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El Loft de las Señoras

en Orgías

Al bajar del taxi observé la autopista cabrilleante por la mezcla de la lluvia nocturna y los faroles, pasé la manga de mi gabardina por mis ojos para disiparlos del agua. "¡Día de perros!" pensé, es que últimamente las cosas no me iban de parabienes y la santa lluvia no ayudaba a mi situación. Fui hacia la entrada del lugar, era un hotel bastante lujoso y mi amiga se presentó para abrirme las puertas de cristal;

- ¡Entra, entra que te mojas todo!

- ¿Llegué tarde? Ya pasaron las diez...

- No, estás a tiempo – dijo mientras me retiraba de la gabardina- muchas gracias por aceptar el trabajo a última hora. El hombre que contratamos tuvo un pequeño percance.

- ¿Percance?

- Bueno, por alguna razón la señora no quiso volver a querer sus servicios... lo importante es que ya estás aquí.

Me entregó una bolsa en donde estaba el traje bien formal con el que me la pasaría el resto de la noche y me cambié en uno de los baños al final del pasillo. Había aceptado hacerle un favor a una antigua amiga de la secundaria, la misma me había llamado a última hora pues necesitaba los servicios de un mozo – o camarero- que sus hospedantes exigían. El dinero me caería bien por los gastos de la universidad en los que pronto incurriría.

Al volver me pasó un papelillo de la recepción; "Habitación 603; Piso 5"

- Normalmente ellas suelen terminar muy tardes sus reuniones. Así que no te extrañes.

- ¿Reunión? – pregunté ya frente al elevador.

- Sí, sí, una aburrida reunión. Sirves el champagne y circula. Nada de otro mundo.

- Ya sabía yo que estudiar derecho jurídico me iba a ayudar en estos momentos.

- ¿Te pasas de gracioso? Mira que el dinero no es poco... Puedo llamar a otro si no deseas hacerlo.

- No, no, será una experiencia interesante.

- Ahí llegó, tú ve que tengo que volver junto a la administradora del edificio.

El elevador se abrió, entré y giré nuevamente hacia mi amiga para preguntarle sobre qué era la reunión aquella. Antes de que la puerta del ascensor se cerrara, ella atinó a responder;

- No sé, por lo que vi son viejas amigas, seguramente son un montón de divorciadas tal vez... ¡yo qué sé!- Y el elevador se cerró. Genial, un montón de mujeres que odiaban a los hombres y una necesidad fehaciente de aplastarlos. Sí, sería una noche divertida para mí. "Día de perros..."- mascullé al presionar el botón "5".

Una vez que se abrió, fui a los pasillos hasta toparme con la habitación correspondiente y entré a secas, sin golpear. El lugar era espaciado y bien iluminado, un aspecto a loft. Una adulta y una joven de veinte y pocos años, hablaban amenamente en uno de los sofás al fondo, una mujer bien hermosa tocaba suavemente el piano y dos más escuchándola en silencio, una última recorría y observaba los muebles y adornos.

Me dirigí en silencio al mini bar que yacía a un costado cerca del piano, me hice de una botella de champagne y unas copas para disponerlas en la bandeja. Lentamente me acerqué al primer grupo que estaba hacia los sofás para ofrecerles las copas y no sin antes saludarlas con mi sonrisa más bonita y cínica. Extrañamente no me devolvían ni el saludo ni las sonrisas... ni mucho menos las miradas.

Ni una era parecida a la otra, a no ser su madurez que sobrepasaban unas los cuarenta, otras los treinta y muchos, además del lujo de sus vestidos que me hizo suponer que eran mujeres de clase. Todas excepto la tierna muchacha que ya estaba durmiendo en el regazo de aquella señora en el sofá, vestida con un estilo "punk" rebelde lo que le otorgaba un falso look de adolescente.

Me dirigí luego hacia la mujer que estaba sola, observando los muebles. Me devolvió mi sonrisa falsa cuando me la acerqué, tenía una hermosa mirada atigrada y unos ojos café con los que por poco me desmayé al verlos, no sé por qué me daba un morbo tremendo, tal vez su vestido negro de una pieza tan corto, tal vez por ser la única blonda del grupo... superaba mis veintitrés por amplitud pero aún conservaba una belleza de aquellas. Tomó sin ganas de la copa y giró nuevamente hacia el balcón sin decirme nada más durante toda la noche. La única música seguía siendo la del piano en donde deposité las últimas copas.

Hacía más de una hora que yo circulaba en la reunión, el champagne, las risas y el tono de las conversaciones de las señoras habían subido considerablemente, las veía más animadas, con sonrisas pícaras y provocativas cuando iba a llenarles las copas.

El piano paró, las mujeres se iban acercando hacia el sofá y todas quedaron sentadas, las que no cupieron se sentaron en los brazos del mismo, la muchacha aún dormía, el resto de las mujeres estaba con las copas entre manos... bueno, la mujer con la mirada atigrada seguía en el balcón observando la ciudad y la lluvia.

- Muchacho- dijo la señora que antes tocaba el piano, con un cigarro recién encendido en una mano y su copa en la otra. - ¿cuántos años tienes? – un claro acento español.

- Veintitrés, señora- dije con respeto y con mi típica sonrisa falsaria. Un murmullo ahogado se oyó, las mujeres se miraban entre ellas y se susurraban al oído, cruzaban la vista conmigo repentinamente y volvían a charlar. Y yo estaba con una vergüenza notable frente a ellas sin saber qué hacer ni qué decir.

Algunas ya con el rostro rojizo volvían a lanzar carcajadas al aire, hasta que la mujer del piano dejó el chismorreo para volver a mirarme;

- A ver, ¿te puedes retirar la camisa? – y se tapó la boca instantáneamente para reír a mudas al igual que sus amigas. Sin saber dónde mirar, me volví al bar para recargar el champagne, pero a medio caminar volvió a mascullar la señora del piano;

- ¡No me des la espalda, chaval!

- ¡Lo siento!- dije, giré para darle la cara y regalarle nuevamente mi sonrisa... sí, mi sonrisa falsaria.

- ¿Tienes idea de quién te pagará por los servicios?

- ¿Usted?

- Es inteligente el chico. – y volvieron a reír todas excepto una, que clavaba una mirada de odio hacia mí, probablemente sobrepasaba los cincuenta, la muchacha se recostaba por ella. Acompasé sus risas y miré hacia el balcón, la mujer de ojos atigrados negaba con su cabeza y sorbía de su copa, como sabiendo qué sucedería. Miré el sofá y la tierna joven despertaba de su letargo.

- Pensé – dije tragando saliva- que Susana me pagaría.

- ¿Susana? – dijo una morena rolliza, arrugando su frente y regando el humo de su cigarro al aire.

- Es la amiga que me trajo aquí.

- Ah, Susana es funcionaria de este hotel. – susurró otra.- fue la que nos consiguió el apartamento.

- ¿Sabes cuánto es la paga por tus servicios?- continuó la pianista.

- Pues sí, señora.

- ¿Y realmente crees que tanto dinero era sólo por servir copas?

- Este...

- Quítate la camisa.- dijo y volvió a reír al compás de las otras.

Decidí soltar mi comportamiento formal ante ellas debido a que las veía bien "sueltas" y les seguí el juego; - Yo no me quito nada a menos que ustedes lo hagan también... – y rematé con mi ya conocida sonrisa.

- ¡Ah, pero mira que eres vivo!

Una de las mujeres- la morena rellena- sentada en el brazo del sofá posó su copa en el suelo y, reponiéndose con una notable cara roja por las bebidas, empezó a desabotonar su blusa para revelarme el brassier blanco que le sabía escotar, quedándose en falda y tacos, sonriéndome con una cara de vicio. Las otras reían excepto la de mirada odiosa, y yo seguía acompasando forzadamente las risas de ellas.

- A ver, joven, yo me he quitado lo mío. Ahora usted.

- ¿Estoy en una especie de cámara escondida o algo así? – respondí revoloteando mi mirada por el lugar.

- Te estás esquivando, chaval - dijo la pianista con su cigarro entre dedos- que vuele la camisa, vamos.

Las otras empezaban un patético vitoreo, alentándome y cantando conmovedoramente "Full Monty" en plan broma. Entre risas dirigí mi mano y me desprendí de los primeros botones, desde el cuello hasta los pechos, negando varias veces pensando que todo era un engaño. Al instante la morena de los brassiers se dirigió hacia mí para "forzar" mis ropas, la sujeté lo que pude pero consiguió arrancar algunos botones de la camisa.

La pianista atinaba a fumar su cigarro, regocijada en el sofá, observando cómo una segunda mujer se dirigía hacia mí para continuar aquel raro juego de desvestirme. La muchacha miraba con curiosidad al tiempo en que se hacía de una copa. Al final quedé con el torso desnudo y algo de rajas rojizas por algún que otro arañazo que me prendieron.

- ¿No estás nada mal, eh?

- Sí, voy al gimnasio – mentí descaradamente. Me agaché para tomar nuevamente la camisa que yacía en el suelo hasta que la morena lo pateó bien lejos.

- ¡Ahora el pantalón, chaval!- sí, era la santa pianista. - ¡Que corra el pantalón!

Las dos mujeres a mis lados empezaban a reír conforme intentaban destrabar mi cinturón y la pianista se despojaba lentamente de sus ropas en el mismo sofá.

Tras minutos de risas, rasguños y algunos roces, quedé, al igual que las tres mujeres, totalmente desnudo y con mi sexo colgando semi erecto a la vista de todas, incluso a la vista de la joven – aún vestida- que se recostaba en el sofá.

La pianista estaba tan sólo con unas medias de nylon y respectivos ligueros, la morena desnuda a cabalidad y la tercera, la que jugaba y manoseaba con exceso mis partes, estaba con unos tacos que la hacían la más alta de todas. Aquella situación bien podía parecerme surrealista, aunque tanto toqueteo y alcohol iban a terminar haciendo estragos en mi moral.

- ¡Mira nada más lo que tienes allí, chavalote! A ver, acércate. – dijo la pianista sin quitar su perversa mirada de mi sexo y sin soltar su copa en manos.

La morena mandó una mano abierta hacia mi baja espalda, tocando con sus yemas mi trasero desnudo para empujarme hacia el sofá. Sin descaro y sin contemplaciones, la pianista envió una mano en mi vientre para bajarlo pausadamente, rozando mi sexo, al cabo de un rato lo tomó mientras me miraba con una cara de vicio para empezar a subir y bajar la piel por el largor de mi sexo;

- Uhmm... A ver si tanta carne da para rato, muchacho. – y volvieron a estallar en risas, el humo del cigarro, el champagne en sus venas y la calentura irguiéndome el sexo... Las dos mujeres desde atrás, empezaban a tocar sin miramientos mi cuerpo mientras yo atinaba a aprovechar aquella situación, enviando mis manos hacia atrás para acariciarlas, no sé en qué partes, pero acariciarlas y seguir sintiendo aquella mujer pianista haciendo un vaivén en mi virilidad ya erguida. La cuarta mujer, aquella de mirada tan despreciativa, se levantó y ordenó a la muchacha acompañarla al baño.

- No les hagas caso a ellas- me susurró la morena. – son lesbianas.

"¡Maldita sea!"- pensé- "¡Dos lesbianas en carne y hueso!" Por el aspecto que ambas tenían parecían madre e hija... ¡qué equivocado estaba yo! Entraron al baño y aseguraron la puerta mientras aquellas tres maduras seguían con sus toqueteos y pajas.

La mujer de ojos atigrados seguía mirando el comienzo de la orgía desde su balcón, con la lluvia de fondo como único sonido más los ahogados gemidos que los cuatro hacíamos hacia el sofá.

- Te llamas Manuel- dijo la pianista mientras seguía aquella infernal paja.

- ¿Manuel?- pregunté extrañado- No me llamo Manuel, me llamo...

- ¡He dicho que te llamas Manuel, maldito chaval! Eres mi jardinero, a quien por cosas de la vida no me lo puedo montar.- una de sus amigas que seguía jugando en mi trasero, masculló; - Puta pervertida, sabíamos que te gustaba tu jardinero.

Caí en la cuenta de que estaba en una especie de juego de rol... ¿qué más daba? Al rato la morena pidió que le dijera "tía" cuando la besara, cuando me la tocaba desde atrás, cuando yo se la tocaba mientras me hacían aquella paja. Ni qué decir, la "juguetona" me susurró que yo debía ser su suegro.

- ¿A mí me decían pervertida? – rió la pianista.

La misma dejó el vaivén de sus manos para atrapar mi pene con sus labios e intentar extraer el líquido preseminal que se me escurría. La morena rolliza se sentó a su lado, deteniendo aquella deliciosa chupada para susurrarle algo al oído, la otra seguía con un perverso toqueteo en mis piernas y baja espalda... al rato sonrieron y tomando de mis manos me guiaron hasta la alcoba.

Y nos dirigimos los cuatro entre el olor extraño que rondaba, mezcla de las hembras y sus perfumes exóticos en el aire, con una calentura en mis venas y alcohol en las de ellas... aunque si de mí se tratase, preferiría a la tigresa serena del balcón.

En la susodicha habitación me recosté boca arriba en la cama mediante algunos empujones de las señoras. La pianista fue la primera en sentar su gordo trasero entre mis piernas, se levantó levemente y con sus manos guió mi glande por su raja, recorriendo sus gruesos labios hasta encontrar su agujero y enterrársela...

Mis manos tomaron su cadera y empezó a cabalgar como una maldita posesa, sí, dolía diablos aquello, pero yo me calentaba a un nirvana sorprendente al ver semejante tamaño de los senos bambolearse por los lados mientras la endemoniada gritaba sin pudor alguno; - ¡Más adentro, bebé, más fuerte, "Miguel"!

La morena voluptuosa subió a la cama para sentarse sobre mi rostro y acallar mis jadeos, poniendo su vagina sobre mi boca; - ¡Cómeme "Andrés", cómeme sobrinito!- gritaba la "tía" conforme saltaba sobre mi boca.

¿Qué hacer? ¿Hundir mi lengua y así continuar la orgía? ¿O detener aquello y regresar a mi aburrido apartamento para seguir estudiando Derecho? No lo pensé dos veces, por cierto. Enterré mi lengua en sus adentros mientras ella empezaba una masturbación en su clítoris. Al rato un jugo salado empezó a recorrer su entrepierna hasta mi boca que seguía comiendo aquella delicia salada mezclada con sus sudores.

La tercera, la juguetona, se sentó en a fumar en una silla frente a la cama, esperando con paciencia su turno... era un auténtico paraíso del goce más retorcido. La borrachera terminó por acabar a quien yo chupaba, cayó en la cama con un rugido tremendo de que había finalizado su sesión. La pianista terminó por recibir mi corrida en sus adentros, acabó por levantarse con mi semen escurriendo desde sus labios y, cogiendo su copa del suelo, fue a un sillón para mirar cómo la tercera se situaba sobre mí en un jodido sesenta y nueve;

- ¡Fóllala chaval!- gritaba la pianista con una notable embriaguez, levantando su copa al aire- ¡Vamos, que te veo lento!

Al rato la mujer que pasaba su lengua por mi virilidad de manera bestial, terminó aullando y sus jugos rezumaron de aquella vagina que con gusto seguía lamiendo y metiendo lengua, se apartó de mí para caer sobre la morena en aquella cama... ambas desnudas y dormidas casi instantáneamente. Miré a la pianista y también dormía en la silla, su copa vacía cayó al suelo.

Intenté tranquilizarme y repasar cómo es que hacía unas horas estaba vagando por las calles sin nada qué hacer y actualmente estaba en medio de tres mujeres borrachas y dormitadas. Me encargué de limpiarme en el baño adyacente y salí de la habitación... no sin antes acercarme a la pianista para oler su cuerpo perlado del sudor, aquel olor a sexo y un sutil perfume Channel, aquel rostro de madura viciosa y corroída por el alcohol e intenté entender qué era lo que mascullaba levemente, seguramente tenía algún sueño erótico... seguramente con el jardinero Miguel.

Salí nuevamente a la sala, aún estaba desnudo y recogí mis ropas, aunque antes de ponérmelas un grito de mujer sañosa tronó en el apartamento;

- ¡Tú! – era la lesbiana de mirada antipática, venía saliendo del baño únicamente con unas altas medias de red y con un arnés en su cintura del que colgaba un pene negro de plástico notablemente humedecido. A su lado yacía la muchacha, con su maquillaje corroído por las lágrimas que tenía su rostro.

Tomó del cabello de la joven y la empujó hacia mí; - ¿Querías carne de verdad? – le dijo a ella- ¡Ahí lo tienes pequeña puta! ¿¡Crees que no he notado cómo lo mirabas, cerda!?

La joven lloraba y negaba; - ¡Tú, mocillo, se la empalarás! La joven volvió corriendo y sollozando junto a su amante para abrazarla, pero ella la abofeteó y ordenó que se situara en el sofá;

- ¡Bueno, bueno!- dije totalmente asustado por lo que veía, adoptando cierta actitud de árbitro- ¿no creen que están yendo muy lejos las dos?

- ¿¡Te pagan para hablar, pendejo!?- contestó con rabia. La "adolescente" ya se colocaba de cuatro patas en el sofá con un notable lloriqueo, miré en el balcón y la tigresa sonreía.

- ¿Qué esperas, muchacho? – dijo la sañosa mientras escupía en su pulgar, al instante lo introdujo en el ano de la joven de manera lenta y pausada, los otros cuatro dedos fueron a parar en su tierna vagina forrada de una fina mata de vellos para presionar tal cuchara: - ¿Acaso te gustan los hombres ahora? –le decía mientras la veía retorcerse del trato- ¿Te gusta que aquella manga de corneadores te la metan por tu culo?

Fui para tranquilizarla pero la cruel tomó de mi sexo con mala gana y lo llevó hasta aquel trasero, empujándome y obviamente incomodándome que me estirara de esa manera. – Entiérrasela- me ordenó al poner mi glande en aquel rosado agujero.- No te preocupes, pendejo, que se hizo una lavativa esta mañana y las tripas la tiene bien limpias.

"¿¡Lavativas!?" – pensé. Noté el grado de sumisión – o amor, daba lo mismo parece- que aquella triste jovencita tenía para su madura amante, no sabía si excitarme o asustarme. Imprevistamente la muchacha retrocedió su cadera violentamente y parte del glande se hundió dentro de ella, un morbo de aquellos me recorrió el estómago y empecé un pausado vaivén, ella gemía más y más conforme la vencía y forzaba su agujero... no era la primera vez que practicaba el anal, pero aquella situación era mucho más morbosa que mi experiencia con una novia de hacía tiempo atrás. La muchacha gemía a la mujer, dulces y ahogados; "Te amo, te amo" conforme lloriqueaba a moco tendido. La madura, inmutable ante la muestra de amor, envió su mano bajo el vientre de la joven para masturbarla a lo bestia y con su cara de saña total. Por un espejo que se situaba delante de mí, observé el rostro de vicio de la "adolescente". ¡Qué retorcido todo aquello!

Y mientras seguía empalando a duras penas aquel trasero tan estrecho de manera surrealista, la muchacha empezó a convulsionarse, aquello me asustó y terminé retirando mi sexo, observando el considerable agujero rosa que le había dejado.

La sañosa retiró su mano de la muchacha, que al instante jadeó decepcionada por suspender la masturbación y se dirigió al bar para coger una botella de champagne. Se sentó en una de las butacas de allí y, tomando directo de la botella, nos llamó a los dos con su rabieta de siempre.

Ayudé a la jovencita a levantarse, seguramente si la soltaba ella caería aparatosamente de la debilidad. La mujer por su parte se despojó del arnés y abrió sus piernas para revelar su depilado pubis; - ¡Arrodillaos!- gritó bebiendo directo de la botella. Al hacerlo ambos, nos ordenó con su característico cariño; - ¡Chupen, hijos de puta!

La pequeña lesbiana no tuvo reparos en demostrar su amor por ella y metió su lengüita entre los labios para buscar su agujero, y yo... bueno, con el morbo de ver a esas lesbianas, también metí mi rostro para beber de los jugos de aquella madura y toparme de vez en cuando con la lengua de la muchacha.

- ¡Mamen bien pendejos de mierda!- gritaba la muy sentimental, bebiendo y bebiendo... al cabo de dos minutos terminó por llegarse y llenando nuestras bocas de su éxtasis, pegó un gruñido al techo, lanzó la botella por el alfombrado y la mujer cayó de bruces al suelo, totalmente borracha.

¿La joven? No se atrevió a mirarme, sólo fue junto a su madura novia para abrazarla y dormir sobre su borracho cuerpo, lamiendo y mordisqueado dulcemente en su cuello, sin dejar de llorar, sin dejar de susurrarle que la amaba.

Fatigado, con mi sexo rogando descanso, terminé durmiendo sobre el sofá de aquel apartamento que olía a sexo, a hembras, a perfumes y a mi primera y gran extraña orgía...

- - - - -

El sol mañanero que entraba por los ventanales y golpeaba mi rostro me había despertado, aquella torrencial lluvia nocturna ya había cesado. La mujer de ojos atigrados, la única que yo había deseado, la única con quien no pude estar, estaba sentada frente a mí, contemplándome con su aire de educación y con su copa a medio terminar entre los dedos.

De la alcoba salieron la "tía" morena y la juguetona, ambas me sonrieron con sus rostros aún afectados por las bebidas.

- ¡Nos vemos, "sobrino"!- dijo la morena agarrando de mi entrepierna para luego salir a carcajadas. Las dos siguientes fueron las lesbianas, ni siquiera se atrevieron a mirarme y se retiraron tomadas de las manos y altivas. Al rato la pianista se acercó a mí, sonriente con su olor a sexo, champagne y Channel, se inclinó y tomando de mi mentón, metió su lengua en mi boca hasta el fondo;

- Caíste del cielo, chaval. – dijo con su gracioso acento. Se retiró sin más, me quedé estático, ¿acaso no era ella quien debía pagarme? La última en venir fue la tigresa, y despidiéndose cortésmente, besando mis mejillas, me entregó mis ropas y un generosísimo – insisto, generosísimo- fajo de billetes que me facilitaría prácticamente lo que me quedaba de la carrera universitaria; - Te ganaste la lotería, joven.- Se retiró sin decir nada más, dedicándome su sonrisa triste y melancólica.

Conté el dinero allí mismo, un papelillo cayó de entre los billetes, me agaché a recogerlo y leí lo que allí se inscribía;

--Próxima reunión, jueves 24, 10:00 P.M. Misma habitación. No te olvides de tu traje.--

Sonreí... sólo que esta vez no era en absoluto mi sonrisa falsaria. Y como aquella mujer de ojos atigrados dijo, me había ganado la lotería... y estoy seguro que no se refería al dinero; - Día de perros. – dije escarbando mi nariz por el fajo de billetes, tenía un sabroso olor a hembras, champagne, sexo... y Channel.

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