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Cena de amigos

en Hetero: Infidelidad

CENA DE AMIGOS.

Mónica no se asusta, cuando una mano  le tapa los ojos y otra tantea sus nalgas sobre la pollera, mientras se inclina para comprobar como duerme su hijo en la cuna.

-“Potrita.¿ Sabes quién soy?.”-

-“Un cabrón llamado Pepe”- le conoce muy bien, han salido un tiempo, es el chico con quien debutó.

La mano deja los ojos y acaricia sus senos, la otra sigue recorriendo el valle entre sus nalgas. No puede evitarlo, se calienta y  nota como su concha se moja con la excitación. Él se restriega contra su cola y siente la dureza de la verga, la conoce y sabe como está ella, los pezones se le han puesto erectos, los palpa a través del corpiño y el vestido.

-“Por favor, déjame. Tu mujer y  mi marido están ahí fuera y pueden venir en cualquier momento”-

-“Sabes que te voy a coger bien cogida, putita. No hoy, otro día que estás sola”-

-”Vete, por favor.”-

La tira un beso al alejarse camino del patio donde el grupo de amigos prepara el asado.

Mónica respira hondo para tranquilizarse. No lo puede evitar, se calienta cuando la desean o la tocan. Se mira en el espejo, no es ni guapa ni fea de cara, tiene un rostro muy cuadrado, los ojos negros demasiado chicos, nadie se quedaría embelesado con él. Lo que tiene es buen cuerpo, por lo menos ahora, con sus 25 años. Debe cuidarse para no acabar como su madre, una gorda tetona de patas de chica de revista. Hace gimnasia, se cuida en las comidas, pero sabe que los kilos acechan en cuanto se descuide.  Fue una niña a la que nadie decía “qué guapa es”, para elogiarla sólo se les ocurría aquello de es muy alta. Y es alta para chica, 1,78. Encima camina erguida, eso se lo debe a Pepe, cuando le crecieron las lolas, estaba avergonzada, tenía más que todas sus amigas, ahora tras el parto, llega a 110, y comenzó a encorvarse con sus dieciséis. Pepe , el amigo lindo de su hermano Raúl, la hizo ver que sus tetas eran un regalo de los dioses. La sedujo enseguida, apenas con dos salidas a tomar algo y ella ya estaba dispuesta a ir con el al telo. Entraron sin problemas, como decía él, maquillada parecía mayor, y en dos horas de pasión salvaje se había entregado y disfrutado de los placeres del sexo. La verdad es que le había gustado, no como algunas de sus amigas que les había dolido el debut, a ella no. Llegó tres veces a ese punto sin vuelta atrás, que buscaba al hacerse una pajita.

Pepe la usó y la dejó. Ella se puso de novia con Lautaro, no era tan guapo, tenía un cuerpazo de atleta y lo sigue teniendo. Se daba cuenta como le miraban las chicas cuando iban juntos al gimnasio. Uno rubio, el otro morocho, así eran los hombres de su vida …..hasta hace dos días.

Pone en marcha el avisador por si Raulito llora, se vuelve a mirar en el espejo. El vestido rosa sin mangas le sienta perfecto, el escote amplio que deja la mitad de los senos al aire, unos dedos por encima de la rodilla para lucir las piernas tostadas.

Cuando vuelve al patio, le llega el olor del asado. Su hermano y Laura, su mujer, han preparado la ensalada. Corre el Fernet con coca. Lautaro ejerce de parrillero, pegada a él, está Lucía, la mujer de Pepe. Pedazo de puta, tan rubia, tan con ojos azules, tan delgadita , como una modelo, tiene una mano apoyado en la espalda ancha y musculosa de su marido. Jodida depredadora, se llevó a su novio y ahora parece quererse levantar a su pareja. Y eso que en el colegio y en el barrio eran amigas.

Va a marcar territorio, llega hasta el hombre y le besa en la boca, se pega a él para que sienta su cuerpo voluptuoso.

-“El niño duerme sin problemas”- le dice recordándole que es su marido y además padre de su hijo.

-“No le pongas nervioso que no hace la carne bien….. Me llevo a esta belleza de la parrilla…. Y vos, Lucía, bonita, deja que el dueño de la casa trabaje”- Mariano, el amigo inteligente de la cuadrilla la toma de la mano, la abraza sin malicia y la lleva hasta donde están los tragos. Le prepara una bebida. A Mónica, Mariano siempre le ha caído bien, es el listo del grupo de amigos de su hermano y el único sin pareja. No le han conocido ninguna novia.   Un gordito con la sonrisa siempre en los labios, que trabaja en una multinacional, que viaja, pero que siempre que puede vuelve al barrio a estar con los compañeros de la infancia y adolescencia. Le parte un tajadas del embutido que ha traído, y se las pone en la boca. Está delicioso.

Hace buena noche, sacan la mesa grande y las sillas al patio. Prácticamente está todo preparado, sólo falta la carne. Se sientan, dejando la esquina a Lautaro para que coma y siga acabando el asado.

Corriendo, tarde, llegan Carolina y Juan. Ahora están todos, cuatro parejas y un solo, la cuadrilla del barrio.  Llegan las achuras.  La conversación decae mientras comen. 

Mónica contempla el chorizo en su plato, grande, gordo y la mente se le va a la poronga de Osvaldo y a lo que le ha ocurrido hace dos días.

Osvaldo es su jefe, tiene 61 años, lo sabe porque es de la misma edad que su padre, del que es amigo desde la juventud. Es y era el guapo de la cuadrilla, le conoce desde que era una niña, como le suele decir con picardía: “Te he cambiado los pañales de bebé”. La contrató para trabajar en la tienda de artículos de regalo que tiene en Serrano. Le queda cerca de casa, y puede llevar a su hijo, que juega en el patio y duerme en la trastienda. El dinero le viene muy bien, refuerza los ingresos de Lautaro con el taxi. A poco de casarse le ofreció el puesto, era un regalo de bodas, como dijo, a la hija de un amigo, un hermano.

En lo que pasó, piensa que en gran parte la responsable es ella, ella con sus ganas de coquetear, de jugar con un galán maduro, que es lo que es Osvaldo, pero él lo supo aprovechar.

Todo había ocurrido a media mañana, cuando la tienda está prácticamente sin clientes. El niño dormía en la trastienda. Todavía no sabe por qué  cuando le vio llegar se soltó dos botones de la blusa dejando a la vista el canal profundo de sus pechos. Él la miró con una sonrisa en los labios, seguro de sí mismo,  se besaron en la mejilla, Mónica se apoyó bien en él, quería que se diera cuenta del cuerpazo que tiene. Osvaldo la separó poniendo las manos en los hombros.

-“Mónica, te vengo a hacer una propuesta que creo te va a venir bien. Llevas la tienda durante los días de semana hasta las seis y la verdad que lo haces perfecto.  Luego vienen  las Claudias, mi hija y mi mujer hasta el cierre. El fin de semana la manejan ellas. Escucha mi idea. Tu marido trabaja con el taxi parte de sábado, cuando hay más clientes.

¿ Qué te parece que esas horas vengas a reforzar la tienda?. Serían 1000 pesos más, y como siempre tu % sobre lo que vendas .”-

-“Me parece estupendo”- con la inflación les venía muy bien el dinero, y el trabajo es comodísimo. Ahí cometió su gran error. Se lanzó sobre Osvaldo y le abrazó, mientras le decía- “No sé cómo agradecértelo.”-

-“Yo, sí”- él la apretó entre sus brazos y sus labios se posaron en los de ella. Y respondió, abriendo su boca a la lengua que buscaba mayor intimidad y convirtiéndolo en  un beso ardiente y entregado.

-“Y vos , también”- la separó, estaban tras el mostrador, y sin decir más, se abrió la bragueta y sacó la verga, dura, gorda, como ese chorizo que han partido. –“Chúpala”-

Y obedeció, se arrodilló y se la metió en la boca. Pudo hacerle una mala mamada, pero no, se esforzó desarrollando toda su ciencia. La lengua, los labios, los dientes jugaron con el miembro del hombre hasta que estalló y pudo tragarse todo su semen.

La tomó de las manos y la levantó, y la besó, ella dejó que saboreara su propia leche.

-“Sé que te ha gustado. Otro día haremos más cosas. Será nuestro secreto.”-lo dijo con una sonrisa de gato que va a devorar a una tierna ratoncita. Y la verdad piensa Mónica, es como se sintió. Total mente dominada y a su disposición.

-“¿En qué piensas?. Te has ido a otra parte.”- la voz de Mario le hace volver a la realidad de la cena.

-“En si el niño se despertará”- miente con descaro.

Sin darse cuenta prácticamente se ha comido su ración de achuras, picotea la ensalada, mientras Lautaro corta y sirve con habilidad el asado y la entraña.

-“Te pareces Cristiano Ronaldo”- le dice Lucía con voz melosa. A Mónica le parece que se lo come con los ojos. La verdad es que Lautaro tiene un lomo bárbaro, morocho, pelo corto, ojos negros, con la remera que le marca los músculos parece un strip-boy.

-“Acá todos somos de Messi, así que no insultes a mi cuñado”-replica Raúl, lo del fútbol siempre ha sido una pasión de los hombres de barrio.

La conversación cambia de rumbo, la comida, la bebida les  va relajando, se interrumpen entre ellos, se cuentan anécdotas de tiempos pasados. El alcohol les va poniendo alegres, la noche de verano transcurre animada. Mónica se levanta para preparar café, Mariano llama a la heladería cuando descubre que Lucía no ha traído masas finas ni tarta de la panadería de sus padres.

Los cafés se mezclan con los helados y las copas, son más de las tres de la mañana. Mónica, su cuñada y Mariano comienzan  a limpiar la mesa, los platos, vasos y cubiertos van al lavavajillas. Cuando lo pone en marcha, Mónica abraza y da un beso al hombre en la mejilla, más alta que él, parece como si lo empotrara en las curvas de su cuerpo.

-“Mariano, cómo te quiero. Este regalo de bodas  es maravilloso. Mañana está todo limpio.”-

-“Siempre pensé en venir a comer a tu casa, así que me pareció una obligación  evitar que te pegaras unas lavadas cuando todos nos fuéramos….Y sobre irnos, creo que voy a dar la orden de retirada. Mañana  tienen que cuidar al niño y me da que no se va a levantar tarde.”- le contesta sin deshacer el abrazo.

Se han marchado todos, tras cerrar la puerta, Mónica y Lautaro se han quedado solos. La mujer prepara un biberón para el niño, da un piquito a su marido “Voy a darle la leche. ¿ Por qué no te duchas? Vas a dejar el olor a ahumado en las sábanas.”

Mónica va al cuarto de su hijo, le enchufa la mamadera, la criatura medio dormida traga la leche tibia, le toma en los brazos y le da palmaditas en la espalda hasta que oye el buen provecho. Lo vuelve a tumbar, lo mece unos segundos, ha vuelto a entrar un el reino de la noche. Se baja el tanga y se quita el corpiño sin tirantes, queda desnuda debajo del vestido. Va a hacia su dormitorio.

Lautaro se está secando. Le mira desnudo, es hermoso, su cuerpo musculado , la piel olivácea sin vello, se depila todo, y cuando piensa en todo, se fija en su verga gorda, semidura, circundada.

-“Acabo de secarte yo.”- le propone acercándose. Él fija sus ojos en ella, que despacio , se baja los tirantes del vestido y con un movimiento lo hace caer al suelo. Los pechos turgentes, poderosos con los pezones duros. El vientre liso con la depilada almohadilla de Venus. Las piernas largas, torneadas. El bronceado de la piel, donde destaca sugerente el pálido de lo íntimo que cubre el bikini. La pija se levanta, se endure, cobra fuerza.

Mónica acaricia  con los enhiestos pezones la piel de Lautaro, su mano baja hasta el arma del macho, la roza con mimo.

-“Mi rey ¡ qué hombre sos!”-

Él la abraza con fuerza, se funde contra ella y la devora la boca, con lujuria desatada. La gira, deja que apoye las manos en el lavabo, la cola de ella queda expuesta a sus ataques, tantea con el glande su puerta totalmente lubricada, y entra de un golpe.

Mónica gime al sentirse llena, las embestidas de su marido se hacen cada vez más profundas y rápidas. Se reflejan en el espejo, ve las dos caras desencajadas por el placer, las lolas bailan al ritmo de la cogida, él las agarra con fuerza, como poseído. Sabe que se va a venir, cuando empieza el camino del fin siente la locura del hombre que acelera para soltar la leche, acaba antes que ella, se desploma sobre su espalda, pero el falo sigue duro hasta que ella culmina su orgasmo.

-“Vamos a la cama que te limpie”- al separarse caen unas gotas del semen a las baldosas del baño.

Lautaro se tumba en la cama, ella se coloca entre sus piernas abiertas y agarra la verga todavía gruesa y dura y la lame. La lengua va limpiando los restos de la descarga del hombre, cuando juega con el glande como si fuera un helado, se da cuenta que responde volviéndose a preparar. Se mueve sobre él, sus pechos quedan junto al arma masculina. La coloca en el valle de sus senos, con las manos hace que las tetas enfunden la verga y empieza a moverse masturbándole con ellas.

-“¡Que meloncitos tiene mi putita!..... Sigue….¡qué gusto!....¡qué mojada estás!..”-

Mónica tiene su concha sobre el tobillo de Lautaro, y se mueve masturbándose en un rito de lujuria.

-“Monta, quiero ver como se te mueven las tetas”- le ordena , ella se levanta y se deja caer sobre la polla endurecida. Está ardiendo, sus fluidos hacen que la tranca entre con facilidad en su cueva. Muy caliente, se queda quieta, empalada, hace que sus lolas se muevan elásticas ante los ojos del macho que jadea, con pequeños vaivenes adelante y atrás llega al orgasmo.

Sabe que el polvo anterior y el alcohol van a retardar la eyaculación de su marido. Y decide gozarlo, comienza a cabalgarlo cada vez más rápido. Y llega el tercero. Se toca para acelerar el cuarto que llega entre los gritos de la pareja.

Se quedan tumbados, abrazados.

Mónica se adormece, y en el principio de sus  sueños se confunden su marido, Pepe y Osvaldo.

 

 

 

 

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