miprimita.com

Eric, un sumiso ejemplar: Los inicios (I)

en Dominación

SI QUIERES CONOCER LA HISTORIA COMPLETA DE EVA, TE LA MOSTRAMOS EN LOS SIGUIENTES RELATOS:

PRIMER RELATO: ADIÓS A LA INOCENCIA (NO CONSENTIDO)

SEGUNDO RELATO: LA VENGANZA DE EVA (NO CONSENTIDO)

 

En este último relato de la saga rescatamos al personaje de Eric y sus orígenes al servicio de Eva. Los primeros encuentros siempre son curiosos, y este es el primer encuentro entre dos personajes completamente opuestos, pero que hallarán un futuro común en las siguientes entregas. Iremos desgranando poco a poco la historia, esperando que os guste y os incite a seguir leyendo un tipo de narración diferente.

Como todo autor que experimenta, quiere conocer vuestras impresiones, así que no dudéis en hacer vuestras aportaciones. Gracias.

 

 

Eric, un sumiso ejemplar: Los inicios (I)

 

 

                Recuerdo aquel día como si fuera ayer.

                Me encontraba en uno de los pubs más selectos de Barcelona, un amigo de un amigo del dueño me había facilitado invitación y había insistido para que asistiera y le diera mi sincera opinión de las reformas realizadas.

                Por lo general, los sitios bulliciosos y ruidosos no me gustaban. Huía de esos ambientes porque por muy vetada que estuviera la entrada, siempre había el mismo tipo de gente.

                Luces tenues iluminaban estratégicamente el recinto mientras avanzaba hasta entrar en la gran sala. Todo era de un color blanco liláceo a causa de las leds de neón que recorrían el perímetro del techo. El espacio estaba dividido en tres niveles, había la planta superior, donde la gente bailaba o conversaba asomados a la gran barandilla que tenía vistas a la pista. Una planta más abajo nos encontrábamos en la sala central, destacaba un apartado con mesas blancas y sillas de acero inoxidable para tomar cócteles alejados de la multitud, y dos escalones más abajo se abría una enorme pista de baile circular, justo al fondo de ésta, resplandecía una gran barra de cristal.

                Avancé segura por el lugar, esquivando a las parejas que bailaban al ritmo de la música hasta llegar a la barra y sentarme en uno de los taburetes frente a ella.

                —¡Al final has venido! —exclamó mi amigo con alegría.

                —No quería perderme la reapertura, por lo que veo —dije mirando a mí alrededor— está lleno de gente.

                —Se han agotado las entradas, la gente que hay aquí ha pagado mucho dinero por entrar. ¿Ves esas puertas de ahí?

                Señaló el pasillo de la parte superior, en forma de media luna. En las paredes blancas resaltaban unas puertas negras cerradas.

                —¿Qué son? —pregunté con curiosidad.

                —Son los reservados. Ahí van las parejas que buscan algo de intimidad.

                —¡Es cierto! —exclamé— Me dijiste que querías hacer un reservado para parejas liberales.

                —Así es —asintió complacido—, por un "módico" precio, quien lo desee puede dar rienda suelta a su imaginación. Además de las habitaciones disponemos de juguetes de todo tipo, todo a disposición de las exigencias del cliente.

                —Muy bien, veo que has pensado en todo.

                —Por cierto, ¿has venido sola? ¿Dónde está Saúl?

                —Le he dado el día libre —me eché a reír—. De todas formas no pienso quedarme mucho rato.

                —Entiendo... —dijo con resignación—, bueno, agradezco que hayas venido y ya que estás... ¿qué quieres tomar?

                —¡Sorpréndeme!

                Mi amigo me dedicó una enorme sonrisa antes de bordear la barra para meterse dentro y prepararme un cóctel.  Miré distraída a mi alrededor antes de fijar la vista en el teléfono móvil y empezar a revisar mi correo. El estridente sonido de unas risas a mi lado me distrajeron. Tres mujeres avanzaban tambaleándose hacia la barra, ondeando sus vasos de cubata vacíos y sin parar de reír, tras ellas había un hombre alto, también ebrio, que las conducía torpemente intentando evitar que cayeran al suelo. La imagen no pudo resultarme más patética, les dediqué una mirada reprobatoria antes de poner los ojos en blanco y volver a centrarme en mi teléfono.

                Mi amigo me sirvió el cóctel, y alegando tener que ir a solucionar un imprevisto en los lavabos, se ausentó.

                Bebí un poco de mi combinado, sin duda estaba bueno, llevaba coco y algo más que no conseguía descifrar, como era de esperar, mi amigo había dado en el clavo.

                El grupo a mi derecha continuaba con las bromas y los juegos, el chico se dirigió al camarero y pidió bebida para sus acompañantes, seguidamente me miró y añadió:

                —Y póngale a la señorita otro de lo que sea que está bebiendo.

                Le miré con indiferencia una décima de segundo antes de girarme al camarero y anular su pedido.  Eso debió sorprenderle, porque me estudió largo rato antes de volver a insistir.

                —Yo lo pago, póngale otra copa.

                Apagué mi teléfono y me giré hacia él, entrecerrando los ojos; ese tío se estaba equivocando conmigo.

                —He dicho que no quiero.

                Mi constante negativa empezó a crisparle, apretó los labios y se alejó un poco de sus acompañantes femeninas para acercarse más a mí.

                —¿Cuál es tu problema? Solo intento ser amable.

                —Pues no es amabilidad lo que me transmites, más bien irritación, así que si no te importa... vuelve con tus perras sumisas y déjame en paz.

                Empezó a reír a mandíbula batiente delante de mí. Me levanté y tras pensármelo durante un rato, contuve las ganas de asestarle un rodillazo en plena entrepierna.

                —¿Qué pasa? ¿No te gustaría unirte al grupo? —Preguntó sarcástico.

                Necesité unos minutos para refrenar mis impulsos y analizar fríamente la situación: era un hombre guapo, posiblemente con dinero, el típico hombre que lo tenía todo y se creía un Dios. Seguramente nunca habría recibido un "no" por respuesta y hacía y deshacía a su antojo sin que nadie se lo impidiera. Respecto a ellas qué podía decir, eran las típicas mujeres amantes de los lujos, capaces de vender sus cuerpos a cambio de alhajas. Si a todo eso le sumamos que habían ingerido grandes dosis de alcohol, teníamos un cóctel peligroso que podía acabar muy mal.

                Tras analizar las cosas, decidí marcharme y poner distancia.

                Me giré y empecé a caminar, no llegué recorrer dos metros cuando sentí la presión de una mano masculina acariciando mi nalga derecha. No lo dudé, empleé las nociones adquiridas en las clases de defensa personal y me giré rápidamente sosteniendo la mano del hombre y haciéndola girar hasta que su cuerpo se dobló delante del mío. En cuanto lo tuve arrodillado y retorcido a causa de la forma antinatural con la que le sujetaba el brazo, me acerqué para decirle:

                —Que sea la última vez que me pones una mano encima o lo próximo que retorceré hasta desgarrar serán tus huevos.

                Estudié detenidamente las dolorosas contracciones de su rostro y cuando vi que ya no podía aguantarlo más, me aparté de él; ya había conseguido ponerme de mala leche y me lamentaba por haber ido a un lugar infame como ése.

Salí al exterior, pero no tardé en constatar que no estaba soba, el hombre al que había parado los pies me seguía. Decidí pararme y plantarle cara, quería acabar con esto cuanto antes.

                —¿Qué quieres? —Espeté a la defensiva.

                —Te vas a librar porque eres una mujer, pero que sepas que no ha nacido persona en el mundo que me trate así, no tienes ni idea de quién soy, ¡soy Eric Henderson! y podría convertir tu vida en un infierno por lo que acabas de hacerme.

                —¿Ah, sí? ¿Y mi opción cuál es? ¿Dejar que me toques el culo sin mi permiso por ser quien eres?

                —Mi pequeña osadía no es nada comparado a la agresión que he recibido por tu parte.

                —Pues así son las cosas.

                —No eres más que una mujer amargada, posiblemente despechada, una de esas feministas que odian a los hombres.

                Reí con malicia, sus divagaciones me producían, cuanto menos, gracia.

                —Eres libre de pensar lo que quieras —alegué.

                —Me repugnan las personas como tú.

                —Bien, si tanto te repugno, ¿por qué sigues hablando conmigo?

                Me miró extrañado.

                —¿Y por qué lo haces tú?

                Sonreí.

                —Ante todo soy educada, y me estás hablando —le recordé.

                —La verdad es que no sé qué hago hablando contigo, sentía tanta rabia que solo quería...

                —¿Pegarme? —pregunté sin escandalizarme.

                Me miró extrañado.

                —Jamás he puesto la mano encima a una mujer —se tocó la cabeza, posiblemente se sentía algo mareado a causa del alcohol.

                —Es bueno saberlo, Eric.

                Me miró extrañado. Apuesto a que no recordaba que minutos antes me había dado su nombre completo.

                —¿Tú cómo te llamas?

                —¿Por qué quieres saberlo?

                —Para estar en igualdad de condiciones —alegó—, es lo justo.

                —¿Nadie te ha explicado nunca que la vida no es justa?

                —¿No vas a decírmelo? —rugió alterado.

                —No veo el porqué debería hacerlo —Continué tranquila—. Te repugno, ¿recuerdas?

                —Eres realmente odiosa. ¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar, le costaba aceptar una derrota, y haciendo una excepción, decidí concederle el capricho.

                —Para ti, Ama.

                Su cara fue todo un poema en ese preciso instante, a mí simplemente me divertía su desconcierto.

                —Así que eres de esas...— espetó con desdén.

                —¿De esas? —repetí sin entender a qué se refería.

                —Sí, de las que les va el sexo duro, ridiculizar al hombre y esas cosas.

                Nuevamente me asaltó la risa.

                —No voy a invertir mi tiempo explicándotelo, realmente pienso que es inútil. Y ahora, sintiéndolo mucho, debo despedirme. Que pases una agradable noche.

                Me giré sobre mis propios talones y reemprendí la marcha, sin poder preverlo, Eric se puso a mi lado para acompasar mis pasos.

                —Explícamelo, ¿en qué consiste?

                Puse los ojos en blanco. Estaba harta de curiosos, de morbosos que pretendían jugar con cosas que les venían grandes.

                —¿Realmente no tienes nada mejor que hacer? Te recuerdo que has dejado a tres mujeres tiradas en ese antro.

                —Por eso no te preocupes, me esperarán —alegó muy pegado de sí mismo.

                Su comentario me enervaba, así como esa chulería innata que le acompañaba y que salía a relucir en cada una de sus palabras. No acostumbraba a ser una mujer paciente y Eric estaba empezando a agobiarme de verdad. Suspiré de forma audible y dejé de avanzar para cuadrarme nuevamente frente a él.

                —Está bien —acepté.

                Saqué un bolígrafo de mi bolso y sujeté su mano con firmeza, a continuación escribí un número de teléfono.

                —¿Qué es? —preguntó con impaciencia.

                —Ella estará encantada de explicarte todo cuanto desees saber, además es muy buena en lo suyo. Dile que vas de mi parte.

                —¡No pienso hacer eso! —espetó ofendido— ¿Por quién me tomas?

                —¿No querías saber?

                —Sí pero no así. Quiero que me lo expliques tú.

                Sonreí con malicia, su forma de dirigirse a mí estaba alcanzando el límite.

                —De acuerdo, tú lo has querido.

                Cogí aire y me erguí ante él.

                —Bésame —ordené.

                Me miró extrañado, sabía que en ese instante no me deseaba, pero una parte de él no podía negarse, vio algo en mí que había despertado su interés y esa era mi baza.

                Como había imaginado, solo tardó un par de minutos en reaccionar, pues no quería dejar pasar esa oportunidad, así que se acercó tanto a mí que nuestras narices casi se rozaron. Entonces hizo lo que también había supuesto, llevó sus manos a mi cintura para arramblarme a él. No bien sentí la presión de sus manos a mi alrededor, cogí todo el impulso del que fui capaz y le abofeteé.

                —¡¿Pero qué haces?! —gritó llevándose una mano a la mejilla—No lo entiendo, ¿por qué has hecho eso?

                Sonreí fugazmente y avancé un paso en su dirección.

                —Bésame —repetí con sensualidad.

                Eric suspiró por la nariz y volvió a cuadrarse, esta vez dudaba si acatar mi orden o no, pero finalmente no pudo resistir la tentación y volvió a colocar sus manos sobre mi cintura para acercarme a él.

                Nuevamente levanté mi mano y le abofeteé.

                —¡Lo has vuelto a hacer! ¡¿Pero qué cojones te pasa?!

                —He dicho que me beses no que me toques.

                —¡Estás enferma! —espetó herido.

                Podía percibir su odio, incluso si me concentraba seguro que era capaz de escuchar como su orgullo de hombre se estaba haciendo añicos, pues una mujer le había pegado tres veces en una misma noche, y para alguien como él, eso era denigrante.

                Sonreí y me relajé; el juego había terminado.

                —Te doy permiso para que te vayas.

                —¿Qué me das permiso? ¿Tú a mí? —preguntó ofendido.

                —Eso es lo que he dicho.

                Le esquivé dispuesta a alejarme de él, pero nuevamente el muy capullo cometió un error imperdonable, osó cogerme del brazo y tiró de mí con tanta fuerza que colisioné contra su cuerpo. Sin darme tiempo a reaccionar, sus labios se estrellaron contra los míos mientras que con sus manos me impedía el movimiento.

                Alcé la rodilla derecha y golpeé su entrepierna con tanta fuerza que cayó de rodillas al suelo, entonces aproveché para retorcer nuevamente su brazo mientras me colocaba a su espalda y le empujaba hacia delante. Cuando su cara besaba el suelo me senté sobre su espalda impidiéndole el movimiento, seguidamente, me incliné hasta susurrar junto a su oreja:

                —¿No has tenido suficiente?, ¿cuántas veces tengo que decirte que no puedes tocarme? ¿Todavía no lo has entendido? Yo estoy por encima de ti, yo decido quién, cómo y cuándo, y tú, simplemente obedeces.

                —¡Me estás haciendo daño! —Gritó junto al asfalto.

                Me eché a reír y solté su brazo, luego me puse en pie.

                —Hasta ahora he sido muy comprensiva contigo, pero te lo advierto, déjame en paz. Ahora lo digo enserio.

                De mi rostro se había esfumado la diversión, ahora estaba enfadada y mi paciencia se había agotado.

                Esta vez conseguí que me hiciera caso, pues no volvió a intentar nada y yo pude regresar a mi casa.

                Pasó una semana, o tal vez dos, no recuerdo bien cuánto tiempo antes de llegar a la entrada de mi edificio y volver a verle.

                Llevaba una traje oscuro y gafas de sol, pero incluso así podía reconocerle. Delante de él había un coche negro de alta gama, con los cristales tintados.

                Avancé sin perder detalle de cuanta información percibían mis sentidos, hasta que él me reconoció en la distancia y se centró en mí.

                —Hola, Ama —Saludó con retintín.

                —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo sabes dónde vivo?

                —Espero que no te importe, te seguí.

                —Pus sí me importa. ¿A qué has venido? ¿Quieres que vuelva a pegarte?

                —No si puedo evitarlo —rió—. Creo que tenemos una conversación pendiente, la última vez no estaba en plenas facultades.

                —¿Y ahora sí? —Pregunté escéptica.

                —Ahora sí —confirmó.

                —Veo que sigues sin entenderlo —reí de lo absurdo—, ¿todavía no te has dado cuenta que no eres tú quién me elige a mí?

                —Solo he venido a hablar, sentí curiosidad.

                —Pues deberías buscar en internet —atajé.

                —Pero yo quiero que seas tú quién me lo explique.

                —¿Por qué? ¡No tiene ningún sentido!

                —Porque me atraes —reconoció sin titubear.

                Rompí a reír, realmente no podía meter más la pata, era el hombre más torpe e inexperto que había conocido jamás.

                —No sabes lo que dices...

                —Aun así, ¿podrías hacer una excepción conmigo?

                —No aguantarías ni dos minutos —alegué muy segura de mí misma.

                —Pruébame.

                Fruncí el ceño sin dejar de mirarle. Eric tenía un punto, me atraía como hombre, no obstante sabía que no podía estar a la altura de mis expectativas, él era completamente diferente. Pero lo que más me sorprendía era esa terquedad suya por intentar tener algo conmigo, sabía que no eran meras explicaciones las que quería obtener de mí, pero no podía imaginar el verdadero motivo de su continua insistencia. A penas nos habíamos visto una vez, él estaba ebrio y encima nos conocimos de una manera poco común... Sin embargo ahí estaba nuevamente, pidiéndome una oportunidad como si fuera su único objetivo en la vida.

                La situación me pareció insólita. Una parte de mí quería demostrarle que él no estaba hecho para esto, seguramente era cuestión de un par de encuentros más para que se diera cuenta de que éramos completamente opuestos, entonces se cansaría y se iría y yo me habría librado de él. Si no cedía, mi intuición decía que habrían más encerronas de este tipo, pues no era un hombre capaz de asumir una derrota, así que... ¿qué podía perder?

                Suspiré delante de él, dispuesta a aceptar su petición, de todas maneras, esta relación tenía los días contados y yo no pensaba ponérselo demasiado fácil. Su chulería, prepotencia y hombría me hastiaban más que cualquier otra cosa, odiaba a la gente así con todas mis fuerzas y éste sería mi momento para vengarme.   

                —Bésame —ordené nuevamente, dispuesta a ponerle a prueba.

                Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal, pensaba que era una más de las mujeres que se rendiría a sus encantos y yo no quise sacarle de su error; esto no había hecho más que empezar...

                Eric se aproximó a mí con cuidado e inclinó su cabeza para buscar mi boca. En cámara lenta fue acercándose hasta que consiguió besarme. Esta vez no me había tocado, de hecho su cuerpo casi no se había aproximado al mío para respetar mi espacio. En cuanto se separó añadió:

                —Aprendo rápido —afirmó con esa sonrisa autosuficiente que tanto me irritaba.

                —No te creas... si tuviera que abofetearte cada vez que te diriges a mí de forma inadecuada, a estas alturas ya no tendrías cara.

                Se echó a reír.

                —¿Cómo debería hablarte? ¿De usted?

                —Por supuesto.

                Volvió a reír y juro que contuve las ganas de volver a atizarle.

                —De acuerdo, señora, ¿he pasado la prueba? ¿Ahora puede explicarme más?

                —¿Qué quieres saber?

                —Me gustaría saber qué tiene de atractivo esta forma de ver el sexo para que hayan tantos hombres que se sientan atraídos hacia mujeres así —me señaló—, como usted —río por haberse dirigido a mí con tanto formalismo, se notaba que le costaba—. No se ofenda pero para mí es una mujer más, guapa, muy guapa, eso no se lo discuto, pero no hay nada que la haga especial.

                Cogí aire expandiendo al máximo mis pulmones antes de dejarlo ir poco a poco.

                —Ese es precisamente tu problema, no eres capaz de ver a la mujer, para ti solo somos un trozo de carne y servimos para una cosa. Mira..., creo que no es buena idea que sigamos hablando de esto, realmente tú eres feliz así, no necesitas conocer nada más porque no vas a ser capaz de apreciarlo.

                Su rostro se contrajo por la incomprensión, yo negué con la cabeza y me dispuse a abrir la puerta de mi portal.

                —¿Ya está? —preguntó perplejo.

                —No quiero convencerte de nada; esto no funciona así.

                —Pero... —en sus ojos se reflejó la duda—, yo no busco que me convenzan de nada, solo quiero entender.

                —Lo siento, voy a entrar, no quiero seguir debatiendo esto.

                —¿Puedo entrar contigo?

                Le miré extrañada.

                —¡¿A mi casa?!

                —Sí..., por favor...

                —Ahora sí que se te ha ido la cabeza... —reí.

                —No quiero dejarlo aquí, aún no me he rendido.

                —¡¿Pero es que tengo que explicártelo otra vez?! No se trata de ti, soy yo quien decide si se acaba aquí o no se acaba.

                —Lo sé, perdone Ama... Deme una oportunidad.

                Por primera vez, la burla se había esfumado de sus ojos, estaba serio y dispuesto a hacer lo que hiciera falta porque aceptara su petición, tal vez esa era la chispa que me faltaba, ver que aunque era un hombre anclado en unas arraigadas costumbres, tenía cierta voluntad de cambio, de conocer aquello que le era extraño pero llamaba enormemente su atención. Tal vez solo pensaba que esto no era más que un juego sexual, algo que podría experimentar a placer y luego largarse y volver a ser el que era, no tenía ni idea de la implicación física y mental que requería y que probablemente, después no podría volver a ser el mismo. Creo firmemente que hay experiencias que te cambian la vida, yo soy un fiel ejemplo de ello, pero él parecía ajeno a ese detalle; no obstante, consiguió captar mi atención, quería descubrir hasta qué punto era capaz de aceptar mis exigencias con tal de vivir una nueva experiencia. Por todo eso cogí aire, me cuadré y dije con voz firme y ecuánime: 

                —Si quieres entrar a mi casa, lo harás de rodillas.

                Me miró extrañado.

                —¿Es una broma?

                —No, es una orden. Arrodíllate como un perro.

                —No pienso hacer eso. ¿Te has vuelto loca? Podrían vernos...

                —A mí eso me da igual, solo digo que si quieres entrar en mi casa, lo hagas de rodillas hasta que yo ordene que te pongas en pie —repetí con tranquilidad.

                —¡Ni de broma! —espetó cabreado.

                —Bien. Pues hasta aquí se acaban nuestros encuentros, que tengas un feliz día.

                Entré en mi portal y cerré la puerta. Sabía que no sería capaz de hacerlo, su orgullo jamás le dejaría ponerse al servicio de una mujer sin reservas.

                Pasaron dos días más, dos días en los que no había vuelto a pensar en Eric.

                Aquella noche llegué tarde a casa, había quedado con unos amigos y me había entretenido más de la cuenta. Nada más abandonar el taxi reconocí ese coche con los cristales tintados aparcado delante de mi casa. Cuando me quedé sola, un hombre se bajó de su interior, era Eric.

                No entendía qué hacía ahí, por qué insistía tanto y se dedicaba a perturbar mi paz con sus exigencias y sus chorradas. No estaba dispuesta a aguantarle ni una más y pensaba llevar el asunto a sus máximas consecuencias con tal de deshacerme de él de una vez por todas.

                Quería decírselo, hacerle partícipe de mi fastidio y que se diera cuenta de que yo no era un juguete con el que podía experimentar a placer y luego largarse. Su osadía empezaba a sobrepasar los límites razonables y estaba a punto de saltar, poniendo fin a esta absurda historia.

                —Buenas noches, Ama —procedió con cautela.

                Entonces hizo algo impropio, algo que me dejó descuadrada. Estiró sus pantalones del traje con los dedos y con lentitud se arrodilló en el duro asfalto. Se quedó arrodillado mirándome fijamente a los ojos, pero sin añadir nada.

                Aguardé un tiempo, pensando que la vergüenza haría que se pusiera en pie, y más teniendo en cuenta que había gente en la otra acera que miraba con descaro en nuestra dirección.

                —Las manos al suelo —ordené pensando que no me haría caso.

                Para mi sorpresa, suspiró resignado y acató mi orden sin poner objeción.

                —Ven... —dije haciéndole un gesto con la mano para que se acercara a mí.

                Eric avanzó a cuatro patas y se detuvo a escasos centímetros de mis piernas desnudas. Pasé una rodilla por su mejilla y él permaneció inmóvil. Entonces me incliné para sostener su corbata y tiré fuertemente de él, hasta hacerlo chocar contra mis piernas.

                Esperaba un quejido, una protesta, incluso que se cansara y se pusiera en pie, pero no hizo nada de eso. Se quedó esperando una orden como un perrito fiel.

                Le guié tirando de su corbata hasta el portal y abrí la puerta. Vivía en un tercero, pero en lugar de coger el ascensor, decidí ir por las escaleras, llevándole escalón a escalón sin dejar de tirar de su corbata.

                En cuanto llegamos a mi apartamento, me quité la chaqueta y dejé el bolso en el mueble del recibidor antes de sentarme en el sofá y cruzas las piernas.

                —Tengo una pregunta —procedí con tranquilidad—, ¿por qué ese interés por querer meterte en mi mundo?

                Eric empezó a levantarse y enseguida me afané en impedírselo:

                —No te he dicho que te pongas en pie, solo quiero una respuesta a mi pregunta.

                Suspiró sonoramente y volvió a ponerse a cuatro patas.

                —He intentado pasar página, decirme a mí mismo que esto no me gusta y no es lo que quiero, pero nunca he conocido a alguien como usted y sentí mucha curiosidad.

                —Así que es una desbordante curiosidad lo que te trae a mí.

                —Me gusta el sexo y soy morboso —confirmó con contundencia—, no quise cerrarme a algo nuevo si tenía la oportunidad de probarlo.

                —Te he facilitado los datos de una buena Ama que estaría encantada de mostrarte cuanto desees saber, aun así me has perseguido, te has presentado a deshoras frente a mi casa y has reclamado mi atención. ¿Por qué?

                —Esto no tendría sentido si no fueras tú... quiero decir, —rectifica rápidamente— usted la que me enseñara.

                —Sigues sin ofrecerme un por qué.

                —Porque me gusta. Me atrae más de lo que hubiera imaginado.

                —No te atraigo yo, te atrae la idea del sexo que yo podría ofrecerte.

                —¡No es solo eso! —interviene levantando el tono—, es algo más... no sé cómo decirlo, pero siento que no puedo volver a mis quehaceres hasta que no sacie la curiosidad que siento hacia usted.

                Entrecerré los ojos valorando su argumento. No me podía creer que sin apenas haber hecho nada para despertar ese deseo que decía sentir por mí, estuviera cediendo a mis caprichos sin tener garantías de que realmente querría tener algo con él.

                —Desnúdate —ordené.

                Eric fue incorporándose poco a poco y esta vez no se lo impedí, le dejé que se quitara la ropa hasta quedarse completamente desnudo frente a mí. La vergüenza debió asaltarle en ese instante, porque tras despojarse de los calzoncillos, se llevó las manos para cubrir su hombría.

                —Aparta las manos —le dije para poder estudiar su cuerpo en su totalidad.

                Él me obedeció, aunque un tanto reacio.

                Me levanté y avancé hacia él para mirarle bien. Tenía buen cuerpo, no había ni rastro de grasa, parecía estar en forma. Del mismo modo era un hombre al que le gustaba cuidarse, estaba depilado y su piel resplandecía por la hidratación. Giré lentamente a su alrededor, podía percibir su nerviosismo, pero no se inmutó. Pasé un pedo por su trasero y tracé un camino ascendente por su columna hasta detenerme en la nuca. Giré ese mismo dedo siguiendo el contorno de su cuello y me detuve en la nuez. En esta posición podía mirarle detenidamente a los ojos, no me gustaba que él me retuviera la mirada, pero en esa ocasión no se lo impedí. Seguí mirándole mientras descendía el dedo por su tórax y bajé hacia el ombligo.

                Me acerqué a su cuello, para aspirar el embriagador aroma a colonia con el que había bañado su cuerpo. Olía de maravilla, así que cerré los ojos centrándome en este sentido, luego pasé mis labios lentamente por su cuello. Entonces su impaciencia le hizo reaccionar, sentí la sutil caricia de su mano pasando por mi brazo y me separé.

                —¡¿Qué haces?! —pregunté enervada.

                —¿Qué he hecho? —preguntó descolocado.

                —No puedes tocarme. Jamás. No te lo permito.

                —¿Por qué?

                —¿Me estás preguntando?

                Silencio.

                —No quiero sentir tu contacto y deberías respetar eso, creo que es un norma bastante sencilla.

                —Pero yo...

                —Pero nada —le corté—. Debes dominar tus impulsos, ser paciente y obediente.

                Recorrí mi mirada por su cuerpo y tuve que hacer un esfuerzo por no empezar a reír, el muy capullo se había excitado.

                —También deberías poder controlar eso —señalé hacia su falo erecto—. Seguro que con lo impulsivo que eres no tardas más de dos segundos en correrte.

                —Puedo aguantar —alegó apretando fuertemente los labios para contener su ira.

                —No debes contestarme, nunca. Si quieres hablar pedirás permiso, pero jamás, y repito JAMÁS, volverás a reprocharme algo. A partir de este momento tú eres mío, si digo que no puedes mantener relaciones sexuales no las mantendrás, si decido únicamente utilizar tu cuerpo para satisfacerme y no te permito aliviarte, no lo harás. Si quiero poner tu cuerpo al servicio de otras personas, cederás, porque yo te lo ordeno.

                —Pero...

                —¿Vas a interrumpirme otra vez?

                —No, lo siento, Ama. ¿Puedo hablar?

                Suspiré resignada.

                —¡Habla!

                —Creo que esto va demasiado rápido y yo..., verá, solo quiero intimar con usted, no quiero que me comparta ni que nadie más participe de esto.

                Se me escapó la risa.

                —¿Ya estás poniendo límites y ni siquiera hemos empezado?

                —Lo siento Ama, pero es lo que pienso.

                Una cosa debía reconocerle a Eric: tenía huevos. Quizás porque no era un hombre con tendencias sumisas, se permitía el lujo de llevarme la contraria en ocasiones. No voy a decir que eso me gustaba, pero sí apreciaba que sintiera la suficiente confianza como para expresarme su opinión. Pero ese detalle no iba a reconocérselo jamás, no quería que lo tomara como una costumbre porque él debía aprender que pese a sus gustos o preferencias, estaba a mi entera disposición. Debía empezar a separar el sexo de lo demás, tal vez le permitiera tomarse cierta libertad en determinados momentos si él cumplía mis expectativas en el terreno íntimo, pues ambos podíamos negociar, alcanzar cierto equilibrio ya que no quería un esclavo anulado, quería un siervo con personalidad.

                —Te doy permiso para irte ahora, si quieres. Antes de que todo empiece a complicarse.

                —No quiero irme —dijo con rotundidad.

                —Bien, entonces desnúdame, pero hazlo sin tocarme o te castigaré.

                Me miró extrañado. Seguidamente tragó saliva sintiéndose, en cierta medida, intimidado. Con todo el cuidado del mundo agarró un botón de mi camisa y empezó a desabrocharlo procurando que sus manos no rozaran parte alguna de mi piel.

                Fue retirando las prendas una a una, llenándose de paciencia para que ni un milímetro de su piel estuviera en contacto con la mía.

                Ver el cuidado que ponía en los movimientos, hizo que me relajara y bajé la guardia al darme cuenta que pondría todo su empeño en no tocarme.

                Cuando me quedé en ropa interior, se detuvo.

                —Quítame la ropa interior.

                Suspiró de forma audible, el reto se hacía más difícil puesto que un movimiento mal calculado haría que no pudiera acatar mi primera orden.

                Desabrochó primero los corchetes del sujetador, incluso tuvo la osadía de recolocar mi cabello hacia un lado para facilitar la maniobra, pero en ningún momento me tocó.

                Fue deslizando sutilmente los tirantes por los hombros hasta deshacerse de él. En cuanto el sujetador cayó al suelo sus ojos se centraron en mis pechos. Nuevamente contuve la risa; ese hombre era un descarado.

                —No deberías mirarme, solo concentrarte en tu tarea.

                —No la estoy mirando, sino admirando, está buenísima.

                —Deberías saber que no me gusta que nadie se dirija a mí en esos términos.

                —Vale, perdone, Ama. Pero reitero lo que he dicho antes.

                Puse los ojos en blanco, realmente esto era una locura, no era capaz de cerrar la maldita boca y cada cosa que decía estaba más fuera de lugar que la anterior.

                Entonces llegó el momento culminante, sujetó con firmeza los elásticos de mi tanga y rozó sin darse cuenta la piel de mi cadera.

                Me retiré rápidamente, poniendo distancia entre ambos.

                —Perdone —se disculpó enseguida—, no pretendía tocarla.

                —Pero lo has hecho. Así que arrodíllate.

                Su cuerpo se tensó en respuesta, podía apreciar su nerviosismo pero no osó contradecirme. Se puso a cuatro patas sobre el suelo.

                —Acompáñame.

                Me siguió hasta llegar a mi cuarto.

                —Túmbate boca arriba en la cama.

                Hizo cuanto le pedí, pero en ningún momento dejó de mirarme; ya me centraría otro día en ese detalle, hoy tenía otros planes para él.

                Me subí a la cama y me puse en pie, él me miraba desde abajo.

                —Quítame el tanga con la boca —ordené sin dejar de estudiar cada uno de sus movimientos.

                —Sí.

                —Sí, qué.

                —Sí, Ama.

                Se incorporó hasta quedarse de rodillas y acercó su cásida boca al pubis, con tiento estiró la tela hacia abajo. Fui sintiendo su aliento sobre mi sexo y con cada uno de mis movimientos, su respiración se hacía más profunda. Su pene erecto me indicaba que esta situación le excitaba.

                Fue conduciendo el tanga por mis largas piernas, mordiendo la goma de un muslo y luego pasando al otro para que bajara a la par, hasta que por fin, el tanga quedó tendido bajo mis pies y salí de él con elegancia.

                No me hizo falta hablar, subí la rodilla y empujé su hombro hasta que volvió a tumbarse sobre el mullido colchón. Cuando estuvo completamente estirado, descendí rápidamente y me puse a cuatro patas, dejándolo a él debajo.

                Con fuerza estiré su mano hacia una punta de mi cama, ahí todavía reposaba las cintas de seda rojas que utilizaba para algunos de mis juegos. Alcancé una y la anudé concienzudamente dejando su brazo tirante. Seguidamente repetí la maniobra con el otro brazo, asegurándome que ahora no podría tocarme ni aunque quisiera.

                Me separé lo suficiente para juntar sus pies, y rodearlos con la cinta para a continuación, imposibilitar su movimiento atándolos a la estructura de hierro que había en los pies de mi cama.

                Ahora parecía estar crucificado. Sus brazos extendidos al máximo debían producirle cierto dolor, de la misma forma había atado a conciencia sus pies juntos, en una postura poco natural. 

                —¿Puedo saber qué va a hacer conmigo, Ama?

                Sonreí y volví a concentrarme en él.

                —Te he atado porque por lo que se ve, no eres capaz de dejar de tocarme. Ahora simplemente voy a disfrutar de tu cuerpo, utilizarlo para darme placer y pase lo que pase, tú no vas a correrte.

                —¡¿Cómo?!

                —Si obedeces, si veo que simplemente puedo confiar en ti y no te dejas llevar por tus impulsos, sabré recompensarte. Si me desobedeces, el castigo será peor que el pequeño reto que te propongo.

                Su ceño se frunció por la incomprensión.

                —Pero... no sé si podré..., en fin...

                —Te permito hablar mientras te utilizo, pero no podrás ordenar o hacer peticiones, simplemente haré contigo lo que me venga en gana. ¿Te ha quedado claro?

                —Sí...

                —Si, qué.

                —Sí, Ama —reprodujo con resignación.

                —Así me gusta. Abre la boca...

                Enseguida me obedeció, abrió la boca y esperó paciente a ver qué haría a continuación. Me incliné sobre su cuerpo desnudo y metí mi lengua en su boca, saboreándole, en cuanto me correspondió con ganas, me detuve. Seguí pincelando su definido cuerpo con mi lengua hasta llegar a su ingle. Su pene estaba exultante, terriblemente excitado y sabía que su impaciencia le haría jugar una mala pasada.

                Volví a ascender, manteniendo los brazos en tensión sobre el colchón para impedir que mi cuerpo cayera sobre el suyo. Con sutileza aproximé mi sexo a su miembro y me dediqué a garabatear dibujos con mis labios sobre su húmedo glande. Sentí su excitación, percibí su deseo, incluso escuché como leves jadeos brotaban de su garganta. Froté mí clítoris sobre su glande, no utilizaba las manos, solo movía mis caderas, asegurándome de restregar mi zona genital sobre su miembro, pero sin iniciar la penetración. Su impaciencia se desbocó, la punta de su pene buscaba incansable mi agujero, quería entrar, sentir la presión de los músculos, mi fuerza por querer retenerle dentro de mi cuerpo mientras me movía a placer. Pero él debía aprender a ser paciente, a prolongar el momento, a dejarme saciada antes de esperar mis atenciones.

                Su cuerpo se arqueó como un arco en tensión, y a punto estuvo de penetrarme, por suerte, me separé de él antes de que eso sucediera.

                —Te recuerdo que todavía puedo inmovilizarte más, así que deja de moverte.

                Cerró los ojos en un intento de controlar sus instintos primarios.

                Poco a poco fui colocándome, haciéndome sitio mientras colocaba su rostro a escasos centímetros de mi sexo.

                —Debes aprender a satisfacer a tu Ama, vamos a ver qué tal se te da...

                No acabé de hablar cuando su impaciencia volvió a cogerme por sorpresa. Sacó su lengua y empezó a hundirse en mi vagina, lubricándome toda la zona. Me acariciaba y mordía el clítoris con deleite, se esforzaba muchísimo en darme placer.

                Levantaba su cabeza para amoldarse a mi postura y clavar su lengua repetidas veces en mí, me retorcí y empecé a sentir un estremecimiento de excitación, se le daba mejor de lo que esperaba y pronto, empecé a gemir. Mis gemidos eran correspondidos por su constantes jadeos y su respiración fuerte y profunda. Cada vez me encontraba más a gusto, así que sostuve su cabeza con ambas manos para guiar su boca sobre mi sexo. Restregué mis jugos, bañados por su saliva por su rostro, sintiendo cómo con mis movimientos, se desbordaba mi placer.

                Antes de alcanzar el clímax me separé, aún jadeante, y me coloqué suavemente sobre él, intentando que nuestros cuerpos no se tocaran. Sin más preámbulos, me senté a horcajadas sobre él y fue cayendo sobre su erguido miembro, sentí como la carne se abría para recibirle, para sentirle en lo más profundo de mi ser. Ambos gemimos cuando mi cuerpo quedó completamente clavado en su falo erecto y entonces empecé a moverme.

                Subí lentamente y volví a caer en torno a él, su miembro era duro, grande y grueso. Seguí moviéndome de arriba abajo, trazando dibujos con mis caderas, en ocasiones también me retiraba lo suficiente para jugar con su glande, dibujando el contorno de mi abertura antes de volver a insertármelo hasta el fondo. Mi cuerpo volvió a relajarse y me estiré para entrelazar mis manos a las suyas, que continuaban atadas, mientras me movía clavándome su miembro sin descanso, bailando una erótica danza sin dejarle salir de mí.

                Mi excitación llegó a su punto álgido, noté como un espasmo me atizó desde dentro para succionar con fuerza su miembro en mi interior.

                —Voy a correrme... —anuncié jadeante.

                —No...

                Le miré con el interrogante grabado en mis ojos claros, pero no quise detenerme, seguí moviéndome con desesperación, apretando sus manos mientras mi cuerpo iba por libre, buscando su propio placer.

                —No puedo aguantar más, voy a correrme... —alegó haciendo esfuerzos para que eso no ocurriera.

                —No serás capaz... —paré en seco al ver que hablaba enserio.

                Sin previo aviso, su cuerpo se tensó y empezó a llenarme de esperma hasta las entrañas, no pude contener mi cara de asombro e indignación al mismo tiempo. No solo había desobedecido mi norma, además se había corrido dentro de mí. No habían palabras capaces de expresar el enfado que me recorría entera en ese momento.

                En cuanto su rostro se relajó, profiriendo un suspiro de alivio, alcé mi mano y le abofeteé con tanta fuerza que mis dedos quedaron marcados en su mejilla.

                —Eres gilipollas —espeté herida.

                Me levanté y sentí como sus jugos resbalaban por la parte interna del muslo.

                —Lo siento, Ama —dijo como si con eso bastara para aplacar mi enfado—, no he podido aguantar más.

                —Más lo siento yo, pasará mucho tiempo hasta que permita que vuelvas a correrte.

                —¿Qué quiere decir?

                —Si sigues conmigo, si decides no desistir en tu empeño de querer convertirte en mi sumiso, utilizarás un anillo estrangulador que te impida eyacular.

                Me levanté y empecé a desatar las ataduras de sus extremidades, marcas superficiales decoraban sus muñecas y tobillos, pero no se quejó. Una vez le liberé, cogí una de las cintas y sin dejar de mirarle a los ojos, la até alrededor de su cuello, dejando el nudo apretado, no para ahogarle, pero lo suficiente como para que sintiera la presión.

                —Ama... ¿puedo preguntar qué va a hacer conmigo ahora?

                —Vas a emendar tu desastre.

                Fui tumbándome sobre la cama, y a medida que lo hacía estiraba la cinta de su cuello para que su cabeza fuese cayendo conmigo.

                —Quiero que te comas tu corrida, no vas a dejar nada, ¿Te queda claro?

                —Eso no..., yo...

                —¿Vas a contradecirme? —estiré con fuerza de la cinta, haciendo que su cabeza cayera sobre mi vientre— Ni una sola queja más.

                Y cediendo a mi capricho, su cabeza se colocó entre mis muslos y con tímidos lametazos, empezó a recoger su esencia, dejando mi piel limpia y reluciente de nuevo.

               

                Me puse el batín de raso y lo anudé fuertemente a mi cintura, Eric no dejó de mirarme, sus ojos me hablaban, decían lo que era incapaz de expresar con palabras: que se sentía arrepentido y avergonzado. Apuesto a que no estaba acostumbrado a que ninguna mujer estuviera de un humor de perros después de haber yacido con él, pero yo no era como las otras, no iba a conformarme con sexo mediocre y convencional, para mí este encuentro había sido una ofensa y así se lo quise mostrar.

                —Ahora será mejor que te vayas, no voy a precisar tus servicios.

                —Deme otra oportunidad...

                —¡Basta!, te he dado una oportunidad, querías saber y cedí, pero no sueñes que voy a ceñirme a tus antojos. He dicho que te vayas.

                —¿Volveré a verla?

                —Solo cuando yo lo desee.

                —¿Eso es un no?

                Me giré bruscamente en su dirección, como siempre su boca le traicionaba a la menor oportunidad y hablaba más de la cuenta.

                —Vete de mi casa, ahora mismo.

                Acabó de vestirse, retándome con la mirada. Cuando hubo acabado se cuadró frente a mí.

                —Mañana volveré —aseguró con intimidación.

                —Y mañana no subirás a mi apartamento —aseguré convencida.

                —Estaré toda la semana si hace falta, hasta que me hagas caso.

                —Conmigo no sirven las amenaza, yo de ti tendría cuidado con eso porque te olvidas de un pequeño detalle: yo sé quién eres Eric Henderson, pero tú aún no sabes quién soy yo.

                Tragó saliva, viéndose acorralado por mis palabras, respecto a mí tenía muchos cabos sueltos, pues no me había conocido de la forma tradicional y ahora habían detalles que escapaban a su control. Por primera vez, se dejó guiar por el deseo hacia lo desconocido y olvidó tener en cuenta otra serie de detalles, que para una mente fría y calculadora como era la suya, este era un error imperdonable. Tenía la sensación de que por su condición, sabía a qué tipo de mujeres se acercaba y con quién se relacionaba, respecto a mí, no tenía nada y parecía que en ese mismo momento acababa de topar bruscamente con la realidad.

                En cuanto salió de mi habitación, suspiré profundamente. Ese tipo de situaciones me aburrían enormemente, su capricho infantil empezaba a sacarme de mis casillas. No estaba para tonterías, y parecía que Eric no era capaz de entender eso.