miprimita.com

Síndrome de Estocolmo (nº1)

en Dominación

Síndrome de Estocolmo (nº1)

 

     —¿Qué es lo último que recuerdas?

     Mis ojos se perdieron entre el blanco techo de la habitación. Intenté por todos los medios recordar, pero mi mente estaba embotada, confusa, no sabía por dónde empezar...

     —Había muchas personas... –fue lo único que pude decir.

     —¿Sabes por qué te retenían? –el agente sostuvo mis manos haciéndome reaccionar, mis ojos regresaron a él súbitamente– Bianca, es importante que intentes recordar, puedes ayudarnos a detener los secuestros. Todavía no sabemos qué quieren, si solo lo hacen por dinero o...

     —No es por dinero –corregí con los ojos abnegados en lágrimas–, eso no les supone ningún problema, disponen de más dinero del que te puedas imaginar.

     El agente miró hacia el cristal haciendo una señal a sus compañeros que atendían la conversación ocultos en la otra sala.

     —¿Entonces cuál es el móvil? ¿Por qué tantos secuestros a mujeres jóvenes, guapas, entre dieciséis y veinte años?

     —Todo está organizado, sus víctimas no son escogidas al azar, llevan semanas, incluso meses siguiéndolas, estudiando sus movimientos, su familia... Saben todo lo que hace.

     —¿Con qué fin? –insistió y yo sentí como un nudo de emociones contradictorias se alzó en mi pecho.

     —Se subastan fotos de las víctimas por internet, solo los clientes tienen acceso a esas fotos y pueden pujar por ellas. Son personas muy poderosas las que hacen sus apuestas. Cuando se alcanza el precio máximo es cuando se produce el secuestro y esa mujer acaba siendo propiedad de...

     —¿Es una trama organizada? ¿Crees que la mayor parte de los secuestros que tenemos por resolver son producidos por esta organización?

     Asentí sin verbalizar una sola palabra. Sabía que llevaban años actuando de ese modo, se movían siguiendo órdenes de sus clientes y jamás dejaban un cabo suelto; eran muy organizados, meticulosos y sabían cómo cometer los delitos de forma eficaz.

     —De acuerdo. Supongamos que pujan por las mujeres durante un tiempo y luego se hacen con ellas, ¿con qué fin?

     Alcé la mirada, ¿realmente necesitaba más aclaraciones o quería oírmelo decir?

     —Para convertirlas en esclavas sexuales.

     Me contempló atónito.

     —¿Es una red mundial de prostitución? –preguntó con incredulidad.

     —Es más que eso, nada escapa a su control. Las mujeres son instruidas por sus dueños y no tienen ningún vínculo o contacto con nadie que no forme parte de la organización. Ellos se encargan de su manutención, hay médicos que atienden sus dolencias... es...es... un mundo aparte. Viviendo ahí empiezas a olvidar realmente que existe otra opción de vida y acabas resignándote, acatando órdenes, sintiendo que formas parte de algo, que no hay opción para ti... Saben cómo anularte, como evitar que pienses, cómo hacer que te aferres a lo único que puede hacerte sobrevivir: cumplir sus fantasías sin poner objeción. Algunas de las mujeres no llegan a adaptarse nunca a esa forma de vida y mueren, o se deshacen de ellas. Otras aprenden a convivir con sus amos, incluso pueden llegar a amarlos sintiéndose arropadas por ellos... Es como si tu mente, tu cuerpo, tu voluntad... se anulara por completo, se hiciera un reset en tu cerebro y empezaras a vivir de una forma que jamás creíste que pudiera ser posible.  Dejas de ser tú y pasas a ser la esclava de.

     —Dios mío... ¿Cuántas hay como tú?

     —Cientos... –musité.

     —¿Y sólo tú has conseguido escapar?

     Sonreí de medio lado y agaché la cabeza. Era obvio que el joven agente no me prestó la debida atención cuando le dije que nada escapaba a su control. Que yo esté aquí no es una mera casualidad, soy un hilo que han movido a conciencia con un único fin, aunque no estaba autorizada para decírselo.

     —Está bien. ¿Qué puedes decirnos del lugar dónde estuviste retenida? ¿Te acuerdas?

     Negué con la cabeza.

     —¿Piensas que ahora pueden ir a por ti?

     Suspiré.

     —Te protegeremos para que no puedan encontrarte, pero ahora debes concentrarte y decirnos algo que pueda sernos de ayuda para localizarlos.

     —Lo siento... ahora no... –las lágrimas brotaron de mis ojos de repente– no me acuerdo, hace mucho y...

     —Tranquila –el joven agente colocó nuevamente una mano sobre las mía y ese contacto, tan distinto al de mi amo tuvo una reacción adversa y retiré las manos rápidamente–, márchate y descansa. Nos veremos dentro de dos días. Aprovecha para pensar, intenta recordar.

     Asentí.

     —Por cierto, hay alguien de tu familia que...

     No le dejé acabar la frase e interrumpí rápidamente su argumento.

     —Por favor, no quiero ver a nadie, no estoy preparada y...

     Me miró sin entender.

     —Pero sus padres y su hermano llevan años buscándola.

     —No estoy preparada, lo siento.

     Enjugué un par de lágrimas con el dorso de la mano y dejé que esos hombres me escoltaran a la que sería mi nueva habitación durante un tiempo.

     Aún recuerdo el olor del mar que aturdía mis sentidos no bien abría la ventana de mi habitación en el ático de mis padres. La humedad que cargaba el ambiente era como un manto invisible que se adhería a mi piel transmitiéndome un leve escalofrío. Recuerdo los colores verde lima y gris ceniza de mi habitación, mi colchón de látex y la suavidad de las mantas al arroparme bajo ellas.

     Son meras sensaciones que aún guardo en mi mente, cuando todo un mundo de posibilidades se habría frente a mí. Acababa de cumplir dieciocho años y me sentía invencible. Mis notas escolares estaban en su punto álgido, ya con un pie dentro de la universidad. Mi familia me quería, me apoyaba y me ayudaba a perseguir mis sueños, hasta entonces soñaba con ejercer la abogacía, como papá. Mis amigas eran la vía de escape que me hacía sentir viva y Vincen, mi novio, era un chico atento y cariñoso al que amaba con locura.

     Me acuerdo de lo que era levantarse por la mañana y prepararse para un día cualquiera, vestirme con uno de mis vestidos de gasa favoritos que dejaba al descubierto mis largas y torneadas piernas, que eran aún más bonitas con los zapatos de tacón de aguja que me ponía para las ocasiones especiales. Me encantaba peinar mi larga melena dorada, que ya casi rozaba la cintura, embadurnar mis largas pestañas con un poco de rímel realzando así mis ojos azules y pintar sutilmente mis labios, haciéndolos más jugosos e irresistibles.

     Solía salir disparada para reunirme con Vincen. Solo me apetecía perderme en cualquier lugar con él y sentir sus manos por todo mi cuerpo, sus caricias, sus besos...

     Nada podía augurar que aquel día no iba a sentir las manos de Vincen sobre mi cuerpo, ni percibir la suavidad de sus caricias y mucho menos saborear sus carnosos labios. No llegué a cruzar el parque que sentí un inminente pinchazo en mi cuello de alguien que, sin verlo venir, estaba a mi espalda. Empecé a ver borroso y un mareo hizo que se moviera el suelo bajo mis pies; a veces tengo la sensación de que morí en aquel instante.

    

      —Aquí está la chica –dijo un hombre que estaba a mi lado, pero no podía verle, pues mis ojos estaban vendados.

     Orienté la cabeza para seguir el sonido de esa extraña voz y me di cuenta de que no podía moverme, tenía las manos y las piernas atadas y me habían colocado una mordaza en la boca para que tampoco pudiera hablar. Escuché el frenético bombeo de mi corazón en el interior de mi cabeza, e inevitablemente, mi respiración se aceleró.

     —Quiero verle los ojos –ordenó un hombre frente a mí, tenía un acento extraño, extranjero, tal vez alemán. Escuchar su forzada pronunciación me heló la sangre.

     Retiraron la venda de mi ojos y enfoqué la mirada en mis captores en primer lugar.

     —Mírame –ordenó el hombre de acento extranjero.

     Me volví para prestarle toda mi atención. Era un hombre alto y elegante, vestía un traje de líneas rectas y una impoluta camisa blanca sin corbata. No era excesivamente mayor, parecía que apenas rozaba los cuarenta.

     Los ojos de ese hombre me enfocaron con descaro, estudiando cada una de mis reacciones, incluso se acercó para obtener un mejor plano de mí. Vi con claridad la profundidad de sus ojos grises, su espeso cabello negro, con algunas canas, y esa barba de pocos días, prácticamente blanca. Era un hombre de complexión fuerte, de porte intimidante, y eso hizo que yo me sintiera aún más pequeña.

     —Tienes razón, –dijo mirando a mis captores— es ella.

     —¿Dónde quiere que se la dejemos?

     —No se preocupe, yo me ocupo –constató acercándose a esos hombres y extendiéndole lo que parecía ser un cheque.

     En cuanto nos quedamos solos, en esa habitación lúgubre y oscura sentí terror, no sabía qué quería de mí, pero tenía la intuición de que no sería nada bueno.

     El hombre se acercó decisivo y se acuclilló sin dejar de mirarme a los ojos, con cuidado llevó sus manos hacia las hebillas de mi mordaza y me la desabrochó. Sentí los labios ligeramente entumecidos y muy sensibles, no obstante, aproveché mi oportunidad para hablar:

     —Por favor... –fue lo único que pude decir antes de que ese extraño silenciara mis labios apoyando contra ellos uno de sus largos dedos.

     —No quiero que digas nada. A partir de ahora solo hablarás cuando se te ordene.

     —Pero mis padres...

     No llegué a acabar la frase que con súbita fiereza el hombre me cruzó la cara de una fuerte bofetada. El dolor se extendió rápidamente por mi rostro sonrojando la zona que había recibido el impacto. Instintivamente empecé a llorar.

     —No me gustan las lloronas –sentenció poniéndose en pie–. ¡Manuel, Carlos! –gritó– Llévense a esta puta y prepárenla. Decid a Eva que la ayude a adecentarse para mí.

     Salió de la habitación y esa extraña pareja me alzó de un brusco estirón y me llevó a rastras por los pasadizos de esa inmensa cárcel hasta llegar a una galería luminosa. Abrieron una de las puertas utilizando una llave y me condujeron por lo que parecían ser los pasillos de un gran palacio. Recargados techos se alzaban sobre mi cabeza, lámparas de araña y paredes de colores llamativos conducían hacia los aposentos del señor que me había comprado.

     Nada más entrar en la recámara, los hombres me dejaron ahí, asustada, temblando y sollozando por todo cuando estaba viendo a mi alrededor, entonces, una chica joven y de más o menos mi edad se acercó y me ayudó a incorporarme.

     —Me llamo Eva –dijo recolocando un mechón despeinado de mi cabello detrás de la oreja–. Te ayudaré a prepararte para el señor.

     Tiró de mí hasta llevarme al baño, y omitiendo mis protestas fue desnudándome hasta dejarme completamente desnuda.

     —Oh... –dijo acariciando despacito un arañazo que tenía en la cintura– al señor no le gustará.

     Me dio la vuelta y siguió mirándome, palpando mi piel, buscando señales o cicatrices de antaño.

     —Tu rodilla también está magullada. Intentaré maquillarla, pero el señor se dará cuenta de todos modos, siempre lo hace.

     —¡Oh, Dios! –me derrumbé poniéndome de rodillas en el suelo, llorando a pleno pulmón sin entender todo lo  que estaba pasando.

     —No, no llores, por favor... –dijo Eva poniéndose a mi lado y abrazándome al mismo tiempo– Si lloras tus ojos se enrojecerán y  eso enfurecerá al señor.

     —¡¿Pero quién es ese señor?! Yo no quiero esto, quiero regresar a casa, quiero estar con mi madre... –al recordar a mi madre, el llanto se incrementó y no pude encontrar la fuerzas necesarias para detenerlo esta vez.

     —Ese señor –dijo Eva con tranquilidad–, es tu amo. Ha pagado una gran fortuna por ti y ahora eres de su propiedad, puede hacer contigo todo lo que desee y tu único deber es obedecerle y no enfadarle, debes hacer que jamás pierda el interés por ti, ¿entiendes?

     Negué con la cabeza, abrazando mi cuerpo con los brazos al mismo tiempo y encogiéndome tanto como me fue posible.

     —Debo prepararte.

     —No pienso moverme de aquí.

     —Tienes que hacerlo, por favor.

     —No lo haré.

     Eva suspiró.

     —Hazlo por mí, si no puedo obedecer al amo en esto se enfadará conmigo y me castigará.

     —No es mi problema.

     La muchacha volvió a negar con la cabeza.

     —Tú no te das cuenta, ¿verdad? Te lavarán y cambiarán de todos modos, solo que no seré yo, lo harán sus capataces y no serán tan delicados. Así que de ti depende hacer las cosas fáciles o difíciles.

     Por primera vez miré a esa chica con cara de ángel, era preciosa y tenía los ojos más extraños que había visto en mi vida; uno verde y otro azul. Su cabello caoba caía alrededor de su rostro con sinuosidad; todavía no podía creer que una mujer como ella fuese partícipe de este secuestro y obedeciera a esa especie de monstruo con acento extranjero.

     Pero debió ser el miedo que se reflejó en sus ojos, o tal vez lo que dijo antes, que hizo que recobrara fuerzas y me levantara lentamente, dejándome llevar hacia las duchas sin poner resistencia.

     Me lavó a conciencia y luego se entretuvo con mi pelo, me maquilló escondiendo las pequeñas magulladuras que evidenciaban el forcejeo del secuestro.

     —Eres la favorita del señor, lleva mucho tiempo pujando por ti –dijo Eva sonriéndome con sinceridad.

     —¿Mucho tiempo?

     —Tienes suerte, ha pagado mucho para convertirte en su esclava. Si te hubiese tocado cualquier otro amo... –hizo una mueca que no supe interpretar– Pero nuestro amo es bueno y generoso. Te tratará bien si le obedeces.

     —¿Obedecerle? ¡Él me ha secuestrado! ¡Por su culpa estoy aquí! ¿Piensas que encima de haberme separado de mi hogar, de mis padres, debo agradecérselo? ¡Ni pensarlo, en cuanto pueda huiré de aquí!

     —Shhhh... no digas eso –siseó mirando en todas direcciones– No puedes escapar y si lo intentas te castigarán. El amo ha hecho muchas excepciones contigo y deberías saber valorar eso, le importas mucho.

     —¿Excepciones? –pregunté incrédula.

     —No eres virgen y el amo siempre quiere adiestrar a mujeres vírgenes.

     —¡Esto es increíble! ¿Por qué le defiendes?

     —Bianca, escucha...

     La joven no llegó a acabar la frase cuando uno de los hombres del señor se personó de improvisto en la habitación.

     —El amo requiere ver a su nueva esclava.

     —Enseguida vamos, solo debe acabar de vestirse.

     Eva no dijo nada más. Me ayudó a ponerme la ropa interior negra, de seda. Era de un fino encaje ligeramente transparente y parecía caro. Luego me puso un simple vestido rojo, también de seda, tan corto que si me movía con brusquedad se veía la ropa interior que había debajo.

     Eva pulverizó un poco de perfume sobre mi cuello y me acompañó a paso ligero a la gran sala. En ella había un enorme sofá de cuero blanco, donde se sentaba el señor. También me fijé en las tres mujeres que habían sentadas a sus pies, sobre la alfombra. Tragué saliva y observé como Eva corrió delante de mí y se puso de rodillas junto a una de las chicas, ocupando su posición en el suelo.

     El amo me estudió desde la distancia y eso me hizo sentir desnuda.

     —Acércate –ordenó en todo autoritario y no tuve fuerzas para negarme, así que avancé con inseguridad.

     El amo se alzó y se colocó delante de mí, era aún más alto de lo que creía. Dio la vuelta a mi alrededor y cuando volvió a cuadrarse frente a mí, reparó en mi rodilla magullada y chasqueó la lengua.

     —Aprenderás a cuidarte. A partir de ahora tu piel es mía y quiero que esté siempre perfecta, sin marcas ni arañazos. Esto no puede volver a producirse, ¿queda claro? –dijo señalando mi rodilla.

     Le miré frunciendo el ceño.

     —¿Queda claro? – repitió.

     Pero yo no quise contestarle y mi silencio le llevó a sonreír con crueldad, antes de que pudiera darme cuenta, volvió  a cruzarme la cara de una bofetada.

     —Te he hecho una pregunta.

     —Me ha quedado claro –dije con rapidez.

     —Así me gusta. Ahora me acompañarás a la fiesta, hoy iré contigo, quiero exhibirte y que conozcas a algunos de mis compañeros.

     —No –dije automáticamente.

     —¿Has dicho algo? –preguntó el señor con incredulidad.

     —He dicho que no.

     En cuanto volvió a acercarse e intuí que iba a abofetearme de nuevo me moví con rapidez y clavé las uñas en mi mejilla.

     —Si das un paso más me arañaré la cara –dije advirtiendo que esa era una de sus debilidades.

     —No te atreverás...

     Clavé con más ahínco las uñas en mi mejilla.

     —Ponme a prueba –le reté–. Quiero que me saquen de aquí, que me dejen libre y prometo no decir nada a nadie de lo que hacéis aquí. Solo quiero olvidar para siempre esta pesadilla.

     Rió de mi argumento.

     —Eso no es posible. Antes prefiero matarte con mis propias manos que dejarte libre. He pagado dinero por ti y me perteneces, si te autoagredes  te venderé al mejor postor para que hagan contigo lo que quieran, no me gustan las cosas sucias o marcadas, valoro la perfección en toda su extensión y si dejas de ser perfecta me desharé de ti. Pero tranquila, aquí hay hombres que pagarían por una mujer como tú, incluso con el rostro desfigurado. No sé dónde crees que estás, niña, pero si piensas que puedes amenazarme o hacerme ceder lo más mínimo te equivocas. He apostado por ti, he pagado un alto precio porque quiero que seas mía, si no es así recuperaré el dinero invertido alquilándote a otros hombres. Siempre gano, Bianca, así que tú misma.

     Tragué saliva y retiré lentamente la mano de mi mejilla, en aquel entonces comprendí que no había nada pudiera hacer para huir de él y de esa enorme mafia que se entretejía a mi alrededor. La única realidad era que por mi cuenta no podía escapar con vida y debía seguir sus ordenes, tal vez dejar que confiaran en mí, en mi lealtad, y cuanto menos se lo esperaran hallar una salida.

     El señor me cogió de la mano pillándome desprevenida y la estiró con fuerza, me llevó hacia la mesa y me retuvo ahí, a su lado.

     De uno de los cajones sacó un afilado cuchillo y colocó la hoja de acero sobre mi muñeca.

     —La próxima vez que me amenaces te cortaré la mano y luego se la daré de comer a los perros –susurró cerca de mi oído–, después de eso haré te violen una y otra vez hombres asquerosos, sádicos, hombres que mancillarán hasta el último poro de tu piel a cambio de dinero. Hoy por hoy eres importante para mí, mi juguete nuevo, pero recuerda una cosas: no eres imprescindible.

     Clavó el cuchillo con fuerza sobre la base de madera de la mesa, junto a mi mano, y me zarandeó con fuerza.

     —Vuelve a hacer eso otra vez y cumpliré mi amenaza.

     Los ojos se me llenaron de lágrimas y mis piernas fallaron haciéndome caer al suelo. Estaba asustada, añoraba mi hogar, me sentía terriblemente sola, perdida...

     El amo se fue enfadado de la habitación y sus otras esclavas me miraron.

     —¿Y esta es la nueva? Es realmente idiota –dijo una de las mujeres.

     —Es su primer día, Lorena, ¿acaso no recuerdas cómo fue el tuyo?  –me defendió Eva.

     —Nunca se me hubiese ocurrido amenazar al señor, ¡Dios, qué estúpida! En cuanto vea lo que hay en la fiesta verá a nuestro amo de otro modo.

     —¿Crees que por eso quiere llevarla a ella? –preguntó otra de las chicas.

     —Todos los hombres que van a acudir hoy también han pujado por ella, así que supongo que es una manera de que nuestro amo se proclame ganador.

     —¿Y por qué no quiere ir con alguna más de nosotras?

     Eva se encogió de hombros.

     —Supongo que sabe que no podrá apartar los ojos de Bianca en ningún momento por temor a que cometa alguna estupidez. Hoy no puede estar pendiente de nadie más.

     Oírlas hablar fue mucho más doloroso de lo que hubiera imaginado, cada una de sus palabras hacían mi ego más pequeño.

     —Ayudadme a salir de aquí por favor... –supliqué con voz queda.

     —Oh, Bianca... No podemos hacer eso, además, ni siquiera nosotras conocemos la salida y por lo poco que sabemos, hay hombres que vigilan que ninguna de nosotras pueda escapar de aquí. Debes empezar a aceptar cuanto antes que de ahora en adelante este será tu nuevo hogar.

     Escuchar esas palabras me hicieron alzar sollozos incontrolados que no pude mitigar, pese a que Eva insistía en que me calmara. En un abrir y cerrar de ojos mi vida, tal y como la conocía, se había esfumado y esa sensación de vacío es algo que jamás podré olvidar. No importa el tiempo que trascurra, el dolor de las primeras horas de esclava fueron lo más doloroso que experimenté en mi vida, ni siquiera una agresión física podía dañarme tanto como la certeza de que todo lo que quería, lo que esperaba, lo que era, lo que tenía... había sido arrancado de mí sin ningún tipo de contemplación. Ya no era yo, sobre mí se había alzado una chica falsa, una copia inanimada de la niña que solía ser.

     Las otras chicas hablaban de mí sin reparar en mi presencia. Lorena era la más reacia a que yo estuviera ahí. Era una joven con un tono de piel color caramelo precioso, unos expresivos ojos verdes y el cabello más negro y brillante que he visto jamás. Sin lugar a dudas era una de las chicas más guapas que había visto en mi vida. Sarah era pelirroja, de piel muy clara y sin pecas, parecía una muñequita de porcelana. Sus ojos marrones eran muy vivos y estaban llenos de inocencia, por lo que me pareció que sería la más joven de todas. Eva, en cambio, la veía más veterana y muchas veces ejercía de mediadora entre las otras chicas.

     Me sumergí en un inquebrantable silencio mientras las chicas me untaban en crema, polvos, recolocaban mi ropa, limaban mis uñas... Todo era una especie de ritual para desempeñar un fin.

     En cuanto las puertas de la gran sala se abrieron, todas las chicas se pusieron en pie y se alinearon colocándose por tamaño. Me giré sin levantarme de mi silla y observé como el señor avanzaba hacia mí dejando a sus hombres de confianza atrás.

     A medida que se acercaba sus labios reprodujeron una sonrisa y confieso que el gesto me heló la sangre.

     —Tengo esto para ti –dijo con su característico acento al tiempo que abría una caja roja.    

     De su interior extrajo dos zapatos, también rojos, e hizo algo que jamás hubiera imaginado, se arrodilló frente a mí y alzó con delicadeza uno de mis pies descalzos para colocarme el zapato. Tras abrochar la hebilla al tobillo, repitió la maniobra con el otro pie, luego, se alzo de nuevo.

     —Acompáñame.

     El amo tendió una mano en mi dirección y tras reconsiderarlo durante un rato, decidí aceptársela.

     Tragué saliva y contuve el llanto, no quería enfadarle, pues tenía miedo de su reacción.

     Me acompañó hacia un amplio ascensor, nos subimos en él junto a sus hombres de confianza. Una vez llegamos a la planta baja, las puertas se abrieron y los cuatro empezamos a caminar por el largo pasillo. Seguía sin ver ventanas, ni salidas al exterior, todo eran pasillos y puertas, iluminación artificial y cámaras de seguridad atornilladas en las alturas.

     —Déjame verte –dijo el amo orientando mi rostro de derecha a izquierda.

     Evité mirarle directamente a los ojos mientras me estudiaba. Palpó mi cabello, me acarició los labios con los dedos, repasó mi cuello... Estaba inmerso en el reconocimiento de mi cuerpo.

     —Eres perfecta, Bianca. Tus facciones, la simetría de tu rostro, la suavidad de tu piel... eres valiosa.

     Fruncí el ceño ante su argumento, nadie me había dicho esas cosas y que esos halagos vinieran de mi captor, me resultaba extraño. El amo se llevó una mano al bolsillo de su americana y de él extrajo un collar de cuero negro con diminutos diamantes ensartados en toda su longitud. Con movimientos lentos lo llevó hacia mi cuello y lo abrochó con fuerza, casi podía sentir como la cinta me cortaba la respiración, seguidamente, colocó una fina cadena plateada y la sujetó con firmeza.

     —No soy un perro –me quejé con un hilo de voz.

     —Eres lo que yo quiera que seas –dijo el amo, exhibiendo una fulgurante sonrisa.  

     Entramos en una nueva estancia, con iluminación íntima y llena de gente, me sentí terriblemente frágil mientras avanzaba por un amplio pasillo detrás del amo, que se detenía cada pocos metros para hablar con sus compañeros. En mi vida me había sentido tan humillada como en ese mismo instante, sentí todas las miradas clavadas en mí mientras mi amo tiraba levemente de la cadena para que me acercara más a ellos y pudieran admirarme mejor.  Miré distraída a mí alrededor y el estómago se me puso del revés. Todavía me acuerdo de la confusión que se gravó en mi rostro tras ver las perversiones que hacían algunos grupos en las zonas más retiradas.

     Mirara donde mirara habían orgías, hombres que abusaban cruelmente de mujeres indefensas, que las azotaban, humillaban e incluso les hacían comer heces. Podía escuchar sus lamentos, sus gemidos, gritos y súplicas en la distancia que contrastaban con las risas de los hombres. Algunas chicas tenían el cuerpo lleno de anillos unidos a gruesas cadenas que los amos estiraban a voluntad. Estaba muy confundida por todo lo que estaba viendo, hasta ahora el sexo había sido algo inocente y romántico para mí, pero esa noche había descubierto muchas más de sus posibilidades en ese infierno. Involuntariamente empecé a respirar con dificultad, el miedo ascendió por todo mi cuerpo tensando los músculos, pues la sola idea de que uno de esos hombres me tocara me infundía pavor. Jamás resistiría que me azotaran de esa manera, o que desinfectaran mis heridas orinándose encima, o que me obligaran a practicar una felación a un animal... todas esas perversiones jamás imaginadas en mi mente de dieciocho años me empezaron a nublar el entendimiento.  

     Entonces, a medida que mi mente iba analizando la situación, asimilando escenas y comprendiendo el porqué de mi secuestro, una reacción innata se alzó en mi pecho y me hizo actuar para buscar la seguridad que me faltaba. Corrí los escasos metros que me separaban de mi amo y me apreté a su espalda con fuerza, cerrando los ojos y sollozando con la voz entrecortada:

     —Por favor sáqueme de aquí, por favor...

     —Pero ¿qué estás haciendo?

     El amo se revolvió y estiró de la cadena obligándome a caer al suelo.

     —Se lo suplico, por favor, ya he visto suficiente, quiero regresar...

     —No vamos a ir a ninguna parte, Bianca, nos quedaremos aquí el tiempo que yo considere oportuno.

     —Tiene miedo –dijo el hombre grueso que había a su lado–, tu puta está cagada de miedo.

     —Todavía es joven y debe aprender.

     El hombre sonrió sin dejar de mirarme.

     —Me gustaría ayudarte, es más, estaría encantado de hacerlo. He oído hablar mucho de tu nueva adquisición.

     El amo estiró de mi cadena e interpreté que quería que volviera a ponerme en pie, bajé la mirada, procurando no mirar a ninguna de las parejas que estaban practicando sexo en retirados reservados de la gran habitación.

     —La verdad es que tengo muchas ganas de desenvolver este regalo.

     —Pues no se hable más, busquemos un poco más de intimidad.

     Seguí a mi amo y a ese hombre robusto hacia una zona oscura y vacía. Había una gran cama redonda con sábanas negras y butacas de cuero rodeando el perímetro. Por mi mente pasaron innumerables escenas que probablemente se hacían en ese lugar y no sabría decir cuál de ellas me daba más miedo.

     Mi amo se sentó en una de las butacas y me ordenó que me colocara de rodillas sobre la cama mientras él continuaba sosteniendo la cadena.

     Obedecí, sabiendo que no podía negarme a ninguna de las peticiones que quisiera hacerme, y más después de ver lo que hacían en ese lugar.

     —Vamos –dijo mi amo haciéndole a su compañero un gesto con la cabeza–, haz los honores.

     —¿No quieres hacerlo tú? –preguntó dubitativo.

     —Esta golfa ya ha sido estrenada, si no fuera por su belleza, ni siquiera le hubiese prestado la más mínima atención.

     El hombre gordo sonrió lascivamente y se acercó a mí.

     —Prácticamente todos los hombres que hay aquí han pujado por ella –dijo para que mi amo lo oyera–, y pensar que esta preciosidad podría ser mía, o de Mario... ¿Te imaginas lo que Mario podría hacer con ella?

     Mi amo rió.

     —Mario no sabe apreciar una obra de arte, la destrozaría en dos días.

     El gordo se encogió de hombros, cuadrándose frente a mí.

     —Aun así solo imaginar las posibilidades me pone cachondo...

     Finalmente las manos del gordo se juntaron en el escote de mi vestido y estiró de los lados abriendo una grieta que rompió el vestido en dos.

     Me costó horrores mantenerme firme y dejar que ese cerdo desabrochara mi sujetador y sobara mis pechos, masajeándolos con fuerza, como si quisiera arrancármelos mientras gemía como un animal. No le miré ni una sola vez a la cara mientras sus pegajosas manos resbalaban por mi cuerpo y acariciaban mi pubis por encima de la ropa interior, solo mantenía la mirada a mi amo, que observaba desde la distancia, dejando que otro hombre me tocara delante de él. No sabría decir si en aquel momento de confusión pretendía de algún modo provocarle para que fuera él quien me tocara o solo era la forma que tenía de huir de la realidad, de escapar a las asquerosas caricias de un ser tan repugnante.

     El gordo me tumbó lentamente en la cama y fue retirándome la ropa interior salivando al mismo tiempo. Se colocó entre mis piernas y movió las rodillas separándolas para exponer mi sexo.

     —¿Puedo? –preguntó el gordo a mi amo, y este le dedicó un asentimiento de cabeza.

     Entonces sentí el asqueroso contacto de su lengua saboreando los pliegues de mi sexo y esa sensación me produjo arcadas en lugar de excitación. Involuntariamente retiré mi sexo de su insistente boca con un movimiento de caderas, pero él me ordenó que estuviera quieta y volvió a lamer. Me sentí lubricada por la viscosidad de su saliva, en esta situación, solo él parecía disfrutar del inesperado banquete.

     —¿Está excitada? –preguntó mi amo interrumpiendo los saqueos de su lengua.

     —No sabría decirte, esta puta no gime, ni se retuerce como las otras, parece un puto cadáver.

     Mi amo rió y se acercó haciendo a un lado a su compañero. Sin mediar palabra me abrió las piernas y palpó con sus dedos mi sexo. Con el pulgar presionó el clítoris mientras el dedo índice se guiaba entre los labios, aprovechando la lubricación que me había ofrecido su amigo, y con decisión, se introdujo hasta el fondo de mi vagina. No pude evitar reproducir un leve gemido por la repentina intrusión, pero ahí no acabaron las caricias. Su dedo fue hundiéndose cada vez más con pequeñas embestidas mientras el pulgar trazaba suaves circulitos contra mi clítoris. Podía controlar estoicamente cada una de mis reacciones, pero toda mi entereza se vino abajo cuando su dedo índice se curvó en mi interior y presionó un lugar oculto de mi cuerpo que me hizo retorcerme de placer bajo la pericia de su mano. Mi amo siguió moviendo sus dedos rítmicamente, y esta vez, la humedad corría literalmente entre mis muslos mientras decenas de espasmos me sacudían, cada vez más rápido, hasta que mis jadeos empezaron a ser más fuertes y pronto, sentí la urgencia de un orgasmo amenazando con liberarse y no tuve el poder suficiente para retenerlo, arqueé mi espalda y me dejé llevar de una forma inimaginable.

     Cuando mi amo se retiró, se dirigió hacia su compañero y le mostró los mismos dedos húmedos que segundos antes habían perforado mi interior.

     —Sí se excita –corroboró haciéndose a un lado.

     El gordo volvió a agacharse y esta vez lamió mi sexo saboreando el calor del orgasmo recién liberado.

     —Mmmm... sabe muy bien –susurró junto a mi sexo produciéndome cosquillas.

     —Me alegra que te guste, pero no era mi intención hacer que se corriera, y ahora, si me disculpas, me gustaría estar a solas con ella.

     El gordo sonrió y se retiró con lentitud.

     —Me gustaría observar sin intervenir, si te parece bien, esta puta tiene un cuerpo delicioso.

     Mi amo le concedió el capricho y empezó a desnudarse delante de mí.

     El miedo, mezclado con la humillación tras haber alcanzado el clímax de esa forma, hizo que me sintiera intimidada. Pero mi vergüenza creció tras ver al responsable de mi secuestro completamente desnudo; todo él, su cuerpo fuerte y depilado, el tamaño de su miembro erecto, su semblante serio, la forma decidida en la que se acercaba a mí... No había nada de él que no me pusiera en tensión.

     Sostuvo la cadena de mi cuello con una mano y empezó a enrollarla en su muñeca hasta dejarla tibante, luego, tiró con súbita fuerza pegando mi rostro a su miembro.

     —Nunca, jamás, vuelvas a correrte sin mi permiso, ¿te queda claro, zorra?

     —Sí... sí, señor.

     Él pareció sonreír tras mi respuesta.

     —Ahora que te has corrido tendré que castigarte, pero antes, vas a chupármela y no pararás hasta que me corra.

     No hubo lugar a réplica, sostuvo mi cabeza con ambas manos y sin darme opción a nada más insertó su fuerte y grande miembro en la boca. Su embestida fue más profunda de lo que esperaba y pronto, empecé a sentir que me ahogaba. Pero ni siquiera entonces él se detuvo, apretó mi nuca contra su miembro tanto como pudo y cuando intuyó que ya no podía más, lo retiró poco a poco permitiéndome coger aire, pero su benevolencia no duró demasiado y volvió a profanar mi garganta sin ningún tipo de contemplación. Sin darme cuenta, sus sacudidas empezaron a ser cada vez más fuertes y rápidas, estaba follándome literalmente la boca, ignorando la excesiva saliva que resbalaba por mi barbilla, la agitada respiración al intentar coger aire a la desesperada, los gemidos de dolor por su poca delicadeza... Simplemente nada de lo que pudiera pasarme importaba, pues en ese momento era su juguete de dar placer y me utilizaba como tal. Cuando empecé a sentir los primeros chorros de semen invadir mi paladar, él me apretó con fuerza para que no se derramara ni una sola gota, vertiendo toda su esencia directamente en lo más profundo de mi garganta hasta estar completamente saciado.

     En cuanto disminuyó la presión de sus manos en mi nuca, me dejé caer sobre el colchón, luchando por recobrar el aire.

     —¿Te ha gustado el espectáculo, Antón?

     El gordo asintió con un movimiento de cabeza.

     —Me he corrido solo de veros. Me preguntaba si alguna vez me dejarías probar...

     Miré al amo con el terror grabado en la mirada.

     —Ya veremos, por ahora no me apetece compartirla, pero por otra parte hoy ha sido premiada sin habérselo merecido...

     —¿Entonces?

     — ¿Cuántos hombres dices que pujaron por ella?

     —Casi todos.

     —Bien... Entonces llámalos y diles que les presto a mi puta para que jueguen un poco si les apetece, pero bajo ningún concepto pueden follársela.

     —¡¿Qué?! ¡No! –grité desesperada y empecé a arañarme el cuello intentando arrancarme el collar.

     —Quédate quietecita... –susurró el amo extendiendo mis manos y llevándolas sobre mi cabeza para atarlas.

     —No lo hagas, por favor...

     —Bianca, no me gusta repetir las cosas, solo lo digo una vez. No vas a hablar a menos que se te ordene, vas a obedecerme en todo sin poner objeción y jamás cuestionarás nada de lo que yo haga o diga. ¿Queda claro? No quiero volver a repetírtelo.

     Me revolví inquieta, me moría de ganas de pronunciarme de nuevo suplicando por mi vida, pero no tuve el valor de volver a desobedecerle.

     —¿Sabes por qué hago esto? –preguntó girando mi cara para mirarme a los ojos– Es la única forma en la que puedes aprender, hoy te has dejado llevar sin mi consentimiento y debo castigarte. He observado que te repugna que te toquen y por eso lo hago.

     Empecé a respirar con ansiedad mientras la rabia me quemaba por dentro, en ese momento me bloqueé y dejé de sopesar mis opciones actuando de la peor forma posible. Retuve la mirada de mi amo y antes de que se separara de mí escupí sobre su rostro. Su cara se congeló en el acto, percibí como la ira le nublaba el rostro por momentos y entonces, volvió a pegarme. La bofetada fue más fuerte esta vez y estaba segura que me dejaría marca.

     Su cuerpo me volteó con súbita fiereza, colocándome a cuatro patas sobre el colchón. Con rapidez ató mis manos a unas argollas de la pared, inmovilizándome mientras el fuerte azote de su mano abierta impactaba sobre mis nalgas. Intenté no darle el placer de gritar mientras me lastimaba, mientras sentía la piel arder y cada vez más sensible, pero no pude permanecer impasible demasiado tiempo y sin querer, liberé los primeros quejidos. El dolor era inmenso y parecía no tener fin, la marca de sus dedos picaban sobre mis nalgas una y otra vez.

     Por dentro rezaba  e imploraba clemencia, solo quería que se detuviera, y cuando ya había abandonado la esperanza de que eso sucediera, paró. Se giró para mirarme y mostrarme las palmas de sus manos muy rojas.

     —Esto me duele más a mí que a ti, pero ahora vas percibir verdadero dolor.

     Su amenaza hizo que mis rodillas temblaran y aterricé de cara sobre el colchón, desatando incontrolados sollozos.

     —He cambiado de idea, podéis follárosla tanto como queráis, aunque solo os regalo su coño.

     No quise ver las personas que habían detrás de mí, no tuve valor para girarme pues estaba muy débil y mareada. Unas manos volvieron a incorporarme, dejándome nuevamente a cuatro patas y entonces lo sentí, la desgarradora verga de distintos hombres violándome desde atrás, abriéndome en dos mientras acomodaban sus manos a mis caderas y empujaban con fuerza, se clavaban a mí una y otra vez con violencia. Noté la irritación de mi sexo, que ya prácticamente estaba en carne viva por las continuas penetraciones. Esos hombres no tenían límites y me retenían desde atrás, aferrándose a mis pechos, estirando mi melena... algunos gozaban proporcionándome nuevas cachetadas en las nalgas rojas y amoratadas. En todo ese tiempo mi amo no se pronunció, solo observó impasible, ignorando mis súplicas, hasta que todos esos hombres se desahogaran conmigo, únicamente intervino en un par de ocasiones para recordar a sus compañeros que bajo ningún concepto debían dejarme marcas en la piel.

     Puede que mi piel, a excepción de las nalgas que mi amo había golpeado a conciencia, estuviera intacta, pero las marcas que había dejado en mi alma eran mucho más profundas y dolorosas que las físicas.

     Cuando acabaron me sentí sucia, usada, humillada y tan hundida que hice de mi silencio mi fortaleza. Cerré mi boca para siempre, era como si hubiese dejado atrás mi humanidad y ahora me hubiese convertido en otra cosa.

     Mi amo y sus hombres de confianza me llevaron  de nuevo a la habitación, con la ayuda de Eva me lavaron, vistieron y aplicaron crema en mis heridas, pero no había nada que pudiera curar la palpitante brecha que se había abierto en mi corazón.

     Esa noche me dejaron en la cama y pensé que por fin había acabado todo, pero no. Me despertaron unas manos al palpar mi irritada vagina y abrí rápidamente los ojos.

     —¿Cómo lo ve, doctor? –preguntó mi amo al hombre que me tocaba.

     —Debe descansar durante unos días y aplicarse la crema, pronto estará como nueva.

     El doctor siguió palpándome con las manos enguantadas y se detuvo en los cardenales de mis nalgas.

     —Estas marcas tardarán más en irse, unas semanas, tal vez meses...

     Mi amo suspiró.

     —Solo quiero que vuelva a ser perfecta.

     —Y lo será, no hay heridas permanentes.

     —Menos mal, no me apetecía desprenderme de ella tan pronto.

     El médico rió y volvió a cubrirme las nalgas con la sábana.

     —Si no hay nada más debo irme, tengo una ablación en veinte minutos.

     —¿Por parte de Mario?

     —Sí. Quiere saber lo que se siente al desgarrar un coño cerrado.

     —Mario es increíble, cuando creo que ya no puede sorprenderme más, lo consigue.

     Ambos rieron al unísono y se despidieron en la puerta de mi habitación, entonces escuché la voz de Eva en la distancia, pero no tuve fuerzas para girarme.

     —¿Quiere que me quede con ella, señor?

     —No... –susurró.

     Me costó un tiempo darme cuenta a qué se debían los sonidos que poco a poco invadían mi habitación, el amo estaba besando a Eva, escuchaba sus respiraciones entrecortadas y algunos gemidos.

     —Acompáñame –le dijo antes de dejarme sola.

     Apreté los ojos intentando contener el llanto, pero fue inútil. No sabía cuál sería mi destino a partir de ahora, pero no tuve más remedio que aceptar una cruda realidad: pasara lo que pasara me interesaba estar al lado de mi amo, después de haber visto todas las personas que había en aquella fiesta, solo con él podría seguir llevando una vida relativamente normal, pues junto a él nos sentíamos, en cierta manera, cuidadas y queridas.

     Mi amo no volvió a tocarme, hasta que un día las marcas de mi piel se esfumaron y todas mis heridas se curaron, solo entonces irrumpió en mi habitación en mitad de la noche.

     —Ven conmigo –ordenó en todo autoritario, y sin cuestionármelo, le seguí.

Continuará...