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Mala, mala, mala.

en Grandes Relatos

Mala, mala, mala.

Este relato es el último de la serie B$J y Preparando la venganza.

Resumen de los anteriores.

Bárbara, estudiante de arte y ocasional call-girl, huyendo de París, donde se le ha muerto un cliente al que ha robado 50 millones de francos,  llega a Madrid. Tras ella van un grupo de gansters intentando recuperar el dinero. Pero secuestran a Jimena, igual a ella, que muere al intentar huir. La familia de Jimena encuentra a Bárbara y la confunde con ella. Bárbara para esconderse sigue el juego, descubriendo que Jimena era su hermana melliza que habían comprado al nacer sin que su madre se enterara. Un viejo amigo de su familia le da un veneno mortal para poder vengarse.

Conviene leer los capítulos anteriores B&J y Preparando la venganza.

 

 El humo de las velas inunda los Jerónimos, al funeral de la marquesa de los Gauzales asisten, junto al todo Madrid, los trabajadores de las fincas y empresas de los marqueses. En primera fila, Bárbara, acompañada de sus supuestos marido (yerno de la difunta)  y padre ( esposo de la misma), llora vestida de luto riguroso. Se apoya para consolarse en Luís José, pegando su exuberante anatomía en el hombre. Nota la erección del viudo reciente.

“Papá, ¡cómo vamos a poder vivir sin mamá! En una noche se ha ido.” – y se vuelve a restregar contra su padre que se excita cada vez más.

Ha sido fácil, piensa Bárbara, inyectar un par de gotas de veneno en la botella de agua mineral que su madre solía  beber en la noche. Su marido la encontró muerta al despertarse por la mañana. Había pasado durmiendo casi toda la noche junto a un cadáver, sin enterarse. Le dio tal ataque de nervios, que ni la presencia de Bárbara semidesnuda  que acudió a sus gritos, le había afectado.

Acabada la misa comienza la larga ceremonia de recibir el pésame. Llevan mas de 10 minutos estrechando manos y dando abrazos cuando a Bárbara le da un vuelco al corazón: ante ella está el Dr. Manuel Reyes, el médico que vendió a su hermana a los marqueses, engañando a su autentica madre, haciéndola creer que había parido sólo una niña. Es un hombre de más de sesenta años, alto, delgado, bien conservado, con unos ojos azules que con enorme frialdad desnudan a quien miran.

Ha dado la mano a su marido y a ella, pero se funde en un abrazo con su padre mientras le dice:

“Camarada, estate tranquilo. Se encuentra con el Señor. Era una santa. Allí nos está esperando”

Bárbara reprime la sonrisa cuando piensa que no pasará mucho tiempo para que se reencuentren los cómplices del abuso a su madre, pues así ve ella  lo que hicieron: un abuso del dinero a una mujer necesitada a la que engañaron.

Ha oscurecido en la calle cuando salen del templo, la primavera ha estallado en Madrid. Los tres de negro parecen cuervos en una ciudad que revienta de color.

“Papá, ven a dormir con nosotros, la casa se te va a caer encima sin mamá. He preparado algo para picar, no quiero que estés solo.”- se cuelga de su brazo y van juntos al coche que les llevará a su departamento.

Apenas comen algo, un poco de jamón, chorizo y queso con un Rioja los hombres y una cerveza, la mujer. Javier  suministra un tranquilizante  a su suegro, que  se va a la cama tras quedarse un largo rato mirando por el ventanal.

Cuando se quedan solos, Bárbara besa a Javier.

“Muchas gracias por todo, sin ti no sé que hubiera hecho. Ha sido todo tan terrible y tan imprevisto.”- simula llorar, pegando su cuerpo al del hombre.

“No sé cómo lo llevará papá, habrá que ayudarle. Creo que debemos ir a vivir con él. El palacete es grande y si queremos estar solos siempre podemos venir acá. Estamos a quince minutos.”- le besa jugando con la lengua en la boca del hombre. Las manos masculinas recorren el cuerpo de la mujer acariciándola a través de la ropa.

Bárbara le baja la bragueta, sus dedos sacan la verga endurecida que salta orgullosa al quedar libre. La acaricia con mimo.

“Javier, estoy de luto. Creo que no está bien que yo disfrute haciendo el amor, pero como esposa debo satisfacer tus necesidades de hombre.”

Se arrodilla, lleva la polla a la boca y comienza a chuparla. Cuando el semen se derrama , ella parada ante él, con la leche escurriéndose por los labios, le dice muy seria: “ Así será por una semana.”

Se ha dado cuenta que su padre adoptivo les ha espiado por la puerta entreabierta.

El placer de la venganza y del poder ha esponjado a Bárbara, los seis días que llevan viviendo en casa de su padre la han puesto más hermosa. Cuando se mira en los espejos se da cuenta que el luto le sienta bien. En la broma macabra de hacerse la desconsolada usa hasta lencería negra. El pobre Javier pide como un perrito sus raciones de mamadas.  Luís José, su padre adoptivo se vuelve loco espiándola. Está convencida que luego se hace pajas deseándola. Cuando ella necesita masturbarse, lo hace sola, a hurtadillas, como una adolescente.

Se ha puesto una blusa blanca de seda gruesa, la falda negra justo a la rodilla, las medias negras, los zapatos de taco bajo. Es la una, se acerca a su padre que lee el ABC en el salón. Cariñosa, le da un beso en la mejilla. Le gusta jugar con él como gata con  ratón. Lo besuquea, lo abraza e cualquier ocasión, justificando ese exceso de ternura como un intento de levantar la moral del viudo, aunque como nota Bárbara, lo que se le levanta es otra cosa.

“Papá, he reservado una mesa en Casa Rafa. No quiero que sigas tan triste. Te llevo a comer y no quiero que me digas que no. Así que ponte los zapatos, la chaqueta y la corbata y  nos vamos.”

La primavera permite jugar con el sol y la sombra haciendo agradable el paseo hasta el restaurante.

Se sientan y encargan unas cigalas como aperitivo. Apenas se las traen, un hombre se acerca a su mesa.

“Luís José, me alegra que salgas con tu hija a comer. Da gusto veros.”- la frase ha tenido malicia en la palabra hija. Es el médico que vendió a Jimena a los marqueses. Bárbara sabía que almorzaba allí todos los jueves. El llevar a su padre adoptivo a ese restaurante era la forma de contactar con él.

“Jimena se ha empeñado en que no puedo estar encerrado y que me conviene salir.”-

“Buena receta, los duelos con pan son menos. Y con cigalas y una merlucita aún mejor. Tienen un albariño delicioso. Si quieres luego me vengo a tomar un café con vosotros, que yo me voy a jamar la última docena de ostras hasta el otoño.”

“Manolo, quédate y me cuentas como está la situación. Te tomas aquí las ostras, y algo más. Seguro que a Jimena le encanta conocer a un amigo de la familia.”

“Estaré encantada de conocer a un buen amigo de mis padres. ¡Echo tanto de menos a mamá!”

El Dr. Manuel Reyes se sienta. Bárbara está rodeada por los dos hombres que durante la comida la miran con hambre mientras hablan de las desgracias de la democracia y la necesidad de un golpe que ponga las cosas en su sitio. Si la muchacha hubiera tenido alguna duda sobre su venganza, el oírles perorar le quita cualquier atisbo de perdón.

Tras el café, Bárbara se levanta y les pide permiso para ir al baño.

Apenas entra activa el micrófono que ha colocado bajo la mesa y presta atención a la conversación.

“La nena está buenísima. Es que además se la ve puta.”- dice el médico.

“Me tiene caliente todo el día, y como además  se ha venido a vivir a casa y está cariñosa para que no eche de menos a María Luisa, pues me la pone gorda a todas horas.”

“Cuenta, cuenta.”

“Le hace unas mamadas a su marido que es para volverse loco. En Sevilla en la Feria vi como le gusta que la den por culo.”

“Ya sabes, de tal palo tal astilla. Su madre era guapa y el padre sería un cabrón, porque las hembras así necesitan mucho macho.”

“Me tiene a maltraer, está demasiado buena y la veo tan puta que un día me lanzo sobre ella.”

“Es tuya, tú la compraste de niña. Tienes mucha pasta, y si quiere heredar pues que te deje hacer con ella lo que tú quieras.”

Bárbara ha oído suficiente, le dan asco los dos babosos prepotentes y machistas, guarda el transmisor en la cartera, carga veneno en el anillo que su amigo Carlos le regaló para la ocasión, se  toma un pequeño trago del antídoto por precaución, se desabotona un botón de la blusa y sale camino de la mesa.

Allí los dos hombres la devoran al verla acercarse. Se sienta, con disimulo toma el pequeño micrófono que ha pegado a la mesa. Ellos sólo tienen ojos para el nacimiento de  sus senos que se deja ver por el pequeño escote de la blusa.

“Me alegro papá de verte más animado. Doctor es usted  una maravilla, mi padre parece otro, le ha levantado la moral. Yo no sabía que hacer, por más mimos que le hago no era capaz de motivarlo, de quitarle la tristeza.”

“Los hombres cuando nos contamos nuestros problemas empezamos a ver las soluciones. Seguro que tú le puedes ayudar, ya verás cuando llegues a casa.”- suelta el médico con ironía.

“Papá, porque no te quedas un rato más con tu amigo. Yo he quedado con Javier para resolver algunas cosas de nuestro piso.”

“Como quieras. Te espero en casa. Tengo que hablar contigo.”- le dice en marqués con una voz en que se mezclan los celos y la lujuria.

“Antes de irme, dejadme probar lo que estáis tomando. ¿No os importa? Si bebo mucho, luego pedís otra copa.”

Bebe un sorbo del güisqui de su padre, hace como que le arde, al dar un fuerte respiro  sus pechos parecen querer romper la blusa, bebe un poco de agua. Después repite la operación con el coñac del médico. Pone los ojos casi en blanco, se suelta un botón más y suspira dos a tres veces. Los senos turgentes se agitan, el canalillo entre ellos se muestra erótico a los ojos de los machos, que sólo pueden mirar ese espectáculo excitante. No se dan cuenta que Bárbara vierte la pócima en el coñac.

Bárbara se levanta, se estira , pone las manos sobre los hombros de su padre, le sonríe y le besa en la frente, después en la mejilla.

“Me voy. Pero tened cuidado que dos copas de esas y os volvéis fieras. Luego te veo, papá. Nos esperamos en casa. Mi marido llegará tarde. Doctor, ha sido un placer, cuide a mi padre”

“Da un besito de despedida a este viejo amigo de tus padres que te ha visto nacer.”

Se levanta para abrazarla, la soba mientras posa sus labios en la mejilla muy cerca de la comisura de los de la mujer.

“Le veo otro día.”

Sale ligera del restaurante y toma un taxi, llega en apenas unos minutos a su departamento. Allí la está esperando Javier, su marido. Le besa y sin palabras comienza a desnudarse, se tumba en el suelo.

“Por favor, jódeme, te necesito.”

El hombre, todavía con la camisa puesta, se abalanza sobre ella, sin miramientos la penetra. Bárbara chilla al sentir el miembro en su interior. Se mueven como posesos, ella estalla cuando la leche del macho le llena.

“Anda, ahora vamos a la cama, que necesito recuperar el tiempo que llevo sin hacer el amor contigo”- le susurra mimosa.

La verdad es que está muy excitada, no creía que ser mala la pondría tanto.

En el lecho juega con la verga hasta que se vuelve a pone dura, entonces se empala en ella. Comienza a moverse con el vaivén de las olas, busca su placer, se sabe peligrosa, malvada y sobre todo poderosa, señora del placer y de la muerte, diosa de Eros y Tanatos.

El teléfono suena, Javier intenta agarrarlo, ella le sujeta la mano, y le murmura: “Vamos a irnos, si es algo importante volverán a llamar.”

Los dos aceleran el ritmo hasta que acaban entre gritos.

Cuando están fumando un cigarrillo, vuelve a sonar el teléfono, el hombre lo coge.

“¡ Dios mío!.Tu padre se ha puesto malo, nos llaman del restaurante.”

 

Bárbara entra en el despacho del palacete donde ahora vive. Sentado en la mesa de trabajo, un hombre negro de unos cuarenta años examina y estudia montones de papeles y carpetas.

“Matías, te importa echarme una mano con el marqués.”

“Encantado. Me viene bien después de mirar tantos balances.”

Van al salón, allí sentado en una silla de ruedas, mirando la ventana está Luís José. Bárbara empuja la silla camino del baño. Ayudada por Matías levanta al marqués y lo acerca a la ducha. La mujer pone en las muñecas del inválido unas esposas de fieltro unidas a una cadena. Matías tira y con una polea el cuerpo del hombre queda apoyado en los pies.

“Gracias, lo demás ya lo hago yo.”

Cuando el negro se va, Bárbara se desnuda, después suelta los lazos que sostienen la túnica del hombre y este queda expuesto, colgado, indefenso.

“Papito hay que lavarte bien para que no huelas. Tu niña, esa que compraste, te va a dejar como una patena. Limpito, limpito.”

Usa la alcachofa de la ducha para mojar al hombre, después se acerca y lo enjabona con las manos. Se divierte jugando con el miembro colgante.

“Esta es la polla que querías meterme. Ahora para poco vale.”- comenta mientras la desencapulla y pasa la uña por el glande.

“Como te gustaría hablar para insultarme…pero no puedes. Así que jódete.”

Sigue jugando con el pene.

 “Matías, y eso que es negro, guineano, sus padres trabajaban en las plantaciones que tenías en su tierra, pues resulta que mirando y mirando ha descubierto que algunos socios tuyos  te engañaban. Tú nunca has sido empresario, no dabas ni para tendero. Pues eso, uno de los que consideras inferiores, resulta que en menos de 3 meses ya ha mejorado los beneficios de la mitad de las empresas. Nos queda la otra mitad y las fincas. La verdad es que eso del dinero me divierte.”

Los ojos del hombre colgado reflejan un odio profundo, que se va mezclando con lujuria cuando Bárbara comienza a masturbarse ante él.

“Ves papá. Venga a espiarme y a ahora que te hago un show erótico ni se te inmuta. ¡Qué gustito da esta pajita! Y éste sin enterarse.”

Agarra el miembro flácido del hombre mientras le llegan las oleadas del orgasmo.

“Ahora a ponerte tu lavativa para que no te lo hagas encima.”

Desenrosca la alcachofa y deja el tubo de la ducha, se coloca tras el marqués y se lo mete en el ano, después da al agua.

Lo saca, en pocos segundos el hombre se caga. Desde fuera del plato de la ducha, Bárbara usa el chorro de agua para limpiar el suelo de los excrementos y el cuerpo de Luís José.

Llaman a la puerta cerrada. Una voz de mujer.

“Bárbara, ha venido Carlos. Está en el salón.”

Abre la puerta, entra una hermosa mulata oscura que no llega a los cuarenta. Bárbara se seca y se pone una de las túnicas que cuelgan en el cuarto de baño.

“Alejandra, cariño, te importa llamar a tu marido, lo vestís entre los dos y le lleváis al salón.”

“En absoluto. Sabes, me hace gracia verle así. Cuando éramos colonia, este personaje se paseaba una vez al año, exigía que cada noche durante un mes le llevaran una virgen. Desvirgó a mi madre  y a mi tía, apenas tenían doce años. No me da pena, está pagando lo que hizo.”

“A mí, tampoco. Os espero en el salón.”

Saluda con un beso en la boca a Carlos que cada día parece más joven de los 70 que tiene.

“¿ Qué tal con Alejandra y Matías?”

“Carlos, la verdad que eres genial. Matías está analizando las empresas y ha encontrado errores, me ha dicho cómo corregirlos, y ahora está preparando un plan a cinco años para mejorarlas. Ale es divina, tiene el jardín como el paraíso, y en los viajes que hemos hecho a las fincas me ha pedido datos para mejorar los rendimientos. Encima como son guineanos le joden al hijo de puta de mi “papá” que toda la vida fue un racista superderechoso.”

“Bárbara, es que son dos figuras. Tuvieron que huir de su país cuando volvieron de estudiar sus carreras en Checoslovaquia  y se convirtieron en la oposición al régimen. Están preparados para ser ministros. Necesitaban estar escondidos y a ti te podían ayudar, así era una buena solución para todos. ¿Cómo lo ha encajado tu marido?”

“Al principio quiso comenzar a mandar. Le paré, le recordé que TODO ERA MÍO. Le costó pero lo ha entendido. Le he puesto una galería de arte. En eso es bueno. Así que feliz, porque además le tengo contento con esto”

Mientras dice  la última frase, Bárbara moldea con las manos  su cuerpo escultural.

Los guineanos entran con la silla de ruedas. Se abrazan con el viejo revolucionario, convertido en galán rico, se ponen al día de novedades. Los cuatro se ven felices, la charla es larga acompañada por los cafés que sirve Bárbara.

“Me tengo que ir a buscar a los niños al cole. Así que os dejo.”- dice Alejandra y se despide con un beso a Carlos.

“Os quiero dar las gracias a los dos. Los niños, mi mujer y yo estamos en la gloria. Nos parece imposible poder vivir así. Os lo debemos a los dos. Sois dos ángeles.”- les dice Matías  cuando se va la mujer.

 Bárbara se ríe y aclara:

“Seremos ángeles del infierno. Somos dos demonios malos y perversos y además nos divierte.”

“Pues si sois malos y demonios, contad con dos demonios más. Os dejo que voy a trabajar. Me tengo que ganar el pan y el jamón que como.”- les responde Matías con una sonrisa que deja ver sus dientes blancos en la negritud de su rostro.

Bárbara gira la silla de ruedas de modo que mire directamente a la mesa del salón.

“Anda Carlos, dame gusto a mí, y envidia a este hijo de puta.”- Bárbara susurra insinuante, mientras suelta la túnica y se queda desnuda.

Está hermosa, pletórica, excitante, se apoya en la mesa abriendo las piernas para quedar expuesta ante Carlos.

“Fóllame. Primero me la metes en el coño y acaba en el culo.”

El hombre se ha quitado los pantalones y los calzoncillos, se masajea la verga hasta que se endurece, la apoya en el sexo de la mujer y empuja hasta ensartarla.

“Estás empapada. Es una delicia deslizarse así por tu vagina.”

“Desde que me dedico a la venganza y soy mala ando caliente todo el día. ¡Que bien follas! Asííí …. bien hasta el fondo”- comienza a gemir de placer. Sus ayes son cada vez mas altos y entrecortados hasta que el orgasmo le alcanza.

“Acaba en el culo, ya me has hecho irme con la pija en el chumino”

Carlos saca la polla enhiesta, totalmente lubricada con los jugos de la hembra, ensaliva el esfínter, apoya el glande y lentamente lo introduce en la puerta oscura. Sabe que no aguantara mucho, Bárbara también, por eso acelera los movimientos de sus dedos en el clítoris hinchado. Estallan a la vez. El hombre saca despacio el miembro semiduro. La mujer toma una servilleta de la mesa y se limpia.

Va hasta donde el invalido que les mira con el odio reflejado en la mirada. Bárbara le restriega por la boca la tela, donde se mezclan sus flujos, el semen y algún pequeño trozo de mierda. Se lo deja apoyado en la cara.

“¿Quieres un malta?”

“Nunca te diré que no a esa proposición. Es bueno para el corazón.”

La mujer sirve en dos vasos bajos un chorro de güisqui, le da el más grande a Carlos y ella paladea el otro.

“¿Hasta cuando vas a seguir con este juego?”- pregunta el hombre mirando a la joven desnuda ante él.

“Es este cabrón el que decide. Ahí tiene un biberón con agua envenenada. Todos los días se lo doy, cierra los labios y no la quiere. Cuando desee no tiene mas que beberla……… Sino para  la Mersé ”

“Queda casi un mes. Estás más buenorra. Tienes las tetas más grandes y duras.”

“Eso tiene que ver con al fecha. Estoy embarazada y no quiero que mi hijo sienta tanto odio en mi vientre. No sé quien es el padre, si tú o Javier.”

Carlos la besa emocionado.

“Si quieres hacerme creer que a mi edad puedo ser padre, eres una maravilla.”

“Piensa en Picasso y además las marquesas tenemos los hijos con quien queremos”  

    

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