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El poder de Natacha (Relato largo)

en Control Mental

El poder de Natacha (Relato largo)

 

            Ejercicio XXVIII, Microrelato: Alguien propuso para el ejercicio de autores hacer un micro sobre control mental, y así lo hice, claro que el límite de palabras jugaba en mi contra y debía dejar campo abierto a la imaginación del lector. Tras leer los comentarios me animé a escribir una continuación, perfilando aún más a sus personajes y destacando la habilidad de Natacha, que quedó vagamente pincelada en el ejercicio. (En negrita hasta donde llegó el microrelato)

            Natacha era una experta manipuladora. No entendía cómo mi hermano gemelo, uno de los hombres más poderosos del país, había podido caer en sus redes, llegando incluso a desviar un porcentaje de sus ganancias a su cuenta corriente.

            —Enseguida voy –mi hermano colgó el teléfono y me miró –Tengo que irme.

            —Eso ya lo veo, no quiero que llegues tarde a tu cita, pero no irás a despreciar este Rioja del noventa y siete, ¿no?

            Mi hermano suspiró y aceptó mi copa, ignorando el fuerte sedante que había vertido segundos antes. No tardó en quedarse dormido.

            —Esto lo hago por ti, Marco –dije cerrando la puerta de la habitación.

            Natacha vivía en el dúplex que mi hermano le había comprado un par de años atrás. Me armé de valor y llamé a la puerta.

            Abrió una mujer alta, con curvas, pelo oscuro y ojos verdes, pero nada más. ¿Qué tenía para que todos cayeran rendidos a sus pies?

            —Estás serio, ¿ha sido un día duro? –preguntó sentándose en una butaca e indicando con la mano la que estaba frente a ella.

            Nos miramos en silencio durante un rato, no sabía qué hacer, ni qué decir, mi hermano nunca me comentaba nada de lo que solía hacer con ella.

            De pronto  sus ojos se achinaron, evaluándome, luego, se volvieron pícaros.

            Se levantó y se colocó a mi espalda, rodeándome con sus brazos desde atrás.

            —Perdona –intervine separándome ligeramente–, no he venido para....

            —Shhhh, ya lo sé... –susurró antes de acariciar mi nuca con la suavidad de sus labios.

            Sus dedos se deslizaron por mi cuello, introduciéndose dentro de mi camisa para presionar un punto estratégico bajo la nuez, haciendo que la piel de todo mi cuerpo se tornara de gallina.

            Siguió acariciando el contorno de mi cuello, palpó la clavícula y descendió lentamente para desabrochar, uno a uno, los botones de mi camisa. Debí haberla detenido, pero por otra parte quería averiguar hasta dónde era capaz de llegar con mi hermano.

            Se colocó delante de mí, sentándose sobre mis rodillas y retirándose por la cabeza el vestido que la cubría. Descubrí sorprendido que no llevaba sujetador, por lo que sus senos perfectos y redondos, quedaron frente a mí. Se acercó tanto que su pezón presionó suavemente el centro de mi pecho.

            Prácticamente no me dio tiempo a pensar, la fuerza de su mirada, su aroma, la suavidad de su piel, el brillo de su cabello, la pequeña rajita que se dibujaba en su tanga encajándose sobre mi cubierta erección... todo el erotismo que desprendía me dejó petrificado. Pese a que seguía ignorando el poder de su magnetismo más allá de su evidente belleza, confieso que solo deseaba abandonarme, dejando el interrogatorio para otro momento.

            Me relajé en la butaca y ella descendió suavemente, dibujando con su pezón una carretera invisible por mi torso. Se escurrió entre mis piernas y las separó lentamente para encajarse entre ellas. Eché la cabeza atrás, preparándome para lo que sabía que venía a continuación y disfrutando, a la vez, de esta locura.

            Cuando dejé de percibir su proximidad, abrí los ojos.

            Natacha se acercó a mis labios hasta casi rozarlos, y con la voz más sensual del mundo, susurró:

            —Si quieres saber lo que podría pasar a continuación, tendrás que hacer algo por mí... entre otras cosas, dejar de ser quien no eres.

           

            Sus palabras me dejaron helado. ¿Se había percatado de que era un impostor? Eso no era posible, pues éramos gemelos idénticos, incluso de jóvenes solíamos jugar a intercambiar nuestras novias y confundir a nuestros familiares, no era posible que una chica cualquiera, una chica con la que mi hermano había estado menos de dos años se hubiese dado cuenta en tan poco tiempo, ¿cómo lo había hecho?

            —¿Perdona? No entiendo... –respondí como un idiota.

            Natacha se levantó, me sonrió con dulzura y empezó a recoger su largo cabello en un desaliñado moño delante de mí. Admiré una vez más ese cuerpo perfectamente esculpido, tan solo cubierto por un diminuto tanga que se ceñía a sus caderas como si estuviese tatuado sobre la piel. Tragué saliva, pese a tener una idea preconcebida de ella, seguía siendo un hombre y ella era una mujer físicamente perfecta, aunque no era más perfecta que tantas otras, así que el poder de su magnetismo seguía siendo todo un misterio.

            La chica descendió con elegancia y recogió el vestido que yacía arrugado a mis pies, se lo colocó de inmediato y se esfumó de mi vista dejándome anonadado. Poco después, reapareció en la habitación con un vaso de agua con hielo y se sentó en la butaca que había frente a mí, alzando las piernas sobre el asiento para que los pies no tocaran al suelo. Bebió con tranquilidad, pero en ningún momento dejó de mirarme, y confieso que eso me intimidó.

            —Eres una buena fotocopia –dijo sonriendo en mi dirección–, pero no eres Marco. ¿A qué has venido?

            Parpadeé aturdido varias veces; ya que me había reconocido no tenía sentido seguir fingiendo.

            —Pues he venido a conocer a la embaucadora que tiene absorbido el seso a mi hermano –respondí sin más.

            La chica rió y volvió a beber un trago de agua fresca, esta vez me fijé en cómo el líquido descendía lentamente por su garganta, debía estar loco, pero me pareció una imagen muy sensual.

            —Tu hermano es mayor y es capaz de tomar sus propias decisiones, no le he puesto una pistola en la sien para que me obedezca, hace lo que quiere y lo que le apetece.

            —¡Oh vamos! –espeté enojado– ¡No me vengas con esas! Conozco a mi hermanos mejor que nadie, siempre hemos estado muy unidos y sé que es terriblemente posesivo con sus cosas, jamás pagaría a una mujer por... ¡por lo que sea que hagáis! y mucho menos le compraría un dúplex cerca de su oficina y la colmaría de regalos, él no es así. Has debido chantajearle de alguna forma y quiero saber con qué.

            Natacha volvió a reír, depositó el vaso en la mesita y extendió los brazos.

            —Mírame, ¿crees que dispongo de armas para chantajear a un hombre tan poderoso?

            Negué con la cabeza escéptico, no quería dejarme llevar por su fingida inocencia.

            —Algo has debido de decirle, tal vez cometió un error y tú has sido testigo o...

            —¿Y crees que tu hermano se dejaría chantajear por una mujer como yo en lugar de buscar cualquier medio para desacreditarme? ¿Sabes?, me parece curioso que yo le conozca más que tú...

            —¡No intentes engañarme, ¿quieres?! ¿Qué coño le has hecho?

            —Como bien has dicho, tu hermano es tremendamente posesivo y egoísta con sus cosas: su trabajo, su dinero, sus lujos...

            —¡Exacto! Por eso no entiendo qué pintas tú en esa ecuación.

            —¡Pues es evidente, ¿no?!

            Fruncí el ceño sin entender.

            —Intenta comprar lo único que no puede tener.

            Me quedé en silencio unos minutos, intentando dar sentido a sus palabras, pero seguían sin ser coherentes.

            —Marco podría estar con cualquier puta, las mujeres más hermosas, modelos, actrices, cualquier chica que quiera porque puede permitírselo, el dinero no es un problema para él, y sin ofender, le he visto junto a mujeres mucho más hermosas que tú, por eso tu argumento no se sostiene.

            Natacha se echó a reír frente a mi cara de desconcierto, ¿qué le hacía tanta gracia?

            —Eso es cierto, podría estar con cualquiera, probablemente así lo ha hecho hasta la fecha, ha estado con todas esas mujeres y ellas le han dado todo lo que ha pedido.

            Nos quedamos en silencio.

            —¡¿Y bien?! –demandé con impaciencia– ¿Por qué contigo?

            —¿Qué quieres saber exactamente? ¿Por qué tu hermano se desvive por mí? Pues porque yo no le doy lo único que él quiere.

            —¿Y qué es?

            Sonríe con picardía y descruza las piernas para poner los pies sobre el suelo. Está a punto decirme la respuesta, de revelarme el misterio por el que he venido hasta aquí, cuando el timbre de su apartamento suena y me deja en shock.

            —Ahora sí es Marco –procede Natacha dedicándome una de sus espléndidas sonrisas.

            —¡Él no puede verme a aquí! No sabe que he venido y...

            —Tranquilo, ve a mi cuarto y escóndete en el baño, no cierres del todo la puerta–volvió a sonreír y esa sonrisa me produjo un escalofrío– Quizás no hace falta que te diga lo que a tu hermano le gusta de mí, te lo mostraré.

            Se levanta con elegancia, y mientras se encamina hacia la puerta me adentro en el pasillo, mirando todas las habitaciones vacías hasta que encuentro la que debe ser la suya, con una enorme cama de matrimonio justo en medio. Suspiro con resignación y voy hacia la puerta del baño dejándola ligeramente entreabierta, como me ha ordenado.

            —Siento llegar tarde... La verdad es que me quedé dormido y...

            —No te preocupes, cielo.

            Sus voces fueron acercándose hacia la habitación.

            —Tenía muchas ganas de verte, cada vez se me hace más difícil ir a trabajar y atender a mis negocios, solo me apetece estar aquí.

            «¿Ese es mi hermano? ¡¿Desde cuando antepone una mujer a su trabajo?! Su actitud me desconcierta y a la vez me decepciona».

            —Tienes que trabajar Marco, ya hemos hablado de eso...

            —Sí, lo sé, pero eso no quita que esté cansado.

            Por fin entraron en la habitación, mi hermano se sentó sobre la cama y ella se acercó a él para acariciar su mejilla, Marco emitió un suspiro al sentirla cerca, luego, la abrazó con fuerza de la cintura, recostando la cabeza sobre su vientre mientras la chica pasaba los dedos entre su cabello, concediéndole su tiempo.

            «¿Está enamorado? ¿Mi hermano se ha enamorado de esa mujer? ¡No es posible! Jamás se ha dejado llevar así y de haberlo hecho me lo diría, no llevaría esta relación en secreto. ¿Qué esconde esa mujer? ¿Cómo ha conseguido hacer de mi hermano el hombre que es ahora?»

            Marco ladeó la cabeza y besó el vientre de la joven a través de la fina tela de su vestido. Natacha se separó ligeramente de él para agacharse, y sin dejar de mirar sus ojos, empezó retirar sus zapatos, seguido de los calcetines.

            Con sensualidad fue acostándose encima de él hasta dejarlo tumbado boca arriba en la cama. Le besó en los labios, lenta y concienzudamente, mi hermano no pudo reprimir un jadeo ronco que brotó de su garganta inducido por el deseo, al mismo tiempo, sus manos se aferraron a la cintura de la chica, intentando levantarle el vestido y acariciar su piel, pero antes de que logara alcanzar su objetivo, ella detuvo sus movimientos.

            —Quiero follarte –susurró él entre jadeos.

            —Oh, Marco, eres tan predecible... –se echó a reír–  siempre te dejas llevar por impulsos.

            Mi hermano suspiró y ladeó el rostro; parecía abatido.

            —Creo que me lo he ganado –respondió al tiempo que llevaba sus manos tras la nuca para mantener la cabeza erguida.

            —Que yo recuerde ya me has follado... –puntualizó ella.

            —Sabes que esa vez no cuenta, fui... –carraspeó– No debí haberlo hecho sin tu consentimiento, no me enorgullece dejarme llevar así, pero hay momentos en los que siento que tensas demasiado la cuerda.

            —Bueno, de eso se trata, de conocer tus límites, de ganártelo, y entonces, cuando realmente quiera que me folles, te lo haré saber.

            —No hay nada que desee más. Me gustan nuestros juegos, pero quiero sentir que respondes mientras te follo, que disfrutas y realmente es lo que quieres... No como aquella vez que...

            —¡Marco! –Natacha rompió a reír– Deja de dar vueltas a eso, no me molestó en absoluto, sabes que si realmente no quiero que un hombre me tome sé cómo hacer, pero en ese momento, te vi tan fuera de ti...  –se tumbó sobre la cama, dejándose caer a plomo con los brazos extendidos– que me dejé hacer.

            —Pero eso no me va, la necrofilia no es lo mío y tuve la sensación de que estaba follándome a un inmóvil cadáver.

            Ambos se echaron a reír.

            —Y eso te enseñó a tener paciencia y luchar por conseguir de mí algo que sabes que puedo darte, si quiero.

            Marco emitió un largo suspiro mientras se cubría los ojos con el pliegue del codo.

            —Vas a acabar conmigo, soy plenamente consciente de ello y aun así, no me importa.

            Natacha rodó sobre la cama hasta colocarse nuevamente sobre él, mostrando una gran sonrisa.

            —No quiero acabar contigo –dijo besando su cuello con ternura–, a mí tampoco me va la necrofilia.

            Mi hermano rió e intentó abrazarla, pero ella se escurrió de entre sus brazos con una pericia asombrosa.

            Natacha era una mujer menuda, además, parecía estar en forma, por lo que no le resultaba difícil escabullirse.

            —Hoy tengo pensado un juego para ti, si ganas podrás pedir un premio, lo que quieras. Pero si pierdes... me satisfarás como yo te diga, aunque tú no llegarás a correrte, únicamente lo haré yo y ese será tu castigo.

            —¿Si gano puedo pedir el premio que quiera? –preguntó Marco sorprendido– ¿Y responderás a mi demanda?

            —Por supuesto.

            —¿Podría pedirte una mamada o... follar ese culito que me vuelve loco?

            Natacha volvió a reír.

            —Por ejemplo –confirmó con un firme asentimiento de cabeza.

            —¿Incluso follarte como yo quiera, a mi manera?

            —¡Claro! –respondió ella sin dudarlo– Pero para eso debes ganar.

            —¡Joder nena! Pienso ganar, propongas el juego que propongas.

            —Así me gusta –le guiñó un ojo–, que seas optimista.

            —Uffff... ahora no sé qué premio pedir... tengo que pensármelo bien.

            «¡Mierda Marco! ¿Es que no te das cuenta? Estás haciendo justo lo que ella quiere, no sabes ni siquiera la dura prueba a la que te va a someter y en lugar de centrarte en eso no haces más que pensar en un premio que hasta yo sé que no vas a ganar. ¡Joder, menuda arpía!»

            Intenté contener mis emociones, pero la rabia no hacía más que ascender por mi rostro, quería salir de mi escondite y abrir los ojos a mi hermano, hacerle ver que estaba siendo manipulado, que sin darse cuenta se estaba arrastrando como un perro delante de una mujer, una mujer que le hacía creer que todo dependía de él, que él tenía el control de la situación, pero nada más lejos de la realidad, pues ella sabía qué teclas tocar para que mi hermano creyera que tenía la más mínima posibilidad de someterla.

            —Enseguida vuelvo, ve desnudándote.

            Marco parecía un quinceañero, esperó a que ella saliera por la puerta y empezó a quitarse la ropa con urgencia, arrastrado por la ilusión de poder ganarle un pulso a Natacha y obtener su recompensa. Presioné con fuerza el puente de mi nariz con el dedo índice y pulgar, estaba rebasando los límites de mi paciencia y no sabía hasta qué punto podía continuar viendo esta escena desde la barrera.

            —Por cierto –empezó mi hermano elevando la voz–, ¿por qué nunca me escribes? Me gustaría tener noticias tuyas en el trabajo, un correo, por ejemplo, me lo haría más llevadero.

            —No soy de las que hacen eso, además, me agobia escribir desde móvil, ya lo sabes –respondió desde la distancia.

            —Entonces te compraré un ordenador, ¿cual quieres?

            —¡¿Un ordenador?! –preguntó Natacha, ya en la habitación.

            —¿Te manejas bien con un Mac?

            —Pues lo cierto es que nunca he tenido uno.

            —Entonces te compraré también un windows, a ver cuál te resulta más sencillo.

            Mi hermano cogió el móvil y llamó a su secretaria para hacer el pedido, exigiendo que los quería antes de que acabara el día perfectamente configurados. Yo no podía disimular mi cara de asombro y tuve que regresar a las últimas palabras de Natacha, ya que tenía la intuición que no habían sido formuladas al azar: "me agobia escribir desde el móvil" Y con esa simple frase que parece inocente y despreocupada, había insinuado a mi hermano que lo que quería era un ordenador, y el pobre incauto va a comprarle dos con la esperanza de que esa arpía le escriba, ¿es que no se da cuenta de que no lo va a hacer?

            —Marco, no te preocupes, de todas formas no me va escribir y ese tipo de cosas...

            «¡Maldita zorra! Ahora que se lo ha comprado le deja claro que no por tener ordenador va a escribirle, me cuesta cada vez más permanecer impasible».

            —Para ti lo mejor, como siempre. Solo tienes que pedírmelo.

            Natacha le dedicó una sonrisa.

            —Sabes que no me gusta pedirte las cosas, prefiero que salgan de ti...

            Estuve a punto de salir hecho una fiera, empezaba a descubrir el poder de esa mujer y era mucho más sutil de lo que me imaginaba, su forma de hablar, su tranquilidad, sensualidad... era el tipo de mujer que nada ni nadie se interponía en su camino. No pude evitar preguntarme que si la hubiese conocido en otras circunstancias hubiese sido uno más de sus juguetes, y al igual que mi hermano, le hubiese dado todo sin cuestionármelo. Pero ahora era inútil preguntarse eso, había visto demasiado de esa mujer para estar completamente desengañado.

            —¿Qué has traído? –preguntó mi hermano reparando en el bol que sostenía la muchacha.

            —Hoy vamos a jugar con uvas –cogió una del bol y se la puso en los labios, mi hermano abrió inmediatamente la boca para saborearla.

            —Me encantan las uvas.

            —Pero no son para ti, son para mí...

            —Explícate –ordenó Marco.

            —Vamos a jugar con tu resistencia, voy a poner estas ricas uvas sobre tu cuerpo desnudo, e iré comiéndolas poco a poco, una a una. Los dos deberemos cumplir ciertas normas, quien las cumpla hasta el final será el ganador.

            —¿Qué normas? –preguntó mi hermano un tanto nervioso.

            —La primera norma es que no puedes excitarte, de ser así, lo veré y habrás perdido.

            Mi hermano suspiró resignado.

            —¿Qué más? –demandó impaciente.

            —No puedes tocarme, ni una sola vez.

            —Bien.

            —Para que sea más equitativo yo tampoco te tocaré, al menos deliberadamente, y no pondré las uvas en partes de tu cuerpo comprometedoras, ya me entiendes...

            —¿Eso es todo? ¿Únicamente debo estar tranquilo mientras comes uvas de mi cuerpo?

            —Sí –sonrió con picaría–, ¿crees que podrás hacerlo sin excitarte? –susurró en su oído.

            —El premio puede más que cualquier otra cosa, así que controlaré mi erección, te lo aseguro –le guiñó un ojo.

            La chica sonrió y empezó a colocar las uvas sobre su cuerpo, algunas incluso las puso a su alrededor sobre las sábanas. Mi hermano profirió un hondo suspiro, posiblemente se sentía ganador de una batalla que desde el minuto uno tenía perdida.

            Natacha se inclinó despacio, la primera uva que cogió fue la que había depositado cuidadosamente sobre la almohada, justo al lado de su oreja. La cogió con lentitud, poniendo especial cuidado en no tocarle, pero lo hizo por el lado contrario, es decir, que con ese movimiento la garganta de la joven quedaba expuesta sobre la nariz de él.

            —Mmmm... hueles de maravilla...

            Me mordí con fuerza el puño, no podía creer que mi hermano no se percatara de que estaba jugando con sus sentidos, estimulándole desde lo más básico y solo era cuestión de tiempo que él no pudiera resistirse a sus encantos.

            La segunda uva estaba bajo la su nuez, en el huequito que hay entre las clavículas. Descendió sinuosamente y entreabrió sus labios, sin rozar si quiera su piel, apresó la uva entre ellos y se la comió.

            —Mmmm... –Jadeó Natacha cerrando los ojos mientras masticaba, y ahí iba el segundo estímulo, cualquier hombre se excitaría solo de escuchar un gemido así, aunque hasta ahora, mi hermano estaba aguantado bastante bien la tentación.

            Descendió por su cuerpo, recogiendo uvas de su pecho, en ocasiones mi hermano resoplaba, veía como la chica sacaba su lengua y sin rozarle, recogía la uva de su cuerpo con maestría y en ningún momento, dejó de mirarle a través de sus pestañas, provocándole con sus penetrantes ojos verdes.

            Natacha siguió bajando, esta vez mantuvo los labios bien pegados al cuerpo de mi hermano, haciendo que la piel se tornara de gallina al sentir el cálido roce de su aliento. Yo me puse cachondo solo de pensar el enorme esfuerzo que estaba haciendo Marco.

            Siguió descendiendo felinamente, rodeando su cuerpo con las manos pero sin tocarle, como había prometido, y entonces, un sedoso mechón de su cabello se desprendió y empezó a acariciar el cuerpo de Marco, pasó sobre los genitales mientras ella se inclinaba para recoger la uva que había colocado en su ingle. Mi hermano volvió a resoplar, estaba rígido, su miembro se había agrandado un poco, aunque todavía no estaba erecto.

            Entonces ella se levantó, se sentó sobre sus rodillas y empezó a quitarse el vestido delante de él, tras estimular su olfato, oído y tacto, le tocaba la vista. Mi hermano había tenido que soportar las insinuaciones de su escote durante el descenso, pero ahora, se había quitado el vestido y sus perfectos pechos habían quedado completamente al aire. Por dentro rezaba para que Marco se saliera con la suya, ya que yo no había podido lograrlo ni como espectador.

            La arpía empezó a ascender desde sus pies, tenía el culo en pompa mientras se deslizaba como una anguila transmitiéndole su calor, y entonces, llegó el broche final, Natacha colocó dos últimas uvas, una sobre los labios de mi hermano, que permanecían sellados, y otra sobre su frente. No hacía falta ser un erudito para saber cuál era su maniobra, y sí, mis sospechas se confirmaron cuando ella sacó su lengua y con provocación retiró la uva de sus labios y la metió dentro de su boca. Lejos de tragársela, la presionó entre los dientes y volvió a inclinarse, mi hermano entreabrió los labios y la cogió con cuidado para comérsela; ahí iba el último sentido a estimular: el gusto.  Me di cuenta de cómo Marco cerraba fuertemente los puños, conteniendo el impulso de tocarla, de agarrar ese hermoso culo que permanecía a su alcance, estaba al límite de sus fuerzas y ella lo sabía.

            Pero casi lo había conseguido, solo quedaba la última, una más y habría ganado. La chica  ascendió despacito y se inclinó para recoger el fruto que había depositado sobre su frente y, con la maniobra, uno de sus pechos quedó estratégicamente a la altura de sus labios. Esa última prueba fue demasiado dura para él, que sin pensar las consecuencias de sus actos, sacó la lengua y lamió fugazmente el seno de la joven. Miré hacia su miembro y vi que había perdido por completo esta batalla.

            —Has perdido –fue lo único que susurró ella junto a su oreja.

            —No es verdad, he aguantado hasta el final –dijo depositando una de sus manos en las nalgas de la chica–. Quiero mi premio.

            Natacha rió y besó con pasión sus labios, él respondió con ansia, como si pretendiera devorarla.

            —Me temo que has incumplido las normas.

            Mi hermano jadeó sobre sus labios, agarró con fuerza la cintura de la chica y la tumbó sobre el colchón, manteniéndola debajo de él.

            —Estoy harto de juegos, he tenido mucha paciencia contigo y ahora me toca a mí.

            Marco agarró con fuerza sus pachos mientras sus labios esculpían su cuello con un deseo desmedido. Una de sus manos siguió la curva de la cadera de la chica hasta llegar al pubis, que intentó estimular con el roce de sus dedos sobre la fina seda del tanga.

            —Marco, no has ganado y lo sabes –susurró ella con tranquilidad.

            —¡He hecho todo lo que me has pedido! ¡Me da igual lo que digas! Te voy a hacer mía de una puta vez.

            Marco giró a la chica con fuerza, sujetó con fiermeza su cintura, manteniendo a la joven pegada al colchón mientras estudiaba su culo con deshonestas intenciones.

            —Puedes follarme –intervino Natacha–, no te lo impediré, pero ambos sabemos que te arrepentirás de eso.

            El rostro de mi hermano reaccionó a esas palabras, suspiró con rabia y se dejó caer boca arriba en la cama, constatando su rendición.

            —No soporto que me pongan la miel en los labios y me la quiten –dijo sin dejar de mirar el techo.

            —Un buen jugador sabe reconocer una derrota, no siempre se puede ganar.

            —Hasta ahora ganaba siempre.

            Natacha le acarició el rostro, incitando a que él la mirara.

            —Por eso estás aprendiendo a perder.

            La chica se inclinó y empezó a besarle, mi hermano correspondía, pero tras el chasco su urgencia había disminuido. Cuando por fin logró volver a estimularse, ella se lo llevó a otra habitación, impidiéndome seguir viendo lo que hacían. Era controladora hasta en eso, y no quería darme más información de la que me había permitido conocer.

            Después de un par de horas, Marco se fue y pude salir de mi escondrijo.

            —Ya puedes irte, tu hermano acaba de salir –dijo entrando en la habitación y recolocándose el cabello revuelto.

            —¿Qué ha pasado? –quise saber.

            Natacha sonrió, mirándome con intensidad.

            —Tu hermano me ha complacido sexualmente y cuando ha acabado se ha ido.

            —Eres despreciable –espeté destilando toda mi rabia contenida–, no sé cómo no te da vergüenza utilizar así a los hombres, eres tan retorcida... no sé cómo mi hermano no se da cuenta de tu manipulación.

            —Y tú te has dado cuenta porque yo he querido que así sea –respondió sonriendo y sentí unas profundas ganas de borrar esa estúpida sonrisa de su cara, pero estaba frente a una mujer y eso fue lo que me frenó a utilizar la fuerza.

            —No te saldrás con la tuya, pienso contarle todo lo que le estás haciendo.

            —Me parece estupendo, pero dime, ¿qué le hago?

            —Te aprovechas de él, haces que te compre cosas, que...

            —Jamás le he pedido nada –me cortó.

            —¡No me vengas con esas maldita sea! ¡Sé que eres una asquerosa sanguijuela!

            —Mira, te lo perdono porque puedo comprender tu enfado, pero te lo advierto, no vuelvas a insultarme.

            —¿O qué? ¿Qué me harás? –pregunté provocándola con chulería.

            —No me subestimes Cristian –me quedé petrificado al escuchar mi nombre, al parecer esa arpía sabía todo acerca de la vida de mi hermano, estaba mucho más informada de lo que pensé–, ¿crees que yo le pedí a Marco vivir aquí?, ¿Crees que mi coche o la ropa que llevo, incluso el dinero que me ingresa cada mes es obra mía?

            —¿Pretendes que crea que él te lo ha dado de buena voluntad?

            Negó con la cabeza con resignación.

            —¡Abre los ojos, Cristian! –chilló dejándome en shock– Vivo aquí porque tu hermano quiere que esté cera de él, prefiere ingresarme una nómina al mes porque así se asegura que pueda estar las veinticuatro horas del día disponible para él, sin tener que compartirle con un trabajo. Me ha comprado un coche de última generación porque así controla todos y cada uno de mis movimientos, y sí, también está dispuesto a obsequiarme con un ordenador por su propio interés, pensando que así nos comunicaremos más. Es él quién tiene el control sobre mi persona y no al revés, yo no sé lo que hace cuando no está conmigo, mientras que él sí sabe cada uno de los pasos que doy.

            Me quedé bloqueado, sabía que estaba mintiéndome, pero ¡joder!, era muy buena...

            —No intentes confundirme, tú no eres la víctima de esta historia.

            —Por supuesto que no. Tal vez mi culpa sea que dejo él me colme de atenciones en pleno beneficio, pero la verdad es que cuando me canse nada me impedirá irme con lo puesto, no me ato a nada, mientras que él sí se está atando a mí. Al principio creyó ser capaz de separarme de su vida, de tenerme como una aventura más pero no es así, cada vez le resulta más difícil obviar nuestra relación, ¿me equivoco?

            Tragué saliva, incómodo.

             —Pienso hacer que se desengañe de ti, cueste lo que cueste.

            —Ten cuidado con las amenazas, Cristian, recuerda que pueden volverse en tu contra. ¿Crees que si me lo propongo no puedo volver a tu hermano contra ti? Es más, podría apartarle de todos sus seres queridos, incluso de su trabajo, hacer que lo dejara todo para vivir un sueño, el sueño que yo quiera implantar en su cabeza.

            Tenía razón, era más lista de lo que creía, no era una mujer más. Natacha tenía muchas más pericia que cualquiera de las mujeres que se habían cruzado hasta ahora en nuestro camino, quizás ese fuera el secreto de su poder, y poco a poco, estaba descubriéndolo, aunque ahora no me cabía ninguna duda: si la hubiera conocido en otras circunstancias, si me hubiera interpuesto en su camino en lugar de mi hermano, seguramente ahora correría con la misma suerte que él. El poder de su éxito era que estudiaba a cada uno de sus hombre, sabía todo de ellos, sus deseos, debilidades, su situación... y sabía cómo exprimirlos haciendo ver que ellos eran los que tenían el control de la situación para no levantar sospechas. Natacha sabía inducir a sus víctimas.

            —Todavía no sé qué ve en ti para dejarse manipular de esta manera, francamente, no eres para tanto –alegué intentando desmerecerla.

            —No me ofendes, pero sí tengo una respuesta a eso  –se hizo un silencio en el que me impacienté–. Tu hermano no se siente únicamente atraído por mí, quiero decir, no es de los que se quedan en la superficialidad de un cuerpo con curvas, una bonita sonrisas o unos expresivos ojos verdes, tu hermano solo quiere una cosa de mí, aunque él no sabe que es la única cosa que jamás obtendrá.

            —¿El qué? –repetí desquiciado.

            —Mi mente. No se conforma con querer únicamente mi físico, quiere que mi mente también sea suya, aunque él no sabe que es eso lo que realmente le atrae de mí. Está acostumbrado, como tú, a tener a todas las mujeres que quiere, a decir cómo, cuándo y dónde quiere tener sexo, está acostumbrado a pedir, comprar y obtener. Pues bien, en el fondo sabe que a mí no puede tenerme y eso es lo que le hace desearme con más fuerza. Siento romper vuestra burbujita idílica de relaciones, pero la vida es un juego de inteligencia, y resulta que a este juego se me da de fábula jugar.

            —Te crees muy lista, pero encontraré la manera de desenmascararte, lo junto.

            Se mordió el labio inferior, con repentina emoción.

            —El juego es aún más interesante si entra otro jugador, solo te diré, por tu propio bien, que tengas cuidado. No te vayas a quemar...

            —¿Qué insinúas?

            —Que sería divertido tener a dos hermanos a mi merced, es un reto divertido.

            —¡Ni sueñes que voy a dejarme manipular! He descubierto tu auténtica cara.

            —Y vuelves subestimarme otra vez –camina hacia mí con elegancia, se cuadra frente a mí y se pone de puntillas, dejando sus labios a la altura de los míos mientras permanezco rígido, sin inmutarme–, solo respóndeme a una pregunta... ¿aún sabiendo lo mala que soy y todo lo que le estoy haciendo a tu hermano, te pusiste cachondo mirándonos?

            Me aparté de ella para hacer que el aire corriera entre nuestros cuerpos.

            —Lo tuyo no tiene no tiene nombre.

            —Eso no es una respuesta –me recordó.

            Aguanté estoicamente las ganas de enviarla a la mierda, cogí mi chaqueta y me fui de su apartamento sin contestar. Me jodía sobre manera tener que darle la razón en un momento así, tener que admitir que solo era un hombre, tan necio e influenciable como los demás. Pero ni por asomo pensaba caer en sus redes, antes prefería morir que traicionar de esa manera a mi hermano y dar el beneplácito a esa bruja de hacer con nosotros lo que quisiera.

            Tan pronto pensé eso, un escalofrío descendió por mi columna; acababa de meterme en la boca del lobo sin ser consciente.