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Dogmas Sagrados (3)

en Sadomaso

Más desdichas esperan por las hermanas, un cruento destino se les revela. ¿Hasta qué punto las luchas personales tienen sentido? ¿Hasta qué punto la renuncia asoma? ¿Hasta qué punto uno retrocede a pensar; “Vale la pena?”

De hecho, la pregunta magna reluce tras esta aventura...

-Dogmas Sagrados-

- ¿Estas bien Juliette?

- Acaso te importa? –le daba la espalda y se recostaba en un rincón de la vacía celda rocosa. No quería reposar sobre su trasero, el reciente marcaje triangular la seguía comiendo la piel de manera terrible. – Y agradezco que no me hables – concluyó.

- Grité para que no te sigan dando fustes...

- ¡Y sólo conseguiste extasiarlos!

- ¡Juliette!

- ¿Que eres tonta? ¡Ponte en mi lugar chiquilla! ¿Crees que podré ver tu rostro como lo hacía antes después de lo que nos han obligado a hacer?

- Mejor olvidarnos de ello Juliette- calmó con su voz típicamente angelical- además, te han puesto cremas en la marca...

- ¡Ah! Pero que bonito de su parte, ¿no crees? Tal vez cuando te toque a ti, ¡veremos si crees que una estúpida crema te saca el dolor!

- ¿¡A mi!? – y Kaley miraba con susto sus aros, dos enormes que colgaban de sus pezones y estiraban de manera forzada. Su sexo, si bien virgen, estaba enmarcado con cuatro anillos en sus labios “¿Que no tuvieron suficiente?” pensó para sus adentros.

 - ¡Esas aberraciones no quieren dinero de nuestros padres! ¡No tienen humanidad, Kaley! A pasado ya una noche, ¡y míranos!... ambas desnudas, y con estos estúpidos dogales en nuestros extremos. Me han marcado y azotado tal res, y tú, que te han depilado toda, anillado también, y eso que cuando te mueves, tus anillos chasquean molestosamente... 

- ¡Sh! ¡Te van a escuchar!

- ¡Que vengan, así me llevan lejos de ti y tus molestos anillos!

A mitad de la discusión se abría la puerta, dos hombres entraban, sus ropas impúdicas, y rostros nada amistosos, hicieron de ambas jóvenes, sumidas en sus rincones, callarse y mirarlos con temblores notables.

Los extraños contemplaban con ojos morbosos a la más joven, Kaley, uno se acercaba al tiempo en que el segundo, destacaba a la vista de las hermanas, un bozal de cuero en una mano, y un fuste en el otro.

- ¡Aléjense de ella! – gritó Juliette – ¡Cobardes, ni siquiera tienen la valía de hablarnos!

Por un momento, Kaley quedó sorprendida, su hermana, si bien pareciera odiarla, la estaba defendiendo a toda costa. La observó, ella mirando a los extraños, con aire desafiante pese a la notable desnudez en la que estaba. Pero Kaley no pudo evitar recordar aquella noche de incesto forzado en que derramó el néctar de su entrepierna en su boca. Y tras verla pararse desafiante, la miró con cierta ternura.. por no decir morbo.

- ¡Si van a llevarse a alguien, es a mí! – gritó, parándose frente a quien se acercaba a su hermana. El extraño la observó de pies a cabeza a Juliette, sendas rajas atravesaban su blanco cuerpo, obvia señal de castigos aplicados a su adversa personalidad.

Sin inmutarse, la aparta a un lado, y volvía a dirigirse con la mirada a Kaley;

- ¿Puedes pararte niña? – preguntó en voz apenas entendible.

Ella estaba quieta, Juliette volvía al asalto; - ¡No le conteste, no haremos nada hasta que traigan comida... o al menos ofrezcan un baño decente!

- El baño lo tienes ahí... – y señaló una esquina de la misma celda.

- ¿¡Eso es el baño!? ¿¡Sabes con quién estás hablando?! – decía encolerizada.

- Mejor te callas jovencita...

- ¡Tú no eres nadie para andar ordenándome!

-Mmm... eres mucho más dócil con la droga. Lástima no la trajimos, pero al menos tenemos otro... medio para tranquilizarte – y de su cinturón se revelaba un látigo de 9 rajas de cuero, el mismo con que la habían azotado durante el incesto. Juliette no pudo evitar abrir enormemente los ojos, retrocediendo lentamente con cierto estremecimiento.

- Nos llevamos a la virgen – cortó el otro.

- ¿Virgen?- y miró a Kaley, totalmente sonrojada en su esquina. Si bien Juliette nunca estuvo tan cerca del sexo de su hermana como en aquella noche, jamás podría pensar si era casta. Fue tal su inmutabilidad, que ambos aprovecharon para acercarse, estrecharon cortésmente las manos, levantándola y agarrando con fuerza ambos extraños, los brazos de la joven.

Y se alejaban con Kaley, quien dicho sea de paso, no podía dejar de temblar ante los dos hombres que la trasladaban por los tenebrosos y rocosos pasillos. En su caminar, los molestos anillos incrustados en sus labios, rozaban una y otra vez su clítoris. Era tal la excitación, que en la caminata no podía dejar de morderse los labios y cerrar sus ojos, intentando evitar gemir vergonzosamente del placentero roce de los aros ante aquellos dos hombres.

Aprovechando que la puerta de la celda seguía semiabierta, la joven giró la vista hacia atrás, observó a Juliette entregada a su sorpresa. En esos segundos en que ambas cruzaron la vista, Juliette no pudo evitar dejar caer unas lágrimas, pensando en su conciencia una obvia verdad;

“¡No, perderá la virginidad con esos monstruos!”

Un tercer hombre venía en dirección contraria a sus pasos, dirigiéndose con una jeringa en mano a la celda de Juliette. Kaley, mientras seguía siendo llevada, miró sorprendida el tamaño de la misma, llena de un líquido rojizo. El hombre entró sonriente a dicho calabozo, cerrando la puerta. Y mientras se alejaban, la joven escuchó desgarradores gritos desde allí.

- No te preocupes por tu hermana, que ellos te están preparando un ritual. – masculló uno de sus captores. Kaley no pudo evitar sollozar; “¿Que no tuvieron suficiente?”

 

***********

 

- ¿Nunca sueltas eso novato?

- ¿¡Mi crucifijo?! Oficial Bauman, entiéndame... ¡fue mi primer viaje en avión, la vida me pasó delante de los ojos! – y lo enterró tembloroso en su puño.

- Exagerado- refunfuño sonriente, alzando la vista desde el populoso aeropuerto de Dacca, capital de Bangladesh, observando un amanecer rimbombante entre las montañas a lo lejos, retozando esta ciudad asiática– Pues, bienvenido a la ciudad del pecado, novato.- Y avanzaron a raudas entre el gentío del aeropuerto.

- Sería interesante, Oficial Bauman, que como yo lo llamo por su nombre y función... usted al menos me llamara por el mío; ¡Claude!

Bauman lo miró con las cejas jocosas, extraño nombre para un checo, atinó a colocarse sus típicas gafas oscuras; - Mejor nos aventuramos... novato.

Tomaron un taxi, partiendo hacia la urbe. Si bien el Fiscal arribaría a la ciudad con un grupo especializado en par de días, Bauman no esperó trámites burocráticos, llevándose consigo no sólo lo armamentísticamente esencial, sino al joven novato Claude, quien al parecer, evidenciaba su embelesamiento por las calles en el recorrido del taxi con su mirada perdida.

Llegaron a destino, no era un hotel precisamente de lujo, ni siquiera par de estrellas... de todos modos, el Estado no era tan portentoso en el aspecto de desparramar dinero en la estadía. Raramente el taxista no quiso cobrar, extrañados de la exilia bondad, entraron al lugar.

- Bien novato, creo que esa tontería que tienes en mirar como perro todo el lugar, se debe al aire puro que hay. Mejor te diriges al encargado y pide un par de habitaciones- Bauman posó todos los bolsos que cargaba en el suelo, dirigiéndose nuevamente fuera para encender su típico cigarrillo; “¡Esto es aire puro!” pensó al oler nuevamente el humo. Pero leves sonidos provenientes desde adentro del hotel lo dejaron especulando.

- ¡Oficial! Aquí están las llaves...

- Espera novato... ¿escuchas el sonido? ¿El tic- tac?

- ¿Que sonido?

Ambos fueron imprevistamente lanzados por los aires al sentir el fuerte impulso de una detonación tras ellos. Cayeron de bruces cerca de la acera, pedazos el hotel “lujoso” volaban por los aires y caían carcomidos por el fuego en cuestión de segundos. Ambos en el suelo, voltearon y observaron con total pavor el hotel hecho marañas corroídas por un imprevisto incendio. El gentío también se unía con la vista a este inesperado atentado. Sin dudas uno de sus  bolsos lo cambiaron en el aeropuerto.

El joven Claude atinaba a apretar su puño con el crucifijo, Bauman por su parte no soltaba de entre sus dientes el cigarro, se retiró las gafas, y miró a su compañero;

-¿Estás bien novato?

-¡Madre mía! ¡Esta vez sí que mi vida pasó frente a mis ojos!

- Tranquilízate amigo... creo que no somos precisamente bienvenidos aquí... bonito saludo nos dieron... - y con una tranquilidad envidiable, Bauman se reponía- levántate, esta aventura recién comienza... y algo me dice que la pasaremos en grande...

***********

 

Kaley estaba tiritando como nunca, la habían bañado en otra celda a manguerazos de agua fría. Se había encogido en un rincón de la misma, gotas de agua seguían adheridas a su desnudo y tembloroso cuerpo, el frío de los anillos en sus pezones y virgo era desgarrador.

Oyó unos pasos, estaban entrando, la sujetaron delicadamente bajo el mentón, levantando su triste rostro, una mirada perdida y desconsolada era casi oculta a la vista de todos, por su mojados y dorados cabellos pegándose en ella; eran varios hombres, uno sujetaba una mantilla negra. La cegaron con dicho harapo, y aprisionaron sus manos tras ella con las argollas dispuestas en los dogales que poseía en su muñeca, levantándola nuevamente.

En su recorrer, fue guiada hacia los pasillos mediante empujones. Ni siquiera veía, y más de una vez tropezaba en las desnivelaciones de los pasajes. Aquellos malditos anillos seguían haciendo de las suyas en su entrepierna. Tras minutos de aquella agobiante caminata, oyó una puerta chirriar... y la obligaron a entrar.

Era un espacioso templo rocoso, iluminado en su anchura por antorchas a lo alto. En el centro, resaltaba una mesa metálica con argollas. Kaley no podía ver, pero era tal el nivel de murmullos, que se estremeció al pensar en un gran número de personas, viéndola desnuda, sumida a una leve excitación por los anillos en su virgo.

Le retiraron la venda, y tras recuperar la vista, observó con sorpresa los tantos extraños, casi una docena de hombres, todos vestidos en túnicas y capuchas, algunos sin ellas, dejaban entreverar miradas lascivas sobre su desnudo cuerpo. Hicieron un círculo donde ella quedaba a la vista de todos.

- Te entregarás a nosotros – le musitó levemente al oído aquel que la sujetaba.

Kaley se estremeció, forcejeó vanamente de los brazos de sus captores, quienes, molestos de su altanería, la empujan al suelo del lugar. Aquel que tan descortés la trató, pisó desalmadamente su espalda, aprisionándola contra el suelo.

- ¡Te entregarás! –gritó para oídos de todos- ¡y si sigues ofreciendo la más mínima resistencia, varios hombres te llevarán a un foso del que no saldrás el resto de tu vida!

- ¡Señor! – cortó sollozante- ¡apiádese, se lo suplico!

Retiró el pie de su espalda, Kaley intentó levantarse, pero un cruento chasquido se detiene en ella, el sonido seco de una tira de cuero de temible grosor pegarse en su espalda, la hizo chillar horriblemente para caer nuevamente al suelo, retorciéndose de aquel fustazo.

La marca rojiza, dolorosa y latiente, la hizo dejar en claro, que aquellos hombres hablaban en serio. Y en sus retuerces sonoros y lastimeros, uno se acercó, injertándole un bozal, un instrumento de tal mecánica, que separaba su quijada a más no poder, la boca entonces, babeante y chillona aún, quedaba abierta vergonzosamente. Con tal avidez, la volvieron a cegar con el paño. – Al parecer te entregarás a la fuerza- concluyó tranquilo el extraño.

Sin saberlo ella, la dirigían rumbo al altar, su torso quedó acostado sobre la mesa, sus senos pegándose allí, ofreciendo a la vista de los tantos, sus accesos aún virginales, y mediante una correa de cuero que sujetaba su cuerpo en la mesa, quedó inmovilizada. Pataleó como pudo, pero los tantos extraños, con rapidez sujetaron las piernas, y mediante sortijas dispuestas en el suelo, consiguieron separar casi al máximo sus pies para aprisionarlos mediante los dogales de sus tobillos. Sus manos seguían apresadas sobre su espalda y ya en consecuente, era imposible cualquier intento de movimientos.

Apenas ofrecía resistencia, entregada al miedo, al dolor y a sus temblores.

Sintió los manoseos impudorosos en su trasero, un dedo recorriéndole la fémina y levemente mojada raja en su largor, estirando apenas los anillos allí incrustados, viéndola revolverse del dolor y gemir míseramente del palpamiento. Sin dejar de estrujar y mecer levemente su dedo, con la otra mano, el extraño procedió a injertar tenue el pulgar en el ano. Dicho dedo presionaba con soltura hacia su recto, sin siquiera importarle, que la joven osara de seguir gritando calamitosamente.

- Cállala... – ordenó a uno  mientras seguía trabajando con sus accesos. Uno de los tantos se acercó, se removió levemente la túnica y destacó a la vista, su motivado órgano. Aprovechando que la jadeante boca de la muchacha estaba maquinalmente abierta por el extraño bozal, sujetó sus manos en aquel temblante rostro, y procedió a penetrarla por la boca, lenta y pausadamente, enterrando y perdiendo la carne a la vista, desapareciendo mientras sus rojizos labios parecieran no poder dar abasto a tanto grosor, puesto que se estiraban al máximo al tiempo en que leves gotas de salivas se desprendían y colgaban de la juntura de sus labios.

Bajo la venda negra que la cegaba, un par de ríos de lágrimas sobresalían,  y recorrían sus sonrojadas mejillas, leves gemidos se escuchaban, estaba llorando. Los manoseos seguían, el pulgar ya estaba perdido a la vista, pero los retuerces eran por lejos tremendos.  Aquel quien taladraba la boca hasta la garganta, se inclinó a susurrarle; - Mejor te relajas, de seguro te rompe detrás si no ablandas tus músculos... y no querrás saber lo que sucede si no llegas a aflojar tu recto.

Volvió a gemir, la asustaban con palabras que no eran blandas.

- ¡Mirad! – gritó mientras revolvía el pulgar dentro – ¡tan pequeño, tan estrecho, apenas cabe! – pero ni siquiera dejaba de apartar la otra mano de su virgo, chasqueándola intensivamente por los anillos. Kaley, roja a más no poder, convulsionaba terriblemente mientras la venosa virilidad en su boca empezaba un degenerado mete-saca, arrancándole de su garganta, sonidos retumbantes de arcadas.

- ¡Si no quieres otro azote en tu sensible espalda, mejor utiliza esa lengua que la tienes dormida! – ordenó mientras recluía con sus manos la cabeza de la blonda contra su virilidad, que de a poco desaparecía a la vista de todos. Pero la joven, tan hundida en vergüenza y miedo, no podía acatar órdenes. Y volvió un trallazo atronador, por parte de un tercero, lastimándola nuevamente en la espalda. Más lágrimas surcaron bajo el paño, si no fuese por aquel tremendo mástil, gritaría como loca. – ¡Dale otro azote que no aprende esta niña! – decretó el mismo.

Aquella orden inspiró un susto de estratosfera en la joven, quien de manera bestial, empezó una forzada e incómoda lengüeteada a aquel órgano que ocupaba casi toda su boca. Sentía los olorosos vellos de aquel extraño punzar en sus labios, además de las venas del órgano, lubricaba y seguía relamiendo, motivada a no sentir más flagelaciones en su adolorida espalda. Por detrás de ella, ya iban dos dedos en el recto, y si bien era tremendo el sufrimiento, aprendió a disminuirlo relajando sus paredes.

Tres dedos, y revolvía; - ¡Al parecer le gusta! ¡Su raja está húmeda a más no poder! – gritó extasiado el extraño, y lo hacía en el idioma de Kaley, a fin de avergonzarla a los extremos insospechados. Abandona el manoseo en ambas partes, ella pensó que la dejaron al fin, se relajó y decidió seguir dando lengua al mástil que se enterraba en su boca. Pero de golpe sintió una tibia carne reposar entre sus nalgas, era un glande, descansando y presto a desvirgarla por detrás, pulsando y palpitando en sus exageradamente sobresalientes venas.

Kaley estaba destrozada, hace un par de días chismorreaba con sus compañeras del colegio católico, si bien no era de las atrevidas, con sus contadas amigas hablaban despreocupadas de cualquier tema... pero hoy... estaba en aquella lúgubre mazmorra, rodeada de tantos extraños que sin pudor, la avergonzaban, laceraban y se ofrecían a desvirgarla por todos sus accesos. 

La sujetó de sus pequeñas caderas, pareciera tomar impulso, y de lento movimiento, introduce el glande. El aullido sería atronador de no ser por él mástil que yacía prendido hasta la garganta, se retorcía de manera tremenda.

- ¡Relaja tu trasero –gritó uno de los tantos que la rodeaban, al verla sufriendo del daño- y no pares de mamar! – cortó chasqueando un látigo. Sería imposible lamer con ahínco si el dolor desde atrás la recorría todo el cuerpo, pero pudo, pudo seguir cumpliendo ordenes como podía.

De a poco entraba, era desgarrador no sólo la vista de un poco promedio instrumento ensartarse en el pequeño orificio anal, sino el ver a aquella jovencita, sujetada por sus extremos con cadenas, zarandearse inhumanamente... por no decir infructíferamente. El ritmo del bombeo era lento, pero adquiría velocidad al tiempo en que sentía el recto de la muchacha, acostumbrarse al descomunal tamaño.

Uno más se acerca al lado de quien la sodomizaba, aparta al hombre levemente, sin que deje de empalarla. Meció sus dedos dentro de la fémina fisura, recorrió los labios,  adentrándose en los mismos y procedió a una violenta vibración. Kaley no pudo evitar gemir y estremecerse – Pues sí... está bastante mojada – sonrió el tercero.

Sin apiadarse de ser casta por aquel lar, reposó su palpitante órgano bajo los labios, y con total violencia, penetró y hundió sin reparos, allí donde los jugos ya rebasaban y corrían por los muslos, allí donde su néctar, corría por el largor de la gruesa carne que la ensanchaba, arrancándole un grito lastimero, pese a que seguía con su pequeña boca hundida bajo el miembro que bombeaba hasta límites increíbles.

Los resaltos del mástil no sólo arrancaban dolor y placer, sino una extraña sensación, dado que sus anillos que pendía de sus labios vaginales, se estiraban y recogían al ritmo de los bombeos, causándole placer de atmósferas insospechadas.

Los roces a su clítoris no se hicieron esperar, gemía entrecortada sin saber si excitarse y dejarse llevar por el triple desvirgamiento, o seguir derramando vanas lágrimas bajo el manto que la cegaba. El glande chocaba con el cuello uterino, y ni siquiera se la adentró por completo, su encrespado cuerpo era terriblemente lastimero, pero la repentina tembladilla que se pegó la joven, evidenciaba que empezaba a gozar.

Sentía los tres miembros adentrarse más y más dentro de ella, sus movimientos bruscos seguían fuertemente limitados por las cadenas de los pies y la correa que mantenía su torso sobre la mesa. Fue tal la brutalidad de los mete-saca, que en medio de aquellas embestidas, pudo sentir como los glandes parecían rozarse entre ellos, uno en su feminidad, el otro en su ya ensanchado trasero.

Antes de que pudiera llegarse, otro trallazo se pegó cortante en su espalda, arrancándole de sus entrañas no sólo el propio dolor... sino el gozo que empezaba a sucumbirla.

- ¿¡Crees que te haremos llegar al orgasmo así de fácil?! – gritaba jadeante el extraño quien seguía empalando el trasero.

- Será difícil, considerando que parece estar en celo... – masculló alguien del redondel de extraños que la rodeaban. Seguía convulsionando a las arremetidas de aquellos tres toros que la ultrajaban sin piedad.

Varios del redondel se acercaron, inclinándose sobre su adolorida espalda, para llenarla de besos morbosos, acariciarla, sentir aquel pequeño cuerpo que se agitaba de las embestidas, sentir su cuerpo y sus reacciones ante aquel cruento desvirgamiento. Las chupadas retumbaban y ensalivaban su rojizo dorso enmarcado de los trallazos.

Pareciera que estos extraños con túnicas y capuchas, tenían una habilidad por lejos envidiable en cuanto al aguante del orgasmo. Tal fue el caso, que la bombeaban con experiencia e ímpetu por increíbles minutos. A cada impresión de que Kaley pareciera venirse, alguno que otro propinaba cruentos latigazos en su ya enrojecida espalda, condicionándola a no llegarse.

Ni siquiera cuando empezaron a derramar los chorreantes líquidos del placer en ella, bañándola completa en sus adentros, ni siquiera allí permitieron a nuestra desdichada disfrutarlo. La soltaron de sus encadenamientos, la liberaron de su bozal, cayó al suelo sumida en una extraña mezcal de placer y ardor en sus accesos. Gesticuló la mandíbula, con tantos minutos abierta maquinalmente, era casi incómoda la situación.

Los pegajosos chorros blanquecinos corrían por sus muslos desde su interior, sobresalía de sus rojizos labios y la joven Kaley, atinó a escupir tan pronto pudo. El círculo seguía mirándola en silencio.

Al ver que los líquidos seguían escurriendo, y junto a contadas gotas rojas en su virgo ya no virgo, la hicieron caer en un inconsolable arrebato de llantos. Su personalidad no era como la desafiante Juliette, por lo que se limitó a bajar su rostro allí en el suelo donde yacía postrada. 

- Sagrados designios caen sobre ti, niña – dijo uno mientras se acuclillaba frente a ella- de tu placer y dolor, nacerá un nuevo orden, y lejos de responder a crímenes terrenales, traerá paz y dichas a este mundo sucumbido en avaricia y pecados.

 - Aún no entiendes, jovencita – cortó otro- pero de ti nacerán nuevos principios, nuevas creencias...  – y mientras levantaba su mentón, observando aquel rostro tímido y angelical, corroído en líquidos lechosos atinó a susurrarle- de ti nacerán nuevos dogmas... dogmas sagrados...

***********

 

- ¿Recuperaremos nuestros bolsos novato?

- Mañana nos traen... aunque creo no poder recibir más de esos equipajes. ¡Me acomplejó bastante!

- Tranquilo, mañana iremos a  buscar a una... amiga, viajaremos temprano a la ciudad lindante. Así que acuéstate en el suelo...

- ¿Y por qué usted en la cama? Por cierto, ¡este hotel es peor del que explotó!

- Dinero no nos sobra, novato, conténtate.

Pasaban los minutos, pero Bauman no podía dormir. Una vez levantado, agarró su típica caja de cigarrillos y se prestó afuera en el balcón. Tras encenderlo, observó la urbe de Dacca, si bien eran horas de madrugada, pareciera una ciudad de nunca dormirse. Le hacían recordar su querida Nueva York, aquella colosal ciudad donde se ganó la fama de oficial perito.

Recogió de sus bolsillos el crucifijo que le había entregado el párroco en la Iglesia de Praga, mirándolo con cierto aire celoso, pensando en su soledad si lo mejor sería rendirse, ya pisaron territorio enemigo, y la recibida fue violenta y explosiva. Además, lo seguía carcomiendo los recuerdos del secuestro e injusta muerte de una niña, y en definitiva, sospechaba que los implicados en aquel lejano suceso, eran los mismos quienes tenían de rehenes a las hermanas. Pero eran meras sospechas.

Vacilante desparramó los humos del cigarro, en par de días llegaría el Fiscal con el grupo a ayudarlo, por lo que no podía rendirse, los recuerdos penosos y ataques sorpresas no deberían de ganarlo, allá afuera había dos jovencitas clamando ayuda.

- Mañana será otro día – murmuró, empuñó el crucifijo y se armó de un valor que no creyó volver a sentir – Mañana será otro día...

***********

 

La misma celda, Juliette intentaba calmar a su hermana, ya deshonrada en sus accesos, ambas sumidas en la esquina. La joven Kaley tenía injertado en su cuello, un groso collar metálico, cómodamente forrado por dentro, y sobre todo, bien “armado” de esferitas de oro en la circunferencia, junto a un aro hacia la nuca, que se conectaba a una pesada y corta cadena al muro. Juliette aún no tenía collar.

- ¡Ya no llores – suplicó Juliette- estoy segura que afuera nos buscan... no tardarán en encontrarnos! – y miró con tristeza a lo alto de la celda, en el lejano techo yacía una pequeña abertura rocosa, si bien cerrada con gruesos barrotes, dejaba entrever la luz de la luna nocturna, y una estrella potente se prestaba a sus ojos.

No pudo evitar derramar una lágrima, ambas con un hambre de locos, aguantándose sus necesidades físicas, puesto que la cultura y formación que arrastraban, no permitían mitigarlos en una mísera esquina del lugar donde dormían. La incomodidad de dormir en el suelo era además notable. Abrazó a su hermana Kaley, musitándole un casi romántico “Ya no llores”

Pero Kaley seguía abatida en su interior, lloraba en silencio, sintiendo las manos de su hermana que la abrigaban y fortalecían, además de sus senos y pezones pegarse, rozándole en su espalda. Aún no supo que Juliette estaba afectada por la droga, y que aquellos raros manoseos que realizaba en sus muslos y caderas, que en supuesto debían consolar, no eran sino producto de la sustancia que le arrancaba un estado de excitación y morbosidad.

Kaley, abrigando las manos de Juliette en su cuerpo, miró uno de los trallazos que fue a parar en su delicada mano, y derramando lágrimas por el suelo, no pudo impedir pensar; “¿Que no tuvieron suficiente?”

 

-Dogmas Sagrados-

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