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La joven concubina

en Sexo con maduros

LA JOVEN CONCUBINA.

 

Tahiya está sola en su cuerto, la luz de la luna entra por la ventana,  sabe que debe plantearse su situación en la casa. Al  mirarse en el espejo,  ve una joven hermosa, de 19 años a la que la vida sexual del último año la ha hecho madurar como una flor cargada de aromas sensuales que surgen de un cuerpo satisfecho. Ha engordado , la flaquita que volvió a su pueblo ya no es la joven ,casi niña que dejó las islas. Aquello quedó atrás, como le dijo su madre cuando le ordenó que se convirtiera en la concubina del que ahora era su hombre, su dueño, su sustento. Ese hombre que ahora está desflorando a su nueva esposa. Ella no pude serlo, no era virgen cuando le conoció.

 Intenta oír cómo su señor da placer a la joven, cogiéndola como sabe que él lo hace, salvaje y poderoso , pero las paredes de la alcoba nupcial son gruesas y los gritos que seguro dan no le llegan.

Enciende un cigarrillo, ha descubierto el placer de fumar con él, y sonríe para si, al pensar en el cambio que ha dado su vida.

Fue a España con apenas 8 años, una niña morena con enormes ojos negros. Su padre había ido antes a trabajar en la construcción, después fueron su madre, su hermano y ella. Lo pasó mal el primer año, el idioma, el pensarse diferente e inferior. Se integró en la escuela, era estudiosa y deportista, corría como las balas, pero se sabía diferente.

Fue Tatiana, su profesora de lengua, la que le ayudó a quitarse los complejos. La hizo conocer los avances de su cultura musulmana: la numeración, el uso del agua en los regadíos y los baños, la mezquita de Córdoba, la Alambra,  y frente a la cerrazón actual de muchos de los suyos, la alegría vital de Omar-el- Jayim con sus Rubayats. Fue la literatura la que la quitó los prejuicios, la que hizo que se valorara.

Le gustaban las tardes con Tatiana, el atardecer en el mar cuando su maestra la abrazaba como una hermana mayor y le ayudaba a secarse tras bañarse en el cálido mar.

Se lo había dicho Fátima, la primera esposa de su señor.

-“Tahiya , eres una personita encantadora, me agradas. Creo que podrás complacer a mi esposo. Junto a tu belleza, tienes alegría y sobre todo cultura, aprovecha, estudia, lee, así podrás gozar más de la vida y él te valorará más. Ha tenido más concubinas, pero las ha ido dejando, todas le parecían brutas, hermosas que no eran capaces de hablarle, de darle el placer intelectual de la charla. Tú eres diferente, aprovéchalo. Es un hombre maravilloso, que se merece todo.”-

Al principio no la entendía, pero ahora pasado más de un año, cuando se había convertido en una segunda madre, se daba cuenta de la razón que tenía, y como sus consejos le habían ayudado a disfrutar de su nueva vida.

Tahiya está caliente, sus dedos buscan, en el sexo depilado, el botón del placer. Piensa en su primera vez, en Alessandro, rubio y dorado como la miel, hermoso. Le había conocido corriendo, entrenándose para la competición de fin de curso, él trotaba a su lado, se habían picado, el oro y el bronce viendo quien llegaba primero al final del paseo. Lo había hecho ella, que se volvió a verle llegar con una sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes blancos, perfectos, en medio de los labios gruesos, sensuales.

-“Me has ganado y te debo una invitación. Me llamo Alessandro. No te extrañe mi acento, soy italiano”- le soltó con una alegría que hacía brillar sus ojos verdes.

-“Yo me llamo Tay y vengo a entrenarme, corro los 100 metros en el equipo femenino de mi instituto”-

-“Pareces una gacela, anda te invito a tomar una coca y así sé más de ti”-

Los dedos acarician despacio el clítoris inflamado, Tahiya no quiere acabar enseguida, quiere pasar tiempo en esa nebulosa del placer prolongado que ha aprendido a encontrar. Se tumba en la cama, cierra los muslos dejando sólo el índice y el corazón jugando con la fuente de su deleite femenino. Se pellizca los pezones erizados, poniéndolos más y más duros.

La iba a buscar a la salida de clase, fue a las carreras, ella orgullosa le enseñó la medalla de la victoria, y él la besó. Nunca le habían besado, parecía dar miedo a sus compañeros, o quizás era demasiado flaca, y los labios de su amigo despertaron  fuego en su cuerpo, sintió una corriente de la boca a su sexo, se mojó, como cuando se tocaba sola en la noche.

Desde aquel día se buscaban, ella tenía tiempo, el curso había acabado, y él tenía horas libres en su trabajo de camarero en el chiringuito de la playa.

Se lo había contado todo a Tatiana, su profe, su confidente, que la besó y acarició con mimo, ofreciéndose a ser cómplice y coartada, mientras le susurraba que ya no era una niña, sino una jovencita ardorosa. Tahiya estaba feliz de contar con el apoyo de su maestra, y a ella le fue contando sus dudas, sus miedos, sus calenturas, sus ilusiones.

La mujer la oía mientras sus manos le recorrían el cuerpo en una suave caricia, que le producía una mezcla extraña de sedación y placer.

Tahiya mientras se toca piensa en lo que nunca pensó, en cómo le gustaba el amor de otra mujer, y recuerda las manos de la catalana en su piel. Acelera el ritmo de la masturbación sonriendo de sus inicios en Lesbos, en ese placer que daba y le daban sin tener noción de lo que hacía.

Y la noche en la playa, donde se entregó a su novio, sintiéndose la mujer más dichosa del mundo, la dulzura al penetrarla que hizo que apenas le doliera, su ritmo buscando el placer de ella, sus gemidos de gata en celo, la explosión cuando llegó, las embestidas de él hasta que derramó la leche de vida. Y la repetición , ahora sin dudas, sin tabúes, entregándose al macho como una fierecilla apasionada.

Tatiana le dio una pastilla para evitar un embarazo. Ese día en su casa, le pidió que se desnudara par ver cómo la niña ya era mujer. Sin darle importancia , con mimo, le estudió el sexo, acarició los labios íntimos, mientras le repetía una y otra vez “qué lindo coñito el de mi niña que ya sabe lo que es una buena polla”, Tahiya se reía al tiempo que se excitaba cada vez más, tanto que sin darse cuenta comenzó a gemir y apretó la mano de su profesora contra su sexo, Tatiana la miró con ojos sabios y comenzó a mover los dedos masturbándola. La joven se dejaba ir, sólo suspiraba y ronroneaba animando a su maestra, se oyó decir sin entender cómo salían esas palabras de su boca “quiero acabar, házmelo, por favor”. Y la caricia se aceleró y la muchacha entró en una nebulosa en la que por fin encontró un sol que estallaba dejándola temblando.

Los dedos de Tahiya le llevan a la nirvana, ha cerrado los ojos, sólo sentir el río del placer que la va llenando y recordar aquel verano. El amor de Alessandro , sus encuentros donde se iba entregando y gozando cada vez más al sentirle dentro, los días con Tatiana que le ayudaba a descubrir su propio cuerpo, ese cuerpo que usaba con su novio volviéndole loco.

En el verano que cumplió los 16, se convirtió en una mariposa que se llena de color y vuela entre los campos de flores.

Se nota llegar, el pantano de su lívido  se ha llenado, abre las piernas, se mete dos dedos en la vagina, se busca el punto G, la otra mano sigue en el clítoris, las caricias se han más rápidas y profundas, siente el desborde de la pasión como el agua que se suelta por el aliviadero, fuerte, poderoso, salvaje.

Está sudada, se levanta, se cubre con una túnica de  seda y va hacia el baño del serrallo. La luz lunar se filtra por el techo, enciende cuatro velas aromáticas y se desnuda metiéndose en la pequeña piscina. Deja que el agua tibia y perfumada de rosas le cubra el cuerpo y vuelve a sus recuerdos.

Todo duele cuando llega a su termino. Alessandro se volvió a Italia prometiendo contactar con ella vía mail , quedaron para el próximo verano, blanquearían su relación, pidiéndola en matrimonio. Tatiana fue su consuelo, su cómplice, su apoyo, en los meses del otoño y el principio de invierno. El amor no la dejaba ver lo que ocurría en su entorno. La crisis de la que todos hablaban le cayó a su familia como una bomba, no podían seguir todos en las islas, se iban a quedar los hombres, su padre y su hermano. Ella y su madre volverían al pueblo donde habían nacido, a la casa que poco a poco habían ido pagando con el trabajo de emigrantes.

Su mundo se rompió, tenía que dejar todo, se negó, lloró, pataleó, pero dio igual, su madre y ella acabaron en la casa blanca que habían construido en el Magreb, y  estaba a medio pagar.

Se sumerge entera, contiene la respiración dentro del agua y deja su mente libre, sale necesitando llenar los pulmones de aire, cuando lo hace la polla de su señor surge en sus pensamientos: Gruesa , grande , dura , llena de venas, con un enorme cipote marrón oscuro. Y sonríe.

Coloca el pelo largo , húmedo tapándole los senos, se los acaricia, comprobando que han aumentado en el año y poco que lleva viviendo en el serrallo. Vuelve a la verga de su señor y la primera vez que él la poseyó.

La habían preparado con una depilación en que  sólo le quedó su cabello y las cejas, el resto del vello fue eliminado. Un baño con aceites y esencias que dejó su piel de una suavidad increíble y por último vestirla.

Ahí conoció a Fátima, la sirvienta había elegido un chaleco de pedrería y un pantalón bombacha de seda transparente, iba a comenzar a peinarla, cuando entró la primera esposa del señor. Una mujer de unos cuarenta años, hermosa, morena, con un cuerpo voluptuoso, unos enormes ojos verdes. Ordenó a la mujer que trajera algo para beber. Nunca había tomado un té tan maravilloso, se dio  cuenta que la relajaba, la dejaba sedada, mientras hablaba con ella. Le contó su vida a grandes rasgos, ella quiso saber más de la vida amorosa. No sabe cómo  pero acabo explicando todo con pelos y señales. Una sonrisa curvaba sus labios gruesos y sensuales mientras la oía.

Ordenó un cambio de vestuario, una camiseta blanca de tirantes de corredora, totalmente ceñida al torso, que marcaba los pezones erguidos y un short rojo de seda, debajo nada. Luego la calzaron con unos calcetines blancos y unos nike. El pelo lo recogieron en un moño. Entonces le llamaron por primera vez con el que iba a ser su apodo en la casa: “Yegüita” mientras bebía un último refresco dulzón, pero que le hizo que su cuerpo se calentara y adquiriera una sensualidad que no conocía.

El agua tibia la relaja pero al tiempo le hace entrar en una nube de recuerdos eróticos, y sin buscarlo, su mano derecha vuelve a llegar a su sexo suave, depilado, con la rajita que apenas muestra los labios íntimos. Los dedos juegan con ella.

Cuando entró en el dormitorio de su señor iba con miedo pero al tiempo con una sensación que nunca había experimentado: de hembra que se debe al sexo, que está para dar placer al macho.

La esperaba recostado en una otomana, pensó que era un viejo sátiro, con su túnica de seda blanca, carga de hilos de oro y pequeñas perlas el brocado del escote que dejaba ver un pelo gris, abundante.

-“ Yegüita,  acércate al alcance de mis manos”-

La voz era ronca, de hombre acostumbrado a mandar, trabajada por el tabaco, y le produjo un extraño efecto hipnótico. A medida que se aproximaba más sentía una perversa atracción, la del deseo lujurioso del otro, como si la mirada que la devoraba fuera lamiendo cada centímetro de su piel y la excitara como a una gata en celo.

Se levantó, parado ante ella, pudo oler la mezcla de perfume y tabaco que exudaba, las manos grandes , llenas de pelos, fueron a su encuentro.

Pasó la yema de los dedos por los brazos desnudos, por el cuello y la piel del escote, la iba poseyendo sin prisas, cuando recorrió el camino de los pechos, tocándoles a través del fino algodón, los pezones se erizaron, se pusieron duros, ansiosos de sus caricias. Fue un tocar ligero, más fuerte luego hasta que los apretó entre sus dedos llevándola a una mezcla desconocida de placer y dolor. Gimió, una sonrisa de sátiro curvó los labios del hombre y mientras una mano seguía pellizcando un pezón,  la otra como un tigre que salta sobre su presa le agarró el coño, metiendo dos dedos en su interior.

-“Yegüita, veo que te gusta”-

-“Sí, mi señor”- no podía mentir, el flujo de su vagina la delataba. La mano siguió acariciando su sexo, como reconociendo una propiedad. Cerró los ojos para dejarse hacer, para que el macho tomara posesión de la hembra.

Las manos abandonaron su cuerpo, abrió los ojos, su señor había tomado un puñal de la mesa cercana, se acercó a ella. El miedo la excitaba más y más. Fueron cuatro cortes, los tirantes de la camiseta y los laterales del pantaloncito, esté cayó al suelo. Tahiya levantó los brazos entregada, el cuchillo rasgó el algodón y quedó desnuda ante él.

-“Túmbate en la cama, deja las piernas fuera”-

Le obedeció, no podía quitar los ojos de él, se le acercó, se levantó la túnica y entonces vio su miembro, era gordo, grueso, surcado de venas, y con un glande como  una ciruela grande y oscura. La agarró las piernas por los tobillos y las levantó abriéndolas, su coño quedó al alcance del ariete masculino. Sintió el tanteo de la verga por su sexo , ella se movió ligeramente cuando notó que estaba entre sus labios apuntando el camino de su interior, entonces durante unas décimas de segundo sólo tuvo dentro la punta del glande, y entonces él la penetró de un golpe , sin miramientos. Estaba excitada pero sin lubricación suficiente para la acometida de aquel monstruo que la taladró hasta el final.

Luego empezó a bombear, duro, fuerte, de una manera concienzuda y rítmica, casi hasta fuera y luego hasta el fondo, una y otra vez, como el cilindro de una máquina, a medida que la lívido de la muchacha respondía a la cogida. Sin poder evitarlo comenzó a gemir y suspirar cada vez más fuerte. Tenía los ojos cerrados, estaba a punto de estallar y él se paró.

Abrió los ojos y le vio con una sonrisa de fauno, de macho cabrío, de diablo y supo lo que tenía que decir: -“Mi señor, por favor, siga”-

Y siguió, no quiso cerrar los ojos, deseaba que él viera como el placer la inundaba, y chilló al alcanzar su primer orgasmo de hembra sometida.

Cerró los ojos, necesitaba recuperarse, pero notó como el miembro duro salía de ella, las manos que sujetaban sus tobillos se fueron deslizando por las piernas hasta agarrar como presas sus muslos y entonces……

Tahiya se da cuenta que pensando en es primera noche con su señor, n el agua tibia, relajada, su mano, sin ella mandarla, lleva un rato acariciando su clítoris suavemente, manteniéndola en una nirvana de placer. Es verdad que ha cambiado, ahora es una mujer sensual, lasciva, que busca y da placer sexual. Se pone de pie, y se mete los dedos en el coño lleno de jugos, los empapa y se los lleva a la boca, saborea su propia feminidad y se vuelve a tumbar en el agua.

Nunca se lo habían hecho, fue la primera vez que una boca le comió el sexo. Fue tan fuerte, tan maravilloso, sentirse devorada por su señor ansioso de su intimidad, que recuerda cómo gritó, cómo su cuerpo respondía con espasmos lujuriosos a aquella invasión larga, en la que se vino una y otra vez, en que pidió clemencia rogando que parara, y en cómo conoció la pequeña muerte, ese desmayo que produce el placer sublime, cuando tu cuerpo no puede más. Fueron sólo unos segundos de desmayo tras la cascadas de orgasmos y cuando abrió los ojos, allí estaba su señor, desnudo, gordo, canoso, como un fauno con la verga brillante y dura en alto, con la boca chorreante de ella, sus flujos le habían empapado la barba de chivo vicioso.

-“Tienes el sabor de la vida, de las huríes, del paraíso, mi pequeña yegua”- dijo mientras se tumbaba en el suelo sobre una enorme piel de león- “Ven y ensártate en mi , y cabalga como una amazona del desierto, hasta que sepas que has llegado a tu oasis”-

Le obedeció tambaleante, se empaló sin problemas deslizando su vagina aceitada por el placer en el duro vástago. Se quedó parada, sintiendo la invasión de aquel cuerpo duro y pétreo en su sexo.

-“Lleva tu ritmo, disfruta del paseo en tu semental y suéltate el cabello”- le ordenó.

Y elle comenzó a moverse, centrando toda su sensibilidad en ese frote de los dos sexos, mientras levantado las manos se deshacía el moño. El pelo le cayó cubriendo la espalda, con los dedos se le arregló para que parte le semi tapara los senos, se sabía hermosa, de lo más profundo le surgía un ansia de placer, una música le llenaba el cerebro y a ese ritmo decidió cabalgar, lento , rápido, siempre profundas las embestidas, jugó con su cabello haciéndolo una parte mas de la danza erótica que surgía de su coño y volvió a irse como una bestia brutal y salvaje . Cuando bajó la vista a su señor, una mueca de sátiro degenerado le curaba los labios simulando una sonrisa.

Nunca supo como pudo decir lo que dijo: -“Mi señor quiero su simiente”-

El  hizo que se levantara y fue al sillón, se sentó indicando que se arrodillara entre sus piernas, delante tenía la verga venosa que surgía entre un matorral gris de pelos que tapaban los huevos y los muslos. Se dio cuenta lo que el hombre buscaba , que se la chupara, no lo había hecho nunca, pero tenía necesidad de sentir que aquel hombre perdía el control, y se abalanzó con la lengua, los labios. Lamió, besó, chupó, hasta que un chorro de leche espesa surgía inundando su boca, dejó que acabara y mirándole a los ojos se la tragó golosa.

Está de nuevo a punto de irse, acelera el movimiento de sus dedos sobre su botón rosado hasta que se va. Descansa unos segundos, se da cuenta que tiene la piel arrugada por el tiempo que lleva en el agua, se levanta y desnuda va hacia la habitación contigua, la sauna seca en la que pretende sudar y acabar de relajarse mientras piensa.

Fátima, la primera esposa de su señor,  le contó que lo que más le había excitado al hombre era su inexperiencia a la hora de mamársela . Mientras suda y nota cómo se le abren los poros, se da cuenta que Fátima se ha ido convirtiendo en su maestra, en una hermana mayor que le ha ido enseñando a satisfacer a su señor, a desarrollar todo un mundo donde se mezclaba la sensualidad con la lujuria, donde ella fue convirtiéndose en una hurí del paraíso, una hembra que gozaba dando los placeres más perversos y que disfrutaba haciéndolo.

Va a tomar una ducha fría y cuando se está secando , ve llegar a Fátima, desnuda, voluptuosa y sonriente.

-“Sabía que te encontraría acá, ¿ por qué no vienes a mi cuarto y preparamos lo que debemos hacer para hacer feliz a mi esposo y disfrutar nosotras?”-

Se toman de la cintura , abrazadas, sintiendo la suavidad de sus pieles van camino de un mundo que las espera.

 

A Tatiana, inspiradora, felina, compañera.

 

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