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Relato sobre ti

en Control Mental

Relato sobre ti

 

            Me preguntas por qué he cambiado, pero te niegas a aceptar que no lo he hecho, siempre he sido así aunque no te hayas dado cuenta. Una forma bonita de explicarte por qué no seguimos juntos, por qué yo he pasado página, y tú, no puedes hacerlo.

            "¿Quién manda aquí?"

            Esas fueron tus últimas palabras, a continuación, esperabas mi respuesta.

            Sabía exactamente lo que tenía que responder, me habías instruido bien, pero un pequeño brote de orgullo se atascó en mi garganta impidiéndome hablar.

            Seguíamos encerrados en tu despacho y de repente te llamaron. Atendiste la llamada concediéndome de forma involuntaria un tiempo para reflexionar. Recuerdo que me dijiste que no solías coger el teléfono cuando estabas con alguien, pero esa era importante y no tuviste elección.

            Estabas sentado en tu silla, con el teléfono en la oreja y mirando fijamente a un punto del suelo mientras hablabas de cosas que no comprendía, palabras sueltas y descontextualizadas de un tema laboral que no me concernía.

            Me hacía gracia tu profesionalidad, cómo eras capaz de cambiar de papel dependiendo de la persona y situación; a veces eras gracioso, otras intimidante, comedido, espontáneo... entonces una idea descabellada cruzó mi mente.

            Me acerqué despacito a ti, me coloqué detrás de tu espalda y me incliné para besar tu cuello desde atrás mientras atendías la llamada. No estabas incómodo, pero sí intentabas deshacerte de mí con todo el cuidado del mundo para no perder el hilo de la conversación. Podía leer tus pequeñas señales, conocía a la perfección las muecas de tu rostro y cuándo tu mirada penetrante me advertía del peligro que corría si seguía por ese camino; no obstante, obvié tus reacciones y continué.

            Lamí tu nuca y fui girando, acomodándome a tu cuello hasta alcanzar el lóbulo de la oreja que no tenía el teléfono para estirarlo con suavidad con los dientes.

            Mis manos abarcaron tus hombros y fueron cerrándose sobre tu cuerpo hasta juntarse en el centro de tu pecho. Fui desabrochando poco a poco los botones de tu camisa con los dedos, uno a uno,  hasta retirártela por completo. Mientras, mis labios tibios trazaban líneas imaginarias en el contorno de tu cuello. Sintiendo tu suavidad, repasé las líneas rectas de tu cuerpo que me conducían hacia la oreja para luego descender nuevamente hasta la clavícula en una suave caricia. Me entretuve mimando sutilmente cada pequeña parte de piel que se encontraba a mi alcance, ¿y sabes una cosa? Disfruté cada centímetro. Me aproveché de tu quietud y me deleité con tus imperceptibles marcas, lunares y pequeñas cicatrices que marcaban un fino relieve sobre tu tersa piel.

            Seguías al teléfono, escuchando lo que decían al otro lado, pero sabía que en ese momento tu atención estaba dividida. Te moviste para apartarte de mí, rehuyendo mi contacto y esquivando mi sonrisa traviesa, esa que te volvía loco.

            Sinuosa, volví a acercarme. Esta vez me senté sobre tu mesa, crucé mis largas piernas y me recosté hacia atrás para desabrocharme despacio la camisa. Tus manos apartaron mi trasero para retirar uno de los papeles que estabas ojeando mientras hablabas, pero tus ojos, esos preciosos ojos castaños estaban puestos en el escote que se abría lentamente frente a ti.

            Dejé mi lencería al descubierto. Mis senos estaban juntos y prietos por efecto del sujetador, el mismo que disfrutabas arrancándome por las noches.

            Decidí que eso no iba a quedarse ahí. Con elegancia me levanté, rodeé tu mesa para volver tras tu espalda y me incliné lo suficiente para que pudieras sentir el calor de mis senos semicubiertos sobre tu piel desnuda. Mis manos se deslizaron por los hombros y los brazos hasta acabar en tu cintura. En cuanto hice amago de desabrochar tu cinturón, detuviste mis movimientos, pero ya era demasiado tarde. Estaba decidida a acabar lo que había empezado.

            Volviste a pasar las páginas del grueso dossier que había en tu mesa y reanudé el ataque. Con perseverancia logré desabrochar el cinturón, el botón de tus pantalones e infiltrar mi mano debajo de tu calzoncillo. Percibí en las yemas de mis dedos el fino vello de tu cuerpo, que parecía guiarme hacia una zona mucho más sensible. Esta vez retiraste mi mano de un movimiento brusco y tus ojos me miraron fijamente en señal de advertencia. Ibas en serio, tu fruncimiento de cejas no me dejó dudas, pero en esa ocasión seguías siendo vulnerable y respondí con una sonrisa pícara a cada una de las señales censuradoras que me dedicaste.

            Cambié de táctica y fui girándome para ponerme nuevamente frente a ti, a tu altura. Incluso tuve la osadía de empujar con el pie la silla en la que estabas y sentarme sobre tus rodillas a horcajadas.

            Tus ojos me miraron confusos ¿estabas enfadado o excitado? No lo sabía con certeza, pero no quería terminar y me acomodé sobre tu entrepierna, apretándome mientras mis manos seguían buscándote. Aproveché la indecisión que se abrió camino en tus ojos para seguir besándote. Utilicé las pausas al teléfono para fundirme en tus labios, adentrarme con mi lengua y robarte algunos besos. Cuando retomaste la conversación, decidí aprovechar el momento para mordisquearte la barbilla, el cuello... mordía, lamía, mordía, lamía... a partes iguales, incluso trabajé a conciencia tu nuez con delicadeza y seguí bajando... Me escurrí por tu cuerpo como si previamente nos hubiésemos untado con mantequilla, intentando que sintieras el recorrido de mis senos por todo tu ser mientras besaba al mismo tiempo cada pequeño rincón hasta llegar a la altura de tus rodillas. Una vez ahí, de rodillas frente a ti, separé tus piernas con un movimiento rápido y seguro. Entonces mis manos se centraron en la cinturilla de tu pantalón.

             Hablabas de forma cortante con la persona que había al otro lado, parecías un poco nervioso, pero como siempre, lograste controlar tus emociones con maestría. Finalmente  conseguí bajar lentamente los pantalones llevándome el bóxer al mismo tiempo por el camino. Como esperaba no me pusiste ninguna facilidad para ello, tuve que ingeniármelas, aprovechando que tenías las manos ocupadas para lograr mi objetivo.

            En cuanto te tuve desnudo frente a mí, descubrí la inesperada erección que te había provocado. Sonreí con picardía, primero por tenerte completamente desnudo en tu despacho mientras atendías una llamada telefónica, y segundo por la enorme erección que tu cuerpo exhibía, incluso en contra de tu voluntad fuiste incapaz de resistirte.  Entorné la mirada para encontrarte, pero me ignoraste y como única respuesta tu mano libre agarró la cinturilla de los pantalones, que estaban a la altura de tus tobillos, intentando subirlos. Al captar tus intenciones tiré rápidamente de ellos para retirártelos completamente, y sin darte tiempo a reaccionar, me encajé entre tus piernas. 

            Con sumo cuidado me incliné para acercar la boca a tu miembro. Estaba muy duro. Lamí despacio la punta. Tracé un pequeño círculo, luego lo acaricié con la lengua de arriba abajo. Cada vez que subía succionaba un poco el glande provocándote un ligero cosquilleo. Me encantaba que intentaras contenerte, seguir con tu trabajo y disimular cada uno de tus gemidos; me hacía sentir poderosa.

            Cuando me cansé de jugar con el caramelo lo metí dentro de mi boca. Estaba cálido y lubricado a causa de saliva, aún recuerdo su sabor... Tus ganas se desataban a medida que profundizaba en mis movimientos, dejaste de intentar apartarme para disfrutar de este regalo, ¿o tal vez te rendiste a mí por primera vez desde que nos conocemos?

            Tu respiración se aceleraba por momentos y eso me animaba a continuar, a ceñir mis labios en torno al músculo, apretarlo mientras descendía con más ímpetu, moviendo la piel hasta sentir cómo el glande casi rozaba mi campanilla. Retrocedí y me ayudé de una mano para acompasar los movimientos, para darles ritmo mientras emitía gemidos de placer en apenas un susurro.  

            Con la mano llevé tu miembro despacito hacia mis labios para repasarlos como si se tratara de una barra de maquillaje antes de darle pequeños golpecitos con la lengua. Te sentías muy excitado, por lo que tu cuerpo al fin se relajó. Apreté mi mano fuertemente a la base de tu miembro y volví a metérmelo en la boca, saboreándolo, gimiendo mientras succionaba siguiendo un ritmo lento pero constante.

            Saboreé las pequeñas gotas pre seminales que explotaron en mi paladar y la saqué de mi boca cuando intuí que estabas a punto de correrte. Aunque mi mano siguió masturbándote, mis labios descendieron hacia tus testículos para lamerlos con suavidad. Recuerdo que al tacto también estaban duros, tersos, a punto de liberar la carga que aún albergaban en su interior...

            Al fin salió el primer chorro. Se perdió en algún lugar de tu despacho antes de que mis labios se situaran a escasos milímetros del glande para saborear tu espesa esencia. Dejé la boca entreabierta para que acabara de impregnarse con tus fluidos.

            Al terminar pasé la lengua por mis labios de forma provocativa, recreándome con el juego que había llevado a cabo. Tú recuperaste progresivamente el aliento y volviste a hablar al teléfono. Te miré fijamente con la sonrisa dibujada en mis ojos claros. Esperé a que hicieras otra pausa en la conversación para volver a besarte con ganas; ya no me importaba nada, te agarré de la nuca con fuerza para besar tus labios y depositar parte de los fluidos que aún quedaba en mi boca dentro de la tuya. Tu ceño se frunció automáticamente y yo no pude más que reír por tu reacción; seguidamente, mordí mi labio inferior y me incliné para susurrarte al oído que tenías libre: "Yo".

            Esa fue la respuesta a tu pregunta, aunque nunca te diste cuenta de ello.

            Y sí, puede que en todos nuestros juegos haya sido una sumisa más en tu larga lista de amantes, pero cada vez que hacía que te empalmaras, cada vez que lograba que perdieras el control que tanto te caracterizaba, cada vez que conseguía que tu mente se despejara y pensaras en mí... era yo quién mandaba en nuestra relación. Siento decírtelo, pero el poder más grande que puede poseer un ser humano es el de manipular una situación haciéndole creer al otro que lleva el control de algo que se ha producido porque el primero he querido.

            Fue bonito mientras duró, amo (tal y como te gustaba que te llamara), pero ha llegado el momento de separarnos y que sigamos realizando nuestras fantasías por separado. Sé que te acordarás de mí porque en el fondo te gustaban mis alocadas salidas, mi incorregible espontaneidad y mis ideas de demente, como solías decir. En cambio yo sólo recordaré de nuestra relación que fuiste uno más de los hombres que intentaron domarme, y sin quererlo, entraron en un juego paralelo donde no manda quien quiere, sino quien puede; quien domina la situación desde la mente conociendo las debilidades del otro.   

            En resumen, Eduard, dejé gustosa que jugaras con mi cuerpo a cambio de que yo lo hiciera con tu mente.