar por los recovecos de su delicioso monte. - Pero ahora cuéntame... la putita ésa... ¿es bonita? ¿Más bonita que yo?

Y mientras yo dormía entre sus piernas, abrazado a su cintura, mi boca describía una leve sonrisa. No tenía novia, lo había inventado para saber si ella en realidad me deseaba... al haberle dicho que tenía pareja pude sentir los celos en su actuar. Yo también la podía poner a prueba. Nunca tuve relaciones carnales con ella, pero ahora que sabía que secretamente me amaba pude entregarme a ella no sólo en cuerpo sino en vida... con más seguridad. Me rendí a sus ojos escrutadores y su bello sadismo... me rendí a sus divinos senos y piernas de mujer mientras que por el ventanal de su jardín el sol se ocultaba en el horizonte, un día más con mi sádica diosa... amaba aquella relación tan especial, y tras esa intensa sesión me rendí a ella eternamente... y a sus pies.

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