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Soy tonta

en Dominación

Me llamo Alba, tengo 19 años y soy tonta. Al menos eso es lo que dice mi tutor. Es un hombre muy listo, que me protege y me dice cómo debo hacer las cosas.  

Mi vida es muy cómoda, porque lo único que tengo que hacer es obedecer a don Carlos, lo cual me encanta. Cuando cumplí los 11 años, empezó a visitar a mis padres y se convirtió en uno más de la familia. Venía a comer a casa, me llevaba al cine, me compraba chucherías… Hasta que hace unos meses, mis padres se mudaron a otra ciudad (creo) y don Carlos y yo nos quedamos a vivir en la casa. Entonces fue cuando me empezó a enseñar a comportarme como él quería. A mí me gusta mucho que mi tutor me guíe. Es una sensación muy buena poder tener a alguien a quien complacer.

Además, sus consejos funcionan siempre, así que los sigo al pie de la letra. Por ejemplo, ahora que mis pechos se han puesto tan grandes, no estoy autorizada a llevar sujetador nunca. Eso es casi mágico: en las tiendas consigo todo gratis. El truco consiste en buscar los comercios que estén vacíos y cuyo dueño sea un señor. Cuando cuento que no llevo dinero, siempre me responden: “No te preocupes, bonita, ya me lo vendrás a pagar otro día”.

Esas cosas funcionan también con el resto de mi ropa: cuanto más pequeña y ajustada, más amables son todos. Algunos me acarician la mejilla, pero lo que más suele gustarles es acariciarme, a veces un poco fuerte, las partes de mi trasero que sobresalen por debajo de los pantalones cortos que me pongo cuando hace calor.

Seguramente, todo eso que consigo tiene que ver con mi cuerpo, que según don Carlos es “sublime”. Creo que no está mal, aunque me parece que mi busto, de 120 centímetros, está demasiado desarrollado en relación con mi peso, de 50 kilos, mi altura, de 1,67, y mi estrecha cintura. Mi trasero no es tan gordo como mis pechos, pero debe de ser también bonito porque todos los hombres lo miran cuando salgo a la calle y se me mueve de lado a lado al caminar, todo respingón.

Don Carlos sabe de todo. Cualquier duda que tengo me la resuelve rápidamente. Además, es muy guapo. En realidad, creo que estoy enamorada de él, porque cuando lo tengo cerca me acaloro mucho y el corazón me va muy rápido. Él suele ponerse también muy contento, porque su pene se pone muy duro y eso, según me ha explicado, es porque soy muy bonita y muy obediente.

Lo que más le gusta a don Carlos es que me arrodille entre sus piernas, cuando él está sentado en su sillón, y que me meta su pene duro en la boca, entero, y se lo chupe hasta que suelta su esperma en mi garganta y me lo trago todo. Al principio no me agradaba mucho, aunque lo hacía sin rechistar, claro. Pero ahora que estoy acostumbrada, me ha llegado a parecer genial. La sensación de ver a don Carlos tan feliz hace que yo me muera de gusto también.

Las tareas domésticas las hago yo todas, mientras don Carlos descansa. Pero no me lleva tanto tiempo y además siempre estoy entretenida con alguna sorpresa de mi tutor. El único vestido que puedo llevar en casa es un delantal, que nunca logra contener mis dos senos, tan grandes. Cuando friego el suelo a cuatro patas y los pezones se me mojan al rozar el parqué, no puedo evitar mover mi trasero y en un momentito lo tengo lleno del precioso pene de don Carlos, que me vuelve loca. A decir verdad, si no fuera porque me tiene prohibidos los orgasmos sin su consentimiento, estaría todo el día tocándome pensando en él. Eso de tocarme también me lo enseñó él, pero sólo lo puedo hacer como premio, cuando mi tutor me autoriza.

Al mirarme al espejo recuerdo siempre las palabras que me dirige mi cuidador. Según él, mis “tetorras gigantes” son preciosas, y los pezones, que siempre me pellizca para que se pongan duros como a él le gusta, son inigualables. Mi cara es como la de una de esas vírgenes de los cuadros antiguos, sólo que mis labios son bastante más gruesos, sobre todo el inferior. Él dice que ese detalle me hace más atractiva, sobre todo cuando resbala mi saliva mezclada con su semen y me cae en el cuello y los pechos.

A don Carlos le encanta jugar conmigo. Lo que más le complace es que hagamos como que yo soy una perra y él es mi amo. En realidad, pocos son los momentos en que no jugamos a eso. Creo que lo hago muy bien, porque mi tutor siempre está dispuesto a volver a jugar. Las normas son muy sencillas. Yo me tengo que poner desnuda a sus pies y él me acaricia el pelo, la cara, los pechos, las piernas… bueno, todo mi cuerpo. Y me dedico a lamerle los zapatos, o los pies si está descalzo, y si me autoriza, su cara, su boca, pero sobre todo su polla, como él la llama. Todo el tiempo tengo que desplazarme a gatas, y sólo puedo hablar si tengo autorización. Cuando se cansa de jugar, espero en el suelo a que decida cómo utilizarme.

Pero el juego continúa: mi amo es encantador. Siempre me alimento en cuencos de perra, sin usar las manos, los restos que don Carlos se deja. La comida así está mucho más rica. Como soy tonta, no acabo de entender por qué de vez en cuando me abofetea con fuerza. Sobre todo porque yo creo que no he cometido ningún error. Pero él dice que a las perras se les trata así, y seguro que tiene razón. Con la cara enrojecida, sus besos y sus mordiscos son más apasionados y mi “coño de puta”, como él le llama, se humedece muchísimo más. Eso mismo me pasa cuando recibo sus azotes en el culo recostada en sus rodillas. Tengo que morder el brazo del sillón para no “correrme como una cerda” hasta que no tengo su permiso.

A veces, don Carlos me saca de paseo cuando aún es de día. Suelo ponerme vestidos cortitos de tirantes, por supuesto sin nada debajo, y zapatos de tacón altísimos y preciosos. Supongo que la gente cree que es mi padre o algo así. Tengo que cogerle del brazo y caminar un poquito más atrás que él. De vez en cuando, si no nos ve nadie, me abraza por debajo de la ropa y me retuerce los pezones y el clítoris mientras me besa y me muerde. Yo me deshago en sus brazos.

Para los paseos nocturnos, mi amo prefiere que sigamos jugando a nuestro juego favorito. Vamos en su coche hasta algún lugar solitario, y allí me pasea a cuatro patas con mi collar y mi correa de perra. Incluso me tira alguna ramita y yo corro enseguida a recuperarla. Suele acabar manchándome entera con su esperma, en algún banco, después de que yo haya cumplido mi obligación con mis manos y con todos mis agujeritos. La idea de pertenecerle incondicionalmente, me llena por completo.

Toda esta vida idílica que acabo de relatar ha cambiado un poco últimamente, pero yo creo que a mejor. Mi amo me ordenó hace un tiempo que abriese un perfil en una web de contactos donde pusiera como nombre “soytonta” y una foto mía vestida con una pequeña camiseta de tirantes blanca ceñida, recortando la imagen desde la boca hasta el ombligo. Me costó unas cuantas horas ponerlo todo como don Carlos me había dicho. Lo que más raro me pareció fue que tenía que seleccionar la pestaña de “Busco mujeres”, y en la edad, “De 18 a 25 años”. El texto que tuve que copiar como resumen de mi perfil era éste: “Hola a todas. Soy un poco tonta pero gusto mucho a todos los hombres, aunque a mí sólo me gusta uno. Busco chicas que se parezcan a mí, delgadas y con grandes pechos, guapas y obedientes”.

Me han llegado bastantes mensajes, la mayoría de jovencitas antipáticas que se meten conmigo. Incluso uno de una chica que me dice que no soy tonta, sino subnormal. Mi amo me ha dicho que tiene toda la razón. El caso es que si lo dice don Carlos, me pongo a temblar de gusto. No sé por qué, pero cuando él me insulta me mojo sin remedio. Según él, porque “a una buena perra le gusta que su amo le humille”. Eso no lo acabo de entender, pero estoy muy contenta de que me considere buena. Además, si él cree que tengo que humillarme, lo hago con mucho gusto. Para eso soy suya, le pertenezco y no tengo que negarme a nada de lo que me ordene.

Pero uno de los mensajes era de una chavala muy maja que decía que yo era su alma gemela, porque cumplía todos los requisitos. Así que, siguiendo las órdenes de don Carlos, la invité a casa para comer. Las conversaciones que teníamos por el chat estaban dirigidas por mi amo. Yo me limitaba a poner lo que él me decía. Por ejemplo, se le sugirió que viniese con la melena recogida, labios rojos, blusa blanca, minifalda negra y botas de tacón. Por supuesto, sin ropa interior. La chica, que vivía en un barrio alejado, contó que no podía desplazarse, pero mi contestación fue: “Arréglatelas”.

A la hora en punto del día convenido, Clara se presentó en nuestra casa. Cuando abrí la puerta, ahí estaba ella, vestida como se le había ocurrido a don Carlos, con la cabeza gacha y las manos a la espalda. En cuanto la vi, se me mezclaron varias sensaciones; incluso me mareé un poco. Por un lado, confirmé que éramos muy parecidas: sus pechos enormes, su cara de niña, su cuerpo delgado pero muy torneado, su actitud obediente. Todo eso me puso muy contenta porque supe que le gustaría mucho a mi amo. Pero por otra parte, me dieron unos celos tremendos y muchas ganas de cruzarle la cara. Me contuve y simplemente le di paso, tomándola de la mano y besándola en la boca, como se me había ordenado.

Mi amo y ella se presentaron y don Carlos le desabrochó un botón de la blusa diciéndole que así estaba más bonita. Ella le dio las gracias. Su escote parecía que iba a reventar. Me gustó muchísimo, ¡pero sus pechos tan grandes y redondos parecían aún más bonitos que los míos! Me apeteció agarrarlos con furia, golpearlos, marcarlos a mordiscos. La sola presencia de mi nueva amiga me mojaba sin remedio.

Fuimos al comedor y les serví los platos que había preparado. Clara era simpatiquísima, sobre todo con mi amo. Charlaban sobre temas intrascendentes, y él empezó a ponerle la mano en el muslo con cariño y luego con más fuerza. Cuanto más la tocaba, más molesta me sentía yo, pero no con mi buen tutor, sino porque esa chica parecía estar tomando mi puesto. Pedí permiso para hablar y les dije que pasáramos al salón para tomar el café. Clara y yo nos sentamos en el suelo a los pies de don Carlos, que nos estuvo hablando sobre dominación y sumisión, que según él eran las claves para entender las relaciones humanas. Tanto tiempo con él, adorándole, y entonces creo que lo entendí todo por fin. Yo era suya, y Clara también iba a serlo. La nueva perra de la casa, tan preciosa, nos dijo que estaba encantada de habernos conocido y que ella sería toda entera de mi amo, pero que le gustaría que yo estuviese a sus órdenes.

En ese momento me puse a llorar. Sabía que a mi tutor le iba a parecer muy buena la idea, y así fue. Entre los dos empezaron a abofetearme y acabé corriéndome sin permiso. Eso desencadenó todo: ahora Clara era quien tenía que castigarme.

El teléfono de Clara sonó. Mi amo seguía sentado con su café, yo hecha un ovillo en el suelo, y ella de pie, nerviosa, dando la dirección de nuestra casa y excusándose todo el tiempo. Cuando colgó, le explicó a don Carlos que no podía quedarse porque tenía que atender a su madre. Nuestro amo se comportó como yo esperaba, por fin: se levantó lentamente, la agarró de un brazo, le arrancó la blusa rompiéndole todos los botones y la puso a cuatro patas sobre la mesa. En un momento la tenía agarrada del pelo y follándola como un toro. Yo, hipnotizada con esas enormes tetas tan bonitas, me acerqué ante su carita de niña y pude cumplir mis deseos, dejándole sus preciosas mejillas y sus grandísimos pechos enrojecidos. En ese momento de placer absoluto, me daba igual el castigo que iba a soportar después.

Clara gritaba suplicante, visiblemente asustada y excitada, hasta que se convulsionó al mismo tiempo que don Carlos le regaba las entrañas con su esperma. Cuando por fin pudo balbucear algo, se dirigió arrodillada a nuestro amo, le pidió perdón por intentar marcharse y le dio las gracias por haberle tratado como se merecía. En realidad, esa preciosa chica me parecía maravillosa. Creo que fue en ese momento cuando supe que también estaba enamorada de ella. Me acerqué a su lado y nos fundimos en un beso interminable, agarrándonos de las tetorras. Nuestro amo sonreía satisfecho.

Ya en un ambiente más calmado, Clara explicó que su madre viuda no le dejaba salir de casa sin permiso, y que a duras penas había conseguido llegar hasta nosotros. Temía que en cualquier momento se presentase a buscarla y armara un escándalo. Don Carlos le tranquilizó, diciéndole que él arreglaría todo. Mi tutor era experto en que las cosas salieran siempre bien, así que yo seguía encantada con todo lo que sucedía, sin preocuparme por nada.

Al poco rato, sonó el timbre de la puerta. Don Carlos nos ordenó vestirnos y arreglarnos en el dormitorio y se dirigió a recibir a la madre de Clara. Al rato, nos llamaron y acudimos. La señora estaba relajada y sonriente, sentada en el salón con mi tutor. Era muy parecida a su hija, aunque debía de rondar los cuarenta. Vestía con gusto, sin ningún atisbo de provocación. Llevaba un traje chaqueta, zapatos de tacón y gafas. Pero no podía disimular la talla de sus senos, tan grandes como los de su hija y los míos. Noté que su respiración cuando mi amo la miraba se aceleraba, hinchando aún más su contorno pectoral.

Doña Elvira nos dijo que ya estaba al corriente de que yo era una nueva amiga de Clara y que nos habíamos conocido por internet. Según contó, había aceptado las excusas de don Carlos y le parecía muy bien que en nuestra casa, como en la suya, imperase la disciplina. No podía ser de otra manera, añadió, teniendo en cuenta que éramos dos adolescentes a cargo de una sola persona cada una.

En la habitación aún se respiraba la tensión que se había vivido hacía sólo unos minutos. Doña Elvira ordenó a su hija que se levantase y se dispusieron a marcharse. Nuestro amo comentó que yo tenía un castigo pendiente por una desobediencia y que se le había ocurrido que Clara era la más indicada para dármelo al día siguiente, ya que así se afianzaría nuestra nueva amistad. Doña Elvira dudó un instante, pero los ojos de don Carlos se clavaron en los suyos y sólo pudo responder que sí. A la salida, mi tutor las despidió besándolas en la boca a las dos, mientras las tenía bien asidas por la cintura con cada brazo, y las manos en sus traseros.

Aunque soy tonta, comprendí las explicaciones de mi amo: que madre e hija tenían una personalidad parecida, y que las cosas funcionarían bien mientras yo fuese la última siempre en la cadena de poder. Don Carlos estaba a punto de mandar sobre “las tres perras tetudas”, como nos llama, y la jerarquía estaba ordenada: el tutor, la madre, la hija y yo. Antes de dormir sobre la alfombra junto a la cama de mi amo, pensé que sería todo un privilegio poder servir a tres personas tan maravillosas.

Don Carlos había citado a Clara y doña Elvira por la mañana. Como el día anterior, el timbre sonó con puntualidad. Y allí estaban, increíblemente guapas. Clara llevaba un vestido azul tan pequeño que parecía que le iba a reventar; y su madre parecía otra con su corsé y su minifalda. A Clara y a mí nos enviaron al dormitorio y los dos adultos se pusieron a charlar en el salón. Por supuesto, nos pusimos a escuchar detrás de la puerta, mientras Clara me inundaba la boca con su lengua, me frotaba el coño y me torturaba los pezones. Era toda una experta y yo sólo podía jadear intentando no volver a correrme sin permiso.

Don Carlos y doña Elvira hablaban y hablaban. De lo poco que entendí, creo que ella no estaba de acuerdo en alguna cosa y él le dijo que en ese caso se marchasen. Luego estuvieron callados un rato, y después siguieron hablando sobre mi castigo. Decían algo sobre ir al baño. Entonces nos llamaron.

Doña Elvira estaba arrodillada en el suelo, con sus grandes pechos fuera del vestido, y sosteniendo el cenicero de nuestro amo, que fumaba parsimonioso. Clara y yo, que no nos imaginábamos que eso fuera a pasar tan rápido, nos pusimos junto a ella, una a cada lado. Don Carlos sacó su pene, que estaba ya muy duro, y las tres acudimos a lamerlo sin dudarlo un minuto. Entonces nos dijo que a partir de ese momento las tres éramos suyas y que doña Elvira tenía permiso para hacer lo que quisiera con las dos chicas, así como Clara lo tenía conmigo. Añadió que yo era la sucia perra de los tres y que me despreciaba por ser tan imbécil. Esas palabras de mi adorado amo me pusieron a mil. Estaba tan mojada que casi ni noté el puño de mi buena amiga Clara entrando en mi coño. Cuando don Carlos nos regó a las tres con su semen, nos pusimos a frotarnos los cuerpos a sus pies.

Entonces, madre e hija se corrieron entre grandes gritos y don Carlos se levantó y me arrastró del pelo hasta el baño. Allí, me puso arrodillada junto a la taza y me ordenó abrir la boca. Supe que lo que quería era hacer pis sobre mí, aunque no entendía por qué. Lo supe cuando vino Clara y le sacó la polla a nuestro amo, con su madre observando todo desde la puerta. Era el castigo por correrme el día anterior sin permiso, pero, desde luego, me estaba gustando mucho. Lo más raro fue que tenía que tragarme toda la orina que pudiera. Estaba caliente y sabía un poco amarga, pero era de mi dueño y por lo tanto la recibí como un regalo. Cada vez que tragaba, él seguía meándome y me dejó la cara toda mojada.

Volvió a llevarme hasta el salón y las otras dos perras aplaudieron al verme arrastrarme así, empapada de orina. Desde entonces soy la encargada de beber la orina de los tres, cada vez que van al retrete. Vivimos juntos y soy feliz.