miprimita.com

Alba (1)

en Dominación

Soy posesivo, dominante. Mi mujer es posesiva, dominante. Está claro que con unos caracteres tan parecidos el choque cotidiano está servido. Pero nos queremos con locura, nos necesitamos, nos deseamos. A ella le gusta que yo haga su voluntad sin que me lo pida. Su hermoso culo me arrastra, su fuerte carácter me envuelve. A mí me gusta que baje la guardia  y me dé placer siguiendo mis instrucciones. Le muerdo el clítoris, me come la polla. Nos regalamos los orgasmos, nos intercambiamos los jadeos, los besos húmedos. Nos follamos. Y también chocamos, nos enfrentamos el uno al otro, nos decepcionamos, nos herimos, nos cansamos y luego nos recuperamos. Es un ejercicio continuado de desgaste. Por eso he decidido que lo mejor para los dos será concentrar nuestras energías en conflicto en un elemento exterior, y dejar para nosotros el amor, la excitación, el placer de tenernos el uno al otro sin fisuras.

Hablo con mi esposa. Le propongo que busque a una hembra que nos proporcione la paz que buscamos. Al principio no entiende, tiene miedo de perderme, no quiere saber nada del asunto, no le gusta la idea de intimar con una mujer, es heterosexual. Estamos a punto de tener una nueva discusión, una nueva prueba de fuerza, ese choque equilibrado y salvaje entre dos potencias igualadas. Pero le explico los detalles, las condiciones. La candidata será elegida por ella, ya que yo he tomado la iniciativa de encontrarla. Le convenzo. Le gusta la idea de investigar por internet, de ir entrevistando, seleccionando, hasta dar con el perfil que busca. Se toma en serio el encargo y redacta una lista de características, para no perderla de vista. Será joven, rubia, sana, de grandes pechos, sencilla, inteligente. Y obediente.

Pasan los días. Mi mujer entabla conversaciones con varias chicas. Pero no es fácil. Muchas buscan dinero. Otras no son lo suficientemente jóvenes. Las que tienen buenas tetas son feas o demasiado gordas. Alguna resulta muy atractiva pero es manifiestamente tonta. Hasta que aparece Alba. Por las fotos que le envía a mi mujer y por el modo de expresarse responde a lo que queremos: es muy blanca, lista, de ubres enormes, acaba de salir de la adolescencia, se le nota muy interesada en conocernos. Y se conecta exactamente a la hora que le indica mi esposa. Y la trata con un respeto exquisito. La citamos en nuestra casa. Y acude, vestida como se le ha sugerido.

Alba llama al timbre de la puerta. Yo estoy sentado en el sofá del salón. Mi mujer abre y entran las dos, de la mano. Las miro. Son como la noche y el día. Alba permanece unos centímetros detrás de mi esposa, aún de su mano. Les sonrío. Alba me saluda con educación. Mi mujer se sienta a mi lado y Alba permanece en pie, ante nosotros. Ya la tenemos. Mi esposa  me besa, excitada. A los dos nos gusta la joven que nos va a ayudar a descargar nuestra adrenalina, que nos va a dar la tranquilidad, la armonía. Mi polla responde. Mi mujer me la acaricia sobre el pantalón. Alba sigue inmóvil, con la mirada baja, sonriente. Le ordeno que se desnude.

Alba ha venido con un vestido estampado, de falda hasta las rodillas, y unas sandalias de tacón alto. No lleva bolso, ni pañuelo, ni cinturón, ni ningún otro complemento. Tampoco ropa interior. Eran las instrucciones. Levanta despacio la falda con las dos manos. Sigue sonriendo levemente. Sus pezones se clavan en la fina tela, que aguanta con dificultad esas enormes tetas. Termina de quitarse el vestido y sigue de pie ante nosotros, sobre sus tacones muy cerca. Mi mujer le acaricia la cadera. Convenimos en que es preciosa y agranda la sonrisa, agradecida. Los tres sabemos que la vamos a usar como queramos, como ella tanto desea.

Alba ya vive con nosotros. Han pasado cuatro meses y estamos muy satisfechos. Ahora ya no sabríamos vivir sin ella, ni ella sin nosotros. Alba está totalmente realizada, se siente útil, nos sirve con verdadera devoción. Especialmente a mi esposa, que ha descubierto el placer de tener una lengua femenina en su coño cuando se le antoja, de poder estrujar unas buenas tetas cuando le taladro el culo, de dormir a pierna suelta con la cabeza apoyada en una piel de seda. A Alba le gusta el suelo, vive en el suelo, casi siempre con muy poca o ninguna ropa. Nos viste y nos desnuda, nos trae las zapatillas, nos da masajes, nos baña, nos acompaña o nos deja solos según nuestras necesidades. Nos quiere.

Mi mujer se ha transformado en una mujer feliz. Sabe que con mover un poco su culo divino continúa excitándome como siempre. Y que tiene mi polla para su disfrute cada vez que la necesita dentro. Alba suele chupármela arrodillada en la cocina mientras me fumo un cigarrillo y contemplo la inmensa belleza de mi esposa, ese atractivo arrollador que ahora se ha multiplicado con la concordia que añorábamos. Mi mujer acaba muy mojada al vernos y reclama la polla de su marido. Tras corrernos, Alba nos limpia, nos cuida, nos atiende. Cuando cae la noche, nuestra perra nos acompaña acurrucada en el suelo, mientras vemos una película, o husmeamos en el ordenador, o leemos un libro.

Alguna vez llego a casa y encuentro a mi mujer besando a nuestra Alba. Improviso una escena de celos y acabamos los tres riéndonos como niños. Otras veces es mi esposa la que me sorprende con la sirvienta y finge un escándalo. Alba se agarra fuerte a sus piernas y le pide perdón, a la espera de recibir su merecido castigo. Los orgasmos de Alba, siempre bajo autorización, son sus ofrendas por tener unos amos tan maravillosos, como suele decirnos. Le encanta que le demos permiso para inclinar su cuerpo y sentir el frío de las baldosas en sus ubres. Entonces su lengua necesita lamernos, primero los pies, luego el resto del cuerpo, y acabamos siempre enredados los tres, empapados, unidos.