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Cuando calienta el sol

en Lésbicos

CUANDO CALIENTA  EL SOL.

Día 2º.  Nudismo y algo más.

Este relato es continuación de Sabor a sal.

 

A la mañana siguiente, tras desayunar mirando el maravilloso mar azul, nos acercamos a la agencia, ubicada en el hotel, para alquilar un coche. Había una  pareja un poco más joven que nosotros, ella en los primeros cuarenta y él en los cincuenta

Sólo había un 4x4, a  ambas parejas nos apetecía. Fueron ellos los que lo propusieron.

“Ustedes son argentinos, nosotros italianos, pero hablamos bien español, hemos vivido en Colombia unos años. ¿qué les parece si alquilamos el coche a medias?. Seremos más a manejar, nos costará la mitad, y creo que todos queremos ir a los mismos sitios, a recorrer las calas y ver la isla”

Mi marido les miró. Ella llevaba una túnica parecida a la mía, que si bien, no dejaba ver el cuerpo, si se tensaba en el busto, mostrando unos senos poderosos. Morena, con ojos verdes, más baja que yo, era una mujer hermosa. Él vestía una camisa rosa y unos pantalones Columbia, que le daban un aspecto interesante. Moreno de ojos negros, era un macho atractivo.

“Lili, ¿vos que opinás?”- a mi me apetecía estar sola con mi marido, pero el euro está caro en relación al peso, y aquello podía ser un ahorro importante.

“Podemos probar hoy, si no tenemos problemas, mañana seguimos. Si no estamos bien juntos, pues no pasa nada, seguro que mañana se libera otro 4x4”

“Yo iba a decir lo mismo”- añadió la italiana.

“Mientras los hombres vamos a por el coche y hacemos el papeleo, ¿por qué no  traen lo que hay que llevar? Y así salimos pronto. Nos vemos en media hora en el bar”--Propuso el italiano.

“De acuerdo, enseguida estamos”- dijimos nosotras.

Al subir en el ascensor y ver que marcábamos el mismo piso, una sospecha me surgió, que se confirmó al enfocar el mismo pasillo,  ERAN LOS VECINOS RUIDOSOS.

Ella me miró simulando sorpresa. Sólo fue capaz de decir: “Sois muy apasionados”

“Y vosotros también”- contesté.

En el bolso metí cremas, peine y cepillo para el pelo, dos mallas para mi marido, otro bikini, dos pareos y la máquina de fotos. Llamaron a la puerta, allí estaba mi compañera de viaje.

“¿Estás lista? Yo ya bajo, me llamo Ornella, mi marido Alberto. No nos habíamos presentado.”

“Mi esposo Arnaldo. Yo, Liliana, pero me dicen Lili. Espera que se me olvidaban las guías y los mapas.”

Los hombres nos esperaban en la terraza del bar. Con un “vamos, chicas” nos llevaron hasta el coche. Comprendí que ambos cedieran intimidad por vehículo. Era un Toyota rojo, amplio, hermoso.

“Tú conduces ahora, luego lo hago yo.”- dijo el italiano, mi marido estaba feliz.

“Las chicas vamos detrás”- propuso Ornella.

La primera parada era en Portinax, estaba en el otro extremo de la isla, pero la carretera era buena, el paisaje verde y las distancias cortas. Me quedé impresionada cuando llegué. La cala era preciosa, parecía de cuento, con la arena blanca, el mar limpio, azul y las pequeñas barcas.

Había unas reposeras cercanas al agua. Elegimos unas .La italiana y yo nos quitamos las túnicas, ella se soltó el top, yo la imité, las dos quedamos con las lolas al aire.

“Ponte bien de crema para no quemarte los senos”- me dijo, los suyos estaban bronceados- “En Italia hacemos top- less normalmente, algo que no ocurre en  América”

Mientras me embadurnaba, los hombres se habían puesto las mallas. Nos tumbamos al sol. El paraíso debía ser algo así. Había pocas personas, una pareja joven, una mamá con dos niños y dos chicos hermosos.

El sol comenzó a calentarnos. Decidí bañarme, Ornella me acompañó. Nadé un rato, el agua estaba buenísima. Salimos y nos secamos. Los hombres estaban tranquilos hablando de fútbol.

“¿ Me puedes dar crema en la espalda? Luego te doy yo. Es difícil hacerlo bien y esos están a lo suyo”

Tenía una piel suave, le eché el protector. Ella se llenó las manos y comenzó a extenderlo por mi espalda. Aprovechaba para acariciarme, me di cuenta que era

algo más que una ayuda , era su oportunidad para tocarme. Me excitó, nunca había estado con una mujer, aunque, como todas, lo había ratoneado.

Nos dimos crema por delante y nos pusimos al sol. Los hombres aprovecharon para bañarse mientras nosotras cuidábamos las carteras. Jugaban como niños en el agua azul, transparente. Yo me sentía observada, los ojos de la italiana no se quitaban de mi cuerpo, y me calentaba. Entre el sol y la mirada, me estaba excitando.

Nos dimos un par de baños más hasta que fuimos a almorzar en la terraza de un bar pegado a la playa.

Ornella y yo nos pusimos las túnicas sobre nuestros cuerpos semidesnudos, los pezones mojados se pegaban a la tela, transparentándola.

A medida que avanzaba la paella y los tintos de verano me di cuenta que el ambiente cargado de erotismo iba aumentando su temperatura.

No soy nada puritana, había engañado a mi marido con 2 hombres, siempre relaciones rápidas, sin consecuencias, de modo que él nunca había sospechado nada, pero esta vez el juego iba de otra cosa, y decidí hacerme la ingenua, ingenua pero con vocación de putita.

Con los cafés los hombres propusieron ira a las calas del oeste que tenían más sol. El italiano sugirió Las Salinas .

Al montar en el coche y andar unos metros, Ornela me dijo que tenía sueño, que si podía recostarse un poco en mi hombro. Cuando le contesté que sí, se apoyó en mi hombro, en pocos segundos estaba  dormida.

Su respiración era tranquila pero profunda, de modo que el aire al salir entre sus labios llegaba a mi pezón derecho. El calorcito que me lanzaba hizo que mi pico se fuera endureciendo excitado. En una curva su cara se acercó más a mi seno, prácticamente su boca rozaba la túnica. El juego se hizo más próximo y mi calentura aumentó. De pronto caí en que estaba jugando conmigo, y decidí que yo también podía responder. Me moví un poco, y pasé mi brazo sobre su hombro, acunándola contra mi pecho, dejé caer mi mano, que casualidades de la vida, rozaba su pecho. Y me hice la dormida. Con los ojos cerrados mis sensaciones se concentraban en el pecho que recibía su aliento cálido y en mis dedos que tanteaban su erecto pezón derecho.

“¿Has visto como duermen?  Parecen dos niñas cansadas que van de excursión.”- dijo Alberto. De verdad que los hombres tienen unas ideas inocentes, las dos niñas se estaban calentando como dos ascuas en el fuego. Yo estaba empapada y por como tenía el pezón, Ornella  andaba en un nivel similar de humedad.

Hicimos como que nos despertábamos al llegar a destino. Aparcado el coche y tras andar unos metros llegamos a un paraje de belleza inaudita. La playa larga, parte de arena, parte con rocas, el mar limpio, turquesa, las olas, suaves, mimosas, al romper parecían acariciar la costa. El Paraíso Terrenal debió ser así.

Yo busqué un trozo de arena tranquilo, pero Ornella nos dijo:

“Vamos a las rocas, allí casi no hay nadie y está autorizado el nudismo. Seguro que no lo habéis hecho y es una experiencia que hay que llevarse a Argentina.”

Ni corta ni perezosa comenzó a caminar hacia aquella zona. Yo no salía de mi asombro.  Había  ocho personas. Cuatro hombres hermosos, bronceados, depilados, me di cuenta que eran homosexuales. Dos parejas de jóvenes, viéndolos me dio vergüenza desnudarme, a mi edad mis carnes no podían competir con la de ellos.  

“Tengo un poco más de kilos de lo aconsejable para quitármelo todo.”

“Lili, no seas boba. Te he visto en topless y estás muy bien. Todavía tienes los senos sin caer pese a que los tienes grandes. Y mira a esos que salen del agua.”

Dos parejas salieron del agua, estaban más próximos a los setenta que a los sesenta. Las carnes arrugadas, los cuerpos vividos, pero se veían libres, tranquilos, aceptándose  a sí mismos.

Ornella y Alberto se desnudaron sin problemas, él tenía una verga más larga que mi marido, pero menos gruesa. Al mirar a la italiana me di cuenta que el monte de Venus estaba totalmente depilado menos una pequeña hilera de vello negro que como una flecha marcaba el camino de su clítoris. Mi marido y yo nos quitamos también la ropa. Yo estaba avergonzada, creía que me estaba mirando medio mundo, pero la verdad era que no había casi nadie, y los que estaban no nos dieron  bolilla.

“Anda , vamos al agua”- propuso la italiana- “ verás que placer.”

Salió corriendo y se sumergió en el mar, yo la imité. Nunca pensé que bañarse desnuda era tan delicioso. El agua no estaba fría, y la sensación de libertad, de alegría, de encontrarte a ti misma, era maravillosa. Los hombres entraron también, no había nadie cerca, así que las cosas estaban seguras. Nadamos un rato, jugamos a salpicarnos, ellos salieron, nosotras seguimos.

“Liliana , te vas a quedar como una pasa. Tomamos un poco de sol y si quieres volvemos luego al agua.”

Nos secamos, Ornella me ofreció la crema solar. Me di en los pechos y en el triángulo púbico. Se lo devolví para que me pusiera en el trasero, en lo que suele estar tapado.  Lo hizo y aprovechó para tocarme las nalgas y el valle entre ellas. Cuando me tocó a mí, no me quedé corta. La verdad es que tenía una cola, suave, dura, respingona. Entendí por qué nada mas desnudarse se había metido en el agua,  era la forma de simular los fluidos de calentura, que con tocarnos con la crema protectora, volvían a aparecer.

Era delicioso el sol en todo tu cuerpo y luego volver al agua como si fueras un pez.

Empezó a oscurecer, nos secamos y fuimos a un chiringuito que estaba junto a la playa. Sentados mirando el mar decidimos hacer una picada grande que nos sirviera de cena. Los hombres empezaron con cerveza, nosotras con agua, necesitábamos rehidratarnos, y además, como comentó Ornella, alguien tenía que no beber por si nos paraba la policía.

La comida estaba buena: pescados, tortilla de papas, ensaladas. Ellos pasaron a un vino rosado, nosotras al tinto de verano. Arnaldo fue a los servicios. La bebida le había hecho efecto. Le vi hablando con el encargado. Volvió emocionado. El local era de la familia de un jockey argentino, su afición burrera se había puesto en marcha al reconocerlos, al jinete y a los caballos.

Apareció el dueño, se sentó con nosotros y nos invitó a unas copas. Nosotras pedimos gin tonic, poco gin y mucha tónica, ellos licores fuertes, güisqui , y más güisqui. Al salir iban colocados. Ornella pasó al volante, era de las dos la única que había llevado las gafas. Yo, su copiloto, los hombres atrás. Al llegar al hotel estaban dormidos. Los despertamos y les ayudamos a subir a las habitaciones.

La italiana me dio una pastilla para mi marido, se la di con un poco de agua, al momento se quedó totalmente muerto, doblado por el cansancio, el sol y el alcohol.

Oí que llamaban en la puerta de comunicación entre las dos habitaciones, abrí era mi amiga.

“Menuda borrachera han agarrado. Con lo que les he dado, duermen tranquilos hasta mañana y se les pasará el pedo. ¿Te apetece que ahora nos tomemos nosotras unas copas?. El bar de la cala parece delicioso. Luego nos duchamos y nos damos crema”

Me pareció una buena idea. Dejamos a nuestros maridos durmiendo la mona y bajamos al pequeño restaurante pegado al hotel.

Nos sentamos en una mesa junto a la playa, en esa zona era pequeña la franja de arena, y oíamos y veíamos romper las olas.

Nos tomamos dos camparis con naranja cada una, a medida que el alcohol nos hacía efecto, nos íbamos poniendo más atrevidas, la lascivia nos iba invadiendo, queríamos jugar, dispuestas a todo.

“Habrá que subir a ducharse.”- me lo propuso con una voz susurrante, cargada de insinuaciones y morbo. Yo quería seguir, pero no me atrevía a decirla que nunca había estado con otra mujer.

Al llegar a las habitaciones pensé que íbamos a entrar juntas en cualquiera de las dos para hacer el amor. Pero no fue así, me dio un pico en los labios y se fue a la suya.

Yo ardía, estaba caliente, me pegó un bajón, quizás había confundido mis deseos con los suyos, y lo que yo consideraba insinuaciones, no eran mas que manera de ser de una mujer desprejuiciada. Arnaldo dormía a pierna suelta. Fui al baño, me desnudé y entré en la ducha. Aproveché para quitarme la sal, sentir el agua en mi piel y masturbarme. Me hice una paja, parada, mezclando mis dedos ansiosos y el chorro de agua sobre mi concha.

Más tranquila, salí y comencé a secarme. Oí unos golpes en la puerta que separaba los dos dormitorios, al tiempo que giraban la llave de separación.

“¿Puedes abrir? Soy Ornella.”

Abrí la puerta y allí estaba, desnuda, hermosa, sonriendo mientras me miraba.

“Creo que nos daremos la crema hidratante mejor la una a la otra, que cada una por separado. Tú ¿cual usas?”

“Dermaglos, no sé si la conoces. La he traído de Argentina.”

“Seguro que es buena. Si quieres me la puedes poner. Siempre hay una primera vez.

 Es tu primera vez, ¿verdad?”

“Sí nunca he estado con una mujer y te deseo.”- confesé, entendiendo su indirecta. Dejé caer la toalla, quedamos las dos desnudas. Yo más alta, ella más sabia.

“¿Te has masturbado?”

“Sí, no aguantaba más. Estaba supermojada.”

“Mejor, ahora podemos ir despacio. Deja que te de la crema.”

Me angustiaba su frialdad, sabía que era fingida, que deseaba como yo fundirnos en un mundo de caricias y besos. Pero decidí dejarme llevar por ella, más experta, más vivida.

Se llenó las manos de crema y empezó a extenderla por mi cuerpo. Sentir el frescor en mi carne ardiente, que volvía a entrar en ebullición cuando el hidratante me cubría. Se demoró en los pechos, mis pezones parecían estallar, mis nalgas amasadas con sensualidad, mis muslos. Estaba ansiosa, me abrí para que tuviera acceso a mi concha.

“Eso no ha tomado el sol. Ahora pónmela a mí.”

Tenía una piel suave, la crema la hacía aun más turbadora. El tocarla me excitaba terriblemente. Me entretuve en sus lolas, jugué con los pezones endurecidos, con el vientre liso, con su cola, con los muslos. Tenía una carne elástica, como la mía había perdido la dureza de la juventud, pero tenía la elasticidad morbosa de la madurez cuidada. El camino de vello de su monte de Venus  me atraía como un imán.

“Estoy muy caliente. No puedo mas.”- confesé cuando me retiró la mano que quería atacar su sexo.

“Yo también. Vamos a mi cuarto.”

La acompañe tomadas de la mano. Nos paramos ante el espejo. Vi dos mujeres hermosas, plenas.

“No somos dos niñas, pero parecemos dos tigresas que se van a devorar. Mírame a los ojos, mientras nos masturbamos. Pon tu palma en mi monte y extiende el índice y el corazón”

Lo hice, llegaban justo al comienzo de la hendidura de su sexo, que estaba empapado. El clítoris endurecido pedía mis caricias.

Ella había tomado posesión de mi concha. Comenzamos a mover nuestros dedos a la vez. En sus ojos verdes la lujuria era un mar tormentoso. Las respiraciones se fueron haciendo cada vez más jadeantes.

“Estoy a punto”- musité en un gemido.

“No cierres los ojos”- me ordenó.

Sus toques se hicieron más rápidos, y me llegó el orgasmo como una explosión salvaje.

“Ahora llévame tú.”- me rogó.

Su clítoris vibraba con mis dedos, era una guitarra de la que extraer una canción, se mordió los labios mientras comenzó una corta marcha hasta el punto de no retorno.

HABÍAMOS ACABADO.  Pero ahora empezábamos. Y nos besamos.

Nos enroscamos una a la otra, como dos serpientes, en un juego de sensualidad, nuestras pieles aceitadas y sensibles se erotizaban más y más con el roce. Las bocas se devoraban. Los labios, las lenguas se buscaban con una lujuria salvaje.

Rodeó mi muslo con los suyos, sentí los flujos que inundaban su labios y comenzó a restregarse. Intentó llegar a mi concha con su pierna, no podía yo era bastante mas alta que ella.

“Espera un momento.” Se separó y agarró una de las toallas, la tiró al suelo, y se tumbó.

“Ven .”- me pidió. Al hacerlo y abrazarnos, si pudimos poner nuestros sexos en contacto con las piernas, y empezamos el sabio vaiven de la masturbación del roce.

Nos besábamos, nos acariciábamos sin prisa, disfrutando de nuestra feminidad.

“Quiero acabar a la vez”- susurré.

“Cuanto estés llegando, muérdeme”

La mordí en la oreja, ya iba a venirme. Aceleró su roce, y me besó. Nuestras lenguas se unieron y la cascada del placer nos llegó. Sentí su vibrar unido al mío, su cúlmen y su desaceleración como un coche de carreras que van dejando que reduzca sus revoluciones hasta parar.

“Ha sido maravilloso.”

“Pues nos queda mucha noche”

 

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