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Jugando a ser una gatita viciosa

en Confesiones

Jugando a ser una gatita viciosa.

Preparé un Campari con naranja en un vaso lleno de hielo,mientras se llenaba el baño de agua caliente, eché sales, me puse el gorro de baño para no mojarme el pelo y me metí en la bañera. Tenía tiempo hasta que volviera mi marido de llevar a Eceiza a su nuevo financiero y la pesada de su mujer.

Dejé que mis manos acariciaran mi piel: los muslos, las caderas, el viente, el monte de venus, los labios del coñito , un toque ligero al clítoris ¡ Una delicia!. Abrí de nuevo el agua para que no se enfriase, y seguí con los pechos ¡es tan agradable tocártelos y jugar con ellos! Eché un trago de la bebida fría, me gusta la mezcla del sabor de la naranja con el amargor del Campari, el vaso frío en la mano hizo que me apeteciera posarlo en mis pezones, saqué el torso del agua y pegué el helado cristal a las cimas de mis tetas. Estaban arrugaditas por el calor pero respondieron como soldados al toque de corneta, poniéndose duros, los pellizqué con la mano libre mientras me daba otro trago, al sentir un poco de dolor decidí lo que me apetecía hacer con mi marido antes de volver a Mar del Plata con la familia.

Me volví a sumergir en el agua con una sonrisa de niña mala. Luego me paré y dejé que el agua de la alcachofa corriera por mi cuerpo. Salí y me envolví en el albornoz, quité el tapón para que se vaciase la bañera. Me encanta estar desnuda bajo un albornoz grande de felpa suave, me da sensación de cobijo, de mimo en todo el cuerpo.

Fui al dormitorio y saqué del placard las tres cosas que necesitaba para el juego erótico que quería jugar. Las dejé en la mesa del salón, junto al florero en el que un ramo de rosas, regalo del nuevo socio de mi marido, lucía espléndido. Pasé a la cocina, puse una botella de Barón B en la heladera, despacio volví al baño.

Solo entonces me quité el gorro, moví la cabeza para que mis cabellos adoptaran su aire de paje, les pasé el cepillo para acabar de dejarlos lisos. Me quité el albornoz y aunque estaba prácticamente seca, acabé de hacerlo con la toalla. Me miré desnuda en el espejo y me guiñé un ojo , para mis cuarenta y dos, estoy buenorra como dice mi marido. Fui al dormitorio y empecé a ponerme la ropa de la batalla que iba a vivir. Medias negras de red y el liguero del mismo color, unos estiletos que me obligan a estirarme, me hacen más alta y que me daban una pinta sexy a rabiar. Me pinté los labios de rojo intenso, faltaba algo. Abrí el joyero y pensé que ponerme. Un collar de perlas Majórica y unos pendientes con dos flores rojas me parecieron el complemento ideal. Me miré en el espejo, como dice mi chico estaba para resucitar a un muerto,

Quedaba poco , fui a la cocina, y preparé el cubo con hielo, metí dos copas y el champán y lo llevé al salón. Volví al dormitorio y me puse un toque de Chanel . Estaba todo preparado para mi macho: la bebida, las esposas de fieltro, el látigo de colas, el antifaz para taparme los ojos.

Cuando oí el ascensor, apagué la luz, me puse el antifaz y me quede a oscuras , ansiosa, expectante, muy caliente , como una perra en celo.

Oí como se abría la puerta , se daba la luz de la entrada y los pasos hasta el salón que cesaron cuando él me vio parada, solo con las medias, el liguero, los zapatos de taco altísimo y con los ojos tapados por el antifaz. Vino hasta mí, yo ansiaba que me besara y empezara a cogerme, ya estaba con muchas ganas. No lo hizo, me tomó una muñeca y me puso una de las argollas de las esposas, extendí el otro brazo para que me las acabara de poner. Pero no me ató como yo esperaba, con las dos manos adelante, de un par de tirones me esposó con las mano a la espalda. Es una posición en la que estás mucho más indefensa, apenas puedes moverte. No sé por qué pero me excitó más, me daba cuenta que mis tetas estaban más expuestas, sin ninguna protección, y mis pezones que ya estaban duros, noté como se ponían más rígidos.

Puso la televisión , el canal Net, ahora me había quedado aun más en sus manos, sin ver , sin oír, sin poder saber qué hacía. Aquello me puso más caliente, tenía la concha hirviendo. Con dos dedos fríos y mojados me hizo la señal de la cruz, primero del pezón izquierdo paseó por el valle de mis tetas hasta el pezón derecho, luego volviendo a humedecer los dedos los llevó del hoyo de mi garganta, un poco más arriba del collar de perlas al hoyo de mi ombligo, jugó con el pulgar en mi pequeño cráter. Paró, yo estaba ansiosa, quería que siguiera ,me estiré para que mis senos estuvieran más erguidos.

Volvieron los dedos mojados y fríos. Bordearon el cinto del liguero por la parte baja, del centro hasta los tirantes de la izquierda, descendieron hasta la parte alta del muslo, donde empezaba la media. Recorrió el borde hasta la parte interna de mi pierna y subió hasta la ingle siguiendo hasta donde había empezado la caricia. Paró dejándome temblando , quería que me rompiera, que me empotrara. Repitió la operación en el lado derecho. Si no hubiera tenido las manos atadas atrás me habría masturbado , me daba cuenta que estaba supersalida. Pensé que debía haberme hecho una paja antes para no estar tan cachonda. Mi concha estaba empapada.

Me estiré ofreciéndome a sus deseos. Me acercó a los labios una copa con champan, apenas bebí un sorbo la retiró e hizo que el líquido cayera por mi pecho. Sentí el frío que me recorría camino del ombligo. Vertió un poco de champan en mis tetas, las lamió muy despacio. Chupó mis pezones erectos, duros de excitación, jugó perverso con ellos, mamando como un bebe, apretando con la lengua y los labios, mordisqueando. Yo sabía que debía estar callada, es una de las reglas del juego, pero me costaba muchísimo no gemir ni rogarle que me follara de una vez.

Paró, no sabía que hacía, empecé a contar temblando de deseo, quería que siguiera, yo era una hembra ansiosa, caliente, sometida a los deseos del macho. ¿ Qué esperaba para poseerme como a una perra viciosa? Llegué a veinte y entonces su mano se posó en mi concha, y movió sus dedos arando la puerta del sexo, los metió en la vagina, yo me daba cuenta que los estaba mojando con mis flujos, los sacó y buscó mi clítoris inflamado, duro. Lo acarició, jugó con él, no me llevó al orgasmo, sólo me dejó más perra, más necesitada de placer , de macho.

Sentí el látigo en los pechos, las puntas me escocían, al estar tan excitadas, tan erectas, las cintas de cuero aumentaban mi sensibilidad, mezcla de dolor y placer morboso. Fueron cinco latigazos en cada teta, me mordí los labios para no gemir. Y paró. Desnuda, entregada necesitaba que me follara . Pensé que debía haberme hecho una paja para estar menos caliente, porque estaba en un volcán. Me acarició los pezones con cubitos de hielo. Una sensación maravillosa, del fuego al frío total. Luego sus dedos los pellizcaron muy suave, girando como si fueran dos ruedas del reloj. Yo empecé a airear, no podía más.

Me hizo girar y moverme un paso. Supe lo que iba a hacerme- Lo comprobé cuando mi vientre chocó con la mesa del salón, no necesité que me ordenara lo que debía hacer. Me incliné de modo que mi torso quedó apoyado en la mesa y las piernas un poco abiertas . Sentí el frío del cristal en mi piel ardiente , apoyé mi rostro y esperé. El látigo me dio en las nalgas, igual que los azotes en las tetas no habían sido fuertes, los diez que me dio en el culo, si lo fueron. Me dolieron pero sobre todo me excitó sentirme tan puta, querer estar tan sumisa ante un macho, tan entregada, tan viciosa y que encima me gustara. Me tenía tan cachonda que quería chillar que me follara, pero no debía hacerlo sin romper las reglas del juego.

Fueron dos trallazos, muy suaves, muy delicados, pero al golpear mi coño, me desataron y empecé a venirme como un río que rompe la presa. Entonces me metió la polla hasta dentro y me comenzó a coger como un caballo a su yegua. Las embestidas eran hasta lo más hondo de mi sexo, como un martillo que forja un acero en el yunque. Me había contenido pero no pude más y gemí y grité de placer. Fue un orgasmo largo, enorme, profundo en el que llegué muchas más de una vez al final del camino para volver a recorrerlo, cada vez en etapas más cortas, hasta que perdí el sentido.

Volví en mí, mi marido me había desatado, quitado la venda de los ojos, y me miraba como sabe mirar cuando le dejo maravillado.

Me besó despacio, con un mimo dulce, tierno, y me dijo:

Gracias.

Sabes que te amo, me apetecía darte este regalo...mañana volvemos con la familia y tendremos una vida maravillosa pero rutinaria.

Y fui yo la que le volví a besar, parada, pegada a él, sintiendo nuestra desnudez. Le agarré la verga, estaba gorda, pero solo medio dura.

Crees que si te la chupo , vuelve a la batalla y me la pones por detrás. Así el regalo es completo.

Vamos a la cama y a por ello. - Me besó de nuevo, esta vez con un punto de picardía- No sé como puedo tener una gatita tan putita.

 

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