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En un club de intercambios

en Dominación

EN UN CLUB DE INTERCAMBIO.

“¿Voy bien así?”- le pregunté a mi marido.

“Estás buenísima.”

Me había puesto un vestido azul cobalto de seda fría, con pollera cinco dedos por encima de la rodilla. Se cerraba en el cuello, sin escote, con la espalda desnuda. No  podía llevar corpiño, pero a mis 25 años, tampoco lo necesitaba. Mis lolas, talla 85, se erguían orgullosas sin ayuda. Así que mi ropa interior era sólo una tanguita azul, sin medias y  unas sandalias con  plataforma alta, el anillo de casada era mi única joya.

“De verdad, ¿quieres ir?”

“Yo voy contigo a donde tú quieras. En los casi cinco años que estamos juntos, sos quien me ha llevado, me ha enseñado y me ha hecho descubrir lo que soy. Hago lo que desees. Eres mi esposo”

La verdad es que estaba deseando ir, pero no lo podía decir, no me apetecía que mi marido me tomara por una puta viciosa, pero cuando él me propuso ir a un club swinger, tuve que contenerme para no saltar de alegría.

Había oído hablar de esos clubs a dos compañeras de trabajo, mayores que yo, en los cuarenta, hablaron de ello en un descanso mientras tomábamos café. Para escandalizar a la joven recién casada, yo, contaron alguna de sus experiencias, pero no con claridad, sino con medias palabras, creando un clima de misterio, erotismo y lascivia. Si querían interesarme, la verdad es que lo lograron. Se convirtió en una fantasía, eje de mis deseos cuando  me masturbaba.

Cuando una noche mi marido, después de hacer el amor, me dijo:

“¿Te atreverías a ir a club swinger?”

Le contesté, haciéndome la ingenua: “No sé lo que es.”

“Locales donde se va a tomar una copa y bailar y sobre todo se cambian parejas, se puede hacer de todo con todos y con todas.”

“Me parece un poco ….. no sé como decirlo…. “

“Guarro, degenerado, vicioso”

“Sí, degenerado….. pero si quieres. Soy tu esposa. Eso quiere decir que soy tu compañera, tu pareja, pero también tu putita, la mujer con la que podés hacer todas tus fantasías, como vos hacés las mías. Además sabes que sos mi maestro en el arte del amor. Tú eres el que me has abierto a un mundo de placer que yo ni soñaba que existiera”

Sonreí para mis adentros, le había dejado la responsabilidad a él, y encima quedado como una mujer ejemplar, pero la verdad es que estaba ansiosa de ir.

Durante un par de semanas a parte de filmes clásicos, vimos algunos porno de grupo, luego cogíamos como enfebrecidos, y al acabar sacaba la conversación de hacerlo con más personas, como intentando convencerme. Yo me hacía la inocente, como me  hacía la ingenua curiosa con mis compañeras de trabajo que encantadas de escandalizarme me contaban maravillas y proezas sexuales. Así que cuando me dijo que había investigado y elegido un club de intercambios y que íbamos a ir ese viernes, me hice la sumisa aceptando los deseos de mi marido, señor de mi cuerpo y mi alma.

Decidió ir primero a comer a una parrilla cercana, un asado de tira jugoso, una ensalada verde y una botella de fond de cave malbec.  Yo, me había puesto un saco azul marino, para no ir enseñando la espalda, eso no impidió que el camarero no me quitara ojo de encima, los pezones se me marcaban a través de la tela, ya que no era cosa de cenar con la chaqueta cerrada. 

Montamos en el coche y me dejé llevar hacia un mundo desconocido. Paró en un garaje, con una toallita me limpié la cara y le pregunté:

“¿Querés que me arregle?”

“Píntate los ojos y los labios.”

Me di un poco de sombra y rimel y apliqué un lápiz labial rojo intenso en mi boca. Entonces sacó un pequeño estuche, lo abrió y sacó una cadena de oro,

“Póntela en el tobillo, quiero que todo el mundo, y tú la primera, sepa que tienes dueño.”

Aproveché ,al ponérmela en el tobillo izquierdo,  para darle un espectáculo de mis piernas tostadas.

Bajamos del coche y nos acercamos al local, estaba junto enfrente, la calle, en la zona Norte, era segura. Había que llamar, lo hicimos y nos recibieron una pareja en los cincuenta, guapos. Él con un ambos azul oscuro y ella con un vestido negro largo y escotado.

Las indicaciones fueron precisas, se permitía hacer todo, pero se podía decir que no. Nos acompañaron a una mesa en un pequeño reservado, la luz era tenue, alrededor de la pista de baile había una barra pequeña y una serie de habítáculos. En cada uno, un sofá corrido alrededor de la mesita, con una lámpara. La nuestra estaba encendida. Me quité el saco.

Nos preguntaron qué queríamos tomar, mi marido pidió un chandon extra seco.

Lo trajo la mujer a los pocos minutos, mientras observé la pista, tres parejas bailaban, si aquello se podía llamar bailar, se metían mano en público sin ningún pudor, en los pocos reservados que tenían la luz encendida las parejas acariciándose estudiaban a las otras, valorándolas.

“Has causado sensación.”- me susurro mi marido, dándome un beso en los labios tras el brindis de rigor “recuerda que para todo me debes pedir permiso.”

“Cariño, si querés nos vamos, yo sólo haré lo que tú me digas”

Pero me apetecía seguir, me excitaba el ambiente promiscuo, esa sensación de libertinaje que se respiraba en el ambiente.

Apenas habían pasado cinco minutos cuando se acercó un hombre, tendría cuarenta y muchos, el pelo negro, pensé que con ayuda de un tinte, bronceado, se veía que se cuidaba. No estaba mal con su pantalón gris y su camisa azul dela Martina

Me pidió salir a bailar. Yo miré a mi marido buscando su aprobación.

“Ve, cuando bailes un par de piezas, vuelves.”

El hombre me llevó a la pista, yo sentía que me temblaba todo el cuerpo. Me abrazó para llevar el ritmo de la música. Sus manos se posaron en mi espalda desnuda.  Su  calor, al acariciarme, me excitaba aún más de lo que ya estaba. Él no bailaba solo me tocaba, mientras iba descendiendo hasta mi cola, que empujó contra su pelvis. Yo jugaba a llevar el ritmo de la música lenta, restregándome contra su cuerpo. Sus dedos me recorrían la columna y masajeaban mis nalgas a través de la tela. Separé un poco mi tronco  y le fui desabrochando la camisa, tenía un pecho velludo, me pegué a él para que notara mis pezones erectos tras la seda. Las parejas a mi alrededor hacían casi lo mismo. Empezó a atacar mi pubis con su verga enhiesta, sólo los tejidos nos separaban. Me quedé mirando a mi marido, que no perdía detalle, y respondí a sus acometidas con movimientos rítmicos, abiertos los muslos para que nuestro contacto fuera mayor. Cada vez empujaba más rápido y fuerte, yo sentía su verga golpearme en mi pequeña almohadilla. De pronto se pegó a mí, sentí que se corría, lancé una sonrisa a mi esposo que hizo ademán de aplaudir.

“Creo que conviene que vayas a secarte un poco, me puedes manchar el vestido”- le dije a mi pareja de baile, separándome de él. Una mancha se iba extendiendo en su entrepierna.

Se retiró camino del baño, mientras yo volvía a mi mesa. Mi marido me llenó la copa de champagne.

“Lo has matado, eres una tigresa.”

“¿Te ha gustado? Me parece que te has excitado.”- mi mano buscó su entrepierna, allí el volumen denotaba como estaba.

“No me toquetees, que no quiero que  me pase como a tu bailarín. Ahora que tu estás hecha un chorro:”- había aprovechado mientras hablaba para tocar mi bombacha mojada.- “Vamos a estudiar cómo va esto. De entrada tú eres la más jovencita.”

Tomamos otra copa, se acabó el champagne y mi marido pidió otra botella. Yo analizaba la situación, las parejas estaban en los reservados, como el nuestro, se acercaban a sacarles de otro, podía ser un hombre o una mujer, a veces una pareja, la mayor parte de las veces bailaban, si se puede llamar bailar a lo que hacían. Después solían desaparecer tras una puerta que estaba al costado. En el poco tiempo que estuve mirando, sólo salieron por esa puerta, una mujer con dos hombres. En los reservados sin la lámpara encendida, dado que mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra del local, podía distinguir a parejas, tríos o cuartetos haciendo de todo, pero sin llegar a coger. Eso pensé  lo hacían cuando traspasaban  la pequeña puerta.

Caí en que, inexperta, había cometido un error, las mujeres con camisas dejaban sus senos a disposición, sólo con abrirlas, yo no podía. Mi vestido era totalmente cerrado por delante. La luz encendida, me parecía que indicaba que estabas en oferta. Apagué la nuestra, besé a mi marido rodeando su cuello con mis brazos, fue un beso largo, de entrega, dándome toda a él.

La pista se había casi llenado, seis parejas se magreaban bailando, prácticamente realizaban el acto sexual, paradas y vestidas.

“Hay mujeres guapas, pero mucho mayores que tú, eres la más atractiva de la reunión.”

Le volví a besar ¡qué puede hacer una ante esa declaración!, porque había mujeres hermosas y atractivas, pero era verdad lo que acababa de decir, yo era la más joven, quizás eso me hacía más apetecible.

El espectáculo a mi alrededor, el olor a sexo que se notaba en el local, me tenían excitada, mojada, deseando coger, quería más. Pero me di cuenta que a mi marido, que tenía la polla dura, marcando sus pantalones con alegría, algo estaba rumiando.

Dos mujeres salieran a bailar, mis deseos se acentuaron aún más, me apetecía ser una mesalina, con hombres y mujeres. Pese a tener la luz apagada una mujer se acercó y se sentó a mi lado. Mi marido la ofreció una copa de champagne. Brindamos, entonces ella me agarró por el cuello y me besó. Fue delicioso, lo necesitaba, respondí pegándome a ella. Metió las manos por el lateral de mi vestido y me acarició los pechos, mis pezones querían reventar, lo sabía hacer. Estaba a punto, totalmente excitada. Mi marido nos observaba con deleite, él me había descubierto mi componente lésbica y le encantaba cuando la sacaba de lo más profundo de mí.

“¿Por qué no vais a bailar?”- propuso- “luego venís acá”

Salimos a la pista tomadas de la mano, una frente a la otra, empezamos a seguir el ritmo, nos mirábamos a los ojos comiéndonos. Era un rubia teñida, no muy alta, como yo, con una blusa negra que llenaba con un par de lolas de campeonato, tenían que ser operadas, unos pantalones negros y unas sandalias de taco alto. Tendría entre 45  y 55 años, pero era hermosa, sobre todo por los labios gruesos y la golfería que se dibujaba en su rostro.

Nos estábamos midiendo, el deseo nos iba envolviendo hasta que estallamos juntándonos. Nuestros cuerpos se amoldaron, pasó su muslo entre los míos, lo sentí contra mi sexo a través de la tela, yo también apreté mi pierna en su vulva, nos restregamos siguiendo el ritmo. Nos besamos, nos estábamos masturbando la una a la otra en público, nos daba igual, sólo éramos dos mujeres que cabalgaban sobre su lujuria.

Comencé a abrir su blusa, ella tiró de mi vestido, convirtiendo el top en una cinta que dejaba mis lolas al aire. Estaba casi desnuda de cintura para arriba, me pegué a su cuerpo para evitar quedar demasiado expuesta. Nuestros pechos se tocaban, el ritmo lo llevábamos con los pezones erectos que se rozaban excitándonos aún más. Nos besamos, dos mujeres dándose placer en público, ni siquiera miraba a mi marido, estaba concentrada en mi pareja, gozando. Ella, más experta, me guiaba, yo me dejaba hacer. Estuvimos así un rato, me llevaba al punto y cuando yo iba a saltar, paraba.

Me tomó de la mano y volvimos al reservado. Allí, junto a mi marido había otro hombre.

“¿Estás caliente como gata en celo?”

“Sí, me ha puesto a mil.”

“Pues nos vamos a ir. Ya lo he hablado con la pareja de tu amiguita. Recuerda que debes obedecerme.”

Lo dijo claro. Había logrado que me excitase al máximo, yo tenía una necesidad loca de coger, de estallar y él, mi marido, que me había llevado al local, decía que nos íbamos.

“Lo que tú digas, haré, pero..”

“No hay peros que valgan . Nos vamos. Pero antes debes hacer algo para ayudar a esta pareja que has puesto cachonda.”

No sabía lo que quería mi marido, le miré a los ojos. Tenían ese brillo perverso que me pone.

“Siéntate ahí.”- nos dispusimos mi marido, mi compañera de baile , yo y la pareja de ella.

“Puedes besarla, hacer con mi mujer lo que quieras de medio cuerpo para arriba. No se te ocurra tocarla el coño. Y tú, saca la polla de mi amigo y alivia esa calentura que tiene. Sólo con las manos.”

Quería obedecerle, me gustaba que me mandara y dominara como si fuera de su propiedad. Abrí la bragueta del hombre, metí la mano y se la saqué. Una verga grande, gorda, enhiesta se mostraba ante mis ojos. Metí mi mano derecha bajo la pollera del vestido y la empapé con mis flujos vaginales. Después aproximé mi cara a su pija y dejé caer un buen trozo de saliva, luego la agarré. Sentía la mirada de mi esposo clavada en mí. La mujer empezó a lamer mis cuello y a mordisquearme los lóbulos de mis orejas. Y yo comencé a meneársela despacio pero con fuerza.

Me gustaba la sensación de poder que me daba el pajear aquella minga mientras su hembra me chupaba los pezones. La mujer jadeaba, comprendí que mi marido la estaba masturbando, es bueno tocando conchas. Yo iba muy lenta, quería que aquello durara una eternidad. Tenía la boca seca, con la mano libre tomé una copa de champagne y la saboreé, después eché otro trago que volqué rápido en la ciruela de su glande para que el líquido no perdiera su frialdad. La mujer se había ido un par de veces, cuando el hombre agarró la cubetera y la aproximó a su polla. Estaba apunto de estallar. Aceleré mis sacudidas y saltó su leche de vida que se mezcló con el hielo y el agua.

“Con las bragas, límpiale los restos de semen. Y luego se las das de recuerdo.”

Le obedecí, apenas acabé de hacerlo,  mi marido se levantó, me agarró de la mano y tirando de mí, fue hacia la puerta.

“Putita, vámonos . Ya he pagado.”

Le seguí hasta el coche. Yo iba callada, expectante, totalmente mojada, y sin haber tenido un orgasmo. Me consolaba que él tampoco y le debían doler los huevos de la calentura.

Condujo callado durante un rato, me di cuenta que no íbamos para casa. Entró en el garaje de un edificio, pagó bajando la ventana y aparcó junto a una puerta. Yo había ido a un telo, con mis novios anteriores, pero con él nunca. Siempre había tenido departamento que era donde cogíamos.

Al entrar en la habitación me di cuenta que había elegido la de más confort, lujo y chiches para jugar.

“Mi gatita ha demostrado lo puta que sabe ser con los demás. Ahora enséñaselo a tu amo.”

Parada ante él me saqué la chaqueta, y moviéndome, haciendo un striptease,  me solté el cierre del vestido que cayó al suelo. Me acaricié la concha mientras me acercaba a la enorme cama. No pudo aguantar más, se abalanzó sobre mi, me tumbó y se bajó de un tirón los pantalones y los calzoncillos, y sin caricias ni preámbulos, me abrió las piernas, las levantó y me ensartó. Creí morir de placer, apenas me entró, el orgasmo aguantado empezó a fluir, como pequeñas explosiones  camino de la gran traca final. Él tampoco aguanto nada, en menos de un minuto estalló llenándome de semen. Seguí moviéndome con su polla dentro los pocos segundos que faltaban hasta la llegada de la gran ola.

Nos quedamos abrazados, su falo seguía grueso, aunque había perdido algo de dureza. Mi vulva era un manantial de secreciones.

“¿Te he hecho feliz?”- le pregunté mimosa.

“Eres una joya. Tienes esa mezcla de puta e ingenua que me vuelve loco. Ese querer aprender, no cortarte con nada, me tiene alucinado.”

”Te quiero, eres un hombre que no creía que existía. Sé que puedo confiar en vos a muerte. Que por donde me lleves es para mi bien, y por eso también para el de los dos…Soy tuya”

Le volví  besar, un beso largo cargado de dulzura y amor.

“Princesita, ¿ has visto el jacuzzi?. ¿ Qué te parece si nos damos un buen baño?”

“Tenemos todo el tiempo del mundo y además has visto la de cosas que hay para jugar”

“ Sí, viciosita. Las probaremos todas”

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