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Adiós a la inocencia

en No Consentido

Adiós a la inocencia

            Me llamo Eva y tengo dieciocho años.

            Siempre he sido una chica muy madura para mi edad, quizás se deba a mi desarrollo, que a diferencia de las chicas de mi edad, se produjo antes de lo esperado.

            Todavía no me desenvuelvo bien, es como si mi cuerpo hubiese crecido de golpe, por lo que me siento incómoda e insegura; soy básicamente una torpe.

            Tengo una larga cabellera negra, brillante y sedosa. Mis ojos son verdes, pero cambian de color según el día, los días de sol por ejemplo, es cuando se ven más claros.

            Mi boca no es demasiado grande, yo diría que normal, aunque por alguna extraña razón, mis labios tienen un color rosado tan intenso que parece como si me hubiera maquillado, nada más lejos de la realidad, ya que el maquillaje no me va mucho.

            Mi tez es bronceada, en verano me vuelvo prácticamente negra y me salen unas diminutas pecas en las mejillas, casi imperceptibles.

            Conclusión: físicamente no soy nada del otro mundo, aunque si hay algo que llama mucho la atención, sin duda son mis pechos.  No sé por qué coño me han tenido que salir tetas, y no unas tetas normalitas, no, unas tetazas del tamaño de un balón. Son demasiado grandes para lo flacucha que estoy, por eso las odio más que nada en este mundo, nunca pasan desapercibidas. He probado muchas cosas para ocultarlas, desde vestir con camisetas anchas hasta envolvérmelas con precinto, pero es inútil, no hay nada qué hacer. La gente dice que los ojos son el espejo del alma, pues bien, yo creo que son las tetas, porque desde que las tengo no dejan de mirármelas.

            Mis caderas también son normales; sin embargo, si hablamos de mi culo... Vale, admito que siempre ha sido algo respingón, ¡pero joder! ¡Esto es pasarse de castaño oscuro! Ahora se ha redondeado y sale hacia fuera con ganas.

            Lo único que se salva de mi cuerpo son las piernas, largas y torneadas, aunque solo me sirven para correr. De hecho antes solía correr mucho, practicaba atletismo, uno de mis hobbies favoritos hasta que me salieron las tetas y  tuve que dejarlo. Por mucho sujetador reforzado que usase, al correr me dolían, así que ahí va otro inconveniente por el  que las tetas no son más que un obstáculo que dificulta la existencia de la mujer.

            Proferí un largo suspiro frente al espejo; mi aspecto no tenía arreglo, eso era un hecho.

            —¡Eva! ¿Qué haces? —mi madre irrumpió en mi habitación sin previo aviso—. Recuerda que tienes que sacar a Claus.

            —¡Joder mamá!

            —Te he dicho miles de veces que no digas palabrotas. Venga, haz el favor, estoy preparando la cena.

            Puse los ojos en blanco y me dejé caer de espaldas sobre la cama.

            Me encanta Claus, es un pequeño Caniche marrón que me regalaron mis padres el año pasado por Navidad. El problema es que este perro caga más de lo que come; cinco salidas al día y en todas hace sus defecaciones en el parque de la esquina.

            Mi madre recogió unas cuantas bragas sucias que había dejado tiradas en el suelo de mi habitación antes de salir.

            —A veces pienso que hemos estado criando a una cerda —me reprochó antes de cerrar la puerta de un brusco portazo.

            Esta mujer me exaspera, siempre está renegando de mi existencia como si fuera una completa inútil o algo así; ella no me entiende.  

            Miré a Claus, que se había quedado encerrado en mi habitación y le sonreí con ternura.

            Finalmente me levanté y me estiracé perezosamente antes de salir. Claus me siguió contento, meneando la cola como de costumbre.

            Llegué a la calle y metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta, por las noches acostumbraba a hacer bastante frío.

            En cuanto llegué al parque de la esquina, jugueteé con Claus un poco, solía tirarle una piedra y él iba a buscarla y me la traía, así unas cuantas veces hasta que se cansaba y podíamos regresar a casa.

            Por desgracia, tampoco era una experta lanzadora de piedra, por lo que en uno de mis arranques de locura, la tiré demasiado fuerte y entró en el túnel que hay bajo la vía del tren.

            —¡Vamos Claus! Trae la piedra.

            Claus me miró con esos ojitos negros, centelleantes, y luego dirigió la mirada al túnel.

            —¡Mira que eres perro!

            Bufé asqueada y caminé segura en dirección al túnel, dispuesta a recoger la piedra y demostrarle a ese perro holgazán que  no tenía de qué asustarse.

            Bajé el pequeño montículo montañoso y me adentré en el túnel, con tal mala suerte que pisé un charco.

            —¡Genial!

            Me aparté y descubrí que mis pantalones también se habían salpicado de agua sucia y putrefacta, olía literalmente a mierda.

            —¡Eh, tú!

            Me asusté nada más escuchar esas palabras que procedían del interior, miré asustada hasta distinguir la silueta de un hombre. Enseguida sentí como una corriente de agua helaba corría bajo mi piel, y automáticamente retrocedí de espaldas. Tan ensimismada estaba mirando al chico que había frente a mí que no me percaté del que había a mi espalda, y sin querer, topé contra él.

            Me volví alarmada, su estatura y su cuerpo me intimidaron, no pude cerrar la boca por la impresión que me produjo esos dos metros de hombre parado frente a mí.

            —Perdón —me disculpé penosamente—, ya me voy.

            —De eso nada, guapa —dijo con voz ronca y burlona—. Precisamente estaba comentando a mi amigo que estaba siendo una noche aburrida, hasta que has aparecido tú.

            Tragué saliva nerviosamente y me moví hacia un lado, intentando aprovechar la menor distracción para salir corriendo.

            —No es una buena idea —dijo el chico que había a mi espalda. Este era más flaco y joven—, ¿crees que no te alcanzaremos si sales huyendo?

            Automáticamente mis ojos se llenaron de lágrimas, tenía miedo de lo que esos hombres podían hacerme, miedo de que me hicieran daño, de que me torturaran y dejaran tirada en el suelo frío y mojado del túnel.

            —Por favor... —rogué—, dejadme marchar...

            Ambos rieron al unísono y yo sentí un nudo indescriptible en lo más profundo del estómago.

            Antes de que pudiera hacer otro movimiento, las manos del chico joven me cogieron por detrás, dándome la vuelta y llevando mi rostro hacia la luz de un foco parpadeante que había en un rincón.

            —Mira Mario, hemos tenido suerte, encima es guapa.

            Tras esas palabras, no pude contener más las lágrimas, que resbalaron rápidas por mis mejillas. El segundo se acercó a constatar la opinión de su amigo y ambos rieron del terror que me infundían.

            Me quedé quieta cuando el gordo se agachó y pasó lentamente la lengua por mi mejilla, enjugando las lágrimas, que a estas alturas, salían a borbotones.

            —Dejadme marchar, por favor...

            Intenté apartarme realizando movimientos bruscos para deshacerme de su contacto, pero sus manos se ciñeron aún más fuerte a mi alrededor, impidiendo la fuga. Me tenían fuertemente retenida entre los dos, apenas podía moverme y sabía que gritar tampoco era una opción, pues a esas horas nadie podría oírme.

            —Si te relajas todo irá mejor... —comentó el joven desabrochando lentamente la cremallera de mi chaqueta.

            Las manos del gordo me la retiraron con cuidado por los hombros, era como si estuviesen desenvolviendo un sabroso caramelo. Mi pecho se agitaba nervioso, mis piernas flaqueaban y sentía que tenía la boca seca; sin duda, empezaba a comprender lo que esos dos vándalos iban a hacer conmigo.

            Me giré hacia el chico joven, en aquél momento me pareció más débil y, por algún retorcido motivo, pensé que podría llegar a conmoverle.

            —No se lo diré a nadie, déjame, por favor... —le susurré en voz muy baja.

            El gordo, que también me había escuchado, empezó a reír con mofa y añadió:

            —¿Decir el qué? aún no hemos hecho nada contigo.

            Cerré los ojos, rindiéndome a mis atacantes, era inútil intentarlo, esa sería la noche que perdería mi virginidad, mi honor, mi dignidad... Todo acabaría en ese preciso instante, y sin darme cuenta, empecé a llorar desconsoladamente.

            —Tranquila... —susurró el joven mientras infiltraba una navaja bajo mi camiseta y la deslizaba hacia arriba haciendo mi ropa girones.

            Me quedé en sujetador y esos dos hombres se relamían como animales en celo contemplando la inocencia de mis recién estrenados pechos.

            —Joder tío, vaya tetas más ricas...

            Rompieron mi sujetador de un brusco estirón y el gordo se dispuso a palpar la suave y tersa piel de mis pechos. Me acarició con sus manazas ligeramente sudadas, mientras mantenía la boca abierta, salivando más de la cuenta.

            Mis pechos se contrajeron, endureciendo el pezón a medida que sus ásperos dedos se centraban en ellos.

            El joven se puso de rodillas frente a mí, y sin perder tiempo, bajó suavemente mis pantalones. A medida que lo hacía sentía la presión de las yemas de sus dedos acariciándome las piernas, para mí fue como si en lugar de dedos tuviera agujas desgarrándome la piel, finalmente, logró despojarme de mi pantalón. A continuación se cuadró frente a mi pubis y acercó la cara a mis braguitas de ositos. Aspiró fuertemente mi olor e incluso mordió sutilmente a través de la fina tela. Me retiré enseguida, pero el gordo me retuvo, dejándome nuevamente frente al joven.

            —Hueles de maravilla. Separa un poco las piernas —ordenó—

            —¡No! —grité desesperada.

            —Creo que no lo entiendes, guapa, no tienes opción. Lo harás voluntariamente o por la fuerza, tú decides.

            Tragué saliva y separé una pierna de la otra, apenas diez centímetros.

            El chico sonrió perversamente y pasó con lentitud sus dedos por mi monte de Venus, luego fue abriéndose camino entre los labios a través de la tela y rozó cuidadosamente la parte más vulnerable de mi anatomía.

            Mi corazón latía embravecido, bombeaba con tanta fuerza la sangre que podía sentir la presión en el interior de mi cabeza. El gordo a mi espalda me retorció los brazos hacia atrás, evitando que me moviera mientras el chico más joven seguía de rodillas, presionándome el clítoris con el pulgar mientras el dedo índice se hundía entre los labios. Mis ojos, expectantes, seguían sus movimientos, sentía miedo y él podía notarlo; sin embargo, sus caricias eran tan suaves que parecía como si quisiera tranquilizarme.

            Poco a poco sus dedos fueron separando las bragas y yo me encogí. Volví a chillar esta vez pidiendo ayuda, revolviéndome salvajemente para intentar liberarme de las manos que me oprimían desde atrás. Fue inútil, con una de sus manos el gordo apresó las dos mías, y con la que le quedó libre me tapó la boca.

            —Shhh... —intentó silenciarme el joven— relájate...

            Sus dedos palparon, al fin, mi vulva. No tenía mucho pelo, en general no era una chica peluda, por eso mi atacante no tuvo impedimentos que le frenaran. En cuestión de segundos, uno de sus dedos rozaba superficialmente mi orificio, pero estaba tan rígida, que hubiese sido imposible meter la cabeza de un alfiler. Eso tampoco le detuvo, sin ningún tipo de pudor llevó los dedos a su boca y los salivó antes de volver a tocarme. Los sentí húmedos y resbaladizos, deslizándose cautelosamente dentro de mí, separando los pliegues e invadiendo mi orificio con lentitud. Su intrusión no fue brusca, todo lo contrario, parecía que iba con cuidado, intentando con sus caricias relajar mis músculos.

            Intenté revolverme, pero con eso solo conseguía que el animal que bloqueaba mi espalda me hiciera más daño, ya apenas circulaba la sangre de los brazos.

            —Ahora sí estás jugosita, justo como a mí me gusta...

            Las palabras del joven me provocaban arcadas, sentí un ardor inclasificable alojado en lo más profundo de mi estómago.

            —Fóllatela, tío, ¿a qué esperas?

            —Calma, amigo, todo lleva su tiempo, quiero excitarla un poco porque aún está muy tensa.

            Sollocé con ganas contra la mano de ese degenerado que seguía reteniéndome contra mi voluntad, quería morderle, pero me apretaba tan fuerte que me resultó imposible.

            Reaccioné quedándome muy quieta cuando sentí el filo frío y metálico de la navaja ascender por mi ingle, la infiltró hasta alcanzar la goma de mi ropa interior y hacerla pedazos. Ahora ya no había nada que me cubriera, mi vergüenza estaba al descubierto. Me sentí ultrajada, vejada y humillada de todas las formas inimaginables.

            Pero pronto mis peores temores se hicieron más fuertes. Observé como el joven se desabrochó los pantalones y los bajó lo suficiente como para poder ver su miembro erecto. Era la primera vez que veía algo así en la vida real, hasta la fecha solo había visto un par de películas porno y unas cuantas fotos de internet, pero jamás habían despertado mi excitación, únicamente mi curiosidad.

            Vi como sus manos acariciaron varias veces su miembro subiendo y bajando la piel. El glande rosado y brillante resplandecía bajo la débil luz parpadeante del techo, era una imagen grotesca, no estaba preparada para algo así, todavía no, el sexo no entraba dentro de mis planes en absoluto.

            La mano del gordo dejó de cubrirme la boca para acariciar mi espalda y detenerse entre las nalgas, di un respingo al percibir cómo sus dedazos separaban mis glúteos.

            —Me pregunto si esta zorra tendrá reventado el culo o vamos a ser los primeros...

            Me retorcí nerviosa, pero él me sujetó aún más fuerte y me dio una fuerte cachetada para que permaneciera quieta. A continuación, sus manos siguieron acariciando la suave piel de mis glúteos.

            —¡No seas bruto, tío! —rió el joven.

            —¿Crees que podrá aguantar dos pollas a la vez?

            —¡Pero qué dices! ¿no ves lo rígida que está? A esta tía no se la han follado mucho.

            —Con este cuerpo... unas cuantas pollas habrá visto ya.

            El joven sonrió, pero enseguida su rostro cambió y me miró extrañado.

            —No serás virgen, ¿no?

            Volví a sollozar, no podía retener las lágrimas y sentía como mis piernas se tornaban de gelatina, si no cedí fue porque las fuertes manos del gordo me retenían, obligándome a permanecer erguida.

            —¡Joder, tío! Me parece que es virgen.

            El gordo rió.

            —¿Una chica así? ¡Y una mierda!

            Se miraron unos segundos, barajando en sus mentes enfermas esa acertada hipótesis.

            —Solo hay una manera de averiguarlo —concluyó el joven.

            Volví a gritar, pero mis chillidos quedaron nuevamente interrumpidos por las zarpas del animal.

            Entonces empezó realmente mi pesadilla, el gordo y el joven parecieron entenderse con las miradas y poco a poco fueron tumbándome sobre el suelo, arenoso y húmedo.

            Pataleé con ganas, pero eran mucho más fuertes que yo, así que con un par de estirones el joven separó mis piernas y se encajó entre ellas.

            —Quiero saberlo, ¿aún eres virgen? —preguntó mirándome a los ojos.

            Estando prácticamente a la misma altura pude ver que no era feo, era un chico corriente, fuerte, sano... no como el animal que seguía tras mi espalda, entonces, ¿por qué me hacía esto?

            Obviamente no contesté su pregunta, no sabía si eso avivaría aún más sus ganas de poseerme.

            —¡Contesta! —gritó junto a mi cara.

            Entre lágrimas asentí con un movimiento de cabeza y su rostro volvió a transformarse. No sé si sintió pena o arrepentimiento, en cualquier caso, no era felicidad.

            —¿Y qué más da eso? ¡Mejor! Así no tienes que usar condón, nosotros vamos a estrenar ese agujero.

            Volví a chillar a través de la mano que me apretaba fuertemente la mandíbula.

            —¡No seas bruto, joder! No me esperaba esto, la verdad. ¿Crees que es menor de edad?

            —Mira tío, lo único que sé es que estoy empalmado de cojones, o te la follas tú o lo hago yo.

            El joven miró el frenético vaivén de mi pechos, luchando a toda costa por coger aire, entonces, acarició sutilmente mis senos y fue descendiendo despacio, sin prisa. Parecía disfrutar con cada caricia, prolongando el momento al máximo. Sus manos volvieron a centrarse en mi vagina, estimulándola con caricias y sutiles parentaciones  de sus dedos.

            —Relájate, te dolerá menos —susurró incorporándose lentamente sobre mi pecho.

            Enseguida percibí el vello rizado y duro de su torso, su cuerpo caliente sobre el mío me resguardaba del frío, pero a la vez, me atemorizada. Sus labios empezaron a esculpir un camino de besos por mi cuello y fue ascendiendo hasta el lóbulo de la oreja.

            —No quiero hacerte daño, así que haz lo que yo te diga y todo irá bien.

            Su seguridad me estremeció casi tanto como el profundo respeto que me inspiraba. Su cuerpo fue despegándose del mío hasta casi sentarse sobre mis caderas. Le miré perpleja, temiendo su siguiente movimiento. Me quedé petrificada cuando empezó a restregarse contra mi cuerpo hasta colocar su pene a la altura de mi cara.

            —Chúpamela —ordenó con voz tranquila.

            Me revolví incómoda, jamás había hecho algo parecido y me daba mucho asco, pero su impaciencia empezó a despuntar cuando no me dio tiempo a reaccionar y levantó mi cabeza para poner el cálido glande sobre mis labios. No tuve tiempo de reaccionar que empecé a sentir la presión de su enorme miembro invadiendo mi boca centímetro a centímetro hasta alcanzar toda su longitud. No hice nada, pues él se encargaba de moverla, primero más despacio y luego un poco más deprisa. Empecé a generar excesiva saliva, incluso me producía arcadas cada vez que una de sus envestidas llegaba hasta el fondo de la garganta. Sus manos se aferraron a mi nuca y retuvieron mi cabeza engullendo su miembro durante unos segundos. Lo percibí salado y excesivamente duro, parecía una piedra amenazando con ahogarme ahí mismo. Pero eso no llegó a producirse, antes de quedarme sin aire, él retiró rápidamente su miembro.

            —Ahora ya puedo follarte —aclaró con malicia.

            Se puso nuevamente sobre mí, encajándose entre mis piernas que no dudó en separar con las manos.

            Ese iba a ser el momento en que diría adiós a mi inocencia.

            Su glande apuntó hacia mi agujero y presionó. Lo sentí resbalar, entrar prácticamente solo abriendo por primera vez mis carnes, desgarrándome como un puñal que deseaba alojarse en lo más profundo de mi ser. Mi espalda se convirtió en un arco en tensión, quería liberarme de él a toda costa, pero sus manos me lo impedían. Profundizó un poco más en la penetración, miré su miembro pensando que ya había alcanzado toda su profundidad, pues no creí que pudiera caberme más, pero no, aún estaba por la mitad; no sería capaz de aguantar semejante dolor.

            Poco a poco me sentí débil, perdí la noción del tiempo y del dolor; opté por dejar de luchar.

            El gordo percibió mi rendición y dejó de retenerme, vio que ya no iba a intentar huir.

            Recé para que pasara pronto, para desfallecer antes de que decidieran acabar conmigo, pero no quiso el destino complacerme.

            Presencié cada empujón de su verga, cada perforación en mi cuerpo con una claridad increíble, y cuando creía que ya no podía soportarlo más, sentí un pellizco infinito en lo más profundo del útero; había traspasado las puertas de mi virginidad.

            El vapuleo de su cuerpo no cesó durante arduos minutos, sus fuertes envestidas, que ahora corrían de dentro hacia fuera sin dificultad debido a la lubricación de la sangre, me estaban apagando poco a poco.  

            Sus manos se aferraron a mis caderas y siguieron moviéndome a su antojo mientras emitía roncos jadeos que anunciaban el final de la tortura, pero antes, fui nuevamente testigo de su fuerza y sus puñaladas entrando sin descanso en mi cuerpo, hasta que al fin, culminó en mi interior, derramando su eyaculación espesa y cálida.

            Ni siquiera fui consciente de cuando el gordo se colocó junto a su amigo para obtener un mejor plano de mí, pero ya nada me importaba, simplemente dejé de sentir.

            Escuché el sonido jugoso de la masturbación del gordo, que apretaba su verga y la movía sin descanso, pues presenciar la violación en directo le había excitado.

            —Joder tío, esta puerca es increíble, pero has dejado su coño hecho un asco.

            El joven rió.

            —Córrete en sus hermosas tetas... —le sugirió.

            —¡Qué dices! Quiero reventarle ese rico culo.

            —¡Vamos hombre!, si estás a punto de correrte.

            El gordo jadeó mientras se la meneaba con rudeza.

            —Tienes razón, voy a utilizar su boca, ábremela.

            El joven se colocó tras mi cabeza y la elevó para ayudarme a engullir ese miembro rechoncho y húmedo.

            No opuse resistencia, me limité a abrir la boca y dejar que ese degenerado me utilizara a placer. Su amigo movía mi cabeza desde atrás para ayudar al gordo a profanar mi garganta con su miembro, y éste no se reprimió. Aguanté varios minutos hasta que se quedó inmóvil, y súbitamente, descargó salvajemente en mi interior. Sentí su leche viscosa y espesa descendiendo por mi garganta antes de caer desfallecida.

            Lo último que recuerdo es que desperté en el hospital, no tenía ni idea de cómo había llegado hasta ahí, pero de una cosa estaba segura: jamás olvidaría el rostro de los dos hombres que se ensañaron conmigo. No sabía cuándo, ni cómo, pero tenía la certeza de que algún día los volvería a ver, y cuando lo hiciera, no sería una indefensa chica, sería una mujer herida, capaz de tomar represalias.

            —Esto aún no ha acabado... —musité justo antes de cerrar los ojos de intentar dormir.  

            Continuará en: La venganza de Eva (Dominación/no consentido).