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Fuego Vs hielo (7) DESENLACE!!!

en Erotismo y Amor

Nota de la autora: Este relato pertenece a una saga, recomiendo leerla desde el principio. Gracias por vuestros comentarios y valoraciones, me gustaría saber vuestras opiniones sobre este final. Para mí es importante ;)

 

 

 

 

39

 

 

 

Después del melodrama protagonizado por mi madre en el que nos abraza entre interminables sollozos, es mi padre quien toma la iniciativa y arranca sus manos de nuestros rostros para que podamos avanzar.

Finalmente, logramos cargar el equipaje en el maletero del BMW y emprendemos el camino de regreso a la realidad de nuestras vidas. James pone todo su empeño en intentar distraerme durante el trayecto hablando sin parar, pero mi mente está demasiado embotada como para hacerle caso. Quien me iba a decir a mí que esta Navidad junto a él sería tan entretenida, y yo que solo quería llevarle a mi casa para que se asustara al conocer a mi padre y saliera huyendo...

Llegamos frente a la puerta de mi edificio, y al detener el coche, es cuando me doy cuenta de que ha llegado el final.

—Agradezco todo lo que tu familia y tú habéis hecho por mí estos días, me he sentido acogido y me lo he pasado muy bien, de verdad.

—De nada –dibujo una sonrisa forzada antes de estirar de la palanca que abre mi puerta.

—Espera un momento, Anna... –suspiro, no quiero que siga hablando, pero en estos momentos soy incapaz de decir nada para callarle–. Sabes que eres importante para mí, ¿verdad?, que todo lo que ha pasado entre nosotros ha sido sentido –asiento, no quiero ponérselo más difícil, ni siquiera quiero preguntarle qué va a hacer ahora, porque la situación ya es suficientemente complicada–. ¿No vas a hablarme?

—No tengo nada que decir, James.

—¡Esto es frustrante! –golpea con fuerza el volante y mi cuerpo bota sobresaltado–. No puedes imaginarte lo mucho que me duele dejarte aquí, ojalá... –suspira, vuelve a golpear el volante y se pasa las manos con fuerza por el pelo–. Ojalá las cosas pudieran ser diferentes, pero estoy atado de pies y manos, no sé qué demonios hacer.

Trago saliva, su sufrimiento puede palparse, pero es una consecuencia que se ha creado él solito por empeñarse en perseguirme, por cometer locuras por mí e involucrarse de esta forma, y ahora le resulta imposible desprenderse, y yo..., bueno, yo no soy más que una tonta, demasiado loca y pasional como para obedecer a mi intuición y mantenerme al margen de todo esto; después de todo no soy de piedra, y tampoco soy yo la que está haciendo algo malo; aunque verle así, derrumbado frente a mí, me puede.

Soy una blanda, eso ya está oficialmente constatado, así que cojo aire, intentando recomponerme, y me acerco a él para engancharlo del cuello y atraerlo hacia mí. Le abrazo con fuerza y me siento llena; a veces, un abrazo es justo lo que necesitas para recargar las pilas, y en estos momentos, su abrazo me transmite mucho más que sus palabras.

Me sostiene apretándome todo lo posible, enterrando el rostro en mi cuello mientras aspira intentando retener mi aroma. En cierto modo sé que me aprecia, o eso es lo que dicen sus actos, y aunque para mí no sea suficiente, no es momento para hurgar en la herida; silenciaré mis verdaderos pensamientos. Hay tantas cosas que le diría ahora..., pero no, no es momento para hacerlo, después de todo no me ha forzado a nada, he sido yo la que consciente de que esta historia tenía fecha de caducidad, se ha entregado a él por propia voluntad.

En cuanto me separo, sus ojos se llenan de lágrimas, y eso me confunde. Verle tan hecho polvo es algo que me cuesta mucho asimilar, casi estoy a punto de unirme a él y desatar el llanto retenido, pero comprendo que en esos momentos mi fortaleza es lo único que puede salvarnos, así que debo mantenerme fuerte.

—Bueno, James –le dedico la sonrisa más grande que puedo fingir–, nos vemos mañana, será un día duro por el maldito anuncio –hago una mueca–. Creo que eso no te lo podré perdonar jamás –le acuso–. Si después de esto tu empresa se viene a pique, yo no me responsabilizo de nada –percibo su leve sonrisa y mi corazoncito da un vuelco, ¡por fin!

—Ese anuncio ha sido lo mejor que he hecho en la vida, no me importa que no tenga los resultados deseados. La culpa jamás será tuya, sino de la ignorancia del espectador por no saber apreciar lo que realmente es bello.

Se me escapa la risa. ¡Pero qué camelador es el cabrón! Siempre con sus elaboradas adulaciones, con sus refinados modales... ¡Más de un corazón habrá roto con ese jueguecito!

—¡Estás aún peor que yo! –espeto y me acerco en busca de un rápido beso, no quiero entretenerme más.

Finalmente abro la puerta, él me acompaña, saca mi equipaje del maletero y me lo entrega. No pienso invitarle a subir, así que me pongo de puntillas para darle un último besito en la mejilla y salgo trotando hacia mi portal. Por mi bien, no vuelvo a mirar atrás porque si lo hago, dudo mucho que pueda seguir alejándome.

40

 

 

 

—¡Anna!

Mis amigos se lanzan a mis brazos, y con ellos a mi lado, no hay penas que valgan. Me lo preguntan todo, quieren conocer cada uno de los detalles de mi relación con James, sobre todo Elena, que me mira como si mi historia no fuese más que un empalagoso romance de película americana; ella y sus teorías sobre el amor, tan alejadas de la realidad.

Me concentro en contestar a todas sus preguntas, reímos y nos ponemos al día de todos los acontecimientos ocurridos durante las vacaciones, para mi sorpresa, descubro que Mónica se intercambia mensajes con Raúl, parece que está empezando a ceder y contemplar la posibilidad de que un chico menor que ella no tiene por qué ser malo.

Después de hablar durante un buen rato, regreso a la paz y soledad de mi habitación, respiro hondo y me siento en la cama. He decidido que, antes de volver a mi adicción no superada al chocolate en momentos de bajón, voy a decirle a Azul que ya he regresado. Abro el segundo cajón de mi mesita y saco con cuidado mi dildo favorito, ese que tiene diferentes modos y grados de vibración y la punta ligeramente curvada.

—Bueno, ya estamos aquí de nuevo, compañero de fatigas. Tú nunca me abandonas, ¿verdad?

Suspiro, lo dejo sobre la cama y empiezo a desnudarme para meterme en ella. Azul me observa desde abajo, preparado y a punto para recibirme.

Y llegó el día D. Me encamino como cada día a la oficina, pero tengo una sensación extraña en el cuerpo que no me abandona. En cuanto entro en el edificio de mi empresa, y antes de que pueda saludar a Pol de esa forma que es únicamente nuestra, me encuentro con una enorme recepción en el vestíbulo. Me quedo embobada cuando todos se vuelven hacia mí, forman un pasillo hasta el ascensor y, mientras lo cruzo, se desatan unos ensordecedores aplausos. Mis compañeros sonríen y silban sin dejar de aplaudir, me siento intimidada por este recibimiento. Distingo al final de la larga fila el rostro de James, que al igual que mis compañeros, aplaude enérgicamente junto al ascensor. Miro hacia la derecha y me abrumo al ver un enorme cuadro con una de las fotos en blanco y negro que forman parte de la campaña publicitaria, en la que aparezco de rodillas sobre una alfombra con ese jersey tan grande que deja un hombro al descubierto, mirando directamente a las cremas, las únicas que aportan una nota de color al cuadro.

—¿Y esto? –pregunto en un hilo de voz.

—Sube a mi despacho en cuanto puedas –sonríe James–, tenemos que hablar.

Él desaparece y mis compañeros se lanzan a abrazarme, preguntarme y alabarme de todas las formas posibles. Intento serenarme y corresponder a sus demandas, pero me avasallan, siento que me falta el aire y me escabullo como puedo. Vanessa entra conmigo en el ascensor y presiona el botón de nuestra planta.

—¡No veas qué guapa sales! Mira que ya me lo contaste, pero el anuncio es mucho mejor de lo que imaginaba. De verdad Anna, lo has hecho genial.

—Yo no he hecho nada Vane, por eso no entiendo a qué viene tanto revuelo.

—Pues lo has bordado.

De camino hacia mi mesa, la gente me detiene para saludarme. Se me hace raro recibir tantas atenciones, creo sinceramente que todo esto me viene demasiado grande. En cuanto me desprendo de mi abrigo y el bolso, estiro mi camisa hacia abajo con un par de fuertes sacudidas y me encamino hacia el despacho de mi jefe, verle a él me pone aún más nerviosa, y más teniendo en cuenta que a partir de ahora, habrá gente mala que relacione a James, al anuncio y a mí, de forma inadecuada. Llamo con los nudillos, espero su respuesta y entro. Se levanta de la silla, su sonrisa es cegadora, cuelga el teléfono y me hace un gesto con la mano para que me siente. Le obedezco.

—Llevan todo el día llamándome, no hay droguería o farmacia en todo el país que no quiera vender nuestro producto. Mira esto.

Me entrega un papel en el que aparecen unos gráficos, intento leer lo que significan, pero James, está dispuesto a desvelar el misterio.

—Llevan un solo día en el mercado y ya se han agotado. Han tenido un gran impacto, Anna, y todo gracias a ti –suspiro, esto sí que no me lo esperaba–. Tengo esto para ti.

Me entrega un sobre, lo abro y saco el papel que hay en el interior. Lo miro y... ¡Es un cheque por el valor de 10.000 euros!

—¿Qué es esto?

—Tus honorarios –ríe, y yo, le miro severamente, no estoy para bromas.

—Anna, has hecho un anuncio publicitario que nos hará millonarios, y aunque eso no fuera así, es justo que te pague por tu trabajo. Ese es solo el primer pago –arqueo las cejas sorprendida y se lo entrego.

—Pues no lo quiero. Inviértalo en la empresa, que seguro que todavía quedan agujeros que tapar –me mira confuso.

—Cógelo, ese dinero te pertenece –responde con rudeza.

—No, no me pertenece. Opino que es excesivo.

—Anna, por favor, acéptalo. Hoy no me apetece discutir –vuelve a extenderlo en mi dirección, suspiro y finalmente lo cojo.

—¿Así te quedas más tranquilo? –le digo mientras me lo meto en el bolsillo de mala gana.

—Sí –pongo los ojos en blanco, odio que haga eso, que me dé dinero de este modo, además esas cantidades tan desorbitadas.

—¿Algo más señor Orwell? –suspira. Focaliza sus ojos en mí y los veo tristes.

—¿No estás contenta? –hace una breve pausa sin dejar de mirarme– ¡Todo esto ha sido idea tuya! ¡Tú has sido la mente, la que ha conseguido los patrocinadores, la que lo ha organizado todo! Yo solo he movido los hilos que tú marcabas. Has salvado la empresa, y no solo eso, sino que los beneficios obtenidos nos permitirán expandirnos, contratar a más gente y llegar a un mayor número de personas. ¿Qué piensas?

—Pienso en el cuento de la lechera.

—¿Qué es eso? –suspiro, niego con la cabeza y me alejo un paso.

—¿No es demasiado pronto para cantar victoria? A ver, todavía se puede ir todo al traste.

—Sinceramente, no lo creo.

El teléfono vuelve a sonar, y aprovecho el momento para salir de su despacho y regresar a mi puesto.

Durante el resto del día soy una máquina rápida y eficaz, no dejo que nada me distraiga. Solo una cosa podría romper mi equilibrio, y mi cara se contrae unas décimas de segundo en cuanto la veo aparecer por la puerta. Sus ojos me recorren como si con eso tuviera el poder de despellejarme, reproduce una mueca en su fino y pálido rostro y corre a refugiarse en el despacho de James, ni siquiera espera a que la anunciemos, como en otras ocasiones.

—Ha estado llamando a la oficina desde Londres como una loca. Cuando he llegado esta mañana, había una decena de mensajes en el contestador, todos dirigidos al señor Orwell –cuchichea Vanessa.

—Ah –digo sin mostrar demasiado interés, pero ella está dispuesta a insistir para provocar una reacción por mi parte.

—Al parecer él no pasó las vacaciones con su prometida, ¡se quedó aquí! ¿Te lo puedes creer?

—Lo cierto es que no me interesa –respondo secamente y regreso la vista al monitor de mi ordenador.

—¿Qué te pasa?

—¿A mí? Nada –respondo con contundencia.

Media hora después, cuando prácticamente ya me había olvidado de la intrusión del bicho palo en el despacho de James, la veo salir encolerizada, hecha una furia y dando un sonoro portazo. Se cubre el vientre con ambas manos y llama insistentemente al botón del ascensor, hasta que se abren las puertas, luego entra y desaparece.

Suspiro, tengo un montón de papeleo que entregar a mi jefe y contemplo la posibilidad de que lo haga Vanessa, pero por otro lado, la necesidad de verle me puede. Entro en su despacho y mis ojos no alcanzan a ver todo lo que me envuelve. Paso por alto el visible caos que reina en la estancia y me centro únicamente en él. Está en su butaca y sostiene con fuerza su cabeza con ambas manos, solo alza el rostro para mirarme, y al hacerlo, parece que su abatimiento desciende levemente.

—Tengo que entregarle estos papeles.

—Bien. Déjalos sobre la mesa. Gracias.

Me acerco, deposito los papeles cuidadosamente sobre su escritorio y, antes de irme, vuelvo a mirarle, ¡se lo merece! Pero verle así es superior a mí, no puedo contemplar a un hombre tan importante y fuerte destrozado sin tener ninguna reacción. Suspiro por la nariz, bordeo su mesa y me cuadro frente a él, que alza la vista confuso.

Me siento en el borde de su mesa, y sin pensármelo demasiado, tiro de sus hombros rígidos atrayéndolo hacia mi pecho para poder abrazarle, y al mismo tiempo, acariciar su espalda con cariño. Sus brazos se aferran a mi cintura con fuerza, intentando retenerme; en este momento me necesita.

—Tranquilo James, todo se va a solucionar, ya lo verás.

—¿Cómo lo sabes? –susurra en una especie de sollozo que me conmueve el alma, en cuanto me recompongo, sonrío con dulzura.

—Porque de aquí nada verás a un niño rubito, de increíbles ojos azules y terriblemente guapo que te llamará papá. En ese momento, y no antes, sabrás que has tomado la decisión correcta –levanta la cabeza despegándola de mí.

—¿Aunque eso signifique perderte? –vuelvo a sonreír, pero esta vez, con cierto matiz de tristeza.

—James, como ya te dije una vez, para perderme primero tendrías que tenerme, ¿no crees? –se le escapan unas lágrimas que corren rápidas por su mejilla, se apresura a enjugarlas y se aparta de mí.

—Por un fugaz instante me lo pareció. Es una locura, ¿verdad? Tengo más de lo que necesito, sin embargo, no puedo tener lo único que deseo.

—¿Por qué no puedes arreglarlo con tu futura esposa? –reproduce una mueca de angustia.

—Porque ella no eres tú. Además, no la quiero, creo que nunca la he querido, de hecho, iba a dejarla antes de saber que...

—Ya –le interrumpo a bocajarro, me resulta demasiado duro seguir hablando de esto y fingir que no me duele–. Solo dime una cosa James, hay algo más, ¿verdad?

—¿A qué te refieres? –pregunta confuso, esquivando mi mirada.

—Que hay algo que aún no me has contado, algo más que te preocupa, que te consume por dentro y no tiene nada que ver con tu prometida y con el bebé.

Noto ese ligero pestañeo nervioso, ese caos y dolor bajo la calma y control aparente que siempre le precede, no puede engañarme, ya no, le conozco demasiado bien para no dejarme llevar por las apariencias.

—¿Tan evidente es? –pregunta al fin, transcurridos unos interminables segundos que me parecen horas.

—¿Qué es? –su cuerpo se torna rígido, se separa y da media vuelta ocultándome su rostro.

—No puedo hablar de eso.

—Inténtalo –insisto, niega con la cabeza y suspira antes de volver a focalizar su atención en mí.

—Hay aspectos de mi vida que es mejor que no vean la luz.

Me mira mientras intento contener el fuerte torrente de emociones que me envuelven ahora mismo. Después de todo lo que he hecho por él, después de todo lo que le he demostrado, de todo a lo que he cedido, no es capaz de abrirse a mí. No soy lo bastante importante, y ser consciente de ello aumenta mi rencor hacia él.

—Entiendo.

—No es lo que piensas –interviene intentando descentrar mis pensamientos–, confío en ti y nada me gustaría más que tener el valor y la fortaleza necesaria para poder hablarte claramente de..., eso, pero prefiero que ciertos asuntos formen solo parte de mi intimidad.

—Está bien James, no volveré a preguntártelo –me incorporo y estiro mi vestido hacia abajo–. Ahora debería regresar al trabajo –asiente sin poner objeción y me marcho.

Por hoy, ya he tenido bastante. Sé que la vida de James es todo un misterio, que hay cosas que jamás me dejará ver y que pesan más que la supuesta “atracción” que siente por mí, solo me basta conocer eso para ser consciente de que ya no queda atisbo de esperanza al que aferrarnos para seguir adelante con esta historia, ha sido bonita mientras ha durado, pero al final, ha quedado en una simple aventura.

Tengo que concentrarme al máximo en alejar algunos pensamientos para que todo esto no me afecte más de lo que puedo soportar, no quiero sufrir, de hecho, siempre he pensado que sufrir a causa de un hombre es una forma estúpida de malgastar el tiempo, y no voy a cambiar ahora.

41

 

 

 

Pasada la primera semana todo empieza a verse con más claridad, James se centra, y nuestra relación se limita estrictamente a lo laboral. Debo admitir que eso me decepciona un poco, pero no puedo decir que no me lo esperaba.

Cuando termina la jornada, salgo del despacho y camino hacia el ambulatorio donde trabaja Elena, hemos quedado para ir a dar una vuelta. De algún modo, volver a la rutina me ayuda a continuar.

—¡Hola Anna! –me abraza.

—¿Qué tal?

—Uffff... Un día entretenido. Hay un brote de gripe, así que ya te puedes imaginar...

—Ya.

—Y tú, ¿qué? ¿Algo nuevo respecto a James? –hago una mueca de inconfundible asco.

—Sabes que no, ¿por qué no dejas de preguntarme?

—¡Porque es una pena! Hacíais tan buena pareja... –me echo a reír.

—¡Pero qué dices! ¡Si no podríamos ser más distintos!

—Precisamente por eso, además, ese hombre te miraba de una forma que tendría que estar prohibido. Te quiere, Anna, parece mentira que no te des cuenta.

—Se va a casar y espera un hijo de otra persona, así que no, no me quiere –pone los ojos en blanco.

—Lo que tú digas, sé lo que me digo. Pero, en fin, si no piensas luchar por él, tal vez sea porque no te merezca.

—¡Pero bueno! ¿De verdad eres mi amiga?

—Siempre lo seré; aunque a veces te equivoques –bufo desesperada.

—Por favor, ¿podemos dejar ya el tema?

—Como quieras –dice alzando los brazos–, con decirte lo que pienso me quedo más tranquila.

Entorno la mirada, me paro y reanudo el camino metiéndome por un estrecho callejón perpendicular a las ramblas.

—¿Dónde vamos?

—A tomar un helado, me apetece.

—¿Un helado en enero?

—Es cuando mejor sientan. ¡Vamos!

—Desde luego que eres rara... –me echo a reír, pero me salgo con la mía.

Diez minutos después nos detenemos frente a la vitrina de los helados italianos; los devoro con los ojos.

—¿Tú cuál quieres?

—Yo no pienso comer helado, gracias. Me apetece más un café solo.

—¡Por el amor de Dios, Elena! A veces parece que estoy hablando con un jubilado de noventa años.

El chico que hay detrás del aparador me mira, está esperando a que elija uno y lo tengo complicado, ¡me los comería todos!

—A ver..., creo que ese de allí –digo señalando una gran montaña de chocolate–, el de nutella.

—¿De nutella? –pregunta Elena alarmada.

—¿Qué tiene de malo la nutella?

—Nada, si eres una niña de cinco años.

¡Madre mía, qué muermazo de tía! Paso de su comentario y me centro en el chico, que me pregunta si lo quiero en cucurucho o vaso.

—En cucurucho, por favor.

—¿Y usted? –dice mirando a mi amiga, yo también me centro en ella, entrecerrando los ojos mientras espero su decisión.

—Supongo que tengo que acompañarte, ¿no?

—Me temo que sí.

—Bien, entonces deme uno de ron con pasas –sonrío por su elección, muy de adulta, ¡sí señor!

Salimos al exterior, hace un frío que cala hasta los huesos, pero las dos nos miramos y damos un enorme lametón a nuestros cucuruchos.

—Mmmmm... ¡Esto está increíble! –le digo sin parar de reír–. ¿Quieres?

—No, gracias. ¿Tú del mío?

—¡Qué va! No hay nada mejor que la textura de la nutella deshaciéndose poco a poco en la boca.

—Seguro que mañana tendremos anginas.

—¿Vas a estar quejándote todo el tiempo? Solo es por saberlo...

—No –se echa a reír–. Me encanta el helado.

—¡Es un alivio oír eso!

Seguimos lamiendo el cucurucho con devoción, la verdad es que esta escena es un poco porno, pero ahora mismo nos da igual ser el centro de las miradas de los chicos jóvenes, es nuestro momento.

—Te has manchado la nariz –dice, y yo, alzo la mano para retirarme los restos de chocolate.

De repente, mi mandíbula se desencaja al ver ese ángel perfecto despidiéndose de un amigo, diciéndole adiós con la mano y dándose la vuelta mientras mete las manos en los bolsillos de su trenca. Elena se gira siguiendo mi mirada, y entonces, su cuerpo se vuelve de gelatina. Empieza a temblar, temo que sus rodillas cedan en cualquier momento. Carlos arquea las cejas sorprendido al reconocerla, nos saluda con la cabeza y cambia el rumbo para venir hacia nosotras.

—¡Me cago en ti, Anna! ¿Ahora qué coño hago con el helado? –me echo a reír, ¡pero qué cosas tiene!

—¿Qué vas a hacer, mujer? ¡Comértelo antes de que se te derrita! Métele unos buenos lametones, seguro que a partir de ahora, Carlos te ve con otros ojos.

—Te parece divertido, ¿no? –sigo riendo sin poder contenerme.

—La verdad es que sí. Mucho.

Me callo en cuanto nuestro Adonis particular se detiene frente a nosotras, es tan guapo que hipnotiza.

—Buenas tardes, Elena. Anna...

—Buenas tardes, Carlos. ¿Te apetece un poco de helado de nutella? –le pongo el helado en las narices, se ríe y niega con la cabeza echándola hacia atrás.

—No, gracias. Me parece que no es la mejor época para disfrutar de un refrescante helado.

—Déjame adivinar..., preferirías un café solo ahora mismo, ¿verdad? –me mira extrañado.

—Pues sí, ¿cómo lo sabes?

—Intuición femenina –digo sin mucho interés; ahora no me cabe ninguna duda: estos dos están hechos el uno para el otro, tienen el mismo nivel de aburrimiento en vena.

—¿Quieres que nos sentemos a tomar algo? –pregunta Elena, y yo, la miro complacida; mi amiga habla, ¡HABLA!

—¡Claro! Conozco un sitio aquí cerca que sirven un café excelente. Podemos ir caminando, así hacemos tiempo para que os acabéis el helado.

—Oh, qué considerado.

Mi amiga me da un codazo en las costillas tras mi comentario sarcástico, reprimo el quejido y me coloco a su lado, dejándola en medio para que converse con su amor platónico. Como es de prever en una pareja de aburridos, solo hablan de trabajo, pero bueno, mientras Elena tenga cosas que decir ya me puedo dar por satisfecha.

Me doy cuenta que en ningún momento ha vuelto a llevarse el helado a la boca, por lo que se le está derritiendo en la mano, esa imagen no puede resultarme más patética. De repente, hace un inesperado movimiento con el brazo y la chorreante bola de ron con pasas se le cae encima; su impoluta camisa blanca ahora parece estar empapada de vómito debido al color del helado y el moteado de pasas. Sus mejillas arden literalmente, y sin poder esconder su vergüenza, se disculpa de Carlos dirigiéndose de inmediato al bar paquistaní que hay al lado para limpiarse en los servicios; por el contrario, yo ya he acabado con mi helado, ahora solo me queda la crujiente galleta. Mientras la muerdo distraída como quien no quiere la cosa, decido conversar con él, ya que Elena está tardando demasiado y tengo miedo de que se aburra y se vaya antes de que regrese.

—Oye Carlos, tengo una pregunta...

—Adelante –me incita a preguntar. Pobre, no sabe lo que ha hecho...

—¿Por qué no invitas a Elena a cenar alguna vez? Estoy convencida de que si le das la oportunidad te sorprendería.

Me mira extrañado y hago como si nada, continúo degustando la deliciosa galleta a la que todavía le queda algo de chocolate.

—No creo que sea buena idea, por si aún no te has dado cuenta me rehúye.

—Te rehúye porque le gustas, por eso se pone nerviosa, no sabe qué decir y se le caen las cosas de las manos. La confianza en sí misma no es algo que le sobre, pero cuando le das un pequeño empujón y le haces ver su valía, descubres que es una persona increíble: centrada, tierna, empática..., con la que puedes hablar de todo y divertirte.

Mira hacia un lado reconsiderando mi argumento. Parece indeciso, así que vuelvo a atacar y arriesgo un poco más para ver qué encuentro si le tiro un poco de la lengua.

—Me he fijado en como la miras, sé que no te es indiferente, pero si ninguno de los dos os atrevéis a dar un paso nunca sabréis si lo que sentís puede o no tener futuro.

—Es difícil –¡ya estamos! Los hombres y sus dificultades.

—A ver –pregunto cansada–, ¿por qué?

—No te voy a negar que Elena me atrae, tiene algo, pero trabajamos juntos, y por extraño que parezca no quiero intimar con gente con la que trabajo. Eso de llevarme la faena a casa y que lo único que nos una sean conversaciones laborales, es lo peor que hay en el mundo.

—Llegad a un acuerdo.

—¿A qué te refieres?

—Propón una cita con tabús, prohibido hablar de trabajo, así, ambos tendréis que esforzaros por encontrar otros temas de conversación. No cuesta tanto como pueda parecer, además, podéis pactar qué hacer si uno de los dos se salta la norma... Puede ser divertido si le ponéis imaginación –Carlos sonríe, parece que le estoy convenciendo.

Elena regresa con nosotros poco después, ha intentado quitarse la mancha, pero se ha mojado demasiado la blusa y ahora se le transparenta el sujetador. Carlos también se ha fijado, y aunque ha desviado la mirada, no le ha pasado desapercibido. Yo sonrío, la verdad es que está muy sexy así.

Una fuerte carcajada procedente de él, hace que las dos le observemos con estupefacción. Carlos levanta el pie derecho y pisa con fuerza el enorme trozo de papel higiénico que Elena lleva pegado al zapato.

—¡Por Dios, Elena! ¿Qué te pasa a ti con los baños públicos? –digo alucinada porque no pueda ser más torpe.

En ese momento me sorprende, y en lugar de ponerse roja como un tomate y hacerse más pequeña, se echa a reír. Agita la cabeza para retirarse el pelo de la cara y añade:

—Estas cosas solo me pasan delante de ti –dice señalando a Carlos con un dedo–, debes traerme mala suerte.

¿Y ese brote de naturalidad? No es propio de ella, pero me encanta que sea así, que se desinhiba un poco delante del chico que le gusta. Carlos también ríe, y por el brillo que adquiere su verde mirada, me doy cuenta de que se ha enamorado un poquito más de ella. Seguimos caminando en dirección al bar que nos ha recomendado el buen doctor. Al llegar, me siento con ellos y pido una botella de agua, el café a las siete de la tarde no es lo mío, pero ellos sí que se piden un café, y tras este otro mientras hablan y hablan, esta vez, de los hechos acontecidos durante sus vacaciones de Navidad. Yo aquí estoy de más, parece que esté contemplando un partido de tenis: primero habla uno, luego el otro... No puedo evitar sentirme feliz por mi amiga, está venciendo su timidez dejando que él la descubra, y poco a poco la vea como la veo yo.

Tras apurar mi botellín, me excuso y escabullo para dejarles a los dos a solas. Me voy sonriente, sabiendo que al final del día se producirá esa cena que llevará a otra y luego a otra más. Si hay algo que tiene Elena es que engancha, en cuanto la conoces no te imaginas una vida sin ella, y eso mismo le pasará a Carlos; si es que no le ha pasado ya.

Abro la puerta de mi apartamento, Lore se acerca con el semblante muy serio a recibirme. Hoy no hay risas en sus ojos, y eso me hace suponer que algo ha pasado. Mi rostro se ensombrece a medida que me acerco a él.

—Tenemos que hablar –dice, y yo, empalidezco en el acto.

Me acerco al sofá y tomo asiento, toda esta situación me está poniendo los pelos como escarpias.

—¿Qué pasa? –pregunto con impaciencia.

—No quería decírtelo, pero creo que debes saberlo.

—Vale, dime –trago saliva y me preparo mentalmente para lo que sea que tiene que decirme.

—Hace días que ha llegado un caso especial al bufete, de lo más inusual.

—¿El qué? ¡Lore, por favor, me tienes en ascuas!

—Vale, ahí va: me han asignado a un nuevo cliente, Alexa Williams. Acabo de recibir unos documentos, y por eso he caído. ¿Es la mujer que está con tu jefe? –mis ojos se dilatan por la sorpresa.

—Sí. ¿Qué ocurre? –Lore suspira.

—Que conste que esto solo lo hago por ti, violar la confidencialidad de mis clientes no es algo que acostumbre a hacer y lo sabes.

—Lo sé.

—Bien –coge aire y se acerca a mí para hablar más bajo–. Esa mujer ha acudido al bufete en varias ocasiones para pedirnos consejo y asesoramiento legal, como ya te he dicho, es un caso inusual, pero el cliente manda y es el que paga.

—Sigue –le ruego poniéndome más tensa.

—Esa mujer nos está pidiendo información acerca de cláusulas matrimoniales para salir ventajosa en caso de divorcio.

—¿Cómo dices? ¡Si aún no se ha casado!

—Lo sé, pero por lo que sé, va a hacerlo pronto y no quiere durar mucho tiempo con él, pretende pedirle el divorcio exprés y llevarse un montón de pasta.

—¡Madre mía...! –mi corazón se encoje–. Pobre James, que le separen de su hijo es algo que no quiere ni pensar.

—Aún falta lo peor, el hijo que espera no es de James, al parecer es de un novio asiático que alguna vez la ha acompañado al bufete.

—¡¿Qué dices?! ¿Cómo lo sabes?

—Ella misma lo ha reconocido, por eso tiene tanta prisa en casarse antes de que nazca el bebé, porque en cuanto lo haga su plan se irá al traste al hacerse evidente que ese hijo no es de James, así que lo único que quiere es asegurarse un buen futuro a costa de tu jefe.

—Pero eso no tiene ningún sentido. ¿Por qué os ha pedido a vosotros asesoramiento? ¿Por qué no hace estos trámites en Londres, lejos de él?

—En Londres él acabaría enterándose, ten encuentra que los abogados más reputados trabajan para su empresa. Además, piensan casarse en España, por lo que necesitan estar en consonancia con las leyes de aquí.

—Esto es... –me quedo sin palabras y se me hace un nudo en la garganta–. ¿Cuánto hace que sabes esto?

—Me he enterado hoy de que el afectado en cuestión es James Orwell, pero esa mujer lleva viniendo al bufete desde antes de Navidad a espaldas de él. Encima me han asignado a mí su caso, y yo le he facilitado todos los datos que necesita –sonríe quedamente–. Resulta irónico.

—Esto es terrible. ¿Todo esto es legal?

—Es legal, Anna. Si James firma los papeles que ella le entregue, ya no habrá vuelta atrás.

—Vaya... Estoy convencida de que Alexa se encargará de hacerle firmar varias cosas y filtrará ese papel sin que él se dé cuenta, abusando de su confianza.

—¿Y bien? Ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer? ¿Le vas a prevenir?

—No –digo con contundencia–. No pienso mover ni un solo dedo.

—¿Por qué? –me pregunta extrañado–. Creí que te gustaba.

—¡Y me gusta! Pero ha elegido tener una vida con ella de la forma que sea, si no es lo suficientemente inteligente para tener los ojos abiertos... Además, ¿te haces una idea de lo extraño que resultaría que yo le informase de algo así? ¡Parecería que quiero separarles para salir victoriosa!, y eso, jamás. Si él no me ha escogido a mí porque prefiere a su novia, que se atenga a las consecuencias, eso sí, has hecho bien en avisarme, porque sé que en cuanto se destape todo este asunto él volverá a refugiarse en mí, pero ahí estaré yo, para recordarle que no soy el segundo plato de nadie. O soy la primera elección, o nada –Lore me mira impresionado, frunce los labios y permanece así un buen rato.

—Eres demasiado orgullosa, reina.

—Sí –admito sin dudarlo–, soy orgullosa, ¿y qué? Estoy cansada de esta situación, de su poca capacidad de reacción, de que se deje mangonear por esa mujer y no tenga el valor de ponerle las cosas claras. ¿De qué tiene miedo? Me niego a creer que solo le impida dar el salto no tener contacto con su hijo, debe haber algo más. A ver, ¿cómo ha conseguido esa mujer tan insulsa tenerlo entre sus redes durante tanto tiempo? ¿No te has parado a pensarlo?, porque yo sí, y no me cuadra. Esta historia no acaba de encajar, y eso me da rabia –bufo de pura frustración–. No seré yo la que le abra los ojos si no veo en él una ligera voluntad de cambio –sentencio con contundencia cruzando los brazos sobre el pecho –¡Ala! Ya he dicho todo lo que pienso.

—Te arrepentirás de esto, lo sabes, ¿verdad? –emito un bufido.

—Tal vez, pero este asunto no es de mi incumbencia y no voy a utilizarlo a mi favor.

—Está bien, tú verás. Me he visto en la obligación de contártelo y ya lo he hecho, la decisión es únicamente tuya.

—Lo sé.

—Pero si cambias de idea, te diré...

—¡No pienso cambiar de idea! ¡Ni ahora ni nunca! En lo referente a este asunto tengo las ideas muy claras.

Me levanto y camino dando zancadas hacia la puerta. Antes de salir, escucho a Lore añadir por la bajo: Terca como una mula.

No contradigo su opinión, no ha dicho ninguna mentira, soy terca, orgullosa e incapaz de disimular que esta situación me indigna. ¡Si es que estas cosas solo le pueden pasar a James! ¡Solo él puede estar tan ciego como para no darse cuenta de nada dándoselo todo a una persona que lo único que quiere es aprovecharse!

42

 

 

 

Pasa una semana más en la que intento esquivar todo lo posible a mi jefe y a esa arpía de Alexa. Es inevitable que cuando la veo desfilar desde el ascensor al despacho de James, a mi mente acuda la música de uno de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente y una voz en off describiendo la fauna que capta el objetivo de la cámara. Creo que leí una descripción hecha por Alex Blame sobre la fauna peninsular que me hizo mucha gracia, era algo así como:

»Debido a sus cuerpos y extremidades extremadamente largas, su cabeza pequeña y ojos grandes y desproporcionados, todos los taxónomos coinciden en clasificar a estos curiosos especímenes dentro del orden de los Fásmidos, más vulgarmente conocidos como insectos palo.

La vida de estos insectos, aunque brillante salvo excepciones, es bastante fugaz. Son unos animales muy sensibles y difíciles de mantener, ya que sufren todo tipo de enfermedades terribles como la celulitis, arrugas y/o verrugas, y la ganancia de peso, que son enemigos mortales de esta especie.

Su dieta es, casi en su totalidad, vegetariana y muy escasa, y practican la regurgitación de la comida en repetidas ocasiones. Aunque los científicos no han podido ponerse aún de acuerdo en las razones de este comportamiento, se cree que puede deberse a complejas formas de eliminación de comida sobrante.

Las capas que muestran suelen ser muy variadas, pero todas son vistosas y cambiantes, y a diferencia del resto del mundo animal, suelen ser las hembras las que llevan los colores más vistosos para atraer a los machos en los sitios de moda y en fiestas VIP, dónde eligen a su pareja por su aspecto y el bulto que hace su billetera. No es común, pero se han dado casos en que la hembra se ha comido al macho después de aparearse.«

 

Lo que te espera, James... Se me escapa la risa tras esa acertada descripción que ahora me ha venido a la mente. Intento tomármelo así para que me resulte más llevadero, a estas alturas no puedo ocultar que Alexa me cae mal. ¡No se puede ser más mala! Desde que sé lo que trama, aún me cae peor, creo incluso que ese odio es mutuo, porque no se puede decir que ella me mire como a una secretaria más de la empresa.

Les observo salir cada tarde a los dos juntos y se me revuelven las tripas, a veces él se para a mirarme, me busca incansablemente esperando una respuesta por mi parte, pero corresponder a su demanda no es una opción.

Cada día esta situación me resulta más dura, siento que estoy más lejos de él y más terreno gana ella con ese empeño suyo de seguirlo a todas partes. Sé por qué, tiene miedo de mí porque ha visto mis pósteres repartidos por toda la oficina y los anuncios que cada día invaden los canales de televisión. Por suerte, la campaña no podía ir mejor, al menos tendrá un buen fondo para compartir con su futura esposa.

En cuanto llega el final de mi jornada, recojo mis cosas y me cuadro frente al ascensor; últimamente soy siempre la última en salir de la oficina. Se abren las puertas y me encuentro a James, solo. Me pego un susto de muerte, pero no digo nada y me meto dentro; él, en lugar de salir, se queda conmigo. No sé hacia dónde mirar, no cabe ninguna duda que me he puesto nerviosa.

Como ya es habitual, son muchos los sentimientos contradictorios que me inspira, y yo, no soy capaz de contener el torrente de emociones que me embargan cuando vuelvo a tenerlo tan cerca, sin testigos que nos cohíban. Suspira, alza su dedo índice y presiona el botón de parada del ascensor. Tardo unos segundos en comprender lo que está pasando y reaccionar.

—¿Qué haces? –pregunto asustada.

—Detener el tiempo.

—¿Cómo dices?

Le esquivo, intento dirigirme a los botones del cuadro y pulsar el de la planta baja, pero él retira mi brazo antes de que logre llegar a mi objetivo.

—Aquí solo estamos tú y yo, no existe nadie más.

—¿Y qué pretendes decir con eso? –pregunto a la defensiva haciéndome la ingenua.

No me contesta, alza una mano y pasa sus largos dedos entre los mechones de mi cabello. Y ahí están otra vez esas dichosas cosquillas, las que me provoca con cada cosa que hace. Mi corazón late audible contra mis costillas y el aliento se me queda atascado en la garganta, pero debo mantenerme firme y no ceder, pese a que le deseo, le necesito, le echo muchísimo de menos y... ¡A la mierda todos los impedimentos, que la vida son dos días!

Le cojo por sorpresa cuando me tiro literalmente a por un beso, trabo mi boca a la suya con un afán casi febril, no es deseo en absoluto, se trata de pura necesidad agudizada por el dolor que me causa no poder estar juntos. Sin dejarle apenas espacio para respirar, me muevo con insistencia desatando todo mi calor, que a su vez, se extiende por su cuerpo convirtiéndonos a ambos en una bola de lava incandescente. Percibo la presión de sus brazos al rodear mi cintura, y un segundo después, infiltra sus cálidas manos por debajo de la camiseta. Mi piel me traiciona y se vuelve de gallina, anhelando sus caricias.

Me quita la camiseta antes de volver a besarme, mientras me entretengo en desabrochar, uno a uno, los botones de su camisa hasta llevarla hacia los hombros con mis manos y retirársela. Seguimos besándonos con desesperación, de forma dura, como a nosotros nos gusta. Entonces, siento como sus manos me aprietan el trasero y lo masajea, luego asciende, recorriendo con las yemas de sus dedos mi espalda hasta desabrochar el sujetador, liberando así mis pechos. Se inclina para lamerlos, y yo, echo la cabeza hacia atrás, simplemente se los entrego, como todo mi cuerpo, que no hace más que seguirlo a él en lugar de a mí.

En un ataque de locura me separo, poniéndome de rodillas frente a él, y desabrocho con urgencia sus pantalones hasta arrastrarlos hasta los tobillos; ahí está el motivo de todos mis desvelos. Sonrío y empiezo a lamer de esa forma que sé que le vuelve loco, me aferro a sus caderas y jugueteo con la lengua sobre su miembro, entornando las pestañas para mirarle a través de ellas. Cierra los ojos mientras emite un ronco jadeo, cuando vuelve a abrirlos, los percibo excesivamente brillantes, ardientes. Verle así me colma por dentro.

Me levanta con un enérgico movimiento y termina de desnudarme con prisas, mi respiración se altera, mi cuerpo se estremece y toda yo, me deshago cuando él me da la vuelta, colocándome frente al espejo. Me alza ligeramente y me penetra desde atrás, con una potente embestida mientras una de sus manos agarra uno de mis pechos con firmeza. Coloco mi mano en el cristal, para poner cierta distancia entre éste y mi cuerpo, mientras me dejo vapulear a su antojo. Nuestros ojos se encuentran en el reflejo, sé que verme así le pone aún más cachondo. Me inclino hacia atrás, recostando la cabeza en su hombro, dejándome dominar por todo ese placer, y James, aprovecha para morderme el cuello. Chillo, él gruñe, me penetra sin piedad una y otra vez, elevándome sin esfuerzo hasta que me dejo ir, sintiendo como su insistente miembro cava un profundo hueco dentro de mí.

En cuanto terminamos, alza su rostro para mirar al frente y encontrarme en la superficie reflectante. Los dos estamos sudando, respirando con dificultad tras lo ocurrido. Con delicadeza, vuelve a depositarme en el suelo, agachándose a continuación para recoger mi ropa y entregármela.

Me visto como puedo, aún me falta el aliento, incluso la cabeza me da vueltas. James se retira el preservativo con sumo cuidado, no sé en qué momento se lo ha puesto, pero por suerte, uno de los dos tiene cabeza.

Cuando estamos más o menos presentables, vuelve a presionar el botón de la planta baja, se acerca a mi oído y susurra:

—Fantasía número uno cumplida –se me escapa una discreta risilla que intento contener a toda costa.

El ascensor se detiene, y Pol, se queda sin habla en cuanto nos ve. Salgo decidida del pequeño habitáculo mientras me peino con los dedos. Miro hacia atrás y sonrío, James me devuelve la sonrisa y las puertas vuelven a cerrarse. Posiblemente regrese al lugar de partida, para recoger aquello que se ha dejado.

Antes de salir del edificio, bajo la atenta mirada del guarda de seguridad, digo:

—Esta vez sí, Pol, y ha sido sensacional.

Empieza a reír de forma descontrolada tras intuir a lo que me refiero, y acompaño sus risas mientras me dirijo hacia la puerta acristalada con la cabeza bien alta. Sé que no dirá nada de lo que ha pasado dentro del ascensor, así que no me preocupa. Lo único que me impide vivir plenamente el recuerdo de esta aventura, es el arrepentimiento que intuyo que experimentaré mañana, pero como dice mi madre: mañana queda muy lejos, y ahora, nadie me quita lo bailao.

43

 

 

 

Dejo los papeles en la mesa y me pongo el abrigo, Vanessa no me va a dejar trabajar esta vez, dice que hace días que no voy a desayunar con ellas y empieza a tomárselo como algo personal. No tengo más excusas que ofrecerle, me queda mucho por hacer, pero, ya no puedo alargarlo más.

Mónica sonríe y empieza a aplaudir en cuanto traspaso la puerta del bar. Nuestra mesa de siempre está dispuesta, así que me siento en mi lugar y, en cuanto estamos acomodadas, levantamos la mano derecha a la vez para que nos vea el camarero.

—Ya pensaba yo que el mandón de tu jefe no te dejaría salir hoy tampoco.

—Él puede dejarme o no –espeto encogiéndome de hombros–, al final haré lo que me apetezca.

Ambas se ríen por lo bajo. El camarero de siempre nos saluda, deposita cuidadosamente la bandeja sobre la mesa y nos entrega, sin error, a cada una su desayuno.

—Disculpen... –nos mira a las tres, cerramos el pico y le prestamos toda nuestra atención; no estamos acostumbradas a que nos hable, normalmente se limita a tener un trato cordial sin más–, si no es mucho pedir, ¿podría firmar mi libreta? –pregunta extendiendo la libreta donde apunta los pedidos y un bolígrafo.

Mónica se tapa la boca para no reír, y Vanessa, le da un discreto codazo en las costillas.

—¿Quieres que te firme una libreta? –mi incredulidad desata las risas del grupo mientras el chico se pone más y más rojo.

—¿No es usted la chica del anuncio? El de las cremas... –¡madre mía, no me jodas que ahora me van a reconocer!

—Pero quieres que te firme en la libreta –insisto.

—Es que no tengo una foto a mano.

—Oh, por eso no te preocupes –Vanessa abre su bolso bajo mi impasible mirada y saca una revista.

Cómo no, hay un diminuto espacio dedicado a mí, mi cara en un primer plano, en blanco y negro, bajo el eslogan de las cremas. Arranca la hoja y se la entrega al camarero.

—Muchas gracias –dice a Vanessa con una tímida sonrisa–. Tenga –me entrega la hoja de la revista y miro a mis amigas con los ojos abiertos como platos.

—Entonces deduzco que este desayuno es a cuenta de la casa, ¿verdad?

—¡Por supuesto! –exclama el chico dedicándome una desproporcionada sonrisa.

—Vale, entonces dame el boli –firmo el papelito, solo con mi nombre y una rayita enroscada, y se lo devuelvo.

—Muchas gracias, Anna.

—De nada.

En cuanto se va, Mónica se recuesta en la silla sin dejar de sonreírme.

—¡Anda que vaya morro tienes! –dice negando con la cabeza mientras sostiene su taza de café.

—¡De morro nada! Al menos que sirva de algo que salga en las revistas, ¿no crees? Pero bueno, no intentes escabullirte cambiando de tema, sincérate con nosotras, ¿qué tal con Raúl?

—¿Raúl? –pregunta Vanessa sorprendida.

—Sí, es el adolescente buenorro que va detrás de Mónica.

—¡Qué me dices!

—¡Calla, calla, que no es para tanto! No hay nada entre nosotros.

—¿No? –la miro atentamente–. Pues mira que los adolescentes a esa edad, tienen las hormonas revolucionadas... –Vanessa se echa a reír.

—¡Ay, Anna! ¿Por qué haces que todo parezca una perversión sexual?

—Tanto como perversión... Pero no me negarás que no te da morbo –su tez se torna de un rojo intenso y se me escapa la risa.

—De momento solo hemos tomado café un par de veces, una banal charla y poco más.

—Uuuu... Un par de veces... –digo cogiendo una tostada y llevándomela a la boca–. Esto promete.

—¡No pienses mal, por favor! –me echo a reír tapándome la boca para que no se vea mi desayuno a medio masticar.

—¡Si yo no pienso mal! Pero me hace gracia lo de los cafés. Vamos, ¿a quién pretendes engañar? Ese chico te gusta, de lo contrario nunca le habrías dejado invitarte a nada.

—¿Te gusta? –interviene Vanessa.

—No lo sé… –reconoce tras un largo bufido–. Digamos que no me lo paso mal con él, me hace reír, y eso no es fácil.

—Doy fe –espeto con la boca llena.

—¡Oye! ¡Traga antes de hablar!

—¡Pero bueno! ¿Es que acaso eres mi madre? –doy un gran mordisco a mi tostada, lo mastico solo un poco para acomodar el bocado a mis carrillos, y con toda la seriedad que puedo aparentar, digo:

—¡Pamplona!

Vanessa estalla en carcajadas al ver que he dejado la mesa cubierta de diminutas miguitas, sin embargo, Mónica me reprende y se apresura a retirarlas con un periódico.

—¡Qué guarra eres!

—¡Es que me has picado! –alego en mi defensa.

—Bueno, a lo que íbamos, sigue hablándome de ese chico, que me interesa.

Mónica empieza a poner al día a Vanessa mientras yo saco mi teléfono móvil, y en vista que no hay notificaciones, empiezo a alimentar a mi Pou; está famélico el pobre, hace como dos meses que no lo veo. Lo lavo, retiro todas sus caquitas, le doy unas porciones de pizza para comer y, a punto estoy de jugar con él, cuando aparece un mensaje en la bandeja de entrada.

»¡Hola preciosa! Ha pasado mucho tiempo, ¿qué tal vas? ¿Te ha gustado mi regalo?«

 

Arrugo el entrecejo.

—¿Qué pasa? –pregunta Vanessa al ver mi reacción.

—Me han hecho un regalo, acabo de recibir un mensaje diciéndomelo.

—¿De verdad? –su emoción me ilusiona momentáneamente–. ¡Pues vamos a la oficina, que seguro que te está esperando!

No hace falta decir nada más, soy así de infantil, es escuchar la palabra "regalo" y empezar a temblar de emoción. Nos despedimos de Mónica y corremos hacia la oficina como si estuviéramos huyendo de un atracador, solo que en lugar de gritos, hay risas nerviosas por nuestra parte.

En cuanto llegamos a nuestra planta, ahí está, sobre la mesa de cristal de mi escritorio se yergue un pomposo ramo de rosas rojas, eso sí, un ser indeseable le está dando sombra a mis capullos. Me acerco con paso firme hacia él, no me ve venir porque está de espaldas concentrado al máximo en la diminuta tarjeta amarilla de mis rosas.

—Eso es privado –le reprocho con brusquedad al tiempo que me apresuro a retirar la tarjeta de sus narices.

—Si es algo privado debería estar fuera de mi empresa, ¿no cree? –pestañeo aturdida varias veces, ¿qué problema tiene ahora?

—¿Quién es Franco? –prosigue con los labios apretados, y en ese momento reprimo la risa entendiendo su mosqueo.

—No creo que deba darle explicaciones.

—La verdad es que no, pero tengo curiosidad. ¿Qué le ha hecho? –abro mucho los ojos y leo rápidamente la línea que me ha dedicado en la tarjeta:

“Puedo hacerlo mejor si me das otra oportunidad. Franco.”

 

—¿Has leído mi tarjeta? –le pregunto en un tono reprobatorio que no le pasa desapercibido, me dedica media sonrisa apretada y añade:

—No hace falta leer para saber lo que pone. Todos sabemos que un hombre solo envía flores a una mujer por dos motivos: o le ha fallado o está a punto de hacerlo, por eso no me verás nunca enviar flores a nadie.

—¿Ah, no? ¿Tan seguro estás de no haberle fallado a nadie? –se gira bruscamente encarándose, por su reacción, advierto en el acto que tal vez, me he pasado.

—Cuidado Anna, ese ha sido un golpe bajo.

Me guardo mis opiniones para mí, todavía no la quiero liar, así que desciendo la mirada y decido ignorarle. Saco el móvil del bolsillo para agradecer a Franco su regalo, tal vez se merezca una segunda oportunidad; quién sabe, me ha pillado en un momento de flaqueza.

—¿Qué haces? –pregunta James visiblemente alterado.

—Dar las gracias a Franco por su detalle. Resulta que a mí, sí me gusta que me envíen flores.

—¡Ni hablar! –espeta ofendido–. Le recuerdo que durante su horario laboral debe dejar de lado sus asuntos personales.

¡Pero bueno! Con que esas tenemos ahora, ¿no? ¡Lo mismo le diré como se le ocurra volver a abordarme en el ascensor! ¡Esta me la paga!

—Tenga –dice entregándome el fajo de papeles que lleva en la mano–, esto es para hoy. Haga los gráficos con las ventas de los últimos tres años y una comparativa con la de este trimestre, redacte un informe y envíelo a Londres.

Cojo los papeles que me entrega intentando controlar mi ira por medio de la respiración: inspiro, expiro, inspiro, expiro... ¡Funciona! Poco a poco, las ganas de matar, menguan.

—Está bien –contesto con sequedad.

Se gira, pero antes de regresar de nuevo a su cueva, se detiene.

—No sé mucho de la cultura española, pero ¿sabe su padre que tontea con un chico que se llama Franco?

—¿Qué es lo que más le molesta, que esté conociendo a otro chico o que haya decidido pasar de usted?

Mira rápidamente a nuestro alrededor, he dicho eso en voz alta, sin pensar, pero todo tiene un límite, y él, no hace más que tirarme de la lengua. Por suerte, no hay nadie lo suficientemente cerca que haya podido oírnos.

—No me haga reír, Anna, usted no puede pasar de mí del mismo modo que yo tampoco puedo hacerlo de usted.

Entra en su despacho, y yo, suelto el aire bruscamente por la nariz. ¡Pero qué ganas de darle un testarazo! Hay que ver cómo me hace pasar del amor al odio en un solo segundo. Tomo asiento y miro los papeles que acaba de entregarme, convencida de que me ha cargado con tanta faena a modo de venganza personal, y eso, me enfurece todavía más. No hace tanto que me juró que nuestra relación no me ocasionaría ningún cambio en el terreno laboral y mira... Antes de ponerme con la faena, desobedezco deliberadamente a James y abro el gestor de correo para enviar un e-mail a Franco:

»He recibido tus flores. Gracias, me gustan mucho. En cuanto saque un hueco te llamo y nos tomamos algo, ¿de acuerdo? Un besito muy grande. Anna. «

 

Clico en el botón de envío y minimizo la ventana para empezar a pasar los gráficos. No escribo ni dos palabras cuando el teléfono de mi mesa empieza a sonar.

—Le atiende la señorita Suárez.

—Venga a mi despacho inmediatamente –y ahora, ¿qué tripa se le habrá roto? ¡Esto está pasando de castaño oscuro!

Entro en su despacho sin llamar y cierro la puerta. Cruzo de mala gana los brazos sobre el pecho esperando a ver qué quiere el señorito. Su semblante serio me intimida, pero solo un poco, tal vez sea por el contexto en el que me veo envuelta, no por el hecho de que realmente me imponga su autoridad.

—Tráigame una taza de café.

Hasta ahora nunca me había pedido el café, seguramente solo lo hace para fastidiarme, no obstante, me muerdo la lengua. Salgo del despacho de mi jefe y me dirijo al office, lleno una taza de café y regreso al despacho.

—Quiero otro sobre de azúcar –dice, y yo, aprieto aún más los labios.

Vuelvo al office, cojo un segundo sobre de azúcar y regreso al despacho, depositándolo en el platillo junto al primero. Remueve el café lentamente mientras contempla el sobre que acabo de traerle.

—Creo que mejor tomaré sacarina –mi respiración se congela, ¡será estúpido!

Salgo disparada del despacho de mala gana, cojo un puñetero sobre de sacarina, y cuando vuelvo a aparecer ante él, se lo tiro a la mesa. Hace serios esfuerzos por no desatar la risa, yo también los hago, pero por no asestarle un puñetazo en plena cara.

—¿Puede traerme un poco de leche?

—¡Oh vamos! –espeto enérgica haciéndole botar de su asiento–. ¿En serio ha decidido desde hoy empezar a tomar el café con leche?

Hace una extraña mueca de contención, yo solo pienso que como me haga salir a por leche, juro que escupo en la jarra antes de entregársela. Pero no, finalmente asciende su taza humeante y da el primer sorbo delante de mí, la deposita cuidadosamente sobre el platillo y vuelve a remover con la cuchara el contenido con total parsimonia.

—No deje que mi tranquilidad la confunda, estoy muy molesto con usted.

—Y esta vez, ¿por qué? Si puede saberse –pregunto a la defensiva, pero es que no puedo más, ¡este hombre me desquicia!

—Me ha desobedecido.

—¿Cómo dice?

—Le he dejado bien claro que haga a un lado sus asuntos personales durante las horas de trabajo, y usted acaba de enviar un e-mail a ese tipo –frunzo el ceño–. Por si no lo sabe, todos los mensajes que se envían con el correo de empresa pasan primero por mi servidor –siento cómo se me corta la respiración–. ¿Qué puedo hacer con usted, Anna? ¿Sancionarla? Cada minuto de su jornada que dedica a otras cosas yo pierdo dinero.

—Vamos a ver, James –le digo dejando su estúpido jueguecito–, me parece que te estás pasando.

—No, solo protejo y me preocupo de lo que es mío –me mira intensamente–. Ahora mismo, esta empresa lo es todo para mí.

—No creo que enviar un e-mail a Franco ponga en peligro su empresa, es más, que yo esté aquí ahora tratando esto, sí que le está haciendo perder dinero –sonríe, ¡por fin parece que se relaja un poco!

—Tiene razón. En realidad no la he llamado aquí para eso, admito que sí me han molestado esas flores, y más cuando yo también tengo un regalo para usted y pensaba dárselo hoy mismo.

—¿Para mí? ¿Por qué? –se le escapa la risa.

—Porque me apetece, ¿le vale?

—No quiero regalos.

—¿Y esas flores?

—No es lo mismo.

—En eso estamos de acuerdo, yo no voy a regalarle unas simples flores.

Su comentario me enerva, le odio con todo mi ser, con cada poro, cada pelo... ¿Es que se cree superior a Franco? ¡Maldito presuntuoso!

—Le agradezco el detalle, pero no quiero nada –repito.

—Da igual lo que diga, lo va a aceptar.

—¿Ah, sí? ¿Me va a obligar?

—Por supuesto –alza su muñeca para mirar la hora–. Antes de negarse a acatar una de mis órdenes, recuerde que aún estamos en horario laboral –¡pero bueno! ¡Como si eso le sirviera para obligarme a hacer algo que no quiero hacer!

Sin dejarme replicar, se encamina hacia la pared de su despacho, abre la vitrina de cristal mate y saca de ella una caja marrón.

—Pensaba enviárselo por correo, pero prefiero dárselo ahora, eso sí, debe prometerme que solo lo verá esta tarde en la intimidad de su apartamento.

Mi cara hace un rictus extraño, y él, estalla nuevamente en carcajadas. ¿Qué está pasando? Hace un momento parecía que quería sancionarme, y ahora, ¿me da un regalo?

—No lo quiero –me apresuro a decir tan pronto se acerca.

—¿Acepta unas flores de alguien que le ha defraudado y no puede aceptar mi obsequio?

Estoy a punto de decir que él también me ha defraudado, pero antes de abrir la boca, me doy cuenta de que este no es el mejor momento para esa intervención, en su lugar, digo:

—No quiero nada que provenga de usted.

—Me hago cargo, ahora, lléveselo y no me decepcione más, por favor.

Aprieto los dientes resignada, y cojo la dichosa caja. Salgo apresuradamente del despacho, rezumando todo el enfado y la indignación que he estado cultivando durante el transcurso de la conversación, pero si piensa que voy a esperarme a llegar a casa para abrirla, está soñando. Me encierro en el baño, y tras comprobar que no hay nadie, pongo la caja sobre la pica. Empiezo a romper el papel marrón con los dedos, y en cuanto la abro, mi mandíbula se desencaja.

Del interior de la caja saco una gabardina marrón, la miro sin comprender a qué viene este regalo y la dejo a un lado. También hay un par de zapatos de tacón de aguja muy bonitos, de color negro, junto a un paquete con unas medias negras de encaje, y más al fondo, un sobre con una tarjeta escrita a mano. No pierdo un segundo en leerla:

“Fantasía número 2

Lugar: Hotel Majestic, habitación 534

Hora: 21:00h.

Requisito: Imprescindible vestirse únicamente con las prendas que hay en el interior la caja.”

 

¡Pedazo de gilipollas! Rompo la nota en mil pedazos y la tiro al váter ¡Por mí se puede quedar esperando toda la noche si quiere! Eso sí, los zapatos, me los quedo, por estúpido. Y bueno, ya que estamos, la gabardina y las medias también, seguro que les encuentro un buen uso.

 

 

 

44

 

 

 

Tras una larga deliberación, me encierro en el cuarto de baño de mi pequeño apartamento para ducharme, al terminar me seco el pelo, y una vez listo, me siento sobre la tapa del váter, me inclino hacia delante y coloco las manos entre las rodillas para deliberar. En este preciso instante soy plenamente consciente de que ya he tocado fondo, este es el fin, el momento de retirarme del triángulo amoroso compuesto por Alexa e hijo, James y yo. Creo que me he implicado demasiado, tanto como para hacerme daño voluntariamente, y aunque no lo parezca yo me quiero, no merezco a medio hombre, sino a un hombre entero que no solo me llene en la cama, sino en muchos otros aspectos que también son fundamentales para mí. Con James nunca tendré eso, y lo peor de esta situación, es que mientras siga prestándome a su juego tampoco conoceré a nadie que pueda darme todas esas cosas que busco, así que por mi propio bien, debo cortar por lo sano.

Miro la caja que descansa en el suelo consciente de que hoy será la despedida, voy a cumplir la fantasía de James ya que a mí también me apetece, pero después de esta, no habrá ni una noche más. Lo juro.

Me perfumo, maquillo y enfundo la gabardina sin nada más que las medias de encaje puestas. Me anudo el cinturón y me subo a esos espectaculares zapatos negros. No entiendo demasiado de marcas, pero tienen pinta de haberle costado un pastón, cojo también mi bolso junto a unas cuantas cosas que sé seguro que me harán falta. Él ha escogido la forma, yo decido el cómo.

Meto el móvil en el bolsillo de la gabardina, y al hacerlo, palpo algo en el interior. Meto la mano y saco la tarjeta de acceso a la habitación del hotel. Este hombre es insufrible, ha tenido en cuenta todos los detalles; aunque aún no está todo dicho. Salgo del portal y hay un coche esperándome; lo sé, porque el chófer tiene un cartel con mi nombre. Me subo, y sin necesidad de decir nada, me lleva hacia el hotel más céntrico de toda Barcelona. Ahí va otra prueba de lo que significa para él nuestra relación: no quedamos en su casa, elige un hotel para nuestras citas y, para qué negarlo, eso me duele.

Entro por la amplia puerta acristalada con la tarjeta en la mano y camino por el vestíbulo sin mirar a nadie, me dirijo al ascensor y oprimo el botón de la quinta planta, al llegar, camino hacia la habitación y abro la puerta con la tarjeta; emite un ligero crec y entro. Avanzo por un pasillo enmoquetado hasta llegar a una especie de salón con una enorme cama en uno de los laterales. James se alza, me sonríe nada más verme y, sin decirme nada, me ofrece una copa de cava, se la acepto y bebo sin dejar de mirarle. Me encanta como va vestido, tan solo con un jersey negro de cuello alto, que le queda como un guante, y unos vaqueros; sencillo, informal, pero siempre elegante.

—Creí que al final no vendrías, te has retrasado.

Miro el reloj dorado que cuelga de la pared, son las 21:16 h, desvío la mirada al suelo y esbozo una frágil sonrisa.

—Las españolas no tenemos formalidad, deberías saberlo.

Mi comentario le saca una sonrisa, sin embargo, yo soy incapaz de continuar disimulando, he venido a lo que he venido, y ambos lo sabemos. Dejo mi copa sobre la mesa y me acerco a James para besarle. Sus labios están fríos y ligeramente amargos por el cava, me devuelve los besos mientras me abraza, apretándome con fuerza contra él. Definitivamente voy a echarle de menos.

Continúo besándolo mientras le arranco prendas de ropa al tiempo que le hago retroceder de espaldas, empujándolo sin contemplación hacia la cama. Ya está fuera de sí, no se resiste a mi ataque, y se deja caer sobre el colchón. Tira delicadamente de mí, y empieza a deshacer el nudo del cinturón de mi gabardina, descubriendo mi cuerpo desnudo, sus pupilas se dilatan por la excitación. Siento sus manos recorrer mi cuerpo entero sin saber muy bien qué parte tocar antes.

—¡Dios! Estás espectacular.

Curvo los labios a modo de sonrisa, me siento a horcajadas sobre él y, con una mano, alcanzo mi bolso.

—¿Esto es lo que querías, James? ¿He cumplido tu fantasía? –se sienta sobre la cama conmigo encima y empieza a lamer mis senos.

—Sí... –susurra haciéndome estremecer.

—Entonces ahora toca cumplir la mía.

Abandona mis pezones y alza el rostro para mirarme. Saco de mi bolso un par de cuerdas, James me contempla extrañado. Percibo su inseguridad ante lo desconocido, así que me acerco para besarle y desviar su atención. Vuelvo a provocarlo acariciando su cuerpo desnudo, demostrándole que no tiene nada que temer. Poco a poco consigo que ceda, vuelve a tumbarse sobre la cama, entrelazo mi mano con la suya y voy estirándola muy despacio hasta que topa con el alto poste de madera que decora el cabecero de la cama. Me separo lo suficiente para poder realizar el nudo de ocho que mi padre me enseñó a hacer cuando era niña.

—¿Te gusta tocarme? –susurro cerca de su oído.

—Oh sí, mucho.

Estiro su segundo brazo y repito el mismo proceso que con el anterior, dejándolo bien atado al poste de la cama.

—Pues hoy no vas a tocarme –digo y, antes de separarme de su cuello, le doy un pequeño mordisco; seguidamente saco del bolso un pañuelo de raso.

—¿Te gusta mirarme? –me yergo para que obtenga un mejor plano de mí desnuda con la gabardina desabrochada, las medias hasta los muslos y esos zapatos tan caros que él me ha regalado.

—Me encanta.

—Pues tampoco vas a mirar –cubro sus ojos con el pañuelo y lo anudo fuertemente por detrás.

—Ahora, solo yo voy a disfrutar de ti.

—Anna, no me siento muy cómodo así, quiero verte, por favor, lo necesito.

—¿Qué pasa, james? ¿No sabes utilizar la imaginación?

Me acerco a su pene, que ahora no está tan exultante como hace un momento, y me empleo a fondo para intentar reanimarlo. Empieza a respirar con dificultad, de forma rápida y profunda, repaso su prepucio con la punta de mi lengua dejando que se agite inquieto, asegurándome que no aguanta más antes de colocar el preservativo y hacerlo mío. Desciendo lentamente por última vez, su miembro se abre camino cuidadosamente dentro de mí, yo marco el ritmo. Jadeo cuando me he empalado enteramente entorno a él, adaptándome a su grosor y tamaño. Empiezo a moverme, lo hago lentamente, intentando prolongar al máximo este momento para retenerlo por más tiempo dentro de mi cuerpo y mi memoria.

En cuanto nuestros cuerpos han alcanzado el tope de sacudidas por una noche, ambos nos corremos a la vez. Disfruto viendo como se retuerce debajo de mí, cómo con las caderas intenta buscar más cabida en mi interior mientras alcanza el orgasmo. Sus músculos se tensan y se sacuden a causa de involuntarios espasmos, y yo, simplemente retengo cada pequeño gesto, sonido, gemido y suspiro de amor que me dedica.

En esta ocasión, me recompongo rápidamente, me separo de él, destapo sus ojos y empiezo a vestirme. No tardo mucho, pues tras colocarme bien las medias, solo tengo que volver a abrocharme la gabardina.

—¿Qué haces?

James empieza a alterarse, mueve incansablemente sus manos intentando liberarse, pero haga lo que haga es en vano, he hecho los nudos a conciencia.

—Voy a soltarte, pero solo una mano –aclaro acercándome a la cama–, para cuando consigas liberar la otra, ya me habré ido.

—¿Por qué? ¿Qué clase de juego es este? –agacho la cabeza.

No quiero llorar, así que procuro no mirarle a los ojos mientras se lo explico.

—No quiero volver a hacer esto James, simplemente ya no puedo.

—¿Qué ocurre Anna?

—¿Hasta cuando piensas que podremos seguir todo esto, escondiéndonos, engañándonos, haciéndonos daño? ¿No te das cuenta de que estamos metiéndonos en un fangal del que no vamos a poder salir?

—Suéltame y hablemos de esto con calma.

—No, James, ya no. Todo está dicho, todo está claro. Espero que respetes mi decisión, al igual que yo respeto las tuyas.

—Esto es... –vuelve a agitarse nervioso–. Por favor, Anna, escúchame.

—Se acabó –deshago el nudo de su brazo izquierdo, me levanto y me encamino hacia la puerta.

—¡Anna! –me llama desde dentro de la habitación, pero yo ya estoy fuera, y ahora sí lloro con ganas.

Si es que al final, me he enamorado, no tiene otro nombre. Es lo que ha pasado, y mira que siempre me repito no volver a cometer el grave error de dejarme envolver así por las situaciones, pero no hay manera, es la puta piedra con la que siempre tropiezo. ¿Por qué no puede ser sólo sexo? ¿Por qué necesito tener algo más?

Cuando llego a casa, mi teléfono no deja de sonar. Lo apago, mañana no tendré más remedio que verle, pero hoy, he ganado yo.

 

45

 

 

 

Me doy cuenta de que realmente tengo un problema, cuando las profundas ojeras que invaden mi rostro parecen una prolongación de mis ojos, cuando la comida que ingiero no permanece más de diez minutos en mi estómago y empiezo a perder peso a una velocidad alarmante, cuando ya no hay colores vivos en mi vestimenta habitual, y el negro se ha convertido en mi único color, cuando las noches no acogen un sueño plácido desde hace semanas, y mi perpetua sonrisa, parece haber pasado a mejor vida... Oficialmente mi vida es un caos, se hunde, y yo, con ella.

Lo peor de esta situación, es encontrarme por casualidad con James y ver que su aspecto es igual de lamentable que el mío. Se ha dejado una espesa barba rubia, a lo capitán Pescanova, para intentar camuflar los evidentes signos de agotamiento y fatiga, así que he decidido que hasta aquí he llegado, se acabó este continuo padecimiento. Pero es que no me reconozco, no estoy enferma, mis amigos están bien, mis padres siguen discutiendo sobre qué es mejor, si las sardanas o el flamenco... Entonces, ¿de qué me quejo?

Ha llegado el momento de sentarme y urdir un plan, uno que me devuelva a la superficie, así que aunque solo sea por ese pensamiento positivo, el primero en varias semanas, hoy me pongo mi impresionante vestido rojo, ese que me queda increíblemente bien, y me recojo el pelo en un moño descuidado, pintándome con todo el cuidado del mundo. Bueno, mira tú por dónde, esos quilitos de menos me favorecen todavía más.

—Buenos días Anna –Pol me sigue con la mirada, hipnotizado por el contoneo de mis caderas–. ¡Uffff!, te acabas de convertir en mi ídolo erótico –me echo a reír.

—¿Y eso nos conviene, Pol?

—No sé a ti, pero a mí... ¡Ya te digo, mamasita!

Me meto en el ascensor, asciendo, entro en la oficina y voy hacia mi mesa, como cada día. Sé que por cómo voy vestida, hoy soy el centro de todas y cada una de las miradas, pero es que necesito sentirme especial, y la ropa me ayuda. Vanessa me pregunta, intenta sonsacarme, pero me esfuerzo en no ceder a su curiosidad y le doy largas; aún quedan muchas cosas importantes que hacer.

Sobre las doce, descuelgo el teléfono y llamo a Claudia, necesito escuchar una voz amiga.

—¡Hola guapa! ¿Cómo te va?

—Hola Claudia, necesito hablar contigo, ¿cómo lo tienes?

—Bien, estoy en el despacho esperando a un cliente. ¿Pasa algo? ¿Va bien la campaña? ¿Ha obtenido los resultados esperados?

—¡Por supuesto! Todo va genial, las cifras se disparan mes a mes y, bueno, ya habrás visto que el dichoso anuncio no deja de salir por la tele.

—¡Sí!, además, hoy te he visto en el autobús. ¡Es genial ver tu cara paseando por toda la ciudad!

—Madre mía... Qué horror.

—¡Pero qué dices! Es un gran honor, Anna. ¿Qué tal lo llevas con los admiradores?

—Paso desapercibida, menos mal. A veces alguien se queda mirándome, pero no se atreve a preguntar; aunque para tu información, te diré que ya he firmado un autógrafo –se echa a reír.

—¡Qué crac! Y bueno, dime, ¿sobre qué querías hablar?

—Pues verás... Te he llamado porque necesito tu ayuda.

—¿Mi ayuda? ¡Claro! ¿Qué pasa?

—No puedo contarte todos los detalles ahora, estoy en la oficina, pero me gustaría preguntarte si podrías ayudarme a encontrar trabajo –silencio.

—Pero… ¿Te ha pasado algo?

—No, podría seguir aquí, pero sinceramente, no me apetece. Necesito un cambio de aires, no sé si me entiendes.

—Lo cierto es que sí. Es por el señor Orwell, ¿verdad? –suspiro.

—No puedo explicarte ahora, pero sí, no vas muy desencaminada.

—Está bien, no te preocupes, a decir verdad sí que puedo ayudarte.

—¿De verdad?

—Llevamos dos semanas buscando a una persona para recepción, nuestra última compañera..., bueno, no aguantó la presión y se fue sin avisar. Estamos algo fatigados con la búsqueda, las entrevistas y tal, pero siendo tú nos saltaríamos ese paso, ¿qué mejor cara para recibir a nuestros clientes que la de la modelo del anuncio que está causando sensación? –me echo a reír.

—¿Estás segura, Claudia? ¿De verdad que no te supondrá un problema contratarme?

—¡Qué va! Si quieres el trabajo, es tuyo; aunque verás, es una vacante que urge cubrir y no sé cómo lo tienes...

—¡Fenomenal! ¿Me das dos semanas?

—No hay problema, pero no puede ser mucho más, Anna, o tendremos que ocupar el puesto. Lo entiendes, ¿verdad?

—Sí –aguanto la risa tras la alegría–. Jolines, no sé cómo darte las gracias, has salvado mi vida.

—Pero como amiga mía que eres, hay algo que me veo en la obligación de decirte.

—¿De qué se trata?

—El que será tu jefe, Manuel Soriano, digamos que no es muy amigable, ¡se gasta una mala leche...!

—Bueno, si solo es eso lo soportaré.

—No, Anna, escucha, nadie que haya estado en ese puesto ha aguantado un año entero, debo prevenirte.

—Necesito salir de aquí, no me importa como sea mi jefe, lo soportaré; ya buscaré otra cosa si veo que es tan malo como dices; aunque lo dudo.

—Entonces genial. Envíame tus datos y empezamos a redactar el contrato. ¡No sabes la ilusión me hace tenerte por aquí! Cuando se lo diga a Sofía, se va a poner loca de contenta –me echo a reír.

—Te debo un gran favor.

—No me debes nada, soy yo la que está en deuda contigo.

Reímos y charlamos durante un rato más y nos despedimos. Respiro hondo, lo más difícil ya está hecho, tengo dos semanas para mudarme y aún queda lo más duro: avisar a mis padres de todo lo ocurrido.

Quiero desaparecer, empezar de cero y no estar constantemente cerca de James, recordando todo lo ocurrido. Sé que cuando me vaya intentará buscarme en todos los sitios y direcciones que conoce, hará todo lo posible por encontrarme, pero para cuando lo haga yo ya habré desaparecido de su vida. Es lo que ambos necesitamos, porque quedarme es continuar haciéndonos daño.

Llego a mi apartamento y tiro las llaves en el recibidor, entro en el comedor y me sorprende ver a Mónica y a Raúl en el sofá hablando con el resto mis amigos, todos ríen y se lo están pasando en grande.

—¡Pero bueno! ¿Qué está pasando aquí?

—Hola Anna. Ven, siéntate –me acerco sonriente al sofá.

—¿Tenemos nuevo compañero de piso? –pregunto sin borrar la sonrisa de mi cara y se echan a reír.

—¡Qué dices! Solo me faltaba eso –espeta Mónica de forma cómica.

—Pues ahora que lo dices no sería tan mala idea, así tendría a alguien que me llevara al colegio por las mañanas –las carcajadas se desatan, ¡me encanta el sentido del humor de este chico! Tiene lo que tiene que tener para devolverle a Mónica cada una de sus patadas, y eso, es precisamente lo que le hace falta.

—Bueno, vamos a ponernos serios –espeta Lore poniéndose en pie de un salto–. Últimamente están pasando muchas cosas en esta casa. Elena y Carlos están en esa etapa empalagosa de arrumacos y diminutivos que tanto repelús produce a todo aquél que está cerca.

—¡Tonto! –ríe Elena dándole un codazo mientras nos reímos de ella.

—No, en serio –continua Lore–, como vuelva a oír una vez más eso de cucuchito, puchiflús o algo por el estilo, juro por Dios que me pego un tiro –volvemos a reír, no podría estar más de acuerdo con él, cuando empiezan con los calificativos cariñosos no sabes hacia dónde mirar para ocultar la vergüenza ajena que te hacen sentir.

—Por otro lado, nuestra Mónica está reviviendo su adolescencia perdida, y la escenita en la que profanaron nuestra cocina es una imagen que mi cerebro tardará en poder borrar, os lo aseguro –nos reímos a mandíbula batiente, no tenía ni idea de eso, y la sorpresa hace que no pueda dejar de reír imaginándomelos en plena faena sobre la encimera de granito.

—Y solo quedamos Anna y yo, solteros y sin compromiso a la espera de ese amor tan especial –sonrío, pero lo cierto es que en este momento, me asalta la nostalgia–. Con esto, quiero decir que las habitaciones de nuestro nuevo apartamento están ya asignadas.

—¡¿Cómo?! –preguntamos todos al unísono

—Lo que oís. He encontrado un piso perfecto, un dúplex en pleno centro de Sants, reformado y con dos baños, tenemos hasta terraza para tomar el sol. La única pega es que solo tiene tres habitaciones; aunque eso sí, son enormes. Debido a los recientes acontecimientos es justo que tanto Elena como Mónica, disfruten de las que tienen más espacio y la cama más grande, pero tú y yo –me mira poniendo cara de resignación–, tendremos que compartir la habitación de invitados, incluso dormir en la misma cama hasta que compremos otra –me echo a reír y le abrazo.

—¡Qué bien, puchiflús! Y dime, ¿tendré el honor de ver esa enorme boa todas las noches? –volvemos a reír y me aparta fingiendo haberse escandalizado.

—Ya me lo temía yo, ya... ¡no podía haberme tocado con la puritana de Elena!

—¡Oye guapo, que yo he cambiado mucho, ¿eh?! Te sorprenderías –se defiende Elena.

Volvemos a reír, valoramos sus esfuerzos, pero eso no hay quien se lo trague.

—Bien. Pues dicho esto, ahora viene lo mejor y el motivo por el que he dicho sí al propietario antes de consultároslo: ¡el precio! Nos sale a cien euros menos por cabeza, y os aseguro que el piso es espectacular, además, ¡tiene portero automático y todo!

—¡No jodas! ¡Mi sueño hecho realidad! –vuelvo a abrazarle sintiéndome reconfortada al sentir sus fuertes brazos envolviéndome.

—¿Cuándo empezamos con la mudanza?

—Mañana mismo. Acabo de ingresar la fianza y he pagado el primer mes.

Nos volvemos locas de contentas, un piso céntrico con terraza privada, mucho sol, dos baños y... ¡portero automático! No podría ser mejor.

La fiesta en casa se desata, los amigos y sus risas, son la mejor medicina para recomponer un corazón herido.

46

 

 

 

Hace dos días que nos hemos mudado al nuevo apartamento, y la verdad es que es una pasada, Lore no podría haber encontrado algo mejor..., y más barato. Además, el miércoles empiezo a trabajar para Taos, Claudia me ha concedido un par de días más para acabar de organizar mi desaparición, y pese a que estoy apurando al máximo, preparar una buena huida en tan poco tiempo es de lo más estresante.

Ahora solo falta lo más delicado, llamar a mis padres. Lo he alargado todo lo posible, pero ya no puedo demorarlo más, descuelgo el teléfono y marco el número.

La conversación, como imaginaba, es algo así como la batalla de Otumba en versión dialéctica, mi madre se empeña en reconfortarme y animarme, pese a que he intentado no mostrar un solo signo de tristeza; a veces, pienso que nació con un sentido de más. Mi padre, en cambio, está fuera de sí, maldiciendo y dando golpes de fondo mientras se caga en todos y cada uno de los familiares de James, vivos o muertos.

Tras una larga hora en la que he intentado calmarlos diciéndoles que estoy bien, que estos cambios los inicio con mucha ilusión y van a ser buenos para mí, consigo que se tranquilicen. Me prometen que si él intenta buscarme de algún modo, ellos harán de escudo y ninguna palabra saldrá de sus labios, incluso voy un poco más allá, consiguiendo que mi padre prometa mantenerse al margen y no alterarse en caso de volver a verle; no sé yo si llegado el momento... Pero por ahora, me vale.

En cuanto cuelgo, siento esa indescriptible sensación de vacío de siempre. Por suerte, no estoy sola ni un minuto, mis amigos están dando la lata por ahí, y en las noches, ni siquiera me permito el lujo de pensar en James, pues Lore se encarga de desviar mis pensamientos con sus bromas o achuchones. La verdad es que ellos hacen que todo sea mucho más llevadero.

Los días se enlazan hasta que llega el último. Vanessa y Marcos, el de personal, son los únicos que saben mi secreto. Me costó lo mío hacer que Marcos no revelara nada acerca de mis planes de marcha a James, porque a raíz de aquella lista que elaboré hace ya tanto tiempo, todos y cada uno de los contratos y despidos de esta empresa deben pasar primero por sus manos, pero Marcos es leal; aunque se llevará una buena bronca por mi culpa. Es una persona justa –además de muy intuitiva–, a él, al contrario que a los demás, no le pasa desapercibido, e intuye que entre el señor Orwell y yo, ha habido algo más de lo que estamos dispuestos a revelar. Quizás fue el primero en enterarse, cuando por no despedirme a mí, James ordenó bloquear la lista de despidos entera, pero su prudencia y profesionalidad le hizo guardarse para él sus certeras conclusiones.

Media hora antes de marcharme para siempre de la empresa en la que he invertido gran parte de mi vida, me veo en la obligación de despedirme de él a mí manera, lo necesito, así que como pretexto, cojo los últimos contratos que faltan por firmar y llamo, prudente, a su despacho.

Entro tras su fría y seca respuesta, y me quedo congelada cuando le veo mirar por la ventana sin tan siquiera dignarse a mirarme. Camino despacito hacia él, sin atreverme a pronunciarme. Antes de que logre verle el rostro, se ha afanado en limpiar sus ojos con las manos, posiblemente en un vano intento por borrar el evidente signo de llanto.

—James...

Se gira sorprendido tras escuchar mi voz, es la primera vez que estamos solos desde nuestro último encuentro en el hotel, Vanessa ha sido la encargada de llevar los documentos a su despacho y atender sus últimas demandas, por lo que verme ahora frente a él, le descoloca.

—¿Estás bien? –me atrevo a preguntar con la voz rota.

Me duele tanto verle así, casi más que sentir el sufrimiento que él me ocasiona, y esta es una prueba más del porqué no podemos estar juntos, solo hay que vernos, parecemos los únicos supervivientes de una hecatombe nuclear.

Me dedica una frágil sonrisa mientras busca mi mirada de esa forma tan suya... Sí, definitivamente, esto también lo voy a echar de menos.

—He venido a entregarte eso. –Señalo los papeles que he dejado sobre su mesa.

—Gracias.

No sé qué más hacer; tampoco se puede decir que él me dé mucho pie. Suspiro y regreso a su rostro, está tan diferente... Lleva la ropa que compramos juntos en Madrid y que tan bien le sienta, pero su cabello revuelto, y esa barba tan descuidada, hace que parezca otra persona. No aguanto más, siento el irrefrenable impulso de tocarle, no tanto por calmar su aflicción como por acariciar ese rostro peludo tan inusual. Asciendo la mano sin temblar, y finalmente le acaricio. No se mueve, simplemente me mira mientras mi mano abarca la longitud de su mejilla percibiendo todo ese calor adicional que emana el vello. Su sereno rostro se recuesta sobre mi palma, y ese gesto, me produce una fuerte presión en el estómago. Me obligo a mirarle a los ojos, al menos una vez más; después de todo, este hombre ha sido importante en mi vida, me ha hecho vivir buenos momentos y me ha demostrado mucho sin estar al cien por cien por mí.

Decido terminar esta historia de la misma forma que empezó, es justo que tenga un digno final, así que me pongo de puntillas para luego dejarme caer, vacilante, sobre sus labios, y como en aquella discoteca la primera vez que le besé, él está rígido, se resiste, pero yo insisto. Con un sutil ataque de besitos cortos, presiono su labio inferior fugazmente con mis dientes y vuelvo a embestirle, sin amilanarme por su frialdad. Ahora, ese viejo dicho que dice que donde hubo fuego quedan los rescoldos, cobra todo su sentido. Sus sentimientos resurgen, me corresponde y se pega más a mí, buscando el consuelo que únicamente yo puedo proporcionarle. Mis manos desesperadas se aferran a su duro cuello, tirando de él hacia abajo para seguir besándolo. Nuestras lenguas se traban y siento que vuelvo a derretirme. De repente, no me importa la situación, el sitio, su barba o todas las complicaciones que rodean su vida, de hecho, incluso mi mente ha encerrado al bicho palo en una jaula electrificada para que no nos moleste ahora, pero en todo momento soy consciente y no me permito el lujo de dejarme llevar por completo, la voz de mi subconsciente chilla demasiado alto para eso, así que poco a poco disminuyo la intensidad de nuestro encuentro y me separo.

Punto y final.

Cada uno es dueño de su vida y los problemas que la rodean, además, ambos somos adultos, tenemos el poder de elegir lo que queremos hacer y con quién queremos estar; él prefiere vivir una mentira con Alexa, y yo, solo ansío empezar de nuevo, lejos de todo. 

—Adiós, James –me mira extrañado mientras se yergue, volviendo a colocarse frente a la ventana mirando hacia la nada.

—Hasta luego, Anna.

Cierro la puerta con cuidado. Me pica la nariz y noto como la vista se torna borrosa. En ese preciso momento, el teléfono de mi bolsillo comienza a vibrar, lo cojo y desbloqueo, para mirar la pantalla.

»¿Vas a decirme que no?«

 

Junto al mensaje, hay una foto de una mano sosteniendo un par de mosquetones, con sus respectivas cuerdas, y el primer plano de una enorme montaña rocosa, tras esta, un amanecer anaranjado donde las nubes, se han unido formando un entramado de escamas. Se me escapa una sonrisa superficial al tiempo que trago saliva, y sin poder controlarlo, mis dedos, más rápidos que mis pensamientos, se apresuran en contestar ese mensaje. Franco no tarda en responder, transmitiéndome toda su felicidad por mi pronta respuesta. Por primera vez, empiezo a cuestionarme si, tal vez, no habré sido algo cruel con él, pero estoy dispuesta a poner remedio, de hecho, puede que no haya mejor momento que este para eso.

Salgo de la oficina, cargada con mis escasas pertenencias y me reúno con mis compañeros de piso, Vanessa, Marcos y Pol, para ir a celebrar mi cambio de vida. Brindamos, reímos y nadie deja que me derrumbe, y cuando a punto estoy de ceder, uno de ellos me sostiene, recordándome que este no es el fin del mundo, sino más bien, el comienzo. Podría decir que por fin la mariposa ha salido de la crisálida, y ahora vuela sola sin rumbo fijo; eso sí, después de todos los padecimientos como oruga, ahora luce con mejor aspecto que nunca. Estoy segura de que desde hoy, todo le va a ir mucho mejor, pues quizás ha aprendido la lección más importante de todas:

“Tal vez, lo más importante sea buscar el amor. Hay que huir de los estímulos únicamente sexuales, porque no acaban de aportar todo lo que realmente necesita un corazón femenino”.

 

Basándome en esta teoría, no me queda otra que huir de las tentaciones; aunque lo haré despacio, para que puedan alcanzarme.

Se me escapa la risa y doy un trago a mi copa hasta dejarla vacía. Por lo que se ve, no he aprendido tanto como creía...

 

 

FIN ¿?

 

 

 

 

Nota de la autora: No siempre podemos conseguir todo lo que queremos, hay veces que nos encontramos con una persona especial, una persona que en un momento de nuestra vida lo es todo para nosotros y no concebimos la vida sin ella, pero con el tiempo queda solo en eso, en el recuerdo de una bonita experiencia más. ¿Quién no se ha enamorado más de vez hasta perder la cabeza? Este es uno de esos casos, un romance más en la vida de una chica cualquiera, una chica que aprenderá a recomponerse y vivir otras experiencias junto a otras personas y, tal vez, en ese camino encuentre a alguien definitivo con quien compartir su vida.

Esta es la visión que quería transmitir la autora, plasmar simplemente una vivencia romántica e íntima sin necesidad de abarcar nada más.

Ahora bien, la publicación de esta novela provocó que varias personas indagaran sobre mí e intentaran encontrarme en las redes para pedir encarecidamente una segunda parte. Querían saber más sobre los protagonistas y entonces entendí que tenía que escribir una secuela y dar una nueva vuelta a esta historia. Así que a quién le interese puede obtener la segunda parte en Amazon y saber más sobre sus protagonistas principales y secundarios.

Autora: Annabel Vázquez.

Título originales de las novelas son: "Que no se te olvide: el sexo alivia la tensión, el amor la aumenta" (es la versión fuego Vs hielo que acabo de publicar en TR)

"Que no se te olvide: la última palabra la tengo yo" (es la segunda parte; solo para personas que creen en el amor)

Puesto que esta segunda parte no la publicaré en TR, aquellos que quieran obtenerla gratis solo puedo promocionarla gratuita durante 5 días en Amazon y son de 26 al 30 de enero de 2019.

Gracias por leer a esta escritora novel.