miprimita.com

Fuego Vs hielo (4)

en Erotismo y Amor

Nota de la autora: Este relato pertenece a una serie que como siempre, recomiendo leer desde el principio.

Quería aprovechar para comentar, tal y como señala Athene Noctua, que este proyecto ha sido anterior a "El contrato" (como siete años antes), fue presentado a un concurso de escritura creativa en el que me había inscrito y debía reunir diferentes requisitos,  uno de ellos era que debía ser narrado en primera persona (un reto importante para alguien que no domina ese tipo de narración). Ha llovido mucho desde entonces y he pulido cosas en mi manera de escribir, tal vez por ser lo primero que he escrito y terminado, le tengo un cariño especial. Pero nada más.

15

 

 

—Buenos días –saludo a James, que me espera en el vestíbulo como habíamos acordado.

—Buenos días, ¿has dormido bien?

—¡Muy bien!

Le sonrío y espero a que termine de dar órdenes a los chicos del mostrador, en cuanto lo hace, se acerca a mí, me agarra de la cintura y me guía hasta la salida; un coche nos espera.

Entro como puedo, hoy he decidido ponerme mi falda de tubo negra favorita, pero claro, o he echado culo o ha encogido, porque la noto más ceñida que de costumbre.

El viaje en coche finaliza en las oficinas de Naetura, un altísimo edificio acristalado. Lo que más me gusta es la gran cantidad de elementos florales que hay dentro: ficus de todas las medidas, flores de colores vivos..., todos perfectamente combinados creando un ambiente de ensueño.

—Señor Orwell, le esperábamos. Acompáñeme.

Una chica muy mona nos conduce por unos largos pasillos enmoquetados hasta llegar a una amplia sala de reuniones, con una enorme mesa de cristal en medio, en el centro, una bandeja con tazas, una cafetera, botellas de agua y un impresionante surtido de pastelería. Mi jefe estrecha las manos de los directivos, un tanto regordetes, y me presenta. Les saludo y tomo asiento en la silla que me indica James, justo la que está junto a él.

Una chica nos ofrece café, y tras servirlo y dejar las tazas delante de cada uno, se marcha.

Empieza la reunión, mi jefe se ha estudiado muy bien todo lo que tiene que decir, y les enseña un elaboradísimo plan de estadísticas, animándoles a asociarse con nuestra empresa para lanzar un nuevo producto al mercado. Dado que Soltan tiene una gran reputación, los directivos estudian con interés su propuesta, prefieren invertir en algo nuevo y repartirse los beneficios en función de la aportación de cada socio. También nos sugieren que el nombre del producto que está por crear, no haga referencia a ninguna de las dos empresas; escribo en mi ordenador portátil todo lo que se comenta.

La reunión está durando más de lo esperado, ellos no acaban de decidirse y James empieza a desesperarse. No puede hacer esto solo, le falta un inversor externo entendido en la materia, ya que hasta el momento, Soltan solo es especialista en protectores solares. Ambos lados dejan al descubierto sus dudas a la espera que la otra parte las resuelva. Las piernas se me están durmiendo de estar tanto tiempo en la misma postura, me remuevo en la silla y... ¡Pruuumpt! Eso solo puede significar...

Miro inquieta a todos los presentes, que siguen discutiendo sin haberse percatado de nada; pero yo, en cambio, soy muy consciente de lo que ha pasado. El rojo intenso invade mis mejillas mientras intento disimular, pero tarde o temprano se darán cuenta y no podré ocultar la raja que se ha formado en la costura de mi falda.

James se afloja el nudo de la corbata y empieza a gesticular con las manos. No sé qué es lo que está pasando, acabo de perder el hilo. Y ahora, ¿qué hago?

Trago saliva antes de volver a ponerme manos a la obra; mientras esté sentada, nadie verá nada, tengo que permanecer quietecita todo lo que queda de reunión.

Después de un par de horas más, que se me hacen interminables, Naetura accede. Aportarán un treinta por ciento de participación, y el lanzamiento estará compuesto por un lote de cinco cremas hidratantes aromatizadas. La parte estética del diseño, la publicidad y el nombre, lo dejan a cargo de mi jefe, por ser el inversor mayoritario. Aún quedan pequeñas menudencias por tratar, pero lo esencial, aquello por lo que vinimos a Madrid, está conseguido. Mi aparente equilibrio, se desestabiliza cuando el director de Naetura, se levanta, estrecha fuertemente la mano de mi jefe y, mientras hace lo mismo con la mía, añade:

—Y ahora, me gustaría enseñarles las instalaciones para que vean cómo trabajamos.

La boca se me seca, miro a James, éste y todos los demás se levantan mientras permanezco en mi silla. ¡Qué bochorno!

—Anna, ¿vienes?

Miro a mi jefe y hago una mueca.

—Prefiero quedarme, si no les importa. Debo terminar de redactar un par de puntos.

Nadie parece darle mucha importancia, a excepción de mi jefe, que parece tener un sexto sentido.

—Venga con nosotros, Anna, ya acabará eso después.

Niego con la cabeza, mis cejas prácticamente se unen por la tristeza, pidiéndole..., rogándole más bien, que se vaya y me deje en paz un rato. Como respuesta a mi plegaria, James accede a marcharse. Se aleja por los pasillos acompañado de los presentes, dejándome sola en la sala de juntas.

Respiro tranquila. Cierro mi ordenador y, aprovechando que no me ve nadie, me pongo en pie para revisar los daños. La raja recorre la falda de arriba abajo, abriéndose entre las cachas del culo. ¡Y para colmo llevo tanga! Maldigo varias veces en voz alta y avanzo a pequeños pasitos hasta llegar a la pared, pego a ella mi trasero y empiezo a moverme de lado hasta llegar a la puerta.

Me deslizo sobre la superficie como una espía que ha terminado su misión, esperando el momento oportuno para salir huyendo sin ser descubierta. Saco la cabeza. ¡Bien, no hay moros en la costa! Decido sacar el cuerpo entero y arrastro mi culo por la pared, moviendo las piernas en frenéticos pasitos cortos; cuando noto que alguien se acerca, me detengo y sonrío. Una vez libre de miradas indiscretas, vuelvo a avanzar.

—¿Anna?

Pego un grito de angustia, y automáticamente me llevo las manos al pecho.

—Sí. Hola –respondo sin mucho interés, pero el tonito nervioso me delata.

—¿Qué haces?

Miro a James y hago una mueca; estoy atrapada.

—No quieras saberlo... ¿Cómo ha ido la visita?

—Me he escapado –reconoce sin darle la menor importancia–. He dicho que iba al servicio y he venido a recogerte. ¿Qué tramas?

Se me escapa una risita, mi situación y estrategia de fuga es realmente lamentable.

—Me ha pasado una cosa... ¿Puedes dejarme sola, por favor?

—No –su no es inquebrantable–. ¿Qué ocurre? –cuchichea al ver que yo lo hago también.

Emito un suspiro y tiro mi cabeza hacia atrás, recostándola contra la pared.

—Resulta que he tenido un percance con mi falda, y ahora mi principal objetivo es escapar sin que me vea nadie.

Su rostro extrañado me escudriña de arriba abajo.

—Pues lo tienes complicado, hay que cruzar ese vestíbulo de ahí –dice señalándolo con el dedo–, y está lleno de gente.

—¡Madre mía, vaya mierda! ¡Joder! –si es que todo, absolutamente todo, tiene que pasarme a mí.

Cojo el maletín de mi ordenador y lo llevo a mi trasero con disimulo. Si soy lo suficientemente rápida y discreta, puede que... ¡Pero qué digo! La rapidez y la discreción no forman parte de mis cualidades precisamente.

—Anna, déjame ver, no creo que sea para tanto.

Le contemplo ojiplática.

—Sí que lo es, hazme caso.

Una risa discreta se abre paso en su rostro.

—¿Quieres mi chaqueta? –susurra.

Esta vez, mi cara de angustia le hace reír a carcajada limpia. Lleva rato aguantándose las ganas hasta que no ha podido más, le hago un gesto con la mano indicándole que se calle, pero simplemente es incapaz. Se retira un par de lágrimas de los ojos, y solo cuando logra serenarse, se gira para mirarme.

—Está bien Anna, acepto la misión. Voy a reunirme con el grupo, pero antes encontraré la manera de ayudarte. No te muevas.

—Tranquilo, esta pared es mi refugio.

Vuelve a reír y se aleja a paso ligero. ¡Mira que como el cabrón no vuelva y se olvide de mí...!

Doy un pasito más hacia la izquierda y vuelvo a escuchar ese ruido familiar, el de mi falda rasgándose más si cabe. ¡Dios, ¿es que todavía puede ir a peor?! Desesperada me aplasto más contra la pared, estoy segura de que si empleo la concentración necesaria, puedo incluso meterme dentro de ella y camuflarme entre el estucado.

—¿Señorita Anna? –la chica que en la sala de juntas nos preparó el café, me mira sonriente–. El señor Orwell me ha puesto al tanto de su accidente.

Me ofrece una chaqueta larga y me ayuda a ponérmela sin tener que abandonar la seguridad de la pared.

—Gracias...

—Acompáñeme al baño, veremos si se puede arreglar.

Hago lo que me pide, entramos en los baños y ella mira que no haya nadie. Una vez dentro, atranca la puerta con un taburete para crear cierta intimidad.

—Ufff, gracias a Dios que has aparecido, creí que me moría.

La chica se ríe y me ayuda a quitarme la chaqueta que me ha ofrecido antes.

—Pues sí, es un gran descosido.

Lo miro a través del espejo, ¡tengo el culo prácticamente al aire! Las dos nos miramos y estallamos en carcajadas a la vez.

—Quítate la falda, intentaré coserla.

La obedezco, quedándome en ropa interior frente a ella.

—¿Cómo te llamas?

—Sofía.

—¿También eres costurera?

—Un poco de todo –vuelve a reír.

Enhebra el hilo en la aguja y comienza a dar pequeñas puntadas muy juntas, para unir los dos extremos de la falda.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?

Hace una mueca, intuyo que es un tema que le cuesta tratar.

—Entré hace seis años como becaria; aunque ahora por fin me han hecho un contrato...

Su tono me da a entender que no está conforme con algo.

—¿Te gusta tu trabajo?

—Mmmm... No es lo que esperaba, a veces siento que ya no puedo avanzar más. Estoy estancada, y eso me preocupa.

—Entiendo... Conozco esa sensación. Y supongo que buscarte otra cosa donde te sientas más realizada no es factible, ¿me equivoco?

Niega con la cabeza.

—He tenido oportunidades para dar el salto, pero nunca me he atrevido y ahora es demasiado tarde.

—Nunca es tarde, eres joven. ¿Qué te gustaría hacer?

—En realidad he estudiado publicidad y marketing; aunque lo que realmente hago aquí es lo que no quiere hacer nadie: fotocopias y cafés.

Las dos reímos por el tono que ha empleado.

—Parece que estás desaprovechada.

Se encoje de hombros.

—O puede que no sirva para otra cosa.

—¡No digas tonterías! Creo que te falta motivación, además, por lo que se ha comentado hoy en la reunión, necesitamos un eslogan para nuestras cremas, un nombre y una buena publicidad, podría hablarles de ti.

—No serviría de nada, no tengo referencias, nunca me han dado una oportunidad.

Le doy la razón. No quiero decirle nada más, ya que no sé si podré conseguir que esté al frente de algo tan importante, además, no la conozco lo suficiente como para dar la cara por ella, sin embargo, me cae bien y veo algo, pero no sé que es.

—Sofía, ¿puedes darme tu teléfono?, nunca se sabe.

Sonríe y, complacida, me dicta su número para que lo memorice en el móvil; decido enviarle un whatsapp para que ella también tenga el mío.

En cuanto termina de dar las últimas puntadas a mi falda, me la entrega y me la pongo. Sigue estando ajustada, pero ahora, al menos, es toda de una pieza. Le sonrío, le doy las gracias mil veces y, después de salir del baño donde nos habíamos recluido, le planto dos besazos en las mejillas tras prometer llamarla en cuanto regresemos a Barcelona.

James, junto a los directivos de Naetura, se reúnen con nosotras poco después. La cara divertida de mi jefe no tiene precio, aún se lo está pasando en grande rememorando lo ocurrido.

En cuanto nos despedimos de todos y cada uno de los miembros de la junta, un taxi nos lleva de nuevo al hotel. Tenemos muchísima hambre, por lo que tras haberme cambiado de ropa, ambos acudimos al buffet, donde todo tiene una pinta fabulosa y no nos cortamos un pelo en comer cuanto nos apetece.

De vez en cuando, James se ríe de mí al rememorar el incidente de la falda, que le asalta a la menor ocasión. No puedo enfadarme, de hecho, si le hubiese pasado a él, yo habría sido mucho más cruel, de eso no me cabe la menor duda.

16

 

 

Es sábado por la tarde, pero continuamos trabajando recluidos en su habitación, cada uno con un ordenador. Estamos hablando con la delegación de Londres a través de videoconferencia, yo me encargo de los detalles: redactar el acuerdo entre ambas firmas, recoger, sintetizar y transmitir toda la información útil a los jefazos de Londres, y preparar las reuniones a las que asistiremos el lunes, puesto que nos tocará ir a varios laboratorios para hablar con otras firmas por si quieren unirse a nuestro proyecto. James está muy ocupado acabando de atar cabos, dando la cara e intentando meterse en el bolsillo a los miembros más duros de roer. Parece cansado, y cuando al fin cierra la pantalla de su portátil, se relaja en la butaca. En cuanto termino de redactar el último informe, hago lo mismo. ¡Menudo día llevamos hoy!

—Anna, ¿sigues respirando?

Muevo la cabeza para mirarle y sonrío de oreja a oreja.

—Eso creo...

—Entonces cámbiate, te invito a cenar. Y esta vez pago yo –puntualiza por si me quedaba alguna duda.

Mi cuerpo se reactiva de nuevo, poniéndome en pie de un salto al tiempo que guardo mi ordenador en el maletín.

—¿De cuánto tiempo dispongo?

—Media hora –corro hacia mi habitación escuchando el sonido de su risa a lo lejos.

Me doy una ducha rápida, me pongo un elegante vestido rosa claro que lleva la espalda al descubierto, y, para remarcar la sinuosa línea de mi columna, me recojo el pelo hacia un lado dejándolo caer cómodamente sobre mi hombro derecho hasta cubrir el pecho. El maquillaje es crucial, quiero realzar mis ojos y mis labios carnosos, pero elijo únicamente colores suaves. Me miro en el espejo y no es por nada, pero estoy fabulosa.

Camino despacio hacia la puerta, no llevo sujetador, por lo que no puedo hacer movimientos bruscos. Como última maniobra, miro la hora plenamente consciente de que llego tarde. Llamo al ascensor, entro y desciendo hasta la planta baja. James, con su habitual traje oscuro que tan poco le favorece, está recostado en una de las columnas deslizando el pulgar por la pantalla de su i-phone; la otra mano, permanece en el bolsillo del pantalón. No me ve venir, así que rodeo la columna escondiéndome de él, y en cuanto lo tengo a tiro, ¡zas!, me abalanzo sobre su espalda y lo abrazo. El susto le sobresalta, no esperaba mi contacto y su alarmada cara me hace reír.

—Llegas tarde –me regaña–. Las españolas no tenéis formalidad.

Coloco las manos sobre la cintura de modo desafiante.

—Bueno, James, una mujer necesita su tiempo, pero ¿a que estoy guapa? –le digo dando una vueltecita como si fuera una niña pequeña estrenando un vestido de adulta.

—Eso, no te lo discuto.

Extiende su brazo en forma de “L”, y me engancho a él con firmeza como si mi brazo fuese un mosquetón; esta vez, le dejo a él tomar la iniciativa.

Siguiendo sus distinguidas costumbres, la cena transcurre en un reputado restaurante de Madrid, donde no solo las vistas son alucinantes, sino que además, los platos minimalistas de sabores agridulces visten las mesas. Parecen obras de arte en miniatura, y dudo que todo eso se pueda comer, realmente somos personas opuestas..., en todo.

Su sonrisa no se desvanece ni un segundo al observar mi cara de espanto tras contemplar los platos que ha pedido, y que acaban de depositar cuidadosamente sobre nuestra mesa. El primero son unas tacitas de caviar rojo, no creo que esto me guste demasiado.

—Haremos una cosa, tú solo pruébalo, si no te gusta nos vamos.

Le dedico una sonrisa pícara, me gusta que recuerde todo lo que digo.

Me armo de valor para complacerle, cojo la pequeña cucharilla que hay al lado de mi tacita y tomo una pequeña porción, me lo llevo a la boca y lo saboreo.

—¿Qué tal?

Antes de responder, cojo mi copa de chardonnay, ese tan caro, con su característico sabor a roble que han descorchado exclusivamente para nosotros, y le doy un sorbo. Por lo general no me gusta el vino, pero he de reconocer que este tiene su punto.

—Lo cierto es que no está mal del todo, pero creo que el dürum me gusta más.

Se tapa la boca con dos dedos, amortiguando así el sonido de la carcajada. A continuación nos sirven algo que parece un pincho de tortilla con un pedacito de papel de oro encima, no hago más que pensar que voy a pasar un hambre espantosa, parto un trocito con el tenedor, y lo miro desde todos los ángulos antes de resignarme con un encogimiento de hombros: ¡Vamos allá con el atracón!

El tacto de esa cosa en mi boca es extraño, un fuerte contraste de texturas que eclosionan simultáneamente invadiendo mi paladar con sabores inclasificables. No se parece a nada que haya probado antes, y comprendo el porqué de tanto revuelo por este tipo de comidas, pero a la vez, me pregunto: ¿es necesario todo esto? ¡Con lo bueno que está un huevo frito con patatas! No obstante, me abstengo de verbalizar mis opiniones culinarias, no quiero desilusionar a James, y mientras como, me limito a alabar esos extraños platos para que se sienta como el ganador de una batalla, que desde el minuto uno ha perdido: donde esté un buen dürum, que se quite el “feisisuás du or” este, o como se llame.

A pesar del asombroso acercamiento que hemos hecho en este par de días que llevamos juntos, nuestra charla sigue siendo formal, revelando únicamente pequeños aspectos de nuestro pasado. Nos mostramos entre visos, sin hacer hincapié en nada especial, como si solo nos centráramos en el presente. Las risas son del ahora, los diálogos, las bromas… Después de la “ligera” cena, y tras el correspondiente y extravagante postre de frutas exóticas, regresamos al hotel. No lo admitimos en voz alta, pero ambos estamos cansados; aunque por alguna extraña razón, no quiero que este día termine nunca.

Una vez entramos en el enorme vestíbulo del hotel, me siento como en casa. Camino detrás de James y me paro en mitad del trayecto hacia el ascensor. Lo siento, pero no lo aguanto más, me quito los zapatos y recorro los metros que me faltan descalza, su rostro reprime la sonrisa en cuanto me ve con los zapatos en la mano.

—Son bonitos, pero no hay quien los aguante –le digo para acallar su curiosidad.

Se cierran las puertas, y de nuevo me invade ese calor tan familiar, paso la mano por mi cuello y descubro que estoy sudando. Me concentro en los botones, que parpadean con una lucecita roja cada vez que dejamos un piso atrás.

De imprevisto, la mano de James golpea la pared que estoy mirando, dándome un susto de muerte y quedándose literalmente anclado a ella con el brazo en tensión. Me giro de inmediato, pero aún me sobresalto más cuando nuestros rostros se quedan tan cerca que puedo percibir su aliento sobre mi propia piel. Mi corazón enloquecido protesta, golpeando las paredes de su concavidad a un ritmo frenético, incluso se me paraliza la respiración al ver que sus ojos no se apartan de mis labios, atrapándolos.

—Anna... Bésame.

Sus palabras hacen que mis pupilas se dilaten. La sangre bulle abrasándome por dentro a la vez que tiñe mis mejillas, junto a todo mi cuerpo, de un rojo intenso. No puedo reaccionar, ahora mismo me he quedado paralizada.

—No sé qué me has hecho –susurra provocando que mi vello se erice con sus siseos–, pero no soy capaz de borrar de mi cabeza el primer beso que me diste.

Se acerca un poco más, percibo su calor y agacha la cabeza para colocarse a mi altura, consiguiendo así que me tiemblen las piernas.

—Por favor, Anna, necesito saber si solo es una ilusión que me asalta a todas horas o se ha producido de verdad.

—No... No sé qué decir... –trago saliva, estoy nerviosa; aunque me sorprende descubrir que yo también le deseo; tengo la apremiante necesidad de percibir esa clase de acercamiento después de tanto tiempo.

—Pues no digas nada, solo bésame.

Sus palabras me catapultan a cometer una locura. En este momento, no sé qué es a lo que realmente me enfrento, solo me dejo llevar y actúo, alejando de mi mente los pensamientos que me frenan y que de nada me sirven cuando ya he tomado una decisión.

Me lanzo en picado al mar bravío de sus labios, hundiéndome en ellos. Los poseo con delicadeza y un deseo incontrolable; alzo mis manos, reteniéndolo. Jadea en mi boca, atrapo su jadeo y me lo trago, muerdo su labio inferior, luego lo perfilo cariñosamente con mi lengua antes de volver a moverme frenéticamente sobre su ávida boca. Noto como su pulso se acelera bajo mi contacto, me agarra la cintura y me retiene con fuerza, yo le correspondo del mismo modo, recorriendo con mi húmeda lengua cada pequeño recoveco de su boca.

Las puertas del ascensor se abren, nos retiramos jadeantes, con el pulso acelerado y nuestros cuerpos vibrantes. Nos miramos a los ojos, negro azabache sobre azul celeste. En un momento de lucidez, doy un paso hacia atrás. Antes de que las puertas vuelvan a cerrarse, pongo mi mano en medio para volver a abrirlas y salir corriendo. Noto la presencia de James a mi espalda, pero estoy lo suficientemente avergonzada como para no decir nada. Me coloco frente a la puerta de mi habitación, luego le miro, por un momento, me parece captar la tristeza en sus ojos claros.

Me preparo mentalmente para darle las buenas noches y hacer como si no hubiese ocurrido nada entre nosotros, cuando él se acerca con paso firme y decidido, acorralándome contra la puerta y volviendo a besarme con devoción. Su lengua se entrelaza con la mía, e inevitablemente, se me escapa un jadeo que él corresponde con un leve gruñido, alzando sus manos para abarcar la totalidad de mis mejillas. Tengo mucho calor, su insistencia es estremecedora. Si alguna vez dije que los ingleses no sabían besar, desde hoy, me retracto. Este es el beso más apasionado, duro y excitante que nadie me ha dado jamás.

Suelto los zapatos, que aún llevo en las manos, y me pongo de puntillas para poder rodear su cuello. Mi espalda se arquea al notar que una de sus manos desciende lentamente por mi desnuda columna hasta colocarse en la cadera. Su sutil barrido, ha puesto mi piel de gallina, entonces se produce el cambio, y literalmente le devoro. Sus labios son, ahora mismo, como una fuerte droga que no puedo dejar de consumir. Mi estómago da un vuelco cuando la mano que hasta ahora descansaba al final de mi espalda, acaricia sutilmente mi trasero, incluso mi corazón da un respingo cuando la excitación, en forma de corriente eléctrica, recorre cada centímetro de mi cuerpo.

Tengo que separarme, necesito respirar y recobrar el norte. ¡Por el amor de Dios, es mi jefe! No puedo permitirme el lujo de tontear con él y dejo caer mis manos a ambos lados de las caderas. La urgencia se ha desvanecido, y él, se ha dado cuenta de que ya no correspondo del mismo modo a sus besos. Tras recuperar mi espacio, retiro los restos de la saliva que aún cubre mis labios, agachándome a continuación para recoger los zapatos.

—No creo que esto sea una buena idea... –empiezo, pero tal y como lo digo, me arrepiento.

—Tienes razón –reconoce.

Una vocecilla en mi interior me maldice, no quiero terminar con esto, NECESITO continuar.

—Quiero que sepas que nada de lo que acaba de ocurrir va a perjudicarte en tu trabajo, ni ahora ni nunca, te doy mi palabra.

Trago saliva y asiento sin decir nada. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Saco la tarjetita de plástico de mi bolso y la introduzco en la cerradura, abro la puerta de mi habitación, y James recorre el par de metros que le separan de la suya.

— Buenas noches Anna.

— Buenas noches James.

En cuanto cierro la puerta, me deslizo por la plana superficie de madera hasta llegar al suelo. No puedo creerme lo que acabo de hacer, pero aún me creo menos que haya tenido ganas de llegar más lejos. Ya es oficial: estoy loca y me gusta el peligro. ¡Esto va a acabar conmigo! ¿Cómo voy a pasar los días que me quedan junto a este hombre después de lo que ha pasado? ¿Puedo actuar como si nada? ¡Ni hablar! No sé ni por qué me lo pregunto, si lo más probable es que quiera repetir.

Entre dudas y dilemas, me desvisto para meterme en la cama. ¡Madre mía, y pensar que ahora mismo podríamos estar aquí si no me hubiera echado atrás!

17

 

 

Llevo una hora dando vueltas entre las sábanas, los pies se me han salido fuera de tanto moverme. Suspiro, protesto y me levanto cabreada, al encender la luz, me doy cuenta de que esta no me molesta y es porque no puedo pegar ojo, me siento frustrada, inquieta... No sé qué me pasa, o sí que lo sé, pero simplemente me niego a admitirlo; aunque si hay una cosa buena en estos hoteles, es que tienen servicio de bar las veinticuatro horas del día; tal vez tomar una copa me relaje. Me pongo los vaqueros,  una camiseta negra ajustada y bajo hasta la primera planta.

Es la una de la mañana, y como es de esperar, apenas hay gente. Una vez dentro de la oscura sala, diviso a James sentado frente a la barra rodeando con las manos una enorme jarra de cerveza, mientras conversa amigablemente con el camarero; ambos ríen. Sigo pendiente de él, está guapísimo, ¡maldita sea!, se ha cambiado de ropa y ahora lleva puestos los tejanos, junto a la camiseta de tonos azules que elegí para él en Desigual.

Observo cada uno de sus movimientos desde mi refugio, el sonido de su risa, sumado a esos gestos suyos tan repetitivos que me producen un cosquilleo en el estómago, gestos como deslizar sus dedos entre los mechones de su espeso cabello, rascarse la incipiente barba que empieza a despuntar en su cuello, o mover insistentemente las manos cuando habla de algo que despierta su interés. Me encanta observarle sin ser vista, hay muchos detalles que se me han pasado por alto, pero ahora puedo deleitarme en ellos.

Transcurrido un tiempo, salgo de mi escondite, avanzo lentamente por el centro de la sala y el camarero me mira, sonrío y le hace un gesto a James con la mirada para que se gire, en cuanto lo hace, me encuentra. Al principio sus cejas se juntan extrañadas, pero luego señala con la mano el taburete que hay libre a su lado y espera a que me siente.

—¿Qué haces aún despierta?

—No podía dormir, ¿y tú?

—Igual –sonríe.

Miro a mi alrededor, una pareja madura se levanta y se marcha, ahora mismo somos los únicos clientes.

—¿Qué tenemos que hacer mañana?

—Mañana es domingo, no hay nada programado.

La alegría me invade de repente. ¡Un día para hacer lo que nos dé la gana, justo lo que necesito!

—Bien.

—¿Qué quieres tomar? –me pregunta.

Hago una mueca, lo cierto es que ahora mismo no me apetece nada en particular, pero entonces veo su jarra de cerveza, que aún está por la mitad, y sin pensármelo dos veces, digo:

—¿Puedo? –señalo su bebida, y él, sorprendido, arquea las cejas antes de concederme el capricho con un asentimiento de cabeza.

Salto del taburete y me acerco, cojo su jarra de cerveza y empiezo a beber. El amargo líquido se desliza por mi garganta, noto como el brebaje desciende lentamente por mi organismo refrescándolo y calentándome a la vez en su recorrido hacia el estómago. Continúo bebiendo sin detenerme hasta acabármela de un trago, James se queda asombrado y reproduce una divertida mueca mientras deposito la jarra vacía sobre la barra.

—A eso le llamo yo tener sed.

Sonrío con picardía y me acerco, le acabo de poner tenso, y descubro con asombro que eso me excita. ¡Qué bien, vuelvo a ser yo!

—No solo tengo sed.

Mi afirmación le descuadra, y sin darle tiempo a que piense lo que eso significa, me coloco entre sus piernas, ligeramente entreabiertas, y lo agarro por el cuello atrayéndolo hacia mí para volver a besarle. En cuanto nuestros labios se unen, su cuerpo, al igual que el mío, se convierte en gelatina. Ambos nos apretamos, deseosos de un contacto más profundo sin dejar de besarnos con auténtica devoción. Su lengua explora mi boca, me acaricia, y yo, simplemente estoy a punto de derretirme. Quiero lamerle, degustar su piel, su cuerpo entero... Esos lujuriosos pensamientos hacen que emita un ligero jadeo, su cuerpo, en respuesta, se torna más duro, incluso siento la protuberancia de su entrepierna clavada en mi cadera. Desciendo mis manos recorriendo sus fuertes brazos, hasta llegar a las suyas, que retienen mi cintura apretándola contra él. Lentamente consigo separarme y tiro de él, obligándolo a ponerse en pie. Como un fiel animal amaestrado, obedece dejándose guiar por mí mientras lo conduzco al ascensor, retomando los besos momentáneamente interrumpidos; su boca es exquisita y sabe bien.

Su ansiedad vuelve a desatarse sin casi haber hecho nada, James es todo impaciencia, fuerza, incluso me atrevería a decir dominación, a juzgar por la forma con la que me acorrala entre su cuerpo y la pared. Me gusta sentirle así, desesperado y reactivo a cada una de mis caricias, besos, abrazos...

Las puertas del ascensor se abren en cuanto llega a nuestra planta, antes de salir, salto a horcajadas sobre él, enredándome con los brazos y piernas para evitar que se escape, mientras continúo con mi ataque de besos desenfrenados. A James le queda la parte más difícil, que no es otra que la de caminar a ciegas por el pasillo conmigo en brazos.

Me complace ver que él tampoco puede despegarse de mí, y no quiero que lo haga, así que me oprimo más contra él para no dejar el menor hueco de aire entre nuestros cuerpos. En cuanto llega frente a mi puerta, únicamente me separo unos milímetros para susurrarle:

—Bolsillo trasero del pantalón, nalga derecha.

Sonríe y se lanza de nuevo a por mí, embistiendo con su ávida lengua mi boca. Con sutileza, sus manos palpan mi trasero en busca de la tarjeta de plástico, la saca y abre la puerta. Nada más entrar, vuelve a cerrarla con el pie, conduciéndome con torpeza por la habitación hasta llegar a la cama y soltarme sobre ella.

Me muerdo el labio inferior al tiempo que me pongo de rodillas sobre el colchón, gateo hasta él y tiro de las trabillas de su pantalón, atrayéndolo hacia mí. Antes de ceder a mi urgencia, se inclina para quitarse los zapatos y aprovecho para hacer lo mismo. Entra decidido en la cama, sus manos se alzan, rodean mi cara y la detienen a escasos centímetros de la suya. Mientras sus ojos recorren mi rostro de lado a lado, decido aprovechar esa breve pausa para lanzarme de nuevo a por un beso.

Oh my God, you’re beautiful –susurra sobre mis labios; su exquisito acento inglés me hace reír.

—Te prefiero mil veces hablando español.

Emite un gruñido salvaje y ahora es él quien viene a por mí, su boca me atrapa, conduciéndome de nuevo hacia el Olimpo.

—Así que hablando español...

Su lengua desciende ahora por mi cuello y jadeo mientras inclino la cabeza hacia atrás, facilitándole el recorrido.

—Sí... –murmuro extasiada.

—Ni te imaginas el morbo que me das, morenaza –se me escapa una risita, la “z” nunca ha sido una letra que pronuncie bien, pero oírle me resulta tan excitante...

Sus manos se centran en mis pechos que aprieta a través de la camiseta, casi puede envolverlos en su totalidad con sus grandes zarpas, y eso que son una considerable talla noventa y cinco. Mientras besa mi largo cuello con devoción, agarra los bajos de mi camiseta y la levanta lentamente hasta quitármela por la cabeza.

—¿Tienes protección? –su pregunta me pone momentáneamente tensa, niego con la cabeza y él sonríe.

—¿Y tú? –pregunto esperanzada.

—No, no tenía esto planeado.

Hago una mueca de disgusto, pero él vuelve a sonreír y continua besándome. En cuestión de segundos, su insistencia destroza el muro de mi resistencia. Desciende sin prisa con sus labios hasta alcanzar mis senos, la dilatación de sus pupilas me comunican que lo que ve, le gusta, demostrándome todo ese deseo agazapado que hasta ahora no se había atrevido a mostrar. Es inútil resistirse, no puedo evitar sentirme terriblemente femenina cuando hace eso.

Ahora son sus manos las que acarician suavemente la tersa piel de mis pechos, los abarca en su totalidad, repitiendo una serie de movimientos circulares hasta que finalmente, se decide a desabrochar el sujetador dejándolos al aire. Me apresuro a quitarle la camiseta para estar en igualdad de condiciones, ya me había olvidado de sus definidos abdominales, así que en cuanto vuelvo a tenerlos frente a mí, no freno la tentación de tocar, pero no me deja demasiado tiempo para deleitarme con su cuerpo, tiene un hambre feroz, animal, así que se abalanza sobre mí, obligándome a tumbarme sobre la cama para poder saborear tranquilamente mis pechos. Los pezones se endurecen bajo su húmedo contacto, los aprieta con los dientes, los lame, los degusta largo rato hasta que está saciado y decide ir un poco más allá.

Sus dedos desabrochan el botón de mis vaqueros, a continuación, baja apresuradamente la cremallera, y sin ningún tipo de miramiento, me los quita de un brusco estirón, dejándome únicamente con el tanga puesto. Intento incorporarme para quitarle también su pantalón, pero me lo impide; es obvio que de momento solo él quiere jugar conmigo, y yo, me dejo.

Estoy muy excitada y me encanta la forma con la que me acaricia, es todo pasión, ahora mismo no hay frialdad en sus acciones como creía. En el terreno íntimo, su fogosidad es algo que ha conseguido dejarme sin palabras, por suerte, él sí insiste en hablar:

—Tienes un cuerpo delicioso, me muero por lamerlo centímetro a centímetro...

Sus palabras hacen revolotear las mariposas de mi estómago, retira con sus manos las tiras de mi tanga, apartándolas hacia un lado, y me toca. Estoy tan húmeda que sus dedos se deslizan entre mis labios sin dificultad, estremeciendo y arqueando mi cuerpo que pide a gritos que lo posean. Por lo agitado de su respiración, deduzco que mi reacción le enloquece.

Jadea, justo antes de inclinarse para besar mi zona prohibida, mi punto débil. Su lengua me penetra de improvisto y gimo, me muevo, y él, cansado de perseguirme apresa mis caderas con las manos para inmovilizarme. Chillo cuando se centra en el clítoris, sus expertos dedos me exploran por dentro mientras su lengua hace el resto. Me muerde, me lame, me muerde, me lame..., así largo rato provocando que me caliente más y más. Enredo mis manos en su cabello, apretándolo contra mí, y jadeo mientras sus dedos se mueven frenéticamente en mi interior. Animada por las oleadas de placer que me provoca, oriento su cabeza buscando una liberación.

—Me encanta como sabes... Córrete...

Sus palabras son la liberación que necesitaba, y como un ser egoísta, me muevo sobre su boca dejándome ir, convirtiendo mi espalda en un arco en tensión, gritando, sacudiéndome y retorciéndome en medio de un orgasmo increíblemente intenso. Su cabeza asciende en cuanto he culminado, recorre con su lengua mi ombligo, mi estómago, el centro de mis pechos, el cuello y la barbilla, posándose finalmente sobre mis labios para besarlos. Todavía sabe a mí, y le correspondo con insistencia hasta que deja escapar un placentero jadeo.

—Todavía no he acabado contigo, date la vuelta.

Excitada por el morbo que suscitan sus palabras, hago lo que me pide. Me doy la vuelta, y él, me inclina hacia delante colocándome a cuatro patas. Acaricia mi trasero, se acerca y besa las nalgas con insistencia; luego, con los dientes, retira el tanga lentamente.

—En mi vida he visto un culito como el tuyo, es tan perfecto...

Animada por sus palabras, arqueo la espalda y lo pongo más en pompa. Sus manos masajean las nalgas, separándolas poco a poco. Se inclina, y solo entonces, percibo sus tiernos besos en el espacio que hay entre los glúteos. Extrañada, me incorporo ligeramente para mirarle, y él, corresponde mi gesto guiñándome un ojo. Bajo mi atenta y desconcertada mirada, saca su larga lengua y lame con cuidado la raja. Es extraño, nunca nadie me lo había hecho y no sé bien cómo reaccionar, aun así, el pudor hace que me mueva para intentar deshacerme de él.

—Confía en mí...

Suspiro, me da cosa que esté trasteando por ahí detrás, pero finalmente vuelvo a mirar al frente para no ver lo que está haciendo. Sus manos abarcan ambas cachas y vuelve a separarlas. De repente, siento la presión de su lengua en mi ano, al principio me contraigo, pero a medida que su saliva me lubrica, noto como el músculo se relaja. Su lengua alcanza una alarmante profundidad en mi interior, me chupa, me besa, y cuando creo que no puede hacer nada más, noto como uno de sus dedos se introduce lentamente en mi interior; entra sin dificultad, mi excitación lo facilita.

James se cuadra de rodillas tras de mí, estimulando mi ano con el dedo y acariciando mi vulva con la mano que le queda libre. Jadeo, apretándome contra él; esto es alucinante. Nota que sus caricias me relajan y su dedo profundiza un poco más en mi ano, provocando nuevos gritos de placer por mi parte. Detiene unos instantes el movimiento, dejando quieto su dedo en mi interior, y se centra nuevamente en mi vagina.

Su dedo me penetra, se desliza dentro de mí, y tras este le sigue otro, dilatándolo. Mis jadeos nerviosos le hacen suspirar, y vuelvo a sentir esa delicada intrusión en mi ano acompasando los rítmicos movimientos con los que realiza en mi vagina, la sensación es extraña, pero tan placentera, que noto como si mi cuerpo se partiera en dos, preparándose para recibirle por donde quiera entrar.

Sus movimientos se hacen más fuertes, moviéndome con insistencia y clavando sus dedos por todos mis orificios más íntimos. Una fuerte sacudida me posee sin más y vuelvo a culminar chillando de placer, pero es un placer mucho más intenso, pues mi orgasmo proviene al mismo tiempo de varias fuentes de mi cuerpo. Se retira con cuidado y asciende para colocarse a mi lado, besando en su recorrido toda la longitud de mi espalda antes de darme la vuelta. Le miro alucinada, ¡este hombre es un Dios del sexo!

—¿Quieres más? –me susurra junto a la oreja, y yo, me estremezco.

—No lo sé –reconozco con una fugaz sonrisa mientras intento recomponer fuerzas–. ¿Puedes darme más?

Su carcajada me sobresalta, y entonces sus labios vuelven a besarme, su urgencia me enloquece una vez más. Sin retirar sus labios de los míos, se quita el pantalón y lo tira al suelo, quedando únicamente con la ropa interior puesta.

—Ven aquí –me dice y obedezco.

Sus brazos me alzan para sentarme a horcajadas sobre su erección cubierta, está tan duro, tan excitado... Sus manos ascienden por mi cintura y la aprieta, moviéndome sobre él. Su miembro está encajado entre mis labios, me restriego contra él, James echa la cabeza hacia atrás cerrando los ojos al mismo tiempo. Mi ritmo lento le atrapa, ciñe sus manos con fuerza a mi alrededor y me clava a él hasta casi hacerme daño. Me asaltan unas terribles ganas de liberar e introducirme su miembro, pero no puede ser, una locura así puede marcar tu vida.

Me muevo con insistencia sobre él, lenta y concienzudamente, su respiración se altera junto a la mía. De pronto, las cosquillas del bajo vientre que anuncian un nuevo orgasmo se desatan, le abrazo, moviéndome más fuerte, hasta que vuelvo a correrme sobre él, pero yo no le dejo alcanzar el clímax, me aparto súbitamente para ponerme de rodillas en el suelo, aferrando mis manos a la goma de sus calzoncillos y retirándolos de un rápido movimiento. Libreo su palpitante erección y me maravillo al ver la perfección de su miembro: es grande, grueso, suave, con la punta ligeramente rosada. Le dedico una sonrisa que promete el infierno a cualquiera que caiga en la tentación; espero que no crea en esas cosas, así podrá ceder al pecado al que estoy a punto de arrastrarle. Sin pensármelo más, me agacho, pero antes de que me lo pueda meter en la boca, él se aparta y dice:

—No hace falta que lo hagas.

Sonrío ante su inesperado comentario.

—Pero quiero hacerlo.

Sus ojos se agrandan, me muerdo el labio inferior con diversión mientras desciendo y me introduzco su exultante pene en la boca. Mi lengua se desliza suavemente sobre la punta, guiada por el volumen de sus jadeos. James se retuerce, está a punto, y no es para menos después de lo que ha aguantado. Percibo sus grandes manos sujetando mi cabeza mientras su miembro, sin perder el mínimo de rigidez, alcanza mayor profundidad en mi garganta. Gustosa le complazco hasta que no puedo más, mientras me muevo con la demanda que me exige.

—Voy a correrme... –anuncia con la voz ronca mientras intenta apartarme, pero no cedo ante su empeño.

Deslizo los labios de arriba abajo hasta que un gemido gutural brota de su garganta al tiempo que un espasmo le sacude. Su caliente eyaculación inunda rápidamente mi boca, y como no sé qué hacer con ella, la trago sin más. En cuanto expulsa la última gota, jugueteo con mi lengua sobre su pene, muy despacio, sin prisa. Tiene un gusto interesante, entre dulce y salado, no sabe tan mal como imaginaba.

—¡Joder Anna! Esto ha sido...

Se me escapa la risa, su cara de satisfacción me colma por dentro. No le dejo descansar mucho tiempo, en cuanto logramos acompasar nuestra respiración, siento la necesidad de quitarme el pegajoso sudor y el resto de jugos que han quedado esparcidos por nuestros cuerpos.

—Ven –tiro de su mano para que se levante de la cama y me acompañe al baño.

Le suelto no bien llego a mi destino, apresurándome a continuación, a abrir el grifo del agua caliente de la glamurosa ducha con suelo de piedra que ocupa la mayor parte de la superficie de la estancia.

—¿Vamos a ducharnos juntos?

Le miro, su rostro me confunde, ¿a qué viene esa pregunta?

—Por supuesto que sí.

—Pero... ¿no quieres tu momento de intimidad?

Me giro con la confusión dibujada en mi rostro, no entiendo muy bien adónde pretende llegar con todo esto.

—Mira James –me alzo para encararme y pongo las manos sobre mi cintura desnuda a modo de jarra–, si no te apetece ducharte conmigo no te escudes en mí, dime directamente que no quieres, no pasa nada.

Su mandíbula se descuelga, camina hacia a mí, y cuando me tiene justo enfrente, abarca mi barbilla con su mano.

—¡Pues claro que quiero! ¿Cómo no voy a querer? –su respuesta me tranquiliza; aunque solo un poco.

Se acerca para besarme en los labios y le correspondo fugazmente mientras le acompaño hasta la ducha. En silencio, nos metemos bajo el incesante chorro de agua tibia y alzamos el rostro, dejando que el líquido cubra la totalidad de nuestros cuerpos. James coge una esponja natural que descansa sobre una repisa de cristal, y vierte sobre ella unas gotas del gel aframbuesado que he traído expresamente desde Barcelona.

—Voy a lavarte, date la vuelta.

Sonrío con picardía y cierro los ojos, obedeciendo a su deseo.

La esponja se desliza suavemente por mis hombros, cubriéndolos con un suave manto blanco, y ese olor tan embriagador..., pone en jaque todos mis sentidos. Decidido, desciende hasta mis pechos embadurnándolos suavemente, con tanta delicadeza que sus movimientos me producen un inconmensurable placer, y estos, se yerguen en respuesta, tersos y excitados, mientras los acaricia con devoción.

Se acerca lo suficiente como para sentir su cuerpo bloqueando mi espalda. El calor que me produce se expande, concentrándose en zonas inimaginables de mi anatomía. Su cercanía me permite relajarme, llevando mi cabeza hacia atrás para recostarla sobre su duro pecho mientras me abraza. Sus manos descienden ahora por mi estómago, dejando un espumoso rastro de jabón.

Como reacción a su última maniobra, mi cuerpo se estremece intentando predecir cuál será su siguiente movimiento. No me decepciona, la esponja se detiene justo en mi monte de Venus, que enjabona suavemente, y cuando considera que ya es suficiente, cambia la esponja de mano para introducir uno de sus dedos en mi interior.

Gimo, James se acerca a mi cuello, sin dejar de masajearme, y lo besa. Estoy a punto de deshacerme en sus brazos de nuevo, sabe exactamente dónde tocar para desestabilizar todo mi mundo, me muerde el lóbulo de la oreja, y sin querer, emito un bajo grito de placer; vuelvo a tener ganas de él, realmente soy insaciable.

Su dedo se introduce aún más profundo en mi interior, al tiempo que su palma me presiona el clítoris, moviéndola suavemente mientras su respiración se acelera.

—No te haces una idea de lo tremenda que estás, me vuelves loco.

Su contundencia hace que me retuerza sobre su mano, que me alza levemente. Gimo, disfruto, deseo... Impulsada por las mágicas sensaciones que me hace sentir, me muevo lentamente para contemplar sus expresivos ojos azules. Su erección ha vuelto a resurgir en todo su esplendor, sonrío, me doy la vuelta con sensualidad y se la cojo con cuidado,  moviendo la mano despacio de arriba abajo; sus ojos se cierran. Es increíble como el deseo por lo prohibido se desata continuamente, me basta con ser consciente de que no puede penetrarme para que mi cuerpo lo desee todavía con más fuerza.

Mi mano enjabonada se aprieta fuerte sobre su duro miembro, agitándolo cada vez más deprisa. Terriblemente excitado por mi dedicación, gruñe, abre sus dilatados ojos azules y una de sus manos agarra fuertemente una de mis nalgas. La acaricia hasta llegar a la abertura de mi vagina e introduce nuevamente un dedo en mi interior. Nuestros movimientos se acompasan, y nuestras bocas se enredan dándonos placer mutuamente, en estos momentos, ambos pensamos que es el otro quien nos posee, que no son nuestras manos, sino nuestros ávidos cuerpos los que nos brindan ese placer.

—No aguanto más... –susurro, y él, me mira enloquecido.

Me agarra con la mano que le queda libre, apretándome más fuerte contra él, para jadear junto a mi oreja:

—Yo tampoco...

Nos movemos entre gritos desesperados, sus manos aceleran el ritmo en mi interior, y yo, simplemente le imito. De pronto, la presión de su duro y semicurvado pene se clava en mi barriga, haciéndome percibir la calidez de su fluido resbalando por mi pierna hasta perderse entre los chorros de agua.

Ambos hemos llegado a la vez en una increíble compenetración sin necesidad de estar el uno dentro del otro, nos retiramos un poco y el agua vuelve a deslizarse entre nuestros cuerpos, relajándonos después de este nuevo esfuerzo.

—¿Ves por qué no puedo ducharme contigo? Si por mí fuera, no me despegaría de ti ni por un segundo.

Sostengo su rostro entre mis manos, le miro, es tan guapo que me derrito; inmensamente feliz, le beso. Le beso con una pasión desmedida, agradecida, contenta; me corresponde complacido. A estas alturas, ya me ha quedado claro que si de algo este hombre no va a cansarse es de mis besos, al parecer, han dejado huella en él desde el primer momento en que, por una astuta maniobra del destino, le besé; no se lo ha podido quitar de la cabeza, palabras textuales.

Volvemos a separarnos, esta vez, procuramos contenernos al menos para poder acabar de ducharnos. Al terminar, nos envolvemos en las gruesas y suaves toallas blancas de hotel.

Estoy a punto de regresar a la habitación cuando él me lo impide.

—No pensarás irte a la cama con el pelo mojado, ¿no? –me encojo de hombros.

—¿Qué pasa? –su serio rostro me escruta atónito.

—Pues que puedes enfermar, eso pasa.

Rebusca entre los cajones del baño hasta encontrar el secador, pongo los ojos en blanco y se lo arrebato de las manos.

—Está bien pesaaaaado, ahora me lo seco.

Me mira, me arranca el secador de las manos y lo enchufa.

—Siéntate en la pica, te lo voy a secar yo.

—Pero ¿qué dices?

—Lo que oyes. Haz lo que te pido.

—Oye guapo, te advierto que con ese tonito no vas a conseguir nada de mí, además, ahora mismo no soy tu secretaria –le recuerdo.

Su carcajada me deja sin palabras ni argumentos que ofrecerle.

—Bueno, a estas alturas, ya ha quedado claro que no solo eres mi secretaria –frunzo el ceño porque no entiendo qué pretende decir exactamente con eso, pero él parece no captarlo.

Me coge de la cintura, me alza sin esfuerzo y me sienta sobre el mármol. Empiezo a rechistar como una niña pequeña, pero él me silencia encendiendo el secador a la máxima potencia, es entonces cuando el envolvente ruido de la máquina bloquea el resto de los sonidos.

Comienza a moverlo muy despacio por la longitud de mi melena, de vez en cuando le miro desafiante, pero él se limita a sonreír sin darle la menor importancia a mis reacciones. Le dejo salirse con la suya, no es que haya podido conmigo, que no se equivoque, es solo que me gusta el calorcillo que me da el secador en el cuero cabelludo..., y cómo sus largos dedos me masajean dulcemente.

Continúa durante un buen rato hasta que lo deja a su gusto, solo entonces, desenchufa el secador y me hace un gesto con la mano para que camine delante de él.

—Ahora ya puedes irte a la cama.

Me miro fugazmente en el espejo, parezco una leona, pero si a él no le importa, a mí tampoco.

Me meto en la cama, revuelta por todo el trajín, y observo como él se pone los calzoncillos delante de mí. ¡Como se atreva a irse a su habitación se la corto! Coge sus vaqueros del suelo y mis peores sospechas se confirman. Las mejillas me arden y la rabia me sacude desde adentro hacia afuera.

—¿Te vas?

Sus ojos se encuentran con los míos, sorprendiéndose al ver que mi expresión ha cambiado y que mi rostro no esconde ni un ápice de humor.

—Sí... –contesta dudoso.

—¿Por qué?

Y más le vale escoger cuidadosamente los motivos, porque como diga algo como “aquí ya he acabado”, no solo se la corto, además, lo mato.

—¿Quieres más sexo?

¡Uy! ¡Ya está, la ha cagado! Ese comentario es igual o peor que el que yo había imaginado. Estoy literalmente ardiendo en este momento, y no precisamente por la excitación.

—Antes de irte, no olvides dejar quinientos euros en la mesita –le reto con la mirada; mi comentario lo ha dejado contrariado.

—No te entiendo Anna, ¿es sarcasmo?

—No, son quinientos euros –vuelvo a repetir segura.

Sus ojos me estudian detenidamente. Ya puedes hacerlo, maldito cabrón, eso de hacerme el amor e irte no me convierte más que en una puta, así que si eso es lo que quieres de mí, al menos pienso salirte cara.

—Anna...

—¿Sí, James?

—¿Te ocurre algo? ¿He hecho algo que...?

—No, tú no has hecho nada de nada –le corto enfadada.

Su boca se abre como para rebatir algo, pero no lo hace, en su lugar, levanta las palmas de las manos a modo de rendición, enfunda rápidamente una de ellas en el pantalón y saca la cartera de su bolsillo trasero. ¿Qué coño va a hacer? Le miro asustada, no será capaz... ¡Ya ves si lo es! ¡El muy estúpido ha sacado un billete de quinientos euros de su cartera! Yo no sé si se trata de una broma, tiene que serlo, no es posible que vaya a pagarme en serio, y mucho menos que no entienda el motivo de mi enfado, pero eso parece, porque sin mirarme a la cara, deposita el dinero que le he pedido en la mesita y se va. ¡¡¡SE VA!!!

Mi respiración sale acelerada de mis fosas nasales, parezco un búfalo a punto de embestir. Estoy cabreada, confundida, me siento humillada, utilizada..., y por encima de todo, ¡le odio! ¡Ufff! No es poco todo lo que me inspira ahora mismo...

Estoy pensando en irme de aquí sin dar explicaciones, coger un vuelo directo a Barcelona... Necesito a mis amigos cerca, pero es tan tarde... ¡Son las cuatro de la madrugada!

Respiro una, dos, tres veces, cierro los ojos y sigo respirando pausadamente, pero esto no se queda así, ¡vamos, hasta ahí podíamos llegar! ¡Por muy jefe mío que sea, no ha nacido hombre que se atreva a tratarme así! Cojo mi cartera, la abro y meto el billete dentro.

Estoy desnuda, así que recojo la toalla que se ha caído al suelo, y vuelvo a ponérmela de mala gana sin dar importancia a mi pelo de animal electrocutado. Estoy tan sumamente enfadada, que todos esos detalles, ahora mismo, me importan un bledo.

Salgo de la habitación hecha una furia y corro por el pasillo, entro en el ascensor y bajo hasta la primera planta. En cuanto se abren las puertas, algunos trabajadores del hotel se me quedan mirando; no es para menos. Corro hacia el bar, pero antes de llegar, una voz a mi espalda me interrumpe.

—Perdone señorita, ¿puedo ayudarla?

Miro a ese hombre joven vestido con un impecable traje granate, su rostro es comedido y prudente, posiblemente cree que he sufrido algún percance.

—En realidad sí, puede ayudarme.

—Usted dirá señorita.

—Necesito un preservativo –le suelto sin tapujos, mi ira es la que me envalentona.

El hombre tose para enmascarar una carcajada, pero no me importa, yo también me reiría si estuviese en su situación.

—Dígame su habitación y enseguida hago que se lo suban.

—Estoy en la doscientos dos. Gracias.

—De acuerdo. Por cierto, no dude en llamar a recepción la próxima vez, le facilitaremos cuanto necesite.

—Claro...

Ahora me entra la vergüenza, soy tan impulsiva que no había contemplado esa posibilidad, en fin, ya tienen una anécdota para reírse entre compañeros durante semanas.

Regreso a mi habitación y camino frenética en todas direcciones. Espero y espero hasta que llaman a la puerta, cuando lo hacen, corro apresuradamente a abrirla.

—Aquí tiene lo que me ha pedido señorita.

Me entrega dos sobres unidos por el centro y se los cojo.

—¿Cuánto es?

—Nada, buenas noches señorita.

Me despido y cierro la puerta, espero a que se haya marchado y vuelvo a abrirla. Con la cartera en la mano, llamo insistentemente a la puerta de la habitación de James hasta que abre.

—¡Anna! –parece sorprendido–. ¿Ocurre algo?

Entro como un huracán furioso en su habitación y su rostro se desencaja. Sin más, me abalanzo sobre él, saltándole encima como un babuino en celo y empiezo a besarle insistentemente. Al principio se resiste, me rechaza, pero mi insistencia y perseverancia le puede. Regreso al suelo y mi toalla se resbala hasta caer, me agarro a la goma de sus pantalones de pijama y los bajo enérgicamente.

—¿Qué haces? –intenta alejarse, pero vuelvo a retenerlo.

En cuanto le tengo desnudo, le empujo violentamente sobre la cama. Me mira extrañado, pero no hace nada por intentar defenderse de mi ataque, prácticamente ni reacciona.

Toco su pene mientras me encuentro con su boca. Me corresponde; aunque algo más prudente que yo. Poco a poco, percibo como su miembro va creciendo en mi mano, expandiéndose mientras continúo con el esmerado masaje. En cuanto lo tengo a punto, desciendo en un camino de besos por su mandíbula y cuello hasta alcanzar el lóbulo de la oreja para morderlo, tal vez, con demasiada fuerza. Grita, pero no se mueve, solo sus manos me acarician la espalda siguiendo la curva de mi columna, y entonces me retiro, cojo el paquetito plateado, lo abro con los dientes frente a su mirada desconcertada y se lo enfundo con maestría.

No espero más, porque por extraño que parezca, he vuelto a excitarme. Entonces me pongo a horcajadas sobre él, y con cuidado, lo introduzco lentamente en mi interior. Jadeo mientras desciendo, sintiendo como su dilatado miembro se desliza suavemente por las paredes de mi estrecha vagina, adaptándose a la perfección a mí, encaja tan bien que me da miedo. ¡Vaya mierda, incluso en esto tiene que ser perfecto! Pero no me permito pensar más en ello, solo quiero disfrutar de él. ¡Me lo merezco por lo que he tenido que aguantar!

Me muevo despacio, y él, se arquea hundiéndose más en mí, emitiendo un chillido cuando llega más profundo de lo que había imaginado. Sus manos me retienen las caderas, apretándome. ¡Madre mía, como me gusta sentirle!

—¡Joder, Anna! Me ciñes de una manera que me vuelves loco...

Sus palabras despiertan aún más mis ganas de poseerlo, asciendo un poco y vuelvo a caer bruscamente. Los gemidos que se escapan de su garganta me animan a seguir con ese movimiento, fuerte y posesivo, clavándome a él varias veces, disfrutando al máximo de su perfecto cuerpo. La sensación me atrapa, me contraigo, y él, nota esa leve presión en su pene gruñendo en respuesta. Una, dos, tres..., diez fuertes sacudidas más hasta que los dos nos liberamos un orgasmo devastador, explotando en mil pedazos; quiero continuar sintiéndole en mi interior un rato más, incluso después de haber culminado. Estoy muy a gusto, pero mis ganas de devolvérsela pueden más.

Me levanto rápidamente, enrosco la toalla a mi cuerpo y cojo la cartera que he dejado tirada en el suelo. Saco el billete de quinientos euros y se lo dejo en la mesita, y como recochineo adicional, abro el apartado de las monedas para añadir un mísero euro a esa cantidad.

—¿Qué estás haciendo Anna?

—Pagar tus honorarios –espeto aún dolida por el recuerdo–. Te lo has ganado.

Con la cabeza alta, me encamino hacia la puerta.

—¡Espera un momento! –le ignoro.

Estoy a punto de salir, cuando él corre y se apresura a cerrar la puerta que he conseguido entreabrir.

—No entiendo nada, así que más vale que te expliques. ¿Qué quieres?

—¿Tan idiota eres que tienes que preguntarlo?

—Pues sí –admite sin dudarlo–, lo soy. No entiendo a qué ha venido todo esto.

Bufo frustrada.

—¿Te parece bonito hacerme el amor y luego marcharte como si no fuera más que una puta?

Sus cejas se arquean, parece encajar mis palabras, y justo en ese momento, el alivio invade su rostro.

—¿Por eso has venido aquí y has hecho lo que has hecho, para hacerme sentir tal y como tú te has sentido antes?

—Bueno... –vacilo–, en realidad solo quería venir a cortártela, pero luego he pensado que sería un gran desperdicio hacer eso, así que he optado por vengarme.

Tuerce el gesto, escondiendo de mí una sonrisa que lucha por salir a toda costa.

—Y ahora, ¿te sientes satisfecha? ¿Ya has culminado tu venganza?

—En realidad no, esto solo ha sido solo el principio.

Hago ademán de marcharme, pero su mano vuelve a sujetarme desviándome de mi objetivo.

—Y dime, toda esta locura tuya, ¿se debe únicamente a que no me he quedado a dormir contigo?

—Eso, sumado a que has dejado un billete de quinientos euros sobre mi mesita. Sin duda, tu frialdad inglesa dice mucho de ti.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—¿Y por qué no te diste cuenta?

—Pero... –gira su rostro contrariado–, ¡me pediste dinero! –confirma y pongo los ojos en blanco.

—Desde luego, además de frío e insensible no eres capaz de captar las indirectas. ¡Menuda joya hicieron contigo en Oxford!

Sonríe.

—No estudié en Oxford.

—Eso es lo de menos ahora.

Suspira, relaja la presión de su mano en mi brazo y añade:

—Creí que querías utilizar el hecho de que yo me había acostado contigo para chantajearme, no sé, al principio pensé que lo del dinero era una de tus bromas, pero luego te vi tan seria que... Hice mal, perdóname, no era mi intención ofenderte, y mucho menos hacerte sentir de esa manera, porque para mí no eres ninguna puta, así que por favor, no vuelvas a decirlo, me ofende.

Niego con la cabeza, soy una blanda y estoy a punto de perdonarle, pero ahora mismo mi cabeza está dividida en dos mitades: la locura y la cordura.

—¿Con qué clase de mujeres estás acostumbrado a tratar? ¡No tienes ni pizca de sutileza!

Se echa a reír, pero su risa tiene un matiz de tensión que capto en el acto, parece haberle entristecido mi comentario, por lo tanto deduzco que he dado en el blanco con la primera flecha.

—Sin duda, nunca había estado con una mujer como tú. Me descolocas Anna, nunca haces nada de lo que espero, eres totalmente imprevisible, y eso me resulta fascinante.

¡Ves! ¡Ya lo ha conseguido! Me pica la nariz, sus palabras me conmueven..., si es que no sirvo para las venganzas largas.

—Por favor..., perdóname y ven a mi cama –sonríe con malicia–. Solo para dormir –matiza y empiezo a reír.

—Solo para dormir –le confirmo con un dedo acusador y tiro la toalla que me cubre al suelo antes de saltar sobre su cama y meterme entre las sábanas.

Su sonrisa se expande y se mete en la cama junto a mí, permaneciendo quietecito en su lado concediéndome mi espacio. Sin pensármelo dos veces, ahora más segura, recuesto la cabeza en su duro pecho y le abrazo. Al principio no reacciona, pero luego, una de sus manos me acoge la espalda acariciándome.

—Eres tan cariñosa... –susurra minutos después cuando a punto estoy de dormirme.

—Siempre he necesitado el contacto humano, no puedo vivir sin él, sin embargo, tú eres un frío e insensible inglés ex-estudiante de Oxford.

Escucho su risita mientras me aprieta ligeramente. Inspiro profundamente, llenando mis pulmones de su embriagador aroma.

—Pero hay una cosa que no me cuadra... –arrugo la frente.

Cada vez me encuentro más y más cansada, pero él parece la mar de despierto, en cuanto a sentimientos, jamás vamos a poder encajar por lo que veo.

—¿El qué? –susurro sin demasiadas ganas.

—¿De dónde has sacado el preservativo? –sonrío con los ojos cerrados.

—Bajé al vestíbulo y se lo pedí a unos trabajadores del hotel –su respiración se paraliza

—¿Bajaste con la toalla puesta pidiendo un preservativo?

—Sí, exactamente es así como ocurrió.

Su risa se desata haciéndome botar sobre su torso desnudo.

—Eres realmente única, Anna. Hazme un favor, no cambies nunca.

Sonrío, me ladeo débilmente y le planto un besito inocente en el pectoral.

—No lo haré. Y ahora, ¿puedes dejar de hablar para que pueda dormir un poco, por favor?

Percibo nuevamente su risa, esta vez, se inclina para besar la espesa maraña de pelo negro que hay en mi cabeza; me entra un fugaz escalofrío.

—¿Eso ha sido un beso?

—Eso creo, al menos lo pretendía –intuyo su encantadora sonrisa de nuevo; aunque no puedo verla.

—Pues tenga cuidado señor Orwell, corre usted el riesgo de convertirse en un ser más cálido.

Su carcajada vuelve a moverme, pero esta vez se calla, no añade nada y deja que me duerma sobre su pétreo cuerpo desnudo, que parece estar cincelado en piedra. El calor que me transmite y su característico aroma, me facilitan el camino hacia un sueño profundo.

18

 

 

 

Ha amanecido y me encuentro algo revuelta, el vivo recuerdo de lo acontecido anoche campa a sus anchas por mi mente estremeciéndome. Abro los ojos, James sigue aquí, a mi lado, durmiendo como un bebé, parece tan inocente con su boquita entreabierta emitiendo un casi imperceptible ronquido... Sonrío mientras me deshago despacito del nudo que sus brazos han formado a mi alrededor. Me quedo muy quieta cuando él se mueve ladeándose en dirección opuesta; sigue dormido.

Me levanto, cojo la toalla para cubrir mi desnudez y salgo de su habitación intentando hacer el menor ruido; aunque antes, cojo la tarjeta que descansa sobre el mueble de mármol que hay junto a la puerta.

¡Por Dios, parezco la bruja de Blair! ¡Menudos pelajos!

Tras tomar mis vitaminas, me meto en la ducha para lavarme a conciencia, en cuanto termino, dedico el tiempo necesario a mi cabello, la plancha me ayuda a dominarlo, dejándolo liso, suave y excepcionalmente brillante. Paso los dedos por el cuero cabelludo varias veces para desapelmazarlo, después, me maquillo un poco y me pongo mi conjunto preferido de Desigual, un vestidito con cuello de pico y falda con vuelo repleto de colores vivos. Me calzo unos zapatos de tacón alto, una chaqueta y me cruzo el bolso sobre el pecho antes de dirigirme nuevamente a la habitación de James.  Abro con la tarjeta que he cogido antes y entro decidida; ahí está, durmiendo como un bebé, desde que me fui, no ha vuelto a moverse.

Me entran unas ganas locas de comérmelo ahora mismo, pero no, en su lugar, pienso darle un susto de muerte, es más mi estilo. Me acerco sigilosa a él, como una pantera tanteando a su presa antes de embestir, y en cuanto estoy cerca, emito un fuerte chillido, me lanzo sobre él y empiezo un ataque frenético de besos por todas las partes a las que llego de su cuerpo. Se incorpora extrañado, dando un respingo, su desconcierto me hace reír mientras sigo empeñada en atacarle de esta forma tan peculiar. En cuanto recobra el aliento, empieza a reír y me abraza fuerte, haciéndome girar hasta tenerme debajo de él.

—¿Siempre tienes esta energía por las mañanas?

—¡Incuso más! –espeto risueña.

—Vaya, te has arreglado y todo.

—Sí, ha sido un acto de consideración hacia ti, si me llegas a ver un poco antes, del susto que te pegas sí que te quedas tieso en el sitio –se ríe y me planta un rápido besito en el cuello.

—¿Qué hora es?

—La una del mediodía.

—¿La una? ¿Has desayunado? –pongo los ojos en blanco sin dejar de reír; él y sus horarios para todo.

—Creo que nos hemos saltado el desayuno.

—¡Ufff! –rueda hacia un lado y se sujeta la cabeza–. No recuerdo haber dormido hasta esta hora en toda mi vida.

—¿Qué más da? Anoche nos acostamos tarde, no tenemos nada qué hacer –se gira para mirarme.

—Aun así, no me gusta dormir hasta tan tarde.

Se levanta, me mira y se rasca la cabeza, está desorientado. Observo desde la cama su imponente cuerpo desnudo, mientras camina hacia el mueble que hay junto a la puerta para coger su teléfono móvil. Lo enciende, abre algunos mensajes y escribe rápidamente con el pulgar antes de darle a la tecla de envío, seguidamente, vuelve a depositarlo sobre el mueble.

—Iré a cambiarme, es hora de comer.

—¿Comer a la una del mediodía? –me mira extrañado por mi reacción–. ¿También tomaremos el té a las cinco de la tarde, Lord Orwell? –sonrío con recochineo, y él, me dedica media sonrisa pícara.

—Pues mira, no estaría mal. Echo de menos el té –confirma mientras se mete en el cuarto de baño.

Escucho el agua correr, miro hacia el techo y empiezo a juguetear con los dedos sobre la cama; me aburro.

—¿Te importa si pongo algo de música? –chillo desde mi posición para que pueda oírme.

—No, adelante.

Me levanto de la cama, enciendo el enorme televisor de plasma y sintonizo la MTV. Lo primero que veo es un videoclip de Avicii, wake me up, sonrío y me quito los zapatos para botar una y otra vez sobre el mullido colchón como una loca al ritmo de la música. Se me escapa la risa, ¡estoy como una cabra! Sigo botando incansable al tiempo que doy vueltas antes de que termine la canción, en una de mis piruetas completas, descubro a James a medio secar, con la toalla aún en la mano, que no me quita ojo bajo su imperturbable rostro de consabida seriedad. Me freno en seco sobre la cama, y sin querer, la inercia del ajetreo me tambalea hacia delante, haciéndome perder el equilibrio y aterrizando bruscamente contra el suelo.

—¡Anna! –su tono emana preocupación.

Se acerca a mí con la canción de Manuel Carrasco y Malú de fondo, Que nadie.

Empezaron los problemas, se enganchó a la pena

se aferró a la soledad, ya no mira las estrellas

mira sus ojeras, cansadas de pelear

Olvidándose de todo, busca de algún modo, encontrar su libertad…

 

Me echo a reír. Me tapo la boca, y cuando tiende la mano en mi dirección para ayudarme a levantar, tiro de él con fuerza haciendo que caiga a mi lado, en cuanto descubre mis intenciones, sonríe, me sujeta con fuerza y me alza hasta depositarme nuevamente sobre la cama. Miro la mesita de noche, todavía queda el segundo preservativo que me dio el botones... ¿Por qué no?

Su risa aumenta cuando capta mi diálogo interno, y sin previo aviso, sus labios calientes, suaves y entregados, se posan sobre los míos. Los muevo con delicadeza, paso mi mano por su pelo mojado, desciendo hasta la espalda y, con la uña de mi pulgar, acaricio su columna. Su entrega es total ahora, incluso respira de forma acelerada, aprovecho esa circunstancia para meter mi lengua en su boca. Palpo su interior, que sabe a dentífrico mentolado.

Que nadie calle tu verdad, que nadie te ahogue tu razón

que nadie te haga más llorar, volviéndote en silencio

que nadie te obligue a morir, cortando tus alas al volar

que vuelvan tus ganas de vivir...

 

Agarrándole con fuerza, le obligo a tumbarse a mi lado para poder ponerme encima. Sin abandonar sus labios, varío el ritmo, me muevo sobre su cuerpo desnudo mientras muerdo su barbilla con auténtica devoción. Desciendo para centrarme en su cuello y emite un gemido gutural mientras lo ladea, rindiéndose a mí. Paso mi lengua por su nuez y la mordisqueo con cuidado, luego, regreso a sus labios, que me reciben con urgencia. Sobre él, puedo percibir los incesantes latidos de su corazón: me desea. Entonces, un espasmo le asalta, coge mi cintura, y bruscamente, vuelve a dejarme caer sobre la cama, aprisionando mi cuerpo entre el suyo y el colchón.

Se separa solo unos centímetros y sus ojos me miran con adoración, mientras su mano acaricia muy despacio mi rostro. He perdido la percepción del resto de mis sentidos, que ahora mismo no responden, no capto la música ni siento el calor, solo me concentro en él, en sus caricias y en cómo me hace sentir sin apenas moverse. Su mano pasa ahora por mi cuello mientras que sus ojos, siguen centrados en los míos. Siente un deseo desmedido por mí, eso sí puedo notarlo, pero en esta ocasión, se resiste, como si quisiera prolongar al máximo el momento. Me estudia, me palpa, me siente lentamente sin hacer nada más: me hipnotiza.

Su mano vuelve a dirigirse hacia mi rostro, me apresa el labio inferior con el pulgar estirándolo en su recorrido. Ahora se inclina sobre mí y cambia el dedo por sus anhelantes labios, moviéndose muy despacio, saboreándolos. Pero no se queda ahí, empeñado en trazar su particular circuito por mi cuerpo, acaricia con los labios la base de mi mandíbula, el cuello... Enrosca mi vestido con las manos desde abajo y me lo retira por la cabeza, sus labios continúan perfilando mi contorno en el mismo punto donde lo había dejado.

Roza mis pechos y oriento las manos hacia mi espalda, para desabrocharme el sostén. Cuando lo retiro, ese sensual roce se centra en mis senos desnudos. La caricia es superficial, pero no por ello menos excitante. Desciende por mi estómago, el ombligo, la parte baja de mi vientre... Siento el calor que emana de su aliento además de unas ganas locas porque termine ya con esta agonizante tortura y me toque de verdad.

Sus dedos retiran poco a poco mis sencillas braguitas de algodón, entonces, sus labios continúan el camino sobre mi monte de Venus. Estoy a punto de desmayarme, quiero que continúe, que se desate toda esa urgencia como la noche anterior, pero por otra parte, todo este mimo y cuidado es algo distinto. Cierro los ojos.

Sus manos han recogido uno de mis pies, masajeándolo con rotaciones del pulgar sobre la planta; el masaje se eterniza, pero me encanta. Sostiene mi tobillo, girándolo varias veces antes de dedicarse al otro pie. Emito un suspiro de satisfacción en cuanto termina, creo que su única intención es volverme loca, y como siga así, lo va a conseguir.

Ahora recorre mis piernas centímetro a centímetro, proporcionándome una fuerte presión con las yemas de los dedos para que pueda sentirle bien. Es increíble como mi cuerpo reacciona a su contacto, se relaja e incluso se mueve de forma involuntaria invitándolo a que continúe, a que palpe cada parte de él como si fuera un valle ignoto que hubiera que mapear palmo a palmo.

—Me gusta como brilla tu piel morena, es tan tersa y suave...

Sus palabras me hacen gemir y me estremecen, produciéndome un escalofrío. En cuanto sus caricias llegan al vértice de unión de mis muslos, aguanto la respiración. Sus manos se hunden en mí y me besa de forma delicada, pero solo de pasada, pues su camino no se detiene. Dirige sus manos hacia mi pecho y lo acaricia con mucha suavidad, luego, se abren para abarcar los hombros, reteniéndolos durante un rato. Sus palmas se van cerrando progresivamente sobre mi cuerpo hasta rodearme el cuello, de ahí, se colocan tras mi nuca mientras sus dedos tiran ligeramente del cabello para alzarme el rostro. Abro los ojos y me encuentro con los suyos, son tan azules que me desconciertan, jamás había visto un azul tan nítido.

Vuelve a besarme, pero esta vez sin prisa, finalmente me resigno a acompasar su marcha lenta. Él se inclina sin despegarse de mí, para alcanzar el preservativo de la mesita. Lo coge, rasga el envoltorio con los dedos y se lo pone sin mirar. Abro mis piernas esperando recibirle, pero decide hacerme sufrir un poco más. Sus manos se ciñen a mis mejillas, impidiéndome el movimiento; quiere seguir mirándome a los ojos. Mi respiración empieza a descompasarse en perspectiva de lo que está a punto de hacer, es más, se podría decir que me siento tan nerviosa como si esta fuera mi primera vez.

Zambulléndose en mis ojos negros, su dura erección entra despacio en mi interior. Intento moverme, pero él vuelve a impedirlo pendiente de cada una de mis reacciones, entonces emito un ronco jadeo al notar que su miembro ha entrado completamente en mi interior. En ese momento, se afana por poseer mi boca con la suya, aprovechando que ha quedado ligeramente entreabierta. Su beso es suave, pero decisivo, me lo da sin abandonar el ritmo lento de su torturadora marcha. Entonces su cuerpo le traiciona, su cabeza se mueve y cae sobre mi hombro, mordiéndolo tiernamente al tiempo que embiste con algo más de fuerza de como ha empezado. Acaricio su espalda, y él, vuelve a moverse; aunque intentando refrenar sus fuertes impulsos. Me arqueo al sentir un precipitado espasmo en mi interior. Gimo, sostengo su prieto trasero contra mí, y sin poder refrenarlo, me dejo ir. Su boca regresa a la mía para absorber mi desmedido jadeo, me muerde el labio mientras profundiza dulcemente una y otra vez; he perdido la cuenta de las veces que entra y sale sin descanso de mi interior. Finalmente, sus manos se colocan bajo mi cadera, apretándome para abandonarse él también mientras entierra la cabeza en mi cuello y emite un sonido gutural que me reaviva al instante. Me muevo como puedo bajo él, su gemido se intensifica, y me abraza tan fuerte que a punto está de dejarme sin aire. No nos hace falta hablar, ambos somos conscientes de que ha sido increíble.

Permanecemos largo rato abrazados, desnudos, mientras volvemos poco a poco a la normalidad. Nos acariciamos el cuerpo, él sigue sobre mí, con la cabeza enterrada en mi cuello, me aplasta con su pesado cuerpo, pero no me quejo; en toda mi vida me he sentido más a gusto. Es entonces cuando mis ojos se llenan inesperadamente de lágrimas, tengo miedo de este sentimiento, miedo de todo lo que me hace sentir. Curiosamente es el único que en la cama consigue dejarme sin palabras, puede que yo sea imprevisible para él en el día a día, pero él, lo es para mí en el terreno íntimo, no hace nada de lo que espero, además, me mira de una forma que... ¿Por qué lo hace? ¡No es necesario! ¡Es solo sexo! Me habría conformado con un polvo rapidito y salvaje, pero esto... ¡Esto es demasiado!

Cuando por fin levanta la cabeza para mirarme, me obligo a recomponer rápidamente mi expresión y sonrío.

—¡Te estoy ahogando!

James se separa rápidamente, permitiendo a mis pulmones coger una enorme bocanada de aire. Por suerte, ha interpretado mis ojos vidriosos como un evidente signo de ahogamiento, nada más. ¡Fiiiiu! ¡Mi integridad continúa a salvo! Me incorporo y recojo con parsimonia mi ropa, que ha quedado esparcida por el suelo.

—Anna, ¿estás bien?

Vuelvo a sonreír. ¡Ay James!, si tú supieras como estoy ahora...

—¡Claro! Con ganas de aprovechar el domingo.

Me dedica una sonrisa de oreja a oreja y se pone en pie de un salto, corre a vestirse y me permito unos segundos para pensar en todo lo que acaba de ocurrir. Me niego a admitir que esto haya sido solo sexo.

Acabo de vestirme, adecento mi cabello y retoco el maquillaje antes de que James, reaparezca impecable frente a mí.

—¿Sabes qué es lo que vamos a hacer hoy? –niego con la cabeza, por su desmedida sonrisa, seguro que su propuesta me sorprende–. Vamos a ir a un centro comercial, me han dicho que hay uno por aquí cerca que abre los festivos. Ya no tengo excusa para obsequiar a mi armario con un traje nuevo recuerdo de Madrid.

Aplaudo emocionada su iniciativa mientras que como una tonta, empiezo a dar saltitos. ¡Me encanta su propuesta!

19

 

 

Después de comer un enorme y delicioso plato de pasta italiana con una jugosa salsa de setas y parmesano, decidimos sacrificar la hora del té para ir a indagar las tiendas del centro comercial. Es enorme y está abarrotado de gente, pero no nos importa, no tenemos prisa y podemos permitirnos el lujo de detenernos frente a los acristalados escaparates mirándolo todo.

Los lustrosos suelos de mármol blanco con dibujos en verde, junto a la clásica decoración, nos trasladan a otra época. Caminamos de la mano, reímos y bromeamos mientras nos adentramos en la sección de caballero de una gran firma americana. Ya no hay lugar para las risas, me pongo seria y empiezo a caminar con decisión por los pasillos.

Miro a James de arriba abajo y cojo todo aquello que sé que le va a quedar espectacular. La marca G-star ofrece una gran variedad de ropa, eso sí, toda carísima, pero él bien puede permitírselo después de tantos años privándose y rehuyendo de la moda.

Le empujo literalmente hacia el probador, el pobre solo sonríe y no abre la boca ni para dar su opinión, no importa, visto lo visto, más vale que se deje guiar por mí. Cada conjunto que se prueba le queda mejor que el anterior, incluso una de las dependientas, que se ha ofrecido a hacer los cambios en las tallas que lo requieran, se queda tan impresionada como yo cuando ve a James, ya que no solo está guapísimo, si no que parece un modelo de calendario, y él no hace más que reír de nuestras caras de asombro. Finalmente, llegamos a la caja con unas cuantas prendas y la dependienta nos comunica el precio: quinientos un euros; ambos estallamos en carcajadas.

—Mira tú por dónde, ya sé en qué voy a invertir mis honorarios.

Salimos de la tienda cargados con las bolsas de ropa, pero el día de compras no ha terminado aquí, así que lo conduzco hacia una tienda de trajes donde yo, y el joven dependiente, nos entendemos a la perfección. Miramos a James, que parece un maniquí, y empezamos a opinar en cuanto a corte, colores... Le hacemos ponerse un traje que le sienta como un guante, de esos que se entallan en la cintura, en color azul marino. El dependiente le pone una camisa blanca y le enseña una corbata estrecha azul eléctrico. Él me mira, y yo, asiento con rotundidad. Sonríe y se la pone delante de mí.

Se me descuelga la mandíbula al verlo completamente vestido, me acerco a él, y con cuidado de que no nos oigan, susurro:

—Quítatelo, creo que acabo de correrme –estalla en carcajadas.

El dependiente le ofrece otro traje en color negro y uno más en un tono gris oscuro; se los va a llevar todos, con la percha que tiene... ¡Y hasta ahora me llevaba esos trajes tan poco atractivos!

Saliéndose un poco de lo habitual, escoge unas cuantas camisas de colores, lo cual me sorprende bastante, pero yo le animo, a mí los colores me chiflan. Lo mismo pasa con las corbatas de corte moderno, escoge unas de rayas, texturas y colores que no van mucho con su personalidad, no sé si lo hace por complacerme a mí, pero lo cierto es que cuando le vean en la oficina, todo el mundo se dará cuenta de que yo tengo algo que ver en su cambio de look.

Salimos de la tienda y no le dejo ni un minuto de descanso, es el momento de ir a una zapatería. Elegimos un calzado formal para combinar con sus trajes y algo más casual; además de unas de esas funcionales zapatillas que sirven para todo. Jamás le había visto así, pero parece disfrutar con sus nuevas adquisiciones como un niño el día de Navidad, entonces me mira, me sonríe y tira de mí.

—Ahora te toca a ti.

—¿Qué? ¡No! –me echo a reír–. Este mes no puedo gastar nada más, por muy tentada que esté –me mira extrañado.

—Tú no vas a gastar nada.

—No –me cuadro enérgica frente a él–. No puedo, ni quiero ni pienso aceptarlo –vuelve a reír.

—No te he pedido permiso.

Me coge con fuerza de la mano y me conduce a toda velocidad a una tienda con unos vestidos que quitan el hipo. Leo algo como Dolce & Gabanna, y mi cuerpo se torna inmediatamente rígido.

—¡Ni de coña! –espeto alterada, pero James no cede y me obliga a entrar en la tienda.

Una dependienta monísima, vestida con un elegante traje negro de chaqueta, se acerca a nosotros.

—¿En qué puedo ayudarles?

James habla por mí, en este preciso momento soy incapaz de hacerlo.

—Buscamos un vestido para ella.

—¿Habían pensado en algo?

—Ni muy clásico ni muy moderno, algo entremedio –la dependienta asiente.

—Nos acaban de llegar unos vestidos que seguro les encantarán, todavía no los hemos puesto en los maniquíes –coge una percha y la pone sobre el mostrador, es un precioso vestido verde esmeralda–. Con ese tono de piel tan bonito, este vestido le quedará perfecto –James me mira.

—Estoy convencido de ello. Vamos, pruébatelo.

Trago saliva. Me dirijo exclusivamente a la dependienta, que me anima tras del mostrador.

—¿Qué precio tiene esto?

—Novecientos euros –mi cara se congela en una extraña mueca y James empieza a reír.

—James, por favor, escúchame, no hace falta que...

—Estoy esperando a que te lo pruebes.

—No quiero.

—¿Me vas a privar de ver cómo te queda antes de comprártelo?

Miro a la dependienta, luego a James, otra vez a la dependienta... Entonces niego con la cabeza y salgo apresurada de la tienda; como imaginaba, James no tarda en seguirme.

—¿Qué te pasa? –pregunta confundido.

—No quiero ese vestido, no lo necesito.

—Pero yo quiero comprarte algo...

—Créeme, con cualquier otra cosa sería igual de feliz –le corto.

—¿No te ha gustado?

—¡Claro que sí! ¡Cómo no va a gustarme! Es precioso.

—Pero...

—Pero tirar el dinero de ese modo me parece absurdo.

—Bueno Anna, con mi dinero hago lo que quiero.

—Estoy de acuerdo, pero no quiero que te gastes nada en mí.

—¿Por qué? –suspiro.

—¿Por qué quieres hacer semejante estupidez? –se encoge de hombros.

—Porque puedo –le miro perpleja; vale, ahí me ha dado.

—No es suficiente –parpadeo varias veces aturdida mientras me giro de forma brusca en dirección opuesta, él corre tras de mí hasta detenerme.

—¿Por qué te enfadas tanto? Solo es un regalo, Anna.

—Te lo puedes ahorrar, no es mi cumpleaños. Además, deja de insistir, ya te he dicho que no lo quiero, deja de intentar comprarme porque no lo vas a conseguir.

—¿Eso es lo que crees, que intento comprarte?

—Pues ya me dirás tú qué interés tienes en regalarle un vestido así a tu secretaria –suspira, parece que mi último comentario ha acabado por fatigarle.

—Está bien, como quieras. ¿Te apetece hacer algo más o regresamos al hotel?

—Regresemos.

Asiente con un movimiento de cabeza, y juntos, nos encaminamos hacia el párquing. Cogemos el coche de alquiler que nos han facilitado para regresar de nuevo a la seguridad e intimidad del hotel.

Esta noche no hemos quedado para cenar, cada uno cena en la soledad de su habitación. Ha sido un largo día que parecía ir bien hasta que todo se ha estropeado, ahora me ha quedado un ligero regusto amargo. Igual me he excedido, pero me gustaría que “míster millonetis” se pudiera poner también en mi lugar, las chicas “pobres” no necesitamos que nos digan todo a lo que no podemos aspirar sin su ayuda; soy feliz con lo que tengo. ¡Maldita sea, mira que era bonito ese vestido! En fin, la realidad es que nunca hubiese podido permitírmelo, así que por eso no lo quiero.

Suspiro y me tumbo sobre la cama, la televisión me ofrece algo de mundana distracción, un programa donde la gente canta sometiéndose a las duras críticas de un jurado exigente. Nunca entenderé la pasión de España por hacer tantos programas del mismo estilo, deben de gustar mucho; sin embargo a mí, me resultan pesados.

Mi tranquilidad se desvanece cuando unos nudillos llaman a mi puerta; miro rápidamente el reloj, son las doce. Me levanto insegura y me dirijo a la puerta para abrirla. Me quedo petrificada cuando veo a James vestido únicamente con su pantalón de pijama a cuadros, ese que le queda bajo de las caderas y le hace tan sumamente sexy.

—Perdóname –sus ojos parecen sinceros–, creo que he entendido por qué te has puesto así. No era mi intención ofenderte, ni ahora ni nunca; aunque por lo que se ve, no puedo dejar de hacerlo... ¿Me perdonas?

Se me escapa una risilla, tampoco hacía falta que se lo tomara tan a pecho, pero me alegra ver que se arrepiente de su error.

—Estás perdonado –suspira y me mira divertido.

—¡Qué alivio! ¿Puedo pasar?

Me separo de la puerta, y él, entra enseguida, se sienta sobre la cama y me mira.

—¿Dormimos juntos?

Su timidez delata que hay intenciones mucho más profundas que esa, escondo una sonrisa y corro hacia la cama para ponerme a su lado. Su cuerpo me recibe con agrado, es cálido, duro, definido, apetecible... Le beso tiernamente el torso, que sabe a colonia. Sigo besando despacito su esternón, continuando por su vientre plano. Entorno la mirada y descubro sus depredadores ojos centrados exclusivamente en cada uno de mis movimientos, me incorporo y me lanzo a por su boca. ¡Está buenísimo! Me vuelve loca, y no sé lo que va a pasar cuando regresemos a la realidad, y ambos, debamos desprendernos de este largo y placentero sueño.

Sus manos se colocan a lado y lado de mi cara, apretándola mientras me besa de esa forma tan suya, con tanta necesidad, es como si llevara años sin hacerlo; aunque tan solo han pasado una cuantas horas. Desciendo mi mano y le acaricio a través del pantalón, me río para mí en cuanto descubro su enorme erección; tiene una facilidad increíble para ponerse a tono. Me quita la camiseta para lanzarse ávidamente a besarme.

—Oh, qué maravilla... –susurra junto a mis senos.

Lame mis pezones, y yo, jadeo. Le deseo más que nunca, esta sensación es enfermiza, pero no puedo contenerla. Enredo las manos en su cabello revuelto y lo estiro hacia atrás, arrancándole un gemido. Me apresuro a besarle aprovechando la forma en que su garganta ha quedado expuesta. No tarda en regresar a mí con más fuerza, sus labios me buscan con desesperación, y yo, simplemente se los entrego para que juegue con ellos.

—Ojalá pudiéramos hacer el amor... –susurro en su boca al recordar que no disponemos de más preservativos –se retira ligeramente, mirándome durante un largo rato sin decir nada; yo le imito extrañada.

—No quiero que te enfades conmigo, por favor, no pienses mal...

Me separo y abro los ojos como platos mientras espero impaciente a que continúe. No dice nada, mete la mano en su bolsillo y saca una caja entera de preservativos, parpadeo aturdida por no haberme dado cuenta antes.

—¿Y esto?

—He ido a comprar... –traga saliva, está nervioso.

Por dentro me estoy partiendo el culo de risa, tengo unas ganas enormes de asustarlo, de fingir indignación, pero eso le cortaría el rollo y estoy tan caliente que paso. Me lanzo, ahora más segura, a por un beso salvaje, mi respuesta le sorprende, por lo que tarda unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hace... ¡Oh Dios, es increíble!

Tras desvestirme con premura me levanta de la cama sin esfuerzo, enredo las piernas a sus caderas mientras él, me conduce hasta la pared aprisionándome contra ella, y con firmes y contundentes estocadas, me hace suya una y otra vez. Dentro, fuera, dentro, fuera... Así bailamos la danza más primitiva del mundo, y la más perfecta.

Yo grito, me retuerzo, me abro todavía más para recibirle. Su sed de mí le hace perder toda la delicadeza de esta mañana. Me posee con una desbordante pasión, y yo, simplemente me siento feliz, me gusta el James loco, salvaje y terriblemente excitado.

Mientras sus manos aprisionan mis muslos, sin abandonar sus deliciosas penetraciones, sus labios desesperados me buscan. Se los entrego, y ambos, nos comemos la boca como si no hubiera un mañana, como si solo existiera el presente.

Esta noche damos rienda suelta a nuestra imaginación, y pierdo el número de veces que lo hacemos, tiene una enorme capacidad para recomponerse y poseerme sin compasión. Sorprendida, descubro que no puedo saciarme de él, con cada leve roce, mi urgencia se convierte en un eco de la suya. Así que cuando finalmente nos quedamos dormidos, ninguno de los dos se explica cómo ni cuándo ha sido.

20

 

 

 

—Despierta dormilona, tenemos trabajo.

Emito un gruñido involuntario que me despierta en el acto.

—¿Qué hora es? –pregunto desesperada.

—Tranquila, aún tenemos un par de horas.

Me pongo en pie sin perder tiempo.

—¡Ay…!

Vuelvo a sentarme en la cama, y con mucho cuidado, palpo mi vagina.

—¿Qué pasa? –pregunta James alarmado por mi expresión.

—Creo que anoche nos pasamos un poco, voy a acordarme de ti cada vez que me siente hoy.

Se echa a reír y se acerca a mí para besarme el cuello desde atrás.

—Si te consuela, a mí también me duele.

Me giro para mirarle. Su pene aún está algo irritado, y es que tanto sexo salvaje es lo que tiene, es todo un placer practicarlo, pero nadie te advierte de lo que pasa después. Sonrío a James, que ladea su flácido miembro para examinarlo, me acerco despacito, inclinándome, y le doy un fugaz besito en la punta.

—Eso no ayuda mucho a calmar el escozor, más bien lo aviva.

Se me escapa una sonora risotada.

—Es bonita –digo mirándola desde muy cerca–. ¿Cómo la llamas?

Hace una extraña mueca intentando esconder la risa.

—No tengo por costumbre llamarla de ningún modo.

—¿Ah no? –finjo sorpresa–. Pues debemos remediar eso enseguida, hay que buscarle un nombre.

Ahora sí empieza a reír de verdad.

—Está bien –asiente divertido–. ¡Sorpréndeme!

Acepto el desafío, me muerdo el labio inferior mientras la miro, la recuerdo exultante, erecta y juguetona, y entonces el nombre me viene prácticamente solo.

—¿Qué te parece Manolo cara bolo?

Sus carcajadas hacen eco en la habitación mientras se cubre ambos ojos con la mano. Su cuerpo se retuerce de la risa, al igual que el mío, y cuando retira la mano de su cara, arrastra un par de lágrimas. Se acerca para besarme y añade:

—No voy a decirte que ese nombre me gusta; aunque he de reconocer que ha tenido su gracia. ¿Qué tal si buscamos uno para lo tuyo?

—¿Para mi chichirrín? ¿Tienes algo en mente?

Empieza a reír negando con la cabeza, se lo piensa, lo mira con descaro y arquea las cejas cuando cree que ha encontrado algo.

—Ya que te gustan tanto las comidas extranjeras, ¿qué te parece Quesadilla?

Me pongo seria durante unos segundos, luego escupo la risa contenida, y él, aprovecha mi indefensión para hacerme cosquillas sin descanso, me retuerzo, me ladeo, y cuando estoy a punto de morir por un ataque de risa, se levanta de un salto y ocupa el baño. ¡Cabrón, lo ha hecho a propósito!

Hoy tenemos reunión con los directivos de Logona, empresa que potencia los productos ecológicos para la cara y cuerpo, nos enseñan sus amplias y luminosas instalaciones antes de iniciar la reunión en una enorme sala acristalada.

Me gusta su filosofía de empresa y cómo utilizan las materias primas que les ofrecen los vegetales para elaborar sus productos de forma natural, sin agentes químicos de ningún tipo. Además, están en contra de las pruebas con animales, financian programas de ayuda para la conservación del medio ambiente, y los materiales con los que elaboran los envases de todos sus productos son reciclados, están muy concienciados con lo que hacen.

James toma asiento junto a mí en la gran mesa, ahora me pongo seria e intento ignorarlo, así que abro mi ordenador portátil destilando profesionalidad, dispuesta a tomar notas de todo cuanto se trate en la reunión. Mi jefe procede con su explicación, enseñando nuestro estudio de mercado “la ley de la oferta y la demanda”, su idea y la colaboración con Naetura. Están gratamente sorprendidos con nuestra propuesta y se les ve interesados, ya que para ellos supone una pequeña inversión en caso de que no de resultado; aunque muy beneficiosa si los cálculos de James no fallan. Naturalmente ha exagerado un poco el pronóstico de éxito del producto, le interesa financiarlo, y para ello, necesita de la ayuda y el respaldo de otras firmas, entonces llega la eterna pregunta, ¿por qué una marca con tanta experiencia y reputación necesita la ayuda de terceros para poner en marcha este innovador proyecto que amplía la gama de sus productos? A lo que James, sin titubear, responde:

—Queremos iniciarnos en un sector en el que no tenemos demasiada experiencia, buscamos potenciar una gama de cosmética ecológica a partir de nuestra firma y las que se asocien, pensamos que es el futuro, y para ello, nos gustaría contar con los mejores expertos en la materia.

El equipo, que supuestamente recibió la propuesta de James por e-mail para estudiarla en profundidad, parecen no tener una decisión tomada.

—Supongo que tal y como están las cosas, es un poco arriesgado abrir una nueva línea de mercado bajo una marca desconocida para el consumidor, entiéndanos, no nos ofrece demasiadas garantías, pese a que nuestros nombres figuren de manera indirecta –hacen una breve pausa–. Es una decisión que no podemos tomar a la ligera, me temo que no hemos tenido demasiado tiempo para estudiar la propuesta en profundidad –James asiente, precisamente esa era su táctica.

Como buen calculador, sabe que demasiado tiempo para pensar hace que la gente ponga inconvenientes a su proyecto, lo suyo es pillarlos en caliente y hacerles ver las enormes ventajas para conseguir que firmen un compromiso enseguida.

El equipo continúa debatiendo, preguntando y estudiando en voz alta. Mi jefe les presta toda su atención, bajo ese consabido gesto de circunstancia suyo. Su mano izquierda masajea el mentón mientras escucha, pero la derecha… Doy un respingo cuando se coge a mi rodilla con firmeza. Trago saliva, me recompongo como puedo y continúo tecleando; pero mi concentración se ha desviado por completo. Miro de reojo a James, que me ignora, su mano asciende un poco más, filtrándose por debajo de mi falda. Me pongo roja y me muevo rápidamente para trasladarle con el distanciamiento de mi cuerpo que pare, pero él, simplemente pasa mis reacciones por alto, su mano vuelve a subir un poco más, miro a mi alrededor, pero nadie advierte nada, están todos enfrascados en la conversación y la mesa no les permite ver lo que ocurre bajo ella. Me va a dar algo, el calor que asciende por mi cuerpo como de lava líquida no me deja concentrarme en la reunión, creo que he perdido el hilo.

Su mano incansable asciende hasta rozar la fina tela de mi ropa interior, James parece no tener límites. Bien, pues yo tampoco, tecleo frenética la última frase que ha dicho el directivo mientras abro las piernas con disimulo invitándole a entrar. Sus dedos se mueven rápidos, apartan la tela de mi tanga y me roza con suavidad el clítoris, mi respiración se agita levemente, toso un par de veces tapándome la boca, intentado contener mi propia excitación. Vuelvo a centrarme en la pantalla del ordenador, pero simplemente no soy capaz de leer lo que acabo de escribir, estoy segura de que no tiene ningún sentido. De pronto, uno de los dedos que me acaricia se hunde en mi interior, estoy a punto de gritar, pero debo recordar donde estoy. ¡Madre mía! Me da tanto morbo lo prohibido...

Su cuerpo se recuesta en la silla adoptando una posición que le permite acercarse más a mí, por lo que con su último movimiento, ha hundido su dedo aún más. Me sorprende ver cómo sigue hablando, incluso gesticula con la mano que le queda libre sin salir ni un segundo de mi interior, me pone cachonda su entereza, así que separo un poco más las piernas. Su dedo entra y sale de mí, e incapaz de resistirme, me relajo y le dejo hacer.

La conversación se prolonga y a punto estoy de explotar, en cuanto su discurso se detiene para dejar a la otra empresa manifestar su opinión sobre su última aportación, su dedo se mueve con más insistencia. Estoy tan húmeda que entra con facilidad, se mueve, se curva en mi interior, y yo, me muevo con cuidado en busca de una posición más natural para que continúe poseyéndome de esa forma. El orgasmo está a punto de llegar, me pongo algo más rígida y continúo con el incesante el tecleo; aunque mis frases son incoherentes e inconexas, mi mente está ahora mismo en otro lugar.

Para mayor vergüenza se me escapa un ligero suspiro, a lo que doy un respingo en mi asiento. Dos de los directivos que están sentados frente a mí me miran, pero enseguida desvían la mirada para prestar toda su atención a James, que ha retomado su discurso reclamando la atención momentáneamente perdida. Sin poder refrenar lo que esta situación me inspira, me corro, aguanto la respiración y dejo que los músculos de mi vagina se contraigan, succionando su dedo en busca de más placer. Cuando sus yemas detectan más humedad de la habitual, se retira con delicadeza, mis piernas se cierran automáticamente y siento como poco a poco la normalidad regresa a mí; aunque tengo un colorcillo delator en las mejillas, espero que nadie salvo él, sepa identificar el porqué.

Lo que sí me deja realmente patidifusa, es como en un gesto que parece casual, mi jefe se lleva el mismo dedo que segundos antes estaba dentro de mí, a la boca, chupándolo en un veloz movimiento. Solo yo advierto lo que acaba de hacer, y mi cuerpo entero se estremece. ¡Menudo pervertido está hecho! Pero hay que ver cómo me gusta.

La reunión parece no tener fin, y cuando lo hace, aún no tenemos clara una implicación por parte de Logona, necesitan más tiempo para pensarlo; al fin y al cabo es comprensible. Tras prometernos que antes de una semana se pondrán en contacto con nosotros para darnos una respuesta en firme a nuestra propuesta, nos despedimos con educación y nos marchamos. No puedo dejar de sonreír a James, que me mira de forma pícara en cuanto entramos en el coche.

—Me debes un orgasmo señorita.

Abro mucho los ojos y su sonrisilla vacilona se expande.

—¿Cómo te has atrevido a hacer algo así? ¡Estábamos en mitad de una reunión importante!

—¡Oh, vamos! No te hagas la inocente ahora, tampoco has puesto mucha resistencia. Además, la culpa es solo tuya –me desafía con la mirada–, es verte y me entran ganas de cometer locuras, no sé que tienes, Anna, pero me vuelves loco.

Sus palabras hacen revolotear las mariposas de mi estómago. ¡Toma ya! ¡Y todo eso se lo provoco yo! Su rostro se gira al frente dando por concluida la conversación. La concentración que emplea en la carretera me hace muchísima gracia, no es temerario y no sobrepasa ni un punto el límite de velocidad, incluso va por debajo, pese a que hay varios carriles y tiene espacio suficiente para hacerlo, además, el hotel le ha alquilado un impresionante Mercedes deportivo que corre como si fuera por raíles. Los demás vehículos nos adelantan sin cesar, dejándonos atrás, dado que la pasividad del conductor es más que evidente.

—Dime una cosa... –empiezo girándome en su dirección–. Te gustan los coches deportivos, de eso no me cabe ninguna duda, pero no les sacas partido, ¿es necesario ir a sesenta kilómetros hora por la autovía?

Se ríe y me mira durante un instante antes de devolver su atención a la carretera.

—Me encanta correr –declara con contundencia.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué vas a paso de tortuga?

Me muestra su habitual hilera de dientes blancos. ¡Pero qué guapo es, madre!

—Porque no voy solo –y me mira.

Su respuesta me descoloca por completo. Giro la vista al frente con el ceño fruncido, seguro que he entendido mal su argumento; aunque lo cierto es que su manera de decirlo me ha provocado un extraño escalofrío. No tardo en volver en mí y plantar cara a la situación, sonrío con malicia y desabrocho mi cinturón de seguridad al tiempo que me ladeo en el asiento, acercándome un poco a él.

—¿Qué haces? ¡Ponte el cinturón ahora mismo!

Disminuye todavía más la velocidad, y a mí se me escapa la risa.

—Me parece que no...

—Esto no es un juego Anna, por favor, ponte el cinturón.

Me muerdo el labio inferior y me acerco más y más a su cuerpo rígido, le acaricio la nuca con los dedos y él se estremece bajo mi contacto.

—Anna...

—Tranquilízate James... –susurro junto a su oreja, y antes de retirarme, jugueteo un poco con mi lengua.

Él se encoge, me mira con severidad y se aparta todo lo posible de mí.

—Estate quieta, vas a provocar un accidente.

—Seguro que no, tú no dejarías que eso sucediera, ¿a qué no?

Su confundido rostro me mira de arriba abajo. Pasamos por un túnel, enciende las luces un poco tarde y lanza una mirada nerviosa por el espejo retrovisor.

—Como no te pongas el cinturón, pienso parar en el arcén y abrochártelo yo mismo –su amenaza no me intimida lo más mínimo.

—James, te debo un orgasmo en situaciones difíciles, ¿recuerdas? –me mira asustado.

—Ahora no.

¡Y un churro! ¡La de antes me la pagas! Ignoro sus palabras y me lanzo a por su cuello, se lo beso, lo lamo y saboreo, su respiración se agita, está muy, pero muy nervioso. Su cuerpo se retuerce cuando mi mano palpa su erección, le acaricio con cuidado hasta conseguir relajarle un ápice.

—Eres una temeraria...

Suelto una risita y me inclino sobre él, descendiendo hasta colocar mi boca justo sobre su erección, se la muerdo a través de la tela del pantalón y gime, suspira y la velocidad del vehículo desciende un poco más. ¡Él y su seguridad!

Con cuidado le desabrocho primero el botón, luego bajo la cremallera de su pantalón, coloco mis manos en el elástico de sus calzoncillos y susurro:

—Ayúdame...

Suspira, está debatiéndose consigo mismo, pero cuando vuelvo a palpar su miembro, sus caderas se alzan facilitándome bajar, hasta medio muslo, sus calzoncillos junto al pantalón. En cuanto lo tengo delante expuesto ante mí, le rozo la punta con mi lengua, su gemido brota desde el fondo de sus entrañas, me lo meto despacito en la boca y succiono, primero acompasando los movimientos con la mano muy despacio, luego tan solo con mi boca. Un movimiento ascendente por su parte, hace que su miembro se hunda más en mi garganta, lo aprieto con los labios, subiendo y bajando la cabeza cada vez más rápido hasta que jadea, sisea algo entre dientes que no logro descifrar, y comprendo que está a punto de alcanzar el clímax, entonces me muevo con más insistencia, para saciar la urgencia que tiene de mí en este momento. Sus espasmos se intensifican al no poder contener la eyaculación por más tiempo, vaciándose finalmente dentro de mí. Vuelvo a saborear su espeso fluido, que no es algo que me guste especialmente, pero en él es diferente, la excitación que me produce verle, hace que me cueste menos ingerirlo, eso es curioso, porque hasta ahora, esto era algo que nunca había hecho con nadie, solo con él. Desprendo las últimas gotas con un contundente golpe de mano y regreso a mi asiento para sacar de mi bolso un paquete de kleenex. Entorna la mirada en mí dirección, tiene la cabeza recostada contra el respaldo y parece haberse quitado un gran peso de encima.

—¿Te ha gustado?

Sonríe y mueve ligeramente la cabeza para mirar a la carretera.

—¡Ha sido genial!

—Ahora estamos en paz –le recuerdo después de haber limpiado hasta la última gota de mis labios, y vuelvo a inclinarme para subir sus pantalones.

—Realmente no sé qué voy a hacer contigo. ¡Eres todo un peligro!

—A ti te gusta el peligro –añado convencida, dedicándole mi mejor sonrisa de medio lado, y se queda pensativo un buen rato.

—Últimamente ni yo mismo me reconozco.

Llegamos al hotel para la hora de comer, como de costumbre, se nos ha hecho un poco tarde, pero no tenemos ninguna prisa. Tras una gratificante comida, nos dirigimos a su habitación para acabar desde allí el trabajo. Hemos contactado con nuestros compañeros en Barcelona, todo marcha bien, y aprovecho que James se ha ido a la habitación contigua a realizar una llamada personal para hacer yo lo mismo. Busco a Lore en mi agenda y presiono el botón de llamada, esperando impaciente escuchar su voz al otro lado.

—¡Reina!

Se me escapa una risotada.

—¡Hola! ¿Cómo estáis?

—Uffff... Esto va cada vez a peor, mañana regresas, ¿verdad?

—Sí, pero ¿qué pasa?

—No hay quien aguante a Elena, está nerviosísima con ese rollo de la conferencia de medicina. ¡¡¡Te necesitamos cariño!!!

—Me lo imagino, ahora que ve que se acerca el día debe estar que se sube por las paredes. Y, ¿cómo está Mónica?

—Volvió a presentarse aquí su alumno preferido –estallo en carcajadas.

—¿En serio?

—Vino a proponerle ir a jugar al billar, alegando que las matemáticas y la estadística tiene mucho que ver en el juego, quería enseñarle algunos trucos.

—¡Vaya!

—Sí, hay que reconocer que el muchachito los tiene bien puestos, pero con nuestra amiga no hay nada que hacer, le volvió a dar con las puertas en las narices y está de lo más irritante últimamente.

—¡Jo, pues sí que me he perdido cosas! ¡Y eso que solo llevo tres días fuera!

—Los suficientes para que te echemos de menos. ¿Qué tal tú por Madrid? Te estarás portando bien, ¿no?

Silencio.

—¿Hola? ¿Anna?

—¡Sí! –me obligo a responder con premura–. Cuando dices portarte bien... ¿a qué te refieres exactamente?

—¡No me jodas!

—¿¿¿Qué??? –digo sin parar de reír

—¡¿Te lo has tirado?!

No puedo refrenar la fuerza de mis carcajadas.

—Ay Lore... ¡En menuda me he metido!

—¡Ni que lo digas, mi reina! La has liado pero bien. ¿En qué demonios estabas pensando? –suspiro, lo cierto es que ahora estoy empezando a sudar y todo.

—No lo sé... Esto va a salirme caro, ¿verdad? –se le escapa un bufido, y yo me pongo más y más nerviosa.

—Esperemos que no... En fin, ya no hay vuelta atrás –me muerdo las uñas, no puedo añadir nada más, me he bloqueado.

—Anna... –su voz al otro lado me hace reaccionar.

—¿Qué?

—No te preocupes, ¿sabes que es lo que tienes que hacer ahora?

—No.

—¡Pues fóllatelo! –se echa a reír–, de todas las formas posibles e inimaginables, ya que no puedes borrar lo que ocurrió, ahora disfrútalo hasta el último día y que sea lo que tenga que ser –su comentario me hace gracia.

—¿Sabes, Lore?, has dicho justamente lo que quería oír.

—Lo sé –escucho como sonríe–. Tú solo pásatelo bien. Por cierto, ¿qué tal es?

—Lore…, es absolutamente maravilloso, tan cálido, detallista, entregado... no tengo palabras, te aseguro que nadie me ha hecho sentir todo esto, es..., es...

—¡Calla, que me pones malo! –se ríe–. Me alegro mucho que lo disfrutes, pero ten cuidado, ¿vale? –pongo los ojos en blanco, a veces me trata como si fuera una niña.

—No te preocupes, está todo controlado.

—Mejor.

—¿Y tú, qué? ¿Alguna novedad?

—¡Qué va! Como siempre. Además, ahora estoy muy liado, tengo un caso importante y prácticamente no paro.

—Ya.

—Debes saber que me estoy reservando para cuando regreses, tenemos una fiesta pendiente –me río.

—¡Lo estoy deseando!

—En cuanto regreses –promete.

—Vale –acepto gustosa–. Bueno Lore, tengo que dejarte, voy a llamar también a mis padres.

—Muy bien, un besito reina.

—Hasta pronto.

En cuanto cuelgo mi corazón da un vuelco, les echo de menos, mis amigos son el motorcillo que mueve mi vida, es increíble como mi carácter mejora en cuanto hablo con ellos.

No lo demoro por más tiempo y aprovecho que aún no ha vuelto James para llamar a mis padres.

Mi madre es quien coge el teléfono, sus saltitos de alegría son perceptibles incluso desde aquí, me hace mil preguntas en un segundo que me afano por contestar con la misma rapidez con la que ella las formula y escucho a mi padre de fondo remugando porque no vaya a verles más a menudo, tiene razón, pero es que entre el trabajo y demás, el poco tiempo que me queda libre me apetece pasarlo con mis amigos, desconectar; aunque tras su incansable insistencia, les prometo ir a verles pronto, y más aún, ¡qué demonios!, estoy animada, así que deseo hacer feliz a mi madre diciéndole que este año pasaré la Navidad entera con ellos. Sus locos chillidos hacen que me retire el teléfono de la cara.

¡Ay xiquilla, qué felí me hases! –repite mi madre una y otra vez con su tan arraigado acento andaluz.

Mi padre le roba el teléfono.

No és broma, oi? Ho dic perquè ja la tenim amb ta mare si al final no vens, no hi haurà qui l'aguanti.

Echaba de menos el escepticismo de mi padre, escucharle me encanta, encuentro tan graciosa la forma en la que se dirige a mi madre en catalán... Realmente mis padres no podían ser más distintos, puro fuego y vitalidad andaluza frente a un cerrado, pachorro y siempre malhumorado catalán, es increíble que hayan permanecido juntos tantos años, no tienen nada en común, pero se quieren, se quieren tanto que no hay cultura ni ideología en el mundo que pueda separarles, me gustaría encontrar algo así para mí también, al fin y al cabo a ellos les ha ido muy bien, se respetan; aunque a veces han tenido discusiones de dimensiones épicas por sus enormes diferencias, pero al final, siempre encuentran la forma de superar los pequeños obstáculos que se les presentan sin renunciar a tenerse el uno al otro.

No pateixis pare, ho he dit de debó.

 

En cuanto cuelgo, sonrío, me siento tan feliz...

James sale de la pequeña habitación contigua, parece que su conversación no ha sido tan amena y discernida como la mía, está serio, rígido, y en sus distraídos ojos veo algo, no sé bien si pena o rabia, pero su expresión me escama. Me levanto de la silla, camino hacia él, alzo mi mano y le acaricio el rostro.

—¿Estás bien?

Da un pequeño brinco como reacción a ese contacto, con el que claramente no contaba. En cuanto sale de su ensimismamiento, detiene mi mano a mitad de la caricia, retirándola de su mejilla. Nuestras miradas se encuentran, y él, sonríe fugazmente antes de besar la palma de mi mano con dulzura, entonces me atrae súbitamente para abrazarme con fuerza, en ese momento, la que se queda completamente paralizada soy yo.

—Ahora sí –susurra junto a mi cuello, provocándome cosquillas.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

—No me trates como una tonta James, tu actitud ha cambiado.

—No es nada, de verdad, asuntos familiares, nada más.

—¿Y no vas a decirme de qué tratan? –suspira y se separa de mí.

—No, no es relevante.

Frunzo el ceño, nada ha cambiado entre nosotros; aunque yo pensaba que sí, pero sigue siendo el mismo hombre reservado y opaco de siempre. Le observo en la distancia sin mover un solo músculo, intentando adivinar por sus movimientos aquello que claramente sé que me oculta. De pronto, se gira extrañado en mi dirección tras comprobar que aún no me he movido.

—Por favor, no me mires así, hay cosas de las que no me apetece hablar, eso es todo –tiende una mano en mi dirección–. ¿Me acompañas? –dice cerca de la puerta.

¿Y qué otra cosa puedo hacer? Resignada, avanzo los metros que nos separan y le acompaño sin añadir nada más, demostrándole que estoy molesta con él por su silencio y falta de confianza.

Tras la cena, todo acontece a cámara rápida, nos sentimos raros, y no es para menos.

Hacemos el equipaje, y con él, todos los mágicos momentos vividos, quedan guardados en uno de los compartimentos de nuestra abultada maleta. No sabemos cómo serán las cosas a partir de ahora, qué pasará cuando regresemos a la oficina y volvamos a la rutina... Me gustaría seguir teniendo contacto con él, creo que ya me he encariñado, no lo puedo remediar, soy una tonta. A esto se refería Lore cuando me advirtió que tuviese cuidado, me conoce mejor que nadie y sabe lo fácil que me resulta arriesgar sin tener garantías.

Esta noche, es él quien acude a mi habitación, parece abatido, pero mi intuición dice que no es momento para preguntas, si no quiere contarme aquello que le inquieta, no puedo presionarle. Va a ser la primera vez que dormimos juntos en la misma cama sin hacer nada, abrazados simplemente, no tenemos el cuerpo para nada más, y mientras nos obsequiamos con tiernas caricias, encontramos la tranquilidad y la paz que ambos necesitamos sin importarnos que pasará mañana, ya estamos acostumbrados a que el “ahora”, sea lo que cuente en nuestra relación, y en este momento, lo único que realmente tenemos claro es que queremos pasar juntos este presente.

Aprovechamos la mañana para ir a una reputada empresa de envases de plástico en Madrid: Geca. James quiere comparar los precios con la que tenemos en Barcelona, la también conocida Arcas, nos enseñan los distintos departamentos, y al terminar, nos llevan a una sala donde nos muestran sus propuestas de envases para las cremas que pretendemos comercializar. James busca un envase sencillo, pero quiere se sea atractivo a la vista, los modelos que nos exponen son muy variados en cuanto a forma, grosor y tamaño, tocamos los distintos recipientes y palpamos sus texturas granuladas, lisas o con pequeños dibujos en relieve. De forma inesperada, se vuelve hacia a mí para mirarme.

—¿Qué te parece? –asiento con la cabeza.

—Bien –me encojo de hombros–; aunque no creo que sea tan importante la forma como el color –James asiente convencido.

—Cierto –dirige su atención al grupo–. Me gustaría un recipiente básico, pero de colores vistosos como turquesa, lila, amarillo... Dependiendo del aroma de la crema, así debería ser el color del envase.

—No habría ningún problema –se afanan en responder–, tenemos una gama de colores muy amplia.

Nos enseñan un muestrario de colores y todos son fantásticos. James sonríe al ver mis pupilas dilatadas por la emoción. Pasa despacio las láminas, deteniéndose de tanto en tanto para dejarme señalar aquellas tonalidades que más han llamado mi atención. En cuanto tenemos más o menos una idea clara, les pedimos un presupuesto en el que figuren todas nuestras opciones. Han acordado enviárnoslo por e-mail en breve, y aún nos quedará comparar esos presupuestos con los de la empresa de Barcelona, tenemos que elegir bien la mejor oferta, pues el dinero no es precisamente algo que nos sobre.

 

Regresamos al hotel hacia la una del mediodía, comemos y recogemos las maletas dispuestos a dirigirnos al aeropuerto, ya es hora de volver a casa.

Respiro hondo en cuanto vuelvo a entrar en ese avión tan lujoso, probablemente sea la última vez que viaje en primera clase. La azafata me acompaña hasta mi asiento, y yo, la sigo por el amplio pasillo hasta llegar a mi lugar; James va detrás.

—¿Tienes ganas de llegar a casa? –me pregunta solo para distraerme, sabe lo nerviosa que me pongo justo antes del despegue.

—A pesar de haber estado trabajando no lo he pasado mal –le sonrío–, se me ha hecho corto y todo.

Se ha dibujado una sonrisa perpetua en su pálido rostro. Con cuidado, extiende su brazo izquierdo envolviéndome ambos hombros, atrayéndome a él. Suspiro, me recuesto en su torso mientras sostengo la mano que cuelga frente a mí hombro, masajeándola un buen rato. Entorno la mirada hacia arriba y veo que es él quien ahora ha cerrado los ojos, relajándose por fin. Me acurruco en su costado, sintiendo cómo su calor me reconforta, casi puedo olvidarme que estoy dentro de un maldito avión.

No tardo en escuchar el pitido que anuncia un mensaje en su teléfono móvil, haciéndome abrir los ojos como platos.

—¿Qué haces con el teléfono encendido dentro del avión? –le reprendo, y él, sonríe.

—Aún no se han cerrado las puertas, tranquilízate –continúa riendo mientras lo saca del bolsillo y lo trastea con una mano.

Tras su argumento, decido copiarle, tal vez eso me relaje. Me ladeo para sacar mi móvil del bolsillo y lo enciendo, tengo un mensaje en la bandeja de entrada. Lo abro.

»Hola Anna, soy Sofía, ex-trabajadora de Naetura. Bueno, supongo que ya sabes lo que significa ese “ex”, he decidido perseguir mi sueño, si puedes hacer algo por mí...«

 

Río mientras niego con la cabeza. ¡Madre mía, que loca está! ¡Me encanta!

»GUAPAAA... Anda que ya te vale, de cabeza a la piscina, ¿eh? Jeje. Bueno, mándame tu currículum por e-mail, vamos a probar suerte; aunque no conozco a nadie en Madrid.«

 

Su respuesta es inmediata.

»¡Hola! No te preocupes, lo cierto es que un cambio de aires no me vendría mal.«

 

Otro mensaje, ¡qué rápida es! Lo abro, acabo de recibir su currículum por correo.

»Ahora mismo reenvío tu currículum a una amiga de Barcelona, no puedo prometerte nada.«

 

»Muchas gracias, te debo una. ¿Tienes por ahí otra falda que arreglar?«

 

Empiezo a reír. ¡Qué cabrona!

—¿Qué pasa? –pregunta James volviendo a guardar su teléfono en el bolsillo.

—¿Te acuerdas de Sofía?

—Mmmm... No. ¿Quién es?

—Es la chica de Naetura, la que me arregló la falda.

—¡Ah sí!

—Me ha escrito un mensaje, ha dejado el trabajo.

—¿Por qué?

—Porque estaba poco valorada. Además, ahí no hacía lo que le gustaba.

—¿Y ha dejado el trabajo sin más, sin tener nada más?

—No sé qué ha pasado exactamente, pero eso parece.

—¡Qué insensata! –me ladeo para mirarle.

—No lo es, solo ha decidido apostar por lo que realmente quiere.

—No, Anna, ha renunciado a una nómina segura a cambio de nada, no me parece la opción más acertada.

—¿Sabes James?, aunque no te lo creas, lo más importante en esta vida no es el dinero.

—Lo más importante no, pero puede que sea lo segundo más importante –vuelvo a mirarle.

Permanece tranquilo, naturalmente los motivos de Sofía le dan exactamente igual.

—Pues muy triste debe de ser tu vida para que tu segunda prioridad sea el dinero.

—¿Para ti no lo es?

Se me escapa una carcajada.

—¡Ni por asomo!

—Está bien listilla, ilústrame. ¿Cuáles son tus prioridades?

Lo pienso durante un rato, no demasiado, lo justo para poner un orden.

—Saber que la gente más importante para ti, te quiere y siempre estará ahí para abrazarte en el momento oportuno. ¿Has llegado alguna vez a casa después de un día agotador, sintiendo un inmenso alivio al encontrar en ella a gente que te hace olvidar todas tus preocupaciones? ¿Has sentido un punzante dolor en el costado y rigidez en los músculos de la cara porque llevas demasiadas horas riendo sin parar? ¿Has respirado el aire fresco de la mañana percibiendo cómo tus pulmones se oxigenan de optimismo para empezar un nuevo día? ¿Has sentido alguna vez angustia en el estómago al darte cuenta de que no te bastan las horas para seguir haciendo aquello que te gusta? ¿Y qué me dices de ese subidón de adrenalina ante un acontecimiento inesperado? La vida siempre te ofrece muchas posibilidades y sorpresas, no hay mayor felicidad que saber disfrutar las cosas sencillas, porque esas, a diferencia del dinero, no te van a faltar nunca, y además..., ¡son gratis! Si todo eso no son prioridades, ya me dirás tú qué lo son.

Su largo silencio me hace buscar el consuelo en su mirada perdida, está serio, tal vez reflexionando sobre todo lo que acabo de decirle.

—¿Todo bien por ahí arriba?

Mi pregunta le devuelve a la realidad de inmediato, sonríe, se inclina para besarme mientras me obliga a volver a recostarme sobre su cuerpo inmóvil, tal y como estaba antes.

—¡Menuda hippie estás echa! –responde al fin, y yo, estallo en sonoras carcajadas–. Y ahora sí que es el momento de desconectar nuestros teléfonos, vamos a despegar –me recuerda.

Alzo mi teléfono y reenvío el currículum de Sofía a mi amiga publicista Claudia, encabezando el mensaje con un: “Favor personal”. Claudia no tarda en contestarme, dice que estudiará el currículum y verá qué puede hacer; se lo agradezco rápidamente antes de apagar mi teléfono. Pobre chica, enseguida me di cuenta de que necesitaba que alguien le echara una mano, se veía muy amargada para lo joven que es.

No me da tiempo a meterme en situación, cuando James me sonríe con ternura, cogiéndome la mano con fuerza mientras la máquina infernal toma velocidad por el asfalto de la pista. Las tripas se me revuelven, parece que quieren ascender hacia la boca y salir al exterior. Respiro profundamente y cierro los ojos con fuerza mientras el avión coge altura, en cuanto escucho el pitido del pilotito que indica que podemos desabrochar los cinturones, mi respiración vuelve a tornarse estable. A pesar de que algo me he relajado, permanezco con los ojos cerrados y la mano izquierda sosteniendo fuertemente la de James; aunque me desabrocho el cinturón con la mano que me queda libre.

—Deja ya de mirarme –susurro sin necesidad de abrir los ojos –se echa a reír.

—No estoy mirando, sino admirando, y, ¿cómo sabes que lo estoy haciendo?

—Puedo sentir tu afilada mirada clavándose en mí como si fueran agujas –su cuerpo se agita por la risa.

—Lo siento, pero no puedo dejar de hacerlo, eres preciosa.

Abro los ojos, le miro y empiezo a reír. ¡Qué ñoñas se está volviendo! Me acurruco de nuevo en su hombro sumida en un inquebrantable silencio, estoy muy a gusto con mí almohada James, y no pienso desaprovechar la oportunidad de tenerla tanto como dure este viaje.

Aterrizamos en el aeropuerto de El Prat, en Barcelona, debe ser por el cambio de aires, la contaminación, o algún tipo de planta autóctona que desprende feromonas dañinas para el organismo, pero James, ahora parece otra persona, su rostro se ha ensombrecido, y la frialdad que estos días le había abandonado, ha regresado a él con toda su fuerza. No me atrevo a decirle nada, tengo la sensación de que cualquier comentario sería mal contestado, y no quiero borrar el maravilloso recuerdo que tengo de él.

—Un taxi te llevará a casa, mañana no tienes que ir a la oficina, te mereces el día libre para descansar, yo voy a hacer lo mismo, así que nos veremos el jueves.

—Vale.

Cojo mi maleta, giro sobre mis talones y me encamino hacia la puerta acristalada que lleva al puente de madera elevado. No me doy cuenta de que va detrás de mí, hasta que una de sus manos guía mi cintura con delicadeza.

—Gracias por regalarme estos días.

Freno en seco y le miro con el ceño fruncido, sus cambios de humor son algo que no llegaré a entender nunca. Es increíble que una sola persona me tenga tan confundida, todavía no sé quién es él en realidad, si el enorme bloque de hielo que hay plantado frente a mí, o el chico atento y entrañable que he descubierto en Madrid.

—No te he regalado nada –espeto confundida y sonríe con nostalgia.

—Créeme, para mí, estos días han sido como un regalo, nunca me había sentido tan vital y... –suspira–. Me transmites tu felicidad y las ganas de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como dices tú. Contigo, el día a día es diferente.

¿Se está despidiendo de mí? Pero ¿qué le pasa?

—Será mejor que me vaya ya –le digo tajante con todo mi orgullo–, lo cierto es que estoy cansada.

—Claro –se afana en responder–. Nos vemos el jueves.

—Hasta el jueves –acelero el paso hasta alejarme de él.

Ahora sin su compañía, me siento extrañamente vacía, entro en uno de los ascensores que hay al final del camino, y al llegar abajo, estoy sola, no hay rastro de James, pero como me había dicho, hay un taxi esperándome, lo sé, porque lleva mi nombre escrito en un cartel, así que solo puede ser para mí; me acerco y dejo que me lleve a casa.

El recibimiento en mi pequeño apartamento es colosal, mis amigos me abrazan, me levantan y me besan por todas partes, su desmesurada dosis de cariño vuelve a llenar mi depósito temporalmente vacío por la reciente frialdad de James. Entre risas y empujones me llevan al comedor, donde abro mi maleta y entrego los regalos que tengo para ellos; aunque confieso que los he comprado a última hora en el aeropuerto, pero me encanta ver sus caras de felicidad cuando los desenvuelven y chillan como locas. A todas les he cogido algo de ropa, de colores vivos, ¡cómo no!

—Queremos todos los detalles –suelta Elena con los ojos desmesuradamente abiertos.

Me tiro literalmente en el sofá, plenamente consciente de que no tengo escapatoria, mis amigos están ávidos de cotilleos, y ahora mismo, tengo uno muy jugoso que ofrecerles. Les explico todo lo acontecido durante los últimos días, cada palabra, gesto, mirada... Se lo cuento absolutamente todo, y ellos, me escuchan como si les estuviera revelando el final de una esperada trilogía. Antes de irme a la cama, Elena se acerca a mí, y a solas, me dice:

—¿Segura que estás bien? A mí no me engañas Anna.

Me obligo a sonreírle, no quiero que nadie se preocupe por mí, y menos ella; sé que está nerviosa. Me acerco a ella, acaricio su fino rostro y me lanzo a por un abrazo, Elena lo acepta de buena gana.

—Estoy bien, pero ahora creo que debo irme a dormir o mañana no podré dar mucho de mí en ese congreso de medicina –me mira sonriente.

—Entonces, ¿me acompañarás?

—Te dije que lo haría, ¿no?

—¡Oh Anna! –me abraza con fuerza–. Muchas gracias, de verdad, muchas gracias...

—Vamos, no me des las gracias todavía, aún puedo echarme atrás –sonríe mientras se separa.

—Te dejo dormir, hasta mañana Anna.

—Buenas noches.

Entro en mi habitación y cierro la puerta. Vuelvo a sentirme triste, trago saliva, suspiro y miro mi pequeña cama vacía, es como si me hubiese desprendido de algo, de algo importante; me siento perdida. Decido dejar de darle vueltas y enterrar en un profundo sueño esos pensamientos.

Continuará...